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El Holocausto bajo la lupa

Testimonios oculares versus leyes de la naturaleza


Jürgen Graf

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18. ¿Estuvieron derogadas las leyes de la naturaleza entre 1941 y 1944?

En el campo-base de Auschwitz, el visitante encuentra un crematorio, inclusive «cámara de gas», intactos y, según dicen, en su estado original, mientras que en Birkenau puede ver los escombros de cuatro crematorios más o menos destruidos. El crematorio del campo-base es llamado K I y los cuatro crematorios de Birkenau K II a K V, respectivamente. De estos cuatro el mejor conservado es el K II. Sobre un cartel delante de su ruina se describe cómo se había llevado a cabo el proceso de exterminio en masa: se apiñaba a hasta 2000 personas en la «cámara de gas» donde se las mataba arrojando Zyklon B hacia adentro; a continuación se llevaban los cadáveres al crematorio instalado sobre la « cámara de gas» y se los cremaba.

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Si regían las leyes fisicas durante la Segunda Guerra Mundial sin haber sido derogadas para posibilitar el holocausto, esta descripción, a la par de las declaraciones del trío de testigos principales Höss/ Müller/Vrba, es una seguidilla de disparates. He aquí las imposibilidades más graves:

Imposibilidad número uno: Ningún arquitecto mentalmente sano construiria un crematorio en el mismo edificio que una cámara en la cual se habrían de cometer asesinatos en masa por medio de un gas explosivo. Aun cuando la explosividad del Zyklon B no es muy elevada, el peligro latente de explosión, que podía haberse potenciado por la presencia de los cadáveres contaminados con el gas, habría significado que tal proceder fuese prueba de una demencia suicida, ya que para matar a 2.000 personas en tres minutos (Hoss), las cantidades de gas necesarias habrían sido enormes. En el caso del K I, el crematorio no se encuentra sobre la «cámara de gas», sino al lado. Este edificio habría sido el primero en volar por los aires y habría gaseado a todo el campo, inclusive a las SS.

Imposibilidad número dos: Como ya se ha mencionado, las cámaras de desinsectación debian ser calentadas a 25 ·C (como mínimo), para que el Zyklon pudiese volatilizarse dentro de la media hora. Un sistema de calefacción tal no existe en la «cámara de gas»: En invierno habría tardado horas hasta la liberación de la mayor parte del gas. Además, éste no habría circulado en una cámara totalmente abarrotada (¡12.000 personas en un ambiente de 210 metros cuadrados!).

Imposibilidad número tres: Las puertas de todas las «cámaras de gas» se abren hacia adentro. Por consiguiente, los comandos especiales no podrían haber entrado a las salas repletas de cadáveres hasta el último centimetro cuadrado. ¡Qué arquitectos beocios y chapuceros eligieron los nazis para la construcción de sus instalaciones de exterminio!

Imposibilidad número cuatro: En cierto modo, la super-imposibilidad, la imposibilidad de las imposibilidades. Los comandos especiales entraban a la cámara de gas al cabo de media hora, según Höss, y sólo al cabo de unos pocos minutos, según Müller, de haberse consumado el asesinato en masa y se precipitaban sobre los

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cadáveres para quitarles los anillos (Höss) y la vestimenta (Müller), y cortarles el cabello (Vrba). Esto hubiera sido una misión fatal por excelencia; ni un solo miembro del comando especial habria sobrevivido esa acción tipo haraquiri (recordemos que las cámaras de gas estadounidenses deben ser ventiladas cuidadosamente después de la ejecución de un único condenado, antes de que un médico en traje de protección y con máscara antigás pueda entrar en ellas). Las «cámaras de gas» de Auschwitz solamente están equipadas con un sistema de ventilación rudimentario, vale decir que las máscaras antigás para los comandos especiales no hubieran sido protección suficiente, y menos aún por la emanación letal de los cadáveres que supuestamente manipulaban estos comandos; el veneno penetra por los poros de la piel. Además, los comandos especiales no llevaban máscaras antigás, ya que, según Höss, fumaban mientras llevaban a cabo su tenebrosa tarea.

¡Fumaban! ¡Rodeados de gas explosivo!

Imposibilidad número cinco: Según los planos de construcción que se han conservado, el único acceso desde la «cámara de gas» al crematorio era un ascensor de 2,1 x 1,35 m., que en el mejor de los casos podia transportar cuatro cadáveres como maximo, además del operario. Para transportar a los muertos al crematorio había que apurarse muchísimo, puesto que los siguientes candidatos a la muerte ya estaban esperando delante de la «ducha» (a comienzos del verano de 1944, se gaseaban hasta 12.000, y según otros «historiadores» hasta 24.000 personas por día). Los bobos no se daban cuenta de que la llamada ducha no era tal, porque les habían entregado jabón (según otros «testigos» se trataba de imitaciones de jabón) y toallas (¿o eran imitaciones de toallas?). Mientras esperaban pacientemente, el ascensorista subía y bajaba quinientas veces entre cámara de gas y el crematorio y manipulaba sin pausa cadáveres contaminados con Zyklon dentro de un ambiente saturado con ese gas, ¡sin sufrir jamás daño alguno en su salud!

Imposibilidad número seis: El crematorio K II y el K III tenían 15 incineradores cada uno, los demás crematorios menos. La cremación de un cadáver dura una hora y media aproximadamente en la mayoría de los crematorios que funcionan actualmente y con toda seguridad no tardaba menos en 1944. ¡Si al cabo de seis horas habían

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sido incinerados 60 cadáveres en los 15 hornos, quedaban 1940 asesinados en la «ducha», y los próximos 2.000 candidatos a la muerte hace rato que se impacientaban para poder entrar!

En cuanto a los crematorios: En la obra tipo de Raul Hilberg Die Vérnichtung der europäischen Juden («La aniquilación de los judíos europeos»), Fischer Taschenbuch Verlag, edicién de 1990, pág. 946), encontramos información precisa acerca del período operativo de cada uno de los cuatro crematorios de Birkenau. Exceptuando los modelos ultramodernos, los crematorios de la actualidad no pueden incinerar más de cinco cadáveres por día y horno, dada la necesidad de dejarlos enfriar a intervalos regulares. En el supuesto de que los crematorios de Birkenau hayan tenido la misma capacidad (lo cual no parece muy verosimil), podrían quizá haber sido quemados entre 120.000 a 150.000 cadáveres durante todo el período de existencia del campo. Ahora bien, según nuestros «historiadores», en Birkenau fueron asesinadas aproximadamente un millón de personas (antes se hablaba de tres a cuatro millones).

¿Dónde se quemaban los cadáveres restantes?

Según los exterministas: ¡en zanjas! Esta historia es otra imposibilidad física más, ya que la cremación en zanjas solamente podría llevarse a cabo con muchísimo tiempo y con grandes cantidades de combustible, por falta de oxígeno. Antes de la construcción de los crematorios, los cadáveres de las víctimas de epidemias se quemaban en hogueras, las «zanjas crematorias» inventadas por los exterministas no son mas que mera tontería.


19. El Informe Leuchter

La imposibilidad técnica de los supuestos gaseos y cremaciones en masa ya había llamado la atención de investigadores como Felderer y Faurisson en la década de los setenta. Pero para darle el golpe de gracia a la leyenda, hizo falta un experto en cámaras de gas.

En 1988 tuvo lugar en Toronto, Canadá, el proceso de revisión contra el canadiense de origen alemán Ernst Zündel. Zündel había propagado el folleto ¿Murieron realnente 6 millones?, del inglés

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Richard Harwood, en el que se impugna el holocausto, por lo cual Zündel fue enjuiciado a instigación de una organización judía llamada «Holocaust Remembrance Association». El cauce legal de la querella era una ley contra la «divulgación de noticias falsas», rara vez aplicada, que se basa en una ley inglesa del año 1275 por la cual los caballeros le prohibían al vulgo mofarse de ellos en versos satíricos. El primer proceso contra Zündel, llevado a cabo en 1985, concluyó con la condena del inculpado a 15 meses de prisión. La sentencia fue derogada por numerosos vicios formales. En acuerdo con Zündel, Robert Faurisson se puso en contacto en 1988 con el ingeniero norteamericano Fred Leuchter, el constructor de las cámaras de gas en las que se ejecuta a criminales en varios estados de los EE.UU. En febrero de 1988, Leuchter y su esposa Carolyn, junto con el operador Jürgen Neumann, el dibujante Howard Miller y el intérprete para el idioma polaco Tjudar Rudolf, viajaron a Polonia para investigar las supuestas cámaras de gas de Auschwitz I, Auschwitz-Birkenau y Majdanek. A continuación el ingeniero labró un informe pericial. Si el funcionamiento de la censura de prensa en el mundo libre no fuese tan perfecta como de hecho lo es, los resultados de este peritaje habrían sido publicados en las primeras planas de todos los diarios con grandes titulares.

Las conclusiones de Leuchter fueron terminantes: En ninguno de los tres campos existieron cámaras de gas para la aniquilación de seres humanos. Las únicas cámaras de gas existentes allí eran las de desinsectación para la exterminación de parásitos.


La argumentación de Leuchter se basó en tres puntos:

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las cámaras mismas, el Zyklon posiblemente hubiese estado presente hasta una semana después de cada gaseo, en cantidad suficiente como para mandar al otro mundo a cualquiera que entrase. Máscaras antigás apenas habrían sido suficientes como protección. En realidad, las «cámaras de gas» eran depósitos de cadáveres. Mais adelante, el K I fue convertido en refugio contra ataques aéreos.

El análisis del cianuro no fue realizado por el mismo Leuchter, sino por un químico llamado Dr. James Roth (EE.UU.) que no tenía idea de dónde venian las muestras.

Si el informe Leuchter fuese refutable, los exterministas con seguridad habrían contratado a los mejores químicos e ingenieros, encargándoles la presentación de un peritaje para desvirtuar el de Leuchter. Al fin de cuentas, dinero es lo que menos les falta. Pero ningún químico y ningún ingeniero estuvo dispuesto a tal tarea. Existen dos supuestas «refutaciones»: una del francés Jean Claude Pressac (Auschwitz. Technique and Operation of the Gas Chambers, Beate Klarsfeld Foundation, 515 Madison Avenue, New York, 1989; el libro con una tirada de tan sólo 1.000 ejemplares no está a la venta en librerías y a pesar de su titulo no contiene informaciones sobre el funcionamiento de las cámaras de gas). La otra es del alemán Werner Wegner (integrada en el volumen mixto Die Schatten der Vergangenheit ["Las sombras del pasado"] de Backes/Jesse/Zitelman,

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Propyläen, 1990). Ambas «refutaciones» hacen gala de una estupidez digna de risa. En el número 50 de la publicación Historische Tatsachen ("Hechos históricos"), Udo Walendy desmenuza estos intentos infantiles de refutación, punto por punto. Además, en el número 3 de la Revue d'Histoire Révisionniste (B.P 122, 92704 Colombes Cedex), suspendida entre tanto por la represión en Francia, Faurisson describe detalladamente cómo Pressac en su obra gigantesca lleva, sin querer, agua al molino de los revisionistas.

El análisis de cianuro ya fue repetido dos veces: la primera, por el Instituto de medicina forense de Cracovia, a pedido del Museo Auschwitz, y la segunda por el químico alemán Germar Rudolf. Este último, después de un estudio muy detallado (fecha de publicación prevista: primavera de 1993), llega a las mismas conclusiones que Leuchter, a quien critica en algunos puntos de menor importancia.

Los químicos polacos hallaron en las muestras extraídas de las «cámaras de gas» rastros aún más pequeños que los encontrados por el Dr. Roth. Para salir del apuro tomaron la muestra testigo de cámaras de desinfección cuyas paredes habían sido blanqueadas, sin embargo, hallaron en la misma indicios de cianuro mucho más elevados que en las muestras de las «cámaras de gas».

En un estudio (no publicado), Walter Lüftl, presidente de la cámara federal austriaca de ingenieros y perito judícial jurado, calificó como técnicamente imposible los presuntos gaseos en masa de Auschwitz. Por eso fue obligado a renunciar como presidente de la cámara de ingenieros en marzo de 1992. Se le entabló juicio penal por infracción a la ley de prevención contra renovadas actividades nacionalsocialistas. Muy probablemente, en un faturo cercano, en Austria, los astrónomos y geógrafos que aseveren que la tierra es redonda serán llevados ante los tribunales.

Todos los exámenes relacionados con la aptitud de funcionamiento de las cámaras de gas y la capacidad de cremación de los crematorios pueden ser repetidos en cualquier momento. Para ello bastará enviar a Polonia un equipo formado por químicos, ingenieros y expertos en cremación y filmar sus investigaciones, evaluándolas ante la opinión pública mundial. Pero los señores politicos e historiadores se cuidan muy bien de hacerlo. Ellos sabrán por qué.

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(Nota: En el proceso de revisión, Ernst Zündel fue condenado a nueve meses de prisión, quedó libre a condición de no opinar mas sobre el holocausto. Acto seguido, Zündel apeló a la Supreme Court, el tribunal más alto de Canadá, que lo absolvió cuatro años y medio más tarde, en agosto de 1992. Así es como con su denuncia, la «Holocaust Remembrance Association» convirtió un magnifico gol en contra: Por primera vez en la historia del país, procuró publicidad a los revisionistas e impulsó el informe Leuchter que, con las herramientas de la ciencia exacta, le rompió la nuca a la patraña del holocausto.)


20. El elefante invisible

Ahora que los revisionistas acabaron con el disparate de las cámaras de gas, es evidente que, en el caso de las historias sobre ellas, se trata de cuentos de horror inventados después de la guerra por las potencias vencedoras y repetidos más tarde por sus vasallos alemanes por razones de propaganda politica.

¿Cómo se enteró el mundo por primera vez de las cámaras de gas y de qué manera reaccionó?

El historiadorjudeo-británico Walter Laqueur se ocupa de esta pregunta en su libro The Terrible Secret, publicado en 1980. Laqueur toma como punto de partida el hecho de que los aliados disponían de una red de información que funcionaba bien, tanto en los países ocupados por Alemania como en Alemania misma. Un crimen de una magnitud tan monstruosa como seria el asesinato de millones de personas en cámaras de gas, no podía de ninguna manera quedar oculto ante ellos durante años, más aún con organizaciones judias que a partir de 1942 reportaban incesantemente sobre atrocidades.

Pero Washington, Londres y Moscú se conformaban con protestas flojas, cual coartadas, y no hacían nada para salvar a los judíos. Ni los prevenian del exterminio que los amenazaba, ni llamaban la atención del pueblo alemán sobre el genocidio perpetrado por su gobierno.

El Papa, desde un momento muy temprano, sabia lo que pasaba en la Polonia católica, pero no se mostraba excesivamente intran-

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uilizado, ya que las victimas no eran católicos. Lo mismo la Cruz Roja, que permaneció con los brazos cruzados hasta terminar la guerra, callando lo del genocidio.

En el libro Auschwitz and the Allies, Martin Gilbert se ocupa del campo de concentración más grande. Este se encontraba en una zona industrial y comprendía, aparte del campo central Auschwitz I y Birkenau (Auschwitz II), el complejo industrial Monowitz (Auschwitz III), que debía haber llamado la atención de los aliados por el mero hecho de fabricarse allí un material de importancia bélica como lo es el caucho sintético. Habia, además, 40 puestos externos. Los prisioneros entraban en contacto permanente con obreros libres, asalariados, provenientes de distintos países. Además, todo el tiempo se iban transfiriendo prisioneros de Auschwitz a otros campos. Finalmente, hubo un número importante de prisioneros que fueron dejados en libertad (según Laqueur, 978 en el año 1942, algunos al año siguiente y, en 1944 gracias a la intervención de un industrial alemán, numerosas mujeres judías).

Si existía un lugar en Europa donde habría sido absolutamente imposible disimular un asesinato en masa perpetrado industrialmente, ese lugar era Auschwitz. No obstante, durante dos años enteros, el mundo no se dio cuenta de lo inconcebible que estaría pasando allí: Los asesinatos en masa habrian empezado en el verano de 1942 y tan sólo en el verano de 1944 aparecieron en la prensa internacional los primeros reportajes sobre las masacres.

Laqueur y Gilbert se rompen la cabeza sobre el porqué del misterioso silencio acerca del holocausto. Obviamente, ninguno de los dos dio con la solución más evidente: «No veo a ningun elefante en mi sótano. Si hubiese un elefante en mi sótano, con toda seguridad lo veria. Entonces no hay ningún elefante en mi sótano».

La autoría de este dicho es del ingeniero eléctrico y experto en informática, el norteamericano Arthur Butz. Su libro, The Hoax of the Twentieth Century, publicado en 1976, es considerado, hasta hoy, como el cIásico por excelencia del revisionismo.

Y con esto también es posible contestar algunas preguntas que vinieron formulándose constantemente.

-- «¿Por qué los judíos dejaban llevarse a los campos de exterminio como ovejas al matadero, sin resistirse?» Los judíos no pre-

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sentaban resistencia a las operaciones de reasentamiento o a que se los transportase a los lugares donde deberían trabajar, porque sabían que los alemanes cuando decían operación de reasentamiento, era operación de reasentamiento y cuando decían operativo de trabajo, era operativo de trabajo, y nada más.

-- «¿Por qué los aliados no bombardearon las cámaras de gas? Haciéndolo, tal vez habrían matado a muchos prisioneros, pero habrían salvado a una cantidad incomparablemente mayor.» Los aliados no bombardearon las cámaras de gas porque no había cámaras de gas.

-- «¿Por qué todos los jefes nazis que sobrevivieron la guerra, negaban al principio descaradamente el exterminio de los judíos?» Los jefes nazis negaban el exterminio de los judíos porque no hubo exterminio de los judíos. Si personajes de relieve del Tercer Reich como Albert Speer y Hans Frank se retractaron durante el juicio de Nuremberg y se declararon moralmente cómplices del genocidio, fue porque, como centenares de millones de otras personas, se dejaron engañar por la confesión de Höss y el resto de las pruebas falsificadas por las potencias vencedoras.

-- «¿Por qué callaban el Vaticanoy la Cruz Roja fiente al mayor crimen de la humanidad, traicionando así sus principios humanitarios?» El Vaticano y la Cruz Roja se enteraron sólo después de la guerra de este «mayor crimen de la historia de la humanidad», que en verdad fue el mayor engaño en la historia de la humanidad.


21. Más pruebas

Ya en el 1942, el servicio de inteligencia británico consiguio captar y descifrar el código secreto de las comunicaciones radiales entre el cuartel general de las SS en Berlín y los campos de concentración. En los informes diarios se daba cuenta de todos los casos de muerte. La mayoría se debía a enfermedades, pero también se comunicaron casos de ejecuciones por fusilamiento o ahorcamiento. Pero de gaseos ni una palabra, ¡ni siquiera desde Auschwitz!

Esto lo confirma el Prof. Hinsley, actualmente docente en Cambridge, y durante la guerra especialista para el desciframiento

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de códigos secretos enemigos, En su libro British Intelligence During the Second World War (Cambridge University Press, New York, 1981, p. 673): Las comunicaciones radiales alemanas contenían «no references to gassings», es decir, ino había ninguna referencia a gaseos!

Desde diciembre de 1943, aviones de reconocimiento aliados fotagrafiaban regularmente Auschwitz. Hasta la liberación del campamento por el ejército rojo en enero de 1945 confeccionaron, en el curso de un total de 32 misiones, centenares de fotografias. En ninguna de las fotos se ven delante de la bien reconocible «cámara de gas» filas de seres humanos! Algunas de las tomas aéreas fueron habilitadas para darse a conocer en 1979 y pue den verse en los National Archives en Washington.


22. Propaganda de guerra: ¡Holocausto!

En marzo de 1916, el Daily Telegraph informaba que los austriacos y búlgaros habrían gaseado a 700.000 serbios, No sabemos si los lectores del diario británico llegaron a tragarse esta barbaridad; en todo caso, ya poco después de la guerra, nadie creía en el caso de los 700.000 serbios gaseados.

El 2 de agosto de 1990, tropas iraquíes invadieron Kuwait. Los EE.UU. intentaron convencer a la ONU para efectuar una intervención militar con el fin de liberar el emirato, pero en un principio encontraron resistencia. Sin embargo, los pareceres cambiaron cuando, en octubre, una muchacha y un cirujano de Kuwait City relataron ante una comisión de derechos humanos, llorando a lágrima viva, cómo los bárbaros iraquíes habían causado estragos en un hospital de la capital ocupada: ¡habían destrozado las incubadoras y arrojado los bebés al suelo, dejándolos morir miserablemente! Este informe produjo indignación a nivel mundial, y contribuyó en gran medida a que se impusieran los partidarios de una intervención militar.

En marzo de 1992 se descubrió el fraude: la historia de las incubadoras y de los asesinatos había sido inventada For una agencia

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de publicidad de Nueva York, a la cual el fugitivo emir de Kuwait había pagado 10 millones de dólares. El cirujano no era tal y la joven fugitiva era la hija de un diplomático de Kuwait en los EE.UU. Los dos habían ensayado durante dias sus «informes testimoniales», y solamente para ese fin habían recibido antes lecciones de inglés.

Contrariamente a las historias espeluznantes de la Primera Guerra Mundial y éstas de la guerra del Golfo, las de la Segunda Guerra Mundial siguen cursando hasta el día de hoy, puesto que involucran inmensos intereses politicos y financieros.

En 1942 comenzaron a difundirse informes sobre el exterminio de judíos en diarios controlados por sionistas -- como el New York Times -- que se originaron con toda probabilidad en el Congreso Mundial Judío. El fin principal de esta propaganda de atrocidades era, sin duda, hacer ver tanto a los gobiernos como a la población de los estados aliados la necesidad de un territorio nacional propio para el pueblo judío.

En su libro The Hoax of the Twentieth Century el autor, Arthur Butz, estudia la génesis del engaño del siglo. Además de las cámaras de gas, en las columnas del diario New York Times se fantaseaba sobre todos los métodos de asesinato imaginarios habidos y por haber. El 30 de junio de 1942 informaron sobre una «casa de fusilamientos», donde se fusilaba a mil judíos por dia y, el 7 de febrere de 1943, de «estacciones de intoxicación de sangre» en la Polonla ocupada. Pero mientras que la casa de fusilamientos y las estaciones de intoxicación de sangre pasaron a la trastienda de la historia ya antes de finalizar la guerra, las celdas de ejecución por vapor tuvieron mayor éxito, todavia aparecieron durante el juicio de Nuremberg. Allí, el día 14 de diciembre de 1945, se asentó en el acta lo siguiente:

Exactamente 75 dias más tarde, el Alto Tribunal ya se había olvidado de las cámaras de vapor: ahora de repente se hablaba de las,

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cámaras de gas de Treblinka. Quiere decir que isólo después de terminada la guerra se convino la fórmula oficial de la leyenda!


23. Las fosas con llamas del señor Elie Wiesel

En Legends of Our Time (New York, 1968, p. 177 y sgs.), Elie Wiesel escribió:

Este Elie Wiesel recibió en 1986 el premio Nobel de la paz, entre otros a pedido de 83 diputados del Parlamento de la República Federal de Alemania. La concesión del premio, según los parlamentarios, daría mucho aliento a todos aquéllos que se juegan activamente por el proceso de reconciliación.

Aquí transluce la transición sin fisuras en la política alemana del nacional-socialismo al nacional- masoquismo.

Wiesel, nacido en 1928, había estado internado en Auschwitz desde abril de 1944 hasta enero de 1945. En su «Informe de vivencias» La Nuit, no menciona las cámaras de gas ni una vez (cuidado: En la versión alemana, Die Nacht zu begraben, Elischa («Para enterrar la noche, Elisha»), falsificada en forma alevosa por la editorial Ullstein y el traductor Curt Meyer-Clason, aparecen de golpe las cámaras de gas; cada vez que el original hablaba de «crématoire», Meyer-Clason lo traduce por «cámara de gas»). Esto significa que Wiesel no ha visto las cámaras de gas, ni ha oido hablar de ellas, puesto que de lo contrario las habría mencionado.

En lugar de las cámaras de gas, Wiesel vio lo que nadie más que él vio:

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Pero, afortunadamente, ese vegetar durante horas en las llamas le fue ahorrado a Elie Wiesel, sin tener que saltar a las alambradas eléctricas, puesto que:

Hemos visto que aún después de la guerra circulaban en la propaganda, además de las cámaras de gas, varios otros métodos de matanza. Una de ellas era la incineración en cuerpo vivo. Esta variante del mito del exterminio se mantuve en los círculos judíos hasta alrededor de 1960. Pero Elie Wiesel cometió en sus «Informes testimoniales» un grueso error: al presentar, en lugar del absurdo de las cámaras de gas, aquella otra de las fossas en llamas. Según opina Robert Faurisson, debió elegir entre varias mentiras de propaganda aliada, y eligió la equivocada.


24. Belzec, el campo de exterminio fantasma

El campo de Polonia oriental Belzec (no confundir con Bergen-Belsen) era, de acuerdo con las publicaciones históricas ortodoxas, el tercer campo más grande de exterminio; se habla de que allí se gasearon 600.000 judíos.

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La historia de Belzec es una miniversión de la mentira del holocausto en general, y por eso se la describe a continuación en forma bastante detallada.

Belzec se fundó en marzo del 1942. Servia de campo de tránsito para judíos radicados en Rusia. Muy pronto después de la inauguración del campamento se originaron rumores sobre matanzas masivas practicadas allí. El revisionista italiano Carlo Mattogno investiga estos rumores en su publicación sobre el mito del exterminio de los jud í os. (The Myth of the Extermination of the Jews, 1a parte -. n el Journal of Historical Rewiew, Volumen 8, N·2 2, verano de 1988. -- 2a parte en Volumen 8, N· 3 , otoño de 1988, de la misma revista.)

Variante 1: A los judíos se los conducia a un galpón, donde deb í an pararse sobre una placa metálica: a través de ésta se enviaba luego una corriente eléctrica mortal (divulgado en diciembre de 1942 por la revista polaca en el exilio Polish Fortnightly Review).

Variante 2: A los judíos se los fusilaba masivamente, los sobrevivientes eran gaseados o asesinados con corriente (declaración del Comité Interaliado de Informaciones, del 19 de diciembre de 1942).

Variante 3: Mataban a los judíos en un horno eléctrico mediante calor. Esta historia edificante se la debemos a Abraham Silberschein (Die Judenausrottung in Polen ["El exterminio de los judíos en Polonia"], 1944).

La variante 4 es relatada por el Dr. phil. Stefan Szende en su libro Der letzte Jude aus Polen -- «El último judío de Polonia» -- (Editorial Europa Zürich/New York, 1945, p. 290 y sgtes.):

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Variante 5: Los judíos eran asesinados en una ducha eléctrica, y luego transformados en jabón. Esta versión es original de Simon Wiesenthal. Wiesenthal no alcanza, ni de lejos, la inspirada vena poética del Dr. phil. Stefan Szende, de manera que su relato del molino humano de Belzec queda muy por debajo de la descripción de Szende:

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Según Simon Wiesenthal, los cadáveres de los asesinados no se «quemaban en un horno crematorio, incandescente, hasta convertirse en cenizas» como nos quiere hacer creer el Dr. phil. Stefan Szende; no, los verdugos preveían en este caso una utilización mucho más macabra. Confeccionaban de ellos jabón, de la marca RIF, «Rein jüdisches Fett» («grasa pura judía») [Observación: RIF significaba «Reichsstelle für industrielle Fettversorgung» o sea «Departamento para aprovisionamiento de grasa industrial»]:

Variante seis: Los judíos eran ase sinados con cal viva. El responsable de esta historia es el polaco no-judío Jan Karski, autor del libro Story of Secret State, publicado en 1944, que contenía el párrafo siguiente (citamos según R. Faurisson, Réponse á Pierre Vidal-Naquet, 1982, págs. 43-44):

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ma». A los ocupantes del tren se les iba «carcomiendo» lentamente la carne de los huesos... El atardecer comenzaba cuando se habían llenado los 45 vagones (yo los había contado). El tren, con su carga torturada de carne humana, basculaba y resonaba de los aullidos desgarradores.

Variante siete: Se mataba a los judíos con Zyklon B que se introducía mediante un sistema de cañerías en las duchas. Esta versión fue la adoptada por un tribunal alemán en el proceso de Belzec, en 1965, y en consecuencia también por Adalbert Rückerl, antiguo jefe de la central de Ludwigsburg para el esclarecimiento de crímenes nazis, en su libro Nationalsozialistische Vernichtungslager im Spiegel deutscher Strafprozesse (["Campos de exterminio nazi, a través de los juicios penales alemanes"], dtv, 1977, p. 133). Pero, así lo aclaran el tribunal y el señor Rückerl, a las pocas semanas habrían pasado a usar gases de combustión de motores. Por lo visto, los tontos miembros de las SS necesitaron varias semanas para darse cuenta de que el granulado de Zyklon B de ninguna manera podía introducirse en un sistema de cañerías. En otros campos, según los chamanes del holocausto, las SS siguieron el camino inverso, cambiando de los gases de combustión a Zyklon B.

Variante 8: Los judíos eran asesinados con gases de escape de motores Diesel. Citamos a continuación un extracto del informe Gerstein que, junto con la confesión de Höss, se considera como la prueba más importante del holocausto. El oficial del cuerpo sanitario Kurt Gerstein cayó prisionero de guerra de los franceses y, antes de su (supuesto) suicidio en julio de 1945, rindió allí su confesión, mejor dicho, sus seis confésiones, puesto que del informe Gerstein existen no menos de seis versiones, que en parte difieren sustancialmente una de otra, tal como lo demostró el francés Henri Roques en su tesis de doctorado. Según sus seis confesiones, Gerstein visitó Belzec y Treblinka en el mes de agosto de 1942. Según él, se gasearon 25 millones de seres humanos. En Belzec se abarrotaban entre 700 y 800 personas en una cámara de gas de 25 ml, vale decir de 28 a 32 personas en un metro cuadrado (¡este dislate lo habría manifestado un hombre que era ingeniero!). Observaciones sobre montañas de ropa de 35 a 40 m de altura complementan debidamente esta confesión que resulta al menos tan creíble como los testimonios

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de las brujas medievales sobre sus licenciosas orgias con el mismísimo diablo, pero que no faltan casi en ningún libro escolar o de historia. Aquí va, pues, un extracto de una de las 6 confesiones (André Chelain, Faut-il fusiller Henri Roques?, Polémiques, Ogmios Diffusion, 1986, p. 345 y sgs. El libro de Chelain contiene el texto completo de la disertación de Roques Les confessions de Kurt Gerstein).

¿Cuál de las ocho variantes es la correcta? se pregunta, confundido, el observador en busca de la verdad. ¡Es imposible que todas sean verídicas!

Una visita al antiguo campo Belzec no ayuda, puesto que allí sólo se encontrará campo abierto y nada más.

Ahora bien, la ciencia histórica ha decidido que la versión correcta es la octava. ¡El informe Gerstein ganó! Los «historiadores» podían elegir entre ocho historias idiotas y se decidieron por Gerstein, por razones inexplicables. La necedad del informe Gerstein ya se revela sólo por el hecho de que ninguna persona podría tener

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la idea de cometer asesinatos en masa con un motor Diesel, puesto que los gases de combustión de este tipo de motor contienen muy poco del gas venenoso CO (monóxido de carbono). Los encerrados en la cámara mortuoria, abarrotada, hubieran muerto seguramente por falta de oxigeno antes de actuar el gas CO, y entonces los nazis podrían haberse ahorrado el motor Diesel. Cualquier motor naftero hubiera servido mejor como instrumento de asesinato que un motor Diesel. En realidad, si los alemanes hubieran querido realmente gasear personas humanas en masa, habrían usado uno de los gases altamente tóxicos que producia su industria, y no un motor.

¿Cuáles son entonces las pruebas para el asesinato de 600.000 judíos en Belzez?

No poseemos ni un solo documento alemán sobre esto -- es que los nazis daban sus órdenes de asesinato sólo verbalmente.

No se encontraron fosas comunes -- es que los nazis cremaban los cadáveres.

También la ceniza de los 600.000 asesinados desapareció -- es que los nazis dispersaron las cenizas.

De las cámaras de gas no quedó ni una piedrita -- es que los nazis hicieron volar las cámaras de gas y eliminaron los escombros.

En la estadística de Arolsen, en la cual figura por ejemplo el KZ Neuengamme con exactamente 5.780 casos probados de muerte, falta completamente Belzec -- es que los muertos no se registraban en ninguna parte.

Tampoco hay testigos oculares sobrevivientes -- es que uno solo de los 600.000 judíos ingresados al campo habría sobrevivido, un tal Rudolf Reder, y ese murió en algún momento de la década de los 60.

¿Qué pruebas hay entonces para el asesinato de 600.000 judíos en Belzec?

¡ninguna! ¡ni una sola!

25. El absurdo de Treblinka

Según los exterminacionistas, Treblinka fue, en cuanto a su tamaño, el segundo de los campos de exterminio, ubicado a 80 Km. al este de Varsovia. Tampoco en ese lugar ha quedado rastro alguno

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de los asesinados (según el estado actual de la investigacion historica, 800.000; en 1946 se hablaba de hasta tres millones).

En realidad, Treblinka era, al igual que Sobibor y Belzec, un campamento de tránsito. Después del sangriento sofocamiento del levantamiento del gueto de Varsovia, en la primavera de 1943, los sobrevivientes fueron enviados, en parte por vía Treblinka, a guetos o campos de trabajo.

Según el libro de Adalbert Rückerl sobre los «campos de exterminio» había en Treblinka un total de 35 a 40 hombres de las SS. ¡Cómo podían estos 35 a 40 hombres gasear diariamente a varios miles de judíos? ¡Porque eran secundados por un grupo de 500 a 1.000 judíos obreros (Rückerl, p. 212)! Estos judíos obreros iban equipados con látigos, a los fines de afianzar su autoridad. Sabían perfectamente que, tarde o temprano, serían gaseados ellos mismos, pero nunca les vino la idea de arremeter con sus látigos contra los 35 a 40 hombres de las SS, sino, al contrario,¡les ayudaban a éstos en el asesinato masivo de hasta 10.000 correligionarios suyos por dia! Y las víctimas también oooperaban en forma increíble: marchaban, según el relato del acusado Suchomel durante el proceso de Treblinka en la ciudad de Düsseldorf, «desnudos y ordenadamente a la cámara de gas» (FrankfurterAlIgemeine Zeitung, 2 de abril de 1965).

La película Shoa de Claude Lanzmann, de nueve horas y media de duración, como así también el libro con el mismo título, que contiene todo el texto de las conversaciones del film, es según el texto de cubierta del libro y «según la opinión unánimemente aceptada... la documentación más exigente, mas escrupulosa y sin par sobre el exterminio de los judíos en el Tercer Reich». Citaremos solamente un corto extracto de la conversación entre el director artistico y el barbero de Treblinka, Abraham Bomba (Shoa, dtv, 1988, p. 154 y sgtes.).

Vale decir que: en la cámara de gas de cuatro metros de largo por cuatro metros de ancho se encontraban entonces 17 o 18 peluqueros (16 a 17, más el propio Bomba), 60 o 70 mujeres desnudas, además bancos -- ¿ no habrán estado algo apretados en ese local?

Si éste es el documento «más exigente y más escrupuloso sobre el exterminio de los judíos», ¡cómo será la calidad del material probatorio restante!

En agosto de 1992, la Polish Historical Society (91 Strawberry Hill Avenue, Suite 1038, Stamford, CT 06902, USA), una asociación de ciudadanos norteamericanos, mayoritariamente de origen polaco e interesados en historia, publicó una documentación muy copiosa que invierte la imagen del «campo de exterminio» Treblinka en forma radical. He aquí algunos puntos:

a) Poco después de la instalación del campamento de tránsito Treblinka II, en julio de 1942 (a fines de 1941 se había inaugurado a 3 km de distancia el campo de trabajo Treblinka I) comenzó la propaganda sobre el exterminio. Aparte de asesinatos en masa mediante gases de escape de motores Diesel, aparecieron durante la guerra y aún después los siguientes métodos de ejecucion en la propaganda: Gasear con Zyklon B; quemar mediante vapor caliente; asfixiar mediante extracción del aire con bombas de vacío; ejecutar con corriente eléctrica; fusilar con carabinas; ejecutar con ametralladoras.

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b) Las masacres con gases de escape Diesel, que fueron aceptadas finalmente por los «historiadores», son prácticamente imposibles desde el punto de vista técnico. La Society hace refèrencia a que en 1988, en Washington, quedó detenido dentro de un túnel un tren accionado por locomotora Diesel. A pesar de que el túnel se llenó rápidamente de vapor y hasta el socorro pasaron 40 minutos, ninguno de los 420 pasajeros sufrió daño alguno.

c) Treblinka II estaba ubicado a 240 m de un ramal importante del ferrocarril, a 270 m de una gran carretera y a 800 m de la proxima aldea. No se hubiera podido mantener en secreto a asesinatos en masa ni siquiera por una semana... En abril de 1943, el gobierno polaco en exilio localizó el «campo de exterminio» 40 km más al norte dentro de una zona boscosa, llamada «Treblinka III», abandonando más tarde esta versión sin comentario alguno.

d) Ex-prisioneros de Treblinka han dibujado unos 40 planos del campamento, que se contradicen en todos sus puntos en forma flagrante. En estos planos, las «cámaras de gas» se ubicaban ora en un sector, ora en otro.

e) También Udo Walendy menciona en el excelente número 44 de sus Historische Tatsachen («Hechos históricos») que el Ejército Rojo demolió totalmente Treblinka II mediante bombas y munición de artillería, para luego poder aseverar que los nazis habían borrado todas las huellas de sus atrocidades.

f) Al igual que Auschwitz, Treblinka fue fotografiado por aviones aliados de reconocimiento. En tomas aéreas de buena calidad es posible reconocer los lugares donde hubo excavaciones, hasta siglos más tarde: de esta manera se hicieron posibles valiosos hallazgos arqueológicos. Las tomas de Treblinka II muestran una única fosa comun de 66 x 5 m (y según fotografías realizadas después de 1944 por una comisión soviético-judía, de 3 m de profundidad), que podía dar cabida a un máximo de 4.000 cadáveres. Como casi un millón de judíos pasaron en tránsito por Treblinka, y como las condiciones de transporte eran a menudo inhumanas, se infiere que el número de 4.000 víctimas está dentro de lo posible. Los alemanes exhumaban e incineraban los cadáveres a partir de abril de 1943, ya que en el evento de una crecida del rio Bug habría existido el peligro de epidemias.

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Esta documenlación, revisionista en un ciento por ciento, ha si do elaborada por polacos norteamericanos, cuyo pais de origen había sufrido en forma gravísima bajo los nacionalsocialistas. Para ellos, al igual que para un número creciente de investigadores en la misma Polonia, se trata de establecer la verdad histórica por sobre la continuación de la propaganda bélica contra el enemigo de ayer. ¿Son por ello nazis?


26. Las cámaras de gas de Majdanek: de cero a siete

Uno de los seis campos de exterminio era Majdanek, es decir, por un lado era un campo de exterminio; por el otro, no lo era; pero, al final, a pesar de todo, probable si no seguramente, si lo era.

¿Cuántas personas murieron en Maidanek?
-- 1,5 millones, según una comisión polaco-soviética (1944).

-- 1,38 millones, según Lucy Dawidowicz (The War Against the Jews, Penguin Books, 1987, p. 191).

-- 360.000, según Lea Rosh y Eberhard Jäckel (Der Tod ist ein Meister aus Deutschland ["La muerte es un maestro de Alemania"], Hoffmann und Campe, 1991, p. 217).

-- 250.000, según Wolfgang Scheffler (Judenverfolgung im Dritten Reich, ["Persecución de los judíos en el Tercer Reich"], Colloquium Verlag, 1964, p. 40).

-- 50.000, según Raul Hilberg, (p. 956); sin embargo, Hilberg sólo habla de victimas judías.

¿Cuántas cámaras de gas había en Majdanek?

-- Cero, según la famosa carta de Martin Broszat, al periódico «Die Zeit», del 19 de agosto de 1960; allí, Majdanek no figura en el listado de campos equipados con cámaras de gas.

-- Siete, según el periódico Deutsche Volkszeitung, del 22 de julio de 1976.

-- Igualmente siete, según la emisión de televisión alemana ARD-Tagesschau del 5 de octubre de 1977: «Según documentos de las SS se desprende que aqui, en las siete cámaras de gas... »

-- «Como minimo tres», según la sentencia en el juicio, de Majdanek en Düsseldorf.

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Según el informe de la comisión polaco-soviética de 1944, se gasearon en Majdanek, el 3 de noviembre de 1943, 18.000 personas al compás de un vals de Strauss. Después de que la imposibilidad técnica de este cuento resultara demasiado evidente, modificaron el gaseo masivo a un fusilamiento masivo. Y Rolf Hochhuth, en su libro Der Stellvertreter («El suplente»), contribuye grandemente a objetivizar la controversia del holocausto, disminuyendo la cantidad de los fusilados de aquel día de 18.000 a 17.000.

¡Todo un absurdo, otro absurdo y nada más que un absurdo -- como todo el cuento del holocausto!

27. Las cámaras de gas en el territorio del Reich

En los primeros años de posguerra se consideraba como dado que casi todos los KZ disponían de una o varias cámaras de gas. He aquí un «testimonio ocular» sobre las cámaras de gas de Buchenwald (Abbé Georges Hénocque, Les Antres de la bête, G. Durassie et Cie., París, 1947, citado según R. Faurisson Mémoire en défense, 1980, p. 192 y sgs.):

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en forma rigurosamente cientifica. El mismísimo diablo no lo podía haber inventado mejor. De nuevo entré a la cámara de gas, para cerciorarme dónde se encontraba el crematorio.

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Aparte de semejantes «testimonios oculares», había también pruebas limpidas, en forma de confesiones de los autores del delito. El comandante Suhren, de Ravensbrück, su suplente Schwarzhuber y el médico del campamento Treite fueron ejecutados o se suicidaron, una vez que habían confesado la existencia de la cámara de gas de Ravensbrück y habían descrito vagamente su funcionamiento. Y Franz Ziereis, comandante de Mauthausen, confesó antes de morir (había sido herido por tres tiros), lo inconcebible que había sucedido cerca de la ciudad de Linz en el castillo Hartheim: ¡En aquel castillo del terror habían sido gaseados entre 1 y 1,5 millones de seres humanos!

Pero resulta que ya hace décadas difícilmente encontramos un historiador sosteniendo que existieran cámaras de gas en el castillo de Hartheim, en Ravensbrück, en Buchenwald y en Dachau. El acta de defunción para todas estas cámaras de gas se publicó el 19.8.1960, cuando el entonces colaborador y posterior director del «Instituto de historia contemporánea» de Munich, Martin Broszat, escribió en una carta al periódico Die Zeit:

De esa mariera, el que más tarde fue considerado el papa de los historiadores admitía en pocas palabras que todo lo dicho desde

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1945 sobre las cámaras de gas del antiguo Reich no había sido más que mentiras y engaños. (Bajo «antiguo Reich» se entiende el territorio del Reich alemán situado entre las fronteras de 1937). Broszat no facilitó ni la más mínima prueba para fundamentar sus afirmaciones, ni en su carta ni más adelante; tampoco explicó por qué las declaraciones testimoniales sobre gaseo en Auschwitz y Sobibor serían más fehacientes que aquéllas sobre gaseos en Dachau y Buchenwald.

Lo que movió al «Instituto de historia contemporanea» a este proceder no era el amor a la verdad ni mucho menos. Era simplemente el imperativo del momento, puesto que hasta el año 1960 surgieron tantas dudas sobre las cámaras de gas en el territorio del antiguo Reich que amenazaba derrumbarse toda la historia del holocausto. Por ese motivo, los «historiadores» de la central de falsificación de la historia que se hace llamar «Instituto de historia contemporánea» decidieron expulsar sin más ni más las cámaras de la muerte a Polonia, territorio ocupado por los soviéticos y cerrado ante observadores molestos.

Ya en 1948, una comisión investigadora norteamericana, bajo la dirección de los jueces Simpson y Van Roden, había confirmado cómo se pudieron obtener las confésiones sobre las cámaras de gas en el territorio del antiguo Reich: Por medio de azotes, machacamiento de testículos, rotura de los dientes a golpes, etc. Muchos de los acusados fueron ejecutados en razón de las confesiones extorsionadas mediante la tortura.


28. Origen de la mentira de Auschwitz

En el diario New York Times del 27.8.43 se decía de Auschwitz lo siguiente:

Lo asombroso es que la cifra indicada era más bien demasiado baja, y la referencia a las duras condiciones de trabajo era más que correcta. Sin embargo y por las razones ya antes mencionadas, era

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cosa imposible que los aliados no supieran durante dos años lo que pasaba en el KZ alemán más grande. Sólo en el penúltimo año de guerra se plasmó la leyenda en forma concreta.

En su libro The Hoax of the Twentieth Century, Arthur Butz describió en forma magistral cómo comenzó la propaganda sobre Auschwitz en la primavera de 1944 con informes sobre el gaseo de 400.000 judíos húngaros en Birkenau, y cómo se «probó» más tarde aquel asesinato masivo mediante documentos falsificados.

El hecho de que los inventores de la mentira de las cámaras de gas hayan colocado a Auschwitz en el centro de su propaganda, era lógico. Era el campo más importante de todos. Registraba periódicamente -- a raiz de las epidemias de tifus exantemático -- porcentajes elevados de defunciones y estaba dotado de crematorios. Además, a Birkenau le incumbía el papel de campo de tránsito para los judíos que eran reasentados en el este. Era un inmenso complejo de KZ, con altas tasas de mortalidad y con un enorme consumo de un veneno conteniendo ácido cianhidrico (el Zyklon B también era provisto a los aproximadamente 40 campos satélites). Miles de deportados judíos que llegaban a Birkenau, y que poco tiempo después desaparecían, aparentemente sin dejar rastros, además la selección separando aptos y no aptos para trabajar -- todo esto, en conjunto, daba condiciones previas tan ideales que los mitólogos del holocausto no podrían haber deseado nada mejor.

El 27 de enero de 1945 fue liberado Auschwitz. Ya el 2 de febrero apareció en el diario Pravda un largo informe sobre las atrocidades bestiales allí consumadas, en el cual se decia entre otros:

Ningún historiador afirmó jamás que hayan existido cámaras de gas en la parte este del campamento (o sea en Monowitz), y del

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sistema de cintas transportadoras para la ejecución de seres humanos con corriente eléctrica nunca más se escuchó hablar. ¡El artículo del Pravda no decía ni una palabra de las cámaras de gas de Birkenau, en la parte oeste del complejo de Auschwitz! Esto demuestra que en aquella época, el fraude aún no estaba suficientemente coordinado, los soviéticos sabían de las potencias occidentales que tenían que hallar en Auschwitz las pruebas de un asesinato en masa, millonario, pero sus aliados no les habían suministrado los detalles. Después de la liberación, el campamento fue completamente cerrado; al principio, sólo se admitió el ingreso a unos pocos observadores occidentales escogidos. La razón de esto se fundaba en que los comunistas polacos y soviéticos necesitaban cierto tiempo para instalar su museo del horror. Lo que de allí resultó corresponde más o menos al estándar que caracteriza el éxito del comunismo, sin parangón en la historia mundial: Cámaras de gas que jamás podrían haber funcionado; fésas para incineración de sólo 60 cm. de profundidad y que, no obstante, están permanentemente inundadas por el elevado nivel de la capa freática; enormes cantidades de cabello femenino que es, en su totalidad, de un mismo color, y donde se trata ostensiblemente de cáñamo.

Al terminar la guerra, los británicos buscaron febrilmente a Rudolf Höss, quien se convertiría luego en el testigo principal del mas grande crimen de todos los tiempos. Pero Höss desapareció viviendo bajo el nombre de Franz Lang en una granja en el campo en el estado de Schleswig-Holstein. Finalmente, en marzo de 1946 lo halló una patrulla inglesa. En su li bro Legions of Death (Arrow Books Limited, 1983, p. 235 y sgs.) el escritor inglés Rupert Butler relata cómo se obtuvo la confesión de Höss.

Butler se basa en la declaración del sargento judeo-británico Bernard Clarke, quien estuvo a cargo de la detención y del interrogatorio del primer comandante de Auschwitz:

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Ya hace casi medio siglo que el pueblo alemán está bajo la monstruosa acusación de haber condenado a muerte a los judíos en forma colectiva y, en tanto fue posible apoderarse de ellos, haberlos aniquilado mediante asesinato masivo a sangre fría. La base para esta acusación es una confesión forzada bajo tortura.

Los mozos de verdugo, empero, sufrieron algunos deslices desagradables. Inventaron un campo de exterminio «Wolzek», o permitieron que Höss lo inventara, y obligaron a Höss a confesar que ya visitó en junio de 1941 el campo de Treblinka, que fue instalado sólo 13 meses más tarde.

Luego de su confesión testimonial en Nuremberg, Höss fue extraditado a Polonia. En la prisión de Cracovia redactó su autobiografia, que a grandes rasgos podría ser cierta, y sus notas sobre el exterminio de judíos en Auschwitz. Ahora bien, lo que jamás se sabrá es si los inauditos excesos que Höss relatá en su descripción del proceso de gaseo e incineración son producto de la fantasia de sus guardianes, o si describió imposibilidades técnicas en sabia prevención de que serían descubiertas en el futuro.

Si bien Auschwitz ya había sido indicado en Nuremberg como el centro de exterminio de judíos, hasta cerca de 1960 se hablaba más bien de Dachau y sus cámaras de gas. Pero a la larga no se pudo mantener la mentira de las cámaras de gas sitas en territorio del antiguo Reich alemán, ya que las pruebas en contra eran aplastantes. Fue por ese motivo que las camarillas de falsificación de la historia decidieron trasladar las cámaras de gas detrás de la cortina de hierro, e intensificaron masivamente la propaganda sobre Auschwitz en sustitución de las cámaras de gas perdidas de Dachau, Buchenwald etc.

Hasta el año 1990, el museo de Auschwitz afirmaba que en su campo habían sido asesinados 4 millones de seres humanos. Sin dar razones y de golpe redujo luego esta cifra a «algo más de un millon»,

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admitiendo de esta manera haber mentido durante casi medio siglo. Por supuesto que para esta nueva cifra existen tan pocas pruebas como para la anterior; solamente se sustituyó un disparate por otro, ahora algo menos grosero.


29. Citas de Hitler como «prueba» del holocausto

A falta de otras pruebas del asesinato de millones de judíos, los exterministas repiten citas de Hitler y otros jerarcas nazis que amenazaron a los judíos con el exterminio. En el último capítulo del tomo II de Mein Kampf («Mi lucha») por ejemplo se lee lo siguiente:

¡Amenaza ominsa, por cierto! Pero tanto el contexto en que está este pasaje cuanto. la cifra de 12.000 a 15.000 a eliminar no expresa que Hitler deseaba el exterminio de la totalidad de los judíos, sino sólo la liquidación de los cabecillas marxistas (de hecho, a menudo judaicos) que, en su opinión, habían causado la derrota de Alemania en la Primera Guerra Mundial («Dolchstoss-Legende») (Leyenda del apuñalamiento por la espalda, N. d. T).

En casi ningún libro de historia falta la mención del discurso de Hitler del 30 de enero de 1939, donde el dictador declaró:

Sin duda alguna, ésta es una clara amenaza de aniquilación. Pero no debemos perder de vista que, para el movimiento nazi, que desde el vamos debió imponerse contra la extrema izquierda en combates callejeros y en recintos cerrados, un lenguaje combativo siempre había sido tipico. Palabras como «destruir» o «aniquilar» eran de

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uso fácil para los nacionalsocialistas. Existe también abundancia de citas análogas de parte de los aliados: así, Churchill dijo el día de la declaración de guerra de Gran Bretaña que el objetivo de la guerra era «la aniquilación de Alemania». A nadie se le ocurriría imputar a Churchill que tenía intencian de exterminar fisicamente el pueblo alemán. Durante la guerra, tales lemas truculentos son de uso frecuente.

Al interpretar los exterministas citas por el estilo como prueba del holocausto, se enredan en una contradicción absolutamente insoluble. Si se les pregunta por qué no existen documentos sobre el genocidio, ni fosas comunes con victimas del holocausto, entonces contestan que los alemanes querian ocultar el crimen ante el mundo y así, por un lado, no confeccionaron documentos y, por el otro, eliminaron todos los cadáveres de sus victimas. ¡Pero según los mismos exterministas, los jerarcas nazis habrían pregonado sin empacho al mundo entero sus intenciones de genocidio!


30. El juicio de Nuremberg

Ya que para el holocausto no existen pruebas -- ni documentos, ni cadáveres, ni armas del delito, nada de nada - y puesto que las citas de Hitler por sí solas con formarían una base demasiado endeble para una acusación de semejante peso, los vencedores, y mas tarde sus títeres alemanes, encargaron después de terminada la guerra a los tribunales de producir las pruebas para el espejismo de un genocidio millonario en cámaras de gas del cual no han quedado los más minimos rastros.

La finalidad del juicio de Nuremberg era fijar como hechos históricos los crimenes, únicos en la historia mundial, y supuestamente cometidos por los alemanes.

Si bien ni las potencias occidentales vacilaban en aplicar torturas fisicas oportunamente (véase el caso de Rudolf Höss y de la tropa de vigilancia de Dachau), se empleaba en la mayoría de los casos una táctica más sutil. Aun considerándose el holocausto como un hecho firme e inamovible, bien podía discutirse con los fiscales acerca de la culpabilidad individual de uno u otro de los acusados que desde el principio carecían de toda posibilidad de salvarse.

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Así fue como una figura tan importante como el ministro de armamentos Albert Speer pudo salvarse de la horca, admitiendo el holocausto y confesando su comp!icidad moral. En los juicios posteriores contra los nazis de segunda línea, los acusados aplicaron a menudo y con éxito la táctica de responsabilizar de todas las culpas a sus superiores muertos o desaparecidos.

Según el párrafo 19 del Estatuto de Londres, creado por los aliados en agosto de 1945 y que sirvio de base para el juicio de Nuremberg, el tribunal no estaba sujeto a reglas de evidencia: era admitido todo medio de prueba que para el tribunal parecía tener mérito probatorio. El tribunal estaba autorizado a aceptar material comprometedor sin verificar previamente su fiabilidad y, a su vez, rechazar material exculpatorio sin necesidad de fundamentarlo. En otras palabras: Se podían falsificar piezas de acusación a discreción y de la misma mariera suprimir hechos justificatorios.

Además, el artículo 21 del Estatuto decía que el tribunal no debía solicitar ninguna prueba para «hechos históricos reconocidos universalmente», sino sólo tomar conocimiento de éstos de oficio. Qué constitufa un «hecho histórico reconocido universalmente» era decidido por el mismo tribunal. A raíz de ello, la culpabilidad de los acusados estaba predeterminada, puesto que tanto el holocausto como los demás delitos que les eran imputados eran "hechos históricos reconocidos universalmente". En estas condiciones pudo obviarse la fatigosa tarea de probanza.

A quien no haya leído los documentos de Nuremberg le podrá parecer humanamente imposible cuán monstruosos eran los cargos demenciales alegados por los vencedores contra los vencidos. He aquí tan sólo dos ejemplos de las cosas asombrosas que se les reprochaban a los alemanes en Nuremberg. La primera se origina del lado americano, la segunda del soviético.

Contrariamente a la opinión pública corriente, los alemanes ya disponían bajo Hitler de la bomba atómica, pero casualmente no la aplicaron para combatir a los aliados, sino solamente para asesinar a judíos, tal como se desprende del siguiente diálogo entre el fiscal de los EE.UU. Jackson y Albert Speer:

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Según los acusadores soviéticos, los alemanes asesinaron en el KZ Sachsenhausen no menos de 840.000 prisioneros de guerra rusos de la manera siguiente:

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Los cadáveres de los 840.000 prisioneros de guerra así asesinadas se incineraron -- según la acusación -- en cuatro crematorios móviles, que se habían montado sobre un acoplado de camión. Lamentablemente, ni las máquinas a pedal de destrucción de cráneos, ni los crematorios móviles, de los cual es cada uno tenía capacidad para incinerar 210.000 cadáveres en tiempo reducidísimo, ni tampoco ninguna de las otras innumerables maravillas de la tecnología fascista descriptas en Nuremberg fueron presentadas como cuerpo del delito ante el tribunal. Pero en su lugar había una gran abundancia de declaraciones escritas de testigos oculares bajo juramento. Para confeccionar esas declaraciones, sólo se necesitaban algunas máquinas de escribir y mucho, mucho papel.

31. Los procesos en Alemania Occidental relacionados con los campos de concentración

En un primer momento parece muy difícil de comprender que el gobierno alemán siga procesando a «criminales nazis». Las razones por las cuales aún lo hace, son las siguientes:

Así como las estructuras políticas de la DDR (República Democrática Alemana) fueron establecidas por las fuerzas de ocupación soviéticas, sus símiles en la RFA (República Federal de Alemania) fueron formadas bajo el control de los ocupantes occidentales, en primer lugar de los EE.UU. Lógicamente, los norteamericanos tuvieron cuidado de que en el semiestado alemán apadrinado por ellos, ningún puesto prominente fuese ocupado por nadie que -- en cuanto a los puntos principales -- se apartase de las pautas que ellos establecieran. Más adelante, el establishment politico se reprodujo por sí mismo. Es ésta una tendencia general, propia de estructuras jerárquicas: tampoco llegará ningún librepensador o ateo declarado a cardenal de la Iglesia católica romana.

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Nuestra premisa es que los cancilleres de Alemania occidental desde Adenauer hasta Schmidt creyeron en el holocausto, al menos a grandes rasgos, y aun de no ser así habrían tenido buen cuidado de no manifestar sus dudas abiertamente. Durante la guerra fría, la RFA dependía de la protección de los EE.UU. contra la amenaza soviética. Si los gobernantes en Bonn hubiesen dudado abiertamente del holocausto o desistido de llevar a cabo «juicios contra criminales de guerra», la prensa norteamericana, controlada en su mayor parte por sionistas, habría reaccionado con un fuego nutrido antialemán, envenenando las relaciones entre Bonn y Washington. (Basta con recordar de qué manera los sionistas denigraron durante años y años a Kurt Waldheim por crímenes de guerra, en verdad inventados libremente. Por mero temor a ser acusado de «antisemita», ningún estadista occidental se atrevió a encontrarse con Waldheim, hasta que el checo Vaclav Havel -- como persona valiente y decente una excepción entre los políticos -- rompió el hechizo.)

Por un lado, la RFA, al llevar a cabo esos juicios penales, quiso perfilarse ante los EE.UU. como aliado modelo, documentando su depuración democrática y, por el otro, se cumplía una finalidad muy importante en cuanto a la política interna del país. Al probar una y otra vez la brutalidad excepcional del régimen nazi, se legitimaba el sistema democrático y parlamentario, que adolecía del defecto de haber podido ser implantado solamente gracias a la victoria de los aliados. Además, al llevar a clases escolares enteras a las salas de audiencia, se pretendía borrar lodo sentimiento de patriotismo o de autoestima en las nuevas generaciones y crear las bases para la aceptación de la política de Bonn, que preveia una subordinación total a los intereses de los EE.UU. De esta manera, los procesos cumplían uno papel primordial en la «reeducación» del pueblo alemán, además contribuyeron a consolidar el orden de posguerra defendido también por Bonn, basado en dos dogmas: La culpa exclusiva de Alemania por la Segunda Guerra Mundial y la crueldad del régimen nazi sin par en la historia del universo, con su expresión más contundente: el holocausto.

Todo esto indica que la finalidad de los procesos no residía en la dilucidación de culpas individuales, sino que era puramente politica.

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Con esto no se pretende afirmar que todos los inculpados hayan sido inocentes, sin duda alguna hubo entre ellos asesinos y torturadores. Pero la cuestión de cuáI de ellos era culpable y cuál no, carecía de toda importancia. En el fondo nadie se interesaba por las figuras en el banquillo de los acusados: eran intercambiables.

Para demostrar que los procesos penales no seguían los principios de un estado de derecho, tasta con mencionar que en ninguno de ellos se pidió la presentación de un solo peritaje sobre el arma del delito, es decir sobre las cámaras de gas. Tal peritaje habría demostrado la imposibilidad técnica de los gaseos en masa, y todo el holocausto se habría desmoronado como un castillo de naipes.

Como única prueba estaban las declaraciones de testigos. Estos, como ex-prisioneros de KZ, lógicamente sentían odio hacia los acusados, porque las condiciones de vida en un KZ, aun sin cámaras de gas ni asesinatos en masa, fueron en muchos casos harto detestables. En esa situación para los testigos fue irresistible la tentación de acusar a los reos no solamente de atrocidades que podían haber cometido efectivamente, sino además de otras incomparablemente peores. No tenían que temer ni lo más mínimo, ya que ningún testigo en un proceso contra nacionalsocialistas fue acusado jamás de perjurio; ni siquiera Filip Müller, que en el proceso de Auschwitz, en Frankfurt, declaró que un guardia de las SS había arrojado a un niño a la grasa humana hirviente que corría de la hoguera en la que se incineraban los cadáveres de los gaseados. Tampoco aquel otro testigo que contaba que los Kapos corrían carreras de bicicleta en la cámara de gas en los intervalos entre una ejecución y otra; el recinto se habría prestado para este tipo de actividades deportivas, ya que tenía un declive para que la sangre de los gaseados pudiese desagotar libremente.

¿Por qué la mayoría de los acusados admitió o al menos no negó la existencia de las cámaras de gas?

Así como sucedió en el juicio de Nuremberg, en los demás procesos por crimenes nazis llevados a cabo en la RFA, el holocausto se consideró un hecho histórico comprobado que no se discutía. Lo único que se discutía era la participación individual de cada acusado en los asesinatos. Aquel acusado que negaba la existencia de las cámaras de gas y el exterminio de los judíos, se reducía con ello a una

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situación totalmente desesperada y arriesgaba un castigo especialmente duro por «obstinado». Es así como casi todos los acusados, previa consulta con sus abogados, optaron por la táctica de no negar la existencia de las cámaras de gas, sino solamente su propia participación en los gaseos o, cuando los testimonios eran demasiado contundentes, declarar que habían obrado cumpliendo órdenes.

Los acusados dispuestos a cooperar podían esperar castigos leves, por atroces que hubiesen sidos los crímenes que se les imputaban. En el juicio de Belzec de 1965, el único acusado, Josef Oberhauser, fue condenado por su participación en el asesinato de 300.000 personas a la pena ridícula de cuatro años y seis meses de reclusión, que ni tuvo que cumplir completamente. Esta indulgencia se explica por el hecho de que Oberhauser se negó a declarar. Ello significaba que no negaba la acusación, y así la justicia de Alemania Occidental una vez más pudo hacer constar en forma triunfante que los criminales no negaban los asesinatos en masa (Rückerl, p. 83-84). En el proceso de Auschwitz en Frankfurt, el inculpado Robert Mulka, al que le «probaron» vilezas especialmente bestiales, fue condenado a una pena de 14 años, criticada por ser demasiado benigna. Al cabo de tan sólo cuatro meses Mulka fue dejado en libertad «por razones de salud» -- sucede que había jugado el juego de la fiscalía y confesado la existencia de las cámaras de gas. El que no hacía eso, no podía esperar clemencia. Kurt Franz, un acusado en el proceso de Treblinka, pasó casi 33 años entre rejas hasta que -- por sufrir de un cáncer avanzado -- se le concedió la suspensión de la reclusión; en este caso, el reo había negado obstinadamente la imagen oficial de Treblinka. Su coacusado Suchomel, según el cual los judíos «marchaban, desnudos y ordenadamente a la cámara de gas», sólo cumplió cuatro años.

Así se hizo y se hace justicia en el «estado alemán más libre de la historia». Un juez o un fiscal, que en estas circunstancias profesase dudas acerca del holocausto o de las cámaras de gas, sabría perfectamente que su carrera quedaría arruinada sin remedio. Por esta razon, juristas honestos nunca se prestaron para el papel de jueces y de fiscales en juicios de este tipo, sino dejaron que otros cumplan la tarea. Por su parte, los abogados defensores nunca negaron la existencia de las cámaras de gas, sino que se limitaban a poner en tela de juicio la participación de sus clientes en los crímenes.

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Una descripción brillante del tema de los procesos contra nacionalsocialistas se encuentra en el capítulo 4 del Der Auschwitz Mythos («El mito de Auschwitz») de Wilhelm Stäglich; es la parte más importante de un libro desde todo punto de vista excelente. Al final de su obra, Stäglich comenta los resultados del juicio de Auschwitz con las siguientes palabras:


32. Frank Walus e Iván Demjanjuk

En 1974, Simon Wiesenthal descubrió que el ciudadano estadounidense de origen polaco, Frank Walus, había cometido durante la guerra crímenes atroces contra judíos, como ayudante de verdugo de los alemanes. Es así como Walus fue llevado ante la corte. Nada menos que once testigos judíos declararon bajo juramento que Walus había asesinado bestialmente a una anciana, a una mujer joven, a varios niños y a un lisiado. Walus, un obrero jubilado, se endeudó por 60.000 dólares para financiar su defensa. Por último logró hacer llegar documentos desde Alemania que evidenciaron que durante toda la guerra no estuvo nunca en Polonia y que trabajó en una finca bávara, donde se lo recordaba con el nombre de «Franzl». De esta manera, la acusación se derrumbó. Gracias a Wiesenthal, Walus quedó arruinado económicamente, pero quedó en libertad. (Fuente:

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Hans Peter Rullmann, Der Fall Demjanjuk [«El caso Demjanjuk»], Verlag für ganzheitliche Forschung und Kultur, 1987, como así también Mark Weber, Simon Wiesenthal: Bogus Nazi Hunter, en Journal of Historical Review, Volumen IX, N· 4, Invierno 1989-90).

Iván Demjanjuk, un ciudadano norteamericano de origen ucraniano, fue extraditado a Israel con violación de prácticamente todo principio jurídico-legal por parte de las autoridades estadounidenses. Allá se lo llevó ante la corte como el «monstruo de Treblinka.» Ejércitos de testigos, todos bajo juramento, describieron los estragos que «Iván el terrible» causó en Treblinka. Había asesinado con sus propias manos a 800.000 judíos con los gases de escape de un tanque ruso destartalado. Cortó las orejas de judíos para devolvérselas luego en la cámara de gas. Con la bayoneta les cortó pedazos de carne del cuerpo. Con un sable hendió los abdómenes de mujeres encintas antes de que fuesen gaseadas. Con su espada cortó los pechos de mujeres judías en camino a las cámaras de gas. Mató a tiros y a golpes, apuñaló, estranguló, azotó a los judíos hasta la muerte o los dejó morir de hambre lentamente. Demjanjuk fue condenado a muerte.

Interin, las autoridades judíciales israelíes reconocen que el ucraniano probablemente nunca haya estado en Treblinka. Ahora están considerando acusarlo de asesinatos en masa en el campo de Sobibor (la única prueba contra Demjanjuk es una tarjeta de identidad válida para Sobibor, falsificada por la KGB; el papel de este documento contiene, según un análisis llevado a cabo en los EE.UU., un componente de fotoquímica que sólo se usa desde la década de los sesenta). Pero el problema es que Demjanjuk fue identificado por una cohorte de testigos bajo juramento como el "monstruo de Treblinka", siendo así su caso una prueba impresionante del valor que tienen las declaraciones de testigos en juicios de este tipo (Fuente: Rullmann, Der Fall Demjanjuk [«El caso Demjanjuk»]).

33. Las cosas que cuentan los judíos «sobrevivientes del holocausto»

En Evas Geschichte («La historia de Eva», Editorial Wilhelm Heyne, 1991) Eva Schloss, hijastra de Otto Frank, cuenta de qué

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manera su madre escapó de la cámara de gas como por milagro. El párrafo termina can las siguientes palabras:

Pasajes de este tipo se encuentran en innumerables «relatos de sobrevivientes»; las llamas saliendo de las chimeneas de los crematorios forman parte del holocausto. ¡Ojalá llegue el día en que alguien les explique a los sobrevivientes del holocausto que nunca salen llamas de la chimenea de un crematorio!

Una leyenda esspecialmente repugnante, que aparece en muchos de estos relatos, es la de la grasa humana que corre de los cadáveres cuando se los quema y que se aprovecha como combustible adicional. En Sonderbehandlung («Tratamiento especial»), Filip Müller escribe:


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