El antinorteamericanismo no es una expresión de nacionalismo
ni de racismo, ni propugna la exclusión de sus semejantes,
o de un pueblo. Es la lucha contra un sistema, contra una concepción
del hombre y de un modo de vida. Históricamente, este sistema,
nació en el continente que hoy en día trata de imponerlo
a todo el mundo, valiéndose del poder de las oligarquías
políticas, financieras y militares, que dirigen Estados
Unidos. Pueden hacerlo, puesto que cuentan con la complicidad
y el servilismo de los dirigentes de muchos países.
Para ser más claros -sobre todo para aquellos que quieren
confundir antinorteamericanismo y xenofobia- y para quitarle a
la palabra "norteamericano", que designa un modo de
vida y una concepción del mundo, todo lazo geográfico
o étnico con aquellos que nacieron o emigraron a América
del Norte desde 1620 en el "Mayflower", creando un sistema
colonial y racial (según sus orígenes), dominante
y mercantilista (según su historia), designó como
"norteamericano", a todos aquellos que en el mundo quieren
imponer este modelo. La principal característica de éste
es la sumisión de la sociedad a las exigencias de la economía
de mercado y no la economía y el mercado al servicio de
la sociedad.
Margaret Thatcher y Tony Blair, Chirac y Jospin (con el "desvanecimiento
del estado ante el mercado"), Schröder, Solana y tantos
otros del mismo "gang", son tan "norteamericanos"
como Clinton o Madeleine Albright, Kissinger o Brezinzski.
Este es el fundamento de nuestro "antinorteamericanismo":
"está dirigido contra un sistema y sus dirigentes,
y luchar para liberar al pueblo norteamericano, que en su gran
mayoría es como nosotros, víctima del mismo sistema".
Tenemos que combatir la ideología norteamericana en todas
partes. A veces hasta en nosotros mismos, puesto que este sistema,
como lo demostraremos, si finalmente triunfara, nos conduciría
al suicidio planetario, al fin del hombre, es decir, al fin de
la incesante búsqueda del sentido humano y divino de la
vida y de nuestra historia común.
La ideología norteamericana no lleva este nombre en razón
de una supuesta tara propia de un pueblo o de una nación,
sino porque es en ese país donde se encuentra el complejo
militaro-industrial que dirige la política estadounidense
y posee hoy en día, gracias a las dos guerras mundiales,
la máxima riqueza y poderío.
Nuestro análisis tendrá como objeto retrasar su
génesis, las etapas de su desarrollo, el período
actual, las convulsiones de este mundo enfermo que nos conduciría
al precipicio, si no tuviéramos los medios para hacerle
frente.
LOS MITOS FUNDADORES DE LA POLITICA NORTEAMERICANA.
Se llamó "Nuevo Mundo" a las nuevas tierras descubiertas,
porque el colonialismo ignoró y destruyó sistemáticamente
las brillantes civilizaciones que desde hace milenios florecían
en este continente, que habían ya conocido en el hemisferio
Sur, tales destrucciones desde la llegada de Colón, que
el primer sacerdote ordenado en América y que llegó
a ser obispo, Monseñor Bartolomé de Las Casas, escribió
en su libro La Destrucción de las Indias: "la barbarie
vino de Europa".
En el hemisferio Norte, más allá de México,
el colonialismo se introdujo bajo una nueva forma. En 1620, un
grupo de emigrantes calvinistas puritanos que huían de
las persecuciones de Enrique VIII, desembarcaron en Massachusetts
y consideraron que su vocación era la de crear una nueva
tierra "prometida". Esos colonos que llegaron a ser
siglos más tarde los creadores de Estados Unidos, se enraizaron
en un país que no tenía historia y que lo fundaron
sobre un mito: su partida de Inglaterra era un nuevo "éxodo"
bíblico.
América era la "tierra prometida" destinada a
construir el Reino de Dios. Entonces invocaron esta misión
divina para justificar la cacería de indios y el robo de
sus tierras, según el precepto bíblico de Josué
y de sus "exterminaciones sagradas": "Es evidente
-escribe uno de ellos- que Dios incita a los colonos a la guerra...
Los indios como probablemente las tribus de los amalecitas y de
los filisteos que formaron una coalición con otros pueblos
contra Israel". Truman Nelson, "The puritan of Massachusetts:
From Egypt to the Promise Land". (Judaïsm Vol. XVI,
2, 1967)
La "tierra prometida" llegó a ser desde entonces
una tierra conquistada. Esta práctica de expoliaciones
y de matanzas no estaba en contradicción con su concepción
religiosa, puesto que el enriquecimiento como la victoria era
para ellos el signo de la bendición divina.
En su discurso inaugural como presidente de Estados Unidos, al
proclamar la independencia de Inglaterra -Georges Washington,
el padre fundador- formuló la más perfecta definición
de lo que sería el principio director de la política
norteamericana hasta nuestros días: "Ningún
pueblo como Estados Unidos debe agradecer y adorar tanto la mano
invisible que conduce los asuntos de los hombres. Cada paso, que
los hace avanzar en la vía de la independencia nacional,
parece llevar la marca de la intervención providencial"
La "mano invisible" es la expresión inventada
por Adam Smith para coronar su teoría económica:
si cada individuo persigue su propio interés personal,
el interés general se realizará. Una "mano
invisible" realizaría esta armonía.
Washington ve en esta "mano invisible" la intervención
providencial de Dios, al mismo tiempo que la ley fundamental de
la armonía entre los intereses individuales y el interés
general.
Su sucesor John Adams, escribía en 1765: "No ceso
de considerar la fundación de Norteamérica como
una obra de la Providencia, concebida con vista a guiar y emancipar
a la porción de la humanidad que aún está
reducida a la esclavitud". El escritor Herman Melville decía
en el siglo XIX: "Nosotros los norteamericanos, somos un
pueblo particular, un pueblo elegido, el Israel de nuestro tiempo,
llevamos sobre nuestros hombros el arca de las libertades".
("America as a civilization", página 893.)
Es significativo cómo, aún en nuestros días,
se invoca esta profesión de fe. En cada dólar están
impresos juntos, su primer autor, Washington y un lema inesperado
en un billete de banco: "IN GOD WE TRUST", (Confiamos
en Dios).
Esta será una constante de la política del nuevo
"pueblo elegido": Dios y el dólar son las dos
tetas del poder.
El sucesor de Washington en la presidencia de Estados Unidos,
John Adams, había declarado por su parte: "América
ha sido creada por la Providencia para que sea el teatro donde
el hombre pueda alcanzar su propia estatura." (Autobiografía.
Tomo I, página 282)
Los primeros teóricos de la confederación como el
reverendo Dana, no cesaron de subrayar la filiación divina
del nuevo estado: "La única forma de gobierno, expresamente
instituida por la Providencia, fue aquella de los hebreos. Era
una república confederal con Jehová a la cabeza".
(Dana. Semons, página 17)
El tercer presidente de Estados Unidos, Jefferson, proclamaría
también que su pueblo era "el pueblo elegido por Dios".
(Notas sobre el Estado de Virginia. Sección XIX)
También el presidente Nixon, dos siglos después,
dirá: "Dios está con América. Dios quiere
que América dirija el mundo".
Todos los presidentes de los EEUU justificarán de esta
manera sus políticas depredadoras.
La contradicción entre la profesión de fe y su práctica
real es una constante de la política norteamericana: el
presidente Mac Kinley partió a la conquista de las Filipinas
para "educarlos, civilizarlos y cristianizarlos".
Citemos algunos ejemplos: "Debo proteger a nuestro pueblo
y sus propiedades en México hasta que el gobierno mexicano
comprenda que hay un Dios en Israel y que es un deber obedecerle".
El lenguaje no ha cambiado desde Washington a Clinton, Norteamérica
según los oligarcas que la dirigen, no ha cesado de ser
el brazo armado de la Providencia Divina.
En plena guerra de Vietnam el Cardenal Spellman, Arzobispo de
Nueva York, hablando en nombre de todos aquellos que "creen
en Norteamérica y en Dios" fue a Saigón para
decirle a los que masacraban vietnamitas: "¡Ustedes
son los soldados de Cristo!".
Incluso hoy, para justificar el armamentismo y el tráfico
de armas -que son el fundamento más eficaz de la "prosperidad
económica" de Estados Unidos, gracias a las subvenciones
gubernamentales y al financiamiento por parte del Estado de la
investigación y el desarrollo en favor de las industrias
de la guerra y la venta de armas en el extranjero, que es el sector
más floreciente de las exportaciones norteamericanas-,
el ideólogo del Pentágono Samuel Huntington en su
libro El choque de las civilizaciones disfraza los proyectos de
hegemonía mundial de Estados Unidos en una cruzada religiosa
donde opone "la civilización judeo-cristiana al contubernio
islamo-confuceano".
Los políticos, los medios de comunicación y sus
promotores, se encargan de anestesiar al pueblo, disfrazando estos
mitos en realidad histórica. Y ello desde sus inicios.
Uno de los primeros y de los más penetrantes analistas
de la política norteamericana, Tocqueville, anotaba: "No
sé si todos los norteamericanos tienen fe en su religión,
pero estoy seguro que la consideran necesaria para el sostén
de sus instituciones republicanas". Agregando: "Los
unos profesan dogmas cristianos porque creen en ellos, los otros
porque temen dar la impresión de no creer... En Estados
Unidos el soberano es religioso y en consecuencia, la hipocresía
debe ser común".
Alexis de Tocqueville ya había descubierto este conformismo
en su libro La Democracia Americana en 1840: "No conozco
un país donde haya tan poca independencia de espíritu
y tan poca discusión como en Estados Unidos".
En 1858, el escritor Henry David Thoreau, uno de los raros disidentes,
autor de Walden y La vida en los bosques, escribía: "Nadie
tiene necesidad de una ley para controlar la libertad de la prensa.
Ella misma se encarga y más de lo necesario. Virtualmente,
la comunidad, alcanzando un consenso relativo frente a lo que
se puede expresar, ha adoptado una plataforma y ha convenido tácitamente
en excomulgar a cualquiera que se separara de ésta; tanto
es así que no hay una persona entre mil que se atreva a
expresar una idea diferente". El acondicionamiento y la manipulación
de la opinión pública, que constituyen hoy en día,
en los países cuyos dirigentes han aceptado la tutela norteamericana,
el llamado "pensamiento único", fue una de las
características del "norteamericanismo" original.
El maccarthismo no esperó a Mac Carthy, en 1952, para reinar,
pero éste dio la marca de fábrica al "antinorteamericanismo"
en Estados Unidos mismo, al perseguir las actividades "unamerican"
(antinorteamericanas o "no-norteamericanas"), hasta
entre los intelectuales más respetables, por ejemplo Oppenheimer,
uno de los pioneros de la investigación en energía
atómica.
Este componente del norteamericanismo, en una época de
apogeo de Estados Unidos, es una versión moderna del puritanismo
inquisitorial de los orígenes, cuando los legisladores
de Connecticut, por los años 1640-1650, según lo
que nos cuenta TOCQUEVILLE, dictaban esa ley penal sacada de los
"libros sagrados": "El que adora a cualquier otro
DIOS que el Señor será ajusticiado."
La diferencia fundamental, es que se sigue invocando al mismo
DIOS para defender otros "valores", o más bien,
una ausencia de valores que no sean mercantiles: la libertad (de
comercio) o los "derechos humanos" (que son la última
preocupación de los oligarcas).
Tal era pues el primer MITO de la política norteamericana,
el más sangriento de todos: nosotros somos el "pueblo
elegido" y esto ha servido de justificación a todas
las tropelías nacionalistas y colonialistas, al establecer
una jerarquía entre razas superiores y razas inferiores
con el "derecho" de dominación que de ahí
se desprende y también con la pretensión de situarse,
gracias a esta investidura divina, más allá de cualquier
ley internacional (por ejemplo, las decisiones de la ONU que pueda
emanar de las voluntad humana. (El Estado de Israel consideraba
como "papel mojado" -- tal es la expresión de
Ben Gourion -- la primera Resolución de la ONU: aquella
que instituye este Estado y que fija sus fronteras, y por otro
lado Estados Unidos llevando a cabo la guerra con Yugoslavia,
violando todos las leyes internacionales sobre la soberanía
de los pueblos, y sin mandato de la ONU)
Por ejemplo, sabemos a qué precio, en su variante hitleriana,
la denominación de "pueblo elegido" condujo a
la exaltación de la superioridad de la "raza aria",
del "pueblo elegido" germano, que tenía por misión
crear un "hombre nuevo" para instaurar su predominio
universal. A tal pretensión de reconocerse como resultado
de una "elección divina", Rousseau responde con
firmeza: "Su Dios no es el nuestro, les digo a estos sectarios.
Aquel comienza por elegir un solo pueblo y proscribe al resto
del género humano, por lo tanto, no es el padre común
de todos los hombres." (Emile. Libro IV)
El segundo fundamento del antinorteamericanismo es aquel que nace
de la Declaración de la Independencia y de su interpretación
inmediata por el Secretario de Estado a la tesorería designado
por Washington: Alexandre Hamilton.
Hamilton era, esencialmente, un discípulo de Adam Smith.
Consideraba que la propiedad privada era un derecho "sagrado"
del hombre y que en el mercado (donde se encuentran, guiados sin
que lo sepan por una "mano invisible") los intereses
personales convergen hacia el "interés general".
Además el mercado es el único regulador de las relaciones
sociales.
Hamilton se aleja de Smith en un punto solamente: el papel del
Estado. Hamilton considera que el Estado no debe intervenir para
atenuar las crecientes desigualdades que necesariamente engendra
el libre juego de la competencia en el mercado, sino por el contrario
debe hacer pareja con las empresas más triunfadoras, disminuyendo
sus impuestos y las tasas y acordándole el máximo
de ayuda o pedidos públicos.
En particular, el Banco Central debe gozar de un estatuto autónomo
que lo ponga al resguardo de todo control democrático,
susceptible de interferir en el enfrentamiento permanente entre
los fuertes y los débiles.
Uno de los tratados más sorprendente de la doctrina de
Hamilton (tan próximo a Georges Washington que fue éste
quien inspiró el discurso de despedida a la Nación,
a la hora de su retiro) es el lugar que le acuerda a la "corrupción"
como un elemento motor del sistema, ya que es una iniciativa mayor
en la búsqueda del interés personal.
El característico papel de la corrupción -- indispensable
corolario de la economía de mercado -- del norteamericanismo
triunfante hasta hoy en día, es decir, el "monoteísmo
del mercado" es reconocido como una consecuencia lógica
e ineluctable del sistema.
Alain Cotta, en su libro sobre El capitalismo en todos sus estados
(Ed. Fayard. París. 1999), define la lógica del
sistema: "El aumento de la corrupción se asocia al
aumento de la actividad financiera y de los medios de información.
Mientras que la información lo permita, con respecto a
operaciones financieras de todo tipo -- en particular las de fusión,
adquisición y de la OPA -- para amasar en algunos minutos
una fortuna que sería imposible obtener con el trabajo
de toda una vida, la tentación de comprar y de vender se
vuelve irresistible." El autor agrega: "la economía
mercantil no puede más que favorecerse por el desarrollo
de este auténtico mercado... La corrupción juega
un papel análogo a un plan."
Noam Chomsky definió perfectamente el objetivo esencial
de la política exterior norteamericana de defensa de la
"democracia", es decir, de las sociedades "abiertas":
"La política extranjera de Estados Unidos está
concebida para crear y mantener un orden internacional en el marco
de la cual las empresas norteamericanas puedan prosperar. Un mundo
de `sociedades abiertas', lo que significa, sociedades abiertas
a las inversiones fructíferas, favorables a la expansión
del mercado de exportación de recursos humanos y materiales
por las empresas norteamericanas y sus sucursales locales. Las
`sociedades abiertas', en su verdadera acepción del término,
son sociedades que están abiertas a la penetración
económica y al control político de Estados Unidos".
Tales fueron al origen los principales componentes del "norteamericanismo":
La convicción de ser el "pueblo elegido" teniendo
el "destino manifiesto" de dominar el mundo para instaurar
la ciudad de Dios.
La certeza que el signo de esta elección divina es el logro
y el éxito, donde la manifestación más evidente
es la riqueza, sean cuales sean -- según la concepción
de Hamilton, al alba del sistema -- los medios empleados por los
"ganadores" para obtener dicha riqueza.
La desigualdad inicial debido a la raza o a la herencia de una
condición social hacen del "libre cambio" una
regla de juego eficaz para otorgar a los más fuertes la
posibilidad de aplastar a los más débiles.
De esto, se deduce que el logro en los negocios es "un acto
moral", según la expresión de Schlesinger,
y que los "ganadores", sobre todo los grandes ganadores,
serán no sólo honorados sino santificados. También
John Rockfeller evocaba su "misión": "Dios
es quien me ha dado la fortuna... El poder de ganar dinero es
un don de Dios... Habiendo recibido este don, estimo que es mi
deber ganar todos los días más dinero y emplearlo
para la humanidad según el modo que me dicte mi consciencia."
El mismo aroma espiritual se desprende de los sucesos económicos
del país, como así también el de los logros
individuales. En un "seminario" sobre el tema de la
"Salud económica y salud espiritual" organizado
en Los Angeles, en mayo de 1981, se reunieron 300 jefes de empresas
bajo el patrocinio de la Casa Blanca. Nelson Hunt -- propietario
de la cadena hotelera Hilton -- declaraba: "Lo más
importante para nuestro país es tener un medio ambiente
espiritual que nos permita ganar dinero y que nosotros seamos
los ganadores." (Citado en Les Américains.
Ed. Mazarine. 1983)
Desde 1840, el primero y más perspicaz observador de Estados
Unidos, Tocqueville, en su libro La democracia en Norteamérica,
analizaba los mecanismos en relación al naciente Estado:
"No conozco otro pueblo en donde el amor por el dinero tenga
un lugar tan grande en el corazón de los hombres. Un pueblo
de aventureros y especuladores." No es esta una apreciación
racista sobre un pueblo, sino la consecuencia de condiciones históricas
del nacimiento de una "nación" que, como dice
Tocqueville, era un "conglomerado" de emigrantes sin
historia ni cultura común. La gran mayoría de estos
hombres, originarios de distintas culturas, venían para
encontrar trabajo y ganar dinero. El único lazo que los
unía -- irlandeses o italianos, mexicanos o chinos -- era
análogo a los lazos entre el personal de una empresa y
quien los contrataba. A ninguna cultura autóctona (los
indios estaban excluidos) se le podía asignar una finalidad
espiritual común a tal agrupamiento de desarraigados.
Incluso si los hechos fueron ocultados por los mitos fundadores
(como el de la "elección divina" y el del "destino
manifiesto"), Estados Unidos fue desde sus orígenes
una organización regulada por la sola racionalidad económica
y tecnológica, en la cual cada individuo participa como
productor y consumidor, como roturador o como especulador, como
predador rival de todos los otros para apropiarse de la tierra,
del petróleo o del oro, con el solo objetivo de acrecentar
cuantitativamente su poder de compra y, si fuera necesario, con
la corrupción del hombre, según el dogma hamiltoniano
de la primacía de la corrupción. Toda reflexión
sobre la finalidad última y el sentido de la vida no tiene
en este sistema, ninguna razón de ser y pertenecerá,
como un asunto privado, a una ínfima minoría resistiendo
heroicamente al ambiente de vacío espiritual en un universo
neodarwiniano obediente a, lo que uno de sus más brillante
partidario llama, "la ley divina del mercado". (1)
Esta ausencia de finalidad, más allá de la del poderío
y la riqueza, es no sólo una característica del
sistema sino una condición de supervivencia.
Luttwak evoca con mucha franqueza y cinismo que -- en el régimen
que él defiende y que es el último desarrollo del
capitalismo -- "la pérdida de autenticidad de la persona
está de alguna manera prevista. El abandono deliberado
de la consciencia por una existencia sonámbula ... es la
mejor opción que queda. Es la garantía del éxito
por parte de los empresarios de alto vuelo, los políticos
de primer plano y otros ganadores, y echarán a perder todo
si en los fines últimos ... El turbo capitalismo no se
conforma sólo con conquistar el mercado, sino que extiende
su opresión a todas las esferas de la actividad humana."
(2)
Esta ausencia de toda finalidad propiamente humana o divina es
la característica más profunda del "norteamericanismo"
reinante hoy en día en el mundo: la confusión entre
los medios y los fines, la sustitución del "cómo"
o del "por qué". El dinero convertido en religión
es el medio que sustituye todos los fines.
La lucha contra esta enfermedad -- el "norteamericanismo"
-- , es una lucha para curar al mismo pueblo norteamericano, víctima
de la oligarquía financiera, de políticos y militares
que imponen una vida sin objetivos, una política y una
historia sin significación; como la que intentan imponer
en el mundo entero.
Una definición profunda del "monoteísmo del
mercado", que es el dogma dominante del norteamericanismo,
está dada (a propósito de la enseñanza de
la economía política, pero es válida para
todos los campos de la cultura) por el economista Michel Albert
en su libro Capitalismo contra capitalismo (Ed. du Seuil. 1993.
p 230): "El imperativo categórico de evacuar la cuestión
filosófica de la finalidad."
Haciendo la génesis del norteamericanismo, no podemos
olvidar que Estados Unidos había proclamado su independencia
siendo una colonia; con todo lo que ello implica de racismo fundamental
de parte de la "raza superior", es decir, la de los
colonos.
Sin esto, no podremos comprender la contradicción fundamental
del sistema, de su proclamación abstracta de universalismo
en favor de la "raza blanca" y del rechazo del otro,
indios o negros en particular.
Así, desde el comienzo de la "competición"
económica exige una desigualdad radical.
Primero, en base al censo de 1790, los esclavos negros estaban
excluidos de todo derecho cívico -- recordemos que constituían
el 17% de una población de 4 millones de habitantes --
donde entre los blancos de Boston -- para mencionar sólo
un ejemplo -- el 10% de los más ricos poseían 5/8
del conjunto de los bienes de la población, constituida
(además de esclavos negros) por obreros y marinos pobres.
Los argumentos para justificar la esclavitud fueron variados.
En principio fueron religiosos: para los recién llegados,
poseedores del proyecto divino de reconstruir la "ciudad
de Dios" en el "Nuevo Mundo", los indios no eran
cristianos, sino el sostén del demonio que convendría
exterminar, tal como fue Josué para los amalecitas.
Esta justificación religiosa se sustituye, o mejor se agrega,
al argumento fundado sobre una concepción simplista, unilateral
y evolucionista de la historia: los indios, como las "bestias
salvajes", viven de la caza. "Vivir de la agricultura
es un hecho del género humano; vivir de la caza es un hecho
del género animal ... La Revelación dijo al hombre:
trabajarás la tierra." Ello definió la condición
humana. (Brackenbrige. Indian atrocites.1782)(3)
Demoníaco es el argumento que se acopla perfectamente con
el argumento racista de "bárbaro" y es lo que
desencadena la voluntad de destruir a su semejante, diabolizándolo .
Franklin aconsejaba incitar a los indios al alcoholismo para acelerar
su desaparición y, mientras tanto, despojarlos de la Tierra:
"Soy de la idea de obligarlos a ceder una porción
de su territorio, el que nos convenga mejor para nuestro emplazamiento."
En nombre de este mito religioso y racista, Estados Unidos comenzará
la empresa más grande de "depuración étnica"
de la historia, a través de la "caza del indio",
donde la resistencia será aplastada militarmente recién
en 1790, con la masacre de siuxs en Wounded Knee.
El mismo desprecio colonialista y racista hacia el otro, se desencadenará
hacia los negros a través de la trata de esclavos.
Aquí, nuevamente sirvió de apoyo la referencia bíblica.
S. Sewail, juez de la corte suprema de Masachusetts (y quien presidirá
el tribunal que condenó a las brujas de Salem) toma de
la Biblia y en San Pablo (Primera Epístola de los Corintios
XII, 13-26) la prueba que Dios ha permitido la esclavitud y que
los negros han heredado de Ham la furia divina.(4)
Después, bajo la influencia de la "filosofía
de las luces", los esclavistas se proclamaron herederos de
la ley natural y de la filosofía de Locke; hasta el momento
en que aparece el argumento económico disfrazado en teología:
"La Providencia Divina ha designado esta colonia para que
los esclavos negros trabajen, y a diferencia de los europeos,
fueron elegidos gracias al clima caluroso al que están
habituados mejor que los blancos."
En efecto, esto permite poner en relieve el territorio.
Una biología racista viene a reforzar y justificar la idea
de inferioridad de "esta raza de hombres naturalmente serviles".(5)
La contradicción es evidente entre la Declaración
de la Independencia (hecha por colonos propietarios de esclavos)
proclamando "igualdad de derechos para todos los hombres",
al mismo tiempo manteniendo la esclavitud durante más de
un siglo, y la discriminación del negro hasta nuestros
días, y aún dos siglos después, en nombre
de la "defensa de los derechos del hombre" continúan
la masacre de niños y civiles a través de bombardeos
aéreos, de hambruna y de la destrucción de infraestructuras
económicas.
Los esclavos -- excluidos de la participación civil por
la Constitución y sus "instituciones particulares"
-- son, como lo escribió Aristóteles 20 siglos antes,
"útiles parlantes".
Los "derechos del hombre" son los del hombre blanco
y, para Estados Unidos, los WASP (White anglo-saxons protestants).(6)
Ningún de los "códigos de la esclavitud"
de los Estados Confederados incluía el derecho de voto,
ni el derecho a la propiedad, ni el de portar armas; ninguno estaba
abrogado por la Constitución.
En cuanto a los indios, éstos eran oficialmente excluidos
(no pagando los impuestos) de la denominación de ciudadanos,
por las mismas razones racistas.
Una ley de 1892 restringió oficialmente la inmigración
de "razas orientales".
A partir del siglo XIX la influencia del "darwinismo social"
(la eliminación del más débil por los más
fuertes) extenderá rápidamente esta discriminación,
fundada bajo criterios económicos y sociales.
Esbozar la trayectoria del norteamericanismo es trazar, en el
"círculo" del Infierno de Dante, zonas cada vez
más extensas sometidas al sistema.(7)
El primer círculo es el de América del Norte, el
de la "depuración étnica necesaria" para
llevar a cabo el genocidio de los indios, con el fin de realizar
-- para disponer de sus tierras rebosantes el trigo y el maíz
y el subsuelo con oro y petróleo -- la acumulación
primitiva necesaria para abordar el segundo círculo, el
de América Central y del Sur.
El punto de partida "legal" de esta primera fase es,
simbólicamente, la segunda enmienda de la Constitución,
autorizando a los ciudadanos norteamericanos (es decir, sólo
los "blancos" cualquiera que sea la nacionalidad de
origen) a tener un arma personal. Primitivamente destinada a protegerse
contra los "nocivos" (los autóctonos) y destruirlos.
Esta disposición tenía un carácter primordial
e incluso sagrado, al punto que la enmienda es aún intocable,
permitiendo la venta libre de armas a una escala tal que la cantidad
vendida sobrepasa hoy en día el número de ciudadanos
norteamericanos (más de 200 millones).
La ruta hacia el Oeste tomó una amplitud creciente con
la ola de inmigrantes. La composición de ésta era
heterogénea: los proscritos, los emigrados políticos,
los que se escaparon de la represión de la Santa Alianza
en Europa o de tiranos de otros continentes. La gran masa estaba
constituida por campesinos sin tierra ávidos por poseer
una, obreros sin empleo, venidos a menos y desesperados; pero
también especuladores, marginados y desertores.
El "sueño americano" de una extensión
gigantesca en donde cada uno puede apoderarse de un terreno, según
sus fuerzas, contra una población autóctona poco
numerosa e irrisoriamente armada. Así fue como América
del Norte que contaba con una población de 600.000 indios
en 1776, en 1910 esta cifra descendió a 220.000, siendo
además internados en los campos de concentración
-- las famosas "reservas" -- luego de la matanza de
Wounded Knee de 1890, y deportados en condiciones inhumanas.
Pero la violencia desenfrenada no se limitaba solamente a la masacre
de autóctonos -- en donde el general norteamericano Sherman,
que practicaba contra ellos lo que luego dieron en llamar la "guerra
total", daba la definición de "un buen indio
es un indio muerto" -- sino que los aventureros, que se ofrecían
como "roturadores", se peleaban entre ellos -- individualmente
o entre bandas rivales -- para repartirse el botín. Numerosas
películas norteamericanas, a pesar de su apología,
nos muestran lo que fue la jungla salvaje de estos predadores,
para quienes el revólver o el fusil eran la única
ley y justicia.
Así se formaba, aureolado por el mito de la "frontera",
la imagen del héroe norteamericano, por ejemplo, el mismo
que encarna los Tarzán y los James Bond, imágenes
emblemáticas de esa violencia siempre victoriosa en las
relaciones tanto entre los individuos como con el Estado.
La "frontera" no tiene para los norteamericanos el mismo
sentido que para los europeos: no es el límite catastral
de un Estado (variante según las vicisitudes de las guerras)
sino una línea siempre en movimiento hasta que el invasor
caiga en el Océano Pacífico y se proclame entonces
"el cierre de las fronteras". Pero esto está
siempre ligado a la lucha donde el hombre es el lobo del hombre
y donde la victoria se la lleva el más fuerte, ya se trate
de represión o expoliación de los indios, o de luchas
entre blancos por la posesión del botín.
Es por eso que la "Guerra de Secesión" entre
los Estados del Norte se libró con la misma brutalidad
y, simbólicamente, por los mismos hombres: el general Sherman
dirigía contra los sudistas la misma "guerra total"
en nombre del mismo rechazo y con la misma voluntad de destruir
al otro, diabolizándolo.
El descubrimiento de yacimientos de oro en California exasperó
aún más esta lucha entre rivales para apoderarse
de las pepitas.
La ordenanza de 1785 sobre la "venta" de tierras del
Oeste marcó la apertura de la caza a los indios y entre
rivales, por el derecho de apropiación de territorios hasta
el Pacífico.
En 1823, el presidente Monroe formula la doctrina que marcará
el inicio de la conquista del "segundo círculo".
Este considera el continente americano como un todo, donde Estados
Unidos será el protector: "A los europeos el Viejo
Continente, a los norteamericanos el Nuevo."
Este "círculo" comienza por la invasión
de México y la anexión de Texas en 1845.
El despojo de América latina se efectuó mediante
dos métodos distintos: Primero, por vía de la penetración
económica que desembocaba en una intervención militar
y en la anexión pura y simple. Este fue el caso de Puerto
Rico.
Segundo, alentando a los movimientos de independencia que permitieran
expulsar de América del Sur a los españoles, portugueses
e ingleses, para después instalar gobiernos títeres
que les abrieran las puertas a las inversiones norteamericanas;
ora utilizaron dictaduras militares encargadas de reprimir toda
resistencia popular; ora alternando el terror y la corrupción,
permitiendo así el acceso al poder a dirigentes elegidos
pero bajo su bota, con el fin de mantener gracias a la complicidad
de los hombres de negocios locales, el control económico
sobre el país.(8)
La extensión del tercer círculo se llevó
a cabo mediante el avasallamiento de Europa, luego de la "guerra
de 30 años" (de 1914 a 1945), verdadera "guerra
civil" intraeuropea que dejó una Europa exsangüe
en manos de Estados Unidos permitió que éste detentara,
en 1945, la mitad de las riquezas del mundo. (Georges Kennan.
"Policy Planning Studies", 23 de febrero de 1948)
Ya a fines del Siglo XIX el futuro del sistema y su victoria final
parecía asegurada. En 1898, el senador Beveridge abría
esta perspectiva luminosa: "El comercio mundial debe ser
y será nuestro, y nosotros lo controlaremos. Surcaremos
los mares con nuestra marina mercante; construiremos flotillas
a la altura de nuestra grandeza. Tendremos grandes colonias, gobernadas
por ellas mismas, donde flameará nuestra bandera, trabajarán
para nosotros y jalonarán nuestras rutas comerciales. Nuestras
instituciones seguirán nuestro estandarte sobre las alas
de nuestro comercio. Y el derecho norteamericano, el orden norteamericano,
la civilización y la bandera norteamericana llegarán
a nuestras costas, hasta este momento, sangrientas y desoladas
pero que, gracias a Dios, serán muy pronto esplendorosas."
La guerra de 1914-1918 confirmó esta visión optimista
derramando oleadas de sangre sobre Europa y olas de oro hacia
Norteamérica. Esta vino a socorrerla recién en 1917,
después de las batallas Verdún y de Somme, cuando
el ejercito alemán ya no tenía ninguna esperanza
de victoria. Lo mismo sucedió en la segunda guerra -- 1939-1945
-- los norteamericanos desembarcaron recién en 1944, después
de la batalla Estalingrado, cuando el ejercito nazi estaba prácticamente
derrotado.
En 1917, la "neutralidad" norteamericana había
producido un incremento del 15% de sus exportaciones. La balanza
comercial de Estados Unidos pasó de un excedente de 436
millones de dólares en 1914 a 3.568 millones de dólares
en 1917.
El presidente de Estados Unidos, que en ese entonces era Wilson,
después de aprobar la guerra hispanoamericana, la conquista
de Filipinas, la ocupación de Puerto Rico y de Cuba, "fue
el responsable" -- dice Franck Schoell en su libro Historia
de Estados Unidos (Ed. Payot. París 1965, p. 262) -- de
un número más grande de intervenciones que el conjunto
de las realizadas por Teodoro Roosevelt y Taft. En 1916 en Cuba,
Wilson otorgó a su embajador el derecho de controlar el
presupuesto de ese país... El mismo año en Nicaragua,
sus navíos de guerra "Chattanooga" y "San
Diego" impusieron al obediente presidente Emiliano Chamorro,
mientras su ejército ocupaba Panamá.
Este "idealista", que realizaba tan bien la política
de la cañonera contra los Estados más débiles,
habiéndose enterado el 17 de enero de 1917, después
de las batallas de Verdun y de Somme -- que costaron a Francia
300.000 y 200.000 muertos respectivamente, además de 400.000
víctimas a Inglaterra -- que el ministro alemán
de relaciones exteriores proyectaba una alianza con México
para recuperar las tierras de Texas, de Nuevo México y
de Arizona, se decidió ("America firts") enviar
a Francia al general Pershing, que pocos mese antes había
invadido México.
(Estamos lejos de la leyenda dorada de "La Fayette, nous
voilà!" -- ¡La Fayette, aquí estamos!)
Después del Tratado de Versalles, los aliados que se habían
endeudado con Estados Unidos, tuvieron que pagar la deuda al "big
business" norteamericano. A su vez, esto condujo a que los
aliados impusieran a Alemania la reparaciones de guerra, ocasionando
la quiebra y el desempleo en ese país, lo que dio a Hitler
los mejores argumentos para su demagógica propaganda.
El célebre economista Lord Keynes escribió en 1919,
en su libro Las consecuencias económicas de la paz, que
"si buscamos deliberadamente empobrecer a Europa Central,
me arriesgo a predecir que la venganza será terrible: de
aquí a veinte años tendremos una guerra que, sea
quien sea el vencedor, destruirá la civilización."
Esto no impidió a Wilson presentar en el Congreso del 8
de junio de 1918, los famosos "14 puntos" sobre la "defensa
de la democracia". Pero el problema esencial es el de la
deuda, y especialmente, la deuda contraída por los países
de la "Entente" frente a Estados Unidos, deudas comerciales
que debían ser pagadas. Pero además estaban las
reparaciones exigida por parte de Francia e Inglaterra a Alemania,
y que ésta no podía pagar. Estados Unidos organizó
un extraño circuito: nadando en la abundancia de un capital
que no podía invertir en una Europa insolvente y arruinada,
prestaron dinero a Alemania para pagar las "reparaciones"
a los aliados y para que éstos a su vez reembolsaran su
deuda a Estados Unidos.
La poderosa economía norteamericana producía a un
ritmo tal que el stock de mercadería no podía venderse
y numerosas empresas se encontraron en estado de cesación
de pagos.
El haber recalentado el sistema en pleno auge condujo a la catástrofe.
A tal punto que, los nuevos y formidables avances hechos por Estados
Unidos -- primera potencia mundial -- gracias a la guerra, desembocó
en el primer fracaso del sistema norteamericano, dando origen
a la crisis de 1929 que demostró, ante el asombro del mundo,
cómo la extraordinaria máquina del capitalismo norteamericano
podía desmoronarse en pedazos y llevar a la quiebra no
sólo a ese país sino al mundo entero.
Fue el más grande traumatismo histórico que conoció
ese país, ya que esta crisis ponía cuestionaba los
principios mismos del sistema que, después de Georges Washington
y Alexandre Hamilton, eran considerados infalibles gracias a sus
instituciones divinas, otorgándole libertad absoluta al
mercado y poder a los oligarcas de las finanzas, para asegurar
el triunfo de Estados Unidos. Este dogma parecía ratificado
por la historia: la posesión de los dos primeros círculos
que garantizarían la victoria total a escala mundial. Pero
una noche de octubre de 1929 esa tranquila seguridad se desmoronó.
Los gigantescos bancos cerraron sus puertas, miles de empresas
quebraron, algunos patrones industriales se suicidaron, y muy
pronto hubo 9 millones de desempleados (17% de la mano de obra
del país) desfilando por las calles, donde se sucedieron
las revueltas y las represiones de la policía montada.
André Maurois escribió: "Si hubieran tenido
la ocasión de hacer un viaje hacia fines de invierno (1932-1933),
hubiesen encontrado un pueblo completamente desesperado... América
del Norte creía que el fin de un sistema, de una civilización,
estaba próximo a suceder."
La terrible crisis estalló porque la lógica del
sistema fue llevada a sus extremas consecuencias: cada uno de
los grandes actores del sistema "liberal" estaban tan
seguros de la victoria de las empresas debido a la ley del sistema,
que se anticiparon e invirtieron en ella toda su fortuna. Fue
suficiente algunos perdedores para que la duda se instale, y que
esa brusca desconfianza se inscriba en la Bolsa, para que el conjunto
se desmorone como las piezas de un dominó. Una tras otra,
las empresas y los bancos se declararon insolventes, y la inversión
pesimista sobre la más fuerte especulación tendía
a bajar, como antes era la especulación sobre el alza y
la victoria.
En marzo de 1933, asumió sus funciones de presidente Franklin
Delano Roosevelt y su primera acción fue ir a rezar. ¿La
fe en el "destino manifiesto" lo hizo tambalear? ¿Este
país estaba abandonado por la Providencia?
En realidad, era el dogma hamiltoniano tomado de Adam Smith que
revelaba la contradicción fundamental del sistema: no es
cierto que la suma de intereses individuales tenga como resultado
la satisfacción de los intereses generales, sino que por
el contrario engendra una jungla donde se enfrentan sin fin los
intereses particulares en competencia, impidiendo la constitución
de una verdadera comunidad. Es por eso que se plantea una terrible
pregunta: ¿Estados Unidos es una Nación? ¿Podrán
nuevamente creer en su destino?
Roosevelt apareció como un salvador cuando anunció
el "New Deal", una nueva manera de hacer frente a la
depresión. Fundamentalmente sin poner en causa el sistema,
atenuó el desastre con algunas reformas notables: la reactivación
de la construcción de grandes trabajos públicos,
en los cuales el Estado intervino con el fin de reducir el desempleo
y las tensiones que suscitaba, un papel que el Estado hasta ese
momento no tenía, ya que en la concepción de Hamilton
las beneficiabas eran las grandes empresas privadas.
Este reformismo prudente fue un paliativo contra los efectos mortíferos
de la crisis. Salieron de la vorágine pero con una solución
tan parcial del problema que en 1937 Estado Unidos recaía
nuevamente en la depresión. "En 1937 -escribe Galbraith-
contábamos de nuevo con 9 millones de desempleados."
Hasta que la crisis fue definitivamente superada gracias a la
segunda guerra europea.
Otra vez aquí Estados Unidos maniobró en función
de sus propios intereses: desde la derrota de Francia, en 1940,
apostaron por el gobierno de Vichy y lo reconocieron oficialmente,
presentando un embajador. Roosevelt envió ante Weygand,
en Africa del Norte a sus emisarios: el almirante Leahy y el cónsul
Murphy.
Al mismo tiempo alentó a Churchil para que efectuara bombardeos
masivos, incluso sobre objetivos civiles, en Alemania y en las
zonas ocupadas de Bélgica y de Francia.
Después de la destrucción de la flota norteamericana
en Pearl Harbour por la aviación japonesa (donde curiosamente
su avance no había sido detectada por el Estado Mayor norteamericano)
y la declaración de guerra de Alemania y de Italia a Estados
Unidos, el 11 de diciembre de 1941, los lazos se volvieron estrechos
con el gobierno de Vichy, mientras que el general De Gaulle era
considerado por Roosevelt como "el residuo minúsculo
y grotescamente anacrónico de una historia pasada de moda".
En 1942, el senador Truman (futuro presidente) escribió:
"si la Unión Soviética se debilita habrá
que ayudarla. Si es Alemania la que se debilita, también
la ayudaremos. Lo esencial es que se destruyan entre ellas."
En noviembre de 1942, en una entrevista realizada por Adrien Texier
y en la cual asistió André Philips (portavoz de
De Gaulle), Roosevelt se jactaba de su pragmatismo: "Me interesa
sobre todo la eficacia. Tengo problemas que resolver. Los que
me quieran ayudar serán bienvenidos. Si hoy Darlan me da
Argelia, gritaré: ¡Viva Darlan! ... Si Quisling me
da Oslo: ¡Viva Quisling! ... Y si mañana Laval me
da París, gritaré: ¡Viva Laval! (9)
De hecho, teniendo a distancia a De Gaulle, se realizó
el desembarco en Africa del Norte y se entregó el poder
a Darlan, como así también en Italia al general
Bodoglio; que había seguido a Mussolini como Darlan a Petain.
Para el desembarco en Francia, las tropas inglesas contribuyeron
con el contingente más grande, al igual que los soldados
magrebíes que representaban 70% de los efectivos para el
desembarco de Provenza.
De Gaulle no fue informado de la fecha del desembarco en Normandía,
y las fuerzas de Francia Libre estaban bajo las órdenes
de los ingleses. El primitivo plan de liberación preveía
una administración militar anglonorteamericana. Sólo
De Gaulle a través de una ordenanza se opuso a esto, confiando
la acción a la resistencia francesa proclamó: "cada
pedazo de territorio liberado será administrada por un
delegado designado por el CFLN, lo que será rápidamente
reconocido por el Consejo Nacional de la Resistencia para constituir
un gobierno provisorio de la República Francesa."
Estados Unidos sacaró provecho de la victoria, en primer
lugar económico, imponiendo su protectorado al "Tercer
círculo".
Los acuerdos de Bretton Woods de 1944, oficializaron la hegemonía
del dólar estableciéndolo a la paridad con el oro,
haciendo de éste la moneda internacional hasta nuestros
días. Por otro lado, los planes bilaterales tales como
los acuerdos Blum Byrnes para Francia que, en 1944 a cambio de
una ayuda de cuatro años de dos mil millones de dólares,
abrieron sin condición su mercado a las importaciones norteamericanas.
Toda Europa se convirtió poco a poco en un protectorado
norteamericano.
El Plan Marshall en 1947 fue una etapa significativa de este vasallaje
al "Tercer Círculo".
Al día siguiente de finalizada la Segunda Guerra Mundial,
Estados Unidos nadaba en la abundancia frente a una Europa arruinada,
encontrándose en la misma situación de un niño
que, después de haber ganado todas las canicas a sus compañeros,
se ve en la obligación de prestar para seguir jugando.
Por lo tanto, el problema estaba en hacer de Europa una región
solvente para absorberla y hacerle pagar la producción
norteamericana, en el momento en que ésta, dopada desde
hacía cuatro años por exportaciones de materiales
de guerra, trabajaba a toda máquina.
Desde 1947 la CIA señalaba el doble peligro, económico
y político, que representaba la situación en Europa
después de la guerra.
"El peligro más grande para la seguridad de Estados
Unidos es el riesgo de enfrentamiento económico en Europa
del Oeste y su consecuencia: la ascensión al poder de elementos
comunistas."
Para evitar ese doble peligro, los dirigentes de Estados Unidos
lanzaron el "Plan Marshall" destinado -- dijeron ellos
-- a construir Europa.
Pero las condiciones políticas para acordar dicho plan
fueron estrictas: primero eliminar a los comunistas de los gobiernos
occidentales.
La intervención extranjera fue evidente:
Los ministros comunistas franceses fueron excluidos del gobierno
el 4 de mayo de 1947.
Los ministros comunistas italianos fueron excluidos el 13 de mayo
de 1947.
Los ministros comunistas belgas fueron excluidos del gobierno
en ese mismo mes.
Poco después de esas exclusiones, el 5 de junio de 1947,
fue oficialmente proclamada la "proposición Marshall".
Una vez logrados estos resultados, era posible la aplicación
de este plan que constituía, entre otras cosas, un medio
de presión político y un programa de promoción
para las exportaciones norteamericanas en Europa.
En definitiva, "la ayuda" era un objetivo menor del
"Plan Marshall". Un estudio fechado en abril de 1947
observaba que la ayuda norteamericana debía consagrarse
únicamente "a los países de interés
estratégico, primordial para Estados Unidos... salvo en
los raros casos donde se presente una ocasión permanente
para Estados Unidos de recibir una aprobación universal
gracias a una acción espectacular humanitaria". (Joint
Chiefs of Staff 1769/1)
El secretario de Estado Dean Acheson e influyentes senadores norteamericanos
se pusieron de acuerdo en 1950, para que "si la hambruna
se desatase sobre el continente chino, Estados Unidos deberá
suministrar un poco de ayuda alimentaria. No para calmar el hambre,
sino lo suficiente como para anotar un punto en la guerra psicológica".
(Stephen Shalom: Z Magazine. Octubre 1990)
En efecto, en los tiempos del Plan Marshall se hablaba mucho de
solidaridad y de generosidad, pero en 1948, Georges Kennan, que
hasta ese momento estaba a la cabeza del Consejo Nacional de Seguridad,
escribió: "Poseemos alrededor del 50% de las riquezas
mundiales pero solamente el 6,3% de población ... En esta
situación es inevitable que seamos objeto de celos y resentimientos.
Nuestra verdadera tarea en los períodos venideros es desarrollar
un sistema de relaciones que nos permita mantener esta posición
de desigualdad, sin poner en peligro nuestra seguridad nacional.
Para realizar esto, tenemos el deber de sacarnos de encima todo
sentimentalismo y dejar de soñar despiertos. Nuestra atención
deberá concentrarse en todos los lugares donde estén
nuestros objetivos nacionales inmediatos. Es necesario que los
tengamos. Hoy en día no podemos permitirnos el lujo del
altruismo y de la beneficencia a escala mundial. Debemos dejar
de hablar de objetivos vagos e irrealizables, por ejemplo, con
respecto al Extremo Oriente, los derechos del hombre, el aumento
del nivel de vida y la democracia. No estamos muy lejos del día
en que tendremos que actuar utilizando directamente la fuerza
... En cuanto menos nos guiemos por eslóganes idealistas,
mejor será." (Policy Planning Studies. 23 de febrero
de 1948)
Pero un lenguaje tan franco no entra en la tradición mesiánica
de Norteamérica. Era necesario luego de dos siglos que
la voluntad de poder se disfrazara con una máscara moral
y teológica. Finalizada la guerra, la carrera armamentista
se justificó por la necesaria lucha contra el "imperio
del mal". El sucesor de Kennan lo comprendió muy bien:
había que combatir a Satán. Y para eso están
los "bolcheviques" (lato sensu, todos los países
que no aceptaban abrir incondicionalmente sus mercados a las grandes
firmas norteamericanas eran considerados como "comunista"
o cómplice de la Unión Soviética). Entonces,
el diablo fue claramente designado: primero fue la URSS y después
de su desmoronamiento fue, y es aún hoy en día,
el Islam, o como define Huntington "la coalición islamo-confuciana",
es decir, el conjunto del Tercer Mundo. La estrategia del complejo
militar-industrial tenía un fundamento metafísico
misionero y se transformaba en una "cruzada" porque
"¡Así lo quiere Dios!".
Se podría de esta forma, cada vez que la economía
norteamericana necesite un estimulante, reaccionar por la vía
tranquila de las organizaciones intermediarias o guerrear en los
cuatro puntos del mundo para "defender" el Bien o sus
sucedáneos: la democracia, los derechos del hombre, la
injerencia humanitaria, etc.
El método "suave" (aunque la miseria o la hambruna
maten también tan eficaz y masivamente como la guerra)
fue creado por organismos satélites de la oligarquía
norteamericana, tales como el Fondo Monetario Internacional o
el Banco Mundial (uno y otro creado a Bretton Woods) que se extenderá
en todo el mundo bajo la máscara de "ayuda al desarrollo".
Los tentáculos del pulpo tienen una misión esencial
"prestar dinero sólo a los países que acepten
adaptarse al modelo económico-político de Estados
Unidos, al "liberalismo económico" mundializado,
empleando "ajustes estructurales" mayores, donde los
principales son:
liberación de precios,
devaluación de la moneda nacional,
bloqueo, es decir, disminución de salarios,
reducción del gasto público, a fin de reducir el
déficit exterior,
privatización de las grandes empresas estatales (bancos,
compañías de transportes y firmas industriales),
abrir las fronteras a la competencia internacional,
especialización en un número limitado de producción
a las exportaciones.
Estas exigencias producen por todos lados los mismos efectos.
Una vez liberados los precios, estos suben haciendo que los bienes
de primera necesidad se vuelvan inaccesibles para una gran parte
de la población, mientras que se enriquece una minoría.
La devaluación de la moneda, que supuestamente incentiva
las exportaciones, encarece los productos importados que son muchas
veces indispensables para la vida del país y no tiene más
que una incidencia insignificante sobre las exportaciones, ya
que su proporción con respecto al conjunto sigue siendo
irrisoria. El bloqueo o la disminución de los sueldos acentúa
la inflación, que resulta de la liberación de los
precios, e induce al aumento de la miseria y de la marginalidad
de capas sociales ya debilitadas por la corrupción de numerosos
gobiernos locales.
En Europa, el término de la conquista del "Tercer
Círculo" pudo hacerse sin obstácutos gracias
a la abdicación casi general de los dirigentes políticos,
fuese cual fuese su etiqueta ideológica.
En Inglaterra, ese mismo sistema que Reagan imponía en
Estados Unidos, fue copiado por la "conservadora" Thatcher,
y que con la más implacable lógica enriquecía
a los más ricos y empobrecía a los más pobres.
Después de ella, el "laborista" Tony Blair se
comportó como un "clon" de Thatcher. En Francia,
la misma sumisión al sistema se observa mediante unos matices
de lenguaje, tanto por la "derecha" del presidente Chirac,
como por la "izquierda" liderada por el "socialista"
Jospin.
Por lo tanto, el "antinorteamericanismo", es decir,
la nueva "resistencia" frente a esta nueva forma de
"colaboración", no tiene una significación
geográfica.
En Europa, como al otro lado del Atlántico, el mercado
dirige cada vez más los gobiernos. Gracias a una política
constante de privatización y derregulación financiera,
las grandes corporaciones extranjeras y especialmente norteamericanas,
se apoderan de sectores cada vez más importantes en nuestra
economía.
Para no mencionar más que algunos ejemplos franceses:
el fondo Wellington es el primer accionario de Rhône-Poulenc;
el fondo norteamericano de Lazard y Templeton entra a la vez en
Rhône-Poulenc y en Pechiney, del cual es junto con Fidelty,
el accionario mayoritario;
el directorio financiero del grupo Schneider, Claude Pessin, admite
que "el 30% de nuestro capital está ahora en manos
de inversores extranjeros". Lo mismo pasa con el 33% del
capital de Paribas, el 40% del capital de los cementos Lafarge,
el 33% de Saint-Gobain, el 25% de la Lyonnaise des Eaux, el 40%
de A.G.F., etc.
En Le Monde del 19 de noviembre de 1996, Eric Izraelevicz escribe:
"Lo que llama la atención es el decaimiento del nacionalismo
industrial en Francia. Hoy en día, las empresas extranjeras
pueden comprar aquí todas las joyas que quieren sin provocar
reacción."
En pocas palabras, la industria europea está pasando bajo
control norteamericano. Un país miembro de la OMC (Organización
Mundial del Comercio) -- a excepción de Estados Unidos
que se lo permite todo, incluso darle a sus propias leyes una
extensión internacional coercitiva, como la ley Helms-Burton,
que prohibe las inversiones en Cuba, o la ley D'Amato para Irán
y Libia -- no puede:
limitar sus importaciones agrícolas, ni subsidiar sus explotaciones;
rechazar la instalación de firmas multinacionales, a las
cuales se les tienen que otorgar las mismas condiciones que a
las industrias nacionales.
Cualquier infracción a esas imposiciones hace del país
un delincuente sujeto a represalias económicas, amenaza
tan temible como la de las armas. Los países sometidos
a las exigencias del F.M.I. (Fondo Monetario Internacional) conocen
muy bien lo que les ha costado en revueltas y muertos, como en
1988 en Argelia y en 1998 en Indonesia.
Maastricht marcó un momento decisivo en ese proceso de
avasallamiento.
Desde la aceptación del Tratado de Maastricht, más
del 70% de las decisiones políticas fundamentales ya no
son tomadas por el Parlamento, sino por las comisiones de tecnócratas
de Bruselas que no rinden cuentas a nadie más que a los
Doce -- Primeros Ministros -- reunidos algunas horas cada seis
meses para avalar orientaciones decisivas para el destino de 340
millones de personas.
La Europa de Maastricht es una Europa norteamericana. Tres veces
lo proclama la misma fórmula en el texto: "El objetivo
(del Tratado) es desarrollar la Unión Europea Occidental
(U.E.O.) como medio de reforzar el pilar europeo de la Alianza
Atlántica." (Declaración sobre la U.E.O., B.4)
Y para que nadie se equivoque sobre el vasallaje de esta Europa
norteamericana, precisa la Declaración 1 que la eventual
defensa común deberá ser "compatible con la
de la Alianza Atlántica" (1er párrafo), que
tiene que hacerse "en el marco de la U.E.O. y de la Alianza
Atlántica" y que " la Alianza seguirá
siendo el foro esencial de consulta" (B.4).
O sea que no se trata de tener peso, sino de ser simplemente un
componente de la política extranjera norteamericana.
La Europa de Maastricht se sitúa en el contexto de la política
de dominación mundial de Estados Unidos.
El 8 de marzo de 1992, el New-York Times publicaba un documento
emitido por el Pentágono. Ahí podía leerse:
"el Departamento de Defensa afirma que la misión política
y militar de Estados Unidos, en el período posterior a
la guerra fría, consistirá en asegurarse que ninguna
superpotencia rival pueda surgir en Europa occidental, en Asia,
o en el territorio de la C.E.I.".
Este informe subraya la importancia del "sentimiento de que
finalmente, el orden mundial es sostenido por Estados Unidos",
y esboza un mundo en el cual existe un poder militar dominante,
cuyos jefes "tienen que mantener los dispositivos que sirven
a desalentar a los eventuales competidores que aspirarían
a un papel regional o mundial más importante".
"Tenemos que procurar impedir la aparición de sistemas
de seguridad exclusivamente europeos, que socavarían la
OTAN" (International Herald Tribune, 9 de marzo de
1992).
En el acta final de la conferencia de Maastricht, la Declaración
sobre las relaciones con la Alianza Atlántica no deja ninguna
duda al respecto: "la Unión Europea actuará
en conformidad con las disposiciones adoptadas por la Alianza
Atlántica".
El tratado preconiza que las instituciones europeas lleven a cabo
una política común con "todos los sectores
de la política extranjera", lo que significa "al
pie de la letra, escribe Paul-Marie de la Gorce, Director de la
Revue de Défense Nationale, que no habrá más
política nacional". Esta disposición figura
en la cabecera del artículo J-1 del título V y también
en el artículo J.4.
Queda muy claro pues que se trata de una Europa norteamericana.
Lo mismo pasa con la política económica y social
y con la política a secas.
Así como Bush lanzó en 1991 la iniciativa de un
mercado único de todas las Américas, desde Alaska
hasta Tierra del Fuego, tal como le notificó al Presidente
de Senegal, Abdou Diouf, la voluntad norteamericana de una rápida
unificación económica de Africa, igualmente el presidente
Reagan, que desde el 8 de mayo de 1985, llamaba a "ampliar
la unificación europea para que se extienda desde Lisboa
hasta el interior del territorio soviético", Georges
Bush saludó las decisiones históricas tomadas en
Maastricht: "Una Europa más unida, dijo, representa
para Estados Unidos un asociado más eficaz, dispuesto a
asumir mayores responsabilidades." Clinton, en 1998, saluda
con entusiasmo la creación del Euro.
Maastricht representa una adhesión total, y en principio
definitiva, a una economía de mercado sin límites.
El artículo J.3 estipula expresamente que queda prohibido
volver sobre las decisiones.
Robert Pelletier, ex Director general de los servicios económicos
del CNPF y representante del patronato en el Comité económico
y social de la CEE, traza las siguientes perspectivas (Le Monde
del 23 de junio de 1992):
aumento del desempleo en España, de aquí a 1997,
de 16% a 19%;
en Italia, "explosión sin precedente histórico
del desempleo";
"cálculos que dan vértigo" para Grecia
y Portugal;
en cuanto a los franceses, "no se les podrá disimular
demasiado tiempo que la política llevada a cabo por Maastricht,
bajo tintes liberales de vuelta a la economía de mercado
es, en realidad, el modelo más auténticamente reaccionario
de estos último sesenta años."
Así, integrada en el mercado mundial dominado por Estados
Unidos, Europa entrega su agricultura, su industria, su comercio,
su cine y toda su cultura, a las reglas del libre intercambio
de las cuales dice claramente un economista tan prudente como
Maurice Allais: "Yo excluiría, al menos para el futuro
previsible, toda orientación hacia un libre intercambio
mundial, lo que es la tendencia actual."
Algunos ejemplos recientes y dolorosos justifican sus temores.
En primer lugar, en lo concerniente a la agricultura europea,
que ha sido estrangulada con el fin de servir a los intereses
cerealeros norteamericanos. 
Los acuerdos del 18 de marzo de 1992, directamente inspirados
por Estados Unidos y su Director general norteamericano Arthur
Dunkel, ponen en tela de juicio la política agrícola
común (PAC) de Europa que permitiría ayudar a los
agricultores europeos a enfrentar el mercado mundial, bajo amenaza
de represalias similares a las que ejerce Estados Unidos para
imponerle a Europa la importación de carnes tratadas con
hormonas y prohibidas en Bruselas.
Europa obedece inmediatamente a las órdenes norteamericanas:
el acuerdo europeo, concluido el 21 de mayo de 1992, para reformar
la política agrícola común, exige la reducción
de la producción de cereales por la puesta en barbecho
del 15% de las tierras cultivables, la disminución, en
tres años, en un 15% de la producción de carne de
vaca y en un 2,5% para la manteca.
Para bajar la productividad de la carne y la leche, se suprimen
los subsidios para vacas lecheras y se reducen en un 2% las cuotas
lecheras.
Este recorte masivo en la agricultura europeas, en un momento
en que el 1/5 de la humanidad padece hambre, deja el campo libre
para que los cerealeros norteamericanos respondan al pedido solvente.
La clave de esta monstruosa política agrícola: hacer
caer la producción y la productividad, al reducir los precios
garantizados y las superficies cultivadas para que el mercado
(púdicamente llamado pedido solvente, siga siendo un coto
de caza norteamericano. Los hambrientos insolventes son tachados
del mapa mientras que 800.000 toneladas de carne de vaca, 25 millones
de toneladas de cereales, 700.000 toneladas de manteca y de leche
en polvo son almacenadas, a expensas de la comunidad, para alinearse
sobre el sistema agrícola norteamericano.
No menos golpeada resulta la industria europea. Desde ya, so pretexto
de mantener las reglas de la competencia en Europa, el comisario
europeo para la competencia, el inglés Leon Brittan, había
prohibido a dos compañías, una francesa y otraa
italiana, comprar la firma aeronáutica de Havilland, para
no permitirle a un grupo europeo alcanzar una dimensión
susceptible de rivalizar con las empresas norteamericanas. Estados
Unidos ejerce presión para que los adelantos reembolsables,
otorgados a Airbus Industria, no superen el 25% del precio de
los aparatos en vez del 35%, por debajo de los cuales, los europeos,
no pueden pasar. Los norteamericanos, propagandistas del libre
intercambio, amenazan, como represalias, con imponer a los Airbus
unas cargas que les cerrarían el mercado norteamericano.
Así es en todos los sectores, desde las aguas minerales,
donde Leon Brittan se opone a la compra de Perrier por Nestlé
para impedir, según dice, la concentración del mercado
en Europa (mientras que se trata, en realidad, de no abrir un
mercado competitivo con las empresas norteamericanas), hasta la
electrónica: después del grupo neerlandés
Phillips y el grupo franco-italiano SGS Thomson, el grupo alemán
Siemens renuncia a las grandes esperanzas y abandona la producción
de masa a la IBM norteamericana. Es fácil imaginar las
catástrofes para el empleo de esa puesta bajo dominio tecnológico
norteamericano.
El ejemplo más típico es el del tráfico de
armas. Poco menos de un año, después de las promesas
de Georges Bush de luchar contra la proliferación de las
armas, incluso las armas convencionales, en el acuerdo de mayo
de 1991 entre el Pentágono y el Ministro de Defensa Dick
Cheney, autoriza al gobierno federal a exponer y vender su armamento.
Resulta que en 1991, Estados Unidos casi duplicó sus exportaciones
de armamentos, a los cuales la Guerra del Golfo hizo una publicidad
sin precedente. Las ventas progresaron en un 64% en 1991; 23 mil
millones de dólares contra 14 mil millones en 1990.
En todos los campos, Europa es un vasallo.
Agreguemos que esta Europa de los Doce es el club de los antiguos
colonialistas. Ahí están todos. Los pioneros: España,
Portugal; los grandes imperios: Inglaterra, Francia, Bélgica,
Holanda; los que llegaron tarde: Alemania e Italia. Y a pesar
de todo, los acuerdos de Maastricht dedican 21 páginas
de sus 66 a la definición de las relaciones con el Tercer
Mundo (título WII, artículo 130-U), frases caritativas
sobre su desarrollo, sobre la lucha contra la pobreza, teniendo
como tesis central la inserción de los países en
vía de desarrollo en la economía mundial, es decir,
lo que los está matando.
Las ex potencias colonialistas europeas han aceptado hoy, más
allá de sus antiguas rivalidades, la dominación
norteamericana para constituir un colonialismo de un nuevo tipo,
unificado y totalitario.
Así sigue siendo Europa, una Europa colonialista, pero
subordinada, como en el Golfo, a sus amos norteamericanos.
El sistema basado en el monoteísmo del mercado engendra
violencia y crimen, evasión y droga, más todas las
formas de lavado de cerebro (desde los rocks a 130 decibelios,
que deja a un joven sin consciencia crítica y lo lleva
hasta el entorpecimiento y la animalidad), y a la destrucción
de toda cultura. No retomaremos detalladamente este análisis
para no retener más que el aspecto dominante, más
desbastador de la colonización cultural: el cine y la televisión.
Washington y Hollywood, siguiendo a la OMC (Organización
Mundial del Comercio, ex G.A.T.T.) y considerando la cultura como
un departamento del comercio, quieren imponer, en base a los principios
enunciados en un documento titulado US Global Audiovisual Strategy,
lo siguiente:
evitar el refuerzo de las medidas restrictivas (especialmente
las cuotas de difusión de obras europeas y nacionales),
y cuidar que estas medidas no se extiendan a los servicios de
comunicación;
mejorar las condiciones para las inversiones de las firmas norteamericanas
liberalizando las regulaciones existentes;
vincular las cuestiones audiovisuales y el desarrollo de los nuevos
servicios de comunicación y telecomunicación en
el sentido de la derregulación;
asegurarse que las actuales restricciones vinculadas con los asuntos
culturales no constituyan un precedente para las discusiones que
van a abrirse en otras instancias internacionales;
multiplicar las alianzas e inversiones norteamericanas en Europa;
buscar discretamente la adhesión de los operadores europeos
a las posiciones norteamericanas.
Incluso basta leer cada semana los programas de televisión
para medir la importancia de la invasión y su maleficencia;
al constatar el desencadenamiento de la violencia en las películas
norteamericanas y, desde el punto de vista formal, la degradación
de los papeles, de los textos y de sus intérpretes en beneficio
de los efectos especiales, a tal punto que nuestros jóvenes,
intoxicados por tales espectáculos, llaman películas
de acción solamente aquellas en que abundan pleitos y balazos,
cascadas automovilísticas, deflagraciones e incendios.
La parte del mercado cinematográfico francés en
Estados Unidos está estancada alrededor de un 0,5% mientras
que, en la Europa de los Quince, entre 1985 y 1994, la parte de
mercado de las películas norteamericanas ha pasado de 56
a 76%, para alcanzar a veces 90%.
Entre los 50 canales europeos de televisión (incluso excluyendo
las redes por cable o codificadas y dejando nada más lo
que sale en claro), las películas norteamericanas representaban,
en 1993, 53% de la programación.
En el balance comercial del audiovisual europeo frente a Estados
Unidos, el déficit pasó de mil millones de dólares
en 1985 a 4 mil millones en 1995. Lo cual llevó, en diez
año, al despido de 250.000 empleos.
La colonización cultural tiene un alcance parecido al de
las inversiones: las firmas gigantes como Time Warner-Turner,
Disney ABC, Westinghouse CBC, acaparan en Europa los estudios,
extienden la red de sus salas múltiplex, llegan a constituirse
en verdaderos amos de las redes por cable, multiplicando los acuerdos
locales en que se guardan la mejor parte.
Penetrando como conquistadores en los países del Este,
se están apoderando de las principales cadenas privados
de televisión.
No menos de 140 monopolios nacionales del audiovisual en Europa
fueron devorados por un oligopolio mundial de 5 o 6 grupos bajo
dirección norteamericana. En ese sector también,
se agrava el déficit: de 2,1 mil millones de dólares
en 1988, pasó a 6,3 en 1995.
El lunes 11 de octubre de 1999, el Profesor Pierre BOURDIEU, ante
el Consejo Internacional del Museo de la Televisión y de
la Radio, hizo esta pregunta fundamental a los "nuevos dueños
del mundo" (los que quieren con Georges LUCAS, en su "Guerra
de las Estrellas" y su primer episodio, la película
numérica "la amenaza fantasma", recrear el pasado
de la humanidad y proyectarle su futuro): "¿Saben
al menos lo que están haciendo?". ¿Saben que
su ley del máximo beneficio va a matar la cultura?
La película de LUCAS aporta, a esta pregunta, la respuesta
más clara: LUCAS, que produjo él mismo su película,
reconoce que costó 110 millones de dólares, pero
que desde antes que la película sea proyectada, y así
se pueda juzgar su calidad, el marketing ya había hecho
lo necesario para que la suma sea amortizada por la venta de "productos
derivados" (maquetas de héroes extraterrestres, juguetes
para reconstituir los combates, camisetas ilustradas con los episodios,
etc.)
Esto demuestra hasta qué punto la preocupación comercial,
y en especial la búsqueda del provecho máximo, precede
la creación y determina el contenido. La difusión,
que depende totalmente del marketing y de la publicidad, dirige
la producción. Lo mismo rige para la edición donde,
sobre todo para los grandes grupos, no hay buenos o malos libros,
sino sólo libros que, llevados por la publicidad y las
modas, seducen al mayor número de consumidores. Por lo
tanto, obras de artista como Stendhal o, en pintura, Van Gogh
serían condenadas a una gloria póstuma.
Siendo todo mercadería, ¿qué editor, qué
músico, qué cineasta, qué pintor podría
rivalizar, a escala mundial, con Coca Cola, Disneyland o Mac Do?
Tal es el resultado de un sistema en donde "como cualquier
valor es mercantil" y en donde la película, el cuadro,
el canto, sin hablar de la televisión y su "audimat",
del periódico con su emisión y su publicidad, son
mercaderías como cualquier otra, más rentables aún
por ser desarraigadas y capaces de atraer a un público
"mundializado" y manipulado por la publicidad comercial
y la potencia conjugada de "el dinero y los medias",
como escribe Bourdieu.
Aún queda etapas por pasar para destruir todo lo que podía
subsistir de la autonomía de las naciones. Primero, el
derecho de acuñar moneda que constituía desde hace
siglos el criterio fundamental de la soberanía, y tiene
que cerrarse el siglo XX y abrirse el XXI con el proyecto de moneda
única, el Euro.
Quedaba por terminar la gran empresa de mundialización,
es decir de destrucción definitiva de las economías
y culturas de todos los pueblos en beneficio de la mundialización
del imperio norteamericano y su monoteísmo de mercado.
Fue el proyecto de Acuerdo Multilateral de Inversión (AMI)
que pudo tacharse, con toda la razón, de "maquina
infernal para desestructurar al mundo".
En efecto, después de la reglamentación despótica
aplicada por Estados Unidos al sistema monetario mundial (por
el FMI) y al comercio internacional (por la OMC), la atadura final
del mundo implicaba un tratado multilateral sobre la libertad
de las inversiones.
Esta última carta del liberalismo salvaje tiene por objeto
instaurar en el mundo entero la monarquía absoluta del
mercado, destruyendo todos los obstáculos que se interpongan
a las inversiones. Todas las multinacionales deben beneficiarse
de las mismas ventajas que los inversores nacionales: libertad
de inversión pero también libertad de despido de
su personal, de traslado de los centros de producción y
de investigación, de transgresión de las leyes del
trabajo y del medio ambiente y además los Estados deben
aceptar "sin condición, someter los litigios de arbitraje
a una Cámara de Comercio Internacional (CCI)".
De este organismo supranacional emite decisiones que tienen un
carácter de "sentencia arbitral es definitiva y obligatoria"
excluyendo, por consecuencia, todo derecho a un recurso. Incluso
está previsto "para que los inversores puedan reaccionar
contra el Estado que los acoge: el daño, aunque inmediato,
no debe necesariamente haber sido causado antes que el diferendo
pueda ser sometido a un arbitraje."
Este proyecto reconoce abiertamente que el "AMI como todo
acuerdo internacional de carácter obligatorio tendrá
por efecto moderar, en cierta medida, el ejercicio de la autoridad
nacional".
Este proyecto, que regirá para todos los países
del mundo, fue secretamente discutido, desde hace tres años,
sólo por los miembros de la OCDE, que agrupa únicamente
a los países más ricos y excluye a todos aquellos
denominados Tercer Mundo, en circunstancias que conllevan consecuencias
temibles con respecto al empleo y al desempleo, la salud, los
servicios públicos, la protección social y el medio
ambiente; en buenas cuentas: se trata de la independencia nacional.
En el plano social, la OCDE insiste sobre los beneficios de la
desigualdad, definiendo el "profundización de la desigualdad"
como "la lógica económica recomienda".
No se interroga sobre la pertinencia de esta lógica, sólo
evoca "el aguijón de la pobreza" y acusa a las
intervenciones públicas encierra a los individuos en "una
lógica de dependencia."
Es sorprendente cómo en este programa -- que implica no
sólo la privatización total de las empresas, sino
la exclusión de toda intervención del Estado para
proteger a los más débiles -- los dirigentes franceses
-- tanto de derecha como de izquierda -- no hacen otra objeción
más que invocar la "excepción cultural".
Es cierto que este es un terreno particularmente sensible, ya
que tal acuerdo conducirá a la ruina, entre otras cosas,
del cine francés, incrementando aún más el
sangriento cine de Hollywood que invade nuestras pantallas de
cine y televisión, asegurando las inversiones de los magnates
norteamericanos de la información desenfrenada en la prensa
y la difusión. Los espíritus y los cuerpos estarían
expuestos a la manipulación de la lógica mercantil.
Por lo tanto, es toda nuestra vida y su sentido la que tiene que
liberarse de los tentáculos del pulpo, o sea, de las todopoderosas
multinacionales de los 29 países miembros de la OCDE que
controlan los 2/3 de los flujos mundiales de inversiones, es decir,
340.000 millones de dólares en 1995.
Paralelamente a esta conquista del tercer círculo por el
simple juego de la penetración económica y de su
corolario, el avasallamiento político, el sistema se extendía
hacia el cuarto círculo, el de Asia, pero con otro método:
el de la agresión militar. Pero siempre con pretextos "misioneros".
La defensa de la "seguridad" norteamericana empezó
a miles de kilómetros de sus costas más allá
del Pacífico, en Corea, inaugurando una "mundialización"
de la "guerra fría". El pretexto fue un "ataque
sorpresa" de Corea del Norte -- aliada con la Unión
Soviética -- contra Corea del Sur, base norteamericana.
En 1950, el mercado para la economía norteamericana, creado
por el Plan Marshall, ya no alcanzaba para satisfacer las necesidades
de la máquina industrial norteamericana, lanzada a plena
velocidad desde la segunda guerra europea. Hacía falta
provocar guerras nuevas para mantener el voraz sistema de "desarrollo"
de dicha economía.
La guerra de Corea en 1950, la de Vietnam que durará hasta
1973, la de Panamá en 1989, la del Golfo 1991 y luego la
de Kosovo en 1999, responden a esa necesidad interna del sistema.
Los pretextos invocados sirven para disfrazar esta lógica
sangrienta.
En Corea, así como en Vietnam, se trataba de repeler la
progresión (roll back) del "Imperio del Mal".
En Panamá, castigar a un traficante de droga, el general
Noriega, que había hasta ese momento recibido de la CIA
(dirigida por el señor Bush) un tratamiento igual al de
un presidente de Estados Unidos, precisamente por haberse infiltrado
en la mafia de la droga.
En el Golfo, se trataba también de castigar una invasión
como jamás se había hecho, por ejemplo, cuando se
produjo la anexión, condenada por la ONU, de Cisjordania,
de Golan, el sur del Líbano e incluso Jerusalén.
Una movilización gigantesca de los medios de comunicación
logró hacer olvidar que jamás Koweit había
sido independiente, ni bajo el Imperio Otomano, ni bajo el protectorado
británico, hasta que en 1961, después de la decisión
del general Kassem de nacionalizar el subsuelo iraquí (donde
94% estaba hasta ese momento en manos de compañías
petroleras occidentales de la Irak Petroleum), el gobierno inglés,
bajo la amenaza de una intervención militar, le quitó
Koweit a Irak (recordemos que Irak abastecía la mitad de
la producción petrolera del país) y puso en el poder,
bajo su tutela, a uno de los jefes de tribu más corrupto
de Medio Oriente.
A pesar de las proposiciones de negociación pacífica
y de retiro de sus tropas de Koweit hechas por el gobierno iraquí,
bajo condición de medidas análogas para los ocupantes
sin título de otros territorios de la región, Estados
Unidos repitió la misma operación colonialista inglesa
de 1961, al precio de decenas de miles de muertos iraquíes.
La opinión pública fue anestesiada por el montaje
de las agencias publicitarias de repercusión mundial por
los medios de información. El caso más revelador
fue el de una joven dando testimonio de la ferocidad de los soldados
iraquíes saqueando las incubadoras para matar a los niños
recién nacidos. Después de la guerra se supo que
la "testigo" era la propia hija del embajador de Koweit
en Washington y estaba fuera de Koweit en el momento de las presuntas
"atrocidades".
El verdadero motivo de la destrucción de Irak no podía
escapar a los que conocen los mecanismos del sistema.
El ex presidente Nixon, liberado del "derecho de reserva"
a causa de su retiro, escribió en el New York Times del
7 de enero de 1991: "No vamos allá para defender la
democracia porque Koweit no es un país democrático
y no hay ningún país democrático en esa región.
No vamos allá a combatir una dictadura, como no fuimos
a Siria. Tampoco vamos allá a defender la legalidad internacional.
Vamos allá, y es nuestro deber ir, porque no permitiremos
que toquen nuestros intereses vitales."
Otro analista sagaz, antiguo ministro del general De Gaulle, Alain
Peyrefitte, después de haber evocado el papel del grupo
de presión pro israelí en Washington, deseosos de
sacarse de encima a Sadam Hussein, agregó en el Figaro
del 5 de noviembre de 1990: "Los `lobby des affaires' pensaron
que la guerra podría relanzar la economía. La Segunda
Guerra Mundial y los pedidos comerciales hechos a Estados Unidos,
¿pusieron fin a la crisis de 1929, de la que verdaderamente
jamás se recuperó? La guerra de Corea ¿provocó
un nuevo boom?
¡Bienaventurada la guerra que llevará la prosperidad
a Norteamérica!
Jamás se ha definido con tanta lucidez un mensaje como
el de Jean Jaurès: "El capitalismo trae en sí
mismo la guerra como la nube trae la tormenta."
En cuanto a la agresión norteamericana contra Yugoslavia,
tenía las mismas motivaciones, nada más que con
matices distintos.
Sin ningún mandato del Consejo de seguridad de la ONU,
atacaron a un país que no había violado fronteras
ajenas y lo sometieron a bombardeos sangrientos so pretexto de
una "intervención humanitaria" que jamás
había sido invocada, por ejemplo, por tropelías
cometidas por los turcos contra los kurdos, o de Israel contra
los palestinos.
Para tratar de legitimar la acción de la coalición
militar de la OTAN (la cual no fue creada para dichas misiones
y ya que no tenía razón de ser después del
derrumbe de la Unión Soviética y la disolución
del Pacto de Varsovia creado para contrarrestarla), la intrusión
del ejército norteamericano en plena Europa fue disfrazada
como una intervención de la "comunidad internacional",
en circunstancias que la coalición satélite estaba
compuesta por el club de los antiguos colonialistas rodeados por
algunas comparsas, como si la "comunidad internacional"
ignorase Asia, Africa, América Latina, o sea, los tres
cuartos de la humanidad.
Pero esta impostura presentaba grandes ventajas: primero, tratar
con consideración a la clientela de los más países
árabes ricos presentándose como defensores de los
musulmanes, mientras que se los masacraba en Irak y que se los
dejaba aplastar, por ejemplo, en Turquía y Palestina.
Luego, dar un paso más, después de Bosnia, hacia
los Balcanes y, más allá, hacia Medio Oriente y
su petróleo: un simple mapa del trazado de los oleoductos
de Daghestan y de la infiltración de los "Wahhabites",
el aliado de Estados Unidos en Chechenia y Daghestan, en las cercanías
del Mar Caspio y de sus petróleos, sugiere sin problema
las próximas etapas de la operación, en previsión
de la ineluctable caída de Eltsine, ese político
prostituido que entrega su país a Estados Unidos. La restauración
del capitalismo bajo su forma más sórdida, en algunos
años, ha transformado la segunda potencia del mundo en
un país del Tercer Mundo explotado por una mafia de traficantes
vueltos multimillonarios gracias a su colaboración con
el proveedor de fondos, mientras que la inmensa mayoría
de un gran pueblo cayó en el desempleo, la mendicidad,
el tráfico y consumo de droga y la delincuencia.
La doctrina inspiradora del sistema a través del más
potente sistema militaro-industrial en el mundo, dejó de
ser un secreto.
Le debemos a un profundo analista de la geopolítica y de
las relaciones internacionales, M. Paul-Marie de la Gorce, la
publicación de dos informes fundamentales sobre las líneas
directrices de la estrategia norteamericana a escala mundial.
Uno es de Paul D. Wolfowitz y el otro es del Almirante Jeremías,
adjunto al presidente del Comité de los jefes de Estado
Mayor.
Aquí transcribimos algunos extractos de estos documentos
del Pentágono:
"Al fin y al cabo, el orden internacional está garantizado
por Estados Unidos y éstos tienen que ponerse en situación
de actuar independientemente cuando no puede organizarse una acción
colectiva o, en caso de crisis, requiriendo una acción
inmediata."
"Tenemos que actuar con el fin de impedir la emergencia de
un sistema de seguridad exclusivamente europeo que podría
desestabilizar a la OTAN."
"La integración de Alemania y Japón en un sistema
de seguridad colectiva dirigido por Estados Unidos..."
"Convencer a eventuales rivales que no necesitan aspirar
a jugar un papel más importante." Para llegar a ello,
este estatuto de superpotencia única "tiene que apoyarse
en una actitud constructiva y una fuerza militar para disuadirlas
a desafiar el liderazgo norteamericano o cuestionar el órden"
y éstos "tienen que tomar en cuenta los intereses
de las naciones industriales avanzadas, suficiente como para disuadirlas
de desafiar el liderazgo norteamericano o procurar cuestionar
al orden económico y político establecido".
(Citados por Paul-Marie de la Gorce en Le Monde Diplomatique
de abril de 1992)
Entre varios textos públicos éste, publicado en
la revista especializada de la marina de guerra norteamericana,
confirma dichos objetivos:
Tenemos que mantener nuestro "acceso sin trabas a los mercados
económicos del mundo entero y a los recursos necesarios
para apoyar nuestras necesidades industriales". Lo cual requiere:
"una capacidad creíble de penetración armada"
con "fuerzas verdaderamente expedicionarias" capaces
de llevar a cabo un abanico de misiones que van desde la contrainsurrección
hasta la guerra psicológica, pasando por el despliegue
de "fuerzas de toda índole".
"Tenemos que tener presente el rápido desarrollo tecnológico
de armas a las que las nuevas potencias regionales del Tercer
Mundo podrán tener acceso; así es que tenemos que
desarrollar las capacidades militares destinadas a explotar las
implicaciones de la electrónica, de la genética
y demás tecnología... si nuestra Nación quiere
afirmar su credibilidad militar a lo largo del siglo venidero."
Gray: "Marine Corps Gazette" (Mayo de 1990)
El 3 de octubre de 1990, Estados Unidos viola unilateralmente,
al mismo tiempo el tratado que prohibe totalmente las pruebas
nucleares y los acuerdos firmados en Moscú con los norteamericanos
sobre los misiles antimísiles, pues la lógica de
dichos armamentos iba a multiplicar por el mundo los centros de
lanzamiento de armas atómicas para saturar las defensas
del enemigo aquellos que, junto con Reagan, sueñan en la
"guerra de la estrellas".
El último experimento norteamericano del 3 de octubre,
dotado de un presupuesto de 10.500 millones de dólares
recuerda tristemente "la iniciativa de defensa estratégica"
de Reagan y da la señal de partida de una nueva etapa en
la carrera armamentista nuclear.
Estados Unidos prepara el desequilibrio del terror.
No se trata de una innovación reciente, sino de una constante
en la estrategia del sistema. Por ejemplo, recuerda un historiador
de la diplomacia norteamericana, que ya era la opinión
del presidente Eisenhower en cuanto a estrategia, anota el historiador
Richard Immerman que "para él [Eisenhower], la fuerza
y la seguridad norteamericana dependían esencialmente del
acceso a los mercados y las materias primas del mundo, y en especial
del tercer Mundo, el cual había de ser estrechamente controlado."
Immerman "Diplomatic history" (verano de 1990)
El resultado global del norteamericanismo es una polarización
creciente de la riqueza en manos de grandes grupos industriales
y la miseria de las multitudes, en especial en los países
"subdesarrollados" por su dependencia hacia el antiguo
y el nuevo colonialismo, que los convirtieron en apéndices
de la metrópolis por el monocultivo y la monoproducción,
en detrimento de las huertas y de las actividades que satisfacen
necesidades de los autóctonos (10).
Entre 1975 y 1992 se triplicaron los grupos transnacionales: pasando
de 11.000 grupos con 82.000 filiales a 37.500 grupos que controlan
207.000 filiales.
Estos grupos poseen la mitad de las riquezas productivas mundiales
y el 80% de ellos tiene su sede en Estados Unidos, Europa o Japón.
Este movimiento de concentración del capital no ha dejado
de amplificarse, hasta tal punto que la "Conferencia de las
Naciones Unidas sobre el Comercio y el Desarrollo" (CNUCED)
mostró en su informe de 1998 sobre inversiones mundiales
que cien grupos económicos han llegado a ser los "dueños
del mundo" en el sistema actual de "mundialización",
gracias a un número creciente de "fusiones",
las cuales son facilitadas por el juego dominante de las privatizaciones.
La CNUCED subraya que las transacciones de este tipo ocurridas
en el primer trimestre de 1999 ya equivalen al total de las "fusiones"
de 1998.
Por esta vía no deja de profundizarse el abismo entre países
ricos y países pobres (11). Así es como Africa,
el más desheredado de los continentes, no recibió,
el año pasado, más que el 1,3% de las inversiones.
En treinta años, entre 1950 y 1980, la diferencia entre
el Norte y el Sur que era de 1 a 30, ha pasado de 1 a 150. ¡Es
lo que políticos y medios de información llaman
"las décadas del desarrollo"!
Esta caída prosigue: si en 1980, el 33% de la población
del tercer Mundo estaba subalimentada, en 1988 es cifra llegaba
a 37% (UNICEF: "Situación mundial de la niñez",
1990).
Las leyes del sistema hacen que crezca la distancia, incluso en
los países "ricos" entre los que tienen y los
desposeídos: en 1991, el 5% de los norteamericanos poseen,
en Estados Unidos, el 90% del patrimonio nacional. En Francia,
6% de la población posee el 50% del patrimonio nacional,
mientras que el 94% dispone de la otra mitad.
El balance global del sistema del norteamericano, es aquel del
capitalismo en su forma más acabada: haber fabricado un
"mundo dividido" -- primero entre el Norte y el Sur
-- en el cual cada año mueren 45 millones de seres humanos
de hambre o desnutrición, entre los cuales figuran 13,5
millones de niños (cifras de la UNICEF). Es decir que el
modelo de crecimiento del cual Estados Unidos es el ejemplo más
perfecto, aunque ampliamente imitado o impuesto en el mundo, le
cuesta a la humanidad un número de muertos equivalente
a un Hiroshima cada dos días (12).
Cuando el señor Bush proclama: "Hay que crear una
zona de libre mercado desde Alaska hasta Tierra de Fuego",
y cuando su Secretario de Estado, John Baker agrega: "Hay
que crear una zona de libre mercado desde Vancouver hasta Vladivostok",
el debate más importante del siglo viene a ser: ¿dejaremos
crucificar a la humanidad en esa cruz de oro?
Hemos intentado comprender y analizar el mecanismo interno del
norteamericanismo, su origen mítico, extraterrestre, extrahistórico,
que le confiere, por derecho divino, el dominio del mundo al que
tiene por misión recrear.
En ello lo guía la "mano invisible" que es a
la vez la de DIOS y la del mercado providencial concebido por
Adam Smith.
Su objetivo no es participar en la creación continua de
la Historia, como los otros pueblos, sino al contrario, a través
del triunfo total de los objetivos de su "destino manifiesto",
alcanzar "el fin de la Historia", así como lo
definió Fukuyama "cuando las leyes divinas del mercado
reinen sin obstáculo en el mundo entero."
Por supuesto, este proyecto divino está inscrito en una
historia, así como siempre lo han sido todos los mensajes
y mensajeros de Dios, pero, igual que en la Lógica de Hegel,
el resultado final ya estaba virtualmente contenido en el proyecto
inicial.
O sea, no estamos ante una nación o un imperio que se fija,
en tal coyuntura favorable, una ambición imperial a través
de conquistas sucesivas adueñándose de los territorios
de otras naciones, sino un desarrollo suprahistórico. Aquí,
el mandatario de Dios recupera en dos siglos su propio territorio,
que es el planeta entero, del que Dios le ha confiado la recreación,
aportando la "civilización", la única
auténtica, y la "modernidad" del desarrollo,
a veces a unos bárbaros como los indios o negros, a veces
a naciones demasiado atrasadas como para poder defender sus identidades
particulares y sus culturas.
Una gran parte del mundo ya está "norteamericanizada"
y primero nuestra Europa, a tal punto que el antinorteamericanismo
se ha vuelto una crisis interior tanto a escala de la nación
como de la persona. ¿Debemos dejar que esta globalización
mercantil de la economía, de la política, de la
cultura, bajo la única regulación del mercado, reduzca
todos los "valores" (incluso estéticos o morales)
a valores mercantiles? ¿O vamos a unirnos a los primeros
centros de resistencia que, desde América Latina hasta
Asia, resisten a la nivelación de los espíritus
por exigencias ciegas de la competitividad, que vuelve a los ricos
cada vez más ricos y menos numerosos, y a los pobres, cada
vez más pobres y más numerosos? ¿Resistiremos
al aplastamiento darwiniano de las multitudes por los oligarcas
de las finanzas, de la comunicación y de las armas?
¿QUÉ HACER?
El norteamericanismo es una enfermedad que se ha propagado hoy
en día en todo el planeta y que debemos combatir en el
interior de nosotros mismos y nuestros países.
El medio más eficaz no debe ser la violencia; primero,
porque serviría al mantenimiento del sistema que como ya
lo hemos visto, necesita periódicamente una guerra para
"mantener la coyuntura económica", y después
porque su poder de destrucción es considerable. Aunque
su ejército sea uno de los más mediocres del mundo,
no por la cobardía individual de los soldados, sino porque
no están motivados por ningún proyecto. Sus generales
sólo les dan como objetivo: destruir. El discurso del general
norteamericano, comandante en jefe en Yugoslavia, no les asignaba
otra cosa que: "Venimos a destruir...".
El otro axioma fundamental del Pentágono es la guerra "cero
muerto", es decir, el poder de destrucción sin riesgos,
llevada a cabo por bombardeos a una altitud inaccesible para la
defensa. Es significativo cómo el Estado Mayor sabe que
-- después de la guerra de Vietnam -- una batalla en tierra
contra adversarios motivados por un ideal, los conducirá
a un desastre, incluso si la correlación de fuerzas materiales
está a favor del atacante.
El mito de los "golpes quirúrgicos" está
destinado a ocultar el hecho de que -- por ejemplo, durante la
guerra del Golfo -- sólo el 7 % de la aviación norteamericana
estaba equipada de este dispositivo, que pretendía ser
infalible, para llegar a objetivos militares, y que el 93 % de
los bombardeos se contentan con largar ciegamente sus misiles,
destruyendo indistintamente: desde escuelas hasta hospitales,
desde fábricas de medicamentos (como en Sudán) hasta
aglomeraciones civiles. En Kosovo bombardeaban de tan lejos que
confundieron un tractor con un tanque.
Esto no implica ninguna condena a la resistencia armada. La "Intifada"
de los palestinos es, desde este punto de vista, ejemplar, a pesar
del costo humano. Un pueblo desarmado, sin más que las
piedras de su patria milenaria, para desafiar a un ocupante armado
hasta los dientes. A pesar de la relación de fuerza de
mil contra uno, la resistencia de este pueblo ponía fin
al mito de una "tierra sin pueblo para un pueblo sin tierra".
Viejo eslogan sionista retomado aún por Golda Meir. Así,
un pueblo demuestra, con su resistencia heroica, su existencia
y su fe.
Pero la victoria final vendrá cuando el gigantesco aparato
destructor del complejo militar-industrial de Estados Unidos no
pueda mantener ya más en el mundo sus fuerzas mortíferas.
Ahora bien, este coloso con los pies de arcilla tiene un punto
débil: la vida artificial de la Bolsa, donde los bancos
después de mucho tiempo no cumplen el papel que les corresponde:
el de recolectar ahorros para invertir en las empresas productivas
de bienes y servicios; en cambio se entregan a una actividad especulativa
deduciendo "comisiones" sobre transacciones reales o
ficticias, sobre "valores" que no tienen a veces otra
realidad que su cotización en la Bolsa.
Es suficiente que la duda se instale, sobre la solvencia de esos
títulos, para que la cesación de pago en cadena
se desmorone como un castillo de cartas o un dominó. Los
bancos que habían apostado, como en el casino, sobre acciones
que vuelta a vuelta se alumbraban y daban beneficios fabulosos
e instantáneos, o se apagaban con el mínimo viento
de rumores bursátiles, ya que apostaban sobre "especulaciones"
(en el sentido financiero pero también filosófico
de la palabra) y no sobre una economía real. (13)
LOS MITOS DE LA HAZAÑA DE LA ECONOMÍA NORTEAMERICANA
1.-El crecimiento
En Estados Unidos el crecimiento es más fuerte que en Europa.
Ello se debe a dos factores:
a.- Los trabajadores norteamericanos han aceptado una intensificación
del ritmo de trabajo, a una prolongación del tiempo de
trabajo y a una fuerte reducción de salarios en los empleos
menos calificados, en otras palabras, han consentido en una aumentación
de la desigualdad.
b.- Las presiones ejercidas sobre el nivel de salarios en Estados
Unidos, son tanto más fuertes que los bajos salarios impuestos
en los países más pobres (no sólo en el sudeste
de Asia sino en México, por ejemplo, después de
los acuerdos de ALENA) apremiando a los obreros norteamericanos
a aceptar salarios "competitivos", donde la tendencia
es aproximarse a los salarios de los mexicanos o al de los asiáticos.
Una forma de "crecimiento" como esta implica necesariamente
"desigualdades" a escala nacional como internacional.
2.-La tasa de desempleo es menor en Estados Unidos que en los
países europeos.
Primero porque Estados Unidos literalmente ha "exportado"
el desempleo hacia Europa, en particular por la manipulación
monetaria: la devaluación del dólar que ha "dopado"
las exportaciones haciendo bajar los precios. Después,
como escribió Luttwak: "la casi ausencia de desempleados,
en Estados Unidos, se explica por la simple razón de que
el Estado no se ocupa de indemnizarlos."
Llevando ésta lógica hasta su más absurda
crueldad, podríamos, de un día para otro, terminar
con la desocupación no indemnizando nunca más a
nadie. Habrá cadáveres en las cunetas pero las estadísticas
serán resplandecientes: no habrá más desempleados.
Evidentemente esta "lógica" es la del sistema
neodarwiniano: la eliminación de los más débiles.
3.-El "nivel de vida" de la mayoría de los norteamericanos
es superior a la de los europeos.
Esto es verdad si no se tiene en cuenta que 33 millones de norteamericanos
viven por debajo del nivel de pobreza y de hecho un niño
sobre ocho, en el país más rico del mundo, no se
alimenta suficientemente.
El déficit del Estado alcanzó los 620 millones de
dólares en 1995, y 1.550 mil millones de dólares
en 1998, y en el estado actual alcanzará los 3.450 mil
millones de dólares en el 2000, es decir, 36% del "producto
nacional bruto ".
El endeudamiento del sector privado supera los 5.000 millones
de dólares. En pocas palabras, Estados Unidos gasta más
de lo que gana y vive por debajo de la media. No es necesario
ser un "economista distinguido" para comprender que
una deriva de este tipo no puede prolongarse indefinidamente.
Como escribe el profesor Michel Beaud: "A primera vista,
están dadas todas las condiciones para una crisis bursátil".
Por lo tanto, actualmente existe la amenaza de una explosión
de la "bola especulativa", una amenaza de que el "
turbo capitalismo" produzca un crac más catastrófico
que el de 1929.
Primero, porque el Estado norteamericano será incapaz de
parar la avalancha a causa de su deuda, la deuda de los municipios
y de los condados, que han pasado de 150 millones en 1970 a 598
millones de dólares en 1989.
"Hay un defecto fatal en el funcionamiento del actual sistema;
los bancos, que son los pilares, no tienen objetivamente ningún
interés en hacer inversiones (o lo que sea) a largo plazo.
Las ganancias no vienen de dividendos, intereses o beneficios
ligados a actividades productivas, sino de comisiones provenientes
de cada transacción. Cada vez que los banqueros otorgan
un préstamo reciben una comisión. Existen corrientemente
comisiones de varios millones de dólares; millones de dólares
ganados en unos días o en algunas horas y ese dinero es
generosamente otorgado, bajo forma de salario o prima, a los mismos
banqueros de negocios. El dinero realmente invertido a fines productivos
es, desde su punto de vista, dinero que duerme y que es inútil.
Lo que buscan son transacciones tan numerosas como posibles.
El resultado de todo esto es desviar millones de dólares
(que podrían haber ido a la construcción, a los
fabricantes de equipos o a la investigación) hacia las
cuentas corrientes personales de los banqueros.
En Estados Unidos, en plena penuria de capitales, consecuencia
del consumo desenfrenado, de la debilidad del ahorro y del financiamiento
del gastos públicos por préstamos incesantes en
lugar de impuestos, las penurias de capitales `pacientes' disponibles
es aún más grande. Por lo tanto, toda inversión
realmente productiva debe ser paciente: las fábricas no
se construyen en un día." (14)
"El endeudamiento privado alcanza el nivel colosal de cinco
mil millones de dólares, cifra igual a 9 décimos
del total de ingresos privados."(15)
Entre otras cosas, a pesar de la devaluación sucesiva del
dólar, la balanza comercial es, a corto plazo, ampliamente
deficitaria. Su déficit se incrementa a causa de una consumición
desenfrenada, que hace vivir la nación por debajo de su
media (de ahí el monto de la deuda privada). Otros motivos
son: el empobrecimiento del Tercer Mundo, el crecimiento del desempleo
-- incluso en los países más desarrollados -- baja
constante de ingresos de la mayoría de la población.
Incluso en Estados Unidos, es evidente que un crecimiento de este
tipo no puede ser indeterminado, ya que el número de clientes
solventes en el mundo es cada vez más restringido.
Es ahí donde se encuentran los medios más eficaces
(y los más pacíficos) de lucha, y, al mismo tiempo,
las responsabilidades personales de cada uno. No se trata de manifestar
dando balidos contra le norteamericanismo, que presenta un peligro
mortal para nuestra economía, para nuestra independencia
política, nuestra cultura, nuestras artes y nuestra espiritualidad;
en pocas palabras, para el sentido mismo de nuestra vida.
La economía norteamericana no podría soportar, incluso
parcial, la pérdida de uno o dos millones de sus clientes.
Irá indefectiblemente a la quiebra.
La inmensa mayoría de nuestra población sufre la
invasión norteamericana en todas las dimensiones de la
vida: multitudes visten el uniforme norteamericano con sus pantalones
y remeras Levi's y los hombres sándwichs para las publicidades
de marca o incluso las universidades estadounidenses. Una gran
mayoría de nuestros jóvenes prefieren la Coca Cola
en lugar de otras bebidas y fuman Marlboro, los niños consideran
casi siempre que una comida en un Mac Do es una recompensa; las
películas de violencia o de terror (y los casetes videos
y disquetes que las reproducen) dominan el mercado en un 80%,
y los juegos interactivos que inculcan el gusto por el terror,
entregados a domicilio por la televisión hollywoodiense
que reina desde Taî-peh a Sao Paulo, como desde París
a Dákar.
Y sobre todo, los gobiernos que abastecen al Pentágono
con sus `yanaconas y sus escuderos bajo órdenes norteamericanas,
comprando por millones de dólares aviones de combate y
otros armamentos a las grandes firmas norteamericanas que completan,
de esta forma, los regalos del gobierno norteamericano a las grandes
empresas: su presupuesto toma a cargo la investigación
y el desarrollo a intervalos de "horas/guerra", lo dijo
Alain Peyrefitte, y que aseguran periódicamente un boom
confortable a la economía.
Ahora bien, todo esto es posible gracias a nuestro cobarde consentimiento.
¿Por qué no exigirles a todos los candidatos a un
Parlamento?:
El compromiso, sin equívocos, de no aceptar ningún
contrato de compra de armamento a Estados Unidos (ya que ahí
radica el principal desafío).
El compromiso, sin equívocos, de exigir de parte del gobierno
su retiro de organizaciones que son, alrededor del mundo, los
tentáculos del pulpo, tales como el Fondo Monetario Internacional
y el Banco Mundial, que ya han arruinado al Tercer Mundo, y en
donde los métodos de "privatización",
de reducción de prestaciones sociales, de fusiones, de
OPA, de regulación, de traslado, conducen a despidos y
a la "flexibilidad salarial", es decir, a aceptar resignados
la reducción de salarios.
Aquí comienza a ejercerse directamente las responsabilidades
personales: rehusar el pago de la tasa televisiva, por organizaciones
de televidentes haciéndolas masivas, si nuestras pantallas
continúen saturadas de películas de segunda categoría
provenientes de la producción hollywoodiense con sus "terminators"
y sus Tarzanes ensalzando al más fuerte. Lo mismo para
las salas de cine que nos proyectan la misma basura.
Acordarse que todo consumo de Coca Cola y de Mac Do son subvenciones
para el ocupante. No hay que olvidar que los Disneylandias son
no sólo unos explotadores de mano de obra barata, sino
que contribuyen masivamente a la corrupción y a la destrucción
de nuestra cultura, retomando los temas exteriores a nuestro folclore
para transformarlos en máscara espectacular de sus valores:
la victoria de la fuerza, de la riqueza y de la trampa.
Tampoco hay que olvidar la corrupción que nos han introducido.
Por ejemplo, en nuestro deporte, que no tiene otra vocación
que la de formar a jóvenes deportistas sanos y robustos,
reina la publicidad. O la compra de algún campeón,
hacer espectáculos rentables a través de la venta
a los canales de televisión o la publicidad en los estadios,
o la edición de camisetas de ídolos que se alquilan
a la medios publicitarios, o por la explotación de jóvenes
obligados a realizar proezas y que no tienen otra elección
que de ser comprados por clubes ricamente patrocinados o ser excluidos
y perder su empleo y su carrera, y como si no fuera suficiente,
están obligados a aceptar drogas y doparse para mantenerse
en el equipo.
Por último, el 74 % de los recursos naturales se encuentra
en el Tercer Mundo, pero son controlados y consumidos por sólo
el 20 % de privilegiados del planeta. Es posible, gracias a un
cambio radical de nuestras relaciones con el tercer Mundo, proceder,
no a "tecnológicas " -que aumentan la
dependencia y no responden a las necesidades de los pueblos- sino
mediante "trueque ", que eliminaría así
al dólar como moneda internacional de intercambio, dándole
nuevamente a cada pueblo la posibilidad de desarrollarse en un
sentido verdaderamente humano, según su historia, su cultura,
según lo que puedan aportar y no según las modas
económicas importadas de países donde la riqueza
de una minoría tiene como corolario , la miseria de los
más numerosos. Se trata de un aporte no en función
de la `mundialización' imperial al servicio del colonialismo
unificado, sino de un nuevo universalismo fecundado recíprocamente
por todas las civilizaciones.
Dependerá de nosotros (sin olvidar que esto implica un
sacrificio personal) impedir que los provisorios amos del mundo
nos conduzcan, en el siglo XXI, a un suicidio planetario debido
al agotamiento y la contaminación del medio ambiente, al
empobrecimiento y la destrucción de hombres y mujeres,
a la explotación, la corrupción y la exclusión
del ser humano en nombre de un neodarwinismo social que implica
la eliminación del más débil, o a trabajar
colectivamente y personalmente por la resurrección.
El problema del antinorteamericanismo, no es geográfico
ni racial, sino fundamentalmente religioso. Puesto que es un acto
de fe escoger entre una vida desprovista de sentido y la resurrección
de los hijos del hombre, porque es del hombre de quien se trata.
Roger Garaudy
Las Ediciones Odile Jacob han publicado un libro consagrado al
análisis del "sistema" capitalista. Está
escrito por un especialista norteamericano creador de empresas,
teórico de lo que él mismo llama "turbo capitalismo",
experto de varias instituciones económicas privadas y públicas
en Estados Unidos.
Partiendo de un punto de vista opuesto al nuestro, nos da los
mismos análisis sobre el sistema, él con alabanzas
y proponiendo su universalización, nosotros a través
de la crítica y del llamado a su destrucción.
Este paralelismo testimonia una gran fuerza de objetividad de
dos análisis describiendo un mismo fenómeno. Por
eso nos ha parecido deseable invitar a todos los que se interrogan
sobre el sentido del movimiento histórico de nuestra época,
a que lean el libro de Edward N. Luttwark para constatar que,
sea cual sea el punto de vista en el cual nos coloquemos (alabadores
o críticos), se trata de la misma realidad, del mismo movimiento.
Es por eso que nos parece necesario, para presentar el libro de
Luttwak, adjuntar un informe sin tergiversación, dándole
al autor la palabra (la última palabra) anexada a nuestra
formulación. Extractos hechos a partir de sus propias citaciones
para incitar al lector a leer la obra en su integridad, con el
fin de poder juzgar en el debate que nosotros proponemos.
Aconsejamos meditar atentamente sobre este libro: uno de los más
profundos dentro del estudio de la economía de nuestro
siglo, se trata de "Le turbo-capitalisme" de Edward
N. Luttwak, Ed. Odile Jacob. París. 1999. He aquí
unos extractos significativos:
Página 19. El mundo entero esta condenado a adoptar, en
muy corto plazo, el nuevo modelo económico inventado por
Estados Unidos.
Página 50. Se resume así:
privatización + derregulación + mundialización
= turbo capitalismo = prosperidad
Página 53. Sus seguidores no lo nombran así. Se
contentan con el término " libre mercado", pero
lo que entienden por tal va mucho más allá que la
simple facultad de comprar y vender. Ellos veneran, profesan y
reivindican un modelo: el de las empresas privadas, liberadas
del control administrativo, que escapan al contrapoder de sindicatos
eficaces, desprovisto se consideraciones sentimentales concernientes
a la suerte de los empleados y de las colectividades locales,
ignorar las barreras aduaneras o las limitaciones a las inversiones
y liberarse, lo más que se pueda, de las punciones de los
impuestos. Esto reclaman con insistencia, la privatización
en todas las esferas, y la conversión de todas las instituciones
públicas -- desde las universidades hasta los jardines
botánicos, desde las prisiones hasta las bibliotecas, desde
las escuelas primarias hasta los geriátricos -- en empresas
administradas según los criterios de rentabilidad.
Página 150. El movimiento de privatización de las
empresas públicas apunta a acrecentar la productividad,
eliminando el exceso de personal y reemplazando, cada vez que
sea posible, los empleados eficientes por maquinarias aún
más eficaces. En Gran Bretaña, la privatización
de compañías de teléfono, de gas, de electricidad
y la siderúrgica, la British Airways y la British Rail,
condujo a la supresión de más de 300.000 empleos.
Página 150. En Francia y en Italia, donde el sector público
controla sectores enteros de la economía, las privatizaciones
permitirán una ganancia significativa de productividad.
Las consecuencias serán favorables para el producto nacional
bruto y desastrosas para el mercado del trabajo.
Página 153. La modificación de la legislación
del trabajo debe apuntar a facilitar los despidos (preaviso limitado
a un mes y reducción de las indemnizaciones), limitar las
vacaciones pagadas y el costo de las horas suplementarias, etc.
Página 93. Para los dirigentes de empresas, evitar por
todos los medios los despidos incentivando la formación
permanente, a fin de desarrollar las competencias y la lealtad
del personal, evoca para ellos una incorregible sensiblería
femenina, totalmente desplazada en nuestro universo neodarwiniano.
Página 88. Reduciendo el personal en todos los niveles
-- desde la cadena de ensamblaje hasta las oficinas de estudio,
desde los servicios administrativos a los ejecutivos -- , Boeing
ha logrado desembarazarse de 45.000 empleados entre 1992 y 1996.
Wall Street está entusiasmada constatando que la reducción
de sus costos de producción se acompañan de un crecimiento
de las ventas en el mercado de la aviación civil, en plena
fase de expansión.
Página 89. En Wall Street, las acciones, hasta ese momento
deprimidas, registran un aumento de 1,69 dólares, para
alcanzar el pico de 50,63 dólares. ... analistas y agentes
de cambio interpretan las previsiones de despidos masivos como
índice de una brillante gestión. (16)
Página 112. Una empresa que crea empleos -- según
los cánones de la nueva ortodoxia que condena todo factor
susceptible de reducir la rentabilidad -- está mal administrada.
Página 114. Es evidente deducir de esta comparación
que, donde el capital es fructífero, el empleo es raro,
y viceversa.
Página 112. No dejaremos de citar los sucesos de la exportación
de alta tecnología norteamericana, en particular la informática,
orgullosa de los nuevos titanes, para ilustrar la legitimidad
de la liberación de cambios, es decir, los esfuerzos logrados
por Estados Unidos para unificar la economía mundial negociando
el levantamiento de todas las barreras sobre el comercio, las
inversiones o las licencias. En contrapartida, la pérdida
neta de casi dos millones de empleos -- según las estimaciones
menos sombrías -- ligados a las importaciones en otros
sectores, es considerada una negligencia porque se trata de empleos
poco calificados en ramas en decadencia.
Página 25. El turbo capitalismo, gran destructor de privilegios,
no afecta solamente a los trabajadores sindicalizados. Los pequeños
comerciantes, que gozan de monopolios locales para la distribución
de sus productos, son empujados a la quiebra a causa de la proliferación
de supermercados o de negocios en cadena.
La mundialización
Página 30. La mundialización consiste al fin de
cuentas y por lo esencial, en trasladar la producción y
no en acrecentarla; sin embargo, toda transferencia internacional
pone en juego intercambios de divisas y casi siempre otras operaciones
financieras, como la toma de posición en los mercados,
para compensar las tasas de cambio desfavorables.
En consecuencia, la llegada del turbo capitalismo se acompaña
en todas partes de un aumento del sector financiero y bursátil,
sin relación con la "economía real", es
decir, el de las haciendas, las fábricas y los comercios.
Página 279. Naturalmente, la repartición de los
ingresos cambiará aún más, llegando a ser
más desigual, según el modelo de Estados Unidos,
donde los ahorros de los más ricos, es decir un 5% del
total, han visto aumentar sus ingresos de 15-16%, en los años
70, a 17-18%, a comienzos de la década siguiente, luego
en 1996 a 21,4%.
Página 40. Una noción importante subentiende la
regla del turbo capitalismo norteamericano: digan lo que digan
las Sagradas Escrituras, la posesión de riquezas no constituye
una traba a la virtud. Al contrario, según la doctrina
de la predestinación, señala un favor divino.
Página 41. Los máximos ganadores no son sólo
respetados por su "savoir faire", sino también
por simplemente saber, al menos para aquellos que (les prestan).
Además son casi siempre solicitados para responder a las
grandes cuestiones de la actualidad, incluso se trata de temas
alejados de su competencia. Por ejemplo, en el transcurso del
año 1997, Bill Gates, campeón de marketing de programas
informáticos, y Georges Soros, campeón de la especulación
de divisas, han sido citados sin descanso y con la más
gran deferencia, por el conjunto de los medios de difusión
norteamericanos, sobre temas tan diversos como los del porvenir
de la educación pública o la legislación
sobre las drogas. Sus interlocutores consideraban como una evidencia
que la condescendiente sabiduría era igual a la envergadura
de sus ingresos. Esta consideración deriva en línea
directa de la regla número uno, donde las implicaciones
van más allá de una simple legitimación moral,
acorde con el enriquecimiento. Lejos de ser estigmatizados por
sus ansias, los ganadores son altamente estimados. Y los máximos
ganadores serán santificados.
Página 44. Así como la facultad de enriquecerse
confirma la santidad, la incapacidad a escapar de la pobreza otorga
tenaz un olor a pescado.
Página 130. La explosión hacia la cumbre de los
ingresos se combina con la exclusión a la base.
Página 131. Dejemos de lado la visión holliwoodiense
que asocia la pobreza con color de la piel para volcarnos sobre
las cifras. En Estados Unidos, en 1996, sobre un total de 36.529.000
personas calificadas oficialmente como pobres, 24.650.000 eran
blancos, de los cuales 16.267.000 "blancos no hispánicos",
y 9.694.000 negros.
Página 277. Para 60 millones de asalariados sus ingresos
en dólares reales eran más elevados a principio
de 1970, cuando la economía estaba todavía reglamentada.
Por otro lado, más de 17 millones de asalariados a tiempo
completo -- haciendo 40 horas por semana, en 50 semanas al año
-- se encontraban por debajo del nivel de pobreza.
Página 100. Le existencia de este desecho económico
explica la tasa de criminalidad excepcionalmente elevada en Estados
Unidos y la persistencia de "zonas prohibidas" en inmensas
ciudades.
Página 21. Entre estos 60 millones de norteamericanos con
menos suerte, numerosos son los que, después de haber perdido
su puesto en la industria o en los servicios, han tenido que aceptar
empleos precarios y mal pagados dentro del ramo de la venta, servicios
de vigilancia, comida al paso, manutención o limpieza.
Esta movilidad hacia abajo ha tenido como efecto arrojar del mundo
del trabajo a los subproletarios. Sus representantes constituyen
-- según las estadísticas más recientes --
el grueso batallón de 1,8 millones de norteamericanos que
pueblan las prisiones. A todo esto hay que agregarle 3,7 millones
de personas en libertad condicional o en espera de un juicio.
Así, el total de la población criminal asciende
a 5,5 millones de personas, es decir, el 2,8% de la población
adulta, dos veces más que en 1980, cuando el turbo capitalismo
estaba en sus primeros balbuceos.
Página 86. En 1995, 4,9 millones de norteamericanos estaban
bajo control judicial: 2,8 millones condenados a penas en suspenso,
671.000 en libertad condicional, 958.704 encerrados en prisiones
del Estado, 95.034 en prisiones federales y 446.000 en prisiones
locales. Comparado con la población total del país
(hombres, mujeres y niños) estas cifras significan que
1 individuo sobre 189 se encuentra detrás de las rejas,
lo que representa un aumento espectacular con relación
a las cifras, de por sí muy elevadas en 1980, de 1 sobre
480. Desde entonces las cifras no dejan de progresar: a fines
del primer semestre de 1997 ascendió a 5,5 millones.
Los norteamericanos ya no se asombran de las dimensiones gigantescas
de esta "sedición" permanente, mismo si los 18
millones de robos menores, los 3 millones de robos con violencia,
los 1,6 millones de robos de autos, el millón de agresiones
a mano armada, las 639.000 estafas, las 102.000 violaciones y
las 23.000 muertes, y según las últimas cifras han
aumentado en la proporción de 6 a 10% por año y
se expanden desde hace tiempo en la periferia y en las pequeñas
ciudades, que en otros tiempos eran tranquilas.
El FBI contó una muerte todos los veintidós minutos,
una violación todos los cinco minutos, un robo todo los
cuarentinueve segundos, un robo de auto todo los treinta segundos,
un robo con agresión todos los diez segundos, etc.
Página 138. De ciertas encuestas surge el hecho que el
tráfico de drogas genera un ingreso de 12.500 dólares
por año. En 1987, representaba la profesión más
rentable que se ofrecía a aquellos sin educación.
En otros términos, toda la información disponible
corroboraba que el "personal" implicado en el tráfico
de droga había elegido la orientación más
racional y ni siquiera el mejor consultor en recursos humanos
pudo oponer argumentos decisivos.
Página 138. En realidad, cada país desarrollado
está condenado a engendrar su propia "clase peligrosa"
de desempleados crónicos y sus respectivos asociados. ¿A
qué ritmo? Tan rápido como los servicios públicos
sean concedidos a actores privados, o por la pérdida de
sus recursos, o por la desaparición de reglamentaciones
comerciales, o por todo otro obstáculo en el funcionamiento
del mercado; nuestro nuevo mercado libre, informatizado y mundializado.
Página 137. La criminalidad por sí sola cumple una
función social. Lejos de ser la expresión de una
deriva, aparece como una elección racional. Una investigación
llevada a cabo sobre el tráfico de droga en Washington,
y analizando en detalle el conjunto de las sentencias invalida
las opiniones establecidas. Según sus conclusiones sólidamente
sostenidas, el tráfico crea una buena cantidad de empleos
y permite inversiones fructíferas. La investigación
demuestra también que la elección de los empresarios
y los empleados que se dedican a esta actividad resultan de un
análisis consecuente de la situación. La investigación
se vuelca sobre los casos de más de 11.000 traficantes
regulares y alrededor de 13.000 ocasionales. Para el conjunto
de la corporación, el ingreso neto después de los
gastos asciende a 300 millones de dólares. Incluso si se
imputan, según los métodos de las compañías
de seguros, un valor monetario al riesgo real de muertes violentas
o de heridos dentro del marco de una competencia feroz, o al riesgo
menor de arresto y de condena.
El gran dilema
Página 296. Dar riendas sueltas al turbo capitalismo, a
la manera norteamericana y británica, conducirá
a agravar las desigualdades de los ingresos, a cambio de un crecimiento
económico no tan extraordinario. Resistir al turbo capitalismo,
protegiendo los salarios y manteniendo las reglamentaciones comerciales,
o incluso el sector público que pesa sobre las firmas,
desalentando el espíritu de empresa, frenando la innovación
técnica, desembocará en un crecimiento menor y en
un desempleo estructural mucho más importante.
El turbo capitalismo se propaga sin ningún obstáculo
para llevar a cabo la fragmentación de las sociedades en
donde habrá una pequeña minoría de ganadores,
una masa de perdedores, o pobres más o menos a gusto, y
rebeldes que no respetan más las leyes. No sólo
los lazos sociales están desgarrados, sino también
los lazos familiares corroídos.
Página 297. Tal es el gran dilema al cual estamos hoy en
día confrontados. Hasta el momento, ningún gobierno
occidental ha propuesto algo mejor que dejar que el turbocapitalismo
se propague sin trabas, con la esperanza que un crecimiento más
rápido resuelva todas las dificultades. En lugar de esto,
el turbo capitalismo intensificará la fractura entre la
Silicon Valley de los héroes y el desfile de los desesperados.
Lógicamente todo conduce a esto, pero las fuerzas políticas
dominantes no quieren verlo.
Comparado a la esclavitud de la difunta economía comunista,
de la debilidad del socialismo burocrático y de los grotescos
fracasos de los nacionalismos económicos, el turbocapitalismo
es globalmente superior en el plano material y a despecho de su
poder de corrosión sobre la sociedad, la familia y la cultura,
no es verdaderamente inferior en el plano moral. Por lo tanto,
aceptar que el turbo capitalismo extienda su imperio en todas
las esferas -- desde las artes hasta el deporte, sin hablar de
la economía -- no contribuir más que la realización
de la especie humana.
NOTAS
1)Edward N. Luttwak, Le turbo-capitalisme, Ed. Odile Jacob,
Paris, 1999.
2) Idem.
3) Ver Elise Marienstrass : Les mythes fondateurs de la
nation américaine. Ed. Complexe. Bruxelles. 1992.
4)Thoughts en Indian treatries. Americain Museum. 1971.
5) Samuel Sewall : The selling of Joseph (p.83-87) Citado
por Elise Marienstrass (Obra cit. p. 237)
6) Elise Marienstrass (Obra cit. p. 229)
7) Blancos anglosajones protestantes.
8) Sobre la expansión norteamericana a través sus
diversos "círculos, dirigirse al libro de Michel Bugnon-Mordant
L'Amérique totalitaire (Ed. Favre. Lausanne. 1997)
9)Sobre esta dominación de Estados Unidos sobre América
latina (segundo círculo) ver el artículo de Peña
Torres.
10) Citado por Brugnon-Mordant en Norteamérica totalitaria.
(Prefacio de Pierre Salinger. Ed. Fauve. Lausanne. 1997)
11)Ver Brugnon-Mordant. Obra Cit.
12) Tomando en cuenta que esas apelaciones abstractas enmascaran
una realidad más trágica: los países " ricos "
cuentan con un sinnúmero de pobres, y los países
"pobres ", un puñado de ricos, mafiosos
y cómplices de los gigantes mundiales.
13) Ver Susan George: "Jusqu'au cou", Ed. La Découverte,
Paris 1992.
14) Ver Kennet Galbraith, sobre los mecanismos del crac de 1929.
15)Edward N. Luttwak. "rêve américain en danger "
Ed. Odile Jacob. 1995. p. 165-166.
16) Edward N. Luttwak. "turbo capitalisme "
(Obra cit. p. 22)
El ejemplo ha sido imitado en Francia, con los mismos efectos:
los despidos lograron un aumento de las acciones de la sociedad
en la Bolsa, donde Michelin fue uno de los casos.
Sin embargo, no hay que acusar a Michelin de todos los males,
a pesar de que fue el extremo. En ocasión de la "Universidad"
de MEDEF, Jean Boissonnat declaró recientemente con el
aplauso de los patrones, que ni el empleo ni el progreso social
constituyen la finalidad de la empresa, mientras que el patrón
de los patrones, el barón Enest-Antoine Seillière
sobrepujaba aún más agregando que es "normal
para una gran empresa reducir su personal del 3% por año".
Incluso la política antisindical de Michelin no es una
excepción. En efecto, si sólo se cuenta con un 4%
del personal sindicalizado en el sector privado es porque, en
las empresas francesas, se los echa con más ensañamiento
que los tiempos de la guerra fría.
Edouard Michelin, formado en Estados Unidos, tres meses después
de haber instalado en la empresa, y mientras sus beneficios aumentaban
de más del 18% en un año, anunció una reducción
del personal de 7.500 efectivos en Europa -- mismo en Francia
y en Auvernia -- para "satisfacer a los accionistas"
y "tomar la delantera, a fin de preparar desde hoy los logros
para mañana". La Bolsa respondía como previsto:
mientras se anunciaba los despidos futuros, los títulos
aumentaron un 12,6%.
+++++++++++++++++++++++
A CONTRA NOCHE, n· 5-6, diciembre de 1999.