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El análisis de AAARGH sobre el fallo del juez Gray, 14 de abril del 2000

David Irving le pidó al tribunal que dijera que él no es revisionista («denier»). De modo que no se defendió en tanto que revisionista. Rechazó la cooperación que le brindaban los revisionistas. Intentó andar solo en el filo de la navaja que separa las posiciones revisionistas de las trincheras holocáusticas, mientras los contrincantes intercambian tiros de largo alcance por encima de él.

Se lo llevó una salva de artillería de los Holos, ya que lo condenan por revisionista y como condenarían a un revisionista. Ahora quiere apelar. Pero ¿a título de qué? La posición que estuvo ocupando durante el proceso evidentemente ha resultado demasiado vulnerable. Si quiere seguir en el pleito, tendrá que repensar su posición. No nos corresponde aleccionar, pero sí sacar algunas conclusiones de actualidad.

Para empezar, recordemos que las dificultades propias a la posición de Irving tienen orígenes remotos. Hace más de veinte años, él descubrió que Hitler no dejó huella directa en el proceso general que desembocó en una tragedia para millones de judíos deportados. Sus tentativas para comprender a Hitler en su realidad de jefe militar y político sólo podían desatar la furia de los que necesitan demonizarlo. La posición mediana de Irving le había valido las críticas de Robert Faurisson desde 1983, es decir cinco años antes del informe Leuchter y la pretendida «conversión» de Irving. Ambos se habían conocido en el quinto congreso revisionista de California. Faltaba tiempo, y Faurisson había redactado un texto para llevar a Irving a posiciones lógicas, mientras este todavía sostenía la importancia del documento del general Wolff, como todavía lo sostiene. Dicho texto había aparecido en el Journal of Historical Review, pero recortado por Willis Carto, que no quería disgustarse con Irving. La versión francesa completa salió en 1999 en los Ecrits Révisionnistes, I, «Défi à Irving», p.455-472, fechado del 31 de diciembre de 1983.

Esto no quita que debamos rendir tributo a la valentía, a la energía, a la determinación, a la cantidad de trabajo increíble que aportó David Irving en este asunto, que dura, repitámoslo, desde 1996. Las concesiones que algunos le echarán en cara no proceden de la cobardía, sino del cuidado táctico. En asuntos como este, es imprescindible atenerse a alguna táctica.

Nada más fácil que hacer la lista de los errores cometidos por Irving durante el proceso judicial, basta con leer el texto del jucicio. Sale derrotado en más del 90% de las cuestiones que surgieron a raíz de su acusación de difamación. Es probable que la falta de un gran abogado fue decisiva. Pues la lista de las concesiones apresuradas que tivo que hacer, por no dominar algunas cuestiones muy particulares, es larga. Dichas concesiones fueron utilizadas como maderos para desbaratar las posiciones en que él creía que podría resistir. Además es probable que decidió demandar ante la justicia pensando que en algún momento terminaría por tener a la Lipstadt apuntada a boca de jarro, que podría contra-interrogarla y hacerle confesar todas las vilezas en qué participó para arruinarle la carrera. Con la mayor lógica, la defensa le prohibió estrictamente a la interesada pronunciar una sola palabra en público a lo largo de los dos meses que estuvo durando el juicio. De modo que Irving se encontró, con toda legalidad, privado de su prinipal instrumento de exposición de la realidad de las prácticas subversivas, antidemocráticas, estalinoides, de los lobbies que estaban decididos a hundirlo. Y cuando le quiso presentar al juez una memoria donde recapitulaba todas estas maniobras, todas esas igniminiosas bajezas de los que él llama curiosamente tradicionales de «la libertad», el juez lo obligó a retroceder. Dijo que eso no le interesaba, que no estaba incluido en la acusación de difamación relativa al libro de la Lipstadt. Era Irving él que se salía de su papel. Según el juez, la corte no era el lugar para plantear que hubiera conspiración para tronchar la carrera de Irving como historiador.

Después de esto (era en el momento en que Irving se disponía a dar el resumen de sus imputaciones), ya no podía defenderse en el terreno fundamental para él : la maquinaria destructiva instrumentada por un gang internacional de fabricantes de opinión de los cuales había logrado arrinconar a un elemento menor, una transcriptorzuela llamada Lipstadt. Así es cómo el texto del jucio no dirá una sola palabra acerca de lo que es, de manera perfectamente demostrable, una conspiración internacional con vistas a destruir a un escritor. Dicho sea de paso, con este caso se hubieran podido dar hartazgos de virtud los pequeños moralistas que rondan las redacciones en busca de algun entuerto que enderezar o escándalo que denunciar. Ahora, a atragantarse todos con aquello de estose sabe, pero no se puede «decir». Lo que opinamos nosotros aquí es totalmente independiente de las ideas o teorías de David Irving en general y en sus libros. Pero junto con su libertad de palabra va la nuestra también, así como la de los lectores que tengan la bondad de leernos, y de los que no tendrán la suerte de poder hacerlo.

Irving no es el único responsable de esta debacle. El debió saber, como sabemos todos, que le corresponde a la justicia ser la expresión del punto de vista mediano que prevalece en la sociedad. Nunca se ha visto un juez lo suficientemente audaz como par juzgar en contra del sentimiento general. Sería destituido sin demora. Se nos rebatirá con la idea de que, en asuntos como estos, no existe opinión pública, pues el público no tiene los elementos para edificar su opinión propia; esto es válido en general pero además lo reconocieron tanto Irving como sus adversarios y el juez mismo, en la medida en que todos estuvieron de acuerdo -- era su derecho -- para no utilizar el sistema del jurado popular, que es la regla en estos asuntos. Ya que no había jurado, por lo tanto sin vox populi, sólo quedaba la vox dei, la de los «interesados», es decir de los lobbies, del conformismo, de la prensa en tanto que seudo poder moral que distribuye generosamente premios y castigos, cuidándose mucho de no cuestionarse a sí misma. Es de notar que salvo un artículo del Los Angeles Times, que salió antes que se iniciara el juicio, y en gran medida objeto de retractación después, todos los artículos de todos los periódicos han sido uniformemente hostiles a Irving, y en todos los planos. No se debería decir más periodista sino borreguista. La prensa mundial es totalmente soviética. Un inglés no conformista ¡tuvo que ir a buscar un diario coreano para que le publicaran su análisis!

Al atacar en el terreno de la materialidad de la difamación, Irving se encontró obligado a defenderse en el terreno de la historia, y no de la que mejor conoce, en torno a Hitler y la guerra, sino sobre el de una historia de la cual dijo que no era ningún experto, el del pretendido Holocausto. Irving había dicho que no quería un juicio sobre el Holocausto; Zundel había anticipado que el juicio versaría sobre el Holocausto, y él tenía la razón. A pesar de que quemó algunas naves, Irving no pudo salirse de la ratonera porque existen, en torno a las cuestiones centrales en este campo, un montón de cuestiones periféricas, bastante oscuras, sobre las cuales los revisionistas han trabajado poco, porque no son históricamente determinantes, pero han permitido abrir zanjas en las cuales cayó con relativa facilidad Irving, tales como estos informes de los Einsatzgruppen, relatos de camiones de gas, que aparecieron súbitamente ... ¡en Serbia!, y distintos documentos, el de Wolff, por ejemplo, cuyo estatuto, significación y utilidad mismos son objeto de controversia, de debates flojos, de incertidumbres reales. Todo el mundo no tiene la panza de hierro del Señor Browning quien reconoce que un documento como el informe Gerstein contiene muchas inverosimilitudes evidentes, pero que en definitiva, ... quién sabe... por qué no... puede que... bueno, se le puede aceptar. Estas franjas hipboreales de la tragedia que les tocó vivir a las poblaciones judías de Europa central y las que allí fueron deportadas, merecen antes que nada ser investigadas más a fondo. Es probable que los revisionistas deberían haberse preocupado más por ellas, mientras que calculaban que al derrumbarse la fortaleza Auschwitz, el resto se vendría abajo calladamente, sepultado en el olvido. Muy a pesar suyo, Irving tuvo que andar por ese despeñadero lleno de emboscadas. Al juez le pareció que le tocaba contar los puntos, y no es de extrañarse que haya arbitrado en contra de Irving. Si él se hubiera estado acorazado con certidumbres acerca de lo que sucedió en las regiones hiperboreales, tal vez el juez hubiera tomado una decisión en contra de la vox dei. Pero no había buscado los pertrechos para ello. Y ¿quién hubiera podido forjarse solo tamaña coraza? El propio Aquiles tiene talón.

Es cierto que el juez Gray empezó por decir, y siguió insistiendo en ello, que no se iba a pronunciar acerca de la realidad de tal o cual acontecimiento histórico, sino solamente estimar el valor de los argumentos intercambiados entre las partes, y sin embargo hizo exactamente lo que dijo que no iba a hacer : se comporta como historiador y valora las afirmaciones de ambas partas en función de que describan adecuadamente o no la probablilidad de lo que realmente sucedió.Este es exactamente la labor del historiador, cuando se encuentra confrontado a varios puntos de vista que se refieren a un suceso determinado, puntos de vista expresados por los contemporáneos o, más tarde, por los demás historiadores. El busca el mérito de unos y otros y hace su elección en función de su propio análisis de los acontecimientos. Es esto lo que hace Master Gray, múltiples ejemplos lo demuestran. Y da la casualidad de que siempre es la interpretación de Evans la que él escoge, en detrimento de la de Irving. Sin embargo, M. Gray no es historiador, y nosotros, que lo somos mucho más que él, encontramos casi siempre que la argumentación de M. Evans es de lo más floja, pues demuestra a menudo que no maneja la documentación ni domina la problemática, la cual está totalmente fuera del alcance de sus competencias, y que, aún si esto no demuestra en absoluto que Irving tenga la razón, sería prudente y sabio desechar las interpretaciones reduccionistas, simplistas e incluso a veces estúpidas de Evans (ver 123.30). Incluso, la pretensión del juez va más allá, ya que se toma la libertad de decir que Irving cometió &nbspmistranslations&nbsp» es decir errores de traducción, en tanto que durante el proceso y hasta principios del fallo, rindió homenaje al dominio de la lengua alemana de esa época por parte de Irving, lengua que ni M. Evans, ni el estudiante Longerich, ni él mismo (varias veces pidió disculpas por la mala calidad de su manejo del alemán) dominan. De pronto( ver 13.31), ¡ahí lo tenemos dando lecciones de alemán! Y en el párrafo siguiente, confirma lo que ha emprendido : va a tener que juzgar la calidad de la historiografía de David Irving (13.32). A continuación demuestra lo que es para él escribir la historia : se trata de repetir lo que cuenta la prensa dominante. Véase 13.35 : digno de observar que todo sugiere («evidence suggests») la idea de que en la conferencia de Wannsee en enero de 1942 se discutió acerca de un programa de exterminio de los judíos, y de que se llegó a un acuerdo en términos generales&nbsp». En realidad, la documentación no sugiere nada semejante, basta con leerla. En cuanto a la idea de que más allá de lo que se puede saber de esta conferencia, se hubiera discutido un programa de exterminio de los judíos, hay que decir que los historiadores están divididos y que incluso Y. Bauer, mentor de la Lipstadt, no lo cree para nada. Master Gray se pone al descubierto, se descuida : actúa como historiador de kiosco, de revistas especializadas en la vulgarización altisonante. Se descalifica a sí mismo, y sus afirmaciones son escandalosas.

¿Se requiere otro ejemplo? El critica la interpretación que hace Irving de una nota de Himmler de 22 de septiembre de 1942 (13.40) mi opinión, esta reivindicación ignora las pruebas circunstanciales que versan sobre lo que Hitler sabía en septiembre de 1942 de la utilización de las cámaras de gas «para matar a los judíos». Pero¿de qué está hablando? El sabe, pues van Pelt habló de ello, que los arreglos en los crematorios de Birkenau, imprescindibles -- por lo menos según Pressac -- para que el lugar se pudiera utilizar para gasear a seres humanos, se hicieron en el otoño de 1942... ¿Qué rayos sabía Hitler entonces? ¿Puede un juez inglés saber, de manera indirecta, de qué se trataba realmente?

Acerca del testimonio de Marie-Claude Vaillant-Couturier en Nuremberg y de la nota del juez Biddle quien escribe, para uso personal, en sus papeles : «una duda», escribe el juez Gray (13.49) : hay motivo para suponer que el juez tuviera la menor reserva acerca de lo manifestado por Vaillant-Couturier, cosas («evidence») vívidas, detalladas y creíbles en torno al campo de mujeres en Auschwitz.

Y sin embargo todo el mundo sabe que Mme Vaillant-Couturier era una militante comunista, estaliniana como el que más, y que su testimonio está repleto de necedades y mentiras enormes. Ella no engañaría a nadie en Nuremberg, pero allí no se estilaba criticar a los «testigos» del lado soviético, cuyas contorsiones debían tomarse muy en serio, porque de lo contrario, se venía abajo todo el edificio seudo judicial. El juez Gray da testimonio de su inconciencia o de su profundo desconocimiento de los hechos.

La endeblez del fallo alcanza su nivel mís vergonzoso en lo que se refiere a Auschwitz. He aquí lo que dice en sus conclusiones:

13.71 que confesar que, de la misma manera -sospecho- que la mayor parte de la gente, yo creía que la evidencia del exterminio masivo en cámaras de gas en Auschwitz era algo sojuzgador. Sin embargo dejé a un lado este concepto previo cuando tuve conocimiento de los hechos aducidos por ambas partes en estos asuntos.

Primero, se le desmoronaron sus certezas. Como todos los necios cultos, creía que sabía, o por lo menos tenía la seguridad de que este saber existía en algún lado, y que tenía fuertes sostenes. Confesemos que todos los revisionistas, antes de serlo, compartieron, en alguna medida, esta ingenuidad. Es algo que se nos impone, por decirlo de alguna manera, por «aire de los tiempos», ese «Zeitgeist» que marca los límites fuera de los cuales ya no tenemos el derecho a pensar.

Pero después de descolgarse de su arbolito, recapacitó, y se volvió a encaramar en su tarima. Y empieza a hablar del &nbspersatz&nbsp» de prueba : la &nbspconvergencia&nbsp», no de pruebas, sino de no-pruebas.

13.72 posición de la defensa, resumida más arriba, es de que existe lo que van Pelt describió como una «convergencia» de «evidencia» que conlleva para la mente común, desapasionada, el que cientos de miles de judíos fueron sistemáticamente gaseados a muerte en Auschwitz, mediante el uso de ciánido de hidrógenos en forma de bolitas conocida como Zyklon-B (ver 7.15 a 7.74) [...]

13.73 la fuerza de muchos de los comentarios de Irving acerca de algunas de estas categorías. Tiene razón en señalar que los documentos contemporáneos tales como dibujos, planos, correspondencia con contratistas y demás, aportan poca demostración (evidence&nbsp») de la existencia de cámaras de gas dibujadas para matar humanos. El hecho de que estén escasas las referencias al uso del gas entre estos documentos debe explicarse por la necesidad de fumigar la ropa de manera a reducir la incidencia de las enfermedades como el tifus. La cantidad de Zyklon-B acarreada hasta el campo puede explicarse ppor la necesidad de fumigar ropa y otros objetos. También es correcto que uno de los documentos más comprometedores, es decir la carta de Muller del 28 de junio de 1943 que aclara el número de cadáveres que podían quemarse en los incineradores, tiene cierto número de extrañezas que sugieren la posibilidad de que no sea auténtico. Además, la evidencia fotográfica de la existencia de chimeneas sobresaliendo del techo de la morgue 1 en el crematorio 2 resulta, lo acepto, «difícil de interpretar.»

13.74 la misma manera, Irving ha tenido algunos comentarios válidos acerca de varios testimonios ofrecidos por sobrevivientes y oficiales del campamento. Algunos de estos testimonios fueron utilizados como pruebas en los juicios de la posguerra. Existe la posibilidad de que algunos de estos testigos hayan inventado algunas e incluso todas las experiencias relatadas. Irving sugirió la posibilidad de contaminación cruzada, queriendo decir que podían haberse dado caso de testigos que repitieran e incluso embellecieran relatos (inventados) de otros testigos con la consecuencia de que se ha edificado un corpus de falsos testimonios. Irving subrayó que parte de algunos de los relatos de algunos testigos son obviamente errados, o (como algunos dibujos de Olere) claramente exagerados. El sugirió varios motivos por los cuales los testigos pudieron ofrecer testimonios falsos, tales como el codicia o el resentimiento (en el caso de los sobrevivientes) y el miedo, y el deseo de congraciarse con sus carceleros (en el caso de los oficiales del campo). Van Pelt aceptó que esa pobilidad existe. Estoy de acuerdo con él.

Este es el párrafo en el que el juez Charles Gray se ve obligado, a pesar de la potencia aplastante de las ideas recibidas y de las fuerzas telúricas que se ejercen sobre él, a dar la razón a los argumentos revisionistas que fueron defendidos tesoneramente, en este punto preciso, por Irving, quien no los ha inventado. Van Pelt, como Alicia en el país de las maravillas, se encontró súbitamente reducido a tamaño microscópico.

De sacarse las consecuencias lógicas de lo que el juez admitió, las repercusiones no hubieran tenido donde terminar. Hubieran explotado en el aire los misiles de la defensa lipstadtiana. Situado al borde de esta posibilidad abismática, el juez Gray tuvo que multiplicar esfuerzos por colmar el agujero, lo cual le valdrá sin duda alguna ser condecorado con la orden de la Jarretera.

Primero había que volver a escalar la resbaladiza pendiente : muy escasos y muy alejados que estén estos documentos, sí existen documentos para los cuales es difícil encontrar una explicación «inocente». Observemos que dicha «dificultad» es exactamente lo que trata de vendernos Pressac como único artículo. En registros diferentes, que tienen en común una tentativa de destrucción del revisionismo y de rescate de la tesis de los Holos, el juicio de Londres y el libro de Valérie Igounet acuden por igual a Pressac, según el cual se efectuaron obras en los crematorios de Birkenau y la única forma de comprenderlas -- según él -- es en la perspectiva del crimen masivo. Es de notar que ni Pressac ni sus seguidores han intentado encontrar jamás otras explicaciones que puedieran ser «inocentes». No se buscó, por lo tanto no se encontró, explicación para unos arreglos de albañilería ejecutados en 1943 por orden de los servicios de construcción de Auschwitz -- de los cuales tenemos, por cierto, los archivos completos. Son aficionados, no profesionales de la arquitectura, como Pressac (farmacéutico) y van Pelt (licenciado en cierta mal llamada cultura general) los que dictaminan. Pretenden además los dos, curiosamente, que tienen la «puntería» visual del arquitecto, lo cual no ha sido respaldado por nadie más que ellos. ¿Qué teoría científica sobreviviría siquiera una hora ante una Academia de ciencias con tan extrañas características? ¡Es una cortina de humo! Pero el juez Gray no tiene que rendir cuentas a nadie. Llegó incluso a negarle a Irving el derecho a apelar (este derecho existe independientemente de la decisión de Master Gray).

Así es como sigue escalando la ardua pendiente antes de tapar el abierto cráter ( con acierto reza la Internacional : «la razón en su cráter»).

Segundo tiempo, los testigos. El juez decide salvar a algunos, como Tauber. Descarta pues a los demás, pero no se sabe según qué criterios.

Tercer tiempo, quedan varios problemas por resolver:

evaluación (assessment&nbsp») de la totalidad de signos que demuestran que fueron muertos en gran escala los judíos en las cámaras de gas de Auschwitz descansa en que se necesitarían razones excesivamente poderosas para rechazar esta tesis. Irving argumentó que no existían tales «razones.»

Examina pues sucesivamente las razones de Irving: el informe Leuchter, que descarta según la vulgata neo-karsfeldiana y al que Irving no defiende mucho. Por no aparecer demasiado comprometido con los revisionistas, Irving desaprovechó los argumentos técnicos de Rudolf, quien se lo reprocha ahora con algo de exceso. Si consideramos cómo el juez utilizó el resto, es probable que el informe Rudolf nada hubiera cambiado.

A continuación aborda la cuestión de los agujeros en el techo plano de las morgues de Birkenau, certificada por casi todos los «testigos», por los cuales se suponía que los SS arrojaban el Zyklon B. Admírense las contorsiones del juez para salirse de dichos agujeros:

lo he explicado en los párrafos 7.91 hasta 7.93, Irving afirma que no hay &nbspevidencia&nbsp» de la presencia de chimeneas o conductos mediante los cuales, según la posición de los defensores, las bolitas de Zyklon B eran arrojadas desde el techo de la morgue 1 hasta la cámara de gas debajo del mismo (donde los defensores plantean que la mayor parte de las defunciones tuvieron lugar). Irving se apoyaba principalmente en una fotografía de parte del techo caído que no aporta «evidencia» acerca de aperturas por donde las chimeneas se habrían alzado.

13.82 Como lo ha señalado la defensa, este argumento tiene aspectos curiosos. En primer lugar, Irving se acogió a este documento en fecha reciente, a fines de 1998 (de modo que esta no pudo ser la base de sus denegaciones de la existencia de cámaras de gas en Auschwitz antes de esa fecha). En segundo lugar, Irving pareció aceptar en una oportunidad que hubiera una cámara de gas en la morgue 1 del crematorio 2, aunque se usaba para fumigación y no para matar. En este caso parecería que eran necesarios conductos u otro tipo de aberturas para introducir las bolitas dentro de la cámara, ya que la morgue no tenía ventanas sino solamente una puerta hermética para el gas. En tercer lugar, el argumento se limita a la morgue 1 del crematorio 2. A pesar de que Irving apenas le dedicó tiempo a la afirmación de Van Pelt (evidence») de que el gaseamiento se practicó en otros locales de Auschwitz, el planteamiento de la defensa es que se dieron gaseamientos en otras cámaras de gas, especialmente en el crematorio 3.

13.83 A pesar de estos rasgos curiosos, el argumento de Irving merece ser tomado en serio. He resumido la respuesta de la defensa en los párrafos 7.109 a 7.111. Al final, la tarea para un historiador es la de evaluar la «evidencia» de la ausencia de señales de agujeros en el techo de la morgue frente a la «evidencia»de que había chimeneas atravesando el techo. En mi opinión van Pelt tiene razón en su opinión de que después de tantos años es difícil comprobar si existieron o no agujeros en un techo que se vino abajo en fecha tan remota como 1944. No está claro qué porción del techo es la que se ve en la fotografía en la que se apoya Irving. El techo está en mal estado, de modo que es arduo decir si había agujeros en el mismo. Hay una posibilidad de que se los rellenara. Está la «evidencia» de los testigos visuales que observaron o por lo menos describieron bolitas vertidas a través del techo de la morgue. El dibujo de Olere representa claramente las chimeneas alzándose hacia el techo de la cámara de gas. Su apariencia en su dibujo corresponde a la descripción de las mismas que hacen Tauber y otros. Fotografías tomadas en 1942 (o 1943) y 1944, aunque difíciles de insterpretar, concuerdan con la presencia de chimeneas sobresalientes. En tales circunstancias, yo considero que un historiador objetivo, tomando en cuenta toda la «evidencia», concluiría que la aparente ausencia de prueba «evidence») de que hubiera agujeros en el techo de la morgue en el crematorio 2 dista mucho de ser una razón suficiente para rechazar el efecto cumulativo de la «evidencia» sobre la cual se apoya la defensa».

[Nota del traductor : si se repite tanto la molesta palabra «evidencia» en esta traducción que no pretende a la elegancia sino al desvelamiento del pensamiento pretendidamente racional del juez Gray, es porque aparece ocho veces el término«evidence» en los tres párrafos aquí transcritos, con significados que abarcan, sin distinguirlas, desde la apariencia visible hasta la prueba fehaciente, y con una recurrencia y una ambigüedad notables. En los extractos anteriores del texto de Gray, también eran inquietantes las repeticiones de la palabra «evidence» (ocho veces).]

El empelucado juez pretende saber lo que haría un historiador objetivo : no le importarían las pruebas materiales: el historiador objetivo estilo Gray no encontraría ningún motivo válido para desechar los relatos que descansan sobre un elemento físico cuya ausencia, o mejor dicho inexistencia, es patente, visible, verificable hoy mismo, y que no se va a molestar en ir a comprobar él mismo. Es la piedra de toque. Aquí el juez Gray da la prueba irrefutable de su parcialidad y del carácter ideológico de su juicio. Este hombre no es honesto: el historiador «objetivo» que él pretende encarnar no es más que un cobarde que teme desagradar a los poderosos. Tiene el mismo grado de valentía que el que le reconocemos a casi todos los jueces en cualquier lugar del mundo, el de rebajarse ante los poderosos, y escalar en su profesión dándoles traducción judicial a los deseos de las autoridades públicas, culturales y demás.

Volvemos a la «Aufklärung», a la forma en que los problemas se plantearon en la época de las Luces: ¿Es que existen límites al derecho de pensar racionalmente? Repetir que toda puesta en tela de jucio de las verdades oficiales es hacerle el juego a los nazis no es más que encantatorio. Si una de las partes que puede costearse peritos que cuestan 100.000 libras sale ganando contra la otra parte, que no puede hacerlo, ¿significa esto que estamos en un sistema perverso o es que David Irving, si pudiera costearse dos o tres peritos de 150 000, ahí sí que hubiera ganado?

Los juicios son puestas en escena en que la sociedad real se expresa de manera simbólica, para reafirmar las reglas en tanto que reglas. Nosotros siempre hemos pensado que los revisionistas no tenían nada que hacer allí y que, de todas maneras, siempre y sistemáticamente se les condenaría por el motivo único y elemental de que no tienen el poder... por el momento. Pero la manera atroz en que el establishment británico trata a uno de los suyos, que ha puesto a lo largo de veinticinco años unas gotas de ácido en el nervio ideológico al cuestionar la justificación de las políticas gubernamentales británicas hacia Alemania, muestra que la disidencia política no se puede tolerar en Europa. La intolerancia americana existe también, pero es diferente. En Inglaterra, no existe ley Gayssot y las organizaciones judías mismas han rechazado los ofrecimientos de Blair de fabricar una. De modo que es posible que no se esté «condenando» a Irving, o en todo caso infamándole como respuesta a lo que pudiera ser un pedido de las organizaciones judías, pedido que consta en los comentarios de la prensa. Es más verosímil que los poderes establecidos hayan «instrumentalizado» la «reclamación» y la «cólera» judía para acallar a los disidentes, aquellos que dirigen sus golpes al corazón mismo del sistema político, que siempre se encuentra en equilibrio inestable. Gray e Irving son hombres del mismo medio social, sacados del mismo molde. El que apuñala al otro no está a las órdenes de los judíos. Ejecuta miméticamente una sentencia pronunciada en cenáculos cerrados, totalmente inasequibles a la inquisición de los borreguistas, impávidos y antisemitas sin lugar a dudas, ahí donde se cocina el consenso que sirve para gobernar, cuales quiera que sean los gobernantes.

Ahí está exactamente el blanco al que apuntamos nosotros. Por lo cual lo natural es aguardar lo peor.



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