Durante la guerra, el señor Maurice Papon pertenecía a la administración. Tenía un puesto importante en la prefectura (gobierno civil) de Gironda, en Burdeos. Como cualquier alto funcionario, firmó órdenes, aplicando directivas dadas por los prefectos, que son quienes representan al gobierno en cada departamento territorial. Los actos de un alto funcionario son pues los del gobierno, por delegación. Hoy le vienen a reprochar el haber firmado la orden de enviar a París, más exactamente a Drancy, un centro de retención en las afueras de París, a unos judíos arrestados en Burdeos. El único reproche que se le hacía a esta gente era el ser judíos. Apoderarse de su persona y meterlos a la fuerza en un tren con destino a París es un crimen indiscutible, una vejación insoportable, contraria al derecho de gentes. Fue cometido por el estado, el cual, en ese momento, se hacía llamar "El estado francés" porque no quería que se le confundiera con la República. Este Estado, su jefe mayor, el mariscal Pétain, y algunos de sus altos responsables fueron juzgados (a toda prisa) y condenados (sin muchos reparos) cuando la Liberación. A esta palabra convendría ponerla entre comillas teniendo en cuenta su fuerte carga ideológica propia de la victoria de los Aliados contra Alemania. Si la condena del régimen de Vichy, después de su derrumbe, no fue más radical, o profunda, o definitiva, se debe a las circunstancias de la época, que sólo los imbéciles y los ignorantes pueden dejar de evocar. La gente que estaba en el poder entre 1944 y 1959 tenía sus razones, buenas o malas, que cada cual podrá enjuiciar a la medida de los valores hipócritas que florecen hoy en día.
Atacar cuarenta o cincuenta años después de los hechos al alto funcionario Papon, quien firmó estas órdenes es a todas luces una negación del derecho. Papon tenía superiores, y estos superiores -prefectos, gabinete, ministros- no han sido perseguidos antes de Papon por estos crímenes, siendo los que, por su puesto más eminente en la jerarquía, tenían la responsabilidad de haber dado las órdenes que Papon transmitía. No las inventó él solo, nadie pretende decir que la política de Vichy en contra de los judíos sería una iniciativa de este único funcionario. Es una denegación de la justicia porque los crímenes, en derecho francés, se encuentran prescriptos después de veinte años. Y que no nos vengan a decir que el caso Papon no había sido examinado cuando la Liberación. En aquel momento se tuvo que defender y alegó que había hecho varios gestos de apoyo a la Resistencia. Comulgar con dios y el diablo todavía no es un crimen contra la humanidad. Además, y esto se suele olvidar hoy en día, se dictaron distintas leyes de amnistía que han extinguido las investigaciones de 1950 en adelante. Estas leyes, vuélvase a decir, tenían su razón de ser política y los moralistas del mundo mierdiático, todos ellos frenéticos partidarios de la matanza de los enemigos oficiales (islamistas, árabes, etc.) no están avalados para aleccionar en el terreno de la reconciliación nacional insoslayable si se acepta la idea de que la nación es el fundamento de nuestra existencia política.
Se esperaba el fin de las guerras coloniales y la amnistía de las atrocidades francesas en Argelia para la reconciliación con el derecho. No obstante, en 1964, Francia hizo lo que no hubiera podido hacer sin caer en ridículo : declaró imprescriptibles los "crímenes contra la humanidad", categoría jurídica ausente del derecho francés. Categoría que ingresó en el nuevo código penal publicado en ...¡1993-94!, donde aparece codificada. La aplicación retroactiva de esta imprescribilidad la instrumentó la magistratura misma que cometió esta estafa como paso previo al jucio a Klaus Barbie. Instituir la retroactividad para una ley es una violación de los Derechos del Hombre y del Ciudadano tal y como fueron definidos por la Declaración de 1789 (artículo VIII : "a nadie se le puede castigar si no es a la luz de una ley establecida y promulgada en fecha anterior al delito"). De modo que el juicio a Papon por sus actividades en cuanto secretario general de la prefectura de Gironda sólo puede tener lugar hoy porque los magistrados cometieron y volverán a cometer las traiciones y denegaciones del derecho más increíbles en este país. Pero ya estamos acostumbrados, y sabemos que aquí los magistrados no suelen mantenerse ni sentados ni de pie, sino echados.
Más adelante, el excelente funcionario que era Papon ascendió notablemente. En el cuerpo prefectoral en primer lugar, por largos años. Sus biógrafos por cuenta de la prensa no fueron a averiguar cuál fue su papel como prefecto de Constantina, en los inicios de la guerra de Argelia. Por allá dejó unos cuantos recuerdos feos. Después le llegó la hora gloriosa en tanto que prefecto de policiía de París. Era él el jefe en ocutubre de 1961. Bajo su mando se hizo venir desde Argelia a los harkis como suplentes de policías. Bestias armadas, estos argelinos al servicio del imperialismo francés aterrorizaban no solamente los barrios de trabajadores extranjeros donde detenían y torturaban al que les daba la gana, sino también en el resto de la ciudad de París.
Ocurrió entonces en París lo imposible de imaginar. Papon había decretado a principios de mes el toque de queda para los trabajadores argelinos, que eran cientos de miles en la región parisina y que vivían en las hoy desaparecidas villas miseria. El Frente de liberación nacional argelino había llevado la guerra al territorio metropolitano. Lo inesperado fue que los cuadros del FLN hicieron salir a la calle, en orden impecable, a la cuasi totalidad de los trabajadores argelinos para protestar contra el toque de queda. Iban los hombres sin armas, y desfilaaban estrictamente, sin violencia, lo cual hacía más impresionante su determinación. Bajo las órdenes del prefecto Papon, los policías parisienses empezaron a disparar. Dispararon con balas reales sin la más mínima provocación. La masa retrocedió, y la policía embistió. Detuvieron a decenas de miles de hombres, que fueron golpeados con largas porras. Centenares de hombres fueron muertos en la noche, en la calle, en las comisarías, en el patio de la Prefectura, muchos cuerpos fueron arrojados al Sena, y la población parisina se mantenía apartada,entre indiferente y hostil, sin la menor solidaridad hacia los que no tenían sino el pellejo par enfrentarse con las metralletas y las porras. En determinados barrios se vieron franceses, gente de la calle, que sacaron de su coche manubrios de hierro (de los que se usaban todavía para arrancar el motor) y se unieron a los policías para golpear a los argelinos que retrocedían ante el asalto. Soy testigo que los franceses, en su inmensa mayoría, estaban de parte de su policía para golpear, torturar y matar a los argelinos que reclamaban su independencia. Papon era el jefe de los ejecutantes. Daba las órdenes directamente, y lleva en las manos la sangre de cientos de asesinatos, pues la paradoja de aquel 17 de octubre era que los arglinos, combatientes y comerciantes, militantes y obreros, estaban desarmados y andaban en silencio. Hubo crimen, un crimen enorme, colectivo, cuya responsabilidad recae enteramente sobre las llamadas por ridículo eufemismo "fuerzas del orden".
La prensa, siguiendo su costumbre servil, apenas reportó sobre estos acontecimientos increíbles. No dejó nunca de mentir sin remilgos durante la guerra de Argelia. Pero Paris no se encuentra en los montes del Atlas, y algo se supo. Yo tenía diez y nueve años y luchaba en el clandestinaje con los argelinos. Pero para el puñado de franceses que prestaban su "apoyo" a la lucha de los argelinos, la orden era no participar en las manifestaciones. Había que mantenerse apartados para seguir siendo eficientes. Me acuerdo de la desesperación que nos invadía a medida que nos íbamos enterando de lo que había ocurrido en los lugares de las matanzas. Lo único que queríamos era tomar las armas, invadir una comisaría y dispararles a todos los policías h.p. Era un deseo entrañable porque estábamos en guerra, nos mataban a los nuestros, había que matarles a ellos. Ese día fue cuando dejé de ser francés. Francia estaba del lado de los asesinos, de los cerdos sanguinarios que mataban en masa a los que se presentaban con la desnudez de su derecho, según la tradición que me habían enseñado en la escuela, la de República y la Resistencia, el derecho a alzarse contra un régimen injusto que pisotea la humanidad. Entendí aquel día que el Estado es la fuerza, es la porra, el fusil que te apunta, detrás de sus demagogias ideológicas, jurídicas, humanistas. Por lo general, el estado disfraza su naturaleza, pero si lo arrinconan, repite lo de aquel mes de octubre de 1961, e igualmente masacraron a nuestros antepasados. Ser servidor del estado es prepararse a compartir la criminalidad. Lo iba viendo al transitar al lado de las manifestaciones, destrozado por las emociones, la sangre, al borde de la locura suicida, la única que habría podido borrar todo eso. Si el defender una causa justa te hacía masacrar por los perros guardianes de la apestosa burguesía francesa, hacía falta morir entre los buenos. Nunca se me olvidó la lección. Tampoco se me olvidaba en junio de 1968. Cuando De Gaulle se marchó a Alemania para ver si podía contar con los soldados que posiblemente vendrían a masacrarnos, yo fui uno de los pocos que dijeron, en el movimiento de mayo del 68, que ya era hora de tomar las armas y prepararnos a morir por la libertad, si éramos gente seria dispuesta a socavar el Estado. Me miraron como a un pobre místico y el orden estatal fue restablecido dos semanas más tarde. Las consecuencias de esta derrota sin combate son aún visibles.
A Papon ni siquiera se le criticó. Al contrario, se le celebró en los corrillos del poder como el que había ganado la "batalla de París" y salvado la república. Menos de un año más tarde, Argelia era independiente, y a la república francesa no le quedaba más remedio que renegar de todas las promesas hechas desde años atrás al ejército, a los pies-negros,a la opinión francesa. Tenía Papon un superior en la jerarquía, el ministro del interior Roger Frey. Roger Frey se murió a principios de septiembre de 1997 y su defunción sólo dio lugar a murmullos de alabanza. Desaparecía un gran estadista. Era también un gran criminal pero nunca tuvo que responder por ello. Por encima de Frey se encontraba el primer ministro, Michel Debré, otro gran criminal de guerra, y encima de ellos, el general De Gaulle. Respaldó los asesinatos masivos, las torturas, los cuerpos arrojados al Sena. Un hombre que había luchado contra Hitler no podía ser malo. Y sin embargo, era plena y totalmente responsable. Yo personalmente, estando donde estaba, con varios compañeros muertos esa misma noche, no veía dónde estaba la diferencia. Ese día dejé de ser francés, ya lo he dicho, y nunca más he vuelto a serlo.
Después, todo aquello fue borrado. No por el olvido y el tiempo irreparable que se nos va. Sino borrado por decisión política. A partir de 1964 el gobierno decidió amnistiar los crímenes cometidos "en relación con los acontecimientos de Argelia". Los crímenes contra el estado cometidos en 1958 para ascender al general De Gaulle a la jefatura del estado ya habían sido amnistiados el 31 de julio de 1959 (ley 59-940). Las leyes de 17 y 18 de junio de 1966 (66-396 y 66-409), completadas por la del 31 de julio de 1968 (68-697) no sólo iban a exculpar a los autores de crímenes y atrocidades varias sino a prohibir concretamente a cualquiera que se mencionara públicamente la responsabilidad de los individuos que, en el marco de sus funciones, habían tenido que dar las órdenes correspondientes. Ahí, de pronto, cualquiera que fuera la extensión de las exacciones y la cantidad de crímenes (cientos de miles de civiles fueron muertos por el ejército francés que buscaba intimidar a los guerrilleros), ya no cabía hablar de crímenes contra la humanidad. Olvidado el juicio de Nuremberg. Las leyes de amnistía suelen emplear el término pudoroso de infracciones para designar los actos que mandan al olvido -jurídico por lo menos- por decisión autoritaria. Los romanos tenían una institución semejante a la que llamaban damnatio memoriae. Pero la aplicaban a los criminales reconocidos. Aquí, ampara al criminal con una inocencia inoxidable. No se puede perseguir a Papon. Estos hechos, infinitamente más sangrientos y criminales que el haber embarcado a una gente en trenes con destino a París, jamás llegarán a los tribunales. La prensa cuando los evoca tampoco los coloca en plano comparable. Así que me corresponde meter la pata y reventar el muro de hipocresía que ronda el mundillo político repugnante que intenta gobernarnos : masacrar árabes o musulmanes no es un crimen contra la humanidad en serio, incluso hay veces que es conveniente para distraerse un poco y organizar prácticas para los reclutas ( lo demuestra Io de Irak) mientras que perjudicar a un judío es un crimen que ningún castigo podrá lavar jamás, por los siglos de los siglos. Es así cómo, en las notas necrológicas de Le Monde, de vez en cuando se publica una recordación de un judío muerto en los años de la guerra, en el infierno de los campos de concentración, y le sigue la mención, evidentemente redactada por la familia: "ni olvido ni perdón". La gente que piensa y escribe estas cosas revelan pues su naturaleza : están llenos de inhumanidad, no han comprendido nada, ni comprenderán jamás lo que es la vida de los hombres y de las sociedades. Están llenos de estupidez y de odio. Por padecer exactamente los mismos sentimientos los israelíes van masacrando a diario, torturando a muerte y encarcelando por vida a genete cuyo crimen es haber vivido en Palestina mucho antes que ellos, antes de que a algunos judíos se les ocurriese venir, fusil en manos, a despojarlos en nombre de borrosas teorías.
A estos inhumanos convendría olvidar y perdonar. Debería dejárseles reventar entre sus rabietas y mezquindades, y sus pobres ambiciones de recuperar monedas.
Para mí y para algunos más, había una exigencia de justicia. Algún tiempo después de la matanza de octubre de 1961, la dirección argelina en Francia decidió ajustar cuentas con Papon. No sé exactamente si se trataba de secuestrarlo para formarle juicio en el extranjero o si bastaba con liquidarlo. En todo caso se nos pidió que no le perdiéramos pie ni pisada al que seguía siendo prefecto de policía. Así que durante unos meses, fue vigilado constantemente por un grupo de chicos y chicas que habían elegido el apoyo a la causa argelina. Acudía discretamente a ciertas direcciones privadas. Primero se nos ocurrió que tendría amantes, mas luego concluimos que eran lugares de encuentro entre Papon, el brazo del estado, y los paramilitares, espías, matones y más individuos de horca y cuchillo a los que el estado de De Gaulle mantenía para ejecutar los trabajos sucios.
Un instructor del FLN nos había entregado una metralleta y nos había mostrado cómo manejarla. Creo que ya teníamos datos suficientes sobre las costumbres y desplazamientos de nuestro objetivo para matarlo cómodamente. Pero éramos militantes disciplinados y esperábamos la orden política de actuar. Nunca llegó la orden. Las negociaciones de Evian avanzaban y los argelinos pensaron lógicamente que no era útil en ese momento mandar a matar a uno de los grandes criminales franceses que era una figura del estado gaullista. Incluso renunciaron entonces, cuando todavía la sangre estaba humeante y muchos seguían presos, a entablar el juicio de la colonización, el de los crímenes de guerra y de los crímenes de la represión porque consideraron que la independencia era el objetivo supremo, la cuasa por la cual tantos se habían sacrificado, y que sería útil, en lo adelante, mantener buenas relaciones con Francia. De modo que escogieron el olvido y el perdón. Y puedo dar testimonio de ello pues estuve en Argelia pocas semanas después de la independencia y fui recibido como amigo dondequiera, en las familias, los pueblos, en Argel que despertaba de la pesadilla del terrorismo de la OAS. Nunca un argelino hubiera tenido una palabra de insulto o de reproche para los franceses que se marchaban tras ciento treinta años de ocupación brutal, racista y oscurantista. Digo que esta gente cuyo humanismo se arraiga en el islam son humanamente mil veces superiores a los horrendos y mezquinos abanderados del "ni olvido ni perdón".
Yo no maté a Papon. ¿Acaso lo hubiera hecho? En aquél momento no hubiera sentido la menor turbación moral. Estábamos en guerra. El gobierno de la época manifestaba su voluntad de enviar a gente como yo a Argelia. En esa guerra, se estaba de un lado o del otro pues no era posible abstenerse, salvo desertando. Así por lo menos era como yo razonaba y todos los que estaban comprometidos en el problema (es decir casi todos los jóvenes franceses sin hablar de la totalidad de los argelinos) pensaban lo mismo.Hoy día rindo homenaje a la sabiduría de los argelinos. No procuraron la venganza por la venganza. Dejaron que el pasado enterrara el pasado. a pesar de los expedientes aterradores y ya reunidos por aquella fecha, se volvieron hacia el porvenir. Ahí desgraciadamente no demostraron igual cordura. En cuanto a mí, la casualidad hizo que no me volviera un asesino (o cómplice, lo cual da lo mismo). Creo que lo hubiera lamentado. He aprendido y comprendido, un poco más tarde, poco a poco, que no tenemos derecho a apoderarnos de la vida humana. Y al viejo y repugnante Papon le dan alcance ciertos crímenes anteriores que, aún cuando están prescriptos, serán juzgados para darle el gusto a la comunidad de los eternos perseguidos perseguidores. Mala suerte para él. Mala suerte para ellos, que van a aparecer una vez más como ilégítimos directores de opinión. El que mandó a matar a sangre fría, el que se salvó de la justicia expeditiva en 1962, ahora disfrutará la persecución fundada a su vez en la denegación de la justicia. Esta gente lo tiene todo para entenderse, están cortados del mismo paño. No triunfará la justicia a base de estos vomitivos regateos. Hubiera sido justa la bala en la cabeza, como en octubre en París. Lo más arduo queda por reconocer: un mundo sin justicia, es decir el mundo real, sin salvador ni mesías, es preferible al fin y al cabo al mundo soñado por la atroz inhumanidad de los justicieros que sólo se defienden a sí mismos.
19 9 1997