Se decía en el siglo pasado que el antisemitismo era el socialismo de los imbéciles. Antes de que empiece el próximo siglo dirán que el antiracismo era , en los años 1980, el socialismo de los cretinos. En Francia los socialistas accedieron al poder en 1981, solamente cuando hubieron prometido que no iban a tocar nada, ni la santísima constitución que organiza la monarquía electiva en nuestro país, ni el armamento nuclear y supuestos planes de aplicación, ni la alianza que nos subordina a los Estados Unidos. Así es como, con las manos atadas, en el mismo momento en que accedían al poder, los socialistas tuvieron que renunciar a cambiar nada en lo social. Conservadores por elección política (o permanecer en la oposición, o llegar al poder sin los medios para cambiar nada), tuvieron necesidad de alguna retórica que pudiera atraer a la juventud que esperaba algo novedoso. Entonces fue cuando el gobierno de Mitterrand inventó el antiracismo; por un lado se recuperaba el viejo anhelo de igualdad y justicia para todos que habían impuesto las luchas obreras, y por otro se disfrazaba los problemas del despojo de las clases pobres por la modernización económica. Por cierto, esos pobres no eran todos extranjeros inmigrados pero todos los emigrantes que venían a Francia en busca de trabajo eran poblres. Al denunciar el racismo como la causa de la desgracia de dichos infelices, el patronato, el estado y las clases pudientes salvaban su responsabilidad, y del escamoteo resultaba que no eran ellos los que hundían en el caos a la gente del tercer mundo a la que habían traído a Europa y a la que ya no necesitaban. Los responsables supuestos eran los franceses, en cuanto masa indiferenciada, del día a la mañana confrontada a la administración de una situación de miseria que ni habían deseado ni implementado. En 1981 partía de Lyon ( del barrio Les Minguettes) un movimiento animado por los hijos de los inmigrantes árabes que sólo exigían que se les facilitara la entrada en la sociedad de consumo que sus padres habían ayudado a edificar. A este movimiento se le dio grandes atenciones, se le recuperó suavemente y se le injertó una cabeza política que procedía de la Unión de los Estudiantes Judíos de Francia. Así fue cómo, a golpe de publicidad y millones, Jacques Attali, Jacques Lang y otros secuaces del gobierno armaron SOS Racismo, que actuó de intermediario y vocero del gobierno en sus relaciones con la juventud. Este es el milagro que convirtió al antiracismo no solamente en discurso estatal oficial, sino además punto de referencia del apoyo a la política de Mitterrand. Poco importaba que dicho antiracismo fuera hueco e incapaz de proporcionar alojamiento o trabajo a una sola familia de inmigrados; lo que importaba es que se podía empezar a acusar de racismo a todo el que escapara o se opusiera a la intimidación miterrandista. Como la derecha, derrotada porque estaba dividida en 1981 y en 1988, no puede volver al poder más que si se reunifica, el antiracismo sirve de elevador entre sus componentes y de medio de chantaje para mantenerla desgarrada durante todo el tiempo que sea posible entre su parte "nacionalista" (y por ello sospechosa de jenofobia) y su parte "republicana" (indiferente a la suerte de los extranjeros pero que se cabrea cuando la tachan de racista).
Ahora bien, la cuerda no daba más, y se terminó por romper. SOS Racisme era un ropaje vacío, y la retórica gubernamental suena hueca. El sentimiento de culpa tiene un límite. Crece en Frente Nacional en todos los grupos electorales. La derecha "clásica" está siendo laminada y se puede pensar que el antiracismo no da para mucho más ni servirá de dique duradero para proteger los privilegios adquiridos por los socialistas. Por esto es por lo que en los años siguientes a algunos intelectuales, preocupados por cumplir su función de perros guardianes del poder, les dio por decir que el antiracismo está en crisis, que hay que inventar otro, algo urgente. Así por ejemplo la revista mensal judía Passages, junto con la Maison des Sciences de l'Homme, y la Ville de Créteil organizaron, del 5 al 7 de junio de 1991, un coloquio internacional sobre el racismo, para tratar de encontrar una nueva fórmula mágica, con Elie Wiesel, Laurent Fabius, y " mejores especialistas del racismo". Ningún inmigrante estaba invitado ya que la suerte real de las víctimas reales del racismo real no interesa casi a nadie. Se trataba de fabricar ideología y para ello era mejor reunir a "especialistas" que no a trabajadores de las fábricas o desempleados. Entre los oradores, se destacaron algunos científicos (Dupré, Barlovatz-Meimon, Lemoigne, Bartelly) por cavar su propia tumba, a la vez que entonaban los virtuosos himnos a la ciencia con lo cual mejor se "al pesacado", como se dice en Francia, o sea con lo que se aturde a nuestra juventud, diciendo que "argumentos científicos vigentes en el siglo XIX y racistas eran débiles por falta de conocimientos. Es decir, que los parámetros escogidos eran malos, pero nuestros predecesores podían ser gente honesta". Dicho de otra manera, la ciencia hasta principios de este siglo era racista, por las razones científicas de aquella época, y ha dejado de serlo hoy por razones igualmente científicas. ¿ Y quién nos dice lo que ha de ser mañana? La realidad es que los científicos demuestran con este tipo de oratoria que son incapaces de deslindar la ciencia de la ideología del momento -- de lo cual toda la historia de las ciencias aporta ejemplos prolongados -- por lo cual serán condenados por las generaciones venideras como condenan a las del pasado, y por las mismas razones. Mencionemos también a Bernard Herzberg, que observa que tanto la constitución como diversas leyes que prohiben la discriminación sobre bases raciales le dan a este concepto la existencia misma que quisieran borrar. Siguieron las inevitables coplas sobre la maldad del nazismo que falleciera hace medio siglo, y Susana Bloch propuso crear en las escuelas asignaturas de moral cívica, vigilar mejor las cavilaciones del alumnado, y crear unos "comités de ética" para controlar la deontología universitaria, precioso programa al cual el ministro de educación actual, el alegremente neoliberal Claude Allègre le está dando cuerpo en estos días, y que fuera aplicado escrupulosamente por los hitlerianos en Alemania. El control del uso que escolares y profesores puedan hacer de internet es la faceta complementaria que un sinnúmero de circulares amenazantes está regando últimamente por toda Francia. ¡Hasta se han señalo casos en que funcionarios celosos mencionan el negacionismo dentro de lo que reprime la ley de 1881 (sic) en cuanto a libertad de expresión!
Nuestra conclusión : El racismo es un absurdo, y es repugnante
porque sólo ha servido para justificar el aplastamiento
de los desamparados. En su testamento político, Hitler
se arrepentía de no haber liberado a los árabes
de la tutela francesa para aumentar sus aliados. Sólo el
prejuicio y las ínfulas se lo impidieron... . El antiracismo
es el doble del racismo.
(julio 1991)
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Une
Allumette sur la banquise, 1993, Annexes, pag. 311-313. Adaptación
: 1999.