El 17 de noviembre de 1991, el Profesor Robert Faurisson llegó
a España intentando pronunciar una conferencia sobre su
tema favorito: el revisionismo del holocausto.
Fue invitado a hablar en un par de sitios: la Universidad Central
de Barcelona y, al día siguiente, en la Universidad Complutense
de Madrid.
Cuando la rama de París del Centro Simon Wiesenthal tuvo
oídas de esto, despachó a sus funcionarios residentes
para intentar descarrilar sus planes.
Ellos contactaron con autoridades españolas de diferentes
instituciones para forzarlos a cancelar las conferencias de Faurisson.
En Barcelona, los antagonistas de Faurisson tuvieron medio éxito.
Es decir, mientras el salón de conferencias universitario
se hizo de repente indisponible, en su lugar el profesor dio su
charla en una sala de conferencias de un gran hotel en el centro
de Barcelona.
En Madrid, sin embargo, los antagonistas de Faurisson sufrieron
un fiasco. A las 11, la asociación de estudiantes dedicada
a la libertad de expresión presionó a favor del
profesor francés y ganó para él el derecho
para dar su charla en una sala de conferencias de la facultad
de Derecho.
Da la casualidad que la conferencia de Faurisson óa pesar
de todas las cosas consideradas (por "todas las cosas"
para ser "consideradas" yo me refiero, por supuesto,
a la tremenda barrera de publicidad generalmente mala que precedió
a su conferencia) -- al final, terminó bastante bien.
Para empezar, la audiencia, consistente principalmente de estudiantes,
le dio una fría, si no hostil, recepción. Intrépido,
siguió adelante. Después de una hora, uno era capaz
de discernir un cambio en la audiencia.
Evidentemente, algunos de los estudiantes habían sido convencidos
y muchos de ellos se habían vuelto pensativos.
El día después, los medios de comunicación
españoles informaron acerca del remarcable impacto de la
conferencia de Faurisson. Incluso los periodistas (a menudo, sujetos
obtusos) quiénes estaban presentes notaron como, todos
dijeron, los estudiantes habían sido impresionados por
la fuente del revisionismo del Holocausto, y cautelosamente hicieron
comentarios acerca de él en su artículos.
Por supuesto, los responsables de la Universidad Complutense habían
hecho lo sumo para impedir a Faurisson hablar. Pero no habían
contado con el idealismo estudiantil; se vieron impotentes ante
él. Los responsables universitarios hicieron, sin embargo,
una declaración publica "deplorando" las "deplorables"
opiniones de Faurisson.
Como digo, esto sucedió en 1991; no mucho después
de que la misma universidad había encontrado apropiado
otorgar un par de grados doctorales honorarios a dictadores comunistas
tan crueles como Nicolai Ceaucescu de Rumania y Erich Honecker
de Alemania Oriental. Usted puede así determinar cuánta
real autoridad moral tenían las autoridades universitarias
críticas de Faurisson.
Esto recuerda al anterior presidente alemán, Richard von
Weizscker, y sus nauseabundas pías declaraciones a sus
compatriotas sobre "nuestra" necesidad de tragar y digerir
la verdad con respecto al pasado pretendidamente ignominioso de
Alemania personificado en el Tercer Reich. Esto del mismo aparentemente
tranquilo von Weizsäcker quien, como director de la Compañía
Boehringer, vendió grandes cantidades de Agente Naranja
al ejército americano durante la Guerra de Vietnam, una
substancia tóxica luego usada para destruir la campiña
vietnamita y a las muchas decenas miles de campesinos vietnamitas
que vivían allí.