El último informe de AP sobre Camp David, emitido en
la tarde del 25 de julio, empieza diciendo: «Las negociaciones
para obtener la paz en Oriente Medio, celebradas en Camp David,
se interrumpieron el jueves a causa de las
desavenencias sobre los derechos de ocupación del este
de Jerusalén. El presidente Clinton declaró, decepcionado,
que intentó enfocar el asunto desde distintos puntos de
vista pero no logró dar con la forma de alcanzar un acuerdo».
Clinton expresó su esperanza de que el proceso tuviera
como resultado una solución para el problema del este de
Jerusalén, y por ende, la superación del principal
asunto sin resolver.
Para entender lo que está ocurriendo es conveniente
dar unos pasos atrás y observar lo ocurrido desde una
perspectiva más amplia.
En cualquier estudio del denominado «proceso de paz»,
sea el de Camp David o cualquier otro, se debe tener en
cuenta el significado táctico de este término: por
definición, el «proceso de paz» es cualquier
objetivo que tenga el
gobierno estadounidense.
Si se entiende este principio, se puede entender que los innegables
esfuerzos por minar la paz llevados a cabo por
Washington puedan considerarse un proceso de paz. A título
de ejemplo, en enero de 1988 la prensa habló del «viaje
por la paz» a Centroamérica de George Shultz, secretario
de estado estadounidense, con el titular Shultz planea un
viaje por la paz a los países latinos. El subtítulo
explicaba el objetivo: «La misión sería un
intento desesperado por
aplacar la oposición a la ayuda a la Contra». Los
funcionarios gubernamentales añadían que la «misión
de paz» era
«la única manera de salvar» la ayuda a la Contra,
a la vista de la «creciente oposición del congreso
de EE.UU».
El momento en que ocurren los hechos es importante. En agosto
de 1987, con una fuerte oposición de EE.UU., los
presidentes de los países centroamericanos habían
alcanzado un acuerdo de paz para resolver los conflictos de la
zona: los acuerdos de Esquípulas. Estados Unidos se apresuró
a sabotearlos, y en enero ya lo había conseguido
sobradamente. Había logrado excluir el único «elemento
indispensable» citado en los acuerdos: que cesara el apoyo
estadounidense a la Contra. (Los vuelos de suministros de la CIA
se triplicaron al instante, y se incrementó el
terrorismo de la Contra.) Washington también eliminó
el segundo principio básico de los acuerdos: que se respetaran
los Derechos Humanos, tanto en los países aliados de los
EE.UU. como en Nicaragua (por decisión de EE.UU., sólo
se debían aplicar en Nicaragua). Por añadidura,
el gobierno de Washington consiguió poner fin a la denostada
supervisión internacional, que había cometido el
delito de describir de forma fidedigna lo que había ocurrido
desde
que se adoptó el plan en agosto. Para consternación
del gobierno de Reagan, Nicaragua aceptó de todas formas
la
versión de los de los acuerdos orquestada por el poder
estadounidense, lo que condujo a la «misión de paz»
de
Shultz, emprendida con la finalidad de promover el «proceso
de paz» para evitar la marcha atrás en el proceso
de
desguace.
En resumen, la «misión de paz» fue un «intento
desesperado» por bloquear la paz y conseguir que el congreso
estadounidense apoyara el «uso ilegítimo de la fuerza»
que el Tribunal Internacional había condenado recientemente.
El «proceso de paz» de Oriente Medio ha seguido
una trayectoria similar, aunque más drástica. Desde
1971, los
EE.UU. han sido, prácticamente, los únicos contendientes
en la batalla por obstaculizar un acuerdo diplomático sobre
el conflicto entre Israel y Palestina; el «proceso de paz»
es el registro de estos acontecimientos. Para repasar
brevemente los datos básicos, en noviembre de 1967, a instancias
de los Estados Unidos, el Consejo de Seguridad
de la ONU aprobó la resolución 242 sobre la «tierra
para la paz». Como entendían explícitamente
el gobierno de
EE.UU. y los demás países firmantes, esta resolución
solicitaba el restablecimiento de las fronteras anteriores a junio
de 1967, aunque estaba abierto a los pequeños ajustes por
mutuo acuerdo, sin ofrecer nada a los palestinos.
Cuando Sadat, el presidente de Egipto, aceptó la postura
oficial estadounidense en febrero de 1971, Washington
reformuló la resolución 242 de la ONU para establecer
la retirada parcial por parte de Israel, en las condiciones
acordadas por Israel y EE.UU. Esta revisión unilateral
es lo que se denomina actualmente «tierra para la paz»,
un
reflejo de la supremacía estadounidense en lo relativo
a la doctrina y la ideología.
El informe de AP antes mencionado sobre la ruptura de las negociaciones
de Camp David indica que la última
declaración oficial, «por deferencia a Arafat»,
decía que «la única forma de alcanzar la paz
consiste en acatar las
resoluciones adoptadas por el Consejo de Seguridad de la ONU tras
las guerras de Oriente Medio, en 1967 y 1973.
En ellas se insta a Israel a devolver el territorio conquistado
a los árabes a cambio de la seguridad de las fronteras».
La resolución de 1967 es la 242, en la que se insta a Israel
a retirarse, con cierto margen para cambios de poca
entidad pactados por acuerdo mutuo; la resolución de 1973
se limita a refrendar la 242 sin cambios. Pero el
significado de la resolución 242 se ha modificado drásticamente
desde febrero de 1971, en aplicación de las pautas
de Washington.
Sadat advirtió de que el rechazo a la resolución
242 de la ONU por parte de los EE.UU. e Israel conduciría
a la guerra.
Ninguno de los dos países se lo tomó en serio, basándose
en principios notablemente triunfalistas y racistas, que
más adelante fueron denunciados en Israel. Egipto fue a
la guerra en octubre de 1973, lo que estuvo a punto de
resultar en un desastre para Israel y el resto del mundo, ya que
las probabilidades de un conflicto nuclear eran
considerables. La guerra de 1973 dejó claro incluso a Henry
Kissinger que Egipto no era un simple caso perdido que
se pudiera pasar por alto, de modo que Washington recurrió
a la estrategia de emergencia: excluir a Egipto del
conflicto de forma que Israel, cada vez con más apoyo estadounidense,
pudiera integrar los territorios ocupados y
atacar el Líbano. Éste fue el resultado de las negociaciones
celebradas en Camp David en 1978, que desde entonces
se consideran el punto culminante del «proceso de paz».
Mientras tanto, los EE.UU. vetaron las resoluciones del Consejo
de Seguridad en las que se instaba a alcanzar un
acuerdo diplomático que cumpliera lo dispuesto en la resolución
242 e incluyera además los derechos de Palestina.
También vetaron (junto con Israel y, en ocasiones, otros
estados aliados) en años sucesivos las resoluciones
similares de la Asamblea general, y en años consecutivos
siguieron obstaculizando todos los esfuerzos por alcanzar
una solución pacífica del conflicto iniciados por
Europa, los países árabes y la OLP. Este rechazo
sistemático de un
acuerdo diplomático es el «proceso de paz».
Los medios de comunicación acallaron hace años los
hechos
concretos, excluidos también de todos los estudios, pero
no son demasiado difíciles de indagar.
Después de la guerra del Golfo, los EE.UU. estaban por
fin en posición de imponer su oposición unilateral,
cosa que
hicieron primero en Madrid, a finales de 1991, y después
en sucesivos acuerdos entre Israel y la OLP, a partir de 1993.
Con estas medidas, el «proceso de paz» ha evolucionado
hacia los arreglos bantusianos que pretendían EE.UU. e
Israel, como podría haber observado cualquier persona perceptiva,
y como resulta evidente en los registros de
documentación y, sobre todo, en los registros efectuados
sobre el terreno. Esto nos devuelve al estado actual de las
cosas: Camp David, julio del 2000.
A lo largo de las semanas de deliberaciones, se informaba con
regularidad de que Jerusalén era el obstáculo
principal. El informe final confirma esta conclusión, que
no es errónea pero sí incompleta. Se han planteado
soluciones «creativas» para permitir cierta autoridad
simbólica de Palestina en Jerusalén, o Al Quds,
como se conoce
esta ciudad en árabe. Estas propuestas incluyen la jurisdicción
palestina de los barrios árabes (lo que Israel debería
reconocer que corresponde a sus intereses), algún acuerdo
para los lugares de peregrinación islámicos y cristianos
y
la instauración de la capital de Palestina en la localidad
de Abu Dis, cercana a Jerusalén, que con un poco de manga
ancha podría pasar a llamarse «Al Quds». Habría
sido posible llegar a un acuerdo de estas características,
y puede
que la posibilidad siga abierta. Pero surge un problema en cuanto
se plantea una pregunta básica: «¿Qué
es
Jerusalén?».
Cuando Israel conquistó la orilla oeste del Jordán
(Cisjordania), en junio de 1967, se anexionó Jerusalén
sin
demasiados formulismos; por ejemplo, se ha sabido hace poco que
la destrucción del barrio árabe de Mugrabi,
cercano al Muro de las lamentaciones, que tuvo lugar el 10 de
junio, se efectuó con tanta precipitación que un
número
indeterminado de palestinos quedaron sepultados en las ruinas
que dejaron las excavadoras.
Israel se apresuró a triplicar la extensión del
término municipal de Jerusalén. Los subsiguientes
programas de
desarrollo, promovidos con pocas variaciones por todos los gobiernos,
estaban encaminados a ampliar más aún los
límites de la «gran Jerusalén». Los
mapas israelíes actuales demuestran con suficiente claridad
en qué consiste el
plan básicamente. Ha'aretz, el principal periódico
israelí, publicó el 28 de junio un mapa en el que
se detallaba «la
propuesta de Israel para el asentamiento definitivo», prácticamente
idéntico al «mapa final» presentado un mes
antes. El territorio que se pretende anexionar alrededor de la
Jerusalén ampliada se extiende en todas las
direcciones. Hacia el norte, llega más allá de Ramalá,
y hacia el sur llega mucho más allá de Belén.
Los dos
municipios mencionados, que son las dos principales ciudades palestinas
de la zona, quedarían bajo el control de
los palestinos, pero dentro del territorio israelí, y en
el caso de Ramalá, separada del territorio palestino por
el este. Al
igual que todo el territorio palestino, las dos ciudades se encuentran
separadas de Jerusalén, centro neurálgico de
Cisjordania, por territorio anexionado a Israel. Al este, el terreno
que se pretende anexionar incluye Ma'ale Adumim,
una ciudad israelí en rápida expansión, y
se extiende hasta Vered Jericó, un pequeño asentamiento
cercano a la
ciudad de Jericó. Esta «protuberancia geográfica»
llega hasta la frontera con Jordania, cuya extensión se
anexionará a
Israel junto con la protuberancia de Jerusalén, que divide
Cisjordania. Otra protuberancia que se anexionará más
al
norte impone, en la práctica, una segunda división.
Los proyectos intensivos de construcción y asentamiento
llevados a cabo durante los últimos años están
encaminados a «crear hechos» que conducirán
a este «asentamiento definitivo». Ésta ha sido,
claramente, la
intención de los sucesivos gobiernos desde el primer Acuerdo
de Oslo, firmado en septiembre de 1993. Al contrario
de lo que se ha comentado, los supuestos conciliadores (Rabin,
Peres, Barak) han estado tan comprometidos con
este proyecto como el tan denostado Binyamín Netanyahu,
aunque estos primeros lograron avanzar en el proyecto sin
suscitar tantas protestas; es algo que también conocemos
en los EE.UU. En febrero de este año, la prensa israelí
informaba de que el número de edificaciones iniciadas había
aumentado casi en un tercio desde 1998 (Netanyahu)
hasta el año actual (Barak). Un análisis efectuado
por Nadav Shragai, corresponsal en Israel, revela que sólo
una
mínima parte de las tierras asignadas a los asentamientos
se emplea en realidad para la agricultura u otros fines
similares. Por ejemplo, la extensión de las tierras asignadas
a Ma'ale Adumim es dieciséis veces mayor que la zona
utilizada, y esta proporción no difieren mucho de la de
otros lugares. Palestina ha presentado al Tribunal Supremo de
Israel solicitudes de detención de la expansión
de Ma'ale Adumim, pero han sido rechazadas. El pasado noviembre,
un juez del Supremo explicaba el rechazo de una apelación
alegando que «los residentes de las aldeas circundantes
[palestinas] pueden beneficiarse del desarrollo económico
y cultural de Ma'ale Adumim», lo que en la práctica
equivale
a la división de Cisjordania.
Estos proyectos se han llevado a cabo a expensas de los contribuyentes
estadounidenses, por medio de una serie de
estratagemas «creativas» encaminadas a vencer el obstáculo
de que, oficialmente, está vetada la ayuda de EE.UU.
con estos fines.
El objetivo perseguido, a la larga, es un estado palestino
compuesto de cuatro provincias en Cisjordania: Jericó,
la
provincia del sur (que llegaría hasta Abu Dis, la «nueva
Jerusalén» árabe) una provincia del norte
que incluiría las
ciudades palestinas de Nablús, Jenín y Tulkarm y
una provincia central que incluiría Ramalá. Estas
provincias están
completamente rodeadas por territorio que se pretende anexionar
a Israel. Las zonas con concentración de población
palestina estarán bajo la jurisdicción del gobierno
palestino, una adaptación del típico modelo colonialista
que resulta
la única solución viable en lo que respecta a Israel
y los EE.UU. Los planes para la franja de Gaza, una quinta
provincia, siguen en el aire: Israel puede entregarla o puede
retener la zona costera del sur y otra protuberancia que,
en la práctica, dividiría la franja por debajo de
la ciudad de Gaza.
Estos planes son coherentes con las propuestas presentadas
desde 1968, cuando Israel adoptó el «plan Allon»,
que
no se ha presentado oficialmente pero, al parecer, consiste en
la incorporación a Israel de un 40% de Cisjordania,
aproximadamente. Desde entonces han presentado planes concretos,
entre otros, el general ultraderechista Sharon y
el Partido Laborista. Estas propuestas son relativamente parecidas
en el planteamiento y en los métodos. El principio
básico es el siguiente: el territorio útil de Cisjordania
y los recursos críticos, sobre todo el agua, permanecerán
bajo el
control de Israel, pero la población estará controlada
por un régimen adscrito palestino, del que se espera que
sea
corrupto, bárbaro y obediente. De este modo, las provincias
administradas por Palestina podrán proporcionar mano
de obra barata y fácil de explotar a la economía
israelí. A la larga, la población podrá «trasladarse»
a otros lugares de
una forma u otra, con tal de que se cumplan las antiguas esperanzas.
Es posible imaginar ardides «creativos» para hacer
los últimos retoques en los asuntos relacionados con los
lugares
de peregrinación y la administración de los barrios
palestinos de Jerusalén, pero no es aquí donde radican
los
problemas fundamentales. No está claro que puedan resolverse
de forma razonable dentro del esquema de las
naciones-estado impuesto en gran parte del mundo por la conquista
y la dominación de Occidente. Este esquema ha
tenido consecuencias gravísimas durante siglos, incluso
dentro de Europa, por no mencionar los efectos que se
siguen apreciando en la actualidad.
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Título original: Peace process prospects, Origen:
ZNet, 27 de julio de 2000
Traducido por Natalia Cervera para La Insignia