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EL MITO DE LOS 6 MILLONES

Joaquín BOCHACA

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Los delegados del C.I.C.R. pudieron visitar todos los campos de concentración alemanes. Es de destacar el elogio que se hace del campo de Theresienstadt (Terezin) en el que se hallaban exclusivamente judíos. «Este campo, en el que vivían unos 40.000 judíos deportados de diversos paises, era un ghetto relativamente privilegiado». (1)

Según informes recogidos por el C.I.C.R. este campo había sido creado a título experimental por ciertos dirigentes del Reich que querían dar a los judíos la posibilidad de vivir en común en una ciudad administrada por ellos mismos y dotada de una autonomía interna casi completa... Los delegados pudieron visitar ese campo el 6 de Abril de 1945, semanas antes del fin de la guerra y doce días antes de su ocupación por los Aliados, y confirmaron la impresión favorable obtenida en su primera visita». (2)

El C.I.C.R. elogia, muy especialmente, la actitud humantaria del régimen de la Rumania fascista de Antonescu, que permitió y dió toda clase de facilidades al Comité para que socorriera a los 183.000 hebreos rumanos. Esta ayuda duró hasta la ocupación del país por las tropas soviéticas, lo que significó el fin de la misma, pues «el C.I.C.R no consiguió jamás mandar ni un sólo paquete de víveres, ni de correspondencia, a la Unión Soviética ni a los paises controlados militarmente o políticamente por ella. (3)

Es típico el caso de Auschwitz. El C.I.C.R. recibió una correspondencia voluminosa procedente de ese campo hasta la llegada de los soviéticos; entonces la correspondencia cesó de llegar. Una parte de los detenidos fué evacuada hacia el Oeste, a la zona ocupada por americanos e ingleses, instalándose en Oranienburg y Buchenwald, y el C.I.C.R. pudo continuar haciéndoles llegar víveres y medicamentos no así a los que quedaron en Auschwitz, con los que se perdió todo contacto.

Es curioso, por otra parte, que si los detenidos podían mandar, a través del C.I.C.R., una voluminosa correspondencia, y más concretamente desde el famoso «campo de la muerte» de Auschwitz, no se filtrara, en la misma, ningún indicio acerca de los supuestos asesinatos masivos alli cometidos. Evidentemente en Auschwitz, como en todas partes, existía una rígida censura de correspondencia con sus propios co-nacionales, y a mayor razón con los internados políticos o por razones administrativas. Pero choca con el sentido común más elemental que ni una sóla de las misivas escritas desde Auschwitz consiguiera, por medios indirectos, comunicar a los Aliados la supuesta realidad de las masacres y de las cámaras de gas. Y raya en la imposibilidad pura y simple que los delegados de la Cruz Roja que se pasearon por los campos de concentración alemanes durante el curso de la guerra, no se apercibieron de nada. Podrá argüirse qúe si se apercibieron pero guardaron silencio para no agravar aún más la suerte de los internados. Pero este argumento no es válido, por cuanto el Rapport del Comité Internacional de la Cruz Roja fué publicado en Ginebra, tres años después del fin de la guerra. Es más, teniendo en cuenta el clima político imperante en aquellas fechas, hubiera sido más popular para el C.I.C.R. afIrmar que había comprobado la existencia de cámaras de gas que guardar silencio sobre el tema. Y cuando fueron requeridos, los delegados del C.I.C.R., a que se pronunciaran al respecto, manifestaron que les era imposible no oponerse a la irresponsable campaña con la que se pretendía acusar de genocidio al régimen nazi.

Uno de los aspectos más importantes del Rapport a que nos estamos refiriendo es que viene mucha luz sobre los motivos del aumento de los decesos en los campos de concentración hacia el final de la guerra. Por ejemplo, se afirma que «... en las condiciones caóticas en que se debatia Alemania hacia el final de la guerra, los tremendos bombardeos aéreos arruinaron no sólo la economía sino los transportes en el ámbito del III Reich. Los víveres no llegaron a los campos de concentración y hubo cada vez mas .detenidos que perecían de inanición». (4)

Alarmado por tal situación, el Gobierno Alemán informó de ello a la Cruz Roja, en Febrero de 1945. A principios de Marzo de 1945, Kaltenbrunner se entrevistó con el Presidente del C.I.C.R. De resultas de tal entrevista, la Cruz Roja se encargó, a través de sus propios delegados, de tal distribución de los paquetes de víveres en los campos y un delegado del C.I.C.R. fué autorizado a permanecer en cada campo. Dicho delegado tenía plena libertad tic movimientos. (5)

Es decir, que en los dos últimos meses de la conflagración, cuando, según los apóstoles de la literatura concentracionaria, los alemanes llevaban a cabo, con toda su intensidad, su política de ge. nocidio, había un delegado de la Cruz Roja en cada campo. Y ninguno de tales delegados se dió cuenta de nada. Ninguno vió una cámara de gas. Ninguno vio un crematorio que no se utilizara para incinerar cadáveres de apestados o de tíficos. Ninguno tuvo la curiosidad para escuchar los rumores sobre el gaseamientos o cremaciones colectivas de seres vivos. Todos estaban distraídos ¿Tódos? ¿Es esto admisible?

Pero aún hay más. El C.I.C.R. protestó, el 15 de Márzo de 1944 contra «la bárbara guerra aérea de los Aliados». (6) Esta protesta se hizo oficialmente en el interés de los prisioneros de guerra y de los internados administrativos (es decir, en su gran mayoría judíos). El 2 de Octubre de 1944 el C.I.C.R. formuló una nueva protestas al «Foreign Office», advirtiendo del inminente hundimiento del sistema de comunicación alemán y afirmando que traería como consecuencia inevitable el hambre para todos los que se encontraban entonces en Alemania, prisioneros incluidos. (7)

En lo que concierne a la tasa de mortalidad en los campos, el Rapport precisa que se utilizaron los servicios de la mayor parte de los médicos judíos internados para luchar contra el tifus en el frente del Este, pero muchos médicos israelitas, estuvieron en los campos luchando contra las epidemias de tifus cuando éstas llegaron a su punto álgido en 1945. (8)

Por lo que se refiere a la alegación de que los alemanes habían camuflado las cámaras de gas en salas de duchas, el Rapport del comité lo desmiente tácitamente al declarar:

Esto nos parece definitivo. Los delegados del C.I.C.R. visitaron los célebres baños-ducha, y si debieron intervenir para repararlos o lograr mejoras, es porque los vieron en acción. Admitamos que a algún o algunos delegados lograran engañarles los alemanes, haciendoles «ver» que las «cámaras de gas» eran baños-ducha. Concedido. Pero, ¿a todos los delegados a la vez, y en todos los campos?. Precisamente el examen de este voluminoso Rapport en tres volumenes, con un total de 1.630 páginas de documentos oficiales demuestra que los delegados del C.I.C.R. no encontraron ningúna prueba, en los campos de concentración de Alemania y de los países ocupados o bajo su área de in. fluencia, de una política oficial, extra-oficial y deliberada de exterminio de los judíos. En ninguna de las 1.630 páginas se habla de cámaras de gas, ni de otros crematorios que los convencionales, destinados a incinerar cadáveres. El Rapport reconoce que los judíos, como muchos otros pueblos en el curso de la guerra, sufrieron privaciones y que la vióa en los campos de concentración, sobre todo en los últimos meses, fué penosa, pero el silencio total sobre una política deliberada de exterminio, refuta, por si sólo, la fábula de los Seis Millones.

El Volumen III del Rapport trata extensamente de la ayuda «prestada a los judíos de la población libre». (10) Se demuestra sin resquicio alguno a la duda razonable que no todos los judíos fueron internados en campos de concentración, sino que muchos miles de ellos, en ciertas zonas, permanecieron mezcladas con la población civil, aún cuando estuvieron sometidos a determinadas restricciones.

En Eslovaquia, por ejemplo, estuvieron casi todos libres, en un regimen parecido al de la «libertad vigilada». En ese país actuaba el adjunto de Eichmann, Dieter Wisliceny, (11) y los judíos que fueron enviados a campos de concentración sólo fueron los participantes en acciones de sabotaje y los afiliados a los partidos marxistas. Esta situación se prolongó hasta Agosto de 1944, en que se produjo un conato de sublevación contra el regimen del Padre Tisso, aliado de Alemania; en esa sublevación los judíos eslovacos tomaron parte casi en masa y entonces, salvo raras excepciones, los judíos fueron internados en campos de concentración. (12) Entre los tres millones o tres millones doscentos mil judíos que, según demostrado en el epígrafe «Los derechos de la aritmetica» se hallaban en Europa, en el curso de la guerra, en territorio controlado por Alemania, hubo no sólo muchos que no fueron internados y otros muchos que tomaron parte en los movimientos de partisanos, sino que además una parte de ellos pudo emigrar en el curso de la contienda, generalmente yía Hungría, Rumania y Bulgaria, hacia Turquía Europea. Esta emigración a partir de los territorios ocupados por los alemanes fué facilitada igualmente por el Reich. Es curioso el cáso de los judíos polacos que llegaron a Francia antes de la ocupación de este país. «Los judíos de Polonia que, hallándose en Francia, habían obtenido varias visados de entrada en los Estados Unidos, fueron considerados ciudadanos americanos por las autoridades alemanas de ocupación, que aceptaron ulteriormente reconocer la validez de unos tres mil pasaportes entregados a judíos por determinados consulados de países de América Latina» (13): Como futuros ciudadanos americanos, estos judíos fueron internados en el campo de Vittel reservado a ciudadanos americanos cuya presencia se consideraba «non grata» en la Francia Ocupada. Muchos de estos ciudadanos americanos eran, también, de origen racial judío.

La emigración de los judíos europeos a partir de Hungría, en especial, continuó en el curso de la guerra, sintrabas por parte de las autoridades alemanas. «Hasta Marzo de 1944, los judíos que tenían el privilegio de haber obtenido visados ingleses para ir a Palestina fueron autorizados a abandonar Hungría, en dirección a Estambul». (14)

Incluso después de la caída del régimen de Horthy y su substitución por el de Szallasi la emigración de los judíos continuó. El C.I.C.R. recibió un mensaje personal del Presidente Roosevelt en el que se especificaba:

Un hecho que ilustra claramente la profundidad del lavado de cerebro colectivo a que se ha llegado en nuestra triste época es que un documento de especialistas, como el Rapport de la Cruz Roja, sea prácticamente ignorado por el gran público, mientras la lacrimógena impostura del Mito de Anna Frank haya alcanzado alguna notoriedad mundial y hasta haya sido impuesto como libro de texto obligatorio en varios «lander» de la muy democrática República Federal Alemana.

El judío americano William L. Shirer, que pasa por un historiador serio, asegura que en el Verano de 1944, unos 300.000 judíos húngaros fueron exterminados, en un lapso de 46 días. (16)

Esto hubiera constituido aproximadamente el 80 por ciento de la población judía de Hungría, cuyo total era 380.000 pts. Pero de acuerdo con la Oficina Central de Estadística de Budapest, en 1945, es decir, bajo control comunista, habían, entonces, en Hungría, 260.000 judíos. Esta cifra se aproxima mucho a la de 240.000 que, según la entidad judía Joint Distribution Committee, de Nueva York, era el número de judíos que se encontraban en Hungría al final de la guerra. Si tomamos como cierta la cifra de la Oficina Central de Estadística, sólo quedaban unos 120.000 judíos clasificados como «no residentes» en el país. De estos 120.000, una cifra no inferior a 35.000 eran emigrantes que al instalarse el régimen comunista prefirieron pasar a Austria, y otros 25.000 continuaban, de momento, retenidos en Rusia, como integrantes de batallones de trabajo al servicio de los alemanes. Estos 25.000 judíos tardarían todavía unos seis meses en volver a Hungría. De las anteriores cifras se deduce que faltaban, en la cuenta, unos 60.000 judíos, si tomamos como ciertos los datos de la Oficina Central de Estadística, y 80.000 si hacemos casp de los datos de la «Joint». Pero Reitlinger cita al demógrafo judío M.E. Namenyi que afirma que unos 60.000 judíos regresaron de su deportación en Alemania. (17) Reitlinger encuentra esa cifra algo excesiva. Tal vez lo sea, pero si tenemos en cuenta que, según el citado Rapport del Comité Internaçional de la Cruz Roja hubo una emigración substancial de judíos húngaros en en curso de la contienda, el número de bajas de la Judería Húngara debe haber sido muy bajo. En efecto, si Namenyi tiene razón, y si partimos de la base que las cifras correctas son las de la Oficina Central de Estadística, las tajas de la Judería Húngara fueron prácticamente inexistentes. Si quien tiené tazón es el «Joint», las bajas fueron 20.000. Personalmente nos inclinamos por esa segunda alternativa, que supondría una mortalidad del 5 por ciento aproximadamente. Ese 5 por ciento, naturalmente, se refiere a judíos muertos por todos los conceptos, incluyendo acciones armadas y sabotaje. Debe tenerse bien presente, por ejemplo, que los judíos abundaban en el titulado «Ejercito de Liberación» que, bajo auspicio soviético, invadió Hungría a finales de 1944. La cifra parece relativamente moderada, dadas las circunstancias, y, por supuesto, no guarda relación alguna con las cifras dadas por publicistas e historiadores judíos mantenedores del Mito, como Hilberg, Poliakov, Davidowicz, Kogon et alía. Es curioso que la Judería Húngara esté en vanguardia de las quejas contra Alemania y los gobiernos húngaros que con ella se aliaron, por la sencilla razón de que, cuantitativamente, es de las que menos sufrió, si tenemos en cuenta que, según los datos más arriba estudiados, sus pérdidas se cifraron entre un 0 y un 5%, mientras que el total de las bajas de la Judería Europea debe ser considerado, como ya hemos estudiado anteriormente, entre 5 y el 9%, como máximo.

Este énfasis sobre los sufrimientos y las pérdidas de la Judería Húngara parece arrancar desde el perjuro affidavit de Höss y ha persistido hasta hoy. En el caso de Hungría, en efecto, los nazis parecen haber batido sus propios récords de maligna y gratuita crueldad y su desprecio por los valores humanos, si hacemos caso de los cargos de la literatura concentracionaria. Un ejemplo revelador lo constituye la llamada «Transacción Brand», de la que vamos a ocuparnos brevemente.

Se afirma que el 5 de Mayo de 1944, Eichmann propuso, a través del intermediario Joel Brand, el intercambio de 400.000 judíos, que se encontraban en Hungría y Eslovaquia, por 10.000 camiones. La propuesta se hizo, a través de Brand, de la Oficina de Inmigración Israelita a Palestina, al Gobierno Británico. Los alemanes se comprometían a utilizar dichos camiones exclusivamente en el Frente del Este. Insistimo: se afirma. No ha podido verificarse. Lo único cierto es que la transacción no se llevó a efecto. Según se ha asegurado oficialmente, los ingleses creyeron que Brand aunque judío era agente nazi, y lo arrestaron en Gaza.

A nuestro juicio, son necesarios unos comentarios a este caso. La política alemana, desde 1933 hasta el comienzo de la guerra, consistió en promover la emigración judía por todos los medios a su alcance. Ya hemos hablado del «Plan Madagascar» y, posteriormente, una vez desatado el conflicto bélico, del plan Himmler Rosenberg, consistente en instalar a los judíos europeos, lo más al Este que las conquistas militares permitieran. No obstante, conforme la inicial contienda germano-polaca, con la intervención anglofrancesa, se fué extendiendo, tanto en el espacio como en el tiempo, las circunstancias obligaron a un cambio de política, y la emigración de los judíos ubicados en zonas de influencia alemana fué haciéndose cada vez más problemática. La razón principal para ello era que, naturalmente tales judíos representaban un potencial que podía ser utilizado contra ellos. Añade el norteamericano Butz alguna otra razón, tal como el deseo alemán de crear problemas en las relaciones anglo-árabes, tomándose, en la Wilhelmstrasse, el punto de vista árabe, opuesto al inglés, en lo referente a la emigración de judíos hacia Palestina. De manera que la política alemana en relación a este problema fué evolucionando en el transcurso de la guerra, hasta adoptarse la política del «intercambio». Se propuso, por ejemplo, el intercambio de prisioneros alemanes por civiles judíos, a lo que se opusieron los anglo americanos. Igualmente se pro. puso el intercambio de civiles judíos por civiles alemanes internados en los paises aliados, oferta igualmente rechazada. (18)

La única variante que ofrecía la transacción Brand consistía en un cambio en el quid pro quo. En vez de judíos por alemanes se proponían judíos por camiones. Exactamente, un camión por cucarenta judíos. Condiciones adicionales eran que los judíos no serian enviados a Palestina y que los camiones sólo se utilizarían en el frente soviético. Quede bien claro que la vida de los judíos húngaros y eslovacos no se ponía en juego. Para los alemanes la transacción caso de ser auténtica y no uno de tantos inventos de la propaganda bélica y post-bélica representaba diez mil camiones y una reducción de los efectivos de vigilancia a cuatrocientos mil internados, es decir, unos ocho mil soldados, más sus servicios de intendencia, en otras palabras, una división. Para lós Aliados, representaba poner fin al cautiverio de cuatrocientos mil judíos, a cambio de un aumento del potencia alemán en el Frente del Este. No cabe duda de que desde el tradicional punto de vista inglés representaba una buena proposición: «a good deal». De la transacción Brand si que cabe decir aquello de «Si non é vero, é ben trovato». Si los Aliados estaban tan convencidos de que los judíos bajo control alemán estaban destinados al matadero, es inconcevible que, ya que ellos se decían portaestandartes de la Civilización y el Derecho, no movieran un dedo para salvarles, máxime partiendo la iniciativa si la transacción Brand no es un invento propagandístico que se volvió luego contra sus inventores del campo alemán. Al fin y al cabo. si la Wehrmarcht recuperaba una división y se equipaba con diez mil camiones, los Aliados, sobre una masa de 400.000 judíos podían esperar, razonablemente, tras un tiempo prudencial de recuperación y adiestramiento, reclutar no menos de tres divisiones más un importante número de personas a ser empleadas en los servicios auxiliares.

De la transacción Brand, caso de ser verdadera y no un invento propagandístico más, podemos sacar las siguientes deducciones:

a) Tanto los alemanes como los ingleses estaban convencidos de que una división alemana, valía más de tres divisiones judías acompañadas de una masa no inferior a cien mil personas de servicios auxiliares.

b) Para los ingleses y también para los alemanes valía más un camión que cuarenta judíos.

c) O los ingleses estaban conveñddosde que sus afirmaciones de que los judíos continentales estaban destinados a ser gaseados eran ciertas. O bien estaban convencidos de que no eran más que burda propaganda. En el primero de los casos resulta inconcevible además de inhumano que la poderosa Albión, con un riquísimo y más influyente «lobby» israelita, no pudiera financiar una operación para ella militarmente rentable. (19)

En el segundo de los casos, está claro que lo que interesaba a Inglaterra y a su preponente «lobby» israelita era crearle dificultades a los alemanes con la custodia y la alimentación de una masa de internados, que, si bien podía ser utilizada como «manpower», los hechos demostraban a diario que era proclive a los sabotajes.

En todo caso, la transacción Brand ha sido presentada al mundo como un ejemplo más del salvajismo nazi. Sólo a los nazis podía, según parece, ocurrirseles proponer el cambio de seres humanos por camiones. Y, no obstante...

Cuando al régimen marxista de Castro se le ocurrió proponer el cambio de presos políticos anticomunistas por camiones norteamericanos, no recordamos haber leído un lacrimógeno editorial de los grandes rotativos mundiales, que literalmente, inventan la llamada Opinión pública, desde el «New York Times» hasta «Le Monde», pasando por el «Times» londinense. Es más, la propuesta se presentó, insólitamente, como una apertura, como la voluntad del régimen marxista de entablar relaciones con el bloque «Capitalista». El hipotético y no confirmado canje de hombres por camiones propuestos por los alemanes era una inmoralidad, en 1944. El mismo canje, propuesto veinte años después por Fidel Castro canje, esta vez real y oficial era algo positivo, para emplear la terminología de nuestro inefables «progresistas». Pero aún queremos llamar la atención sobre otro tipo de canje, practicado en nuestra década de los setenta: el canje de hombres por dinero; concretamente por marcos alemanes. La titulada República Democrática Alemana (es decir, el satélite comunista alemán) vendía literalmente, a Alemania Occidental a presos políticos. El gobierno de Bonn no ténía derecho a escoger la «mercancía»; debía, buenamente, aceptar los ex-detenidos políticos que le mandaba su colega de Pankow. El lucrativo negocio debió ser abandonado por que las autoridades de Pankow no mandaban a Alemania Occidental más que anarquistas, trotzkystas y delincuentes comunes, cuando no agentes saboteadores y espías.

Dará idea de la moralidad de los germanófobos profesionales que tanto criticaban el (supuesto) cambio hombres-camiones propuesto por el Teniente Coronel Eichmann el constatar que cuando el Gobierno de Bonn dejó de comprar delincuentes y espías a Pankow, los desgraciados mini-estadistas de Bonn fueron tratados, por aquellos, neo-nazis.

Para terminar con este extraño caso, una pequeña observación: Para ocuparse nada menos que de una operación en la que estaban involucrados diez mil camiones y cuatrocientas mil personas, con todos los problemas que tal canje llevaba aparejados, los nazis no consideraron oportuno acreditar ni siquiera a un Coronel. Bastó con un Teniente Coronel. El Teniente Coronel Eichmann, un obscuro y desconocido subordinado. Sorprendente. ¿No?..

 

El documento Gerstein, summun de la impostura

La única «prueba» de que en los campos del Este en Polonia , es decir, a parte de Auschwitz, Treblinka, Maidanek, Chelmno, Belzec y Sobibor, existieron «cámaras de gas» la constituyen las notas autografiadas de Kurt Gerstein, Jefe del Servicio de Desinfección de la Oficina de Higiene de las SS. Hay dos versiones de lo que sucedió con este hombre. Una de ellas pretende que, capturado por los americanos en la Selva Negra, cerca de la ciudad de Rottweil, fué sometido a interrogatorio, tras el cual redactó sus célebres notas, por cierto en inglés. La otra versión pretende que se entregó a los franceses, y que en la prisión militar de Cherche-Midi, en París, redactó sus confesiones, en alemán. Sea como fuere, hay tres series de documentos Gerstein, una en inglés con modismos americanos, y otras dos en alemán. Luego, Gerstein pareció desvanecerse. Desapareció. Se dijo que los polacos le habían ahorcado.

Los documentos Gerstein pretenden que cuarenta millones de personas fueron gaseadas en el curso de la guerra; pero enseguida en sus propias notas se corrige la cifra, dejándola en veinticinco millones. Nuevas reducciones en su tercera nota, escrita en alemán, esta vez, dejando la cifra definitiva en veinte millones y pico (sin precisar la cuantía del «pico»). La autenticidad de estas notas pareció sumamente dudosa al Tribunal Internacional de Nuremberg a pesar de la reconocida manga ancha de tal Tribunal en la aceptación de pruebas que las rechaió.

Las notás de Gerstein iban acompañadas de unas facturas relativas a la compra de insecticida Zykion B por. la administración de los campos a la firma DEGESCH. Este insecticida estaba destinado, según el inaprehensible Gerstein a asfixiar a los judíos de los campos de concentración.

A pesar de que el documento Gerstein fué rechazado, es decir, considerado apócrifo, hasta el inefable Tribunal de Nuremberg, continúa circulando en sus tres versiones, una inglesa y dos alemanas. Esas versiones difieren considerablemente entre si. La versión alemana, que sirvió de prueba en el Proceso de Jerusalén contra Eichmann.

Lo más inaudito de estos documentos es que, pese a todo, hayan sido tomados en serio, no ya por el Tribunal de Jerusalén, que no se preocupó poco ni mucho de disimular su carácter de linchamiento legal, sino por las autoriddes educativas de la República Federal Alemana, que los ha distribuido como texto de lectura en las escuelas.

En verdad; el estado de Alemania Occidental, habrá llegado, en su complaciente masoquismo, a limites inalcanzables, jamás, por cualquier colectividad humana. Una cosa son las exageraciones chauvinistas a la francesa, el «national pride» inglés y los hipernacionalismos que justifican cualquier exacción en nombre del patriotismo. Y otra cosa, muy distinta es la abyecta complacencia en las propias culpas, reales o inventadas, esa sodomía espiritual, ese inmundo retorzar en la propia degradación. Creemos que ha llegado el momento de detenernos, aunque sea brevemente, a estudiar el extraño fenómeno del comportamiento oficial de la República Federal alemana con respecto al Fraude de los Seis Millones. Es imprescindible que lo hagamos para proyectar un rayo de luz sobre una oscura parcela de la moderna historia europea Dos alemanias igual a cero alemanias.

Reza un conocido adagio jurídico que «a confesión de parte, exclusión de prueba». En otras palabras, quien reconoce su propia culpabilidad, se condena sin necesidad de que se aporten pruebas. La prueba suprema la constituye la propia confesión. Requisito indispensable para la validez de esa confesión es que sea libre y espontanea, sin coacciones físicas ni morales.

Los cultivadores y beneficiarios del Gran Fraude aducen, a veces, como prueba de sus aseveraciones, el hecho de que los gobiernos de Alemania Oriental (el comunista) y aún más el de Alemania Occidental (el «capitalista») han admitido y admiten, miles de veces, la realidad del Fraude de los Seis Millones. Pero esto no es una confesión de parte, por no ser libre ni espontánea, como vamos a demostrar. Una confesión de parte, libre y espontanea, es la de cualquiera de los testimonios que hemos aportado, hasta ahora, en esta obra, judíos o simpatizantes, que, en un punto o en la totalidad, se han apartado de la línea oficial del Fraude. Estas personas no han sido sometidas a coacción y, en muchos casos, han debido pagar su fidelidad a la Verdad a alto precio, con procesos, como Rassinier, o con la cárcel, como Christophersen... y la ha habido y continúa habiéndola ha sido en el sentido de la supervivencia del Fraude , por razones qüe ya hemos entreabierto y de las que nos ocuparemos con detenimiento más adelante. En cambio, testimonios que constituyen un verdadero ultraje al sentido común, a la Aritmética,y a la simple decencia, o fraudes definidos como tales por los propios tribunales, han adquirido la categoría de dogmas de la Moderna Democracia y hasta han sido impuestos, en nombre de esa misma Democracia, como textos oficiales de lectura en las escuelas alemanas.

La auto-acusación permanente que, desde hace más de 30 años, se lanzan sobre sí mismos los sucesivos gobiernos de Bonn se parece demasiado a un reflejo pavloviano, para que podamos creer en su autenticidad. Refeljo pavloviano, hemos dicho, y también técnica del Dr. Levin, el inventor del lavado de cerebro en las purgas stalinianas de 1938. Esto en cuanto a la técnica, porque en cuanto al motivo, es bien claro. Desde 1945 hay dos Alemanias, con dos ejércitos de ocupación. A efectos políticos, es decir, a efectos reales, el hecho de que tales ejércitos ya no sean calificados de «ocupación», dentro del contexto de los acuerdos del Pacto de Varsovia o de la OTAN, no modifica en nada la situación. De hecho, todo ejército de «ocupacion» protege al territorio ocupado de ser protegido por otro ejército, de otra potencia, que quisiera ocuparlo para protegerlo contra la anterior. Los romanos expresaban esta situación con el aforismo «Protego, ergo obligo». Protejo, luego mando. Todo país en cuyo territorio se asienta un ejército extranjero con un poderío logístico súperior al del ejército del país en cuestión, es una país sometido, colonizado, sin soberanía. Aún cuando disponía de embajadas, de aduaneros y de un simulacro de ejército cuyos objetivos son fijados por la potencia ocupante y cuyo destino no es otro que el de ser carne de cañón del protector.

Esto es así se sepa que los que deciden, lo saben o no se sepa. Se quiera, onó se quiera por el arcaico nacional-atomismo de papá.

En Política toda potencia .dividida desaparece. Dos Alemanias equivalen, a todos los efectos prácticos, a cero Alemanias, terminologías juridicas aparte.

Debe irse con cuidado al interpretar el hecho de que un cierto número de alemanes tal vez la mayoría, dada la magnitud de los medios propagandísticos utilizados parecen creer en la certeza del Fraude de los Seis Millones. Muchos pueden adoptar esa actitud por miedo, para no crearse problemas políticos, e incluso personales o profesionales. Pero está claro que el pueblo alemán no está mejor situado que cualquier otro para juzgar del problema, exceptuando, claro está, los alemanes que, de cerca o de lejos, tuvieron algo que ver con el mismo. No debe soslayarse el caso, que estimamos harto común, de alemanes que hayan visto cómo eran deportados vecinos suyos, de raza judía, y al no verles regresar después de la guerra hayan deducido que sus vecinos perecieron en la deportación. Es posible que así haya sido, pero también es posible que hayan sido regularmente enviados fuera de Alemania y de Europa, tal vez a Palestina, o que hayan sobrevivido a los campos de concentración y se hallen en los Estados Unidos, o en otro lugar de Alemania. El caso de familias judías que «echen raíces» durante mucho tiempo en algún país cuanto menos en alguna ciudad es infrecuente. La clase de «alimento espiritual» que se ha servido al pueblo alemán desde 1945 hasta hoy no es, ciertamente, la más adecuada para formarse una idea justa y adecuada de lo que sucedió, en realidad, en los campos de concentración.

En cambio, el caso del gobierno de Bonn que, mediante interminables series de procesos contra «criminales de guerra», un tercio de siglo después de que los supuestos crimines se produjeran, violando sus propias leyes sobre la prescripción; mediante la enseñanza de una historiá contemporanea falseada, imponiendo como libros de texto fraudes como el cuento de Anna Frank e imbecilidades propias de subnormales como el Documento Gerstein, y mediante el terrorismo puro, amordazando a testigos de descargo o negándoles el visado de entrada, como le sucediera a Rassinier en ocasión del proceso contra los guardianes de Auschwitz, ya no puede atribuirse a incompleta o defectuosa información.

El caso del Gobierno de Bonn es diferente. El hecho es que la pretensión del Gobierno de Bonn a ser un verdadero «Gobierno» es una dulce superchería. Es un hecho, un hecho, con todo el peso que los hechos tienen en Política que la totalidad de la estructura política de la titulada República Federal Alemana fué estableciada por el Gobierno de los Estados Unidos.

No se dejó un cabo suelto. Incluso el oscuro burgomaestre por un periodo fugaz de Colonia, Konrad Adenauer, nombrado digitalmente «factotum» del nuevo Gobierno, estaba emparentado, por alianza, a través de su esposa, la judía Zinsser, con el Alto Comisario Americano en Alemania, McCloy, a su vez alto funcionario de la mastodóntica firma bancaria judeo-americana, Kuhn, Loeb & Co. El control sobre la República Federal Alemana fué y continúa siendo completo; incluso el control sobre los periódicos, la televisión, la radio, la banca, las escuelas y la propia Constitución de la «Bundesrepublik». Como todo gobierno títere el establishment político «alemán» tiene el máximo interés en perpetuar y actualizar las mentiras de los vencedores, a quienes debe su relativo poder, y su conducta se adapta a ese interés. Todo esto es muy simple, muy comprensible, y está perfecta. mente ilustrado por la sorprendente carrera del que fué durante casi siete años Canciller de la.República Federal y fué, y continúa siendo, a pesar del «fiasco» de su actuación pública, la máxima figura en la escena política de su (¿su?) país: Willi Brandt.

El verdadero nombre de Willi Brandt es Ernst Karl Herbert Frahm, y, según diversos autores (20) su madre era judía. Frahm es el apellido de su madre, mientras su padre es legalmente desconocido. Desde muy joven se afilió al Partido Social-Demócrata y, al estallar la guerra abandonó su patria, desertó y se refugió en Noruega. Renunció a su nacionalidad alemana y adoptó la nacionalidad noruega. Cuando los alemanes ocuparon Noruega huyó a la neutral Suecia desde donde, como enviado especial del «New York Times» empezó a enviar crónicas sobre los horrores de los campos de concentración alemanes. El propio «Times» neoyorkino reconoció que el autor de las tremebundas crónicas firmadas «W.B.» era Herr Willi Brandt. (21) Aprovechó, además, el tiempo, el inquieto marxista, para escribir, en inglés, un libro titulado «Alemanes y Otras Clases de Criminales», cuyo título dispensa de comentario.

Al término de la guerra, considerando sin duda que el clima político de su patria de nacimiento estaba más acorde con sus conveniencias, Brandt regresó a Alemania, recuperó su nacionalidad de origen y empezó a participar en la vida pública de la antigua capital del Reich, de la que llegó a ser Alcalde, durante varios años. Su agregado de prensa, Hans Hirschfeld, un judío alemán que había sido miembro de la Oficina de Desnazificación, se vió envuelto en un asunto de espionaje en favor de la Unión Soviética. Su «correo» en los Estados Unidos resultó ser el famoso R. A. Soblen, un correligionario suyo que fué condenado a prisión perpetua. Otro de los protegidos de Brandt fué Otto John, ex-Jefe de los Servicios de Seguridad de Alemania Occidental, que luego resultó ser un traidor y un agente soviético, cuya delación fué causa de la detención de tres centenares de agentes occidentales que trabajaban en Alemania del Este y en la URSS. Brandt llegó a Canciller de Alemania Occidental e incluso ganó el Premio Nobel de la Paz en premio a su «Ost-Politik», cuyos resultados fueron el reconocimiento de Alemania Oriental y de las fronteras con Polonia y Checoeslovaquia sin contrapartida alguna. Finalmente, estalló el escándalo Guilaume, secretario personal de Brandt, y también agente soviético de primerisimo rango. A pesar de que se sabia quién era Guillaume y para quién trabajaba, Brandt lo admitió en el circulo intimo de las personas de su confianza y lo mantuvo allí hasta que Guillaume fué detenido. Brandt debió dimitir el 5 de Mayo de 1974, sucediéndole otro socialista, Helmut Schmidt. Ciertamente una carrera política como la de Brandt a partir de 1945 sólo es posible en un país politicamente colonizado, en el cual la traición se ha convertido en un ingrediente normal de la vida pública, razón por la cual no puede sorprender a nadie qúe el «establishment» político de Bonn sea un defensor a ultranza del Fraude de los Seis Millones.

No encontramos criticable que un Gobierno castigue a sus nacionales que han cometido crímenes, y estamos incluso dispuestos a admitir que viole sus propias leyes de prescripción en su sed de justicia para castigar supuestos crimenes cometidos hace 35 años. Lo que nos parece objetable es que este Gobierno ponga trabas a la búsqueda de la verdad, deniegue visados de entrada a testimonios de descargo, como le sucedió a Rassinier, y en cambio les pague el viaje a testigos de cargo que luego resultaron ser analfabetos o perjuros, a tenor de sus deposiciones. Nos parece objetable que este Gobierno imponga como libros de texto la Historia de Anna Frank y los Documentos Gerstein, pese a haberse demostrado, por la Justicia de los propios vencedores, que son falsificaciones manifiestas. Y nos parece más que objetable que se persiga judicialmente a Christophersen y a Stäglich por haber osado escribir dos libros negando la fábula de los Seis Millones, y que mientras el primero está en la cárcel se incendia su granja sin que la Policía pueda encontrar a los autores del atentado; que se expulse de sus cátedras a profesores que osaron poner en duda alguno de los sacrosantos dogmas del «Holocausto» y que, en nombre de la Democracia, se juzgue, por sucesos acaecidos hace 35 o 40 años, .a ancianos ex-miembros de las SS, partiendo del principio de que son culpables y que les toca a ellos demostrar su inocencia.

Una tal actitud no la ha mantenido nunca ningún estado soberano. Sólo lo han hecho maharajás indios o reyezuelos hotentotes en el tiempo de la colonización inglesa, cuando desde Londres se ordenaba que se tomaran medidas contra súbditos molestos. Pretender, pues, que «Alemania ha reconocido la realidad del Holocausto» es una trivial estupidez. Por la sencilla razón de que Alemania, politicamente, no existe. Alemania Occidental, o, mas exactamente, su Gobierno, podrá reconocer lo que quiera lo que le mande el Sionismo , podrá pagar las reparaciones que quiera de las que luego hablaremos , y podrá erigirse en custodio de los derechos de los alemanes. El hecho es, repetimos, que tal llamada BundesRepublik no representa ni el 40 por ciento, en extensión de lo que fue el III Reich, descuartizado entre Polonia, Rusia, Checoeslovaquia, con dos zonas de ocupación una americana y otra soviética y con su capital partida en dos y en medio de territorio comunista. La BundesRepublik no representa más que los intereses de Norteamérica o de quien manda en Norteamérica de la misma manera que la República Democrática Alemana no representa más que los intereses de Moscu o de quien mande en Moscú. Dos Alemanias, equivalen, en política, a cero Alemanias. Y las manifestaciones de sus profesionales de la política reconociendo esto o aquello en el nombre del pueblo alemán tienen el mismo valor que las que pudiera hacer el Virrey de la India en tiempos de la dominacion inglesa.

 

Ausencia total de pruebas documentales

Así como la Propaganda se basa en la sistemática repetición de un tema o siogan hasta introducirlos, según frase de Le Bon, como una verdadera violación mental, en el cerebro de los individuos masificados, la Investigación Histórica no puede basarse más que en pruebas documentales. Paul Rassinier, detenido por la Gestapo por haber participado en acciones de la Resistencia Francesa e internado en Dora y en Buchenwald donde contrajo el tifus estudió todo lo que sobre los Campos de la Muerte se publicó, demostrando su total falsedad. En un mitin público y contradictorio celebrado en la Sala Pleyel, de Paris, demostró que mentía al orador, el judío y comunista David Rousset, quien afirmó que había estado en Buchenwald y había visto una cámara de gas en acción. Rassinier demostró luego, en su libro «La Mentira de Ulyses», que el relato de Rousset sobre Buchenwald, era una superchería. (22) Más adelante, la célebre declaración del Instituto de Historia Contemporanea de Munich, pondría fin al debate. Rassinier interpeló también al abate Renard que afirmaba lo mismo respecto a Buchenwald y Dachau. Es curioso porque este sacerdote ultra-izquierdista es el único personaje no judío que afirma haber visto «cámaras de gas». No obstante, ante el acoso se Rassinier, Renard debió reconocer que lo manifestado en su libro (23) se basaba en «lo que otras personas le habían ,dicho...» Cuando Rassinier le pidió la identidad de tales personas, el buen abate manifestó no acordarse. También interpeló Rassinier a la hebrea francesa Denise Dufournier, miembro del Partido Comunista, que había estado en el campo de concentración de Ravensbrück, escapando, según ella, milagrosamente, a la muerte. Rassinier disecó el libro de la Dufournier, relato esperpéntico sin la sombra de una sola prueba. (24) Según la ex-detenida judía Charlotte Bormann, los rumores sobre la existencia de una supuesta «cámara de gas» los hacían correr las detenidas miembros del Partido Comunista. Tales rumores eran «invenciones puras y simples». (25) Charlotte Bormann seria expulsada del Partido Comunista e incurriría en las iras de sus correligionarios; además, no se le permitiría prestar testimonio en el proceso de Rastadt contra los guardianes del Campo de Ravensbrück, la mayoría de los cuales fueron condenados a muerte por las autoridades francesas bajo los cargos de haber gaseado a internados judíos. (26)

Rassinier desafió también a los autores hebreos Philip Friedman y Eugene Kogon a que demostraran las imputaciones contenidas en sus libros (27) según las cuales los nazis habían gaseado a dos millones de judíos en Auschwitz (Friedman) o a tres millones y medio (Kogon). El sólo hecho de que de uno a otro autor haya una diferencia del 75 por ciento ya debiera suscitar serias dudas sobre la credibilidad de ambos, testigos presenciales de los hechos, según aseguran muy seriamente en sus obras.

Cuando Rassinier les interrogó públicamente, a través de una carta abierta publicada por varios periódicos franceses, resultó que ni Friedman ni Kogon habían visto jamás, con sus propios ojos, ninguna «cámara de gas»; y ni Friedman ni Kogon podían presentar un sólo testigo ocular que jurara que había visto una «cámara de gas». Kogon aseguró, no obstante, que una ex-detenida, Janda Weiss, le había dicho que, en. una ocasión había visto una de tales «cámaras», por habérsela enseñado los alemanes. Cuando Rassinier solicitó interrogar a la tal Janda Weiss resultó que ya había muerto, y cuando. insistiendo, trató de investigar sobre su vida y las circunstancias de su internamiento, nadie supo darle razón de ella. Este «nadie» incluye a Kogon. lo cual no deja de ser sospechoso.

No creemos sea necesario insistir sobre la ausencia absoluta de testigos de cargo jurídicamente válidos en este asunto de las supuestas «cámaras de gas». Nadie las ha visto con sus propios ojos. Algunos afirman que alguien les aseguró haberlas visto, pero ese «alguien», invariablemente, ha muerto; es más. en muchas ocasiones ni siquiera se ha podido probar que hubiera existido. No hace falta ser un experto en criminología para afirmar que, en la práctica, es literalmente imposible que un crimen repetido varios millones de veces. mediante un barroco y complicado sistema que incluye gaseamiento e incineración, haya podido ser realizado sin que aparezcan siquiera dos testigos válidos que den una idéntica versión de la identidad de las victimas y del «modus operandi». Y por testigos válidos entendemos a personas que no hayan sido torturadas o amenazadas de ser entregadas, con toda su familia, a los soviéticos.

Y no sólo no ha aparecido ni un sólo testigo sino que todas las investigaciones que se han podido hacer sobre el terreno han demostrado que nunca han habido «cámaras de gas» ni en Bergen-Belsen, ni en Buchenwald, ni en Dachau, ni en Flossenburg, ni en Dora, ni en Ravensbrück ni en Mautthausen ni en ningún lugar controlado por los occidentales. El linchamiento legal de los guardianes del campo de Auschwitz demostró asimismo la ausencia de pruebas sobre las supuestas «cámaras de gas» de ese campo, corroborando el anterior «déculottage» de los curiosos testigos Friedman y Kogon por Rassinier. La única prueba que queda es, insistimos en ello, la palabra de honor del Gobierno comunista polaco, es decir, de un gobierno satélite de la URSS, principal interesada, con el Sionismo, en la perpetuación del Fraude de los Seis Millones. No queremos repetirnos, y nos limitaremos a decir que lo que afirmamos sobre la titulada BundesRepublik y sobre la República «Democrática» Alemana lo aplicamos igualmente, aquí, a la actual Polonia. La palabra de honor de un gobierno sobre un hecho que le concierne directamente no puede ser tomada en serio en nuestra época, de predominio absoluto de la Política. Sólo podría empezar a tomarse en consideración a partir del momento en que el gobierno polaco permitiera una investigación seria, libre e incontrolada llevada a cabo por historiadores de todo el mundo. Y si las autoridades de Varsovia están tan seguras de la certeza de lo que dicen, no puede por menos de sorprender que tal tipo de investigaciones hayan sido, hasta la fecha, sistemáticamente prohibidas. De momento no hay más que la palabra de honor de los gobernantes de Varsovia, de que en Auschwitz hubieron «cámaras de gas». A ello puede oponer, caulquier nazi (todavía) no legalmente linchado su própia palabra de honor de que no las hubo. Es la palabra de uno contra la de otro, y la necesidad de la demostración continúa en pie. Nosotros no nos preocupamos mucho de algo tan gaseoso (con perdón de la expresión, aquí y ahora) como las palabras de honor en un tema como este. Hemos demostrado la imposiblidad del Fraude de los Seis Millones, en general, y de los dos, o cuatro, millones atribuidos a Auschwitz, en particular. Hemos demostrado que varios de los testigos de cargo mintieron de forma flagrante. Hemos demostrado que la Acusación Pública en éste caso más que nunca usó y abusó de la coacción moral y física y que el principal testigo el director del campo se suicidó (¿,o fué suicidado?) en la víspera del «Juicio». Y no queremos insultar el sentido común del lector recordándole que es imposible que los alemanes, antes de la llegada de los rusos, dinamitaran las «cámaras de gas», que se hallaban en los sótanos del campo, y que la voladura destruyera las supuestas cámaras pero no los crematorios, que se hallaban justo encima de aquéllas. Realmente, para obstinarse en creer en la palabra de honor de los señores Gomulka y compañía hace falta una admirable buena fé, solamente hallable en la tierna almita de una criatura de cinco años. Si la investigación histórica ha demostrado que los documentos presentados por la Acusación son, o bien toscas falsificaciones, o bien adolecen del descalificante defecto de dar por demostrado aquello que se trata, precisamente, de demostrar, no queda más remedio que analizar los documentos de los propios alemanes, relativos al caso. Esta es, al fin y al cabo, la única manera, históricamente seria, de abordar el problema. Veamos. Se nos pide que creamos que los nazis no dejaron nada escrito referente a su política de exterminación de los judíos. Se nos pide que creamos que todo se genero a base de órdenes orales. Y que cuando Himmler, Goebbels o Kaltenbrunner hablaban de «Solución Final», se referian a «exterminio». Es un hecho bien establecido que no se ha encontrado ninguna orden escrita referente a ningún exterminio, total o parcial, de los judíos ni de ningún otro grupo étnico. Es decir, la evidencia de un programa de exterminio no se encuentra en el material histórico documentos oficiales que constituye, precisamente, la base para escribir Historia. Este es un hecho relativamente esotérico, conocido sólo por unos pocos. Y, no obstante, el Doctor Kubovy, Director del Centro Mundial de Documentación Judía Contemporanea de Tel-Aviv, reconoció en el órgano oficial del Sionismo francés (28) que no existe ni una sóla orden de exterminio, escrita, de Hitler, de Himmler, de Heydrich, de Goebbels, ni de ningún jerarca nazi.

Estamos dispuestos a admitir que seria bastante sencillo utilizar eufemismos, en un pequeño número de documentos de alto nivel, dirigidos a jerarcas de elevado rango, y en temas que se refirieran a política general, pero la ausencia total de evidencia escrita relativa al programa de exterminio va mucho más allá de tales documentos, y no es posible imaginar que un programa de exterminio pudiera haber sido llevado a cabo sin dejar traza alguna en el papel. Las operaciones en gran escala necesariamente generan papel por razones puramente técnicas; los ingenieros, constructores, ejecutivos y otros técnicos necesitan documentos para llevar a cabo su trabajo. Quienquiera que haya desarrollado un trabajo de dirección, por modesto que sea, sabrá que esto es cierto. Para ilustrar esta aseveración consideremos el método especifico mediante el cual los exterminios según se asegura fueron.perpetrados en campos como el de Auschwitz. Primero, las victimas eran gaseada. Luego, para hacer desaparecer el cuerpo del delito, los cadáveres eran incinerados en crematorios especiales que habían sido construidos expresamente con este propósito, de manera que tanto los crematorios como las cámaras de gas estuvieran integradas en el mismo edificio.

Un tal complejo de asesinato industrial hubiera debido generar una evidencia escrita, por la simple razón de que ella hubiera sido necesaria para llevarlo a la práctica. Y no hay ya lo hemos visto ni un sólo documento escrito que atestigüe la existencia de las «cámaras de gas», a no ser que se considere «evidencia» unas cuantas facturas de la casa Degesch, a nombre de la administración de los campos, por la vonta de un determinado número de barriles de Zykion B, un conocido insecticida. Los defensores del Fraude explican esa ausencia de documentos en base a la supuesta politica del secreto, un secreto que debió ser compartido ya lo hemos dicho antes por decenas de millares de personas, lo cual es imposible. Pero, además, preguntamos: ¿Por qué no se extendió esta politica del secreto a los hornos crematorios? ¿Por qué hay tantisima evidencia documental sobre los crematorios, y nada en absoluto sobre las «cámaras de gas»? Los campos de concentración alemanes, como todas las comunidades modernas de una cierta envergadura, disponían de crematorios convencionales para incinerar los cuerpos de los que allí morían. No obstante, el Fraude asegura que esos crematorios fueron cosntruídos para cumplir las funciones de un programa de exterminación, y que estaban integrados con las cámaras de gas. Si los alemanes fueron tan cuidadosos en no dejar ni un sólo documento sobre sus cámaras de gas ¿por qué escribieron con tanta prolijidad acerca de los crematorios, asociados, según se nos quiere hacer creer, con aquéllas?

La respuesta es simple. Los crematorios no tenían nada que ver con las «cámaras de gas», que, sencillamente, nunca existieron. Aquéllos tenían, como única función, incinerar los cuerpos de los muertos a causa de los «raids» aéreos de la aviación Aijada, y, lógicamente, por causas naturales. Ninguna otra respuesta puede deducirse de la investigación histórica.

 

La actitud de la Iglesia

El Sumo Pontífice , Pío XII, Papa reinante durante los años de la contienda, no hizo una sóla declaración en contra de la supuesta exterminación de los judíos por los Nazis. Esto es un hecho. Muchos de los supuestos «campos de la muerte» se hallaban en Baviera y en Austria, y el más famoso de todos, Auschwitz, en Polonia. Estos son territorios profundamente católicos. En Polonia, concretamente, la influencia del Clero es muy grande, hasta el punto de que 34 años de «Ateísmo Científico» no han bastado para erradicarla totalmente. En un país como Polonia es imposible que se lleve a cabo un genocidio a escala «industrial» sin que los curas rurales se enteren. Bien sabido es que el Vaticano es uno de los estados más bien informados si no el más informado del Mundo. La razón estriba en la ubicuidad del medio y bajo clero, más aún que la influencia del alto. Los ministros de la Iglesia viven, prácticamente, en medio de sus feligreses y no es necesario que violen el secreto de confesión para estar en condiciones de enviar al Vaticano, a través de sus obispos, informes radiográficos sobre todo lo que pueda atañer a la vida de una comunidad. Suponer que los Nazis llevaron a cabo una política oficial, programada y deliberada de genocidio contra los judíos y que el Vaticano no se enteró es casi tan absurdo como la otra pretensión de los budas del Fraude, de que todos los delegados de la Cruz Roja estuvieron «din albis» durante toda la guerra en todos los campos de concentración. Aun razonando por «reductio ad absurdum», es decir, suponiendo que el Vaticano, efectivamente, estuviera «distraído», hay evidencia documental de que intentóse sacarle de su «distracción». En efecto, Wyron Taylo, representante oficial del Presidente Roosevelt, en una visita que hizo al Vaticano el 26 de Septiembre de 1942, informó al Cardenal Naglione, Secretario de Esta. do del Vaticano, que la Oficina Judía para Palestina, cuyas oficinas se encontraban en Ginebra, aseguraba que los judíos de Hungría, Eslovaquia y Polonia estaban siendo deportados a un campo de concentración, llamado Belik, así comoa otro campo instalado en las cercanías de Lwow. El objetivo de estas deportaciones era darles muerte. Myron Taylor preguntó si el Santo Padre pensaba condenar esa salvajada y si, aparte la condena que se daba por descontada pensaba tomar medidas prácticas para salvar la vida de los inocentes. judíos perseguidos. La respuesta del Cardenal Maglione al recoger el memorandum que le acababa de leer Taylor fué, literalmente: «I do not believe that we have any information which confirms these grave tidings. Right?» (No creo que tengamos ninguna información que confirme estas graves noticias. ¿De acuerdo?). (29)

Esto es, en lenguaje diplomático, una negativa sin matizaciones. No obstante, el Vaticano dió una respuesta oficial, el 10 de octubre:

Las fuentes en que se basaban tales informes eran las mismas que habían servido para redactar la nota entregada por Myron Taylor: el embajador polaco y las organizaciones judías y sionistas. Es de suponer que en los 14 días que tardó en elaborar su respuesta, el Vaticano recurrió, además, a sus tradicionales fuentes de información, es decir, al clero local de los países en que, según el informe de Taylor, se llevaba a cabo el genocidiio, Hungría, Eslovaquia y Polonia, por cierto tres paises eminentemente católicos y uno de ellos. Eslovaquia, con un Jefe de Estado, el Doctor Josef Tiso, que era un Obispo.

Es cierto que el Vaticano llevó a cabo numerosas gestiones para aliviar la suerte de los judíos, muy especialmente los de religión católica, relativamente numerosos en Italia y Croacia. (30) Y que en el mensaje de Nochebuena de 1942, S.S. Pío XII condenó «los malos tratos infligidos a cientos de miles de personas en razón de su pertenencia a determinados grupos raciales». (31) Hagamos notar que el Papa se refería, en su condena, a «malos tratos»; hablaba de «cientos de miles de personas», no de siete millones (los seis millones supuestamente gaseados más los supervivientes) y finalmente se refería a «grupos raciales», en plural; ello hace suponer que además de los judíos aludía a los gitanos, que también eran deportados por razones de seguridad militar y social.

Es cierto también que al Vaticano llegaban regularmente ciertos informes, firmados por Pirro Scavizzi, un sacerdote que se ocupaba de la asistencia espiritual de los heridos en los hospitales italianos instalados en el frente ruso. Scavizzi hablaba constantemente de matanzas de judíos en Ucrania y Polonia. Llegó a acusar al Nuncio Papal en Berlin, Orsenigo, de complicidad culpable con los alemanes. En otro de sus mensajes, con una increíble falta de imaginación, informaba de que los alemanes habían instalado en Lemberg una fábrica para el aprovechamiento de cadáveres de judíos; se aprovechaba la grasa para hacer jabón y el pelo para hacer cuerdas. Es un hecho que nunca se hizo el menor caso de los informes de Scavizzi en el Vaticano, aunque, prudentemente, se pidieron informes sobre hechos por él denunciados, al Nuncio Orsenigo, que tras severa investigación no pudo confirmarlos. (32)

Es igualmente cierto que determinados altos dignatarios de la Iglesia no llevaban, ciertamente, a los nazis en el corazón. Podemos citar, a este respecto, a Monseñor Burzio, el representante Papal en Eslovaquia y, sobre todo, a Monseñor Giuseppe Di Meglio, secretario del Nuncio en Berlin, Monseñor Orsenigo. Estos eran los más importantes y representativos. También Angelo Roncalli, Nuncio Papal en Grecia y Turquía y, posteriormente, Papa Juan XXIII fué. según se afirmó, un ferviente anti-nazi. En cierta ocasión pidió a Von Papen. Embajador del Reich en Turquía, que mejorar el tratamiento que se daba a los polacos y aprovechó para referirse a los judíos perseguidos.

Esta conversacion, que tuvo lugar el 8 de Julio de 1943, ha sido abundantemente citada por los budas del Fraude, con una interpretación «sui generis» de la palabra italiana «sopprimere» que no significa necesariamente suprimir, en el sentido de matar, sino simplemente perseguir, oprimir. La palabra «sopprimere», en el sentido de matar, sólo la utilizan personas de lenguaje muy castigado, y cuesta mucho imaginar al obeso y prudente Roncalli luego Juan XXIII -- hablando de suprimir judíos. Hay dos docenas de palabras en el idioma italiano para expresar la idea de un asesinato sin necesidad de recurrir al «argot» de los barrios bajos de Roma. Es cierto, pues, que algunos altos jerarcas eclesiásticos simpatizaban muy poco con los nazis. Como también es cierto que otros simpatizaban mucho, empezando por bastantes obispos alemanes, e incluyendo al Nuncio en Berlín, Cesare Orsenigo, que públicamente expresó su satisfacción por la victoria alemana sobre Francia, en 1940. Es verdad que hubo un visceral anti-alemán, como Scavizzi, pero también los hubo pro-alemanes, como Monseñor Mailol de Luppé, francés; enrolado en las SS, y el Cardenal Arzobispo de Paris, Primado de Francia, Monseñor Suhard.

Pero las actitudes individuales no importan, en el tema de que nos ocupamos. Lo que importa es la actitud oficial de la Iglesia, definida por el Pontífice reinante en el transcurso de la II Guera Mundial. Una actitud totalmente lógica con la misión de la Iglesia, que consiste en procurar el bien de las almas y practicar la Caridad. Es lógico que un estado soberano tome medidas contra una comunidad halógena, cuya peligrosidad interna se ha demostrado a la saciedad en el curso de la Historia, y es inevitable que la adopción de tales medidas comporte abusos lamentables, en determinados casos. Pero también es lógico que la Iglesia Católica universal por definición se ocupe de las víctimas y procure aliviar su suerte, sin entrar en la conveniencia o la necesidad de la persecución (o del internamiento, o de la deportación, o como quiera llamársele). Así lo hizo el Vaticano, por cuyo conducto, además, y con pasaportes y salvoconductos expedidos por la Santa Sede, se salvaron numerosos judíos, destinados a los campos de concentración. (33)

También lo hizo cuando se trató de condenar, muy vivamente, los bombardeos aéreos contra poblaciones civiles en 1943, tras los raids de la aviación Aliada contra Roma y Hamburgo.

La Iglesia no admitió jamás la leyenda de los Seis Millones de judíos exterminados, ni admitió jamás la existencia de un plan deliberado y programado de asesinato de judíos. Vamos a tomar en consideración, a feectos puramente polémicos, una objección que se hace, muy frecuentemente, a la aseveración del silencio de la Iglesia Católica en relación al Fraude de los Seis Millones. Se asegura que ese silencio tenía un motivo: el miedo. El Vaticano tenía miedo de las medidas que pudieran tomar los Nazis si desde la Santa Sede se denunciaba explícitamente la política de exterminio de los judíos llevada a cabo por los Nazis.

Dejemos aparte lo que de insultante pueda tener tal suposición para los católicos militantes. Al fin y al cabo se argüirá el triple perjurio de Pedro, antes de que can tara el gallo, fué eso: un triple perjurio, seguido de una amarga penitencia, culminada en el martirio. Ahora se pretende que el sucesor de Pedro cometió no tres perjurios en un mal momento, sino millones de perjurios en el curso de seis años. Realmente, es insultante tal suposición, pero vamos a tomarla en serio, repetimos, a efectos puramente polémicos. La Iglesia demostró repetidas veces, que no temía a los Nazis cuando consideraba que debía enfrentarse a ellos. En 1937, siendo Papa reinante Pío XI, se leyó , en alemán, en todas las iglesias del Reich, la encíclica papal «Mit Brennender Sorge», que constituyó un severo ataque contra algunos puntos del programa Nacional Socialista y, sobre todo, contra la pretensión estatal de encargarse exclusivamente de la educación de la juventud, lo que se consideraba lesivo para instituciones confesionales, tales como la Acción Católica. (34)

Este ataque fué uno de los más virulentos, más en el tono que en el fondo, que ha dirigido la Iglesia contra estado soberano alguno, desde los tiempos de la Edad Media, en que los Pontífices fulminaban excomuniones contra reyes y emperadores. Debe tenerse, además, en cuenta, que «Mit Brennender Sorge» fué escrito bajo la supervisión del Cardenal Pacelli, futuro Papa Pío XII, entonces Secretario de Estado del Vaticano, y que había sido Nuncio Papal en Alemania por espacio de diez años.

El Estado Nacional Socialista tomó nota de la reconvención pero no adoptó ninguna medida contra la Iglesia, la cual continuó cobrando sus subvenciones convenidas en el Concordato firmado en 1933, poco después de subir Hitler al poder y manteniendo sus instituciones privadas, libres de impuestos. Tampoco tomó ninguna medida el Gobierno Alemán cuando, en plena guerra, los obispos católicos alemanes, en su Convención Anual en Fulda, en Diciembre de 1942, mandaron una declaración al Gobierno protestando por las dificultades impuestas al libre ejercicio del culto católico en ciertos países ocupados, tales como Holanda, Belgica y Francia. El «Völkischer Beobachter» y otros periódicos del Partido Nacional Socialista replicaron negando el contenido de la declaración de los obispos alemanes y citando en su apoyo manifestaciones favorables del Cardenal Suhard, de París. La querella se fué apaciguando, pero llegó a alcanzar un tono muy subido, que fué puntualmente aprovechado por la propaganda Aliada. Tampoco se tomaron medidas contra los obispos alemanes en conjunto. (35)

En Enero de 1943, el Conde Konrad Von Preysing, Obispo de Berlin, hizo una declaración pública, leída en todos los púlpitos del Reich, condenando las teorías raciales nazis. Y en Agosto de aquél mismo año los obispos católicos leyeron a sus feligreses una pastoral en la que se censuraban algunos aspectos de la educación Nazi de la juventud, que se consideraban hostiles a los valores católicos. Creemos que los cuatro ejemplos que hemos mencionado bastan para de. mostrar que la Iglesia Católica Alemana no se hallaba reducida a un aterrorizado silencio. Y si no lo estaba la Iglesia Alemana, aún menos lo debía estar la Santa Sede, o la de los países neutrales, que no dijeron una palabra, entonces, sobre el «Holocausto».

El Miedo tampoco puede explicar por qué el Papa Pío XII omitió condenar el supuesto genocidio perpetrado por los Nazis, después de la derrota militar de éstos. El 2 de Junio de 1945, S..S. Pío XII dirigió un discurso al Colegio Cardenalicio, en el que en numerosos pasajes, atacó acervamente a los vencidos Nazis. No obstante, la única cosa en el discurso que pudiera ser interpretada como una referencia a exterminios fué una alusión a las «aplicaciones de las teorías nacional-socialistas», que a veces llegaron tan lejos como el uso de los más exquisitos métodos científicos para torturar o eliminar a gentes que eran, a menudo, inocentes». Pero si se continúa leyendo el discurso papal se ve claramente que Pío XII, como muchas otras personas en aquella época, pensaba, cuando hablaba, en las catastróficas escenas halladas en los campos de concentración alemanes al final de la guerra. Las únicas víctimas que Su Santidad mencionó específicamente en su discurso fueron nueve sacerdotes católicos internados en Dachau por razones políticas, y que perecieron por motivos de los que ya hemos hablado abundantemente: inanición, tifus y bombardeos de la aviación Aliada. A pesar de todo, no hay nada, en todo el discurso, a propósito de ningún deliberado exterminio de un grupo racial, religioso o nacional.

Si es evidente que ni la Iglesia Católica como institución, ni el Vaticano como entidad de derecho público se vieron obligadas, por miedo, a guardar silencio durante la guerra, si resulta claro que éste último fué vulnerable, hasta cierto punto, a determinado tipo de presiones. Por ejemplo, un escritor judíos ha pretendido que el diplomático británico Osborne, propuso, implicitamente, la aceptación de la tesis papal de que Roma fuera declarada «ciudad abierta» a cambio de una declaración de simpatía hacia los judíos perse guidos, hecha por el Santo Padre. Efectivamente, Roma fué declarada «ciudad abierta» después de una declaración oficial del Vaticano en la que se deploraba la persecución, por motivos raciales, de cientos de miles de personas. (36)

No queremos cerrar este epígrafe sobre la Iglesia y el Mito sin mencionar algunos párrafos significativos de la publicación oficiosa vaticana «Actes et Documents», ya citada, en los que se asegu'ra que «los dirigentes de la Judería Romana no sabían nada de ningún problema de exterminio y temían la posible deportación a causa de los rigores del invierno y de la frágil salud de algunos de los que serian deportados...» (37)

«Muchas cartas recibidas en 1943 y 1944 en el Vaticano, procedentes de Auschwitz y otros campos, que forman hoy un amplio dossier en los archivos.., no hacen mención alguna a las atrocidades ni de exterminios, aún teniendo en cuenta la censura, el tono de las cartas es normal...» (38)

Una carta del Padre Paul-Marie Benoit, francés, fechada en Julio de 1943, aseguraba que «la moral entre los deportados franceses de origen judío es, generalmente, buena, y todos confían en el futuro». (39) El Padre Benoit se pasó la guerra ocupándose de la ayuda a los judíos, de manera que difícilmente puede ser considerado un testigo sospechoso. En resumen, dejando aparte unas cuantas declaraciones platónicas sobre las personas perseguidas en razón de su origen étnico y un discurso pronunciado ante el Colegio Cardenalicio unas semanas después de acabada la guerra, en plena campaña propagandística, y en el que se hablaba de «cientos de miles» (no de seis millones) de «perseguidos» (no de muertos), la actitud de la Iglesia ante el problema nazi judío fué la normal en una institución cuyos fines son espirituales y cuya vertiente material se manifiesta en la Caridad. Sólo en la caridad; no en la Mentira. Y la Mentira, aunque se refiera a seis millones de fantasmas y se repita sesenta millones de veces, no por ello alcanza la categoría filosófica de la Verdad y continúa siendo eso: la Mentira. «Bienaventurados los que padecen persecucion por la justicia...» Con una sola excepción el abate Renard que luego debió retractarse espectacularmente tras el acoso dialéctico de Rassinier todos los sumos sacerdotes que velan permanentemente el Idolo del Fraude son individuos de extracción racial judía. Otros, no judíos, se apiñan en el coro de beatos que repiten, cual loros bien amaestrados, las verdades oficiales del conformismo bien pensante y alimenticio. Lo menos que puede decirse es que unos y otros sacerdotes y comparsas, judíos y no-judíos no han perdido nada con su adhesión al Gran Fraude. Otros, han ganado mucho; desde el papá de Anna Frank hasta su correligionario que le escribió el «best seller», pasando por el judío de Tel-Aviv o de Melbourne, «únicos supervivientes de dos familias víctimas del Holocausto».

Ahora vamos a referirnos a los que, por dar testimonio de la Verdad, por haber tenido él coraje de enfrentarse al Gran Fraude, se han visto denunciados por el dedo acusador de sus hipócritas sacerdotes y han padecido en frase de Cristo «persecución por la Justicia». Ya hemos aludido a Rassinier, constantemente sometido a procesos, expulsado, por presión de los comunistas, de la Asamblea Nacional, difamado en nombre de la «libertad de expresión»: Del Profesor Stielau, expulsado de su cátedra por decir que el libro de Anna Frank era una mentira. De más de dos docenas de catedráticos y profesores condenados al «pacto del hambre» por osar desenmascarar, aunque sólo fuera parcialmente, al Gran Fraude. Del Profesor Duprat, víctima de un mortal atentado al ser colocada una bomba en su coche por un judaico «Commando del Recuerdo», que reivindicó el atentado. (40)

No vamos a hablar más de ellos, ni tampoco de los desgraciados nazis sometidos a tortura y firmando cualquier fantástica declaración jurada, como el «documento Gerstein» o la confesión de Wisliceny. Vamos a referirnos, ahora, a judíos que han tenido la gallardía de enfrentarse a la inmunda marea de mentiras y dar testimonio de la verdad.

Josef G. Burg, nació en Czernovitz (Rumania), estuvo internado en un campo de concentaación alemán, al final de la guerra se fué a Palestina, vivió un año en Israel y es, hoy día, un encuadernador de libros en Munich. Ha escrito tres libros, sobre el Nacional-Socialismo y los judíos. «Schuld und Schicksal» el más conocido «Sundenböcke» y «NS-Verbrechen: Prozesse».

«Schuld und Schicksal» (Culpa y Destino) llevaba un subtitulo bien significativo: «Los judíos de Europa entre los verdugos y los hipócritas»; en él describe el cautiverio de su familia. Es compreñsible que no sea precisamente favorable al III Reich, pero tiene el suficiente coraje, moral y fisico, para intentar ser honrado. En una ocasión, su testimonio, solicitado por el Fiscal que suponía, por obvias razónes raciales, seria contrario a los acusados, sirvió para salvar de la horca a quince ex-guardianes.

Insiste Burg en que la famosa «Endlösung» (o «Solución Final») significaba la emigración, voluntaria o forzosa, de los judíos de Europa, y no la «total liquidación de los judíos». (41)

También analiza la fantástica cifra de los seis millones y afirma que «aún tomando como ciertas las cifras de los más desenfrenados cultivadores de esa Mentira, el número total de judíos que, bajo el control del régimen de Hitler fueron muertos, perdieron la vida en acciones bélicas, o murieron por causas naturales, no pudo exceder de 3.323.000».G. Burg. «Suendenböke» (Chivos expiatorios), pág. 74. (42)

He aquí un judío, un intelectual honrado, que, aún par. tiendo de la muy discutible certeza de las cifras de los peores cultivadores de la Mentira, reduce el Fraude de los Seis Millones casi a la mitad. Y añade Burg: «Y los tres millones de muertos incluyen a los que murieron por causas naturales, perecieron en los raids aereos de los Aliados, fueron ejecutados como elementos subversivos o partisanos, (43) siendo la cifra de partisanos judíos superior al millón y medio. Y recuerda Burg que el Derecho Internacional considera a los partisanos como asesinos armados que, tras su captura son reos de ejecución.

Afirma, además Burg que: «... Hoy nadie cree en esa cifra de los Seis Millones. Ni los acusadores judíos, ni los acusadores alemanes, ni la opinión mundial, al menos el sector bien informado de la misma». (45) Esa cifra no es más que «una leyenda que no sirve para otra cosa que para envenenar relaciones pacificas». (46) Y termina asegurando que «... los sionistas han obstaculizado toda investigación seria porque les consta que ella dernoliría la estafa de los Seis Millones.., lo cual no les interesa porque de los seis millones pueden obtenerse más indemnizaciones que de, digamos, seicientos mil». (47)

Burg pagó su independencia de criterio y su honestidad intelectual con el ostracismo y la difamación, armas en las que el Sionismo es maestro. Fué expulsado de la Sociedad de Cultura Judía de Munich. Librerías que ofrecían sus libros a la venta fueron boicoteadas hasta que dejaron de ofrecerlos. Revistas que los anunciaban debieron retirar los anuncios, so pena de que numerosos anunciantes judíos, o de firmas bajo control judío, retiraran los suyos y arruinaran a las revistas en cuestión. En una ocasión en que llevaba unas flores a la tumba de su esposa, fué apaleado por unos gamberros de su raza, y una revista judía manifestó: «¡Ese fulano se ha merecido esa paliza, y cien palizas!»

Oswald Rufeisen, un judío de Galitzia, practicante de la religión mosaica, tenia aspecto de ario, y ofreció sus servicios a los ocupantes alemanes, los cuales le nombraron Jefe de Policía de una ciudad (probablemente, Chust, en Rutenia Transcarpática), donde había un campo de tránsito para judíos, desde donde se les distribuía a los diversos campos de concentración. Su propósito era ayudar a escaparse a tantos correligionarios suyos como le fuera posible. Hizo evadir a centenares de ellos, hasta que un judío le reconoció como tal judío y le denunció a los alemanes, a los que solicitó una recompensa. De acuerdo con las leyes de la Guerra, los alemanes condenaron a muerte a Rufeisen, por espía. Rufeisen logró, no obstante, huir, y halló asilo en un convento de Rusia Blanca, de donde salió para actuar como un partisano. Al acabar la guerrá, Rufeisen, convertido al Catolicismo, ingresó en la Orden del Carmelo como Padre Daniel Rufeisen. Como tal, se fué a Israel y solicitó la nacionalidad israelita, que le fué denegada, precisamente por haberse convertido al Catolicismo. ¡El «democrático» Estado de Israel declaró que Ru. feisen ya no era un judío!.

Rufeisen regresó a Europa y, en Alemania, basándose exclusivamente en fuentes oficiales sionistas, llegó a la conclusión de que en la contienda, y po todos los conceptos, no habían podido perecer más de tres millones de judíos. Rufeisen daba por sentado que los tres millones de habitantes en el Estado de Israel no prqcedían de Europa e ignoraba el tremendo aumento demográfico de la Judería Americana en la década 1938-1948. Aún prescindiendo de tan decisivos datos, cortaba en dos la pretensión oficial sionista.

Ya hemos hablado de Aldo Dami, medio judío y casado con una judía, ex cautivo de los campos de concentración nazis que, en su obra Le Dernier des Gibelins concluye que el número total de víctimas posibles judías. fué de 500.000, aunque cree que tal total repetimos, posible no se alcanzó, y que la cifra debió ser de unos 400.000 como máximo, y ello por todos conceptos. Dami, además, excluye absolutamente la tesis de un genocidio oficial y programado desde las altas esferas nazis; sólo admite ocasionales abusos individuales, muchas veces sancionados por el Mando cuando éste se enteraba. El libro de Dami fué objeto de un verdadero boycot; tanto sus editores como los libreros que lo ponían en sus escaparates eran amenazados con la ruina. La crítica levantó contra él el muro del silencio.

Posiblemente, el más conocido de los judíos convertidos al Cristianismo sea el Doctor Benjamin H. Freedman, quien declaró (48) que la cifra de Seis Millones de judíos exterminados por los Nazis era una verdadera estafa, y que a esa cifra había que quitarle, por lo menos, un cero y luego dividirla por dos. Es curioso, pero la cifra que resulta, es decir, 300.000, es la facilitada por la Cruz Roja, como victimas en los campos de concentración, de todas las nacionalidades y no tan solo judíos. Personalmente, opinamos que en dichos campos debieron morir de 150.000 a 200.000 judíos, y que una cifra similar, como máximo, murió en acciones bélicas, a manos de los «Einsatzgruppen», o de muerte natural.

El Doctor Freedman, igual que Burg, Dami o el Padre Rufeisen, debió soportar una verdadera persecución por haber defendido la Verdad, osando atacar el Idolo del Fraude. Lo mismo le sucedió al anciano rabino Goldstein, quien, por haber puesto de manifiesto algunas exageraciones de los sionistas y afirmado que era imposible que los Nazis hubieran exterminado a Seis Millones, fué depuesto de su cargo y luego resultó víctima de un atentado por parte de un agente sionista. ¿Como fue posible ¿ Cómo fué, en efecto, posible, que los orfebres del Idolo no consiguieran darle, al menos, una apariencia más verosímil? Que la técnica del lavado de cerebro consiste en convertir la Mentira en Verdad a base de repetir ad nauseam sobados sofismas, es bien sabido. Que la calidad del sofisma no influye para nada en su aceptabilidad por la gran masa de lectores de periódicos y revistillas lo sabe cualquier técnico en Publicidad. Cuando se trata de lanzar un producto al mercado (un dentifrico, una motocicleta, un presidente de la República, un anticonceptivo o un mito histórico de proporciones escandalosas) se plantea la cuestión desde todos los ángulos posibles, solicitando a la potencial clientela al apelar a sus instintos, buscando sus puntos vulnerables, con una técnica de captación parecida a la de las peripatéticas de Montmartre al abordar a los noctámbulos.

Como hay público para todo, también la técnica publicitaria del lavado de cerebro adopta diversos ángulos de tiro para sus baterías. Para lanzar el Fraude histórico de los Seis Millones, un par de docenas de escritores de calidad lite raria diversa ha puesto en circulación varias obras (algunas de ellas con pretensiones de documento) y también unas cuantas piezas teatrales. Han aparecido incluso los «comics», o «bandes dessinés» de tanto éxito en Francia y hasta han habido individuos con ínfulas de filósofos que han parido mamotretos supuestamente científicos. Pero el «plato de resistencia» lo han cocinado, los periodistas. Judíos y nojudíos. Aquéllos, abanderados de la Causa, y éstos fieles gregarios. Era natural que así fuera, porque al fin y al cabo la mejor manera de llegar al hombre de la calle es a través del periódico. Cada vez más, el periódico es leido de pié en la cola del autobús, o tambaleándose en el «metro», haciendo equilibrios para poder leer por encima del hombro del vecino, o en el tren de cercanías que nos lleva a nuestro puesto de trabajo. Se leen los titulares y alguna noticia a toda velocidad. Por supuesto, no se analiza, lo que se lee influyendo en ello la general idolatría por la letra impresa. As secrea la llamada «Opinión Pública», que no es otra cosa que la opinión de los grupos de presión que controlán los periódicos, actuando los periodistas de correas de transmisión. En parte porque el nivel mental del hombre disuelto en la Masa es inferior al de una criatura de doce años y no es indispensable matar pulgas a cáñonazos, y en parte porque, de todos modos, el nivel intelectual de los periodistas no da para gran cosa más, ha sido posible llegar a lanzar un Fraude tan grotescamente hortera. Aquí un inciso. Acabamos de aludir al nivel intelectual de los periodistas, y queremos hacer una excepción. Esa excepción evidentemente se refiere a los periodistas españoles, indudablemente en la vanguardia no sólo de la inteligencia sinó de la probidad e integridad profesional. Durante cuarenta años de negra dictadura han estado utilizando un lenguaje clave que sólo la densa estupidez de algunos, entre los que nos contamos, no logró descifrar. Así, por ejemplo, cuando, con cualquier futil pretexto, expresaban en términos fervientes su «inquebrantable adhesión» al difunto Generalísimo o a los «principios sublimes y eternos del Glorioso Movimiento Nacional», era evidente que debía leerse entre lineas y comprender que lo que ellos querían decir, y sabiamente decían en lenguaje metafórico, era que estaban hartos de dictadura y que los aludidos principios eran una cretinez.

Dejamos, pues, deliberadamente a parte a las falanges (con perdón) integrantes de la macedónica prensa hispánica, y nos limitamos a mencionar que, en el resto del Planeta, esos caballeros son salvo rarísimas excepciones la expresión perfecta de una selección a la inversa. Los periodistas son recalcamos, menos en España los fracasados de todas las profesiones académicas. Las tituladas «escuelas de periodismo» no son más que el refugium peccatorum del desecho estudiantil, el chaleco salvavidas de los más subnormales miembros del pelotón de los torpes.

Esa cortedad intelectual es complementada por una recia inmoralidad. No queremos emitir un juicio de valor. Nos limitaremos a reproducir las palabras del gran periodista John Swinton, que fué durante varios años redactor gerente del New York Times. Cuando se jubiló, sus colegas americanos, le dedicaron un banquete. He aquí unos fragmentos de su discurso al responder al brindis propuesto por un comensal en honor de la prensa independiente:

Esos prostitutos intelectuales son los que lanzaron al pasto del público el Mito de los Seis Millones. En interés de la verdad histórica hay que estar agradecidos a que hayan sido precisamente ellos pues su pobre bagaje intelectual les ha llevado a cometer tales exageraciones y a incurrir en tan groseras contradicciones que a veces han obtenido efectos contrarios a los buscados.

Nos limitaremos a citar dos ejemplos. Uno de exageraciones, tipificado por el periodista judeoamericano, aunque de origen alemán, y metido a escritor Robert Neumann. Y otros de contradicciones. Este Neumann, no sabiendo ya que retorcida atrocidad inventar, consiguió imaginamos que en pleno delirium tremens parir este abominable engendro: según él, en Auschwitz, la manera de ejecutar a los judíos era la siguiente: dos guardianes nazis iban a buscar a la futura víctima a su barracón. Con la cabeza rapada y vistiendo el conocido pijama a rayas verticales, se integraba al fúnebre cortejo, formado por los guardianes y una orquestina que, interpretando canciones populares infantiles alemanas se dirigía a la «brausebad» (en alemán «baño ducha», y en clave, como sabemos «cámara de gas»). Allí era gaseado y luego llevado al crematorio. Entonces la orquestina se dirigía de nuevo al barracón y se elegía otro judío destinado al gaseamiento musical. (50)

Creemos que huelgan comentarios.

Vayamos ahora con el ejemplo de contradicciones.

El Invierno de 1947 fué particularmente crudo en Europa. De hecho, el más frío en los precedentes cincuenta años. Reproducimos un párrafo de la revista «Mundo», (51) alusivo a este respecto:

Queremos hacer algunas observaciones a esa cita, que a nuestro juicio es definitiva:

a) Casi dos años después de acabada la guerra, bastaba un pequeño descenso de temperatura para que la gente se muriera de frío en Alemania, dada la escasez de leña y carbón para calentarse. Parece lógico que, en plena guerra, dos años antes, la situación fuera peor todavía y en los campos de concentración los reclusos también murieran de inanición y de frío, y no necesariamente mediante gaseamiento o a la parrilla.

b) Cuando se llegó a una situación limite, en Berlin se registraron varios asaltos a los depósitos ferroviarios de carbón, así como a los depósitos de víveres. Según Charles Lindbergh (52)

los soldados americanos tenían prohibido entregar sus sobrantes de alimentos a la población civil, ante la cual dichas sobras se quemaban. En cambio, los judíos, en una situación limite todavía, seguían dócilmente a sus guardianes, tras la orquestina, hasta la cámara de gas. Pero, según el ya citado Koestler judío y comunista por más señas los trotzkystas de su raza se défecaban cuando los llebavan a rastas ante el pare. dón de fusilamiento sus carceleros stalinistas. Como se verá, la incoherencia es total.

c) El Tagespiegel autorizado (!) por los norteamericanos. (Por cierto, ¿no huele esto a censura?), afirmaba que ante los crematorios de los antiguos campos de concentración nazis se amontonaban centenares de cadáveres por falta de tiempo material para incinerarlos. Es decir, que los famosos hornos crematorios de los campos de concentración no daban abasto para quemar los cuerpos de los que se morían de frío. Y ¿cuántas personas morían de frío, según el periódico alemán autorizado por los americanos? En Hamburgo, la segunda ciudad alemana, 40 personas en diez días. En Frankfurt, se citan cetenares de casos de hospitalizaciones por congelación, pero ningún muerto. Y en Berlin, la primera ciudad alemana, 55 personas murieron de frio e inanición en quince días. Y, no obstante, no lejos de Berlin estaban los campos de concentración de Ravensbrück y Sachsenhausen. No lejos de Hamburgo estaba el de Neuengamme. Los célebres hornos crematorios alemanes no llegaban a dar abasto para incinerar a cuatro cadáveres diarios. No daban abasto porque, según el Tagespiegel los cadáveres se amontonaban ante los crematorios por falta de tiempo y sitio para incinerarlos. Pero, en cambio, se nos asegura que esos hornos crematorios, que no tenían capacidad para incinerar cuatro cadáveres diarios, pod tan incinerar a miles durante la guerra.

Los periódistas, que se supone son unos entes preocupados siempre en desmitificar lo establecido. y en servir la Verdad al publico, sea ésta o no agradable, no-fueron capaces de denunciar un tan flagrante contrasentido. una contradicción interna de tal magnitud para utilizar la jerga marxista como la de esos miticos hornos crematorios capaces. según los cultivadores del Fraude de quemar cuatro mil cadáveres diarios durante la guerra. e incapaces de quemar cuatro dos años después, en tiempo de paz. Como fueron igualmente incapaces de hacer un paralelismo entre lo que se asegura sucedió en los campos de concentración alemanes y el bombardeo de la ciudad hospital de Dresde. Y, no obstante, el paralelismo es tan evidente que parece mentira no se le haya ocurrido a ningún plumífero.

Dejemós aparte que los propios Aliados, desde Churchill en sus Memorias hasta el comodoro del Aire inglés. J. M. Spaight (53) reconocen que ellos fueron los precursores de los bombardeos aéreos contra la población civil, para provocar la desmoralización del adversario aunque las zonas bombardeádas carecieran del más mínimo interés militar, tal que pudiera suceder en los bombardeos Aliados de la cuenca industrial de Ruhr o en los bombardeos alemanes de la zona de fábricas de armamentos de Coventry o de las instalaciones portuarias de Londres. Olvidémonos de todo esto y ciñamonos al paralelismo entre el caso de Dresde y el del Fraude, al que vamos a suponer verdad, a efectos puramente polémicos, por unos instantes.

Podríamos decir que lo mismo da llevar a las victimas a los hornos, que lleva los hornos a las victimas. Según los cultivadores del Fraude, el Alto Mando Alemán determinó atar a un cierto número de hombres, mujeres y niños, con la única condición de que fuesen judíos. El Alto Mando Aliado determinó matar a un çierto número de hombres, mujeres y niños, con la única condición de que fuesen alemanes. Se buscó para ello un medio idóneo, y para evitar riesgos se les alojó en campos de concentración, donde se les iría quemando, previo gaseamientó. Los Aliados.eligieron el mismo sistema, quemarlos, y también con el fin de evitar riesgos eligieron la ciudad de Dresde, donde no había ni artilleria. ni aviones, donde habían enormes cruces rojas pintadas en las azoteas de las casas, y en la que el Oberkornmando de la Wehrmacht había prohibido el tránsito de sus tropas precisamente para evitar pretextos. (54) El sistema de quemar a las victimas fué también el mismo. Se dieron las órdenes oportunas órdenes verbales, en el caso alemán, arrancando desde Hitler, y llegando hasta el Cabo. Jefe de parrillas Müller, de Auschwitz y sistemáticamente se iban quemando judios. cada día, a promedios ridículos comparados con el sistema Aliado. Ese sistema (el Aliado) estaba rigurosamente estructurado y las órdenes de incinerar por vía aérea a las victimas alemanas se conservan en documentos oficiales, nunca han sido negados, y están a la disposición del público. En una sola noche, en Dresde, la Royal Air Force arrojó 600.000 bombas incendarias, 5.000 bombas explosivas y milesde bidones de fósforo para activar la horrorosa pira. Es decir, los Aliados le indicaban a Hitler el sistema mas idoneo para quemar judíos. Concentrarlos en un solo campo, por ejemplo en Auschwitz y bombardearlo con napalm y fósforo. Pero en cambio. el Führer que ya se nos ha dicho miles de veces que estaba loco utilizaba el rudimentario sistema de irlos quemando uno a uno. Aún más, Hitler podía haber utilizado el sistema de rehenes, tan clásico en las guerras. Igual que el Mariscal Montgomery, ferviente anglicano por cierto, le dijo al Almirante Friedemburg que intentaba negociar la rendición de Alemania:

«Rendición incondicional o exterminio en masa. De lo contrario los bombarderos ingleses convertirán a una ciudad alemana en un montón de cenizas, de modo que ningún niño alemán quedará con vida», también Hitler hubiera podido decir que por cada ciudad bombadeada en la cual no hubieran objetivos miitanres ni defensa antiaérea, se realizaría, por la Luftwaffe, un bombardeo similar, utilizando fuerzas parecidas a las utilizadas por los Aliados, sobre los campos de concentración llenos de judios o prisioneros de guerra. Pero no. Tal idea no se le ocurrió a Hitler, el loco.

Hasta un periodista puede comprender que matar alemanes en Drede o matar judíos en Auschwitz requiere una misma sistematización. Y hasta un periodista comprendería también la diferencia entre los dos casos. Que de lo de Auschwitz no ha quedado ni una sola prueba, a no ser que estemos dispuestos a aceptar como tal la palabra de honor del Honorable Gomulka. mientras que los de Dresde. desde Churchill hacia abajo, todos lo han reconocido y las órdenes cursadas existen, habiendo escrito sobre ello un libro demoledor un periodista judío honorisima excepción que confirma la regla de su profesión David Irving, quien afirma que allí murieron entre 250.000 y 400.000 personas, ancianos, mujeres y niños, y casi medio millón más quedaron desfiguradas, achicharradas para el resto de sus vidas, a menos que fueran muriendo en los días inmediatos al horroroso bombardeo.

Hasta un periodista, en fin, comprendería que una decisión como la de ma tar seis millones de judios. no podia salir de Hitler no de ninguna personalidad responsable del Gobierno Alemán, pues poseyendo. los neurogases jamás se ordenó una acción como la de Dresde. Cien bombarderos bastaban a Hitler para ordenar bombardear una ciudad similar a Dresde y causar cinco veces más bajas, en lugar de 3.000 (mil en cada oleada) utilizados por los ingleses en un bombardeo que causó más muertes que las dos bombas atómicas de Hiroshima y Nagasaki juntas.

Es el colmo del absurdo pensar que Hitler gasease judios en forma individual si colectivamente podía matar con 400 toneladas de gas utilizando menos de 200 bombarderos. a esos miticos seis millones, y ello en un solo dia. (55)

Hitler disponía de diez mil toneladas de gases, capaces de matar a cien milIones de personas y ni siquiera las tiró sobre ¡os campos de concentración que iba abandonando. ¿Es esto coherente? ¿Es esto lógico? Dos simples aviones con neurogases, tres como máximo, hubiesen bastado para elimi. nar a toda la población penal del campo de Auschwitz antes de la llegada de los rusos, o, mejor, el mismo día en que éstos llegaran. Bastaba una simple orden. de Hitler. Esa orden no se dió. Pero si la dió Churchill para Dresde, o Truman para Hiroshima. Lo que nos parece más demencia! de todo este incoherente asunto es el modus operandi atribuido a los Nazis por los cultivadores del Fraude. En efecto. He aquí cómo procedían los alemanes en su cacería de hebreos a lo largo y ancho de la Europa por ellos ocupada:

1) Localización de los judios, en cada ciudad. Detención de los mismos. Apertura de fichas o expedientes individuales. Concentración en un campo de tránsito local, para que se precisaban camiones, instalaciones provistas de agua y facilidades sanitarias por rudimentarias que se quieran suponer. Más guardianes, administrativos, chóferes, mecánicos, fontaneros, etc.

2) Expedición de los judíos, cuando su número lo justificara, por tren (aunque fuera en trenes de mercancías), o por camión. En el primer caso, hay que tener en cuenta que la comunidad judía de Burdeos, pongamos por caso, necesitaba para llegar a su destino final, en un campo de Alemania Central u Occidental, no menos de tres trenes: Burdeos-París; París-Estrasburg, y luego otro tren en trayecto alemán como mínimo. Para ir a Auschwitz necesitaba como mínimo dos nuevos cambios de tren.

3) Dotación de un cuerpo alemán de guardianes, ferroviarios, mecánicos, cocineros, enfermeros (¡Perdón, señor periodista!, estamos dispuestos a admitir a efectos polémicos, que los enfermeros no eran para ¡os judíos. Pero si hacían falta para los alemanes acompañantes. ¿O no?).

4) Dotación de servicios auxiliares y de control alemanes en las tres o cuatro etapas como mínimo del viaje.

5) A su llegada a Sobibor, o a Auschwitz, corte de pelo, despiojamiento y suministro de pijama a rayas, con la estrella de David bordada en el pecho y en la espalda.

6) Gaseamiento individual o en grupo. En el primer caso, amenizado por una orquestina que interpreta canciones populares e infantiles teutonas. Las victimas, tranquilamente, se dirigen por su propio pié y sin ofrecer resistencia, a tomar la ducha. Por que se les ha dicho que se trata de una ducha. Y ellos, a pesar de que no ven regresar a los `duchados» no sospechan nada. ¡Son tan confiados, los judíos! Los nazis se llevan a sus compañeros de cautividad, «a tomar una ducha», y nunca vuelven de tal ducha. En cambio, ven aparecer (según nos informa la literatura concentracionaria) camiones llenos de dientes de oro, y de cuerdas hechas con pelo humano y no sospe chan nada. Porque si sospecharan habría que llevarles a la «ducha» a rastras, por mucho que los nazis amenizaran el acto con una orquestina (!). Para lo grar el gaseamíento, los alemanes se olvidan de los neurogases que poseen en cantidades industriales y, originalmente, deciden emplear el Zykion B, un insecticida.

7) Una vez gaseados los judíos, son introducidos en un crematorio hasta ser convertidos en cenizas. Como se comprenderá los puntos 6 y 7 son completamente incoherentes con los cinco primeros, que son comprensibles y lógicos. Porque para llegar a ese resultado bastaba con ejecutar a los judíos sobre el terreno, en Burdeos, en Belgrado, en Oslo, o en Byalistok, de un tiro o de un martillazo en la región occipital, ahorrándose tiempo, hombres y gastos los verdugos nazis. Y creer que no hicieron tal por guardar el secreto nos parece insultante para el sentido común de un periodista. ¿Cómo va a guardar él secreto de algo en que están involucrados varios millones de personas? Porque ya no se trata de sólo seis millones de personas. Sino de sus compañeros de cautividad. Y de sus carceleros. Y de sus verdugos. Y de las poblaciones civiles que han debido forzosamente ver a esa inmensa masa de judíos deportados a través de Europa. Sencillamente imposible. Cui prodest...? Un viejo aforismo jurídico, que hemos heredado de los romanos, asegura «Is fecit cui prodest», refiriéndose al probable autor de un delito. Esto es, quien ha cometido un determinado delito suele ser aquel que de la comisión del mismo saca algún provecho. Pues bien: ¿A quién aprovecha esta monstruosa estafa de los Seis Millones? La explotación deliberada de la leyenda del Holocausto, para obtener de la misma ventajas políticas y financieras ha puesto de acuerdo a la Unión Soviética y a Israel. Cuando decimos Israel, evidentemente, no nós referimos tan sólo al Estado impuesto en Palestina por votación de las Naciones Unidas poco después de acabada la Segunda Guerra Mundial. Por Israel nos referimos al Sionismo, grupo de presión internacional, que se irroga la representación de todos los judíos, estén dé acuerdo, todos ellos, individualmente, o no lo estén. Inmediatamente después de acabadala última continda mundial empezó, como hemos visto, la campaña de denigración sistemática de Alemania, aunque el apogeo de esa campaña se inició a partir de 1950, con una verdadera avalancha de libros y películas falaces sobre el supuesto exterminio, todo ello bajo la égida de dos organizaciones cuyas actividades se hallan sincronizadas de manera tan notable que todo lleva a creer que actúan de manera concertada. La primera de estas organizaciones es el «Comité de Invertigación de Crímenes y Criminales de Guerra», domiciliada en Varsovia, y bajo los auspicios de comunistas polacos, de raza judía. La segunda es el «Centro Mundial de Documentación Judía contemporánea», de Tel-Aviv y París, y aparece bajo el patrocinio de judíos de nacionalidad israelita y francesa. Sus publicaciones aparecen, siempre, en los momentos favorables del clima político y tienen un doble objetivo: para la Unión Soviética, mantener vivo el miedo al Nazismo lo que debilita y divide a sus adversarios y distraer la atención sobre sus propias actividades. Para Israel, el Fraude tiene consideraciones más bien materiales, sin olvidar tampoco las políticas. Cuando a un mundo desinformado y embrutecido se le repite millones de veces la palabra «Auschwitz», será muy difícil conmoverle con las palabras «Deir Yassin» o «Kybia», y aún cuando algo transpire de lo que sucedió en esas ciudades árabes de Palestina (56) quedará ahogado por el clamoreo de las vestales del Idolo intocable de los Seis Millones. Por otra parte, para el estado implantado en Palestina, se trata de justificar, mediante un número proporcional de cadáveres las sumas enormes entregadas cada año a Israel por el Estado de la República Federal Alemana, a título de reparación de guerra. Esta indemnización, o reparación de guerra, o daños e intereses, o como quiera denominársele, no tiene ninguna base moral ni legal, toda vez que el Estado de Israel no existía en el momento en que tuvieron lugar los pretendidos asesinatos masivos de judíos en Europa.

Pretender, como se ha hecho, que el Estado de Israel es el heredero de los derecho de los judíos alemanes, polacos, rusos, franceses, húngaros, eslovacos, bálticos, etc., es afirmar que el judío, esté donde esté, haya nacido donde haya nacido, es, por encima de todo, un judío. Podría defenderse, en la hipótesis de que el Holocausto fuera cierto, y no una superchería como es en realidad, que las dos Alemania y no solamente la Federal pagaran indemnizaciones a los estados de los que los pretendidos gaseados eran originarios, es decir, a Francia, Polonia, Hungría, Italia, etc., pero nunca a un estado que ni siquiera existía cuando el supuesto genocidio tuvo lugar. Decir que un judío es, antes que nada, un judío, con independencia del color del pasaporte, lo dijo hace un siglo el padre del Sionismo Moderno, Theodor Herzl, (57) con el que, en este aspecto, estamos totalmente de acuerdo, y no porque nos parezca lógico ni justo, sino porque es un hecho. Pero entonces, como dice el proverbio anglosajón «no podemos comernos el pastel dos veces». O un judío francés es, antes que nada, y por eñcima de todo, un francés, o es antes judío y sólo en segundo lugar, supletoriamente, francés. En tal caso, no es lógico que goce de los derechos de un francés, y si sólo de simple residente en Francia. De este sencillo supuesto partió Hitler. Y es curioso que quien le dé la razón sea no sólo el citado Herzl, sino uno de los mayores enemigos de Hitler-. y contemporáneo suyo: el rabino Stephen Wise (a) Weisz, cuando afirmó que él era «americano desde hacía sesenta años, y judío desde hacia sesenta siglos». La pretensión del Estado de Israel a ser el heredero de los derecho de los judíos aunque hayan nacido fuera de Palestina, es, pues, indefendible desde el punto de vista legal, mientras que desde el punto de vista mora! sólo podría defenderse si se acepta la tesis hitleriana de que el judío es, primordialmente judío, esté donde esté. Y decimos «podría» porque debiera partirse del supuesto de que el Holocausto pertenece a la realidad y no al reino de las utopías.

El Fraude debe ser mantenido incólume a toda costa, ya que el presupuesto del estado de Israel es regularmente deficitario, y solamente puede ser nuevamente puesto en pie gracias a las indemnizaciones alemanas y a las subvenciones de unas cuantas grandes bancas judías. No obstante, el peso de la manutención del estado de Israel recae en el titulado estado de la República Federal Alemana, quien, hasta 1975, había pagado al gobierno de Tel -Aviv, la cifra de 52.400.000.000 marcos, estando previstos hasta 1980 otros 27.600.000.000 marcos. En total, pues, 80.000 millones de marcos, es decir unos dos billones y medio de pesetas. (58)

Además, Israel ha recibido, en mecancías solamente, el equivalente de 750 millones de dólares, a saber, sesenta unidades navales, cinco centrales térmicas construidas por Alemania Federal en Israel, modernización del sistema ferroviario y del puerto de Haifa, contribución a la canalización del desierto del Negev, equipo para la explotación de una mina de cobre, tractores, maquinaria, herramientas y 190 millones de dólares en petróleo. (59)

Alemania Federal paga, además, reparaciones a titulo individual. Una revista americana de gran tirada (60) cita algunos casos extraordinarios: tal hombre de negocios judío, que afirmaba haber sido torturado por los alemanes, y que ha recibido, hasta hoy, 32.500 dólares a titulo de indemnización y que recibe, además, una «compensación» mensual de 220 dólares; tal viuda de un dentista judío, que emigró de Alemania en 1939 se instaló en Africa del Sur, donde murió en su cama cinco años más tarde, viuda que recibió una «indemnización» de 25.000 dólares y debe recibir aún una «compensación» suplementaria de 7.000 dólares; tal rabino instalado en el Brasil, que recibe una pensión mensual de 500 dólares; tal judío de Sydney (Australia) a quien conocemos personalmente, y que recibió una indemnización de 10.000 dólares en 1968. Motivo: su padre emigró de Alemania en 1937 y debió vender su fábrica de jabón.

Las más inverosímiles demandas de indemnizaciones, siempre que procedan de judíos, tienen, invariablemente, buen fin. Por ejemplo: un judío que intentó enrolarse en el ejército, en 1936, fué rechazado por motivos raciales. Los alemanes no querían judíos en su ejército. Ese judío, ahora sexagenario, reside en Israel, y, aparte de una pensión como ex-internado en Auschwitz (¡otro superviviente!), cobra una «compensación» de 187 dólares mensuales del Gobierno de Bonn. Este caso nos ha parecido curiosisimo. ¿A titulo de que percibe una «compensación» ese judío? ¿Para compensarle de no haberle permitido los nazis ingresar en la Wehrmacht y ser un buen soldado, en cuyo caso pudiera haber sucedido que un disparo suyo alcanzara a uno de los escasos judíos que estaban en primera línea? ¿O tal vez para compensarle de que no le hubiera permitido ser un mal soldado, tal vez un saboteador? Sería, ciertamente, instructivo, saber por que se queja y para calmarse percibe una pensión, al cabo de más de cuarenta años este israelita. ¿O tal vez hay que llamarle alemán? ¿O judeo-alemán? ¿O alemán de religión judía?

Claro que como. la perfección, ya se sabe, no es de este mundo a veces suceden accidentes. Por ejemplo, el profesor Hans Deutsch, un abogado judío, obtuvo ochenta y. cinco millones de marcos, en concepto de indemnizaciones, del Gobierno de Bonn, para varios clientes correlegionarios suyos. Luego, sintiéndose cada vez más seguro de si mismo, reclamó treinta y cinco millones de marcos que era el valor que él atribuía a la colección de objetos artisticos Havatny, que, según él, había sido robada por los Nazis. A causa de una serie de contradicciones entre los testigos del cargo, pudo probarse que los Nazis no eran quienes habían robado esa colección, y el Profesor Deutsch fué condenado a dieciocho meses de cárcel. Por tonto. No por estafador. Porque si hubiera sido listo, y en vez de tomar sus deseos por realidades, no hubiera dado por supuesto que los ladrones eran necesariamente Nazis y hubiera investigado, habría descubierto que el «rackett» de las obras de arte, en Eúropa, era un bien montado negocio de correlegionarios suyos, puesto en marcha a partir del final de la guerra. Las «reparaciones» de Alemania Federal a Israel deben terminar, totalmente, en 1980. Decimos «totalmente» porque el término «reparaciones» cubre diversos conceptos, tales como «indemnizaciones», «retroacciones», «acuerdo con Israel», «acuerdo con personas individuales», «acuerdo con personas juridicas» y «otros acuerdos». Digamos, de paso, que la palabra «acuerdo» nos parece, aquí, un dulce eufemismo. No obstante, y curándose en salud, el muy influyente y sionista «New York Times» ya anunciaba, el 18 de Enero de 1975, que se preparaban nuevas estipulaciones (commitments), entre el Gobierno de Bonn y el de Tel-Aviv para cubrir nuevas indemnizaciones de casos individuales y colectivos no previstos hasta entonces. Ahora bien, para substanciar la perpetuación del chantaje al Gobierno de Bonn, es preciso, dada la total ausencia de pruebas que evidencien la realidad del Fraude, crear una atmósfera emocional que justifique, a los ojos de las masas ignorantes, las nuevas punciones, necesarias a la supervivencia del Estado de Israel y a los intereses políticos de la Unión Soviética.

Esa atmósfera a que nos referimos ya la crearon, en su día, los llamados «mass media» Prensa, Radio, Cine, y best-sellers folletinescos de gran tirada, estilo Ana Frank , pero el tema, como todo, se ha ido gastando. La gente cada vez lee menos libros, las mentiras habituales de la Prensa la van desprestigiando cada día más, hasta el punto de que las únicas secciones que se leen con interés, por la mayoría, son las deportivas, y la Radio ha ido perdiendo terreno en beneficio de la Televisión. Este es el nuevo «ídolo» del hogar y a él han dirigido su atención los poderes fácticos que moldean la llamada opinión pública de acuerdo con sus intereses. Prácticamente todas las cadenas de Televisión, tanto occidentales como orientales, están dirigidas por judíos que, en Occidente al menos, son, además, sionistas, y los programas siempre están orientados de modo que todo lo relacionado con los judíos en general y los sionistas en particular aparezca desde el ángulo más favorable posible. Ahora bien, los engendros sobre el Gran Fraude eran, hasta ahora, relativamente escasos. Pero ante la necesidad de «relanzar», de reactivar el clima para hacerlo propenso a la perpetuación del chantaje, era necesario acudir a la pequeña pantalla, para martillear retinas, oídos, y cerebros del hombre disuelto en la masa, violando su intimidad y la de su familia, mediante un lavado de cerebro que aniquila la capacidad de raciocinio de los más.

En Abril de 1978 apareció, en la Televisión Americana, y en todas sus cadenas, una serie titulada «Holocausto», auspiciada por la «Jewish Anti Defamation League» (Liga Anti-Difamatoria Judía), entidad de todo poderosa influencia en los Estados Unidos, y cuya misión práctica consiste en suprimir o atenuar cualquier noticia no favorable a los intereses judíos en los grandes medios de comunicación.

«Holocausto» es, según se asegura en la presentación del «show», una historia real. La historia de la familia de un doctor judío en Alemania, antes de la guerra. Luego, hay otra familia, alemana, de raza aria, la cual es ayudada por la familia judía. Más tarde, el hijo de la familia alemana se convierte en un bestial oficial SS, siempre presionado por una esposa ambigua. Los «pobres judíos» son enviados a un campo de concentración y sus vidas estan en las manos del oficial alemán cuya familia fué ayudada antaño, por el doctor judío, etcétera, etcétera, etcétera. Se asegura que este film no puede ser visionado sin la compañia de unos cuantos pañuelos. «Holocausto» es la película serie, más cara de toda la historia de la Televisión, y la promoción y propagan. da que se le ha hecho a través de todos los medios de difusión ha sido igualmente la más aparatosa que se recuerda.

Todas las personas relacionadas con el laborioso parto de este film son judías. El libro ha sido escrito por Gerald Green (Greenberg), Herbert Brodkin y Robert Berger (Golberger). Se trata de una extravagancia de nueve horas y media, en cuatro serie s de unas dos horas y media cada una, amazacotada dentro de doscientos millones de cabezas, para instalarles un sentimiento de culpabilidad, pues para algo se dice en la introducción de «Holocausto» que «lo que sucedió en Alemania pudo haber igualmente pasado en cualquier otro lugar de América o de Europa».

Los derechos de esta cinta han sido adquiridos por las principales cadenas de Televisión de Europa, con la Televisión de la República Federal Alemana en primer lugar.

Como hemos dicho se ha pretendido que «Holocausto» era una historia «real». Como tantas cosas que se dicen relacionadas con el tema del Fraude, ello es falso. En la revista «Thunderbolt» en 1978 apareció una reproducción de un contrato concluido entre «Bantam Books» y el autor de Holocausto, en el que se reconoce explícitamente que ese libro es una novela, cuyo autor es G. Green y está basada en la historia de dos familias ficticias. Incidentalmente, nos enteramos que Berger y Brodkin no son más que los adaptadores de la novela a la TV,y de que el director es Marvin Chomsky. Finalmente, el editor de la novela es S. Apfelbaum. Todos estos indivíduos son judíos.

De una cosa estamos seguros. Cuando «Holocausto» llegue a Europa, y se imponga, a través de todas las cadenas de Televisión, públicas y privadas, a las gentes, se preparará otro «show» televisivo, o se descubrirán, muy oportunamente, en una buhardilla, las «memorias» de un niño paralítico, perseguido por los nazis. Entonces se hará una edición especial de un par de millones de ejemplares, la Prensa, la Radio y la Televisión actuarán de caja de resonancia. se volverá a hablar ad nauseam del Gran Fraude, e Israel volverá a obtener substanciales reparaciones de la República Federal. Y vuelta a empezar.

En la presente obra nos hemos limitado a la demolición del Fraude, el mayor y más vergonzoso de la historia de la Humanidad. No hemos querido ocuparnos de una comparación de la conducta general de Alemania. en la pasada guerra, con la de los Aliados, tanto soviéticos como Occidentales. Ello lo deja. mos para otra ocasión. Nos limitaremos a exponer que al final de la contienda y durante treinta y tres años, se ha ido ejecutando a miles de vencidos e imponiendo diversas penas a cientos de miles, sin que ni uno solo de los vencedores haya sido acusado de crímenes de guerra. Esto sólo ya demostraria, si fuera necesario, la absurdez del maniqueísmo instaurado, con pretensiones de Justicia, cuando se callaron los cañones empezó a hablar la Venganza. hipócritamente disfrazada de Moral. Esto sólo ha sido posible porque los medios de comunicación, tanto en las democracias occidentales como en las pópulares se hallan en manos, ya de sionistas, ya de individuos sirviendo a intereses sionistas, directa o indirectamente; dichos medios de comunicación constituyen la máquina de mentir más perfecta que se ha inventado, mucho más perfecta de lo que individuos dotados de criterio independiente imaginan:

También sin ser objetivo, el contenido de esta obra implica una relación con Palestina. La «justificación» que los judíos se presenten o no como sionistas , dan para la expulsión de los árabes de Tierra santa se apoya en la leyenda de los Seis Millones en gran parte. Naturalmente, el argumento es tan débil que no merece ni la denominación de tal; Palestina no fué invadida por Seis Millones de judíos muertos, ni por un sólo judío muerto, sino por dos o tres millones de judíos vivos. Y, en todo caso, no parece susto, ni razonable, ni equitativo, ni digno de un cerebro normal, hacer que los árabes paguen por lo que se afirma que los alemanes hicieron a los judíos en Europa. Se ha dicho que Israel es un refugio para los perseguidos. Esto es falso. Nadie persigue ahora a los judíos. Y, por otra parte, no se ha admitido en Israel a todos los que tuvieron dificultades con los Nazis. Ya hemos visto el caso de Rita Eitani, y el del Padre Rufeisen. En Israel son admitidos a residir como nacionales sólo judios de raza, que no hayan adoptado otra religión, e independientemente de que hayan o no hayan tenido problemas con los Nazis.

El Fraude de los Seis Millones, pues, sirve para perpetuar el chantaje a Alemania Federal, que subvenciona el inviable y artificial estado israelita. Tam bién sirve de caución moral a Israel, con la falacia del «estado-refugio». Paralelamente, sirve, como hemos visto, los intereses de la Unión Soviética, al presentarse al pueblo alemán como un hato de salvajes, capaces de perpetrar un genocidio sin par en la historia del mundo.

 

CONCLUSION

Creemos haber demostrado, en las páginas precedentes, los siguientes puntos:

1) Los Nazis querían que los judíos emigraran; de Alemania, primero. De toda Europa después. Pero no querian liquidarlos físicamente. De haberlo querido, más de quinientos mil judíos no estarían actualmente en Israel cobrando indemnizaciones de Alemania Federal. Si algo les sobró a los Nazis para exterminar a los judíos fué tiempo. Seis años desde que empezó la guerra y doce desde que tomaron el poder, muy democráticamente por cierto.

2) Es un hecho histórico que los Nazis intentaron solucionar el problema judío a base de facilitar su emigración ordenada a otros paises. Las grandes «democracias», que mantenían inexplorados y vacíos inmensos territorios no dieron ciertamente facilidades. El poderoso movimiento sionista no presionó tampoco para activar una emigración ordenada, tal como deseaba Hitler. A tal movimiento político incluso le convenía que algunos cientos de miles de correlegionarios suyos pasaran penalidades en Europa. Penalidades que luego se cobrarían al ciento por uno, política o económicamente, y ayudarían a mantener la cohesión del Judaísmo. Hitler ofreció una solución del problema judío en el discurso ante el Reichstag el 6 de Octubre de 1939, después de la campaña de Polonia. A parte de proponer la paz, el punto 3º de su discurso vetsó sobre «Un intento de ordenar y solucionar el problema judío». Su propuesta no halló el menor eco en los gobiernos de las democracias occidentales.

3) Ni un sólo judío fué gaseado en Alemania y Austria, y cada vez hay más pruebas de que tampoco ocurrió en Auschwitz. Está demostrado que las pretendidas pruebas presentadas sobre los supuestos gaseamientos en Auschwitz son burdas mentiras, culminadas con el milagro atribuido a los Nazis, capaces de dinamitar las cámaras de gas, para hacer desaparecer las huellas de su crimen, sin que los crematorios, que se hallaban en el piso de encima, según las autoridades polacas, sufrieran daño alguno. Hubo ciertamente crematorios para incinerar a los que habían muerto por diversas causas, incluyendo los genocidas raids aéreos de la aviación Aliada.

4) La mayor parte de los judíos que perecieron en pogroms lo fué a manos de las poblaciones civiles antes de la llegada de la Wehrmacht, la cual estaba interesada en el «manpower» que podían representar los judíos en la industria y la agricultura.

5) La mayor parte de los judíos que perecieron a manos de los alemanes eran elementos subversivos, espías o partisanos. En muchas ocasiones, también, los judíos eran víctimas de las represalias contra las actividades dé los citados partisanos. Las ejecuciones de rehenes, con todo lo lamentables que puedan ser, están previstas en todos los códigos militares del mundo, y su justificación radica en la existencia de los propios partisanos. Son éstos los que rompen la barrera entre combatientes y no-combatientes al no llevar uniforme y refugiarse en el anonimato de la población civil. Lo que pueda sucederle a éste será responsabilidad de los partisanos, que actúan fuera de las leyes de la guerra, y no del ejército regular. También perecieron muchos judíos, en los campos de concentración, ejecutados por actos de sabotaje.&nbsp61

La ejecución de saboteadores en tiempo de guerra está igualmente prevista en los códigos militares, y no sólo en el alemán.

6) Si fuera cierto que los Nazis ejecutaron, de hecho, a Seis Millones de judíos, el Judaísmo solicitaría subsidios y más subsidios para fomentar las investigaciones sobr el Genocidio, e Israel pondría sus archivos a disposición de los historiadores. Ni el Judaísmo ni el estado de Israel lo han hecho así. Muy al contrario, a todo aquel que ha intentado estudiar el problema seriamente lo han boycoteado, moral o materialmente. Esto constituye, a nuestro juicio, una prueba moral de que la cifra de los Seis Millónes es una estafa.

7) No hay ni una sóla prueba material del Genocidio. Hemos demostrado que la cifra de Seis Millones de gaseados es demográfica y materialmente imposible, así como técnicamente irrealizable. El modus operandi descríto por los autores del Mito es farragoso, innecesaria y ridículamente complicado y de un costoso prohibitivo en tiempo de guerra. Los testimonio aducidos (Höttl, Höss, Eichmann, Gerstein) son inválidos: a) por haber sido, según es público y notorio, obtenidos bajo coacción. b) por no haber sido posible someterlos a contrainterrogatorio de la defensa, lo cual los descalifica automáticamente.

8) Son los acusadores los que tienen la obligación de presentar la prueba de que los Nazis gasearon a Seis Millones de judíos, y no los acusados Nazis. El fardo de la prueba recae, en todos los países civilizados, en el acusador, y no en el acusado. Demostrar una verdadera culpabilidad es mucho más fácil que demostrar una verdadera inocencia. ¿Cómo va a poder demostrar, el hombre más honrado del mundo, que nunca robó nada a nadie? Es el acusador quien tiene que demostrar sus cargos. Por tal motivo, los juicios contra antiguos SS, guardianes de campos de concentración, a los que se declara a priori miembros de organizaciones criminales y deben demostrar su inocencia sobre hechos que se suponen acaecidos hace treinta y cinco años, no son más que linchamientos legales.

9) Lademostración obvia de que la cifra de Seis Millones no tiene ningún fundamento nos la da el hecho de que los propios historiadores, escritores, publicistas y políticos judíos, sionista o no, presentan discrepancias verdaderamente ridículas en sus cálculos. Tras hacer firmar al desgraciado Gerstein (suponiendo que existiera) que los Nazis asesinaron a 45 millones de judíos, y luego, dos meses más tarde, reducir la cifra a 25 millones, para dejarla en «20 millones y pico» (sic) se descendió gradualmente a once millones, luego a ocho millones y finalmente se estabilizó la cuenta en la cifra de Seis Millones. Esta cifra perduró casi veinticinco años, en realidad aún perdura, pero coexiste con nuevas cifras. Por ejemplo, el Fiscal del Proceso Eichmann citó la cifra de 5.700.000, pero el Juez en sus conclusiones rehusó complicarse la vida con cifras y habló de «varios millones de inocentes judios». (62) William Shirer el buda de los historiadores judíos, asegura que los Nazis asesinaron a cuatro millones de judíos. (63) Josef G. Burg deja la cifra en 3.323.000 y aún se cubre con la frase de que «a tal cifra se llega tomando como ciertas las cifras de los más desenfrenados cultivadores de esa Mentira» (el supuesto Genocidio). El Padre Daniel Rufeisen corrige ligeramente las cifras de Burg y cifra el número total de judíos muertos en el transcurso de la contienda por todos conceptos, incluyendo las causas naturales en unos tres millones, como máximo. Aldo Dami medio judío y casado con una judía da la cifra de medio millón, también como máximo. Y el doctor Listojewski, un judío californiano, tras estudiar durante dos años el problema, afirma que el número máximo de judíos que perecieron durante el periodo hitleriano osciló entre 350.000 y 500.000 y remacha «Si nosotros, los judios, aseveramos que fueron Seis Millones, es una gran mentira. (64) Finalmente, el judío americano, Doctor Freedman, como ya hemos visto, cree que la cifra de bajas judías no excedió de las 300.000 mientras niega en redondo la Mitología del Holocausto.

10) El mutismo de la Cruz Roja Internacional y del Estado Vaticano como institución, tanto durante la guerra como al final de la misma, sobre el plan genocida oficial u oficioso ideado y puesto en práctica por los Nazis para exterminar a los judíos, demuestra que tal plan no existió.

11) En número aproximado de bajas sufridas realmente por los judíos se sitúa, en nuestra opinión, entre 250.000 y 400.000. Esas cifras representan, para nosotros, el mínimo y el máximo. La razón de tan importante diferencia estriba en la absoluta falta de credibilidad de los testimonios emanados de fuentes rusas o polacas, y también del hecho de que a veces los judíos son catalogados como tales en las estadísticas, y a veces como rusos, polacos, etc,. No obstante, y remitiéndonos a lo que manifestamos en el epígrafe «¿Cuantos murieron en realidad?» creemos que la cifra debe situarse alrededor de los 300.000. Damos por supuesto que un tercio de las personas muertas en campos de concentración eran judías (no debemos olvidar que los prisioneros de guerra rusos se contaban por millones), y si, según la Cruz Roja Internacioñal murieron en los campo de concentración unas 395.000 personas podemos desglosar las bajas de la siguiente manera, en lo que concierne a los judíos: unos 130.000 en los campos de concentración, a causa de infecciones, mala alimentación al final de la guerra, causas naturales, bombardeos aéreos, y, eventualmente, malos tratos de algunos guardianes, entodo caso, individuales y a espaldas del mando. Debe, además, insistirse en que las condiciones de vida de los internados empeoraron cuando los alemanes entregaron la administración interna de los campos a los «kapos», es decir a los propios internados. Unos noventa mil en acciones bélicas a manos de los «Einsatzgruppen» (esta cifra es la máxima que se ha admitido por los propios judíos que pretenden ser historiadores). Y podemos cifrar el resto de los muertos judíos (a causa de su participación en los movimientos de resistencia occidentales; en el alzamiento armado del ghetto de Varsovia, de los bombarderos aéreos Aliados, por actos de sabotaje, subversión y espionaje y por causas naturales) en una cifra intermedia entre 50.000 y 100.000 personas. Es decir, en total, más o menos las que murieron en una noche en el bombardeo terrorista de la ciudad-hospital de Dresde, perpetrado por la aviación aliada, drama del que nunca se ocupan nuestros grandes medios de «información».

12) La finalidad del Fraude tiene una doble vertiente: por un lado, impedir una auténtica unidad del bloque Occidental, lo cual sólo puede redundar en beneficio de la URSS. Por otro, obtener fondos, mediante la operación de chantaje y difamación más monstruosa del toda la historia del mundo, para el estado de Israel.





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Evangelio de San Juan.

Libro de Isaías. Exodo.

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Rapport del Comité Internacional de la Inter-Arma Caritas, 1947.

Jewish Encyclopoedia.

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Boletín de la «American Association for the Advancement of Science».

Unity in Dispersion, editado por el Congreso Mundial Judío.

Brittons Publishing Society, The Jewish Problem as dealt with by the Popes.

150 Genios opinan sobre los judíos, Editorial Bau. Barcelona.


Y las revistas y publicaciones: New York Herald Tribune, New York (2-III-20/14-VI-38). The New York Times, New York (5-1141/1 1-I-45/12-VIII-72). The International Tribune, New York (1 1-VI-73). Aufbau, New York (l3-VIII-48). Collier s, New York (9.VII-45). Time, New York (18-11-57/31 -X-60/1 1-11-57/1 2-11-65). New Russian World, New York (30-IX-60). Economic Council Letter, New York (1 5-IV-59). U.S. News & World Report, New York (XIII.64/I-65). Jewish Sentinel, Chicago (30-III-78). Washington Daily News (9-149).

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EPILOGO SOBRE EL LIBRO «HOLOCAUSTO»

Desde la terminación de este libro hasta el momento de su aparición, el tema de los Seis Millones de judíos exterminados por los Nazis ha cobrado renovada virulencia con la exhibición de la película televisiva «Holocausto», que ha aparecido en varios países de Europa Occidental y en América, y que, según parece, debe aparecer en breve, igualmente, en la TV Española. Dicha serie televisiva cuatro capítulos de dos horas y media cada uno está basada en un libro escrito por un judío apellidado Green, y pretende estar basado en hechos reales. Pero no hace falta ser un Sherlock Holmes de la Literatura para descubrir en ese mediocre mamotreto un buen centenar de flagrantes contradicciones, que convierten la obra en una verdadera e Involuntaria antología de la falsificación histórica.

Según el autor de «Holocausto», todos somos asesinos. Ya no se trata de los Nazis. Ya no se trata de los alemanes. Se trata de, prácticamente, todos los Gentiles, es decir, de toda la Humanidad, menos el Pueblo Elegido de Jehová. «Todos somos culpables...», dice, hipócritamente, el introito de la versión telçvisiva americana. Ese «somos» vale su peso en oro. Se da a entender a un público crédulo e idiotizado que el autor de «Holocausto» es un Gentil que reconoce amargamente sus culpas. Y no sólo el plumífero que lo redactó, sino el director cinematográfico que lo trasladó a la pantalla. Pero tanto uno como el otro son judíos. Brodkin, el que lo filmó, es el mismo director que pariera «Roots» («Raices») en que también se «reconoce» que los blancos, y la Raza Blanca en general, son unos salvajes que medran gracias a la Esclavitud, cuando fue precisamente la Raza Blanca la que la abolió. Igual que en «Raices», también en «Holocausto» aparece la historia de una familia; la familia de un doctor judío que ejerce en Alemania. Esa familia, naturalmente, es amable y compasiva. A pesar de ser una familia relativamente numerosa, parecen vivir muy bien, de donde cabría suponer que se ganan bien la vida, pues el único que trabaja es el padre, el doctor. Un hijo es artista, con escaso éxito, debido sin duda a la sensibilidad del ambiente alemán que le rodea, y el otro un futbolista de talento aunque, por motivos oscuros, e inexplicados en el libro, no ejerce como profesional.

Lógicamente, quien debe mantener a esa ejemplar familia es el papá doctor; la mantiene harto bien, lo repelimos, pues hasta posee un piano de cola, detalle éste que se pormenoriza al menos media docena de veces a lo largo del libro, con el fin salta a la vista de demostrar: (a) que además de amable y compasiva, la familia es cultivada y rica. (b) que los alemanes no judíos son unos pobretones, cuando la simple posesión de un piano (de cola) es restregada tantas veces por las narices del sufrido lector, como signo externo de riqueza. Pues bien, ese papá doctor que, de acuerdo con la lógica narrativa, debe ganarse muy bien la vida, suele olvidarse de cobrar sus honorarios a sus pacientes. ¡Admirable!

Junto a esa familia ejemplar aparece otra familia alemana, de extracción no judía, la cual, antes de la guerra, ha sido ayudada por la familia del buen doctor judío. Más tarde, el hijo de esa familia alemana se convierte en un bestial oficial de las SS, motivado por su ambiciosa esposa. Los pobres judíos, familiares del doctor, son enviados a un campo de concentracion y sus vidas están a merced del oficial SS cuya familia fue ayudada tan generosamente por la del doctor. ¡Casualidades de la vida! Indudablemente, si la versión televisiva es digna de la novela, habrá que visualizarla provisto de media docena de pañuelos. Hemos dicho que «Holocausto» no es un ataque a Alemania, ni siquiera a los Nazis, sino un ataque a toda la Raza Blanca. Si la moda imperante, que ama los eufemismos, prefiere describirlo de otra manera, estamos dispuestos a admitir que no es un ataque a la Raza Blanca (las razas, como se sabe, no existen) sino a «los individuos de pigmenta. ción clara y rasgos caucasianos». Cuando se presentó la serie de televisión ante las pantallas americanas ya se tuvo buen cuidado en precisar que «las escenas descritas en Holocausto sucedieron en Alemania, pero pudieron haber sucedido en cualquier otro lugar civilizado, pudieron haber sucedio aquí, en america». De esta insólita frase parecería deducirse que para perpetrar las escenas descritas en Holocausto es condición sine qua non ser «civilizado»; en otras palabras, la persecución de los judíos sólo puede elevarse a cabo cuando se posee un cierto grado de civilización, toda vez que a los no civlizados, es decir, a los salvajes, por no se sabe qué oscuras afinidades, los judíos les caen muy bien. Pero mejor será no internarse por los senderos de la Lógica, pues esa rama de la Filosofía está reflida con los autores de ese libro fantástico.

En «Holocausto», en efecto, hay para todos. Para los polacos no hay más que alusiones malévolas, incluyendo su antisemitismo, que les llevaba a participar en las persecuciones antijudías (páginas 80 a 84, 188, 352, 356, 357, 379). Los ucranianos no salen mejor parados: «De todas formas, a los ucranianos los judíos les importaban una mierda» (pág. 208). Y los rusos: «Los guerrilleros judíos, en Rusia, siempre se encontraban en movimiento, con el fin de mantenerse fuera del alcance, tanto de los alemanes como de los guerrilleros cristianos (sic) que eran capaces de matar a cualquier guerrillero judío extraviado sin la menor vacilación» (página 250). En la página 353 hay para los lituanos. Y en todo el libro, para los húngaros, los checos, los eslovacos, los letones (que deberían ser, todos, de la SS), los estonianos y, por supuesto, los alemanes.

Si dejamos el terreno étnico y noS adentramos en el religioso, el panorama no varía, pues hay y mucho contra los católicos. Así, por ejemplo, en la página 142 se afirma: «Cuando se descubrió la matanza (por los Nazis) de las personas inservibles, el Vaticano presentó enérgicas protestas a Berlín. Los religiosos anglicanos hicieron oir también sus voces. Mongólicos, cretinos, idiotas e inválidos son también oriaturas de Dios, según hizó constar el clero. Por consiguiente los alemanes decidieron arrinconar el proyecto eutanasia... Pero cuando se gaseó al pueblo jtdío por millones, el honorable clero no formuló protesta alguna. Ni una palabra siquiera. «Como hemos visto en éste párrafo, hay para los católicos, y, de refilón, para los «religiosos anglicanos». Pero en la página 143 se remacha: «Casi todas las iglesias, católicas y protestantes, han optado por apoyar a. los nazis o mostrarse discretamente neutrales», Sólo, a título de excepción y haciendo constar que se trata de una excepción, es decir, de la confirmación de la regla se cita a un sacerdote que se opuso a los nazis en razón de su política racial y fue enviado a Dachau.

Los ingleses no salen mejor parados: «La B.B.C. no ha dicho ni una sóla palabra sobre la suerte corrida por los judíos en Polonia, cuando en cambio sí ha mencionado el fusilamiento de algunos guerrilleros polacos» (página 319). Una pregunta parece imponerse al lector menos advertido: ¿No será que la B.B.C. no dijo nada porque no tenía nada que decir? ¿Es posible que le pasara por alto a la emisora oflcial del Gobierno Británico el pretendido gaseamiento de millones de judíos y no el de unos centenares de guerrilleros polacos? ¿Es lógico que la B.B.C. que dependía del Gabinete de Guerra Inglés desperdiciara un arma propagandística tan importante como era el airear el genocidio de millones de judíos en Polonia?

«Holocausto» es un libelo contra dás de media Humanidad; Porque, a parte los judíos y no todos, como veremos más adelante los restantes grupos étnicos mencionados con presentados como asesinos y dementes. Los judíos son las inocentes víctimas de una Humanidad desquiciada, y no sólo de unos extraviados: «Somos lo que siempre fuimos: víctimas»,(pag. 139). Y ¿porque son victimas? El agudo literato Green nos lo explica a los simples mortales: «Si ansían de forma tan desesperada matamos, seguramente es porque valemos la pena, porque somos valiosos, importantes para el mundo» (página 255). Más adelante (página 359) el Autor se repite, en una exhibicion narcisista que deja boquiabierto al lector ingenuo: «Si tenían unas ansias tan terribles de destruirnos seguramente es porque somos.gente de valía, gente importantb. Incluso es posible que tengamos algo que enseñarle al mundo».

Hemos dicho que la diatriba contra la Humanidad sólo excluye a los judíos, y no a todos. En efecto: en la página 72 se admite que los terribles «kapos» del universo concentracionaiio eran, en gran parte... judíos. «Los nazis sabían cuanto les beneficiaba el enfrentar a los judíos entre sí. Eso explica el sadismo de los kapos». (Página 127). «El jefe de Policía del Ghetto de Varsovia, un judío llamado Karp, quien se había convertido al Catolicismo para ganarse el favor de la SS» (página 187). Es curioso, pero, según «Holocausto», el clero católico que como hemos visto tenía manía a los judíos, consideraba que era más importante la religión de los tales judíos que su pertenencia étnica. La SS gran simpatizante con el Catolicismo consideraba el agua bautismal como antídoto suficiente contra el peligro judío. Esto es nuevo. El señor Green ha contribuido, en la página 187 de la versión española de su genial obra literaria, a esclarecer un punto histórico dudoso. El mundo es malo. Muy malo. Por eso «quiza ya no quedara escondite alguno; que se hubiera ya sellado el destino de los judíos, rechazados por doquier, inseguros por todas partes» (página 121). ¡Pobres judíos, inmersos en una guçrra en cuya provocación ellos no han tenido nada que ver! Una guerra dirigida por degenerados, tarados, canallas. Porque si los jerarcas nazis son descritos como tales, los Aliados no salen mejor parados de la embestida valerosa de la pluma del señor Green. Junto a Goering, «con su toga romana, perfumado, con las uñas de los pies pintadas y las mejillas con rouge. Rosenberg, con una amante judía. Heydrich, medio judío el mismo. Goebbels, escándalo tras escándalo. Himmler, algo turbio por parte de su mujer. Streicher y Kaltenbrunner, delincuentes comunes, aparece Roosevelt, sifilítico, y Churchill, borracho (página 264).

El libelo de «Holocausto» patentiza, una vez más, el desprecio que los sionistas parecen sentir por las facultades mentales de los Goyim (palabra cariñosa con que nos designa el Talmud a los no.judíos y que significa «sementera de animal»: palabreja: que, por cierto, aparece con frecuencia en el libra). Así, pór ejemplo, en la página 362 se dice: «Aquí.(se refiere a Auschwitz) acabamos con doce mil judíos diarios cuando todo está funciánando»... Y esto de los doce mil diarios se repite en las páginas 363, 385 y 420. Pues bien: desde Mayo de 1943 (cuando se afirma que empiezan las ejecuciones masivas en el Este de Europa) hasta febrero de 1945 (cuando los rusos llegaron a Auschwitz) transcurrieron 660 días, que, a doce mil diarios, como se machaca en el libro, representarían 7.920.000, es decir, más ya de los seis millones del Mito clásico, y mucho más que toda la población judía en Europa entonces... Y, eso, ¡sólo en Auschwitz!... por cuanto en Sobibor, por ejemplo, se nos cuenta en la página 393, que gaseaban a otros dos mil diarios, lo que representa la cifra coquetona y suplementaria de 1.320.000. Si a ello añadimos el millón largo que, según los cronistas judíos más modestos fue ga seado en Treblinka, los 383.000 (también cifras mínimas) de Buchenwald, el cuarto de millón a que tras sucesivas rebajas dignas de un puesto feria se ha llegado para Dachau, más los 300.000 de Theresienstadt, mencionados en «Holocausto», y considerando igualmente los sacrificados en Belsen, Mauthausen, Maidanek, Teplice, Dora, Flosenburg, etc, etc, vemos que la cifra de doce millones de judíos asesinados por los nazis se alcanza fácilmente, Y no contamos los muertos en la lucha armada en el Ghetto de Varsovia, ni los judíos muertos en acciones de los guerrilleros, ni tampoco los que fueron alcanzados por los bombardeos de poblaciones civiles por los Aliados.

Decididamente, el Mito jaleado en «Holocausto» es incompatible con la Aritmética. Antes de la guerra había en Europa apenas cinco millones de judíos, aún cuando Hitler sólo pudo tener acceso a dos millones. Dos y medio como máximo. Pero en una moderna actualizaclón del milagro evangélico de los cinco panes y los doce peces, de cinco millones los alemanes mataron a doce millones, y todavía sobraron seiscientos mil para instalarse en Palestina, más los supervivientes que se fueron a otros países y los treinta mil que había en 1948 en Alemania. ¡Admirable!

Se asegura, por otra parte, que el abastecimiento del matadero humano de Auschwitz lo proporcionaban los ghettos orientales, y sobre todo el de Varsovia. «El plan era que los ghettos proporcionaran 6.000 judíos diarios (página 323) aunque en la página 337 se asegura: «En la estación se estaban reuniendo los habituales 7.000». ¿Si mandaban a seis,, o siete mil, cómo se las arreglaban para gasear a doce mil, y sólo en Auschwitz, o catorce mil, si contamos Sobibor, y nos olvidamos de Treblinka y demás «mataderos» humanos de la región? Y para colmo, esta perla:

La pregunta se impone de imnediato: Si pensaban matarlos ¿para qué la enfermería? ¿Para los SS con agujetas, óxhaustos de tanto abrir y cerrar la llave del gas, acaso? Si a los que llegaban enfermos los gaseaban, ¿por qué a los que enfermaban allí les mandaban a la enfermería? Esto es un misterio. Uno de los muchos que pululan por ese libro impar. Pero donde el misterio, el milagro y la magia se dan la mano es en la explicación que el señor Green da sobre la painificación del genocidio. Ya hemos visto, en las páginas precedentes, que la versión oficial pretende que toda la gigantesca operación se concibió, se preparó y se puso en práctica de palabra, y, además, mediante el uso de circunloquios, perífrasis y eufemismos. Esto era, naturalmente, para guardar el secreto. Así se consiguió guardar el secreto mejor guardado de la Historia, pues, de no haber sido así, los servicios de Propaganda de los numerosos países Aliados se hubieran apresurado a airearlo, pues ya es sabido que en las guerras modernas se presenta siempre al adversario como el villano de la película. Este secreto debieron guardarlo desde el Führer hasta el último soldadito raso de la SS, o de la Wehrmacht, encargado de abrir la espita del gas... Zykion B, el letal insecticida. Oscar Wilde decía que un secreto entre tres equivalía a un anuncio en el periódico, pero es que el secreto más aún, el lenguaje secreto, la jerga cifrada empleada por los nazis debieron conocerlo, como mínimo, treinta mil personas. Aunque, al menos para nosotros, donde el milagro resulta más sobrecogedor, es en Ravensbrück. Ravensbrück era un campo de internamiento de mujeres. Según los más moderados exégetas de la literatura concentracionaiia habían, allí, 200.000 mujeres. Aún cuando hubiera una sóla guardiana o funcionaria para cada doscientas internadas judías, la cuenta es sencilla: eran precisas mil. ¡Mil mujeres guardando un secreto durante seis años! ¡Jesucristo bendito! Creemos que, al igual que en Dachau, en Belsen y; por supuesto en Auschwitz, se han puesto placas conmemorativas de los judíos exterminados en el segundo genocidio de la Historia el primero fue el de los piel rojas en América del Norte en Ravensbrück debiera ponerse otra placa con un texto que podría ser el siguiente: «En este lugar, mil abnegadas mujeres guardaron, durante seis años, el secreto de la tortura y el sacrificio de centenares de miles de judías. No dijeron nada durante seis años ni a sus familiares, nl a sus amigas o allegadas. No se lo dijeron a nadie, ni lo mencionaron entre ellas mismas, salvo en lenguaje cifrado. ¡Loor a la discreción, de la mujer alemana! Labor omnia vincit».

«Holocausto» es un libro milagroso. Pues no sólo se relatan milagros aritméticos, milagros filosóficos ¡Ravensbrück! y milagros de mala uva (los ciudadanos polacos aplaudiendo a los tiradores de ¿lite de la SS cada vez que cazaban a un judío agazapado en los tejados del ghetto de Varsovia y caía a la calle, página 379) sino que en la última parte de la obra Finis coronat opus se expone magistralmente el milagro bélico de los resistentes judíos. En efecto, en el Ghetto de Varsovia, afirma el señor Green, cuatrocientos judíos deamboz sexos y de todas las edades se enfrentaron, e hicieron retroceder varias veces, durante casi un mes, a... siete mil Waffen SS. Los judíos disponían de palos, cuchillos, armas cortas compradas a soldados alemanes que se dejaban sobornar (y que cuando llegaban al cuartel suponemos le decían al sargento Muller que se habían olvidado el fusil en el cine) y «cockteles Molotof» de fabricación casera. La resistencia polaca, nos dice el señor Green a los absortos lectores de su obra, tenía armamento en cantidad, pero no se fiaba de los moradores del ghetto y sólo una vez les dió seis fusiles... sin municiones. Siete mil contra cuatrocientos, es decir, diecisiete contra uno. Pero hay más. Los diecisiete, eran soldados de élite, y el judio que se les enfrentaba era, a menudo, una mujer, un anciano o un niño. Pero sigue habiendo más. El judío, o judía que se enfrentaba a diecisiete adversarios de elite, estaba subalimentado desde hacía tres años; al menos eso nos dice el señor Green en su libro. Y aún sigue habiendo más: los diecisiete Waffen SS contaban con el apoyo de los tanques, la artillería y la aviación.

¿No es milagroso todo esto?

A la vista del citado milagro sólo nos queda que lamentar que los judíos no terminaban la guerra mundial en un mes, pues una sencilla regla de tres nos demuestra que si cuatrocientos subalimentados individuos pueden hacer frente a siete mil soldados de elite, los cinco millones de judíos europeos pueden acabar rápidamente con la Wehrmacht, sin necesidad de la inútil ayuda del Tío Sam, ni de John BulI,ni de los «poilus», ni de los «popofs», y aún les sobraría tiempo para trasladarse al Japón en barcos que se comprarían a capitales de la marina mercante que se dejarían sobornar y derrotar a los nipones. ¡Lástima que no se les hubiera ocurrido antes! «Holocausto» es, con todo, un libro muy bien hecho, en su género. Es decir, en el género del libro-mazazo, destinado a lavar el cerebro de las masas. En este sentido está, lo confesamos, plenamente logrado su objetivo. La técnica del lavado de cerebro, o técnica publicitaria, se basa en la repetición obsesiva de un slogan, una frase, a ser posible paradójica, pero de fácil captación para todos. Esa frase se incrustará en el cerebro del Hombre-Masa, subproducto deshumanizado de la moderna sociedad, ser de «ideas» simples y «necesidades» complicadas. Estas «necesidades» le han sido vendidas por la Producción y aquellas «ideas» por el Consumo. El consumismo necesita individuos que no analicen; individuos fáciles, que no hagan preguntas. Individuos que piensen o se imaginen pensar lo que les ha sido introducido, a presión, en sus cerebros. ¿Qué puede hacer un libro, que se limita a señalar flagrantes exageraciones, cuando no puras contraverdades, ante la inundación de libros de grandes tiradas, jaleados por Prensa, Radio y Televisión de todo el mundo? ¿Qué puede hacer nadie ante este desbordamiento aplastante de mentiras, repelidas ad nauseam millones y millones de veces por los mass media y los políticos venales encumbrados por ella? Muy poco, a parte dar testimonio de la Verdad que, aunque a muy pocos importe en esta sombría época, siempre será eso: la Verdad. La Verdad que no sabe de más «Holocaustos» que los comprobados por la Historia e ignora los inventados por una propaganda interesada.

En interes de esa Verdad, por imperativo moral, y en interes de toda la Humanidad, incluyendo los judíos no comprometidos con el Sionismo, posibles victimas inocentes de una reacción visceral ante tantas provocaciones como se vienen sucediendo en los últimos siete lustros, hemos escrito las paginas que acabar de leer, lector amigo. El «Holocausto» puede tener mil caras, desde las exageraciones ditirámbicas de Steiner en. su «Treblinka» hasta la falsa moderación del señor Green. Pero la Verdad sólo puede tener una.



NOTAS

1 [Falta]

2 Id., Vol I pag, 642.

3 Id., Vol I, pag, 62.

4 Id., Vol. III, pag. 83.

5 Id., Vol. III, pag. 83-84.

6 Inter Arma Caritas, pág. 88

7 Inter Arma Caritas, pág. 79.

8 «Rapport del C.I.C.R». Vol. I. Pág. 204.

9 Id., Vol. III. p. 594.

10 Rapport del C.I.C.R. Vol I, cap. 3-1.

11 Capturado por los comunistas checos fue «interrogado» en la prisión de Bratislava, donde, en Noviembre de 1946 firmó unas «confesiones» al estilo soviético, incriminandose a si mismo y a numerosos jerarcas nazis. Estas confesiones están, insólitamente, escritas en inglés y hablan de que la ocupación de Polonia incrementó en tres millones la cifra de judíos bajo control nazi tesis comunista tiempo ha refutada lo que da un indicio clarísimo de la identidad de los autores de su «confesión» (N.del A.)

12 Rapport del C.I.C.R., Vol. I, pág. 646.

13 Id., p. 645.

14 Id., p. 648.

15 Id., p. 649.

16 William L. Shirer: «The Rise and Fall of the Third Reich».

17 Gerald Reitlinger: «The Final Solution», pág. 497.

18 Arthur R. Butz: «The Hoax of the Twentieth Century».

19 Si suponemos en valores comparativos de tiempo de guerra que un camión valía dos millones de pesetas, cada judío salía a unas 50.000 ptas.¡Una ganga!. (N.del A.)

20 Entre otros, el francés Bordiot, el rumano Romanescu, el húngaro Marschalsko y el inglés Creagh-Scott. (N. del A.)

21 «New York Times», 12-8-1972.

22 David Rousset: «The Other Kingdom».

23 Jean-Paul Renard, «Chaînes et Lumières».

24 Denise Dufournier: «Ravensbruck, the Women's Camp of Death».

25 Charlotte Bormann: «Die Gestapo Lasst Bitten».

26 También fué expulsada del Partido Comunista su correligionaria Margarete Buber, por haber osado escribir («Under Two Dictators») que los campos de concentración alemanes reunían mucho mejores condiciones que los soviéticos. La Buber estuvo, en tiempo de paz, internada en un campo soviético acusada de «trotzkysmo».

27 Philip Friedman «This was Auschwitz: The Story of a Murder Camp»; Eugene Kogon: «The Theory and Practice of Hell».

28 «La Terre Retrouvée», 15-XII-1966.

29 «Actes et documents du Saint Siége relatifs à la Seconde Guerre Mondiale». Editado por Robert A. Graham, S.J.

30 Aproximadamente un ocho por ciento de los judíos italianos y croatas es de confesión católica. (N. del A.)

31 Robert A. Graham: Id.

32 Anthony E. Rhodes: «The Vatican in the Age of the Dictators».

33 A veces de acuerdo con su política de fomentar la emigración de los judíos de Europa lo que se presentó como un arriesgado salvamento no fué más que la puesta en práctica de los designios del Reich a través del Vaticano, independientemente de la voluntad de éste. (N. del A.)

34 Citemos, de paso, que la Iglesia Católica ha condenado, no en cuestiones de detalle, como era el caso de la «Mit Brennender Sorge», sino en su totalidad, todos los sistemas de gobierno que existen en el mundo, o han existido. El Liberalismo (es decir, la Democracia Parlamentaria), el Marxismo (Socialismo y Comunismo), la Monarquía Absoluta, el Capitalismo, etc. La Iglesia, que tuvo excomulgado al Rey de Italia hasta 1929, no adoptó tal medida con el supuesto genocida Hitler... ella que había excomulgado a Napoleón, a Bismarck, a un par de docenas de reyes ingleses, a Carlos V y... a los Reyes Católicos (dos veces). (N. del A.)

35 Si algún ministro de la Iglesia tuvo problemas con la Gestapo, fue a titulo personal y privado y en razón de sus actividades políticas, no de su ministerio. (N. del A.)

36 Samuel Waagenaar: «The Pope' s Jews».

37 Actes et Documents du Saint-Siége relatifs à la Seconde Guerre Mondiale, Editado por Robert A. Graham, de la Sociedad de Jesús, con Imprimatur de la Secretaría de Estado del Vaticano.

38 Id., t. IX.

39 Id., t. IX.

40 «Jewish Sentinel» (Centinela Judío), Chicago, 30-III-1978.

41 Josef G. Burg. «Suendenböcke» (Chivos expiatorios), pág. 74.

42 Id., pág. 237

43 Id., p. 238.

44 Id., p. 233.

45 Id., p. 220.

46 Josef G. Burg: «Schuld und Schicksal», pág. 123.

47 Idem, p. 223.

48 Articulo en la revista «Common Sense», Union, N.J., 15-1V-1967.

49 [Falta].

50 [Falta].

51 [Falta].

52 Charles Lindbergh: «War Memories».

53 J. M. Spaight: «Bombing Vindicated».

54 David Irving: «Dresde».

55 Sobre este tema de los neurogases es recomendable la lectura de «Armas Secretas Alemanas», de Briand J. Ford.

56 Dos poblados árabes de Palestina, en las que los partisanos de la «Haganah» judía asesinaron a todos los habitantes desarmados, incluyendo ancianos, mujeres y niños. (N. del A.)

57 Theodor Herzl: «A Jewish State».

58 «Das Parlament», Bonn, 4-XI-1972.

59 «U.S. News and Wold. Report», XII-1964.

60 «U.S. News & Wold Report, Enero 1965.

61 Los propios judíos se han enorgullecido de su labor de sabotaje. Por ejemplo, en el campo de Dora, donde se fabricaban las V-2, los judíos sabotearon su puesta a punto, de manera que un buen porcentaje de las mimas quedaron inutilizadas. En Sachsenhausen la dirección del campo debió solicitar, la ayuda de la Gestapo ante la magnitud de los sabotajes en la fabricación de motores Heinkel. («Impossible Oubli», Paris, 1970).

62 En toda la Historia del Derecho, esta fué la primera vez que un acusado fué declarado culpable de un número indeterminado de crímenes. Incluso en los procesos contra las «brujas» en la Baja Edad Media se debía especificar, obligatoriamente, cantidad y calidad de los delitos imputados. Normalmente, el Juez del Proceso de Jerusalén debiera haber sido revocado, y el juicio anulado y repetido con otro juez, que se ajustara a derecho (N. del A.)

63 William Shirer: «Rise and Fall of the III Reich».

64 Publicado en la Revista «The Broom», de San Diego, California,el 11 de mayo de 1952.


[ 1 ] [ 2 ] [ 3 ]



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