'O estáis conmigo o estáis con Bin Laden', grita
Bush mientras se prepara para castigar a Afganistán, talibán,
no talibán y pueblo
incluidos. Conozco el chantaje. No lo admito. No tomo partido
por Bush y dejo que los necios deduzcan que estoy con Bin Laden.
Me
gustaría reflexionar sobre lo que ha sucedido, sobre lo
que puede suceder y sobre lo que hay que hacer.
El 11 de septiembre no estalló una guerra. Las guerras
comprometen a las naciones. Fue un acto terrorista y posee todos
sus
elementos característicos: la prioridad que se ha dado
al símbolo, el golpe inesperado, la mano oculta, el cruce
homicidio-suicidio,
destinados a multiplicar el pánico. No todos los atentados
de la historia son terroristas, pero éste sí: quien
lo hizo conocía el blanco, las
debilidades de su dominio desde el cielo, la segura amplificación
de los medios de comunicación. Gracias a ellos, las Torres
Gemelas
han caído no una sino diez mil veces en las pantallas,
ayudando a gritar 'es una guerra' y llamando a la guerra. Seguramente
los
terroristas lo habían tenido en cuenta.
No ha sido el apocalipsis. No en la acepción ingenua
de devastación enorme: en los últimos diez años
se han sucedido devastaciones
más violentas. Pero no hemos definido como apocalipsis
el de los 150.000 degollados en Argelia, el de los 700.000 tutsis
asesinados
por los hutus, el de las 300.000 personas asesinadas en Irak durante
la operación Tormenta del Desierto y el medio millón
de niños que
mueren, se estima, por el embargo de los medicamentos. Y mucho
menos los 35.000 muertos de Turquía y los 70.000 de India,
en este
mismo año 2001, aunque la especulación no es ajena
a estas catástrofes. Entonces, ¿unas masacres pesan
como montañas y otras
como plumas? Si no es correcto valorar un acontecimiento sólo
por el número de víctimas, tampoco es lícito
valorarlo sólo por el golpe
que se infiere a la idea de sí mismo que tiene aquel a
quien se ha herido, en este caso Estados Unidos. Aún más
siniestro es el recurso
culto del Apocalipsis: enfrentamiento final entre la Bestia y
el Cordero. El Bien somos nosotros y la Bestia son ellos. Así
lo ha dicho
Bush, y ha añadido: 'Dios está con nosotros'.
No ha sido un asalto del Islam contra el cristianismo, como
se dijo en un primer momento (venerable contradicción,
recuerda Bocca).
Después nos retractamos azorados: no es el Islam, sino
el fundamentalismo islámico el que golpea al Occidente
cristiano. Pero el Islam
es un océano y demostrar que tiene sus fundamentalismos
es tan fácil como demostrar los del cristianismo y el judaísmo.
Y, sin
embargo, Ariel Sharon no es 'los judíos', Pío XII
no fue 'los católicos' y ni siquiera el necio Bush es 'los
norteamericanos', aunque hayan
sido líderes designados de estas áreas. Mala polémica,
confusión. En realidad, nada hace pensar que el ataque
a las dos torres sea un
ataque al cristianismo, dudo de que sea un ataque a la democracia,
y desde luego no lo es al mundo de las mercancías y del
comercio
al que nadie se opone en el Islam, ni siquiera los talibán.
Quien haya golpeado ha querido golpear la arrogancia de Estados
Unidos en
Oriente Próximo y poner en apuros a los Estados árabes
aliados. No ha sido una venganza de los pobres. El Islam no habla
de cuestión
social, pero sin esto los pobres sólo pueden hacer un motín.
El ataque a las dos torres es cualquier cosa menos un motín.
No es de los
pobres ni para los pobres la dirección de la Yihad, que
atraviesa todo el Islam sin tener (todavía) un Estado propio
y juega también con
la desesperación, la ignorancia y la opresión de
las masas cuyo consentimiento es necesario para las dictaduras
árabes, obligando a
estas últimas a tirar la piedra y esconder la mano. La
Yihad es obra de potentados políticos y financieros que
conocen el funcionamiento
y los medios de Estados Unidos, y en este sentido, Osama Bin Laden,
saudí, ex agente de la CIA, es un modelo. Procede de una
familia que desde 1940 es el grupo más fuerte de construcciones
y transportes de Arabia Saudí, pero participa en empresas
de
electricidad (en Riad y La Meca, en Chipre y Canadá), de
petróleo, electrónica, importación y exportación,
telecomunicaciones (Nortel y
Motorola) y satélites (Iridium). La familia y Arabia Saudí
despacharon a Osama con 2.000 millones de dólares que él
gestiona en la Bolsa
y en una infinidad de sociedades de su familia en paraísos
fiscales. Y mantiene a las Organizaciones No Gubernamentales islámicas
Relief y Blessed Relief. Éstos son 'ellos', la Bestia contra
la que nos alzamos nosotros, el Bien. Son los que Estados Unidos
creyó utilizar
en Afganistán y en Oriente Próximo y que hoy se
rebelan contra él. Es una lucha por el dominio en esa zona.
No es uno de los
problemas menores de Bush el que los saudíes sean el principal
apoyo financiero de la Yihad, sino el que Arabia Saudí
sea el país más
intrínsecamente ligado a los intereses norteamericanos.
La verdadera pregunta es ¿por qué ahora? Hace
diez años, la Yihad no era tan fuerte y hasta el pasado
11 de septiembre actuaba sólo
en el interior del Islam, como ala ortodoxa contra las 'desviaciones',
y Argelia es el ejemplo más sangriento. Mientras no le
ha tocado,
Occidente no se ha preocupado en absoluto, favoreciendo las relaciones
empresariales, por muy asesinos o fundamentalistas que
fueran los que poseen el gas para Europa, las armas frente a la
Unión Soviética, o los que alimentaron un contencioso
paquistaní
contra la India. No se preocupó cuando en los últimos
años, y a la vista de todos, fundamentalistas de cualquier
procedencia iban a
Afganistán a entrenarse.
Y en cambio se tenía que haber visto cómo la
Yihad asumía grandes proporciones desde que Oriente Próximo
dejó de estar a la vez
paralizado y cubierto por las maniobras de disuasión de
las dos superpotencias y sólo una quedó en el campo,
Estados Unidos, que se
convirtió en parte interesada, en animador y patrocinador
de todos los conflictos del sector, por sus intereses inmediatos
o por falta de
comprensión de los procesos. Ni siquiera el agudo Noam
Chomski recuerda que antes de 1989 habría sido impensable
una guerra del
Golfo. Y que a quien llamó a Estados Unidos a los Emiratos,
hace tiempo que no le agrada que permanezca allí tan pesadamente.
Al
mundo árabe no le agrada que Estados Unidos exija a Irak
que respete las resoluciones de la ONU, pero no se lo exija (y
no haría falta
una guerra) a Israel. La Yihad, en resumidas cuentas, creció
al aproximarse a cualquier visión laica de rescate de esas
poblaciones con
la caída de la URSS y con la alianza a la vez accidental
y leonina entre dirigentes árabes y el Pentágono.
Nacionalismo,
fundamentalismo e intereses muy concretos de algunos y desesperación
de muchos han hecho de la Yihad la mezcla explosiva que es
hoy.Las acciones y reacciones de Estados Unidos han abonado el
terreno de cultivo, igual que lo aumentará la insensata
reacción de
Bush que hará pedazos a muchos en Afganistán, pero
no a Bin Laden, y no se atreverá a invadirlo: los rusos
le han explicado que no lo
conseguiría. Pero bombardeará Kabul a diestro y
siniestro y quizá, según su costumbre, Bagdad. Se
ha equivocado aquel de nosotros
que pensaba que la unificación capitalista hacía
de Estados Unidos un imperio, aunque menos culto del que ya no
le gustaba a Tácito,
pero que habría sido objetivamente asimilador y mediador.
Estados Unidos no es esto. Se mueve de forma todavía más
arrogante que
Francia o Inglaterra, que dividieron con un hacha la región,
y más aún en tiempos que ofrecen a quien se siente
humillado y ofendido
los medios y los conocimientos para desestabilizar a quien le
humilla o le ofende. No ha habido nada más estúpido
que alimentar el
terrorismo y pensar servirse de él. El terrorismo es inexpugnable
y lo seguirá siendo hasta que pierda el consenso en su
propio terreno.
Pero desde luego no lo perderá mientras Bush bombardee
Afganistán. Es más, con esta acción, Estados
Unidos perderá también el
apoyo de los Estados árabes que hasta ahora eran amigos.
La Liga Árabe ya ha empezado. Bush se sumerge en una guerra
en la que
se verá en apuros porque se lo ha prometido a sus conciudadanos,
que en un 92% también la desean, pero no dividirá
a los Estados
árabes y aumentará el potencial de venganza de la
Yihad. La única guerra que puede vencer es en su casa contra
la tan aireada
'sociedad abierta': efecto fatal de las emergencias. Se expone
a que le ataquen de nuevo, a no vencer en ningún sitio
y a perder poco
a poco el consenso que la sacudida del 11 de septiembre le ha
dado. Hay errores sin remedio.
Se da cuenta Europa, que tanto le apoya como se mantiene a
distancia, firma pactos perversos con la OTAN y después
elucubra sobre
el artículo 5, no quiere mandar a los soldados de reemplazo
a las montañas afganas ni complicar las cosas con los musulmanes
que
tiene en casa, ni con el Mediterráneo, donde la Italia
de la segunda república -dicho sea entre paréntesis-
hace todavía menos política
que la primera. Deberíamos darnos cuenta también
nosotros, que nos encontramos de igual modo entre la espada y
la pared, porque
no hay ocasión que no sea buena para intentar masacrar
la poca izquierda que queda. También nosotros tenemos nuestra
parte de
culpa, aunque sólo sea por omisión. Escribe Pintor
que no nos esperábamos lo que ha ocurrido: es verdad. Pero
no es una virtud. Como
Estados Unidos, nos hemos mirado a nosotros mismos y no al mundo,
donde, sin embargo, no había nada oculto. Al cubrirnos
con las
cenizas de los comunismos hemos dejado de mirar a quien estaba
atrapado en condiciones materiales más terribles que las
nuestras.
Tomemos a Palestina: un estado de confusión mental hace
oscilar a la izquierda entre sentido de culpa hacia los judíos
y coletazos de
antisemitismo, y, como ha descubierto Manheimer, nos gustaría
mucho que los palestinos dejaran de agitarse. Tal es el peso del
fracaso
de los socialismos reales que algunos de nosotros nos hemos persuadido
de que no hay nada que hacer, hasta tal punto está el mal
en
el mundo y el mundo es del mal, mientras que otros se han hecho
ilusiones sobre las virtudes revolucionarias de identidades arcaicas,
que nos parecieron dignas de alabanza porque eran antimodernistas
y todas se han encerrado en sí mismas, entre degeneraciones
y
parálisis. Ahora los acontecimientos nos pasan factura
y hay que responder por lo que somos. No somos todos norteamericanos;
yo por
lo menos no lo soy. No aprecio los 'valores' del liberalismo económico
que Estados Unidos impone, me duele el luto de sus ciudadanos,
pero no me gusta que creyeran estar por encima de las consecuencias
de lo que hace su país. Me llamarán antiamericana.
Sí, lo soy, y
me sorprende que duden tanto en serlo muchos amigos que antes
lo eran más que yo. Considero que Estados Unidos está
haciendo
una política imperialista que hiere a otras poblaciones
y que se volverá contra él mismo: soy antiimperialista,
otra palabra que me parece
marcada con el sello del ostracismo.
La verdad es que somos débiles. Pero esto no es una
excusa para decir no. Bush es un loco peligroso, no atacará
a la Yihad, sino a
mucha gente sin culpa, y empujará a Estados Unidos a vivir
asediando al mundo y a ser asediado.
Rossana Rossanda es escritora italiana, cofundadora de Il Manifesto.
El País, 1 de Octubre 2001