También según las minutas de la Conferencia citada, los judíos en el inmenso ghetto de Europa Oriental en el Gobierno General de Polonia a que llegara el final de la guerra, «momento en que se llevarían a cabo conversaciones a nivel internacional que decidirían su futuro». Manveil y Frankl, impertérritos, no se dejaron influenciar por el texto de las minutas, en las que no hay ninguna referencia a genocidio de los judíos europeos. Según ellos «en la Conferencia de Wannsee se evitaron las referencias directas al exterminio de los judíos, pués Heydrich prefería utilizar el término «Arbeitseinsatz im Osten» (asignación de trabajo en el Este). Lo que no explican Frankl y Manveil es porqué debemos traducir «asignación de trabajo en el Este» por «exterminio», rechazando a priori, porque si, que «asignación de trabajo en el Este» signifique simplemente «asignación de trabajo en el Este» y nada más.
La falta absoluta de pruebas documentales que den consistencia a la teoría de que hubo un plan oficial de exterminio de los judíos ha hecho que se adoptara el hábito de reinterpretar los documentos almanes que se conserven. Así, por ejemplo, cuando un documento alemán habla de «deportación», immediatamente se indica que ello significa «exterminación». Los exégetas, naturalmente, omiten precisar en qué se basan para tales interpretaciones. Manveil y Frankl afirman que» se utilizaron diversas expresiones para camuflar la expresión «genocidio». Por ejemplo la palabra «Ausrottung». que puede traducirse por «desenraizar» y también por «deportar», significaba, cuando la empleaban Heydrich, Müller, Himmler, Goering et alia «asesinar». También significaban «asesinar» «aussiedlung», que en alemán corriente pudiera traducirse por «expulsar» y «Überforderung», que significaba, «transportar» (???) (1)
Todo es, pues, simple. Cuando un texto no incrimina a un acusado, se afirma que este se expresa en una especia de lenguaje cifrado. La clave de tal lenguaje esotérico ha sido hallada por la Acusación, que no se digna descifrarlo a los simples mortales, los cuales deben creer al Fiscal, que es, al mismo tiem po, Juez y Verdugo cual su éste pontificara ex cátedra. Así, naturalmente, puede llegar a demostrarse lo que se desee. Así, por ejemplo, cuando Reitlinger afirma que cuando Himmler dió la bien conocida orden de mandar a todos los deportados judíos hacia el Este (se refería a los judíos polacos), lo que Himmler quería decir a sus subordinados era «matarlos». (2)
Y, no obstante, bueno será tener presente que los alemanes, tanto antes, como durante y después de Hitler, han tenido siempre una acentuada propensión a la burocracia; a guardarlo todo por escrito, y de manera bien precisa. Esto es como un rasgo nacional alemán, y cualquiera que haya tratado con alemanes en un plano profesional podrá atestiguarlo. No obstante, entre las docenas de miles de documentos de la S.D, la Gestapo, la Abwehr, la Wehrmarcht, la SS, la SA, los famosos y prolijos archivos de Himmler y las propias órdenes directas del Führer en el transcurso de la Guerra no se encuentra ni una sóla orden de exterminio de grupos raciales, ya se trate de judíos, de gitanos, o de quien quiere. Esto ha sido admitido por el Centro Mundial de Documentación Judía Contemporánea de Tel-Aviv, el cual se ve reducido a afirmar, sin pruebas, y haciendo un verdadero «proceso de intenciones» a los jerarcas nazis, que éstos empleaban una especia de lenguaje cifrado. Ahora bien, Ese lenguaje cifrado ¿para qué?, nos preguntamos. ¿Para guardar el secreto del genocidio? ¿Es que puede, seriamente, creerse que si se emplea un lenguaje en clave en las altas esferas del Gobierno, con objeto de matener el secreto, se va. en cambio. a permitir que se conozca en los escalones inferiores del mando?... ¿O es que en tales escalones también se usaba un lenguaje cifrado? ¿Cuando Hitler ordenaba a Himmler que matara a varios millones de judíos utilizaba circunlocuciones y metáforas para disimular. Dios sabe ante quién, mientras que el Sargento SS Schmidt le ordenaba crudamente al abo SS Müller que preparara las parrillas de Auschwitz para asar a unos cuantos miles de judíos? ¿No es absurdo suponer que las precauciones llevadas a extremos sibariticos se observaran solo en las altas esferas del mando mientras en los escalones mas bajos. es decir, los mas vulnerables y, logicamente de menor confianza, no se observaran? . Y. si se observaban, ¿no nos hallamos ante el caso, único en la historia, de un «lenguaje cifrado», utilizado por cientos de miles de guardianes. carceleros y funcionarios, lenguaje cuyo código fueron incapaces de descifrar los servicios secretos de tres docenas de paises contendientes? Oscar Wilde ha dicho que un secreto entre dos es un secreto a voces y un secreto entre tres un anuncio en una gaceta. Sabido es que el pueblo alemán tiene fama de discreto, pero una tal discreción en ese asunto del «lenguaje cifrado» parece. en verdad, un suceso mágico; casi tan mágico como el de las trompetas de Jericó o el Maná en el Desierto.
Por mucho que quieran torturarse los textos, subvirtiendo el significado de las palabras. la politica oficial del III Reich en relacion con los judios fué de «desenraizarlos» (Ausrottung) de Europa, favoreciendo su emigracion a Magadascar. Cuando el desarrollo de la guerra hizo practicamente imposible esa solucion. se adopto. transitoriamente, la de deportarlos al Este de Europa, a Polonia y a Rusia Blanca. Esa era la «Endlösung», la famosa «Solución Final».
Naturalmente, «Endlösung» se ha traducido por «matanza colectiva», siguiendo en la linea del lenguaje cifrado, tan cara a los cultivadores de la exotica planta del fraude concentracionario. Naturalmente, se arguirá que, además del lenguaje cifrado utilizado por los jerarcas nazis cuando se referian al presente tema, existe la evidencia legal proporcionada por numerosos testimonios alemanes.
Ahora bien: examinemos objetivamente tal «evidencia legal». Un escritor de tan elevada categoría entre los mantenedores del fraude como León Poliakov se ve forzado a admitir:
«Las tres o cuatro personas relacionadas con el esquema
general del plan para la exterrninacion total de los judíos
han muerto. y no queda ningun documento». (3)
No obstante, los muchísimos documentos que. de hecho. quedan, no hablan para nada de los planerde exterminacion. Entonces. Poliakov, Manvell, Frankl, Reitlinger, Kogon y un largo etcetera de autores judios - por cierto rarisimo que todos sean judíos aluden al ya mencionado lenguaje cifrado y, cuando conviene, a las órdenes verbales. Fantastico, también, eso de las «órdenes verbales», no ya en un estado disciplinado y superorganizado. sino en cualquier estado moderno. Un buen dia, el Führer, en un acceso de colera, llama a Goering y le dice que diga a Heydrich, que éste diga a su inmediato inferior que, en cascada, se vaya diciendo a las personas a quien pudiera interesar, que monten unas parrillas en Auschwitz, y unas cámaras de gas enPolonia precisamente, en Polonia con objeto de que el cabo Müller (de las SS), proceda a exterminar, con su pelotón de soldados, a determinado número de judíos.
Manveil y Frankl son, en este asunto, sencillamente deliciosos. Afirman que «la política de genocidio parece haberse decidido después de unas reuniones secretas entre Hitler y Himmler.» (4) William Shirer, un autor judio que escribio el conocidísimo libro «Ascenso y Caída del III Reich» guarda, también, sorprendentemente mutismo en relación con las pruebas documentales de la supuesta política genocida nazi. Es con todo suficientemente franco para admitir que la orden de Hitler de que se aniquilara a los judíos nunca fué escrita en un papel. Y asegura que «probablemente fué dada, en forma verbal, a Goering, Himmler y Heydrich, que la transmitieron ...» (5)
Manvell y Frankl decididamente imbatibles, nos suministran una «prueba». ¡Al fin una prueba!. Hela aquí:
«El 31 de Julio de 1941 Goering envió un memorandum
a Heydrich, redactado en los siguientes términos:
«Como suplemento a la tarea que le fué asignada
a Usted el 24 de Enero de 1939, de resolver el problema judío
mediante la evacuación y la emigración, de la mejor
manera posible y en concordancia Con las presentes condiciones
... deberá Usted encargarse de encontrar una solución
total (Gesamtlösung) de la cuestión judía
dentro del area de influencia alemana en Europa.» (6)
En dicho memorandum Goering habla de los medios materales, organizativos y financieros requeridos para llevar a cabo esa tarea. Finalmente se refiere a «la deseada solución final» (Endlösung), refiriendose de forma taxativa al esquema ideal de la emigración y evacuación de los judíos, expresamente mencionado al principio del memorandum. No se menciona para nada la intención o la necesidad de asesinar a nadie, pero Manveil y Frankl, historiadores increíbles pero aparentemente muy creídos por los tribunales desnazificadores afirman que eso es, realmente, lo que el memorandum significaba, porque, tras enviarle el memorandum en cuestión, Goering cogió el teléfono y le dijo a Heydrich lo que significaba,en realidad, la «Solución Final»: significaba asesinato colectivo de los judíos.
Evidentemente, con tales recursos dialécticos nos vemos capacitado para demostrár el «yo no existo» y la cuadratura del círculo.
Cuando, más adelante, nos ocupemos específicamente del tema de las cámaras de gas y de los hornos crematorios, volveremos a hacer hincapié en ese impar argumento del lenguaje cifrado, en el que los alemanes, según sus «jueces «, resultaron ser geniales maestros.
Hemos dicho que el Fraude de los Seis Millones, gestado por el «Congreso Mundial Judío», nació en el Tribunal Militar Internacional de Nuremberg. Y así la acusación constituida a la vez en juez y parte, dió rango oficial a la absurda cifra. Desde un principio, los Procesos de Nuremberg, que duraron desde 1945 hata finales de 1949, se apoyaron, tomando como axiomas, en hechos que precisamentre se trataba de demostrar. Se basaron, así mismo, en un legislación «ex post facto», según la cual podían ser condenadas personas por la comisión de hechos que, cuando fueron o se supone que fueron cometidos no constituían delito.
Cualquiera que estuviera dispuesto a creer que el genocidio de los judios europeos quedó demostrado en los juicios de Nuremberg, debiera tener en cosideración la naturaleza de dichos juicios, en los que se olvidaron todas las normas legales en vigencia en los países civilizados. Se llegó a la enormidad de decretar que «el Tribunal no admitiría limitaciones técnicas en la presentación de pruebas». En la práctica esto significó la admision, como pruebas, de testimonios de tercera y cuarta mano; de declaraciones ante el Tribunal empezando por la frase: «me han dicho que...» y, sobre todo, de «affidavits», o declaraciones juradas por escrito El Tribunal admitió más de 300.000 de esos «affidavits». Los abogados defensores (7) no podian obligar a los autores de los «affidavits» a que se presentaran ante el Tribunal para interrogarles. Más aún, ninguno de los testigos que se presentaron de grado o por fuerza a declarar citados por la Acusación, podía ser interrogado por los defensores, ni siquiera por los acusados. Cualquiera abogado defensor podia ser descalificado en el acto «si a consecuencia de sus preguntas al testigo se producía una situación intolerable». No sufreemos sea incurrir en pecado de juicio. temerario si suponemos que tal «situación intolerable» se producía cuando el defensor hacía incurrir al testigó en contradicciones y empezaba así, a demostrar la inocencia de su defendido.
Para patentizar aún más, si cabe, que los procesos de Nuremberg fueron un auténtico linchamiento enmascarado con formulismos legaIes, se llegó a enormidad jurídica de los miembros de ciertas organizaciones nazis, como las SS o las SA, eran considerados culpables en principio, debiendo demostrar su inociencia ante el Tribunal. En todos los cuerpos legales del mundo, cuando se juzga a un hombre, se parte del supuesto de su inocencia, y, en virtud del principio «in dubio pro reo», todos los casos o situaciones que presentan el menor resquicio a la duda razonable se interpretan a favor del acusado. La acusación es quien debe demostrar que el acusado es culpable, y no éste que es inocente. Esto es de una lógica elemental: la prueba negativa, la demostración de que uno no ha hecho algo es, muchas veces, imposible.
El Juez Wennerturm, a quien ya hemos aludido, y que presidió uno de los tribunales afirmó que, a parte de que la Acusación presentó pruebas notoriamente falseadas e hizo lo posible para que no se exhibieran documentos oficiales alemanes capturados por los Aliados cuando tales documentos podian servir de descargo a los acusados, el noventa por ciento de los miembros del Tribunal, asi como sus auxiliares «entre bastidores» eran personas que, por motivos raciales, odiaban a los alemanes, y más concretamente a los nazis, y deseaban vengarse. Un alemán no nazi, Mark Lautern, escribe:
«La mayor parte de los testigos de la Acusación son judios, y también lo son los miembros de la oficina del Fiscal, empezando por Robert Kempner y su «segundo». Morris Amchan... Ya van llegado todos: los Salomons, los Schlossbergers y los Rabinovichs, miembros del personal de la Acusación Pública». (8)
Lo único que preocupaba a los autores de aquél linchamiento legal era conseguir guardar un minimo de apariencias, para no escandalizar demasiado a los periodistas, especialmente a los de países neutrales. (9)
Aparte de los 300.000 «affidavits» y de los 240 testigos, de los que casi las tres cuartas partes eran judíos, el Tribunal de Nuremberg exhibió, también, triunfalmente, el testimonio de varios alemanes, nazis en su mayor parte, que habian confesado su participación, o la de sus superiores jerárquicos, en actos de genocidio contra la comunidad judía europea. Personalmente, somos muy escépticos sobre la validez de las «confesiones espontáneas», presentadas por la Acusación en procesos criminales. Lógicamente, más debemos serlo en los procesos políticos, y si cabe, más aún en los político-militares. Se ha dicho que la Justicia militar es a la Justicia, lo que la Música militar es a la música. Por si alguien albergaba dudas a tal respecto, le basta examinar, con espiritu crítico e imparcial, los entresijos de Nuremberg.
El General de las SS, Oswald Pohl, Administrador General de los Campos de Concentración, y Jefe del Departamento de Economía y Administración de las SS, fué apaleado durante meses. Su cabeza introducida en cubos llenos de excrementos y sometido a un régimen carcelero de aislamiento total, recibiendo una alimentación reducida a lo indispensable para mantenerle vivo. Finalmente, cuando se presentó ante el Tribunal, Pohl admitio haber firmado un documento en el que se afirmaba haber visto personalmente una cámara de gas en Auschwitz. Pohl relató las sevicias de que había sido objeto, y afirmo que nunca hubieron cámaras de gas en Auschwitz ni en ninguna parte; Pohl fué condenado a muerte, sin más pruebas que una declaración jurada por escrito, arrancada bajo la tortura. (10) El caso de Pohl es todavia más escandaloso si se toma en consideración que fué el mismo quien ordenó el procesamiento del Jefe del Campo de Buchenwald, Karl Koch, por dirigir una banda de carceleros que practicaban la corrupción y colaboraban con ciertos presos en el robo de paquetes de víveres de la Cruz Roja, que luego eran vendidos en el mercado negro. Pohl respaldó en todo momento al Juez del Servicio Jurídico de las SS Konrad Morgen, que condenó a muerte a Koch. (11)
Otro General de las SS. Erich von dem Bach-Zelewski firmó también una declaración jurada en la que acusaba a Himmler de haber presidido y contemplado personalmente el asesinato, por fusilamiento, de cien mil judíos polacos y rusoblancos, en Minsk. En la declaración jurada de Von dem Bach-Zelewski incluso se afirmaba que mientras Himmler permanecía impasible observando la macabra escena, Bach-Zelewski casi se desmayé (12). Examinemos muy seriamente esa declaración. Supongamos que esos fusilamientos se llevaban a cabo por tandas de cincuenta personas. Nos parece que esa cifra es incluso excesiva, pues al fin y al cabo, cincuenta personas alineadas para ser fusiladas ocupan teniendo en cuenta sus dimensiones y la separación entre cuerpo y cuerpo unos cincuenta metros, lo que parece más respetable para un campo de tiro. Pero en fin, aceptemos los cincuenta fusilados por tanda Maravillémonos, de paso, de la borreguil resignación de los destinados a ser fusilados, que ven como sus compañeros van siendo ejecutados, impertérritos se presentan en el matadero. Pero sigamos. Para cargar el fusil, apuntar, disparar, acercarse a los ejecutados, darles el golpe de gracia, retirarlos y traer otros cincuenta presos, poniéndolos en formación para continuar el macabro juego hacen falta, por mecanizados y eficientes que sean los ejecutores alemanes, no meflos de cinco minutos, pero vamos a dejarlo en tres minutos, para lo cual hace falta una rapidez de película de Charlot en la época del cine mudo. Pues bien, si Himmler contempló impasiblemente la ejecución de los cien mil judios rusos y polacos, necesitó desperdiciar cien horas de su tiempo, que nos atrevemos a suponer no podía malgastar, en época de guerra, por sádico y demente que se le quiera suponer. El ser humano capaz de permanecer cuatro días seguidos aunque le traigan la comida sobre el terreno sin dormir y escuchando el estruendo de cincuenta disparos cada minuto y medio (conviene no olvidar los tiros de gracia) sencillamente, no se ha inventado todavía. En 1959 Bach-Zelewski repudió sus acusaciones ante un Tribunal de Alemania Occidental, manifestando que le fueron arrancadas por la fuerza: había sido suspendido con correas que amarraban sus muñecas y apaleado con bastones; había recibido innumerables puntapiés en los testículos, se le había amenazado con entregar a su familia a los rusos y creía no podía afirmarlo haber sido drogado.
En capitán Dieter Wisliceny cayó en manos de los comunistas checos y fué «interrogado hábilmente» en la cárcel comunista de Bratislava. Al cabo de un año de «interrogatorios» Wisliceny que había sido adjunto de Eichmánn se convirtió en una verdadera piltrafa humana. Firmó entonces un «affidavit» en el que se acusaba de genocidio a multitud de jerarcas nazis. Que el documento le fué dictado a Wisliceny está demostrado por el hecho de que, a pesar de conocer muy poco de lengua inglesa, el redactado era impecable. En todo caso, Wisliceny intentó retractarse posteriomente, pero el Tribunal le cortó la palabra.
También se arrancaron confesiones de genocidio contra los judíos a personalidades como el General de las SS Sepp Dietrich y al Coronel Joachim Peiper. (13) Aunque luego se retractaron, los tribunales de Nuremberg se negaron a registrar tales retractaciones. (14)
El Juez Norteamericano Edward L. Van Roden, que intervino en el proceso a los guardianes del Campo de Dachau, declaró que las sentencias se dictaron basándose en testimonios falsos. Investigó también las actividades de la Oficina del Fiscal en aquél proceso, describiendo sí los métodos por ellos empleados: «... introdujeron cerillas bajo las uñas de los presos y les prendieron fuego; les arrancaron los dientes; les rompieron las mandíbulas; los aislaron en confinamientos solitarios y les dieron una alimentación pobrísima; de. los 139 casos que investigué, 137 guardianes alemanes sufrieron puntapiés en los téstículos. Estos eran los medios habituales para obtener confesiones, empleados por la Oficina del Fiscal. Al menos el 90% de tales «investigadores» procedían de Alemania y habían obtenido la nacionalidad americana muy recientemente». (15) He aquí los nombres de esos «investigadores americanos».
Teniente Coronel Burton F. Ellis, Presidente del Comité de Crímenes de Guerra, y sus ayudantes: Raphael Shumacker, Morris Ellowitz, William R. Perl, Harry Thon, John Kirchbaum y Robert E. Byme. Sólo este tiltimo era americano de nacimiento. Todos los demás, judíos europeos, incluyendo al Consejero legal del Tribunal, el Coronel A.H. Rosenfeld.
Otra persona que declaró, bajo torturas, que había ordenado la ejecución por fusilamiento de 90.000 judíos en Rusia y Ucrania fué el General de las SS Otto Ohlendorff, comandante de la unidad «Einsatzgruppe D», especializada en la lucha contra los guerrilleros. Ohlendorff servía bajo las órdenes directas del Mariscal de Campo Manstein, del Undécimo Ejército. Ohlendorff no compareció ante el Tribunal hasta 1948, es decir, bastante tiempo después de la celebración de los principales procesos de Nuremberg, cuando su declaración jurada, firmada bajo tortura, había servido para condenar a numerosos soldados y funcionarios alemanes. Ante el Juez, Ohlendorff denunció los malos tratos de que había sido objeto y retiró, por consiguiente, su declaracion El Tribunal no admitió su retractación y fué condenado a muerte. En realidad, lo curioso, e históricamente admitido hoy día, es que las tropas alemanas, en Ucrania y los Países Bálticos, debieron intervenir numerosas veces para evitar «pogroms». Otras veces no lo consiguieron, pues lo que acontecía en casi todas las ciudades conquistadas por la Wehrmacht era los escasos judíos que no habían logrado huir a tiempo, acompañando al Ejército Rojo en su retirada, eran asesinados por la población civil que, por el sólo hecho de abundar tanto los judíos en la G.P.U. y en el aparato estatal comunista, asimilaban judaísmo y comunismo.
La acción de los «Einsatzgruppen» afetados al Ejército de Von Manstein ha sido profusamente exagerada, El FiscaI General Soviético en Nuremberg Rudenko, afirmó que ésa unidad antiguerrillera había dado muerte a un millón de judíos. Pero el historiador británico Robert T. Paget (16) como el judío William Shirer (17) demolen ese mito. El número total de baja causadas por los «Einsatzgruppen» a los guerrilleros comunistas fué de unas noventa mil de los que sólo una parte segun Paget el 10% y según Shirer el 15% eran judios.
En cuanto a la cifra de los Seis Millones, desmentida por la
Aritmética, no reposa más que en un vago testimanio
de un tal Doctor Wilhelm Höttl que declaró, en el
Proceso de Nuremberg, haber oido a Eichmann (?) evaluar el número
de judios asesinados en los campos de concentración en
unos cuatro millones, más otros dos millones por «otros
procedimientos». Observemos el carácter indirecto
de ese testimonio... cuyo único apoyo es, sólo,
la palabra de honor del tal Höttl. Pero, ¿Quién
era Höttl? Se sabe que durante la guerra fué miembro
de las SS... y también un agente de los servicios secretos
británicos. El periódico londinense «Week
End» (18)
inició, el 25 de Enero de 1941, una serie de revelaciones
sensacionales bajo el titulo: «Our Man in the SS».
(Nuestro hombre en las SS). Ese hombre era Höttl. (19)
Es altamente importante tener en cuenta que el testimonio de Höttl. una persona que trabajó sucesivamente para dos servicios de espionaje, el inglés y el ruso, y fué condenado por los alemanes, bajándosele varios peldaños en el escalafón de las SS por actividades comerciales deshonestas sea el único que atestigua en favor de la tesis de los Seis Millones. Este Höttl, que tras trabajar para ingleses y rusos, trabajó también para el Contraespionaje Americano, escribió libros semipornográficos con el pseudónimo de Walter Hagen. En su affidavit del 26 de Noviembre de 1945 afirmó, no que él supiera, sino que «Eichmann le dijo una vez en Budapest en .1944, que un total de seis millones de judíos habian sido exterminados». Es rarísimo, es más que sospechoso, que, siendo un agente inglés o tal vez, ya, un agente doble anglo-ruso durante la guerra, Höttl no pusiera en conocimiento de rusos e ingleses tan espeluznante cifra, que tan útil hubiera sido a los Aliados, cuyos servicios de propaganda presentaban a los alemanes, lógicamente, como «los malos».
Así, pues, casi treinta años después de Nurember, el único testimonio en favor de la cifra oficial de los seis millones de judíos exterminados por los nazis resulta ser una persona a la que ningún tribunal del mundo otorgaría el menor crédito. (20) Al analizar el Fraude de los Seis Millones, dos consideraciones se presentan de inmediato, a la mente de cualquier observador imparcial.
a) ¿Para qué matarlos?
b) ¿Para qué matarlos de esa manera, precisamente?.
En efecto, ¿para qué matarlos? El problema del III Reich era, al enfrentarse a fuerzas muy superiores en número, el de la mano de obra; el «manpower» como lo llaman los modernos tecnócratas. Parece, pues, muy raro que, disponiendo de tantos judíos seis millones más los supervivientes, según la tesis oficial los alemanes los mataran, en vez de utilizarlos, precisamente, como mano de obra. Las técnicas alemanas de aprovechamiento de trabajo de producción en cadena permitian, además, sacar partido de cualquier obrero, débil o robusto, hombre o mujer, en mayor o menor grado, claro está. Entonces, repetimos nuestra pregunta: ¿Para que matarlos? Dejando aparte los llamados «campos de tránsito» de prisioneros, en los demas campos de concentración se habian instalado factorias. En Auschwitz, por ejemplo, se fabricaba, entre otros materiales, caucho sintético. El profesor norteamericano Arthur Butz, que no es ciertamente un nazi, escribe a este respecto:
«Siendo lo que eran las condiciones económicas, el Gobierno Alemán hizo todo lo que estuvo en su mano para utilizar a los internados en los campos de concentración como mano de obra. Los prisioneros de guerra eran utilizados de acuerdo con las Convenciones de Ginebra y La Haya, que el Gobierno Aleman siguió escrupulosamente, según admitieron luego sus propios adversarios. Así, por ejemplo, los prisioneros de guerra occidentales, ingleses y franceses sobre todo, eran empleados sólo cuando ciertas transformaciones legalistas a trabajadores civiles podían llevarse a cabo. En cuanto a los prisioneros de guerra rusos, eran utilizados indiscriminadamente como mano de obra, ya que al no observar la Unión Soviética las reglas de las Convenciones de La Haya y Ginebra, Alemania se desligó, en reciprocidad, de tal trato con respecto a los prisioneros rusos.» (21)
El número de personas registradas en el sistema concentracionario alemán, hasta 1943 era de 224.000, y un año más tarde 1944 524.000. Esas cifras se refieren sólamente a campos denominados por los propios alemanes «campos de concentración», y no incluyen los llamados «campos de tránsito», el ghetto de Theresienstadt, el del «Gobierno Central» de Polonia, u otro cualquier tipo de establecimiento cuya finalidad fuera aislar a determinados grupos étnicos. (22)
Sumando, pues, las 524.000 personas internadas en 1944, a los demás internados en lugares no específicamente llamados campos de concentración, todo ello representaba una importante mano de obra, aún cuando los alemanes continuaran deficitarios en ese aspecto.
Aquí, un inciso nos parece imprescindible: No hubo «campos de concentación» exclusivamente para judíos, pero esta observación debe aclararse, pues habían tres clases de judíos desde el punto de vista oficial alemán.
Pues bien: si, como dicen los mantenedores del Fraude, hubo, como mínimo, seis millones de judíos los supuestamente gaseados y cremados más los supervivientes, pongamos, en total, siete millones ¿por qué privarse de tan numerosa, y barata, mano de obra?
¿Cómo no se dieron cuenta, los nazis, del potencial humano que desperdiciaban, al ejecutarlos masivamente?. ¿Tan estúpidos eran?. ¿Y si eran; efectivamente, tan estúpidos, cómo fué posible que fuera necesaria una coalición cuasi-mundial, durante seis años, sólo para someter a un pueblo gobernado por estúpidos?
¿No constituye, la anterior pregunta, un trememdo insulto a los pueblos de los países Aliados y sus respectivos gobiernos, por haber necesitado de seis largos años, luchando al final en una proporción de veinte contra uno, y todo ello para someter a un hato de fanáticos y sangrientos borregos, que arrojaban piedas contras su propio tejado al privarse de seis millones de obreros que trabajaban gratuitamente?
Hitler, se ha dicho, odiaba a los judíos, y quiso exterminarlos. Bien. Admitido. Hitler no llevaba a los judíos en el corazón, y.nunca hizo de ello un misterio. No obstante, otra pregunta, sencilla pregunta, se nos ocurre: Si Hitler quiso exterminar a los judíos, a todos los judíos, ¿Por qué no lo hizo? Tiempo para hacerlo lo tuvo de sobras. ¿Porqué, pues, no mando matarlos?
En el periódico norteamericano «International Tribune», (23) reproducido por. otros dos periódicos americanos ambos dirigidos por judíos el «New York Times» y el «Washington Post», apareción un artículo en el que se mencionaba que «unos 500.000 judíos residentes en Israel han estado en campos de concentración alemanes». Es más, el Autor conoce personalmente a judíos que no viven en Israel, sino en España, en Marruecos, en Australia, en Nueva Zelanda, en el Canadá, en los Estados Unidos, en Italia, en Holanda, en Suiza, en el Líbano, etc... y que también sobrevivieron a los campos de contentración nazis.
Pues bien: aún dando por cierta la cifra de medio millón de supervivientes en Israel que son muchos más entonces resulta evidente que Hitler no dio orden alguna de exterminarlos. Es obvio que Hitler y su régimen no tenían ningún plan ni ningún deseo específico de matar a los judíos, pues les sobró tiempo para hacerlo, y no lo hicieron. Puestos a matar. a seis millones, ¿por qué detenerse precisamente en esa cifra y no acabar, de una vez, el trabajo eliminando al medio millón sobrante? Decididamente aquellos nazis debían ser muy estúpidos.
Pero esa estúpidez no se limitaba a destruir deliberadamente un enorme potencial humano en mano de obra, dejando sobrevivir ¿para qué? a más de medio millón. La estupidez nazi parece haber alcanzado niveles patológicos. Por ejemplo: Según los famosos «affidavits» triunfalmente exhibidos por la Acusación de Nuremberg, y aceptados por el Tribunal era corriente que los supervivientes del «Holocausto»hubieron estado en tres, cuatro o más campos de concentración. De manera que la técnica del exterminio perpetrado por los nazis consistía, pongamos por caso, en capturar a un judío en Burdeos, llevarle a Alemania, y, desde alli vía Bergen-Belsen, Dachau y Mathausen, transportarle a Auschwitz, precisamente a Auschwitz, donde era suponemos que según el estado de ánimo del comandante del campo ya gaseado, ya introducido en un horno crematorio. ¿Por qué tantas complicaciones? ¿Por qué utilizar trenes, emplear guardianes, servicios burocráticos y de intendencia, haciendo pasear por media Europa a aquellos futuros cadáveres?
¿No hubiera sido infinitamente más sencillo obligar al judío de Burdeos a que cavara su propia fosa, pegándole un tiro sobre el terreno, y haciéndole luego enterrar por la siguiente víctima? Este sencillo sistema,fué puesto, en práctica, en España, durante la pasada guerra civil; concretamente en Paracuellos del Jarama (Madrid). ¿No parece raro que no se les ocurriera una solución tan sencilla y barata a los nazis?.
Al fin y al cabo, de ese modo, con un simple gasto de seis millones de cartuchos, se hubiera evitado la construcción de los crematorios. Sabemos que incinerar un hombre cuesta dos mil pesetas, y un fusil ametrallador, cuatro mil sin contar el costo de la construcción de los crematorios los alemanes podían dotar de un fusil ametrallador a tres millones de soldados, es decir, a casi todos los hombres del Arma de Infantería que luchaban en Rusia.
Por otra parte, llevar «de paseo» a esa inmensa masa de siete millones de hombres, mujeres y niños seis y medio, o siéte, con los supervivientes del «hobocauto» y asignándoles aunque sólo fueran dos soldados para vigilar y custoriar a cien presos, representaba de 130.000 a 140.000 hombres, más otros 15.000, como mínimo, en servicios auxiliares, burocráticos y de Intendencia. En total, pues, de doce a trece divisiones que se podrían haber mandado a luchar en Rusia, en vez de tenerlas paseando por todo el Continente.
Aqui, creemos que se impone otra pregunta: ¿No parece imposible que siete millones de paseantes los muertos más los supervivientes no fueran vistos por la población civil de media Europa? Y si fueron vistos ¿Cómo no se enteraron los famosos servicios secretos Aliados?
No puede calcularse el carbon y la electricidad despilfarrados en el paseo de siete millones de judios a traves de Europa Pero solo suponiendo que desde el lugar de origen hasta el de destino fueran en viaje directo. sin trans bordos lo que parece imposible pero vamos a aceptarlo como hipótesis más favorable al punto de vista oficial fueron necesarios no menos de 2.300 trenes de veinte vagones cada uno, suponiendo que en cada vagón de mercancías se inquivieran 150 judios... lo que ya es aprovechar bien el espacio (!). Ademas, debian instalarse, a lo largo del itinerario, cantinas provistas de alimentos y agua. con personal para atenderlas. ¡Cuantas complicaciones y cuánto gasto. en plena guerra, y todo para que el judio de Burdeos fuera a morir a Auschwitz!
¡Auschwitz! Justamente, Auschwitz está muy cerca de Katyn, en cuyos bosques los hombres de la N.K.W.D. dieron muerte. por el acreditado sistema comunista del tiro en la nuca, a quince mil oficiales y suboficiales del Ejercito Polaco. Previamente les habian hecho cavar sus propias fosas a las futuras victimas. Los nazis. que. ya no nos cabe la menor duda. debieron de ser unos tontos de solemnidad, se habian olvidado de Paracuellos del Jarama; al fin y al cabo habian ya transcurrido casi seis años y alli «sólo» mataron a nueve mil personas. Pero lo de Katyn era reciente, para ellos, y habian restos de quince mil, cada una con el tradicional tiro en la nuca. ¿Como no cayeron los nazis, con una sencilla asociación mental de ideas, en el tiempo, el dinero, los hombres guardianes, carceleros, funcionarios los trenes, los materiales de construcción para cárceles, barracones, crematorios y cámaras de gas, que habrían ahorrado con la simple adopción del sistema Katyn? Más sencillo todavía. El sistema Katyn como el sistema Paracuellos fue llevado a la práctica en condiciones de extrema urgencia. Las tropas alemanas se aproximaban y los quince mil oficiales polacos eran un lastre para los soviéticos. En tales circunstancias, fue preciso que los muchachos de la N.K.W.D. gastaran quince mil cartuchos alojados en otras tantas nucas polacas. Ahora bien: los alemanes tuvieron tiempo de sobras para ejecutar a sus judios, de haberlo querido hacer: tuvieron seis años, si contamos a partir del comienzo de las hostilidades, y doce, si contamos desde el momento en que subieron al poder en Alemania. De manera que pudieron haber llevado a cabo la «Operación Israel» sin gasto alguno. No hubieron sido precisos ni siquiera seis millones de cartuchos munición cuantitativamente importante y que les hubiera ido muy bien a los sitiados de Stalingrado, por ejemplo sino que les hubiera bastado con seis millones de martillazos en el occipucio. Tal vez las anteriores consideraciones pudieran parecer frívolas a un observador causal, pero de lo que no puede haber duda es de que son lógicas dentro del planteamiento oficial del problema de los Seis Millones. Es decir que si los nazis ejecutaron a seis millones de judíos mediante procedimientos tan rebuscados y barrocos como caros e ineficaces pues todavía permitieron que se les escaparan con vida de medio millón a un millón, según fuentes judías tenian, forzosamente, que ser unos redomados cretinos. Y si tal eran ¿qué calificativo aplicar a sus vencedores, que les superaban en número y en materias primas, en una proporción no inferior al veinte por uno, y que para vencerles necesitaron seis largos años de guerra sin cuartel y estuvieron ellos mismos al borde de la derrota?
Más arriba mencionamos que el precio de costo de una incineración se halla sobre las 2.000 pesetas. Hemos obtenido este dato del propio cementerio de la Almudena de Madrid. Si convertimos esta cantidad en gasolina, tendremos que cada cuerpo precisa por lo menos de cincuenta litros de combustible. Esta cantidad no resulta rara si tenemos en cuenta el combustible que fue necesario para quemar el cuerpo de Hitler. Ciertamente, a un gobierno en guerra el precio de cada incineración le resultará más bajo, pero igualmente le resultaría más bajo el precio del combustible a pesar de obtenerlo, Alemania, mediante la destilación del carbón , asi, pues, la cantidad de litros parece lógica. En total, para incinerar a seis millones de judíos se necesitarían trescientos millones de litros. Trescientas mil toneladas. La producción completa teórica de combustible sintético obtenido por Alemania, a plena producción, durante dos meses. Bastante más si se tienen én cuenta los efectos de los bombardeos Aliados contra los centros de producción de combustible sintético alemán y de los pozos petrolíferos de Ploesti, en Rumania. Según Albert Speer, (24) Ministro de Armamentos del Reich, la falta de combustible, de energía, fue causa decisiva de la derrota militar alemana, hasta el punto de que en Diciembre de 1944 justamente cuando, según la tesis oficial del «Holocausto», se hallaba én pleno apogeo el exterminio de los judíos para disponer del combustible necesario para la ofensiva de las Ardenas se tuvo que ahorrar durante meses y aún se contaba con que las fuerzas alemanas se aprovisionarían del combustible capturado al enemigo.
Si tenemos en cuenta que un carro de combate consume aproximadamente diez litros por kilómetro, podremos calcular que la energía consumida para quemar a los judíos hubiese bastado para hacer marchar durante siete mil quinientos kilómetros a las veinte divisiones blindadas de la Wehrmacht que empezaron la ofensiva en Rusia. En efecto, veinte divisiones blindadas totalizan cuatro mil carros de combate. A diez litros por kilómetro, representan 40.000 litros. Y avanzando sobre 7.500 kilómetros, nos da la cifra apabullante de los 300.000.000 de litros que se utilizaron, según la tesis oficial, en quemar a los judíos.
Moraleja: la batalla de las Ardenas no terminó reexpidiendo a ingleses y americanos a la Rubia Albión porque el combustible que necesitaban angustiosamente los tanques alemanes se estaba empleando en Auschwitz para quemar a unos individuos que hubieran podido ser eliminados sin el menor gasto de energía, aparte de la energía necesaria para asestar los ya aludidos martillazos en el cráneo.
Pero ya que estamos metidos en cálculos, tomemos el problema desde otro ángulo. Aceptemos, a efectos puramente polémicos, que los nazis asesinaron a seis millones de judíos, y añadamosles los quinientos mil supervivientes, según fuentes igualmente judías. Esto da un total de seis millones y medio de personas, de las que no creemos constituya una exageración supotner que un quince por ciento podían ser utilizadas en las minas de carbón o en la destilación del mismo para obtener carburante sintético. Esto nos da, aproximadamente, un millón de trabajadores. En las diversas fases de la producción de .carburante sintético desde la extracción del carbón en las minas hasta la destilación del mismo en las plantas industriales los alemanes empleaban, en 1943, una mano de obra evaluada en dos millones de personas. (25) Apelamos al sentido común del lector: Si desde Winston Churchill, en sus «Memorias», hasta Eisenhower en su «Cruzada en Europa», pasando por el ya aludido Ministro alemán de Armamentos, Albert Speer, existe unanimidad total en que el punto más débil de Alemania era la escasez de combustible, ¿puede concebirse que no sólo despilfarraran los nazis nada menos que trescientos millones de litros, sino que precisamente materializaran tal despilfarro en la incineración de una potencial mano de obra que iba a permitirles incrementar su producción de combustible en un cincuenta por ciento? Con un cincuenta por ciento de combustible los tanques de Rommel no se hubieran detenido, con sus motores vacíos, ante un enemigo a la desbandada, a la vista del Canal de Suez. Con un cincuenta por ciento más de combustible la «Operacióin ciudadela», al Nordeste de Moscú, hubiera sido una batalla de aniquilamiento y no una operación de desgaste saldada con una retirada, Con un cincuenta por ciento más de combustible los tanques alemanes, en vez de permanecer parados en la nieve, hubieran penetrado por el frente, hecho trizas, en las Ardenas y vuelto a ocupar Paris que ya americanos y gaullistas abandonaban precipitadamente. Con un cincuenta por ciento más de combustible, en fin y sin olvidarnos del estupidamente despilfarrado en los crematorios los científicos alemanes hubieran llegado antes a la producción de la bomba atómica. Bien sabido es que en la carrera hacia esa entonces arma absoluta, los alemanes llevaban ventaja. Los anuncios de Goebbels sobre las «armas secretas» que pondrían fin a la guerra no eran, contra lo que afirmaban los Aliados, fanfarronadas propagandísticas. Si los Aliados tardan unas cuantas semanas más en materializar su victoria, puede asegurarse que el resultado de la contienda hubiera sido diametralmen te diferente. Esto lo han admitido personalidades tan dispares y de tanta calidad como Churchill y Einstein. Venciendo en cualquiera de las tres batallas que no pudieron coronarse con un espectacular triunfo por falta de combustible, los alemanes hubieran ganado no unas semanas, sino vanos meses. El signo de la guerra hubiera cambiado. Para su desgracia y, al mismo tiempo, para bendición del Estado de Israel, el principal beneficiario del Mito de los Seis Millones, los nazis no se dieron cuenta del combustible que despilfarraban y de la mano de obra gratuita de que se privaban.
No cabe duda. ¡Los nazis eran unos estúpidos!
¡Si llegan a ser listos!
Tragedia y comedia
En toda gran tragedia aparece, siempre, un elemento cómico, a veces grotesco. Junto a la angustia de Hamlet, las payasadas de Rosenkrantz y Guildenstern; el célebre monólogo hamletiano mientras aóaricia la calavera de Yorick, otro payaso; las metafísicas elucubraciones del Caballero de la Triste Figura y las agarbanzadas cuitas de su fiel Sancho. La tragedia, del Mito de los Seis Millones tragedia para Alemania, incluso para los alemanes aún por nacer; tragedia para Europa y para todo el Occidente; tragedia, como más adelante demostraremos, para el pueblo palestino, no podía ser una excepción. Al estudiar el Mito nos hemos encontrádo con situaciones verdaderamente grotescas, pues el histrionismo de los mantenedores del fuego sagrado les ha jugado una mala pasada. Hemos encontrado auténticos «gags», verdaderos chistes dignos de una antología del humor negro. Antes de pasar a un análisis de los esencial que sobre los principales campos de concentración se ha dicho, un pequeño intermedio humorístico nos ha parecido refrescante.
El fiscal Joseph Kirschbaum, judío nacido en Alemania y naturalizado americano, convocó ante el Tribunal que juzgaba a los acusados de crímenes contra la Humanidad en el campo de Dachau, a un tal Jacob Einstein, con objeto de que testificara de que el acusado Menzel, guardián del campo, había dado muerte a su hermano, Simon Einstein. Cuando Menzel respondió que el tal hermano se hallaba en buena salud y, de hecho, sentado a unos tres metros de distancia del propio Kirschbaum, éste arrojó un legajo de papeles a la cabeza del pobre Jacob Einstein y le dijo: «¿Cómo diablos quieres que lleve a ese cerdo a la horca si tú eres lo bastante estúpido para traer a tu hermano a esta sala?». (26) Este no fue un caso aislado. Cuando el Coronel A. H. Rosenfeid, Juez Principal de los acusados del campo de concentración de Dachau abandonó su puesto en 1948 para trasladarse a los Estados Unidos, los periodistas le preguntaron si se habian ejercido «presiones físicas y morales» contra los acusados para que declararan de acuerdo con los deseos de la acusacion. su respuesta fue:
¡Claro que si! De otro modo, hubiera sido imposible hacer cantar a esos pájaros». (27) Un testigo de la Acusación. sin duda un humorista, cuyo nombre era Krath y su origen étnico judío, declaró ante el Tribunal de Frankfurt que juzgaba los crímenes del campo de Auschwitz que él había trabajado en el laboratorio dental del campo y había visto al personal alemán arrancando los dientes de oro de miles de judíos recién asesinados, y antes de ser llevados a los crematorios. Añadió que «... casi cada día los asesinos de las SS se llevaban un camión lleno de dientes». Bien. Ya tenemos algo que llevarnos a la boca, si se nos excusa la expresión. «Casi cada día los asesinos de las SS se llevaban un camión lleno de dientes». Esta declaración nos permitirá manejar algunas.cifras que demostrarán la alta calidad y la integridad moral de ese testigo.
Con objeto de ponernos, como siempre. del lado más favorable a la interpretación de la tesis oficial judia, y para que el numero de gaseados destinados a ser cremados sea más bien subestimado que exagerado, partiremos de los siguientes supuestos:
Creemos, modestia aparte, hacer gala de un espíritu deportivo que merecería los plácemes del más exigente gentieman británico.
Supongamos que el jeep llevaba una plataforma de trasporte de 160 por 250 por 60 centimetros. Esto da una capacidad de 2,4 metros cúbicos. Suponiendo que cada diente judío tuviera dos centimetros de largo por 6 milímetros de ancho y otros tantos de grueso, obtenemos una capacidad total, por cada boca de 32 dientes igual a 23 centímetros cúbicos. De manera que cada jeep llevaba un 1.382.400 dientes pertenecientes a 43.200 gaseados destinados a ser incinerados. Es decir, que cada día se gaseaban como preludio a su incineración-- 21.600 judios. Lo que daba, sólo en un año, la cifra de 7.884.000 gaseados. Para ser luego incinerados. Y sólo en Auschwitz. Y eso incluye a los judíos con dentaduras completas de oro. El inefable testigo, señor Krath, no fue arrestado en el acto por el Juez, por desacato al Tribunal. Porque desacato y ultraje es suponer que el Tribunal pueda tener tan descomunales tragaderas. El Juez, tampoco ordenó que el testigo fuera internado en un manicomio Simplemente. ordeno que se tornara nota de su declaracion jurada. que fue incorporada al dossier. (28) Otro testigo. Aaron Sommerfeldt hizo ante el Tribunal de Düsseldorf. que se ocupaba de los crimenes del campo de Belsen. esta original deposicion: «Los SS mataban durante toda la semana, pero nunca en domingo». Evidentemente. esta declaracion persigue un doble objetivo: por una parte ironiza sobre la festividad cristiana del domingo. Por otra, reactiva la vieja mentira del anticristianismo nazi. al «descansar», jocosamente los SS, los domingos, en que no mataban a judios. Sommerfeldt identifico a un acusado, antiguo guardian del campo de Belsen, diciendo que le había visto «apuñalar y luego ahorcar» a un judio el 18 de Octubre de 1942.
Ese «juicio» se celebró en Düsseldorf el 13 de Enero de 1965. Admiremo nos del «golpe de vista» del buen Aaron que reconocio. veintitres años despues, con ropajes civiles, a un hombre que, cuando le vio cometer ese crimen, llevaba traje militar, y en unas circunstancias en que el testigo decia estar bajo intensa presion psiquica, y tambien temeroso de que le sucediera a el lo mismo. Fantastica. su memoria. Fantastico tambien, que recordaba la hora, y la fecha exacta el 18 de Octubre de 1942. Admirable memoria. Con una sorprendente laquna, no obstante. Que. segun el abogado defensor, el 18 de Octubre de 1942 era, precisamente. domingo. (29)
El celo de algunos propagandistas judios para explotar el tema de los exterminios en Auschwitz no sólo ha devaluado la supuesta capacidad judía para la Aritmetica sino que tambien ha servido para mostrar en cuán poco estiman ellos la inteligencia de sus lectores.
Lino de tales propagandistas es Olga Lengyel, que, en su libro, «Cinco Chimeneas» (30) comprobar los mas nimios detalles sobre las cámaras de gas y los crematorios. Y afirma: «Desde 1941, hubo en servicio cuatro hornos crematorios. y el rendimiento de esta inmensa planta de exterminación aumento extraordinariamente».
«Trescientos sesenta cadáveres cada media hora, que era el tiempo que se precisaba para reducir la carne humana en cenizas, totalizaba 720 cadáveres por hora, osea 17.280 al dia. Y los hornos, con asesina eficiencia funcionaban dia y noche. Ademas, debemos tener igualmente presentes los «pozos de la muerte», inmensas piras que podían incinerar otros ocho mil cadáveres al día En números redondos, los nazis quemaban unos veinticinco mil cadáveres diaríos.» (31)
Bien. A efectos puramente polémicos, vamos a tomar como ciertas, como lógicas, las palabras de la Señora Lengyel, aún cuando más adelante demostraremos la inexistencia de esos «hornos gigantes». Ciñamonos, exclusivamente a la deposición de ese testigo, que compareció citados por la acusación en varios procesos antinazis y su testimonio fué, muy seriamente, aceptado por los respeptivos Tribunales.
Según la Señora Lengyel, hubo 25.000 cadáveres diarios. Eso totaliza, al año, 9.125.000. Olvidándonos del período transcurrido entre 1940, cuando empieza a funcionar el campo de Auschwitz, hasta las supuestas instalaciones de los «cuatro nuevos hornos gigantes», tendremos que la cifra de seis millones de judíos exterminados por los nazis es falsa. Ya no se trata de seis millones, sino de ¡Treinta y seis millones y medio!... sólo en Auschwitz. Una cifra que es superior al doble de la totalidad de la población judía en el mundo, en 1939, según fuentes judías.
Insistimos en que el anterior cálculo sólo lo hemos hecho para demostrar una vez más, la ligereza con que se citaban cifras ante los Tribunales y el desparpajo cón que éstos las aceptaban. Un testigo que, bajo juramento, hubiera hecho tal deposición ante cualquier Tribunal del Mundo, exceptuando Nuremberg, hubiera sido arrestado, en la sala, por orden del Juez, por manifiesto perjurio.
Otto Hoppe, un guardián del campo de Dachau, estuvo en la cárcel, desde 1949, en que fué condenado a cadena perpetua por «crímenes contra la Humanidad», hasta 1965. Sus «crímenes contra la humanidad» consistían en haber dado muerte según el testimonio de varios judíos a un tal H.S. De Griessen y a un antiguo miembro del Reichstag llamado Asch. Huelga precisar que, según la Acusación,De Giessen y Asch eran judíos. Pero a mediados de 1965 se descubrió que De Giessen estaba vivo y gozaba de excelente salud, y que el diputado Asch nunca existió. (32)
Tal vez fué en el proceso de Frankfurt, incoado contra los guardianes del Campo de Auschwitz, donde se batieron todos los records de maligna estupidez. El abogado defensór fué amenazado por el Juez con ser llevado ante un Tribunal de «desnazificación» por osar poner en duda la veracidad de las declaraciones de un testigo presentado por la Acusación; dos testigos de la Defensa, Georg Engeishall y Jacob Fries, tras deponer en favor de los acusados, fueron detenidos en plena Audiencia. Finalmente, a los acusados no se les permitía hablar; sólo podían hacerlo cuando les interrogaba el Juez o la Acusación, y no se les permitían más respuesta que «sí» o «no».
Fué, precisamente el Proceso de Frankfurt contra los guardianes del campo de Auschwitz el que superó todas las cotas de parcialidad por parte del Tribunal. Como ya se había demostrado, por organismo de indudable «cachet» democrático, que en toda Alemania no existieron, jamás, cámaras de gas, los mantenedores del Fraude de los Seis Millones se aferraron desesperadamente a la tesis de que tales cámaras existieron y funcionaron sólo en siete campos, ubicados en Polonia, el principal de los cuales era, con mucho Auschwitz. Se había logrado demostrar que en los veintitrés principales campos de concentración alemanes no hubo tales cámaras de gas, a pesar de haberlas «filmado» numerosas películas propagandísticas angloamericanas. Pero al llegar a Auschwitz... «con la Iglesia comunista hemos topado». Allí se acababan las actividades de los comités de investigación, que tropezaban con la «palabra de honor» de las autoridades comunistas polacas, atestiguando que allí hubieron cámaras de gas, dándose el asunto por terminado.
Pues bien, para demostrar que en Auschwitz tampoco exitieron las llamadas «cámaras de sas» quiso trasladarse a Frankfurt Paul Rassinier, ex-alcalde de Belfort, miembro del Partido Socialista S.F.I.O. (Sección Francesa de la Internacional Obrera), miembro del «maquis» que luchó contra los alemanes, inválido de guerra al 90 por ciento e internado en diversos campos de concentración alemanes. Los abogados defensores de los guardianes acusados solicitaron su presencia como testigo dedescargo. ¡Pero las autoridades Oeste-Alemanas le denegaron el visado de entrada! Huelga decir que dicho visado no se negó a numerosos «supervivientes» que, procedentes de Israel, los Estados Unidos y el Este de Europa, se presentaron en Frankfurt para declarar como testigos de cargo. Tiempo habrá de ocuparie con el necesario detenimiento de la general actitud oficial del Gobierno y de los funcionarios de la liamada República Federal Alemana.
El campo de Dachau
Cuando las tropas aliadas occidentales penetra on en Alemania, la campaña propagandística desatada por las grandes agencias internacionales de noticias acerca de las atrocidades alemanas y, concretamente, de los campos de «exterminio», se hallaba en todo su apogeo. Es un hecho que cuandó los americanos ocuparon el campo de Dachau, inmediatamente fotografiaron «cámaras de gas», «crematorios» y montones de cadáveres. Es evidente que un montón de cadáveres es lo que más se parece a otro montón de cadáveres. Perogrullada. Es cierto. Pero también es cierto que lo que caracteriza a esta época nuestra de intoxicación mental y de lavado de cerebro colectivo es, precisamente, el olvido de Perogrullo. Pues tales montones de cadávéres que aparecían monótonamente en la prensa, tanto podían ser de Dachau como de cualquier otro lugar. Y así, por ejemplo, luego resultó que uno de aquellos macabros montones, que se decían haber sido fotografiados en Dachau, por los fotógrafos de las libres democracias, habían sido fotografiados en Dresde, por los fotógrafos de la «Gross Deutchsland» tras el bombardeo inglés de aquella ciudad-hospital.
Es un hecho también, que nunca hubieron «cámaras de gas» en toda Alemania. En realidad, no las hubo en ningún lugar de Europa, pero, hasta ahora, sólo se ha admitido oficialmente su inexistencia en Alemania. Basta con recordar la conocida declaración del Instituto de Historia Contemporanea de Munich (en el que trabajan numerosos judíos) que, textualmente, afirmaba: «Nunca hubieron cámaras de gas en ningún campo de concentracion situado en el territorio del antiguo Reich». (33) No obstante, los americanos afirmaron que tales «camaras de gas» existian. Luego. súbitamente. se hizo el silencio, al comprobarse que las pretendidas «camaras de gas» no eran más que unos «baños-ducha» para despiojar (lamentamos la palabra, pero no hay otra, y. además, es la traducción literal del alemán y del inglés) a los internados, especialmente a los prisioneros procedentes del Este.
Pero si se dejó de hablar de «cámaras de gas» en Dachau, sí que se organizó un clamoreo inmenso a proposito del crematorio gigante instalado en aquel campo. Durante mucho tiempo, todo el mundo estuvo convencido de que en tal horno se incineraban los cadáveres de los gaseados judios. aunque luego, al demostrarse la inexistencia de las «camaras de gas», se aseguró que las victimas eran directamente incineradas, es decir, quemadas en vivo. Aparte de que no debe ser tarea fácil colocar a unos individuos en unos hornos, recomendandoles que se estén quietos mientras se ponen en marcha las parrillas que deberán reexpedirlos «ad patres» convenientemente tranformados en cenizas, el procedimiento de ejecucion sigue pareciéndonos barroco, costoso en tiempo y en energia y rebuscado. Nos recuerda demasiado aquellas películas americanas de la serie Fantomas en que el bueno y la chica, atados de pies y manos ante los malos. armados hasta los dientes, eran encerrados en una cámara hermetica. Al cabo de unos angustiosos instantes. empezaba a manar el ugua de un grifo colocarlo en el techo; primer plano del bueno, sosteniendo a la desmayada chica con sus manos. por encima de su cabeza. mientras el liquido elemento llega, inexorablemente, a su barbilla. Entonces, la Policia logra abrir las compuertas, salvando la vida de los protagonistas, los cuales todavía llegan a tiempo de capturar a Fantomas en el momento en que va a poner pie en la frontera mejicana con el maletín conteniendo el millón de dólares. El lavado de cerebro colectivo, llevado a cabo por la `mass media», ha logrado que la infantil y fantomática historia del crematorio de Dachau sea aceptada por ignaras masas de crédulos lectores, auditores y televidentes, los cuales no parecen haberse interrogado sobre el por qué del «modus operandi», tan inutilmente complicado de los verdugos nazis. Teniendo en sus manos a una inerme masa de prisioneros, a los que se asegura que deseaban exterminar ¿por que no hacerlo a garrotazos, o, máxime, a tiros, en unos dias, en vez de complicarse la existencia con crematorios, por no hablar de las super.fantomaticas `cámaras de gas»?
Se argüirá que esta pregunta no constituye, ni directa ni indirectamente, una prueba; que no pasa de ser un indicio. Que los nazis podían estar poseídos de locura diabolica, como Fantomas. Pues bien:
«El arquitecto Karl Johann Fischer, de Munich. internado por los americanos, despues del final de la guerra, en Dachau, se presento voluntario para proceder a la limpieza del crematorio, del que se contaban horrores. Lo que pude ver y constatar sobrepasó mis previsiones. Aquellos hornos, recientemente construidos, no estaban, siquiera, secos; la albañileria todavía no había cuajado del todo. Ademas, todas las partes metálicas estaban nuevas y no habían conocido jamás el contacto con el fuego. Allí no se hubiera podido asar un perrito, ni siquiera un volátil, pues aquellos cuatro hornos no reunían las condi ciones necesarias para ello. Aquellas construcciones de diletantes, que querían hacer pasar como hornos creamtorios, no poseían ni siquiera una chimenea...» (34)
Del anterior testimonio se deduce que los «libertadores» americanos, no sólo mantuvieron en funcionamiento el campo de Dachau, limitándose a la substitución de los anteriores internados por militares y civiles alemanes, sino que además se apresuraron a construir unos ridículos hornos crematorios atribuyendo su construcción y su uso a los nazis. Según el testigo Gerhardt Rossberger, antinazi, y responsable alemán del campo de Dachau, desde Mayo hasta Septiembre de 1945, es decir, durante los cinco primeros meses de la post-guerra «en el campo de concentración de Dachau habia, antes de 1945, un pequeño crematorio, destinado a la incineración de las personas que morían victimas del tifus, pero nunca hubo ninguna cámara de gas. Los agentes americanos Howard y Strauss intentaron transformar el vestíbulo del crematorio en una «cámara de gas», pero cuando el mayor Duncan, americano y comandante del campo, se enteró del proyecto, rehusó su autorización». (35)
El detalle de la chímenea olvidada, según el mencionado testimonio del arquitecto Fischer, quiso ser corregido más tarde, a principios de la década de los cincuenta, en que los americanos construyeron dicha chimenea, según otro testigo, alemán pero antinazi, Horst Kreuz, de Munich. No obstante, tampoco esta vez se hicieron las cosas bien, pues los constructores se olvidaron de ensuciar hornos y chimeneas con hollín, detalle que fué corregido mas tarde. (36)
Stephen F. Pinter, abogado del Departamento de la Guerra de los Estados Unidos, que sirvió en Alemania. con las fuerzas de ocupación, por un periodo de seis años, manifestó, en el semanario católico «Our Sunday Visitor», lo siguiente:
«Estuve en Dachau diecisiete meses, después de la guerra, como Fiscal del Departamento de Guerra, y puedo atestiguar que en Dachau no hubieron ni cámaras de Gas ni crematorios. Lo que se mostraba al publico como cámaras de gas no era mas que un minusculo crematorio para incinerar a personas que mo rían de enfermedades infecciosas, y precisamente para evitar la propagacion de infecciones, muy especialmente el tifus. Se nos dijo que había una cámara de Gas en Auschwitz. pero Como estaba en la Zona de Ocupación Rusa no pudi. mo comprobarlo por no habérnoslo permitido las autoridades rusas. Por lo que pude investigar, en mi calidad de Fiscal del Ejército de los Estados Unidos, durante mis seis años de postguerra en Alemania y Austria, hubo un elevado número de judíos que murieron, pero la cifra de un millón, ciertamente, no se alcanzó. Yo interrogué personalmente a miles de judíos, ex internados en campos de concentración alemanes y me considero tan bien informado como el que más en este sujeto». (37)
Recalquemos que el señor Pinter ostentaba el cargo de Fiscal en el War Departament, es decir, en el Ministerio de la Guerra de los Estados Unidos.:
Dachau era uno de los más antiguos campos de concentración alemanes, y albergaba mayoriatariamente a presos políticos austríacos, presos comunes y, al final de la guerra, también soldados prisioneros, procedentes del frente del Este, en su mayoría. Naturalmente, también habían presos judíos, no englobados en las categorías que acabamos de enumerar. Los presos eran utilizados como trabajadores en fábricas cercanas, aunque también se dedicaban al cultivo de una plantación de hierbas medicinales instalada junto al campo y a secar pantanos y zonas cenagosas de las cercanías. El avance de las tropas rusas en el frente del Este forzó a las autoridades alemanas a evacuar cada vez más hacia el Oeste a su impresionante masa de prisioneros de guerra. Más del ochenta por ciento de esa masa estaba compuesta de rusos. Los bombardeos de la aviación aijada habían conseguido crear en Alemania, sobre todo a partir de mediados de 1944, una situación caótica. Como es lógico en una situación bélica, el suministro de abastecimientos, así como de armas y municiones para los soldados que luchaban en el frente gozó de absoluta prioridad. Lüego, venían, por este orden, los suministros de víveres a la población civil y a los presos, militares y políticos. La guerra de bloqueo practicada por Inglaterra, y secundada desde su entrada en la guerra a finales de 1941 por los Estados Unidos, contribuyó notoriamente al fomento del hambre en Alemania, sobre todo a `partir del Otoño de 1944. Las consecuencias las pagaron, como era de esperar, la población civil y, aún más que ésta, los internados en los campos de concentración.
A principios, de Marzo de 1945, Kaltenbrunner dió la orden de permitir la presencia en cada campo de concentración, de un delegado del Comité Internacional de la Cruz Roja. Estos delegados tenían por misión supervisar la entrega de alimentos a los presos. Una parte de esos alimentos procedía de países neutrales.
El 29 de Abril, la mayor parte de los guardianes y empleados administrativos alemanes a cuyo cuidado estaba encomendado el campo, se retiraron hacia el Este; en vista de la inminente llegada de las tropas americanas. Sólo quedaron algunos guardianes al mando del teniente SS Wickert y el delegado de la Cruz Roja. Según los escritores judios Franz Lenz y Nerin E. Gun, que se hallaban presentes en Dachau en el momento de la llegada de los americanos, lo primero que éstos hicieron fué ametrallar a los alemanes que iban a entregarles el campo. Ni los indefensos perros guardianes escaparon a esa suerte. El motivo de esos ametrallamientos fué, según afirman los citados autores judíos, (38) la indignación provocada en el jefe del destacamento americano por el hallazgo de un tren de mercancias en el que se encontraron unos quinientos cadáveres. Se trataba, principalmente, de prisioneros de guerra rusos, muchos de ellos enfermos del tifus, que quedaron abandonados en una vía muerta de la estación de ferrocarril de Dachau, tras un bombardeo de la aviación anglo-americana, unas semanas antes del abandono del campo por la mayor parte de los guardianes alemanes. Butz afirma (39) que la versión de Gun y de Lenz es falsa en lo que se refiere al ametrallamiento colectivo de los guardianes; en todo caso, el delegado de la Cruz Roja omitió mencionar el «incidente» en su informe.
Según afirma el ya citado Fiscal norteamericano Pinter, (40) encontrar cadáveres en los trenes alemanes hacia finales de la guerra no era nada extraordinario, incluyendo los trenes ordinarios de pasajeros. A finales de Enero de 1945 llegó a Berlin un tren con ochocientos refugiados civiles, todos ellos muertos de frío. (41) El indescriptible caos creado por los bombardeos de los Aliados hacia que para un viaje de un par de horas se invirtieran, a veces, ocho días, sin alimentos y sin calefacción. En el caso de Dachau, a donde afluían, desde Enero de 1945, muchos prisioneros de guerra rusos, la situación era todavía más grave debido al aludido bombardeo de la población, que afectó necesariamente al servicio de suministros al campo de concentración,a parte de que en el mismo, según Rassnier, cayeron también numerosas bombas. (42) En ese campo, según fuentes americanas, se encontraron a unos 35 ó 40 mil prisioneros de guerra soviéticos, (43) casi todos ellos en avanzado estado de infección tífica, y muy desnutridos. Los baños-ducha para despiojar (las, en un principio llamadas «cámaras de gas») eran demasiado reducidos; no daban abasto para la población del campo. En los cuatro pri meros meses de 1945 se produjeron quince mil muertes a causa del tifus. (44)
En 1946, el Secretario de Estado del Gobierno «autónomo» de Baviera, Philip Auerbach, descubrió, en Dachau, una placa en la que podía leerse:
«Esta zona se considerará, desde hoy en adelante, como el altar del sacrificio de 238.000 judíos que aquí fueron asesinados en los hornos crematorios».
Este señor Auerbach, por cierto un judío, de profesión abogado, se especializó en demandas judiciales al titulado gobierno de Baviera para obtener sumas inmensas de dinero en concepto de «reparaciones» a los familiares de los judíos gaseados y cremados en Dachau. Hasta que un buen día se demostró que tales «victimas» y, menos aún, sus «familiares» no existieron nunca, y que todo no pasaba de ser una burda estafa. Y el señor Auerbach fue a la cárcel.
Hoy en día, la placa de los «238.000» ha desaparecido, por ser la cifra manifiestamente imposible y por no haberse podido aún llegar, en Occidente, al inconmensurable cinismo del Este donde se mantiene todavía el mito de Auschwitz. La placa ha sido discretamente quitada. Porque tras sucesivas rebajas impuestas por la Aritmética, se ha llegado a la cifra máxima de 20.600 muertes, la mayoría causadas por el tifus y la desnutrición en los últimos meses de la guerra.
El Cardenal Faulhaber, Arzobispo Católico de Munich, informó a los americanos de que, durante los bombardeos aéreos de la capital bávara en Septiembre de 1944 perecieron treinta mil personas. El propio Arzobispo pidió a las autoridades alemanas que incineraran los cuerpos de las víctimas en el crematorio de Dachau. Desgraciadamente, ese plan no pudo llevarse a cabo. El crematorio, que sólo poseía un horno que se utilizaba para incinerar a los internados que morían de muerte natural y especialmente de enfermades infecciosas no podía hacerse cargo de aquéllos 30.000 cadaveres, según le informaron a Su Eminencia las autoridades del campo.
De ello se deduce que todavía menos hubieran podido los nazis incinerar a los inicialmente pretendidos 238.000 judíos. Disponiendo como. se ha demostrado de un crematorio con un sólo horno, el número máximo de judíos qie podían crernar los nazis, diariamente, era de doce. O sea, 4.480 judíos al año. Con lo que, para cremar en Dachau a los supuestos 238.000 judíos, hubieran sido precisos setenta y dos años. Es decir, que las complicadas ejecuciones debieran haber continuado ininterrumpidamente hasta el año 2.013, suponiendo que, como se dice, empezaran en 1941. Además, y tomando como promedio 2,5 kgs. de cenizas por persona, hubieran debido aparecer nada menos que 595 toneladas de cenizas. Casi seiscientas toneladas de ceniza, que es una substancia ligera, de mínima densidad. Hubieran debido aparecer verdaderas montañas. ¿Dónde están? ¿Cómo no se fotografiaron esas montañas de ceniza?
Ralph W. McInnis, un jurista norteamericano que fue Jefe Administrativo para la División de Relaciones Culturales y Educación del Programa de Desnazificación de Alemania, dimitió de su cargo en señal de protesta por las resoluciones del Tribunal de Nurenberg, regresó a los Estados Unidos y escribió un libro (45) sobre los abusos de las tropas de Ocupación Aijadas en Alemania y sobre los que se atribuían a los nazis. Al hablar del campo de Dachau Mclnnis dice:
«Estando de permiso visité el campo de Dachau... Al principio no vi ninguna razón para sospechar una burla, pero después de un examen mas detenido de este cepo para turistas me vi obligado a llegar a la conclusión de que yo y millones de otros confiados americanos habíamos sido victimas de noticias arregladas. En el interior de la cámara de gas (?) un curioso observador puede constatar que se halla ante un burdo fraude. De hecho, el engaño era demasiado perfectó, demasiado limpio, pues la cámara de los horrores estaba nueva y brillante, sin una mancha, rasguño, señal o deterioro que atestiguase que alguien había muerto alli».
Todavía tenían que pasar años para que el Instituto de Historia Contemporánea de Munich afirmase oficialmente que ni en Dachau ni en ningún otro lugar de Alemania o Austria habían habido cámaras de gas. Pero, no obstante, cuando el comunista checo Franz Blaha, judío, declaró ante el Tribunal de Nuremberg que «la cámara de gas de Dachau fue terminada en 1944 y el doctor Rascher me encargó que vigilara las primeras víctimas; había ocho o nueve personas, de las que tres continuaban vivas, y las demás tenían los ojos enrojecidos, etc. etc...» (46), el Tribunal, que no se consideraba obligado por las reglas técnicas de la administración de pruebas (articulo 19) no se las pidió y el hecho, declarado de notoriedad pública (articulo 21) fue considerado como demostrado.
A consecuencia del perjurio del Doctor Blaha, muchos acusados alemanes fueron a la horca, pero a él nadie le pidió cuentas.
Entretanto, el museo de horrores de Dachau continúa abierto al público. La placa de los 238.000 judíos muertos ya no está. La «brausebad» o sala de baños es presentada como lo que fue, una sala dedespiojamiento y nouna cámara de gas. Y los «238.000» gaseados y cremados se han transformado, de momento, pues la cuenta sigue bajando, en 20.600 como máximo posible, por desnutrición y enfermedades infecciosas. Esta deflación hasta el 10 por ciento de la cifra original, continuará bajando hasta un ó un 6 por ciento, y un día será aplicada a la mítica cantidad de los seis millones.
Bergen-Belsen
Si Dachau fue el museo de horrores exhibido por los americanos, el campo de concenctración de Bergen-Belsen fue la versión inglesa del mismo tema. Cuando las tropas de Montgomery capturaron el campo de Bergen-Belsen en el norte de Alemania, encontraron numerosos cadáveres esparcidos por doquier. Esos cadáveres insepultos fueron profusamente fotografiados y exhibidos en la prensa de todo el mundo. De hecho, tales escenas, que también se verían en los campos de Buchenwald y de Dachau tenían menos que ver con una política de «exterminación» deliberada que las mismas escenas acaecidas en Drede, en febrero de 1945, tras el raid aéreo anglo-americano, cuando muchísimos más cadáveres que en Belsen fueron encontrados esparcidos por el suelo, insepultos. Los muertos de Belsen fueron la consecuencia de una total pérdida del control de la situación, y no de una política deliberada que, evidentemente, hubiera sido llevada a cabo con más sentido del orden... y de la higiene. Escenas equivalentes podrían facilmente haber existido en cualquier país invadido simultaneamente, desde los cuatro puntos cardinales, por ejércitos enemigos, y siempre bajo el peso de tremendos bombardeos aéreos que hubieran causado toda clase de desordenes culminando en un verdadero caos.
La causa principal de los decesos en Belsen fue una epidemia de tifus. Todos los comentaristas están de acuerdo en que el tifus era una amenaza constante en todos los campos de concentración alemanes, y que los portadores del virus eran, en la inmensa mayoría de los casos, los prisioneros de guerra procedentes del frente del Este. Por tal razón se desarrolló en toda Alemania un estado de auténtica histeria colectiva de miedo al tifus. (47) Las autoridades sanitarias alemanas debieron tomar medidas enérgicas para intentar contrarrestar las epidemias. El tifus era esparcido por el piojo común y, logicamente, las contramedidas consistían en eliminar los piojos que venían en tren con los prisioneros rusos. De manera que toda la literatura concentracionaria, real, semi-real, o inventada, independientemente del campo de que se tratara, coincide, al menos, en el procedimiento empleado por los guardianes de los campos de concentración alemanes a la llegada de un convoy de presos militares o internados políticos: desnudarse, cortarse el pelo, ducharse en los edificios apropiados llamados «cámaras de gas» por los amateurs del lenguaje criptográfico y vestirse con trajes nuevos, o los viejos tras cuidadosa desinfección. (48)
En octubre de 1944 se produjo una avería en los baños-ducha de Bergen-Belsen, razón por la cual varios trenes de prisioneros de guerra soviéticos en su mayoría turkestanos, kirghizes y siberianos ingresaron su humano cargamento sin previo despiojamiento. (49) Esto fue fatal para las condiciones sanitarias del campo. Además, a partir de noviembre de 1944 Belsen fue considerado un Krankenlarger, es decir, un campo para enfermos, de manera que, dentro de lo posible, todos los enfermos de los diversos campos de concentración eran enviados allí. (50)
El escritor inglés, y antinazi, Derrick Sington, cuenta (51) que las tropas inglesas que se hicieron cargo del campo de Belsen se vieron desbordadas por la situación y más de la cuarta parte de los internados que se hallaban enfermos a su llegada perecieron n menos de un mes. El libro «The Golden Horizon», de Cyril Connolly (52) contiene un notable relato del bien conocido periodista y escritor inglés Alan Moorehead, acerca de lo que ocurrió en Belsen después del cese de hostilidades, en mayo de 1945.
«El campo de concentración de Belsen es tristemente célebre a causa del hecho de que una epidemia de tifus se declaró allí en el curso de los últimos meses de la guerra, a consecuencia de la falta de avituallamiento debida a los bombardeos que habían destruido las vías de acceso y hasta las cañerías de agua potable. Esta epidemia causó la muerte de centenares de detenidos. Los ingleses llegaron cuando la situación se había vuelto francamente desastrosa, trajeron víveres, agua y medicamentos, hicieron quemar los cadáveres y las barracas infectadas y empezaron a torturar a los guardias del campo de concentración.
«Verdaderamente poseídos de un entusiasmo digno de los Cruzados de la Democracia los nuevos administradores del campo de nacionalidad británica se embriagaron con los horrores que cometieron, sin experimentar asco alguno por ellos, y sin avergonzarse de exhibir a sus víctimas ensangrentadas a los periodistas que acudían en masa a Bergen-Belsen; hasta parecían estar orgullosos de su trabajo como si se tratara de una proeza deportiva.
«El campo estaba bajo el mando de un joven médico inglés y de un capitán del cuerpo de ingenieros militares.., ese capitán parecía estar de excelente humor... Cuando nos acercamos a las celdas de los SS, el sargento inglés que les vigilaba se puso a vociferar como un loco. El capitán nos dijo sonriente: «Les hemos interrogado esta mañana temprano... Me temo que no esten muy presentables». Hicieron entrar a los periodistas en las celdas que estaban abarrotadas de hombres tendidos por el suelo, manchados de sangre y quejándose.
«Un prisionero suplicó que le mataran de una vez. El sargento inglés le dijo que lo harían gustosamente una vez hubiera firmado la declaración jurada que le habían presentado varias veces.
«Los testimonios que sirvieron para ahorcar como criminal de guerra a Kramer. el comandante del campo. se obtuvieron de esta guisa. afirma el nada sospechoso Moorehead . quien testifica: `Puedo afirmar que. al menos en el campo de concentración de Bergen-Belsen. los detenidos no sufrieron salvo, tal vez, casos aislados ningun mal trato de parte de los alemanes... Los presos no fallecieron a causa de las torturas de sus guardias, sino a consecuencia de las epidemias y porque el avituallamiento estaba completamente desorganizado en los ultimos meses de la guerra».
Originariamente. Belsen era un campo de la Wehrmacht para albergar prisioneros de guerra heridos. A mediados de 1943, las SS se hicieron cargo del campo con el propósito, entre otros, de convertirlo en una «base de transito»: un campo de concentración para criminales comunes, para presos procedentes del Este y para judios de origen holandés y sefardí (griegos, turcos y yugoeslavos). Los que predominaban, era los judíos holandeses, unos 5.000 muchos de ellos expertos talladores de diamantes, que trabajaban para los alemanes. Esta era la única significación industrial de importancia en este campo.
En un principio se dijo que en Beisen había cámaras de gas, y, naturalmente, crematorios instalados con el propósito de quemar a los judios. ya previamente gaseados, ya en vivo. Luego, oficialmente, se abandonó la tesis de las «cámaras de gas» y en cuanto al crematorio de dos hornos, se admitió igualmente que su uso principal era la incineración de cadáveres portadores de virus tificos. Un relato muy objetivo de lo sucedido en Belsen nos lo da el libro del Doctor Russell Barton, del Cuerpo de Sanidad del Ejército Británico, que visitó varios campos de concentración alemanes al termino de la guerra, y estuvo un meses en Belsen. Según el doctor Bartón el brigadier Glyn Hughes. el oficial médico británico que tomó el mando del campo de Beisen en abril de 1945, «no creía que se habían producido atrocidades en el campo». Había habido, eso si. hasta finales de 1944, «disciplina y trabajo duro». Desde principios de 1945 hasta el final de las guerra las condiciones se deterioraron, debido especialmente al caos creado en toda Alemania por los reveses militares y, sobre todo. por los efectos de los bombardeos de terror de la aviación aliada. «Muchos internados en Belsen han escrito articulos en la prensa o hecho declaraciones en el sentido de que los alemanes les trataron con brutalidad, pero tales declaraciones deben ser interpretadas de acuerdo con las necesidades de la propaganda» segun el aludido Barton. (53)
La desnutrición de los presos fue completamente inevitable, y solo se produjo en los cuatro o cinco últimos meses de la guerra. Dice Barton:
«Hablando con los presos llegué a la conclusión de que las condiciones de vida en Belsen no fueron malas hasta finales de 1944. Los barracones estaban ubicados entre los pinos, y cada uno de ellos estaba provisto de lavabos, retretes, duchas y estufas». (54)
También se explican las causas de la desnutrición en los últimos meses:
«Cada vez era más difícil, en 1945, llegar hasta el campo de Belsen. Cualquier cosa que se desplazara en una autopista era bonbardeada.. En tan caótica situación mi opinión personalles que los alemanes, dadas las circunstancias, consiguieron administrar Belsen con relativa eficiencia hasta los últimos días.
Cuando los ingleses llegaron hubo violentas disputas entre los internados para obtener buenos lugares en las colas para la distribución del rancho. Las dispustas fueron tan violentas que los tanques ingleses debieron intervenir. Más de un millar de internados perecieron a causa de la bondad de los soldados ingleses que entregaron sus raciones de carne en lata y chocolatinas a los presos en avanzado estado de desnutrición».
El número de muertos atribuido a Belsen se cifró en un principio en unos 300.000, pero pronto tan absurda cifra fue abandonada para quedar fijada en 60.000, de los cuales 50.000 eran judíos. Hace algún tiempo, los líderes sionistas armaron un alboroto enorme en torno a los planes francés y alemán occidental de excavar las fosas que se encuentran junto al campo de Bergen-Belsen. El gobierno francés quiere enterrar en suelo francés los restos de cierto número de judíos de nacionalidad francesa, que se afirma murieron en dicho campo.
La intensidad del griterío proferido por los líderes sionistas para impedir la excavación de las fosas de Belsen puede parecer chocante al observador inexperto. Pero una investigación más seria nos lleva a concebir sospechas por lo que se refiere a los temores judíos en este asunto. Es harto conocido que los Aliados, tras la rendición de los guardianes alemanes de varios campos de concentración, utilizaron esos campos para sus propias finalidades. Después de liberar a los judíos y a otros elementos internados en un campo, los Aliados los llenaban con soldados alemanes prisioneros de guerra, civiles afectos al Partido Nacional-Socialista y, en general, de toda clase de personas sospechosas de poco celo democrático. Muchas decenas de miles de alemanes perecieron en esos campos después de la guerra, hecho que, aún a pesar de haber sido practicamente silenciado por la Gran Prensa Mundial, ha podido emerger a la luz pública por su notoria e innegable evidencia.
Por ejemplo, se ha sabido que, a principios de 1969, los albañiles que trabajaban junto al que fue pequeño campo de concentración de Hechtsheim, cerca de Mainz, desenterraron accidentalmente una fosa común que contenía los cadáveres de cerca de mil soldados alemanes, vistiendo sus uniformes. Hallazgos similares han sido hechos en otros campos. Ya hemos visto como en Dachau, todo el contingente de guardianes SS fue ejecutado a ráfagas de ametralladora tras haberse rendido a los americanos. Sus cuerpos fueron enterrados en una fosa común, que fue abierta hace unos meses.
Todo eso nos permite comprender porque los lideres sionistas se oponen tan tenazmente a la reapertura de las turnas de Belsen. que se supone contienen los cadáveres de 50.000 judíos muertos, si no en las ya oficialmente inexistentes «cámaras de gas», si a causa de las torturas inflingidas por los nazis. Hay, sin lugar a dudas, decenas de miles de cadáveres enterrados en Belsen. Pero ¿de quién? Ciertamente de internados, judíos y no judios, pero también de alemanes, con el agravante de que estos murieron, no en tiempo de guerra la cual puede explicar, sino justificar, muchas cosas sino en tiempo de paz.
El mito de Ana Frank
Fue precisamente en el campo de concentración de Bergen-Belsen donde, en marzo de 1945, se dice que murió la niña judía Ana Frank. El libro que cuenta los horrores de su historia concentracionaria apareció en 1952, con el título «Diario de Ana Frank», convirtiéndose inmediatamente en un «best-seller». Desde entonces se han hecho, sólo en lengua inglesa, cuarenta y dos ediciones y una película en Hollywood. El padre de la niña, Otto Frank, en royaltyes sólo, por la venta del libro, ha hecho una fortuna. También ha ingresado mucho dinero por los derechos sobre la película y las versiones teatrales que se han hecho en numerosos idiomas. Esta fortuna la ha amasado, no lo olvidemos, gracias a la venta de un libro que cuenta la historia de la se asegura tragedia real de su hija. Según afirma, atinadamente, el escritor inglés Harwood, (55) «...apelando directamente a la emoción del público, el libro y el film han influenciado literalmente a millones de personas, ciertamente a muchas más que cualquier otra historia de esa clase. Y, no obstante, sólo siete años después de su publicación inicial, la Corte Suprema del Estado de Nueva York estableció que el libro era un fraude».
La verdad sobre el Diario de Ana Frank fue revelada, en primer lugar, por el periódico sueco «Fria Ord», en 1959, en una serie de artículos diarios aparecidos en marzo. En abril de aquel mismo año, la revista americana «Economic Council Letter» (56) resumió los artículos de su colega sueco, con la siguiente gacetilla: La Historia nos proporciona muchos ejemplos de mitos que tienen una vida más rica y más larga que la verdad, y que, sin duda, pueden llegar a ser más efectivos que la verdad.
«El Mundo Occidental, durante varios años, ha podido enterarse de las vicisitudes de una niña judía, a través de lo que se ha afirmado que fue su diario personal, personalmente escrito por ella Pero ahora, una decisión de la Corte Suprema del Estado de Nueva York nos informa de que el escritor judeo-americano, Meyer Levin, ha recibido, o deberá recibir, por orden del juez, la suma de 50.000 dólares que deberá pagarle el padre de Ana Frank, en concepto de honorarios por el trabajo de Levin en el libro titulado precisamente El Diario de Ana Frank».
Una triste historia, en verdad. Un señor se hace millonario gracias a una lacrimógena historia, que dice haber escrito su hija, muerta. Luego para pagar al autentico autor de la historia tiene que ser llevado a los tribunales. Y, por favor, que no se diga que todo esto es una maquinación antisemita. Si el demandado, y condenado a pagar, Otto Frank, era judío, también lo eran el demandante, el autor Meyer Levin, así como el Juez, Samuel L. Coleman. (57)
Naturalmente, que el Diario de Ana Frank es una farsa, destinada a formar parte del arsenal ideológico de los mantenedores del mito, lo saben muchas personas aparte, claro es, de los beneficiarios del Gran Fraude de los Seis Millones pero la gran masa del público lo ignora. Y no obstante, como fraude, es de los más burdos que se han llegado a concebir y su éxito hace dudar muy seriamente por lo menos. dudar de la capacidad mental del hombre disuelto en la masa. Veamos. El Diario de Ana Frank se ha vendido al publico como si fueran las auténticas memorias de una niña judía de Amsterdam, que, a la edad- de doce años, escribía sus vivencias en unos cuadernos, mientras ella y cuatro familiares judíos se escondían en una buhardilla durante la ocupación alemana. Eventualmente fueron detenidos y mandados a Bergen-Belsen, donde se dice que la niña murió, probablemente del tifus. El «se dice» se. basa en el testimonio de su padre Otto Frank, el cual, al salir del campo de goncentración al final de la guerra, regresó a su casa de Amsterdam y, casualmente, encontró el diario de su hija, escondido en una cavidad entre la viga y el techo. ¡También es casualidad ir a encontrar el diario en sitio semejante, caramba! ... ¿Qué debía. estar buscando el viejo Otto Frank, entre la viga y el techo'. ¿Qué raras cabriolas debió hacer Ana Frank para encaramarse por la pared y esconder su obra literaria en sitio semejante? ¿Qué providencial coincidencia fué necesaria para que mientras la joven literata se entregaba a sus ejercicios de alpinismo interior, los otros cua tro ocupantes de la habitación, incluyendo su padre, miraran a otro lugar?... Y en cuanto a la obra en si, ¿puede, realmente, creerse que una niña de doce años escribirá, en la segundo página de su Diario, un ensayo filosófico sobre lo que va a escribir tal diario, y en la tercera página una historia de la familia Frank, antepasados incluidos? ¿Es lógico que una niña de doce años, que vive confinada en una buhardilla esté al corriente de las medidas antijudías de los nazis, incluyendo fechas y nombres propios? ¿No es descorazonador pensar que millones de personas han podido creer en la autenticidad de este «Diario»? ¿No es increíble que por el mero hecho de haber osado poner en duda la autenticidad del Diario, el Profesor Stielau, de Hamburgo, fuera expulsado de su cátedra, en 1957? Hemos dicho que el Diario de Ana Frank era, no sólo un fraude, que eso está establecido por sentencia de juez, y de juez judío, además sino que era un fraude burdo. Paul Rassinier, ex-miembro de la Resistencia Francesa, miembro de la Sección Francesa de la Internacional Obrera, deportado por los alemanes, pensionado en media docena de campos de cóncentración e inválido de guerra al 90% afirma (58) que las ediciones francesa, alemana e inglesa del Diario difieren fundamentalmente, y que la escritura que dice ser la de Ana Frank, fotocopiada, en el libro «Spur eines Kindes» del alemán Ernst Schnabel. difiere totalmente de la escritura de Ana Frank en el manuscrito original, escritura que, por cierto, se parece muchísimo a la de su buen padre, Otto Frank.
El caso de Ana Frank es el más espectacular, pero es un caso aislado. Por ejemplo, cuando, en 1954, se discutía sobre la necesidad de rearmar a Alemania Occidental, a lo que se oponía el entonces Primer Ministro Francés, el sefardita Pierre Méndes France, aparecieron, con notoria oportunidad, las «memorias» del niño Rubinowich, otro adolescente judío muy dotado para la literatura lacrimógena. Estas «memorias» aparecieron, por cierto, en un cubo de basura (sic). Inmediatamente la Gran Prensa, armó un alboroto de mil diablos, recordando que los alemanes eran unos desalmados y la cuestión del rearme se aplazó. Simultáneamente el Shylock israelita exigía otra libra de carne a Alemania para alimentar a su colonia de Palestina. Más importante que el caso mencionado fué el de Emmanuel Ringelblum versión oriental de Ana Frank; claro que en masculino y de más edad. El tal Ringelblum escribió «Notes from the Warsaw Ghetto: the journal of Emmanuel Ringelblum» (Notas del Ghetto de Varsovia: el Diario de Emmanuel Ringelblum). Ringelblum, según él mismo afirma, había sido un líder en la campaña de sabotaje contra los alemanes en Polonia, asi como en la revuelta del Ghetto de Varsovia en 1943, hasta que fué arrestado y ejecutado como partisano en 1944. El diario está lleno de referencias fantásticas sobre crueldades alemanas, todas ellas gratuitas y barrocas, como siempre, y especialmente, de crueldades contra niños y niñas judíos. MacGraw-Hill, los editores de la versión inglesa del libro se vieron forzados a admitir que no se les permitió ni siquiera echar un vistazo al manuscrito original, guardado en. Varsovia, y si solo a una versión expurgada por el gobierno comunista polaco. Ringelblum en el Este. Ana Frank en el Oeste. «Diarios» y «Memorias» que son triunfalmente presentados como pruebas por los sacerdotes que mantienen vivo el culto al Mito de los Seis Millones. Pruebas que son completamente inválidas como documentos históricos.
Ravensbrück, Buchenwald, Dora. etc... etc... etc...
Hemos hablado, con cierto detenimiento, de los campos de Dachau y de Bergen Belsen, por el hecho de haber sido presentados, por americanos e ingleses, respectivamente, como prototipos de las antesalas del infierno que eran, según la propaganda de los vencedores, los campos de concentración. No obstante, no vamos a estudiar, ni siquiera someramente, lo que se ha dicho de todos los campos. Sería excesivamente prolijo, y además escaparía del ámbito de este libro, que simplemente se propone demostrar que no hubo una politica oficial y deliberada de Alemania con el propósito de exterminar a los judios . y que la cifra de seis millones de muertos supera. entre quince y veinte veces, a la realidad. Damos por supuesto que hubo abusos en los campos de concentracion alemanes como los hubo en los campos de concentracion aliados, especialmente en los soviéticos, en cuyo caso. la palabra «abuso» es un eufemismo. Nos limitaremos a unas cuantas observaciones sobre lo que se ha dicho de los principales campos de concentración, dejando para el final, y con mucho detenimiento, el campo de Auschwitz, refugio final de la acosada mentira de los Seis Millones.
El SS Obersturmbannführer Sühren fué condenado a muerte y ahorcado por haber hecho construir y utilizar, a partir de Marzo de 1945, una cámara de gas en el campo de Ravensbrück, situado en el territorio del Reich. Ya sabemos que luego se admitiria. oficialmente, que no hubo cámaras de gas en todo el territorio aleman. No obstante, Sühren firmo una declaración de culpabilidad que el Tribunal que le juzgaba admitió a pesar de que el propio Sühren quiso retractarse afirmando que le habían arrancado la firma bajo tortura. A otros doce funcionarios de Ravensbrück se les arrancaron confesiones bajo tortura, y fueron todos ellos ahorcados. El Jefe de la Policía de Weimar, Walter Schmidt, fué brutalmente interrogado por los americanos, que le presentaron un montón de fotografias en las que invariablemente aparecían impresionantes grupos de cadáveres, para demostrarle cómo se habían ensañado los nazis con los prisioneros del campo de Buchenwald, cerca de Weimar. Schmidt declaró que todas esas fotos él mismo había ordenado que se hicieran oficialmente. «Los muertos de las fotografías eran ciudadanos de Weimar, incluyendo algunos presos del campo que trabajaban en Weimar, y que habían resultado muertos en los bombardeos aéreos de la ciudad. Como no había posibilidad material de dar sepultura a tantos muertos, éstos fueron llevados a Buchenwald para ser incinerados en su crematorio, a tal efecto instalado. Más tarde nos enteramos de que el Arzobispo de Munich, Cardenal Faulhaber, había hecho unas declaraciones parecidas respecto a unos montones de cadáveres, que fueron encontrados por los americanos en un vagón de Dachau, y fotografiados como víctimas de los nazis. También estos muertos en los bombardeos aéreos de Munich tenían que ser incinerados en el crematorio de Dachau...» (59)
Norbert Masur, del Congreso Mundial Judío, relata que en sus negociaciones con Himmler para el intercambio de presos judíos por camiones, del que más adelante habláremos, éste le manifestó que en momento de ocupar el campo de Buchenwald, los tanques americanos, abrieron, inopinadamente, fuego y alcanzaron el hospital del campo. Como el edificio era de madera, pronto se convirtió en una tea ardiente. Entonces se fotografiaron los cadáveres que había dentro y así se obtuvo material para esa propaganda que achaca a los alemanes la ejecución de innumerables atrocidades. (60)
Por cierto que Himmler, que hubiera podido aportar un testimonio de primera calidad para elucidar el drama de los campos de concentración, se suicidó ( ¿o fué suicidado?) con rara oportunidad cuando cayó en manos de los ingleses al término de la guerra.
Uno de los campos de que menos se habló de «cámaras de gas» y de crematorios, pero más que brutalidades individuales fué el de Dora. Dubois, un sionista no judío americano, manifiesta (61) que en cierta ocasión en que funcionarios del Departamento del Guerra de los Estados Unidos le mostraban fotos esperpénticas del campo de Dora, le dijeron: «Esta clase de material ha estado llegando desde Berna desde 1942... Tenga presente que es el testimonio de judíos hablando de judíos... Esto no es más que una campaña de ese judío, Morgenthau, y de sus asistentes».
El Fiscal S. F. Pinter, del Cuerpo jurídico del Ejército de los Estado unidos al que ya hemos citado anteriormente, escribió en una revista norteamericana en 1958:
«Según informa la Agencia Associated Press, los checos han enterrado con toda solemnidad las cenizas de 3.000 judíos rusos, franceses, yugoeslavos y polacos que fueron asesinados por los nazis en el campo de concentración de Flossenburg. Por las investigaciones que llevé a cabo personalmente, me consta que esta información es falsa. Pues cuando a principios del año 1946 fui a Alemania como juez militar con el rango de Coronel, el campo de Flossenburg aún no había sido examinado.., recibí de las competentes autoridades militares todos los documentos oficiales del campo, y me llevé un camión lleno de ellos a Dachau... puedo declarar con toda seguridad que durante los años de subsistencia' del campo de Flossenburg allí no perecieron ni siquiera trescientas personas, si bien sea por ejecuciones o por otras causas». (62)
Mucho se ha hablado, recientemente, en la prensa española, y concretamente en la de Barcelona, del campo de Mauthausen, en Austria, donde los nazis exterminaron a varios miles de catalanes. Dichos catalanes eran exilados residentes en Francia, a donde habían ido tras la guerra civil de España. Muchos de ellos, según propia confesión habían colaboradó con los movimientos de resistencia franceses, no teniendo, pues, nada de particular que fueran internados, como elementos potencialmente peligrosos, en campos de concentración. Ahora nos dicen, los supervivientes, que hubo muchos que murieron en las cámaras de gas, y otros en los crematorios.
Evidentemente, estos señores se aprovechan de que España, y esto indepedienternente de sus transitorios regímenes políticos, es el país en él que se puede decir cualquier cosa, a condición de que esté en la línea democrática, en la seguridad de que será creída a pies juntillas por la gran mayoria. Por tal razón, ellos insisten en la tontería de las cámaras de gas y en el fantomático sistema de los hornos crematorios. Insisten, cuando oficialmente, desde el bando de los creádores del Fraude, desde el muy democrático Instituto de Historia Contemporanea, se niega resueltamente que hubieran existido cámaras de gas en todo el territorio del Réich, y Austria, terruño de Hitler, formaba parte del Reich hasta 1945. De manera que, además de judíos, los alemanes también gasearon y cremaron a rusos, gitanos, ucranianos,.. y catalanes. De todo ello se deduce que los cálculos mínimos que ofrecemos en el epígrafe «Algunas consideraciones lógicas», deben ser notoriamente superados. Si sólo con los Seis Millones de judíos exterminados los alemanes renunciaron a incrementar su producción de combustible en un 50 por ciento y además despilfarraron alegremente, en crematorios, el combustible o su coste necesario para poner en movimiento 20 divisiones blindadas a lo largo de 7.500 kilómetros, si luego añadimos los millones de rusos, gitanos, ucranianos... y catalanes (lo que faltaba) resulta que los nazis, por su manía de imitar a Fantomas, decididamente, perdieron la guerra. ¡Inconcebible! (63). El 20 de julio de 1978, era detenido en Rio de Janeiro un tal Franz Wagner, acusado de haber sido Jefe del campo de concentración de Sobibor en Polonia, donde se dió muerte, según las denuncias presentadas por los estados de Israel, Alemania Federal, Polonia y Austria, a un millón de judíos.
Dejando a parte la ridiculez de que en el campo de Sobibor que no era de los 15 mayores pudieran haberse exterminado nada menos que un millón de judíos, se da la curiosa circunstancia de que un verdugo de tal magnitud era completamente desconocido hasta ahora. Y más curiosas todavia parecen las declaraciones de Franz Wagner:
«En Sobibor yo era carpintero, y me dedicaba a construir casas para los oficiales y prisioneros». (64)
No hace falta ser adivino para vaticinar que, si finalmente las autoridades brasileñas ceden a las presiones y acceden a la extradicion. habrá un nuevo linchamiento legal, al caso se le dará bombástica publicidad en la prensa mundial. y Alemania Federal pagará nuevas indemnizaciones al Estado de Israel. Cuando fueron linchados todos los generales, se empezó con los coroneles. Luego hubo de extraer con fórceps del anonimato al Teniente Coronel Eichmann.
Ahora se recurre a los carpinteros. A ese paso, en el año 2.000 se descubrirá en el Paraguay a una octogenaria que fué mujer de la limpieza en casa de un brigada de Intendencia en el campo de Maidanek, y se descubrirá que es la responsable del apaleamiento, fusilamiento, gaseamiento y posterior incineramiento de tres millones de judios.
Auschwitz-Birkenau
El varias veces aludido Instituto de Historia Contemporanea. más de la mitad de cuyos miembros son judíos. pese a que se vio forzado a admitir que las cámaras de gas nunca funcionaron en el territorio del Reich. preciso que «las exterminaciones masivas de judíos empezaron en 1942. en algunos lugares de Polonia, pero, en ningún caso, en territorio aleman».
En ningún caso en territorio alemán, dice el Instituto Este Instituto sabe hacer bien las cosas. Excepto para Juan Pueblo, que engullira ingenuamente cualquier cosa que le repita suficientemente la Radio, la Prensa o la Televisión al servicio de los poderes politicos establecidos, resulta evidente que la historia de las cámaras de gas es insostenible. En cuanto a los crematorios, todos los testimonios de primera mano han afirmado que se utilizaban para incinerar los cadáveres de los numerosos fallecidos a causa de las epidemias, la inanicion y los bombardeos. Entonces, los resistencialistas de Munich sitúan las «cámaras de gas» en Auschwitz, en la actual Polonia boichevizada, donde las autoridades locales no permiten ninguna encuesta histórica seria, y el historiador se vé obligado a creer en el testimonio de las honorables autoridades comunistas polacas bajo palabra de honor. (sic)
Esos «lugares de la Polonia ocupada» citados por el muy oficioso Instituto de Munich son: Chelmno, Belzec, Maidanek, Seibidor, Treblinka, Stutthof y Auschwitz-Birkenau. Por lo que se refiere a los seis primeros, la existencia y funcionamiento de las «camaras de gas» no ha sido atestiguada más que por el llamado «Documento Gerstein», del que más adelante hablaremos, y que presentó tal número de falsedades y exageraciones que el propio Tribunal de Nurenberg lo rechazó. Queda, pues, Auschwitz-Birkenau, el mayor de los campos de concentración nazis, ubicado en Polonia, y donde se han «colocado» como último refugio, las exterminaciones masivas, mediante las «cámaras de gas», de los judíos.
Antes de seguir adelante, queremos llamar la atención sobre una coincidencia fantástica. Los alemanes tenían, aproximadamente, medio centenar de campos de detenidos, aunque sólo 30 merecieran el pomposo titulo de campo de concentración. De estos 30, y tras haberse asegurado inicialmente que todos poseían sus cámaras de gas, luego, al irse demostrando que tal aseveración era falsa, se aseguró muy seriamente que sólo poseian tal tipo de instalación 7 campos, situados en Polonia, es decir, en territorio ocupado por el Ejército Rojo. Auschwitz, concretamente, en la Alta Silesia, era etnicamente territorio alemán y fué reincorporado al Reich en 1939, al hundirse Polonia. Evidentemente, era posible al menos, era matemáticamente posible que los nazis instalaran cámaras de gas en 7 de sus 30 campos de concentración, y que estos 7 campos de. concentración, provistos de cámaras de gas fueran los que cayeran en manos de los soviéticos, mientras que los otros 23 desprovistos de cámaras de gas tal como seadmitió oficialmente nueve años después cayeran en manos de americanos e ingleses. Esto es matemática. mente posible. Como es posible que arrojemos 30 monedas al aire; 23 blancas y 7 negras; y que al caer sobre el tapete las 23 blancas salgan cara y las siete negras salgan cruz. Es el mismo caso. La posibilidad matemática de que esto ocurra es, exactamente, igual al cociente del factorial 23 dividido por el factorial 30, es decir, que hay una posibilidad contra 2.035.800. (Una contra dos millones, treinta y cinco mil ochocientas).
No cabe duda. La posiblidad existe. Algo remota, esto parece innegable. pero existe. Tras haberse afirmado que en Dachau, Belsen, Buchenwald, Dora, y demás campos ocupados por los occidentales hubieron cámaras de gas, la investigación histórica, dirigida por los ocupantes o por entidades contando con su placet, ha debido admitir, bien a regañadientes, que en tales campos no hubieron o, más exactamente, no llegaron a funcionar pues alguien las construyó después del final de la guerra las fatidicas cámaras de gas. Como en los paises «socialistas» la investigación historica no ha podido llevarse a cabo por haber opuesto una rotunda negativa las autoridades polaco-soviéticas, se ha admitido, oficialmente, que en los 7 campos precitados si hubieron «cámaras de gas», aduciéndose, como prueba, la palabra de honor del Gobierno Polaco. Delicioso. Resulta refrescante, en este mundo materializado, comprobar con qué rara unanimidad se acepta, como prueba incontrovertible, sólido como la roca de Jehová en el Monte Sinai, la palabra de honor de un Gobierno, que ignora, sin duda, lo que se llama «razón de Estado» que tantas mentirijillas diplomáticas ha alumbrado.
Sin ocurrirsenos, ni por asomo, poner en duda la palabra del honorable Gomulka, nos permitiremos recordar que, hasta ahora, nunca la palabra de honor de un gobierno, y menos aún, de un gobierno interesado, se ha consideado irrefutable prueba histórica. Por consiguiente, vamos a estudiar, con cierto detenimiento, el caso de Auschwitz.
La revista australiana «Perseverance» (65) publicó la siguiente gacetilla que reproducimos in extenso por considerarla de gran interés:
«Día tras día siguen comentándose las supuestas atrocidades nazis y la gente sigue creyéndolas sin pararse a pensar si tales y tantos crímenes son lógica y matemáticamente posibles. Klaus Losch, se paró a pensar en que todo esto fuera falso y a través de todos los datos que pudo recoger, ha reconstruido este estudio, basándose, además, en la capacidad de trabajo de un moderno horno crematorio existente actualmente en la ciudad alemana en que vive, Bocholt.
«Se ha dicho en la mayoría de los reportajes, que sólo en Auschwitz murieron unos tres millones de seres humanos. Pues bien: teniendo en cuenta que el campo de Auschwitz operó durantes cuatro años, para conseguir llegar a la cifra de tres millones de asesinados, debieron ser incineradas 750.000 personas por año, lo que quiere decir 62.500 cada mes, o sea, 2.083 cada día. De acuerdo con posteriores declaraciones hechas por los propios testimonios de cargo y admitidas por el Tribunal de Frankfurt que juzgó a los guardianes del campo de Auschwitz, estos crímenes se efectuaban por la noche, para guardar el secreto. (66)
Por lo tanto, los 2.083 individuos debían ser asesinados y quemados en las doce horas nocturnas, operación que debió repetirse durante 1460 días (los cuatro años de servicio).
«Segun se afirmó, los restos de las victimas fueron enterrados. El peso de la tierra o arena, es un 40 por ciento mayor que el del cuerpo humano; si consideramos un peso de 120 libras (unos 60 kg) de peso por cuerpo humano, eso significa 168 libras de tierra, o sea que cada día se debieron quemar 124 toneladas de carne humana, lo que corresponde a 174 toneladas de tierra que se ha debido remover para enterrarlos. En esos cuatro años 254.000 toneladas de tierra debieron ser removidas y puestas en algún sitio. Al final de la guerra debería existir un muro de tierra alrededor de Auschwitz de 18 pies, es decir, de cinco metros y medio de altura. ¿Dónde está?.
«Se ha dicho que los cuerpos fueron quemados, pero esto es totalmente imposible. Las siguientes cifras se basan en datos obtenidos en el. actual crematorio de Dortmund. Consideremos que en la guerra usaban carbón en vez de gas, como en los modernos crematorios de hoy en día. La incineración de un cuerpo humano de peso mediano necesita hoy día 30 metros cúbico; de gas, y una densidad de calor que requiere 325 kilos de carbón. Para incinerar 2.083 cuerpos diarios son necesarios 60.490 metros cúbicos de gas, o 677 toneladas de carbón por día; 677 toneladas de un material tan vital en periodo de guerra, y durante cuatro años. Es imposible que usaran tal cantidad considerando la crítica situación militar de aquellos días. «Veamos otro cálculo más. Hoy día los modernos hornos necesitan de dos horas y media para quemar un cuerpo. Aún pretendiendo que existieran cien instalaciones de hornos en Auschwitz, serían necesarios .15 años ¡quince años! para quemar tres millones de cuerpos, en 12 horas diarías. El campo sólo operó durante cuatro años.
«Las cenizas de un cuerpo pesan aproximadamente dos
kilos y medio. Tres millones de cuerpos producirían 7.500
toneladas de cenizas. Dada la escasa densidad de la ceniza, se
hubieran producido gigantescas montañas de ceniza. ¿Dónde
están? ¿Qué fué de ellas?»
El Doctor Scheidl, alemán aunque no nazi, y ex-internado en Auschwitz, escribe:
«Después de la guerra, Auschwitz fué herméticamente cerrado al exterior. Nadie pudo visitarlo. Desapareció totalmente tras el Telón de Acero. Cuando se volvió a abrir, dijeron que los alemanes habían volado las cámaras de gas, y al mismo tiempo los hórnos fueron expuestos a la vista del público. Ese hecho, por si mismo, demuestra la mentira. Según los planos (sin duda, falsos, pero admitidos como verdaderos por el Tribunal de Frankfurt) las cámaras de gas debieron estar en el sótano, y los hornos encima. En.esto han coincidido todos los testigos de cargo. Ahora bien: ¿Cómo se las arreglaron los alemanes para volar el sótano y dejar intacta la parte superior? Esto es física y técnicamente imposible». (67)
Como este es el último campo de concentración en el cual pueden dar al fraude de los Seis Millones una cierta plausibilidad, los sionistas se aferran con psicopático frenesí a las absurdas cifras de Auschwitz. La última demostración la ha proporcionado Simon Wiesenthal, el auto-nombrado perro sabueso que persigue a supuestos responsables nazis de crimenes contra los judíos. En marzo de 1973, la revista alemana «Deutsche Buerger Initiative», de Frankfurt, publicó un panfleto, editado por el Doctor Manfred Roeder, Fiscal del Tribunal de Hesse, titulado «Die Auschwitz Luege» (La Mentira de Auschwitz). El Doctor Roeder cita una frase del conocido abogado judío, Benedikt Kautsky, internado en Auschwitz durante tres años, quien manifestó:
«Estuve en los mayores campos de concentración de Alemania, incluso en Auschwitz. Pero debo testificar, en verdad, que en ningún campo vi, jamás, una cámara de gas». (68)
El panfleto editado por Roeder contiene las manifestaciones de un testigo ocular, Thies Christophersen, que estuvo un año en Auschwitz. A pesar de que el panfleto es una serena y ponderada refutación de la cifra de los Seis Millones en general, y de los tres o cuatro millones atribuidos a Auschwitz en particular, Simon Wiesenthal tuvo la osadía de exigir al Gobierno de Alemania Occidental que retirara de la circulación el folleto, como insultante a la memoria de los Seis Millones de judíos gaseados por los nazis. Naturalmente el aterrorizado Gobierno de Bonn cedió a las exigencias de Wiesentahl, sujeto, que, incidentalmente, se pasea por medio mundo tomándose «su» justicia por su mano raptando y asesinando, sin que ningún gobierno se atreva a aplicarle la ley.
Hace muchos años, cuando las escuelas proporcionaban educación, además de enseñanza, nuestros libros contaban la historia del mentiroso que se da cuenta de que un cierto número de mentiras son necesarias para «demostrar» su primera mentira. Este simple ejemplo forma la base de la afirmación judía de ser un pueblo perseguido, y la primera mentira sobre campos de exterminio ha debido, forzosamente, tener una secuencia de mayores y mejores mentiras. Una gran mentira tiene infinitamente más éxito que una mentira pequeña. El asesinato de seis judíos podría ser facilmente examinado y demostrarse que es falso; pero seis millones de asesinatos son demasiados para ser fácil y rápidamente sometidos a un examen critico. En el Proceso de dejadas de lado. En ningún tribunal del mundo al menos, en ningún tribunal de un Frankfurt contra los guardianes del campo de Auschwitz, todas las reglas de la jurisprudencia han sido país civilizado un reo sera acusado de haber cometido un número vago e indeterminado de asesinatos. Pero en Frankfurt se acusó a los guardianes de haber dado muerte... «de dós y medio a cuatro millones de personas». Las cifras ya no significan nada... En ningún tribunal civilizado se presumirá culpable al acusado mientras no se haya ronunciado un sentencia. Cualquier periodista que presuma la culpabilidad del acusado será castigado con presidio por ultraje al Tribunal y el proceso será suspendido. En Frankfurt, todo era al revés. Allí, los periódicos y otros rganos de «desinformación» pública desataron una campaña de fal sedades e injurias contra los acusados antes del juicio, durante el juicio y después del juicio. Cuando un fontanero del campo de Auschwitz fué absuelto, se organizó una campaña de prensa poniendo en duda la honorabilidad de los jueces. Un cambio notable en la parodia jurídica de Frankfurt fué la sustitución del jurado ¡una institución tan democrática! por una serie de jueces, cuidadosamente nombrados a dedo. De este modo se evitaba que el sorteo designara a un jurado de mentalidad independiente que fuera capaz de dar un veredicto no acorde con lo que se había prejuzgado.
Los procesos de Frankfurt intentaron y en muchos caso lograron sobrepasar en pintoresquismo los procesos de Nurenberg. Omitiremos las referencias a un montón de cosas que se admitieron como evidentes, tales como la quema de bebés judíos en gigantescas piras, el asesinato de unos judíos por un SS provisto de una metralleta, porque los judíos en cuestión discutían acalorada mente y no le dejaban dormir, etc., etc. Un chico judío contó una escena tan horripilante, que él mismo se puso a llorar. Los periodistas lloraron. Los jueces lloraron. El Jurado en pleno lloró. Y al día siguiente el juez debió guardar cama, por sentirse indispuesto tras el drama que había escuchado el día anterior. Incidentalmente, el chico promotor de tan lacrimógena orgía, tenía 17 años, y recordemos que los juicios de Frankfurt se celebraron en marzo de 1964, veinte años después del drama. Claro que el chico contaba una historia que a su vez le había contado alguien. (69)
Una testigo judía que lucía unas antiparras respetables y que declaró que no pudo divisar las atrocidades de Auschwitz demasiado claramente debido a la debilidad de su vista, reconoció, 20 años después, al «acusado» Hoffmann, que entretanto, se había dejado crecer la barba y se hallaba a 50 metros de distancia. (70)
No obstante, nos detendremos a examinar un par de «pruebas» admitidas por el Tribunal que, a nuestro juicio merecen atención, no por su valor intrínseco, sino por reflejar el desprecio que determinados judíos sienten por la inteligencia de los no-judíos. La primera fué la declaración admitida por el Tribunal de que el pelo de las cabezas de los prisioneros de Auschwitz se utilizaba para fabricar cuerdas para ser usadas por los submarinos. Lo que más nos admira, personalmente, es la precisión de las declaraciones. No bastaba con decir que el pelo se utilizaba para fabricar cuerdas. Debían ser cuerdas para submarinos. Este pelo, presumiblemente, no era suficientemente fuerte para acorazados. Nos imaginamos al comandante de un U-Boote, en medio del Atlántico, a la luz de la luna, murmurando:
«Ya no es el mismo pelo ensortijado de los rabinos de antes de la guerra... Lós judíos de ahora usan demasiado tónico capilar y perfume y esto debiita las fibras de las cuerdas».
Lo que sorprende es que esas cuerdas de pelo no se utilizaran en las horcas, que, sin duda, debían estar diseminadas en el campo de Auschwitz como narcisos en un claro del bosque. La segunda historia es una verdadera joya. Es la historia de un soldado de las SS, que fué hallado convicto de haber mandado a su casa un lingote de oro hecho con las extracciones de dientes de... «20.000 a 100.000 judíos gaseados»... Decididamente las cifras no significan nada y 80.000 más o menos es una insignificancia. Supongamos cuatro dientes de oro por boca; ese lingote de oro ha debido hacerse al menos, con 80.000 dientes, o con 400.000 si aceptamos el presupuesto máximo de 100.000 gaseados. Suponiendo que sólo se emplearan dos minutos por extracción tiempo rápido para una mandíbula en pleno rigor mortis , el tiempo necesario para recuperar estos dientes de oro seria, para usar el moderno argot técnico 2.666 horas dentales (mínimo) o 13.334 horas dentales (máximo). Uno está tentado de decir que los dentistas de Auschwitz no tenían un sindicato que les protegiera eficazmente.
Thies Christophersen, a quien ya hemos aludido, niega resueltamente que existiera el «crematorio gigante», con una enorme chimenenea, cerca del campo de Auschwitz. «Cuando salí del campo, en diciembre de 1944, no ví ninguna chimenea, ni grande ni pequeña». (71)
¿Existe hoy ese misterioso edificio, con su gigantesca chimenea...? Pues no. El autor «concentracionario» judío, varias veces citado por nosotros, Reitlinger, afirma que fué completamente demolido en octubre de 1944, aún cuando Chnstophersen niega que existiera tal demolición. No obstante, Reitlinger no es, en este caso, un testigo de primera, sino de segunda mano. A él se lo dijo un colega judío, el dóctor Bendel, y este Bendel es el único testimonio de la existencia y posterior demolición del «horno gigante». Mejor dicho, era el único testimonio, porque cuando Reitlinger le citó en su libro, ya había muerto.
Reconozcamos que la situación es extrañamente típica. Cuando se llega a un punto en el que se precisa una evidencia, en el sentido legal del término, una prueba, entonces... el edificio fué demolido, el documento «se extravió», las órdenes fueron «verbales». Otra cosa curiosa: el único acusado que no apa. reció en el Proceso de Frankfurt fué Richard Baer, el sucesor de Rudolf Höss como Comandante de Auschwitz. A pesar de hallarse en perfecto estado de salud, murió súbitamente er su celda de la prisión, dos días antes de empezar el proceso, «de manera extremadamente misteriosa». (72)
Baer siempre había mantenido su versión de que en Auschwitz nunca existieron cámaras de gas, ni nunca creyó que tales cosas hubieran existido jamás en ningún campo de concentración aleman.
Según Christophersen, en fin, Auschwitz-Birkenau no era más que un gigantesco complejo insustrial, donde se fabricaba, especialmente, caucho sintético y en el que, si ciertamente se empleaba a los internados en trabajos forzosos, nunca tuvieron lugar exterminios masivos de judíos ni de ningún otro grupo étnico. Como cualquier gran complejo industrial Auschwitz fue organizado de manera sistemática pensando en dársele la mayor eficiencia posible. Las per sonas recién llegadas, y sin empleo, eran, de momento, acuarteladas en Birkenau, donde estaban instalados los campos de tránsito. Allí mismo estaban los campos para judíos y gitanos. Así mismo, las personas enfermas, muy en fermas ó moribundas eran igualmente enviadas a Birkenau, y si tomamos las cosas en tal sentido sí que puede afirmarse que Auschwitz era un»campo de la muerte». Con tal motivo, habían más hornos crematorios que en otros campos: cuatro, según Rassinier y muchísimos más según los diversos autores judíos, que se contradicen entre ellos hasta límites increíbles.
Otra contradicción se produce en el caso de la única prueba documental de la existencia de las «cámaras de gas», un documento triunfalmente exhibido por la Acusación en Nurenberg y posteriormente en Frankfurt. (73)
Se trata de una carta de la Administración General de los Campos de Concentración dirigida a la casa Topf & Söhne, de Erfurt, en la que se solicita el suministro, no de cámaras de gas, sino de «hornos crematorios» y de unos llamados «baños duchas». Estos «baños duchas» son, según los mantenedores del Fraude, las célebres «cámaras de gas». Cuando los abogados defensores, en Nürenberg o en Frankfurt, preguntaban a los testigos de la Acusación en qué se basaban para llegar a tal conclusión, éstos respondían que los alemanes no eran tan estúpidos para formular claramente órdenes tan comprometedoras para ellos y que «baño ducha» significa, en lenguaje de código, «cámara de gas». Naturalmente no se molestaban en explicar dónde y cómo habían descubierto ellos la clave de tan abracadabrante código.
En cambio, pretenden haber encontrado una orden de cierto «alto jefe» nazi, en el sentido de que dejaran de utilizarse, temporalmente dichas «cámaras de gas»... de dónde hay que concluir que los alemanes eran muy estúpidos o muy listos, según conviniera a los razonamientos de la Acusación. Pero es que, además, no han hallado tal orden, sino que simplemente se apoyan en un testimonio de segunda mano, de un tal Kurt Becker, un oficial de las SS, que se lo «oyó decir» a Himmler. Este Becker salvó su vida protegiendo a la judía húngara Baronesa Weisz.
El gas utilizado en las «cámaras de gas» era el Zyklon B.
El Zyklon B era un bien conocido y ampliamente utilizado insecticida, producido por la «Deutsche Gesellschaft fur Schädlingsbekämpfung» (DEGESCH). Antes de la guerra había sido vendido en todos los mercados del mundo como insecticida de primera clase. Durante la guerra lo utilizó la Wehrmacht y fué también muy empleado en los campos de prisioneros y de concentración y, naturalmente, fué empleado en Auschwitz. La constante amenaza del tifus causado por los piojos, y los calamitosos resultados de un alto forzoso en las medidas de desinfección en Belsen, hicieron que los alemanes extremaran las medidas de precaución en Auschwitz, donde ya en 1943 hubo una epidemia de tifus que fué de tal magnitud que debieron de suspenderse los trabajos en las plantas industriales de caucho sintético. En vista de la gran importancia del complejo industrial de Auschwitz para el esfuerzo de guerra alemán, no es sorprendente que el Zyklon B fuera usado en grandes cantidades en Auschwitz y su región circundante, incluyendo Birkenau, para la prevención de epidemias. Hagamos referencia, de paso, al hecho de que los alemanes eran los pioneros en gases tóxicos, mucho más baratos que el insecticida Zykion B, y de efectos más prácticos para el objetivo que se supone. Al terminar la guerra, se confirmó que los alemanes habían descubierto los tres gases tóxicos más poderosos de los conocidos hasta entonces: el Tabun, el Sarin y el Somán. El llamado Somán produce los efectos más terribles. (74)
Al cabo de unos segundos de aspirarlo, los hombres quedan sometidos a un estado de colapso convulsivo al que sigue la muerte segura, en cuestión de unos minutos. Cuando un neurogas (Tabun o Sarin) pasa a través de la piel en cantidades efectivas, deja sentir sus efectos rápidamente y sobreviene la muerte al cabo de uno o dos minutos. Al final de la guerra, los alemanes estaban provistos de 7.000 toneladas sólo de Sarin; cantidad ésta más que suficiente para exterminar a los habitantes de más de 30 ciudades del tamaño de Paris. (75)
Es decir, que si hubieran querido realmente los alemanes gasear a sus judios, les bastaba con concentrarles en una reducida zona de la estepa rusa arrojando sobre la misma una infima parte de los gases letales que tenían almacenados.
Es absurdo que disponiendo de tales gases fueran a emplear un insecticida tan conocido en Alemania como el DDT en América y, después de la guerra, en Europa.
Los autores del Fraude saben muy bien que la mejor manera de «colar» una mentira es servirla aderezada con fragmentos de verdad, tengan o no relación con el caso. Además, es imprescindible, para autentificar un fraude, lograr una «doble interpretación» de los hechos. Esto se logró en Auschwitz mejor que en ningún sitio. Por ejemplo:
En realidad, esa «doble interpretación» sólo sirve para personas muy influenciadas por la propaganda, Las segundas alternativas propuestas en los cinco primeros puñ tos son obvias mentiras. En todo caso, son indemostrables, y no debemos nunca olvidar que en los sistemas jurídicos de todos los paises civilizados, se aplica el principio «in dubio, pro reo». En caso de duda, se resuelve a favor del reo. En cuanto al sexto punto, el del hedor de los cadáveres asándose, es un error de los cultivadores del Fraude. Nunca debieron haber hablado de mal olor en su historia; si se nos permite un fácil juego de palabras, eso del mal olor, «huele mal». Es el clásico hecho excesivo. El querer demostrar demasiado. No hace falta ser un Gustave Le Bon, un Sorel, un gran especialista de la psicología de las masas para comprender que una multitud que percibe el hedor de los cuerpos quemados de sus camaradas, con los que ha estado conviviendo horas antes, cae presa del pánico, se produce la histeria colectiva y los guardianes de los miradores deben agotar su munición ametrallando a la despavorida muchedumbre. No obstante, en toda la ingente literatura concentracionaria no hemos leído un solo relato de pánico colectivo. ¿No es esto increíble? Ya no nos circunscribimos al caso particular de Auschwitz. Nos dicen los Kogon, los Reitlinger, los Uris, los Hilberg, y demás apóstoles de este tipo de literatura, que en todos los campos los alemanes, gradualmente, iban exterminando a los judíos. Es inconcebible que los parien tes y amigos de los exterminados estuvieran tan «distraídos» que no se dieran cuenta de que estos habían desaparecido tras una sesión de despiojamiento. «Ante la creencia en un daño inminente, la multitud sedesmanda. Se produ.cen, entonces, actos inauditos de heroicidad y de desesperación, hasta que llega la histeria colectiva que sólo puede ser controlada y dominada por la vioÍencia serena de unos pocos». (76)
La Historia nos demuestra que esta observación es atinada. Por ejemplo, al final de la pasada guerra mundial, los croatas y los rusos anticomunistas de Vlassov que, faltando a sus promesas, los angloamericanos entregaron a los comunistas, se rebelaron, al enterarse de lo que se tramaba y, desarmados, se enfrentaron a sus guardianes. Hubo más de 15.000 suicidios; los hombres mataban a sus mujeres y luego se abrían las venas. Los pseudo-historiadores concentracionarios no citan ni un sólo caso de revuelta en los campos. ¿Tan diferentes eran los judíos de rusos, croatas y, en general, de cualquier otro grupo humano?... Habrá que creerlo así. (77)
Podría escribirse un grueso volumen exclusivamente dedicado a narrar los falsos testimonios perpetrados en conexión con el tema de Auschwitz. Nos limitaremos a mencionar el caso Nyiszli.
El comunista húngaro Mikios Nyiszli declaró ante el tribunal que le escuchó muy seriamente, y luego lo publicó en un libro espeluznante (78) que, en su calidad de detenido-empleado en el campo de Auschwitz, se veía obligado a colaborar con los alemanes en la manipulación de los crematorios y las cámaras de gas. Dice Nyiszli: «25.000 personas, judíos, gitanos, rusos, ucranianos, etc., fueron cremadas en Auschwitz desde prinicipios de 1940 hasta 1944. Otro marxista como Nyiszli, pero no comunista, sino socialista, el ya aludido Paul Rassinier, respondió en su sensacional obra «Le Mensonge d'Ulysse» que:
«... 25.000 personas diarias durante casi cinco años supondría más de 45.000.000 de cremados, en Auschwitz sólo; y con cuatro hornos crematorios de quince parrillas cada uno afirmación de Nyiszli que no responde siquiera á la versión oficial a tres cadáveres por parrilla, harían falta. doce años para acabar de cremarlos a todos».
Rassinier pagaría su fidelidad a la Aritmética con un proceso en difamación que contra él entabló la Asociación de ex-deportados franceses, donde los marxistas tienen predominio casi absoluto. El proceso terminó con un «no ha lugar», lo que, dado el clima políticó de la época, constituyó un sorprendente éxito.
En el curso del proceso, Rassinier declaró que hizo esfuerzos denodados para ponerse en contacto con el tal Nyiszli, al que parecía habérselo tragado la tierra. Finalmente, consiguió entrevistarse con el traductor de la obra al francés, un tal T. Kremer (otro judio). Rassinier no pudo llegar.a obtener la certeza de que el tal Nyiszli existió verdaderamente. Dos años más tarde apareció una traducción inglesa del libro, titulada, simplemente «Auschwitz». El traductor era Richard Seaver, otro Judío, (79) y el editor Bruno Bettelheim, de la misma raza. Nyiszli si es que llegó a existir realmente había ya muerto por entonces, toda vez que en el copyright del libro se especiflca que el détentor del mismo es una tal «N. Margaretha Nyiszli», viuda del autor. Igualmente se específica en la anteportada del libro que el autor, Miklós Nyiszli, era doctor por la Universidad de Breslau en 1930.
Según Rassinier es practicamente imposible poner de acuerdo los datos suministrados por las diversas ediciones (alemana, inglesa y francesa); es más, incluso es imposible obtener una consistencia interna dentro de una misma edición. En la edición francesa de 1960 sé puede leer que «sesenta hornos podían incinerar varios miles de cadáveres diarios», pero unas páginas después afirma que cada uno de los crematorios reducía a cenizas, diariamen. te, 10.500 cadáveres. Es una cifra realmente impresionante, pero lo chocante es que sólo dos páginas atrás el autor se contradice al afirmar que los hornos podrían cremar a 6.500 cadáveres diario, como máximo. En una palabra, una confusión total de datos y cifras.
Rassinier, que no pudo hallar un sólo testigo que hubiera conocido al tal Nyiszli, no pudo, tampoco, localizar a su viuda, que se supone cobraba los derechos de autor. Es muy importante tener en cuenta que Miklós Nyiszl, que se supuso, en un principio, que había declarado personalmente ante el Tribunal de Nuremberg, resultó luego que testificó por medio de una declaración jurada, tipo de testimonio que no se admite como prueba ante ningún tribunal del mundo, sino como simple indicio o corroboración. No ha sido posible demostrar la existencia del tal Nyíszli, ni tampoco que una persona de tal nombre se doctorara en la Universidad de Breslau en 1930, pues al ser anexionada esa ciudad por Polonia en 1945, los archivos de la Universidad pasaron bajo control del Gobierno Polaco, que no permitió que Rassinier investigara en ese sentido. Realmente, parece, por lo menos, sospechoso, qué si Nyiszli estaba en las listas de doctorados, el gobierno Polaco, principal defensor de la tesis de que Auschwitz fue un campo de exterminio, no permitiera esa investigación que debiera hacer resplandecer «su» verdad.
Los «Einsatzgruppen»
Cuando se produjo el ataque alemán contra Rusia, en junio de 1941, el Führer declaró que la guerra contra el Bolchevismo no se iba a llevar de acuerdo con las reglas tradicionales de combate. Esta declaración anticipaba una idéntica política bélica soviética, que incluía el uso de partisanos, es decir, de fuerzas irregulares, inidentificables por ir vestidas de paisano, que atacaban tanto los objetivos bélicos como los no bélicos. Los códigos de Justicia Militar de todos los paises del mundo preven la pena de muerte para el partisano capturado en acción. El Código alemán no podía ser una excepción, como no lo eran ni el inglés, ni el francés, ni el americano, ni el soviético, y ello por la sencilla razón de que un ejército no puede dejarse apuñalar impunemente por la espalda. Debieron tomarse medidas para contrarrestar las actividades de los partisanos y a Himmler se le confirieron «plenos poderes para tomar las medidas que considerara necesarias bajo su propia responsabilidad». Está claro que esto sólo puede significar la aplicación de la pena de muerte contra los partisanos y las personas que colaboraran con ellos. El poco agradable trabajo fue asignado a los «Einsatzgruppen» de las S.D., cuyos efectivos totales eran de unas 3.000 personas. Un autor tan poco sospechoso de «nazismo» como el judío Dawidowicz ha reconocido (80) que la actuación de los «Einsatzgruppen» era absolutamente necesaria, dadas las actividades de los partisanos, que no seguían las reglas de la guerra entre países civilizados.
Ya hemos mecionado en varios ocasiones que los judíos constituían, de hecho, una amenaza contra la retaguardia alemana en el curso de la guerra. No sólo por el alzamiento del ghetto de Varsovia y el atentado contra Heydrich, sino por las actividades de los diversos movimientos de resistencia, en las que los judíos, por propia confesión, eran legión. De manera que, desde esta perspectiva, es evidente que los «Einsatzgruppen» debieron ejecutar a muchos judíos y, naturalmente, a muchos no-judíos. La cifra máxima de judíos partisanos ejecutados por el Einsatzkommando es de 90.000, que nos parece elevadísima, y que procede de fuentes judías. (81) Esa es la cifra máxima dada por judíos, que, como de costumbre excepto en el total funesto de los Seis Millones difieren enormemente entre. si. Montgomery Belgion, norteamericano, supone que los judíos que debieron perecer a manos de los Einsatzgruppen fueron unos 15.000, aproximadamente, aún cuando afirma que el cálculo es difícil y arriesgado. (82)
No obstante, el papel de los Einsatzgruppen como luchadores contra las guerrillas fue aprovechado por los partidarios del Gran Fraude para atribuirle, otra vez, una «doble interpretación». Lós Einsatzgruppen debían luchar contra los guerrilleros pero, además, debían exterminar a todos los judíos que encontraran, guerrilleros o no.
Parece contrario al simple sentido común que una fuerza especializada de sólo 3.000 hombres actuando en la inmensidad de la estepa rusa debiera dedicar una parte de su tiempo a objetivos no militares. Para ese menester lo lógico hubiera sido emplear tropas regulares, o de policía, pero no unidades especiales de primer rango cuyo concurso era requerido a cada instante. Pero aún hay más: el modus operandi de los Einsatzgruppen no poseía la práctica sencillez que los genocidas de Katyn o de Paracuellos del Jarama inmortalizarían. Los Einsatzgruppen debían operar, como parece preceptivo en el esquema del Gran Fraude, según el varias veçes aludido estilo de Fantomas. Los judíos no eran exterminados a tiros lo más lógico ni a garrotazos lo más barato ni poniéndoles grilletes en los tobillos y hacerles cultivar patatas hasta la extenuación física lo más económico . No, señor. Los judíos eran gaseados dentro de unos artefactos semovientes, inventados por los alemanes, llamados «Gasmobiles», según versión rusa. Los «gasmobiles» (literalmente, carromatos del gas) eran unos vehículos que llevaban anexa una instalación de gas qué servia para asfixiar a los judíos que habían sido previamente introducidos. Naturalmente, no se ha encontrado ningún «Gasmobile»; los alemanes «los destruyeron todos para evitar que se utilizaran como pruebas contra ellos». (83)
No se han encontrado órdenes escritas para exterminar a los judíos. No se han encontrado porque no las hubo. Los mismos soviéticós afirman que las ordenes eran siempre orales. Lo que si se han encontrado son documentos e informes del Einsatzgruppen informando a Himmler de las actividades contra los guerrilleros, así como del asesinato de numerosos judíos no guerrilleros. No obstante, las hojas de los informés en que se habla de la lucha antiguerrillera están firmadas, pero las hojas en que se habla de la ejecución indiscriminada de judíos no estan firmadas. (84) ¿Hacen falta más pruebas de que tales informes han sido cuidadosamente ampliados por las necesidades de la Causa?
Si es altamente improbable que los Einsatzgruppen tuvieran una doble misión (la clásica doble interpretación de los hechos, sugerida por los autores del Gran Fraude) no lo es tanto que las tropas regulares de la Wehrmacht debieran desempeñarla. Pero no consistente en liquidar judíos civiles, sino en impedir que las poblaciones autóctoñas liquidaran precisamente a judíos civiles. Cuando los alemanes se internaron en territorio soviético, la mayoría de los judíos se retiraron hacia Moscú, acompañando al ejército soviético. Pero es, también, desgraciadamente cierto, aunque no demasiado mencionado por las grandes agencias informativas, que muchos miles de judíos que emigraron rapidamente hacia el Este fueron masacrados por las enfurecidas poblaciones civiles autóctonas antes de que llegara la Wehrmacht. Los judíos, en general insistimos en que hablamos en términos generales se habían identificado de tal modo con el regimen soviético desde 1917, que las poblaciones nativas tomaron su revancha contra ellos en la primera oportunidad que se les presentó. Lo que ayudó todavía más a inflamar la furia de los nativos, particularmente los polacos, fue el hecho de que en su retirada, los soviéticos asesinaron a numerosas personas que habían arrestado cuando se produjo el ataque alemán, y que no tengan tiempo ni medios para llevarselos y luego mandarlos a Siberia porque el avance de la Wehrmacht era demasiado rápido.
Raschhoffer, un alemán no nazi, habla de que «... existen pruebas incontrovertibles de que muchos asesinatos cometidos en las personas de los habitantes de Lwow (Lemberg) ocurrieron mucho antes de la llegada de las tropas alemanas a la ciudad... La responsabilidad de esas atrocidades recae en las autoridades soviéticas. Sólo en Lwow los soviéticos ejecutaron, el día que precedió a su retirada, a unas 3.000 personas». (85)
Por consiguiente «cuando las poblaciones autóctonas comprobaron lo que habían hecho los soviéticos, inmediatamente culparon de ello a los judíos». (86)
Los polaco-ucranianos de Lwow estaban convencidos de que sus convecinos judíos habían sido parcialmente responsables del arresto de muchos nacionalistas, ya que los judíos colaboraron activamente con las autoridades soviéticas y particularmente con la N.K.W.D. «Los cuerpos de los miles de patriotas ejecutados generaron una tremenda violencia de las masas contra los judíos. Un verdadero «pogrom». Más de cinco mil fueron asesinados en Lwow, y hechos similares ocurrieron en muchas otras ciudades, tan pronto como se retiraban los soviéticos y antes de que llegaran los alemanes». (87)
Este es un hecho del que se habla poco, por la buena razón de que el Sionismo no puede arrancar indemnizaciones a los pueblos del otro lado del Telón de Acero. Por eso los comunistas y los sionistas están de acuerdo en cargar en la cuenta de los alemanes los muchos miles de muertos civiles judíos y, sobre todo, no-judíos en territorios controlados por los soviéticos. Por tal motivo, la primera ocupación de la Wehrmacht al ocupar una ciudad, en Ucrania, Polonia y los Países Bálticos, consistía en dar fin a los pogroms.
Cuando a algún judío le sucede algo, o se logra demostrar, por los medios que sean, que le sucedió algp, a él o a sus ascendientes, treinta y cinco años atrás, el III Reich es hecho responsable y Alemania Federal debe pagar absurdas y enormes reparaciones.
Uno de los más persistentes denigradores de Alemania, sólo superado en ese sentido por el Sionismo, es el Gobierno Polaco. Por una mágica coincidencia, los polacos han descubierto que los alemanes son responsables de la muerte de Seis millones de Polacos inocentes. (88) Cuando, para substanciar tal acusación, se ven forzados a dar cifras, cuentan como polacos a tres millones de judíos de nacionalidad polaca supuestamente exterminados por los alemanes e incluyen como asesinados a todos los polacos que cayeron en combate. Aparentemente, el Señor Gomulka debe pensar que sólo los soldados polacos tenían derecho a disparar, y no los alemanes.
Creemos que esto es un caso de conciencia culpable, porque los polacos son, precisamente, y más aún que los rusos los pioneros de la persecución de los judíos en la Edad Moderna, y durante e incluso despues de la Segunda Guerra Mundial, mataron a muchos. Vamos a citar, en apoyo de esta tesis, a un escritor que no podrá ser tildado de nazi, concretamente, al judío holandés Jakob Presser, quien en 1969, escribió: «¿Cómo podríamos olvidar que, incluso después de la Liberación, se continuaban asesinando judíos en Poloxia, donde se organizaban pogroms a la luz del día, no por criminales profesionales, sino por devotos católicos que rogaban a Dios antes de las masacres?... Y no solamente asesinaban a los judíos, sino que se complacían en una orgía de torturas, en un verdadero aquelarre de brufas en julio de 1946, un año después de terminada la guerra». (89)
Como es natural, los polacos quieren incluir esos judíos en el Fraude de los Seis Millones, y los sionistas estan de acuerdo en ello porque al gobierno comunista de Varsovia no se le pueden extorsionar indemnizaciones pero si, por razones que más adelante trataremos, al gobierno de Bonn. El historiador americano Harry Elmer Barnes, al comentar cuán paradójico fue que los Aliados lucharan por Polonia sobre la base del problema judío, escribió:
«Había en Polonia, en 1933, seis veces más judíos que en Alemania, y se les trataba tan mal, si no peor, que a los que estaban bajo el poder de Hitler. En 1939, el programa anti-judio de Hitler se había moderado, (90) más en la práctica que en la legislación, mientras que los polacos continuaban tratando tan mal como siempre a los judíos». (91)
Precisamente las autoridades comunistas polacas debieron reprimir brutalmente el antisemitismo latente en el pueblo polaco con drásticas medidas, que iban desde los veinte años de trabajos forzados hasta el pelotón de ejecución.
Höttl - Höss - Eichmann
La única prueba que los sionistas y sus secuaces han podido presentar para substanciar la cifra de los Seis Millones es lo que Höss y Hoettls, bajo amenaza de tortura, aseguraron haber oído decir a Eichmann en una ocasión. Ya hemos visto quién era Hoetil: un funcionario mediocre, agente británico, luego comunista, que firmó una declaración jurada incriminando a Eichmann y poniendo en su boca lo de los Seis Millones, porque, aparte de haber sido sometido a tortura, había sido amenazado con ser entregado, a los comunistas húngaros. (92)
Según su declaración, una vez oyó a Eichmann decir que cuatro millones de judíos habían muerto en campos de concentración y otros dos millones en acciones de represalia. Esta declaración jurada fue leída en los juicios de Nurenberg, pero cuando el defensor, Doctor Kauffmann, pidió que Höttl se sen tara en la barra de los testigos para ser interrogado por la Defensa, el Tribunal, insolitamente, rechazó la petición.
Cuando Eichmann fue «juzgado» en Jerusalen, los autores de aquel linchamiento legal rehusaron el elemental derecho de todo acusado a ser interrogado por su defensor. De hecho, Eichmann negó haber hablado del asunto con Höttl y, en todo caso, afirmó no haber dado nunca cifras, por la razón de que: le hubiera sido imposible conocerlas. Ni él ni Höttl ni nadie podía saber cifras de muertos en campos de concentración, ni siquiera aproximadas, porque Alemania, a causa de los bombardeos aéreos de los Aliados, era un verdadero caos en los últimos meses de la conflagración; los prisioneros de guerra, muy a menudo mezclados con saboteadores, prisioneros políticos y judíos, eran transportados de un campo a otro ante el incesante avance de los rusos, y se hacía dificilisimo llevar un control de defunciones por campos, en tales circunstancias. Así pues, en una declaración jurada, muy posiblemente falsa, sin contrainterrogatorio por parte de la Defensa, se basa el Fraude de los Seis Millones. El testimonio, no lo olvidemos, de un agente británico, luego traidor a su patria, y sujeto a coacción física.
El otro testimonio que corrobora el de Höttl, es el del ex-comandante del campo' de Auschwitz, Rudolf Höss. En vista del principio jurídico «Testis unus,. testis nullus» (testigo único, testigo nulo), los budas del Mito quisieron que la deposición de Höttl fuera corroborada por otro testimonio, y se procuraron el de Höss. Amenazado por los linchadores en caso de no incriminar a sus superiores, declaró en Nurenberg que sólo en Auschwitz murieron dos millones y medio de judíos. Incluso Reitlinger, el historiador judío, acusó a Höss de «perverso megalómano» al mencionar tal cifra. (93)
Para tener una idea de cuán poco digno de fe es este testigo, sólo debemos tener en cuenta que cuando, un año después, fue entregado por los occidentales que faltaron a la pabra que habían dado a ese pobre desgraciado a los polacos, redujo la cifra de 2.500.000 a 1.130.000, es decir, a menos de la mitad. Y cuando los polacos le condenaron a la horca, se desdijo de todo lo que había manifestado, asegurando que en Auschwitz sólo fueron ejecutados unos cuantos cenenares de judíos, por actos de sabotaje.
Otro ejemplo de la falta de credibilidad de los testimonios, reales o inventados, en relación con el Mito: La revista «Time», en su número de 6 de junio de 1960, informó que Eichmann había reconocido que los nazis habían dado muerte a cinco millones de judíos. La revista «Newsweek», del mismo día, aseguraba, que Eichmann había reconocido que los judíos inmolados habían sido seis millones. He aquí como los grandes medios de comunicación (y de intoxicación) disponen de un millón de judíos. Pero aún hay más. La frase atribuida por la revista «Lite», a Eichmann, era, textualmente:
«En los últimos días de la guerra llamé a mis hombres a mi oficina en Berlin y les dije: Cuando baje a la tumba estaré muy contento al saber que cinco millones de enemigos del Reich han muerto ya como animales.»
Dejando aparte el hecho de que, desde que fuera ilegalmente capturado y raptado por un comando israelí en territorio argentino, Eichmann no pudo practicamente hablar con nadie más que con enemigos suyos y que tanto las declaraciones como las «Memorias» que se le atribuyen parecen, por lo menos, muy sujetas a caución, debemos observar que:
a) Eichmann hablaba de cinco millones, no seis millones.
b) Eichmann se refería a enemigos del Reich, no a judíos.
c) Eichmann hablaba con sus hombres en plan casual, informal, no oficial.
d) En todo caso, Eichmann sólo se ocupaba de deportaciones de judíos hacia el Este. Por consiguiente, Höttl y Höss tampoco podían saberlo; es más, sólo afirmaron que Eichmann lo había dicho una vez, en una conversación de tertulia, y tal afirmación se obtuvo, según las ya mencionadas fuentes iglesas, bajo coacción. Y, después de todo, ¿quién era Eichmann? En la Gestapo (Geheime Staatspolizei, o Policía Secreta del Estado), existía un departamento, llamado «B4», que se ocupaba de las «religiones y cultos», e incluía una subdivisión judía. El jefe de esta subdivisión era Karl Adolf Eichmann que llegó a alcanzar el grado de Teniente Coronel. Se ocupaba de todo lo relativo a emigración e instalación de los judíos en los territorios del Este; nunca formuló ningún tipo de política, limitandose a cumplir ordenes; no hay ninguna prueba de que tuviera nada que ver con la administración de los campos y, por tanto, es ridículo afirmar que fuera responsable de cualquier clase de abusos que en ellos se hubiera cometido. Sólo en una época tan masificada como la actual ha sido posible que se lograra excitar a las gentes con un hombre como Eichmann, que en la Alemania nazi sólo llevó a cabo funciones rutinarias y administrativas. Como no había otro ex-miembro de la Gestapo o de las SS a quien raptar y montar en torno a él un «show» propagandístico cuya finalidad era servir de fondo a nuevas demandas de «indemnizaciones» a Alemania Federal, hubo que recurrir a la obscura figura de ese Teniente Coronel. Un hombre que, según el Fiscal del linchamiento legal de Jerusalén, poseía un poder de vida o muerte sobre millones de judios... y sólo era Teniente Coronel. ¿Es esto verosímil?
En cuanto al Proceso de Jerusalén, sólo puede decirse que en él se prescindió de hipócritas formulismos legales y desde el principio se puso de manifiesto que tras el «show» legal Eichmann sería ejecutado. No se permitió a Eichrnann que convocara a deponer en favor suyo, como testimonios de la defensa, a ningún testigo de descargo. Estuvo todo el proceso encerrado en una jaula de vidrio, incomunicado del resto del mundo. Sólo podía contestar «si» o «no» y cuando intentaba explicarse el «Juez» le cortaba la palabra. Naturalmente, fue condenado a muerte. Antes y después del proceso salieron en Europa y Estados Unidos una docena y media de libros sobre Eichmann, presentando al obscuro funcionario como al mayor verdugo de la Historia. Todo ello atizó el clima antialemán, hubo manifestaciones antialemanas en todo Occidente. así como en Rusia y Polonia, y luego el Primer Ministro Israelí se presentó en Bonn para cobrar nuevas «indemnizaciones». ...Höttl Höss Eichmann, en sus personas se incardinó la «prueba» del Holocausto de los Seis Millones. Dos falsos testimonios arrancados por la violencia, espiritual o física, para condenar al infame regimen nazi que, después de tanto alboroto, para asesinar al estilo de Fantomas a Seis Millones de Judíos, destinó como jefe supremo de tal tarea a... ¡un Teniente Coronel!
El caso Katzenberger
Lectores y televidentes occidentales han debido quedar perplejos al enterarse porque la Verdad siempre acaba por filtrarse, pese a todo de que varios acusados alemanes que, al terminar la guerra, habían acusado de la comisión de tremendas atrocidades a sus superiores jerarquicos, se desdecían de su anterior testimonio, décadas más tarde, cuando eran sometidos a nuevo juicio por los tribunales de Bonn, afirmando que sus anteriores testimonios habían sido arrancados bajo coacción o tortura. Muchos fiscales norteamericanos, a menudo judíos como el tristemente famoso Kempner, extorsionaron toda clase de falsos testimonios mediante tortura psicológica, incluyendo amenazas de sevicias contra los familiares de los acusados, cuando no la tortura física, pura y simple, como sus entonces Aliados soviéticos.
Citemos el caso de Juez Hoffmann. En la desesperada situación en que Alemania se encontraba, debía castigar severamente, a menudo con la última pena, lo que en otras circunstancias no seria considerado más que como hurto o contrabando. Hitler, en sus «Conversaciones sobre la Guerra y la Paz» (94) explicaba esto de forma convincente:
«Si en tiempo de paz un muchacho de dieciocho años le arrebata el bolso a una señora, por supuesto que no le vamos a condenar a muerte... Pero ahora estamos en guerra, hay alarmas aéreas, casi todas las noches, en nuestras grandes ciudades, debemos circular a oscuras... muchas mujeres trabajan en fábricas y oficinas... Son necesarios medios de disuasión muy severos, pues la moral de la población que contribuye al esfuerzo de guerra no puede ser perjudicada por las andanzas de unos gólfillos».
Aquí, como es evidente, los judíos no iban a ser más privilegiados que los alemanes.
Un judío, llamado Katzenberger fue hallado culpable de robo a mano armada, en 1942 ,y condenado a muerte por el Juez Oswald Rothaug. Aquí, es importante un inciso para hacer constar que, en 1942, había judíos, en Alemania, que gozaban de una relativa libertad. Libertad que, como en el caso de Katzenberger, les permitía cometer atracos. El segundo juez, Hoffman concurrió a la setencia con su firma. En 1946, los linchadores legales de la escuela de Morgenthau buscaban un caso para demostrar que los jueces del III Reich discriminaban contra los acusados judíos. A tal fin, indujeron al Juez Hoffmann a que testificara ante el tribunal que juzgaba al Juez Rothaug, en el sentido de que la sentencia contra Katzenberger había sido injusta, y el juicio «Légalmente inválido, inhumano y discriminatorio». Hoffmann fué absuelto y Rothaug condenado a la horca.
Pero en 1973, el Gobierno de Bonn, en su incesante búsqueda de «criminales nazis», decidió abrir de nuevo el caso Kanzerberger lo que constituye una monstruosidad jurídica y acusó a Hoffmann de prevaricación en aquél caso. Pero entonces Hoffmann negó vigorosamente todo lo que había «confesado» a los jueces americanos en 1946. Hoffmann afirmó que el Tribunal americano le obligó a presentarse como testigo de cargo levantando falso testimonio contra su colega Rothaug pues, de no hacerlo así, él mismo seria condenado a muerte. (95)
A causa de la aplicación del Plan Morgenthau a los testigos alemanes, su testimonio debe ser altamente sospechoso y no debe ser aceptado sin numerosas corroboraciones. Las declaraciones de Höttl y Höss, así como las atribuidas a Eichmann sobre la cuestión de los judíos exterminados en el III Reich no han tenido corroboración alguna. Por lo que se refire al testimonio de los supervivientes judíos, ellos mismos han incurrido, como hemos demostrado en numerosos casos en esta obra en tantas y tan flagrantes contradicciones que tal testimonio está preñado de falsedades y perjurios, con unas pocas y heroicas excepciones. Volviendo al caso Kalzenberger, por lo menos habrá servido para demos. trar que no todos los judíos fueron internados en campos de concentración dentro del ámbito del III Reich. Un factor más que reduce la cifra de víctimas posibles de judíos en manos de los nazis. Que no todos los judios fueron internados en Alemania era poco conocido; que apenas lo fueron en Eslovaquia y Rumania, en cambio, ya es más sabido. Factores suplementarios, todos ellos, en la reducción de la cifra de víctimas posibles judías a consecuencia de la fantomática política nazi de «exterminio».
Un rapport de la Cruz Roja
Existe un estudio de la cuestión judía en Europa en el transcurso de la II Guerra Mundial y de las condiciones de vida en los campos de concentración alemanes, que es casi única en su género por su honradez y su objetividad. Se trata del Rapport , en tres volúmenes, del «Comité Internacional de la Cruz Roja Internacional» sobre sus actividades durante la guerra. Ese Rapport fue publicado en Ginebra en 1948. Este informe exhaustivo, procedente de una fuente neutral completamente, incluye y amplía revelaciones contenidas en dos obras precedentes, también de la Cruz Roja, tituladas: «Documentos sobre las actividades del Comité Internacional de la Cruz Roja a favor de los civiles detenidos en los campos de concentración en Alemania, 1939-1945», e «Inter Arma Caritas: la Obra del Comité Internacional de la Cruz Roja durante la Segunda Guerra Mundial», editadas en Ginebra, respectivamente en 1946 y 1947. El grupo de autores, dirigido por un francés, Frédéric Siordet, hace constar, al principio del Rapport, que se ha redactado inspirándose en principios de una estricta neutralidad política, siguiendo la tradición de la Cruz Roja, y es ahí donde se halla su gran valor. En Comité Internacional de la Cruz Roja consiguió hacer aplicar las convenciones militares de Ginebra, de 1929, para poder visitar a los detenidos civiles de los campos de concentración alemanes tanto de Europa Central y Occidental, como de Europa Oriental: en otras palabras, el C.I.C.R. pudo visitar tanto los campos en que luego se reconoció que nunca hubieron «cámaras de gas» (Dachau, Belsen, Dora, Oranienburg, Buchenwald, etc.) como los que se afirmó que las hubo, especialmente Auschwitz. Huelga decir que el C.I.C.R. visitó regularmente los campos de concentración que, en un principio se reservaban a prisioneros de guerra, y ello tanto en Alemania y las zonas de nuestro continente ocupadas por Alemania y sus aliados, como en la Gran Bretaña. En cambio, no le fué posible actuar de igual modo en la Unión Soviética, toda vez que ese país nunca ratificó los acuerdos de la Convención de Ginebra. Los millones de prisioneros civiles y. militares de la Unión Soviética, cuyas condiciones de vida eran, cual es público y notorio, las más penosas de todos, sin comparación alguna, estaban completamente desconectados del mundo exterior, no podían solicitar el amparo, ni siquiera teórico, de ningún control internacional y vivian en condiciones infrahumanas.
El Rapport es importantísimo porque, para empezar, aclara las circunstancias legitimas de la detención de judíos en los campos de eoncentración, como ciudadanos de un país enemigo. Al describir las dos categoría de civiles internados, el Rapport califica al segundo tipo como «civiles deportados por razones administrativas». La expresión alemana es más exacta que la del texto francés del Rapport. Los alemanes lo llamaban Schutzhaftlinge, es decir, detención preventiva, refiriéndose a individuos que habían sido internados por motivos politicos o raciales, porque su presencia era considerada como un peligro en potencia para el Estado o para la tropa de ocupación.
El Rapport reconoce que los alemanes fueron, al principio, algo reticentes en permitir a la Cruz Roja entrevistarse con personas internadas por razones de seguridad del Estado (es decir, en un 98 %, judíos), pero afirma que a partir de Julio de 1942, el C.I.C.R. obtuvo concesiones muy importantes de los alemanes. Se permitió al C.I.C.R. que distribuyera víveres en los grandes campos de concentración a partir del siguiente mes, es decir, de Agosto de 1942. Esta concesión fué extendida a todos los campos a partir de Febrero de 1943. (96) El C.I.C.R. estableció rápidamente contacto con los comandantes de los respectivos campos de concentración y puso en marcha un programa de envíos de víveres que funcionó regularmente hasta los últimos meses de la guerra, en 1945, y de ello dan fé las numerosas cartas de agradecimiento escritas por miles de judíos detenidos en esos campos.
El Rapport del C.I.C.R. menciona que «se enviaban 9.000 paquetes dianos. A partir del Otoño de 1943, y hasta Mayo de 1945, se mandaron aproximadamente 1.112.000 paquetes de vituallas, con un peso total de 4.500 toneladas. (97) Además de los paquetes de víveres, se mandaron paquetes conteniendo productos farmaceuticos y vestidos. «Se mandaron expediciones a Dachau, Buchenwald, Sangerhausen, Sachsenhausen, Oranienburg, Flossenburg, Landsbergam, Lech, Floha, Ravensbrück, Hamburg-Neuengamme, Mauthausen, Theresienstadt, Auschwitz, Bergen-Belsen y a otros campos situados en el centro y sur de Alemania y en las cercanías de Viena. Estos paquetes estaban destinados sobre toda a judíos belgas, holandeses, franceses, italianos, griegos, polacos, noruegos y apátridas». (98) Estas mercancias habían sido recogidas o compradas por diversas organizaciones judías de beneficiencia en todo el mundo, y muy especialmente por el «American Joint Distribution Committee», de Nueva York. (99)
Hasta la entrada en guerra de los Estados Unidos, este Comité
fué autorizado por el Gobierno Alemán a instalar
sus oficinas en Berlin. A parte del citado «American Joint
Distribution Committee», fué la propia Cruz Roja
quien compraba ingentes cantidades de víveres, sobre todo
en Rumania, Hungría y Eslovaquia, estados, como se sabe
aliados del Reich. El C.I.C.R. se queja, en su Rapport, de que
su acción de gran envergadura de ayuda a los internados
judíos fuera dificultada, no por los alemanes, sino por
el estrechisimo bloqueo de Europa llevado a cabo por los Aliados
occidentales. (100)
3 Léon Poliakov: «Le Troisième Reich et les Juifs».
5 William Shirer: «The Rise and Fall of the Third Reich» , pág. 1148.
6 Manvell & Frankl: «Heinrich Himmler», pág, 118.
7 En la mayoría de casos, los acusados no tenían siquiera el derecho a elgir a sus propios abogados defensores, de manera que, en determinadas ocasiones, defensores nombrados por el Tribunal parecían más bien fiscales que defensores, tal como le sucedió a Julius Streicher.
8 Mark Lautern: «Das Letzte Wort über Nürnberg». pag, 68.
9 Ello no logro, pues no solo periodistas suecos, suizos, españoles. portugueses, argentinos, sino también americanos, ingleses y franceses denunciaron la monstruisidad jurídica. Incluso políticos y militares de tanto relieve como el Senador Taft, candidato a la Presidencia de los EEUU y el Mariscal Montgomery, calificaron peyorativamente aquellos «juicios» (N. del A).
10 El Senador Norteamericano Joseph McCarthy declaró a la prensa que la condena de Pohl era una ignominia y que el Tribunal no logró presentar una sóla prueba contra él (N. del A.)
11 La esposa de Koch fué condenada a muerte por los tribunales de Nuremberg, bajo la acusacion de haber fabricado lámparas con piel de judíos. Pero el General en Jefe de las tropas de Ocupación Americanas en Alemania, Lucius D. Clay, encontró tan absurda esa acusación que redujo su pena a cuatro años de carcel. Intervino entonces el Rabino Stephen Wise, quien organizó tan bombastica campaña de prensa que Ilse Koch fué procesada de nuevo, por el Gobierno de Alemania Federal, al salir de prisión, y condenada a cadena perpetua. En 1967, se suicido, colgándose en su celda (N. del A.)
12 Willi Frischauer: «Himmler, Evil Genius of the Third Reich».
13 Peiper, primero condenado a muerte, luego indultado por los propios americanos por falta de pruebas, y fmalmente condenado por un Tribunal de Alemania Federal, por ejecución de rehenes (a pesar de que los propios americanos le habían hallado inocente de tal acusación) se fué a vivir a Francia de incógnito. Un periodista local, comunista, descubrió su paradero y lo publicó en un periódico. Al cabo de unas semanas la casa de Peiper era dinamitada y él perecía con su familia. No se ha encontrado a los culpables. (N. del A.)
14 «Sunday Pictorial», 911949 El senador norteamericano Joseph McCarthy escribió en ese semanario que los procesos de Nuremberg, si algo demostraban, era la inocencia de la mayoría de los acusados y la mala conciencia de los acusadores.
15 Déclaración del Juez Van Roden, aparecida en el Washington Daily News, el 9-1-1949.
16 R. T. Paget: «Manstein, bis Campaigns and his Trial».
17 William Shirer: «Rise and Fall of the Third Reich».
18 Semanario «Week End», Londres 25 a 29 Enero 1961.
19 Para completar el retrato de Höttl diremos que en 1942 fué hallado «deshonesto, tramposo, poco recto» en un informe que las SS hizo sobre él por un asunto de compra-venta de terrenos a Polonia. En 1953, ese «agente británico» fué arrestado por la Policia Militar Americana en Viena por haberse mezclado en el caso de espionaje Verber-Ponger, dos judios que trabajaban para la URSS. El 1961 firmó un «affidavit» para ser usado en el proceso contra Eichmann.
20 Tampoco los principales acusados alemanes en Nuremberg otorgaron crédito alguno a la fábula. Goering y otros negaron resueltamente su realidad. Los demás afirmaron no saber nada de ejecuciones masivas de judios. Hess, Seyss-Inquart, Von Papen, Jodi, Von Neurtah y Doenitz también lo negaron. Sólo condicionando los testimonios presentados a que fueran verdaderos aceptaron más o menos como táctica de defensa (casos Streicher y Kaltenbrunner), la tesis de los genocidios, sin entrar en la cuantía de los seis millones (N. del A.)
21 Arthur R. Butz: «The Hoax of the Twentieh Century».
23 «The International Tribune», New York, 11VI-1973.
26 Arthur R. Butz: «The Hoax of the Twentieth Century», pág. 24.
28 «Evening Press», Dublin, 21 de Diciembre de 1964.
29 «Nationalist News», Dublin. Enero de 1965.
30 Olga Lengyel: «Five Chimneys», Panther Books, Londres, 1959.
32 «Europe Action», Coburg, 20IX1965.
33 Instituto de Historia Contemporanea: Declaración del 19-VIII-1960.
34 «Deutsche Wochen Zeitung», 6-V -1977.
37 «Our Sunday Visitor», 14-VI-1959.
38 Nerin E. Gun: «The Day of the Americans» y Johann M. Lenz: «Christ in Dachau», aun cuando la probable autora de ésta última obra fuera la Baronesa Waldstein.
39 Arthur R. Butz: «The Hoax of the Twentieth Century».
41 Christopher Burney: «The Dungeon Democracy».
42 Paul Rassnier: «La Mentira de Ulyses».
43 Boletín de la «American Association for the Advancement of Science». (Asociación Americana para el Progreso de la Ciencia).
44 Boletín de la Cruz Roja Internacional, 1947.
45 Ralph W. McInnis: «Managed Atrocities».
46 Debates de Nuremberg, Tomo V, pág. 75.
47 Gerald R. Reitlinger: «The Final Solution».
48 Elle A. Cohen: «Human Behaviour in the Concentration Camps».
49 Christopher Burney: «The Dungeon Democracy».
50 David Maxwell Fyfe: «The Belsen Trial».
51 Derrick Sington: «Belsen Uncovered».
52 Weidenfeld and Nicholson, Londres.
53 Russell Barton: «History of the Second World War". Vol. 7. no.15.
55 Richard Harwood: «Did Six Millions Really Die?»
56 «Economic Council Letter», New York, 15-4-59.
57 Lo referente al caso Weyer Levin Otto Frank está archivado en la Oficina del Condado de Nueva York (New York County Clerk's Office), con el número 2241.1956, y también en el «New York Supplement, II Serie 170, y en 5, II Serie 181. Otto Frank apeló contra la cuantía de la sentencia, alegando vicio de forma en la demanda. Le fue dada razón. La sentencia fue casada, y todo terminó en un arreglo amigable entre el padre de Anna Frank y el autor de «su» libro, Meyer Levin. Así obtuvo Otto Frank una rebaja en la cifra a pagar (Harwood, op. cit.).
58 Paul Rassinier: «Le Drame des Juifs Européens»; pag. 42. Editions des Sept Couleurs. Rassinier muestra las fotocopias de ambas escrituras que no dejan lugar a dudas. Se trata de la escritura de dos personas diferentes. (N. del A.)
62 S. F. Pinter: «Deutsche Wochenschrift», Saint Louis, 20-XI-1958.
63 Aunque algunos autores han pretendido dar vida a la tesis de que los alemanes gasearon «x millones» de miembros de otros grupos raciales, no ha prosperado ni ha obtenido el respaldo oficial, que el Sionismo se ha reservado en exclusiva para si. (N. del A.)
64 «Deja». Bilbao. 3 IX. 1978.
65 «Perseverance», Merredin, Australia, 1 5-V- 1977.
66 Aún cuando ya lo hemos comentado, queremos resaltar de nuevo la imposibilidad práctica de guardar u secreto conocido por miles de personas, desde Hitler hasta el último guardián de un campo. (N. del A.)
67 Franz Scheidl: «Geschichte der Verfemmung Deutschlands».
68 Benedikt Kautsky: «Teufel und Verdammte».
69 «Nationalist News», Dublin, Marzo 1964.
71 Thies Christophersen: «La Mentira de Auschwitz», pág. 37.
73 Juicios de Nurenberg: Documento N. 1 1450/42/B 1/H.
75 Brian Ford: «Armas Secretas Alemanas».
76 Gustave Le Bon: «Psychologie des Foules».
77 Y no obstante, hay motivos para creer que los júdíos, ante la muerte, son extremadamente humanos. Basta con leer a Arthur Koestler en «El Cero y el Infinito», donde nos describe las actitudes de sus correligionarios trotzkystas en el momento de ser llevados ante el pelotón de ejecución: lantos, pataletas, ataques de histeria, pérdida del control de la propia fisiología, etc. En cambio, en Auschwitz, se iban impertérritos a la cámara de gas. ¡ Inaudito!
78 Miklós Nyiszli: «SS-Obersturmführer Mengele».
79 Observemos que autores y editores de este tipo de literatura son siempre judíos, nunca Gentiles. (N. del A.)
80 Lucy S. Dawidowicz: «The War against the Jews, 1933-1945».
82 Montgomery Belgion: «Victor's Justice».
83 Alexander Soljenitsyn menciona en «El Archipiélago Gulag», el caso del soldado alemán Jupp Aschenbrenner, a quien los rusos forzaron bajo tortura a firmar una declaración en la que confesaba haber trabajado como chófer de un «Gasmobile». (N. del A.)
84 Gerald Reitlinger: «The Final Solution».
85 (222) Herman Raschhofer: «Political Assassination». Editado en Tacoma, Maryland, USA.
86 Austin J. App: «The Six Million Swindle».
87 Harry Elmer Barnes: «Blasting the Historical Blackout».
89 Jakob Presser: «The Destruction of Dutch Jews», 1969.
90 Por motivos especiales,que ábarcan desde la buena conducta individual hasta la conveniencia superior del país, las leyes sobre los judíos fueron aplicadas, en muchos casos, con benignidad. La Señora Winifred Wagner manifestó al periodista judío Silberberg que «gracias a la protección de Hitler los artistas judíos y las esposas y maridos judíos de personas arias pudieron participar en el Festival de Bayreuth incluso a finales de la década de los 30.» (citado por «Revista de Occidente», no. 16, Febrero 1977). Joe Jacobs, el manager del boxeador Max Schmelling, era judío y continuó ejerciendo sus funciones. Finalmente, deben tenerse en cuenta los llamados «arios de honor», es decir, a determinados judíos que, debido a servicios especiales, se les respetaron todos sus derechos anteriores, entre ellos un banquero de la familia Warburg, el naviero von Ballín, y el semi-judio mariscal del Aire, von Milch. Es digno, también, de especial mención, el caso del realizador cinematográfico Max Ophuls (Oppenheimer), judio, que había huido a Francia y fue internado en un campo de concentración, pero al averiguarse de quien se trataba se le déjó en libertad permitiéndosele emigrar a América. A mayor abundamiento de datos sobre el tema, nos remitimos al epígrafe «El Caso Katzenberger» del que hablaremos a continuación. (N. del A.)
91 Harry Elmer Barnes: «Blasting the Historical Blackout», p. 35.
92 «Weekend», Londres, 25-1-1963.
94 Editado por Co-Press, Munich, 1954.
95 «Deutsche National Zeitung», 23111973.
96 Rapport del C.I.C.R.. Volúmen III, p.78.