I/ cap. 2
I/ cap. 3
El 30 de junio de 1937, Buchenwald no era más que lo que indica su nombre: un bosque de hayas, un lugar asentado sobre una colina de las estribaciones del Harz, a nueve kilómetros de Weimar. Se ascendía allí por un sendero rocoso y serpenteado. Un día, llegaron unos hombres en coche hasta el pie de la colina. Subieron a pie a la cumbre, como en una excursión. Inspeccionaron minuciosamente el lugar. Uno de ellos señaló un calvario, y después se marcharon tras tomar un buen desayuno al pasar de nuevo por Weimar.
-- Unser Fürher wird zufrieden sein (1) - declararon.
Algún tiempo después llegaron
otros. Estaban encadenados de cinco en cinco y formaban un destacamento
de cien unidades, rodeado por una veintena de la S.S., con el
arma empuñada; ya no había más sitio en las
prisiones alemanas. Treparon como pudieron por el sendero, entre
insultos y golpes. Al llegar extenuados a la cumbre, fueron enviados
al trabajo sin transición. Un grupo de cincuenta montó
las tiendas para la S.S., mientras el otro colocaba un círculo
de alambradas de tres líneas de altura y unos cien metros
de radio. Esto es todo lo que pudo hacerse el primer día.
Se comió de prisa, y casi sin parar el trabajo, un ligero
bocadillo y, por la noche, muy tarde, se durmió en el mismo
suelo, enrollado en una manta delgada. Al día siguiente,
el primer grupo de cincuenta descargó durante toda la jornada
materiales de
[66] construcción, y unas piezas de madera para barracones,
que lograban llevar hasta la mitad de la colina unos pesados tractores;
desde allí hasta la cumbre, al interior de las alambradas,
se los subió cargados a la espalda. El segundo grupo, derribó
árboles para hacer un claro. Este día no se comió
pues sólo se habían tomado provisiones para una
jornada, pero por la noche se durmió mejor, al abrigo de
los ramajes y entre la espesura de las pilas de tablas.
A partir del tercer día, las piezas de los barracones empezaron a llegar a un ritmo acelerado y a acumularse en medio de la pendiente. Junto a ellas se encontraban unas baterías de cocina, numerosos trajes rayados, herramientas y algunos víveres. La S.S. hizo saber en su informe diario que con cien hombres no lograrían descargar a medida que fuese llegando el material; se le envió otros más. Los víveres resultaban insuficientes. Al finalizar la semana, discutieron unos cincuenta de la S.S. con un millar de detenidos a los que no sabían dónde alojar por la noche, a los que apenas podían alimentar y en medio de los cuales estaban desbordados en la organización del trabajo. Habían formado varios grupos o comandos y a cada uno le habían asignado una tarea específica: primero la cocina de la S.S. y el mantenimiento de su campo, luego la cocina de los detenidos, el montaje de los barracones, el transporte de materiales, la organización interior y la contabilidad. Todo este se denominaba «S.S. Küche», «Barrakenkommando», «Bauleitung», «Arbeitsstatistik», etc., y, llevado al papel en los informes, significaba una organización clora y metódica. Pero de hecho, era un gran caos, una horrible muchedumbre que de comer sólo conservaba la forma, trabajaba gratis y dormía, apenas cubierta, en un fárrago de tablas y ramajes. Como resultaban más fáciles de vigilar en el trabajo que durante el sueño, las jornadas eran de doce, catorce y dieciséis horas. Los vigilantes, en número insuficiente, se habían visto obligados a escoger un complemento de ayudantes entre la masa de detenidos, y como esos ayudantes se sentían en su conciencia oprimidos, hacían reinar el terror a modo de excusa y justificación. Llovieron los golpes, y no sólo los insultos y las amenazas.
Los malos tratos, la mala e insuficiente alimentación, el trabajo sobrehumano, la falta de medicamentos, la pulmonía, motivaron el que en este rebaño se empezase a morir a un ritmo espantoso y peligroso para la salubridad. Fue preciso pensar en hacer desaparecer los cadáveres en forma distinta a la inhumación,
[68] que ocupaba demasiado tiempo y tendría que ser repetida con excesiva frecuencia: se recurrió a la incineración, más rápida y más conforme a las tradiciones germánicas. Un nuevo comando se hizo a su vez indispensable, el Totenkommando, y en la lista de los trabajos a efectuar, con carácter de urgencia impuesta por las circonstancias, se anotó la construcción de un horno crematorio: así resultó que se construyó el lugar en que estos hombres tenían que morir, antes que aquél en que se proyectaba permitirles vivir. Todo se encadena: el mal llama al mal, y cuando se está metido en el engranaje de las malas fuerzas...
Además de esto, el campo no estaba concebido en el espíritu del estado mayor nacionalsocialista para ser simplemente un campo sine una colectividad para trabajar sometida a vigilancia en la edificación del III Reich, con el mismo título que los otros individuos dé la comunidad alemana que habían quedado en la libertad relativa que se sabe. Tras el crematorio, la fábrica, la Gustloff. Con lo que se ve que el orden de urgencia de todas las instalacianes estaba determinado en primer lugar por el cuidado de guardar con fuerte vigilancia, después por el de la higiene, en tercer luger por las necesidades del trabajo rentable. Finalmente, y en última instancia por los derechos «prescriptibles» de la persona humana: el vigilante, el crematorio, la fábrica, la cocina... Todo está subordinado al interés colectivo que pisotea y aplasta al individu.
Buchenwald fue pues, durante el período de las primeras ins talaciones, un Straflager (2) donde no era enviada más que la población de las prisiones considerada como incorregible; después, y desde el momento en que la fábrica Gustloff estuvo en estado de funcionar, un Arbeitslager (3) con comandos de castigo, y finalmente un Konzentrationslager, (4) es decir, lo que era cuando nosotros lo conocimos, un campo organizado con todos sus servicios puestos a punto, al que se enviaba a todo el mundo indistintamente. A partir de este momento, hubo subcampos o comandos exteriores que dependían de él y a los que proporcionaba material humano o simplemente material. Todos los campos han pasado por estas tres etapas sucesivas. Desgraciadamente resultó que, habiendo sobrevenido la guerra, los detenidos de todos los orígenes
[69] y condiciones, de todas las infracciones y penas disciplinarias, fueron indistintamente conducidos a los Straflager, Arbeitslager o Konzentrationslager, según lo que salió la suerte, de acuerdo con el grado de humor de los jefes o el desorden de las circunstancias. Resultó de eso una espantosa mezcla de humanidades diversas que formó, bajo el signo de la porra de goma, un gigantesco cesto de cangrejos sobre el cual el nacionalsocialismo, tan dueño de sí, tan metódico en sus manifestaciones, pero desbordado en todas partes por los acontecimientos que empezaban a subyugarle, arrojó para taparlo un no menos inmenso y gigantesco manto.
Dora nació bajo el padrinazgo de Buchenwald y en las mismas condiciones. Creció y prosperó siguiendo idéntico proceso.
En 1903, ingenieros y químicos alemanes advirtieron que en este loger la piedra del Harz era rica en amoníaco. Como ninguna sociedad privada quiso arriesgar capitales en su extracción, el Estado se encargó de ello. El Estado alemán no poseía, como sus vecinos, colonias susceptibles de poner a su disposición una Cayena o una Numea: se veía obligado a conservar sus presidiarios en el interior y les encerraba en unos lugares determinados donde les empleaba en trabajos ingratos. En estas condiciones nació en Dora un penal parecido a todos los penales del mundo, con algunos matices majores y otros peores. En 1910, sin que se sepa bien el porqué, pero probablemente por ser el rendimiento en amoníaco muy inferior al que se había calculado, fue interrumpida la extracción de la piedra. Se reanudó durante la guerra de 1914-1918, bajo la forma de un campo de represalias para prisioneros de guerra, en un momento en que Alemania pensaba ya en enterrarse para limitar los estragos de los bombardeos. Fue nuevamente interrumpida por el armisticio. En el período entre las dos guerras Dora fue totalmente olvidado: una vegetación desordenada ocultó la entrada de este comienzo de subterránéo, y alrededor crecieron inmensos campos de remolacha para alimentar la refinería azucarera de Nordhausen, a seis kilómetros de allí.
Fue a estos campos de remolacha a los que Buchenwald desplazó, el I de septiembre de 1943, un primer comando de doscientos hombres con fuerte escolta. Alemania, sintiendo de nuevo la necesidad de enterrarse, de enterrar al menos sus industrias de guerra, volvía a adoptar el proyecto de 1915. Construcción del campo de la S.S., del crematorio, adaptación del subterráneo para fábrica, cocinas, duchas, el Arbeitsstatistik, el Revier o enfermería
[70] en último lugar. Como había este subterráneo, se dormía allí el mayor tiempo posible, rechazando siempre para más tarde el trabajo no rentable de construcción de bloques para detenidos; y prefiriendo la perforación por delante de la galería del túnel, para conseguir poner a cubierto las fábricas amenazadas cada vez en mayor número a cielo abierto.
Cuando nosotros llegamos a Dora, el campo estaba todavía en el período de Straflager; hicimos de él un Arbeitslager. Cuando lo abandonamos, con sus 170 bloques, su enfermería, su teatro, su burdel, sus servicios instalados y su túnel terminado, estaba a punto de llegar a ser un Konzentrationslager. Ya otro campo, Ellrich, al final del doble túnel, había nacido bajo su padrinazgo y se encontraba en el período de Straflager. Pues no podía haber interrupción en la escala descendiente de la miseria humana.
Pero los angloamericanos y los rusos decidieron de otra manera y, el 11 de abril de 1945, vinieron a liberarnos.
Desde entonces, el sistema penitenciario de Alemania esta en manos de los rusos, que no han modificado en él ni una coma. Mañana, estará en manos de los...
Porque no es preciso tampoco que haya interrupción en la historia.
Un campo de concentración, cuando está terminado, es una verdadera ciudad aislada del mundo exterior, que la ha concebido como un cerco de alambradas electrificadas con cinco líneas de altura, a lo largo de la cual, cada cincuenta metros aproximadamente, unos miradores resguardan a una guardia especial armada hasta los dientes. Para que la pantalla entre ésta y él sea más opaca todavía, está igualmente interpuesto un campo de la S.S., y alrededor de unos cinco o seis kilómetros están situados centinelas invisibles en la periferia; así el que intentase evadirse tendría que superar una serie de obstáculos sucesivos, por lo que se puede decir que toda tentativa está materialmente destinada a un fracaso seguro. Esta ciudad tiene sus leyes propias, sus fenómenos sociales particulares. Las ideas que nacen en ella aisladas o en corrientes van a morir contra las alambradas y quedan insospechables para el resto del mundo. Asimismo todo cuanto sucede en el exterior es desconocido en el interior, toda interpretación
[71] a través de la pantalla, en la que no existe la menor fisura se hace imposible. (5) Llegan periódicos: están escogidos cuidadosamente y no dicen más que las verdades especialmente impresas para los internados. Sucedió que en tiempos de guerra las verdades para los internados en los campos eran las mismas que aquellas de las que los alemanes tenían que hacer su evangelio por lo que los periódicos eran comunes para ambos, pero esto era una pura casualidad. La radio está controlada. De lo que resulta que la vida del campo, basada en otros principios morales y sociológicos, toma una orientación muy diferente a la de la vida normal, que sus manifestaciones revisten aspectos tales que no puede ser juzgada con las unidades de medida comunas a todos los hombres. Pero es una ciudad, una ciudad humana
En el interior - o en el exterior -, pero cerca, una fábrica es la razón de vivir del campo y su medio de existencia en Buchenwald, la Gustloff, en Dora, el túnel. Esta fábrica constituye la clave de todo el edificio y sus necesidades que hay que satisfacer son su ley de bronce. El campo está hecho para la fábrica y no la fábrica para emplear al campo.
El primer servicio del campo es el «Arbeitsstatistik», que lleva una contabilidad rigurosa de toda la población y que la sigue en su trabajo, uno por uno, día tras día. En la Arbeitsstatistik se puede especificar en cualquier del día en qué está empleado cada detenido y el lugar preciso en que se encuentra. Este servicio, al igual que los demás, lo administran unos presos y ocupa a un personal numeroso y relativamente privilegiado.
A continuación viene el «Politische Abteilung», que lleva la contabilidad política del campo, y se encuentra en disposición de ofrecer informes sobre cualquier detenido, bien sea sobre su vida anterior, su moralidad, motivos de la detención, etc. Es la antropometría del campo, su Sicherheitsdienst (policía de seguridad), y no ocupa más que a un personal que gaza de la confianza de la S.S. Más privilegiados.
Después la «Verwaltung» o administración general, que lleva
[72] la contabilidad de todo lo que entra en el campo: alimentos, material, vestidos, etc. Es la intendencia del campo, con el sargento primero de la compañía. El personal empleado en un trabajo de oficina es siempre privilegiado.
Estos tres grandes servicios cubren el campo. Al frente de ellos hay un Kapo que asegura el funcionamiento bajo la inspección de un suboficial de la S.S. o Rapportführer. Hay un Rapportführer para todos los servicios clave, y cada uno de ellos presenta por la noche su informe al Rapportführer general del campo, que es un oficial, generalmente un Oberleutnant. (6) Este Rapportführer general comunica con el campo de los detenidos por mediación de sus subalternes y del Lagerältester o jefe de los detenidos, que tiene la responsabilidad general del campo y responde de su buena marcha con todo, incluso con la propia vida.
Paralelamente, los servicios de segunda zona: el «Sanitätsdienst» o servicio sanitario, que comprende los médicos, los enfermeros, y los servicios de desinfección, enfermería y crematorio; la «Lagerschutzpolizei» o policía del campo; la «Feuerwerk» o servicio contra incendios; el «Bunker», o prisión para los detenidos cogidos en flagrante delito de infracción a los reglamentos del campo; el «Kino-Theater», o cine-teatro, y el burdel.
Además hay la «Küche» o cocina, el «Effektenkammer» o vestuario, dependiente de la administración; la «Häftlingskantine» o cantina, que suministra a los detenidos alimentos y bebidas complementarias mediante el pago en metálico, y la «Bank», instituto emisor de moneda especial que no tiene curso más que en el interior del campo.
Y ahora, la masa de trabajadores.
Está repartida en los bloques construidos según el mismo modelo que el Buchenwald 48, pero en madera y no disponiendo más que de un piso bajo. Ella no vive en él más que por la noche. Llega tras la formación, hacia las 21 horas, y los abandona antes del amanecer, a las cuatro y media. Está encuadrada por los jefes de bloque rodeados de sus escribientes, peluqueros y Stubendienst, que son verdaderos sátrapas. El jefe de bloque controla la vida del bloque bajo la vigilancia de un soldado de la S.S. o Blockführer que da cuenta al Rapportführer general. Los Blockführer no aparecen más que muy raramente: en general, se limitan a hacer una visita amistosa al jefe de bloque durante el día,
[73] es decir en ausencia de los detenidos, de modo que es éste en ultima instancia el único juez y ante todas sus coacciones no hay prácticamente apelación.
Durante el día, es decir en el trabajo, los presos están cogidos en la malla de otro encuadramiento. Todas las mañanas, los que no trabajan más que durante el día, son repartidos en unos Kommandos, habiendo al frente de cada uno un Kapo asistido por uno, dos o varios jefes de equipo o Vorarbeiter. Diariamente, a partir de las cuatro y media, los Kapos y los Vorarbeiter se encuentran en la plaza, en un lugar determinado - siempre el mismo - y forman sus comandos respectivos que conducen al paso al lugar de trabajo donde un Meister o capataz les da a conocer la tarea que tienen que hacer cumplir a sus hombres durante el día. Los comandos empleados por la fábrica trabajan dos veces cada doce horas y no tres cada ocho. Están repartidos en dos equipos o Schicht: hay el «Tagschicht» que se presenta a sus Kapos y Vorarbeiter, a las 9 de la mañana, y el «Nachtschicht», a las 9 de la noche. Los dos equipos cambian de turno, una semana de día y una semana de noche.
Así era Buchenwald cuando lo conocimos nosotros. La vida en él era soportable para los presos incorporados definitivamente al campo, un poco más dura para los transeúntes destinados a no permanecer en él más que el tiempo de la cuarentena. En todos los campos pudo ser igual. La mala suerte quiso que en el momento de las deportaciones masivas de extranjeros a Alemania, hubiese pocos campos terminados, aparte de Buchenwald, Dachau y Auschwitz, y de que la casi totalidad de los deportados no haya conocido más que campos en período de construcción, Straflager y Arbeitslager, no Konzentrationslager. Quiso también la mala suerte que, aun en los campos terminados, todas las responsabilidades fuesen confiadas ante todo a los alemanes, por la facilidad de relaciones entre la «gente» de la Häftling y la de la Führung, a supervivientes de los Straflager y Arbeitslager, que no concebían el «Kazett», (7) como ellos decían, sin los horrores que les habían endurecido a ellos mismos y que constituyeron para su humanización unos obstáculos mayores que los de la S.S. El «No hagas a otro lo que no quieras para tí» es un concepto de otro mundo que no tiene validez en éste. «Haz a los otros lo que se te hace», es la divisa de todos estos Kapos, que han pasado años y años en
[74] Straflager y Arbeitslager, y en cuyo espíritu los horrores que han vivido han creado una tradición que, por una deformación muy comprensible, creen tener ellos la tarea de perpetuarla.
Y si la S.S. se olvida casualmente de maltratarnos, estos detenidos se encargan de reparar el olvido.
La población del campo, su condición social y su origen, son también un elemento que se alza contra su humanización. He indicado ya que el nacionalsocialismo no hacía ninguna distinción entre el delito político y el delito de derecho común y que, en consecuencia, el derecho y el régimen político no estaban diferenciados en Alemania. Como en la mayoría de las naciones civilizadas, en los campos hay de todo - de todo y más todavía -. Todos los presos, cualquiera que sea la categoría del delito del que dependan, viven juntos y están sometidos al mismo régimen. Sólo hay para distinguir a los unos de los otros el triángulo del color que es la insignia de su delito.
Los políticos llevan el triángulo rojo.
Los de delitos comunos, el triángulo verde: sencillo, para los Verbrecher o simples criminales; adornado con una «S» para los Schwerverbrecher, o grandes criminales, y con una «K» para los Kriegsverbrecher, criminales de guerra. Así están graduados los delitos de derecho común desde el simple ladrón al asesino y al salteador de intendencia o depósito de armas.
Entre los dos, toda una serie de delitos intermedios:
-- El triángulo negro (saboteadores, parados profesionales) el triángulo rosa (pederastas); el triángulo amarillo sujeto sobre el rojo formando una estrella (judíos); el triángulo violado (objetores de conciencia).
-- Los que habiendo cumplido un determinado tiempo de prisión, tienen que cumplir a continuación lo que llamaríamos el «doblaje», o la relegación por tiempo limitado o perpetua, y que llevan en lugar del triángulo, un círculo negro sobre fondo blanco con una gran «Z» en el centro: son los libertados del Zuchthaus o presidio.
-- Otros por último que llevan el triángulo rojo con la punta hacia arriba: son los delitos leves cometidos en el ejército y con
[75] motivo de los cuales ha sido pronunciada sentencia por un consejo de guerra.
Habría que añadir todavía algunas particularidades sobre la emblemática de los internados: el triángulo rojo con una barra transversal lo llevan los que han sido enviados al «Kazett» por segunda o tercera vez, tres puntos negros en un brazalete con fondo amarillo y blanco los ciegos, etc. Por último, los que entonces se denominaban Wifos: el mismo círculo que los presidiarios, pero habiendo sido reemplazada en él la «Z» por una «W». Estos últimos eran, en un principio, trabajadores voluntarios. Habían sido empleados por la empresa Wifo que fue la primera en dedicarse a la construcción de las «Vergeltungsfeuer», las famosas V1, V2, etc. Un buen día, y aparentemente sin motivos, recibieron los trajes rayados y fueron metidos en campos de concentración. El secreto de las V1 y V2 salía de la fase de ensayo, para entrar en la vía de la producción intensive y era preciso que este no circulase libremente, ni siquiera entre la población alemana: así fueron internados por razón de Estado. Los Wifos constituían la población más miserable del campo: continuaban cobrando su salario, del que les era remitido al campo la mitad, y el resto era enviado a sus familias. Tenían derecho a conservar los cabellos largos, a escribir cuando les pareciese, con la condición de no revelar nada sobre la suerte en que se encontraban y, como eran los más afortunados, introdujeron el mercado negro en los campos e hicieron subir los precios.
En cuanto a la población se refiere, los campos de concentración son pues verdaderas torres de Babel en las que chocan entre sí las individualidades por sus diferencias de nacionalidad, de origen, de condena y de condiciones sociales anteriores. Los delincuentes comunes odian a los políticos, a los que no comprenden, y éstos les pagan en la misma moneda. Los intelectuales miran por encima a los obreros manuales, y éstos se alegran de «verlos trabajar por fin». Los rusos envuelven en el mismo desprecio de hierro a todo el Occidente. Los polacos y los checos no pueden ver a los franceses, a causa de Munich, etc. En el terreno de las nacionalidades, hay afinidades entre los eslavos y los germanos, entre los germanos y los italianos, entre los holandeses y los belgas, o entre los holandeses y los alemanes. Los franceses, que llegamos los últimos y nos afanamos por recibir los majores paquetes de víveres, somos despreciados por todos excepto por los
[76] belgas, suaves, francos y buenos. Se considera a Francia como un país de jauja, y a sus habitantes como sibaritas degenerados, incapaces de trabajar, que comen bien y sólo se preocupan de hacer el amor. A estos agravios, los españoles añaden los campos de concentración de Daladier. Recuerdo haber sido acogido en el bloque 24 de Dora por un vigoroso:
-- ¡Ah!, franceses, ahora ya sabéis lo que es un campo. ¡No es ningún mal, así aprenderéis!
Eran tres españoles (en Dora había 26 en total) que habían sido internados en Gurs en 1938, enrolados en las compañías de trabajo en 1939, y enviados a Buchenwald al día siguiente de la batalla de Rethel. Afirmaban que el trabajo era la única diferencia entre los campos franceses y los campos alemanes, los otros tratamientos y la alimentación eran, en todos los puntos semejantes, casi igual. Incluso añadían que los campos franceses eran más sucios.
¡Oh, Jircszah!
La S.S. vive en un campo paralelo. En general, hay una compañía. Al principio, era una compañía de instrucción para jóvenes reclutas, y sólo formaban parte de ella los alemanes. Más tarde hubo también de todo en la S.S.: italianos, polacos, checos, búlgaros, rumanos, griegos, etc. Habiendo acabado por imponer las necesidades de la guerra el envío de los jóvenes reclutas al trente, con una instrucción militar limitada, o incluso sin ninguna preparación especial, los jóvenes fueron reemplazados por viejos, gente que ya había hecho la guerra de 1914-18, y en los cuales apenas había marcado su infuencia el nacionalsocialismo. Estos eran más indulgentes. En los dos últimos años de la guerra, al resultar insuficiente la S.S., fueron destinados a la guardia de los campos los desechos de la Wehrmacht y de la Luftwaffe, que no podían ser empleados en otra cosa.
Todos los servicios del campo tienen su prolongación en el campo de la S.S., en el que todo está centralizado y de donde parten directamente hacia Berlín, a los servicios de Himmler, los informes cotidianos o semanales. El campo de la S.S. es pues, de hecho, el administrador del otro. En los comienzos de los campos, durante el período de gestación , lo administraba directamente;
[77] después y tan pronto como pudo, no administró más que por la interposición personal de los propios detenidos. Podría creerse que este era por sadismo y, después, no ha faltado quien lo haya dicho; pero este fue por economía de personal, y por la misma razón sucede en las prisiones y en los presidios de todas las naciones. La S.S. no ha administrado y hecho reinar el orden interior directamente más que en tanto que le fue imposible hacerlo de otro modo. Nosotros no hemos conocido más que el gobierno de los campos por sí mismos. Todos los viejos detenidos que han sufrido ambos métodos están unánimes en reconocer que el antigno era en principio mejor y más humano, y si no lo fue de hecho, fue porque las circunstancias, la necesidad de obrar de prisa, la precipitación de los acontecimientos, no lo permitieron. Yo así lo creo: más vale habérselas con Dios que con sus santos.
Los de la S.S. no aseguran pues más que la guardia exterior y por así decirlo jamás se les ve en el interior del campo, donde se contentan con pasar exigiendo el saludo de los detenidos, el famoso: «Mützen ab». Están acompañados en esta guardia por una verdadera compañía de perros maravillosamente adiestrados, siempre dispuestos a morder y capaces de ir a buscar en unas decenas de kilómetros a un detenido que se hubiera podido evadir. Todas las mañanas, los comandos que van a trabajar al exterior, a menudo cinco o seis kilómetros a pie - cuando es preciso ir más lejos se utiliza el camión o el tren - van acompañados según su importancia, por dos o cuatro de la S.S., con el arma al puño y teniendo cada uno sujeto un perro abozalado. Esta guardia especial, que complota el encuadramiento por los Kapos, se contenta con vigilar y no interviene en el trabajo más que en el caso de que sea precisa mano dura, lo cual sucede rara vez.
Por la noche, tras el toque de silbato, mientras todos están en la formación por bloque, los Blockfübrer se dirigen al bloque del que tienen la responsabilidad, cuentan los presentes y se van para dar cuenta de ello. Durante esta operación, unos suboficiales circulan entre los bloques y hacen respetar el silencio y la inmovilidad. Los Kapos, jefes de bloque y Lagerschutz, (8) les facilitan enormemente la tarea en este sentido. De vez en cuando, uno de la S.S. se distingue del resto por su brutalidad, pero este sucede rara vez y, en todo caso, nunca se muestra más inhumanos que los anteriormente citados.
[78]
El problema de la Häftlingsführung, (9) domina la vida de los campos de concentración, y la solución que se le dé condiciona su evolución en el sentido de lo peor o en el de la humanización.
Al comienzo de todo campo, no hay Häftlingsführung: hay el primer convoy que llega encuadrado por los de la S.S., que asumen por sí mismos todas las responsabilidades, directamente y en su detalle. Lo mismo sigue hasta el segundo, tercero o cuarto. Esto puede durer seis semanas, dos meses, seis meses, un año. Pero cuando el campo toma una cierta extensión, al no ser extensible hasta el infinito el número de los de la S.S. que están asignados a él, se ven obligados éstos a tomar entre los detenidos el personal complementario preciso para la vigilancia y la organización.
Hay que haber pasado por la vida de los campos y asimilado su historia para comprender bien este fenómeno y el aspecto que ha tomado durante su aplicación.
En el momento en que nacen los campos, en 1933, el estado de espíritu es tal en Alemania que los adversarios del nacionalsocialismo son considerados como los peores bandidos. De donde viene la facilidad con la que los nuevos amas lograron hacer admitir que no había crímenes o delitos de derecho común y crímenes o delitos de derecho político, sino simplemente crímenes y delitos. ¡Eran tan parecidos los unos a los otros, e incluso en algunos casos había que hacer tan poco para volver los segundos más odiosos aparentemente que los primerps, ante los ojos de una juventud fanatizada, enrolada en la S.S. y a la que le había sido confiada la realización del proyecto! Pongámonos ahora en el lugar de los cincuenta S.S. de Buchenwald, el día en que, desbordados por un millar de detenidos y el embotellamiento de una enorme masa de material , tuvieron que hacer el primer encuadramiento de sus víctimas y designar el primer Lageral tester . Entre un Tahlmann o un Breitscheid, destacados en particular, y el primer criminal venido por haber asesinado a su suegra o haber violado a su hermana, pero que era vulgar y flexible en la medida de sus deseos, no titubearon, escogieron al segundo. A su vez, éste designó los Kapos y los Blockaltester y, forzosamente, les tom6 de entre su propio mundo, es decir, entre los delincuentes.
[79]
Sólo cuando los campos tomaron un cierto desarrollo, cuando se convirtieron en verdaderos centros etnográficos e industriales, fueron verdaderamente necesarios hombres con una cierta categoría moral e intelectual para aportar a la S.S.-Führung una ayuda eficaz. Esta última se dio cuenta de que los delincuentes eran la escoria de la población, tanto en el campo como en otras partes, y que estaban muy por debajo del esfuerzo que se les pedía. Entonces la S.S. recurrió a los políticos. Un día fue preciso reemplazar un Lagerältester verde por otro rojo, el cual empezó inmediatamente a liquidar de todos los puestos a los verdes, en provecho de los rojos. Así nació la lucha entre verdes y rojos, que tomó con rapidez un carácter permanente. Así se explica también que los viejos campos, Buchenwald y Dachau, estuviesen en manos de los políticos cuando nosotros los conocimos, mientras que los jóvenes, todavía en el período de Straflager o de Arbeitslager, salvo portentosas casualidades, continuaban en manos de los verdes.
Se ha intentado decir que esta lucha entre verdes y rojos, que por otra parte sólo estalló muy tarde y entre el contingente alemán de la población de los campos, era el resultado de una coordinación de esfuerzos de los segundos contra los primeros: esto es inexacto. Los políticos, desconfiados los unos para con los otros, desamparados, no tenían entre ellos más que unos lazos de solidaridad muy vagos y tenues. Por el contrario, por parte de los verdes todo era distinto: formaban un bloque compacto, poderosamente cimentado por la confianza instintiva que siempre existe entre gantes del mismo medio, carne de cárcel o racimo de horca. El triunfo de los rojos no fue debido más que al acaso, a la incapacidad de los verdes y al discernimiento de la S.S.
Se ha dicho también que los políticos - sobre todo los políticos alemanes -, habían formado comités revolucionarios, que tenían asambleas en los campos, que almacenaban armas e incluso mantenían correspondencia clandestina con el exterior, o de un campo con otro: esto es una leyenda. Puede que una afortunada coincidencia de circunstancias haya permitido a un individuo, alguna vez por casualidad, sostener correspondencia con el exterior, o con un compañero de infortunio de otro campo, a espaldas de la S.S.-Fübrung :así un libertado que con marchas precauciones lleva noticias de un internado a su familia o a un amigo político, uno nuevo que al llegar hace la operación inversa, un transporte
[80] que pasa noticias de un campo a otro. Pero era sumamente raro, al menos durante la guerra, que un detenido fuese puesto en libertad y, respecto a los transportes, nadie en el campo, ni siquiera el grueso de la S.S., conocía su destino hasta que habían llegado a él. Generalmente, unas semanas o meses después, se sabía que un transporte había ido a Dora o Ellrich por los enfermos que excepcionalmente volvían, frecuentemente por los muertos, que se devolvían al campo para ser incinerados y sobre cuyo pecho se podía leer el número y la procedencia. Decir que estas relaciones eran premeditadas, organizadas y seguidas, pertenece a la más elevada fantasía. Pasemos por alto los almacenamientos de armas: en los últimos días de Buchenwald, gracias al desorden, los presos pudieron sustraer de la fabricación corriente piezas heterogéneas de armas, e incluso armas completas, pero de ahí a afirmar que se trataba de una práctica sistematizada hay el mundo que separa al buen sentido del ridículo. Dejemos a un lado también los comités revolucionarios y las asambleas que tenían; he reído con ganas cuando tras la liberación he oído hablar del comité de defensa de los intereses franceses del campo de Buchenwald. Tres o cuatro comunistas vocingleros: en cabeza Marcel Paul, (10)y el famoso coronel Manhès, que habían logrado escapar a los transportes de evacuación, hicieron surgir este comité de la nada tras la partida de la S.S. y antes de 1a llegada de los norteamericanos. Ellos lograron hacer creer a los demás que se trataba de un Comité nacido mucho antes, pero este es una pura burla y los americanos nunca lo tomaron en serio. (11) Su primera acción, al entrar en el campo, fue rogar a los alborotadores que se estuviesen callados, a la masa que se apretaba para escucharles que volviese dócilmente a los bloques y a todos que obedeciesen de antemano una disciplina de la cual pensaban quedar como único árbitro. Tras lo cual se ocuparon de los enfermos, del abastecimiento y de la organización de las repatriaciones, sin querer tomar siquiera en conocimiento los pareceres y sugerencias que algunos importantes de última hora intentaron en vano hacer llegar hasta ellos . Por otra parte, también este fue un bien: sólo ha costado una lección
[81] de humildad a Marcel Paul y cierto número de vidas han podido ser salvadas.
Finalmente, se ha dicho que los políticos, cuando tenían la mano por encima de la H-Führung, eran más humanos que los otros. En apoyo de esto se esgrime Buchenwald como argumento: es cierto. (12) Buchenwald era, al llegar nosotros, un campo muy soportable para los internados del lugar, sustraídos definitivamente a la amenaza de un transporte. Pero lo debía más al hecho de que había llegado al término de su evolución que al de tener una H-Führung política. En los otros campos más retrasados, no era sensible la diferencia entre rojos y verdes. Hubiera podido resultar que el contacto con los políticos moralizase a los delincuentes: sucedió lo contrario y fueron los delincuentes los que apartaron a los políticos del buen camino.
Nuestra entrada en funciones en Dora se ha hecho bajo las reglas habituales en este medio.
Descenso de los vagones, carrera desordenada a bravés del fárrago de materiales, con el lodo hasta los tobillos, la nieve derritiéndose por debajo, los insultos y las amenazas a gritos, los ladridos, los golpes.
Recorrido a bravés del campo de la S.S.: unos cincuenta bloques acondicionados, sin caminos para ir de uno a otro - senderos enfangados a campo traviesa.
Entrada en el campo de internados: dos bloques de madera (todo es de madera), a cada lado una alambrada que se abre ante nosotros. Se nos cuenta.
-- Zu fünfen! Zu fünfen! Mensch, blöder Hund! (14)
¡Pum!, un puñetazo. ¡Pum!, una patada.
Al otro lado de la alambrada, el propio campo. Una decena de bloques, a lo sumo una docena, diseminados, puestos allí al acaso, sin que aparezca ninguna intención coordinadora. Al pasar, podemos leer desde lejos los números de los bloques: 4, 35, 24, 104, 17.
-- ¿Dónde están los bloques intermedios?
Una pista marcada por multitud de pisadas parte de la entrada y sube la colina sin que se pueda decir que conduce a alguna
[83] parte: tenemos que tomarla y llegamos al «Gemeindeabort» (W.C. público) donde quedamos encerrados en espera de órdenes. El Gemeindeabort es un bloque en el que no hay más que asientos, urinarios y unos lavabos con palangana. Imposible sentarse o recostarse, prohibición de salir. Estamos fatigados. También hambrientos. Hacia las dieciocho, una sopa, 300 gramos de pan, una barra de margarina, una rodaja de salchichón. Notamos que las raciones son más fuertes que en Buchenwald. Un soplo de optimismo se propaga entre nosotros.
-- Se trabajará, pero al menos se comerá - se confía entre susurros.
La gente del brazalete aparece a las veinte horas: se prepara una mesa, se sienta un escribiente. Uno a uno pasamos ante la mesa, donde damos a conocer nuestro número de registro, apellidos, nombre, profesión. Los del brazalete son checos y polacos internados por diversos delitos: tienen la mano dura, y se hace más dura todavía por el uso generoso que hacen de la porra de goma.
-- Hier ist Dora! Mensch! Blöder Hund! ¡ Zas!, ¡ zas!
A medianoche terminan las operaciones. Todos fuera: ahora recorremos en la noche el camino en sentido inverso, encuadrados siempre por los Kapos y la S.S. De repente, nos encontramos ante una inmensa excavación que se abre en el flanco de la colina: el túnel. Las dos enormes hojas de hierro se abren: ya está, vamos a ser enterrados, pues a nadie le viene la idea de que Ias hojas de hierro puedan abrirse de nuevo ante nosotros antes de la liberación. Los horrores que hemos oído en Buchenwald sobre este subterráneo, nos torturan el espíritu.
Entramos al mismo nivel. Visión dantesca: fuera, estaba la oscuridad, en el interior la luz radiante. Dos vías férreas paralelas a un metro de distancia: los trenes van pues de un lado para otro en el vientre del monstruo. Un convoy de vagones cargados y entoldados: los torpedos, las famosas V1 y V2 - inmensos obuses más largos que los vagones que los llevan. Se dice que tienen 13 metros de longitud y, al parecer, su diámetro rebasa la altura de un hombre.
-- ¡ Esto sí que tiene que dar un buen trabajo donde caiga!
La conversación empieza a girar en torno al mecanismo y forma de lanzamiento de las V1 y V2, de las que oímos hablar y ahora vemos por vez primera. Con gran sorpresa, me doy cuenta
[84] de que hay entre nosotros algunos muy informados que cuentan, con el aire más serio, detalles muy precisos sobre los ingenios en cuestión, pero que se revelan a continuación como los más fantásticos bulos.
Nos dirigimos hacia el interior. A cada lado, oficinas y cavidades acondicionadas para talleres. Llegamos a la parte del túnel que está todavía en gestación: unos andamios, hombres pálidos, delgados y diáfanos (unas sombras) encaramados por casi todas partes, pegados a las parades como murciélagos, perforan en la roca. En el suelo, se pasean los de la S.S., con el arma empuñada, los Kapos gritan en su idas y venidas en todos los sentidos a los desdichados que cargan sacos o llevan las carretillas llenas de tierra. Ruido de máquinas, cadáveres estirados sobre los caminos laterales.
Una cavidad está acondicionada como bloque habitable: ¡alto! En la entrada hay dos toneles para extraer las deyecciones y unos quince cadáveres. En el interior, corren enloquecidos unos hombres; tumultos individuales o colectivos entre filas de literas de tres, cuatro o cinco pisos. Entre ellos , serios e imponentes, los Stubendienst intentan en vano restablecer el orden. Aquí es donde tendromos que pasar la noche. Los Stubendienst interrumpen su tarea para ocuparse de nosotros.
--Los! Los! Mensch! Hier ist Dora! (15)
Las porras empiezan a bailar, o más bien cambian simplemente de blanco de tiro. El jefe de bloque, un alemán corpulento, ve actuar, a la vez divertido, burlón y amenazador. Pronto nos damos cuenta de que este bloque está habitado por rusos, cuyo equipo de día está descansando. Completamente vestidos nos echamos sobre los jergones que se nos señalan. ¡Por fin! Al amanecer nos despertamos: todos los zapatos y lo que nos quedaba de la distribución de víveres de la víspera, han desaparecido. Incluso nuestros bolsillos han sido vaciados de su contenido. Admiramos la destreza de los rusos que han logrado un buen éxito en este saqueo general sin despertarnos Apenas dos o tres han sido cogidos en flagrante delito: las víctimas les han conducido ante el jefe de bloque pero los Stubendienst, cómplices de ellos , han hecho volver a aquéllas a porrazos a su jergón.
--Hier ist Dora, mein Lieber!
[85]
Con toda certeza, hemos caído en una guarida de bandidos cuya ley es la de la jungla.
Tras despertarnos, hemos vuelto a la luz del día. Respiramos: no estamos pues todavía definitivamente enterrados. La mañana la pasamos ante la Arbeitsstatistik, pateando en el lodo y en la nieve; estamos helados, y de nuevo tenemos hambre. Por la tarde se nos reparte en Kommandos. Fernando y yo, vamos a parar al comando de constructores de carreteras. Inmediatamente, comienza el trabajo: hasta la hora de pasar lista transportamos pinos, al galope, desde el campo a la estación.
A las dieciocho, la formación: durará hasta las veintiuna horas.
Veintiuna horas: en dirección al bloque 35. Esta vez tenemos la certidumbre de que no seremos enterrados en el túnel, pero sabemos de no pocos de nosotros que habiendo dado a conocer fontásticas profesiones de especialistas para ser empleados en las fábricas, fueron enviados a él y, con toda probabilidad, no volverán a salir antes de la liberación.
El jefe del bloque 35 es checo, en consecuencia también lo son los Stubendienst. El bloque está todavía vacío: dormiremos hacinados sobre el entarimado, sin mantas, completamente vestidos. Antes, se nos distribuye, en un desorden indescriptible, un litro de sopa de nabos que tomamos de pie. Es todo lo que hemos comido este día.
A las veintidós horas, podemos dormirnos con la certidumbre de que ahora formamos parte integrante de Dora.
-- ¡ Dora!...
El primer día de trabajo...
A las cuatro treinta, un golpe de gong resuena cuatro veces en este campo en embrión, se encienden las luces del bloque, los Stubendienst, con la porra en la mano, irrumpen en el dormitorio.
-- Aufstehen! Aufstehen! Los! Waschen! (16)
Después, sin transición:
-- Los, Mensch! Los! Waschen!
Los doscientos hombres se levantan como si fuesen uno solo, atraviesan en barahúnda el comedor, desnudos hasta la cintura,
[86] y llegan al pequeño paso, a la puerta del lavabo, al mismo tiempo que los doscientos del otro ala. El lavabo puede contener unas veinte personas. En la entrada, dos Stubendienst con la manguera en la mano, contienen esta invasión.
-- Langsam,langsam... Langsam, Lumpen! (17)
Y al mismo tiempo, el chorro de agua entra en acción. Los desdichados retroceden... Sin embargo, otros dos Stubendienst que han previsto el golpe contienen a su vez el repliegue.
-- Los! Los! Schnell, Mensch! Ich sage waschen! (18)
Y las porras se descargan implacables sobre las espaldas desnudas y flacas.
Todas las mañanas tendrá lugar la misma tragicomedia. No obstante, no termina ahí. Una vez vestidos, viene la distribución de víveres para el día; se pasa en fila india llevando en la mano la contraseña entregada en los lavabos, que hay que dar a un Stubendienst (sólo se puede recoger la comida tras demostrar que uno se ha lavado). Nueva y también inenarrable algarabía. La hora concedida por el reglamento para cumplir esta doble formalidad pasa rápidamente.
Las cinco treinta: los Kapos, bien abrigados, están en la plaza y allí esperan la llegada de la masa humana. Procedente de todos los bloques, corriendo en la fría mañana, se precipita hacia ellos, acabando de vestirse y tragando el último bocado de la escasa parte que de la ración cotidiana ha sido dejada para el desayuno. Los Kapos proceden a reunir a los comandos, llaman a sus hombres: llueven los golpes y los insultos. Después de pasar lista, empiezan a marchar los comandos por turnos, teniendo en cuenta la distancia al lugar de trabajo. Hay quienes van seis y ocho kilómetros: parten los primeros. A continuación vienen los que no tienen más que una hora de marcha, después los que no tienen más que media hora. El comando 52 tiene veinte minutos de camino: parte a las seis cuarenta. A las siete en punto, todo el mundo está en el lugar de su trabajo. Los comandos del túnel se rigen por otro horario: el equipo de día se levanta a las siete de la mañana, el de noche a las siete de la tarde, y todos los preliminares del trabajo tienen lugar en el mismo túnel.
Las siete: ya está, pues, el comando 52 en su obra de explanación, después de haber participado en las operaciones del aseo
[87] y distribución de víveres, tras haber estado de plantón, tiritando en la posición de firmes, con los pies dentro de veinte centímetros de barro, durante una hora y diez minutos, y después de haber recorrido al paso los dos kilómetros aproximadamente que le separan del campo, extenuado ya antes de comenzar el trabajo.
El trabajo: construir una carretera que va desde la estación al campo, tomando el flanco de la colina. Una estrecha vía férrea en forma de elipse, cuyo diámetro mayor será de unos 800 metros, está colocada allí, en declive. Dos convoys de ocho vagonetas voIquetes, arrastrados por una locomotora de petróleo, forman una especie de circuito perpetuo sobre los raíles. Mientras 32 hombres - cuatro por vagón - cargan el convoy que se encuentra en la cima, otros 32 descargan el que se encuentra al pie, teniendo cuidado en poner a nivel las masas de tierra. Cuando el convoy vacío llega a la cima, el otro debe partir cargado: cada veinte minutos. Generalmente, la primera salida se logra en el tiempo previsto. En la segunda, hay retrasos que provocan los gruñidos del Meister, del Kapo y de los Vorarbeiter. En la tercera, el convoy vacío está allí cinco minutos antes, y harán falta otros cinco antes de que esté dispuesto para partir: el Meister sonríe irónicamente y se encoge de hombros, el Kapo grita y los Vorarbeiter se lanzan sobre nosotros. Nadie se deja engañar por la galopada. El retraso aumenta con el tiempo, por lo que llegan a hacer falta tres hombres para apalear a los treinta y dos, y, a partir de este momento, no se volverá a ganar el tiempo perdido, el trabajo está desorganizado para el resto del día.
En el cuarto viaje, nuevo retraso, nuevas galopadas. En el quinto, el Kapo y los Vorarbeiter comprenden que no se puede hacer nada, y se cansan de golpear. Por la noche, en vez de los treinta y seis viajes previstos a razón de tres por hora, se llega trabajosamente a un total de quince o veinte.
Mediodía: se distribuye medio litro de café caliente en el mismo lugar de trabajo. Se bebe de pie y se come el resto del pan, de la margarina y del salchichón distribuidos por la mañana.
Doce y veinte: comienza de nuevo el trabajo.
Por la tarde, se arrastra el trabajo. Los hombres, hambrientos y helados, apenas tienen fuerzas para mantenerse en pie. El Kapo desaparece, los Vorarbeiter se ablandan, el propio Meister parece comprender que no se puede sacar nada de estos guiñapos que somos, y deja pasar. Hacemos como si trabajásemos: también
[88] resulta penoso, pues hay que frotarse las manos, mover los pies para combatir el frío. De vez en cuando, pasa uno de la S.S.: los Vorarbeiter, al acecho, le ven venir de lejos y le señalan: cuando llega a la altura del comando, cada uno está efectivamente en su tarea. Habla unas palabras con el Meister:
-- Wie geht's? (19)
Un descorazonado encogimiento de hombros le responde:
-- Langsam, langsam. Sehr langsam! Schauen Sie mal diese Lumpen: was soll man mit ihnen machen? (20)
El de la S.S. encoge a su vez los hombros, gruñe y pasa o bien según su humor, se desata en insultos, distribuye al azar algunos puñetazos, amenaza con su revólver y abandona el lugar. Cuando está fuera de alcance, el comando se detiene de nuevo.
-- Aufpassen! Aufpassen! (21) - dice el Meister casi paternalmente.
Las seis de la tarde llegan con un relajamiento general.
--Feierabend (22) - dice el Meister.
El Kapo, reaparecido un momento antes, reúne a sus hombres para colocar las herramientas, lanza algunos gritos que estimulan a los Vorarbeiter, y distribuye algunos golpes: retorno a la disciplina por el terror.
Las seis cuarenta: el comando toma la dirección del campo, en filas de a cinco, marcando el paso. A las siete, formados por bloques y no por comandos, esperamos de nuevo, tiritando y con los pies en el barro, a que estos señores hayan acabado de contarnos: esto dura dos o tres horas.
Entre las ocho y las nueve, llegamos al bloque. En la entrada está un Stubendienst, con la porra en la mano: hay que descalzarse, lavar los chanclos, entrar llevándolos en la mano, y sólo si han sido considerados como limpios. Al pasar al comedor, hay que dejarlos en filas, luego tender la escudilla en la que otro Stubendienst sirve, teóricamente, un litro de sopa, y comer de pie en una algarabía inenarrable. Cumplidas estas diversas formalidades, un tercer Stubendienst autoriza a volver al dormitorio, donde podemos tumbarnos hacinados sobre un poco de paja que ha sido llevada durante el día. Son las diez y media. Hemos permanecido
[89]en pie de diecisiete a dieciocho horas, sin la mener posibilidad de sentarnos, estamos entumecidos, tenemos hambre y frío. Al adormecernos, pensamos que el trabajo que nos ha sido impuesto tiene poco que ver con nuestro cansancio.
A la mañana siguiente, vuelve a
comenzar esto a partir de las cuatro y media. Durante la noche,
los rusos han robado los chanclos que habíamos alineado
tan cuidadosamente en el comedor por orden de los Stubendienst;
es preciso aprocurarse otro par, además del aseo y del
reparto de víveres, antes de precipitarse corriendo, acabando
de vestirse, y tragando el último bocado del débil
desayuno, en la noche y bajo el frío, para alcanzar la
plaza donde esperan los Kapos.
Hay comandos peores que el nuestro: el comando Ellrich, el Transport eins, y todos los comandos de transporte, el Steinbruch, el Gärtrnerei...
En el otro extremo del túnel, se construye el campo de Ellrich. Un comando muy importante, alrededor de mil hombres, se dirige allí, todas las mañanas, en un tren de balasto, que abandona la estación de Dora a las cuatro y media: hay cinco kilómetros de recorrido. A pie, bastaría con partir a las cinco y media para estar en el trabajo a las siete, pero esto sería demasiado simple: los de la S.S. han decidido mostrarse humanos y ahorrar al comando la fatiga de la marcha ya que es posible tomar el tren. El Ellrichkommando se levanta, por tanto, a las tres: se asea, toma sus raciones y se encuentra en la plaza a las cuatro. Marcha a la estación. El tren, que debiera pasar a las cuatro y media, nunca tiene menos de una hora de retraso: se espera. A las seis cuando antes, a las seis y media a más tardar, llegada a Ellrich. Trabajos de explanación durante todo el día. A las dieciocho termina el trabajo. Teóricamente, debería tomarse el tren de regreso a las dieciocho treinta pero, como el de la mañana, nunca lleva menos de una hora de retraso: se vuelve a esperar. Hacia las veinte treinta, en el mejor de los casos, frecuentemente a las veintiuna e incluso a las veintidós, se vuelve a entrar en Dora. Formalidades de entrada en el bloque, limpieza de zapatos, distribución de la sopa. Hacia las veintitrés, la gante de Ellrich por fin puede tenderse y dormir: cinco horas de sueño y de nuevo levantarse,
[90] reunión, partida, espera. El curso de los días es inexorable, la medida de humanización que la S.S. cree o hace creer que ha tomado, se traduce por una tortura suplementaria: se es matado por el desplazamiento antes de serlo por el trabajo. Hay que añadir a esto que los Kapos del comando de Ellrich son de los más brutos entre los brutos, que los golpes llueven más abundantemente que en cualquier otra parte, que el trabajo es controlado sumamente y con rigor: es el comando de la muerte, todas las mañanas trae cadáveres.
En el campo, está el Transportkommando eins. La gente del Transport eins comienza la jornada en la misma forma y tiempo que todo el mundo: descargan vagones y llevan a la espalda pesados materiales desde la estación al túnel, o desde la estación al campo. Se les ve, desde la mañana hasta la noche, dando vueltas como caballos de circo de cuatro en cuatro, transportando largas tableras de madera, por grupos de dos con traviesas de ferrocarril, en filas de ocho o diez con raíles, de uno a uno con sacos de cemento. Andan despacio, despacio, doblados por la cargo, sin parar: andan, andan. Su Kapo es un polaco con triángulo rojo, que va de los unos a los otros jurando, amenazando y dando golpes.
El Gärtnerei o comando del jardín: caballos de circo como los del Transport eins, pero que llevan excrementos en vez de material. El Kapo es un verde; el mismo método que el polaco del Transport eins, y los mismos resultados.
El Steinbruch, la famosa contera de todos los campos: se extrae la piedra, se echa en vagones y, cargados éstos, se arrastran o empujan hacia unos lugares donde es picada para servir al empedramiento de las cal]es del campo. La gente del Steinbruch tiene la mala suerte suplementaria de trabajar en el flanco del cerro, en la entrada de la cantera: por el menor incidente, reciben una bofetada que les precipita abajo, donde se matan. Todos los días traen muertos a la plaza: cuatro de ellos llevan el cadáver, cada uno por un pie o un brazo. Eins, zwei, drei, vier, dice en cabeza el Kapo que marca el paso del comando; ploc, ploc, ploc, hace al final de las filas la cabeza del cadáver contra el suelo. De vez en cuando, se oye decir en el campo que un desdichado del Steinbruch, al recibir un puñetazo, se ha tambaleado y ha caído en la machacadora, o en la hormigonera, que ni siquiera se han parado.
También hay comandos que son mejores: todos los que
[91] componen la administración del campo, el Lagerkommando, el Holzhof, la Bauleitung, los Schwung.
En la «Effektenkammer», se lleva la contabilidad de las ropas recogidas a los detenidos al entrar en el campo, y se las mantiene en estado de limpieza: es descanso absoluto.También es lucrativo: de vez en cuando, se puede robar un pantalón, un reloj, una pluma estilográfica, que son un valioso medio de cambio por alimentos. En la «Wascherei», se lava la ropa que cambian los detenidos en teoría cada quince días. Se está a cubierto, con calor, y se tienen también no pocas facilidades para procurarse comida. En la «Schusterei», se reparan los zapatos, en la «Schneiderei», se recomponen los vestidos y la ropa blanca desgarrada, en la «Küche»...
El major comando es indudablemente el de la cocina o «Küche». No se escatima la comida a los que forman parte de él, y el trabajo no es duro. En primer lugar , tienen la ración general, que reciben en el bloque antes de ir a trabajar. En el mismo lugar del trabajo, reciben oficialmente una ración suplementaria. Luego, cada vez que tienen hambre, pueden tomar y comer de los víveres que manejan. Finalmente, rouban para proporcionarse tabaco, calcetines, ropas, favores. Además, están exentos de formaciones. Llevan la vida de los cocineros de regimiento. Se precisa cierta influencia para lograr hacerse integrar en el «Küchenkommando»: los franceses no tenemos acceso a él, los puestos están reservados a los alemanes, checos y polacos.
En el mismo orden, están la «Arbeitsstatistik» y la gente del «Revier». Ninguna formación para los unos ni para los otros. Los golpes no son usales. En la Arbeitsstatistik, se hace un trabajo de oficina, se come cuando se tiene gana porque aquellos a los que se ha puesto a cubierto pagan en especies, se está bien vestido por el mismo medio, se tiene tabaco a voluntad. He conocido a dos franceses que lograron introducirse en la Arbeitsstatistik, los demás eran alemanes, checos y polacos como en la cocina.
En el «Revier», hay médicos, Pfleger y Kalfaktoren; los primeros diagnostican, los segundos cuidan, los otros mantienen en estado de limpieza. Como suplemento, un montón de escribientes, generalmente antiguos enfermos, que comen lo que quieren, no trabajan, por así decirlo, y no son golpeados.
Viene a continuación el «Lagerkommando», comando de mantenimiento del campo. Están asignados a él los individuos
[92] considerados de salud delicada: esto en principio. De hecho, están en él todos los enchufados, los favoritos de los Kapos y de los Lagerschutz, aquellos que tienen un amigo influyente en la enfermería o en la cocina, los que reciben buenos paquetes. El Lagerkommando provee todos los servicios de recogida de papeles, de barrer, de pelar en la cocina de la S.S., los servicios de los internados y de los trabajadores libres de los alrededores, sustenta la «Altverwaltung», o sección de aprovechamiento de las cosas viejas. Al principio, cuando el campo era todavía pequeño, y el comando le era proporcional, éste era un puesto muy solicitado. Después, la situación sólo fue sostenible para los favoritos, pues el Lagerkommando llegó a abarcar centenas y centenas de individuos, de entre los cuales se extraía para completar los comandos deficitarios en material humano.
También otros dos comandos son solicitados: los de la «Tabakfabrik», y la «Zuckerfabrik». Ambos van a trabajar a Nordhausen y son transportados en camiones. Por la noche, vuelven, los del primero, con los bolsillos llenos de tabaco, que cambian por pan o sopa, los del segundo saciados de azúcar. Después un bercer comando fue destinado a los mataderos de Nordhausen, que fue el que introdujo en el campo el comercio de la carne.
Tener un comando bueno o malo es una cuestión de suerte que las relaciones en la Arbeitsstatistik favorecen poderosamente: la caza del buen comando es la preocupación de todos los detenidos y se hace permanentemente con el empleo de las armas y de los medios más incompatibles con la dignidad humana.
Los comandos del túnel son considerados a la vez como lo peor y lo mejor. Están agrupados en un único comando: «Zabatsky», nombre del jefe de la empresa que explota en comandita el túnel.
Al frente hay un Kapo general - el gran Georges - que tiene bajo sus órdenes un equipo de Kapos para encuadrar a los presos por especialidades. Estar destinado a un comando que trabaje en una de las diez o quince fábricas cobijadas en el túnel, supone la certeza de hacer un trabajo ligero, y de estar protegido del viento, de la lluvia y del frío. Y esto es muy estimable. Supone también la certidumbre de escapar a las formaciones: no hay
[93] formación para los individuos del túnel. Pero supone también la de no volver a salir nunca a la luz del día, respirar en galerías mal aireadas o nada en absoluto, miasmas de todo género, polvo durante meses y meses , y el riesgo de morir antes de la liberación. Mientras que en el terraplén se trabaja durante todas las épocas: aunque llueva, nieve, haga viento, con sol plomizo, con tormenta, nunca se para el trabajo. Todavía más: las formaciones ni se suprimen ni se acortan. Con tiempo lluvioso, nos ha sucedido el no ver secar, durante quince días, tres semanas, los andrajos que nos sirven de prenda de vestir: por la noche, al volver al bloque, se les ponía debajo de la paja o del jergón, esperando que el calor del cuerpo llegase a vencer la humedad, y a la mañana siguiente, se les recogía calientes pero mojados y había que meterse de nuevo bajo la lluvia. La pulmonía simple o doble reinaba con carácter endémico entre la gente del terraplén y llevaba a muchos al crematorio, pero al menos se vivía al aire libre. Y durante la buena temporada... La opinión estaba dividida entre el deseo de trabajar en el túnel y el de quedar en la terraza.
-- Haría falta poder pasar el invierno en el túnel y volver a salir en el verano - me decía Fernando.
Esto era evidentemente imposible y yo no estaba seguro de que eventualmente hubiese sido una buena solución.
Lo que se llamaba Túnel, era un sistema de dos galerías paralelas que atravesaban la colina de parte a parte. En un extremo, se encontraba Dora, y en el otro su infierno, Ellrich. Estas dos galerías principales, cada una de cinco kilómetros de longitud, estaban unidas por unas cincuenta galerías transversales o salas de unos 200 metros de longitud por 8 de anchura y otros 8 de altura. Cada una de las salas resguardaba un taller. En abril de 1945, el túnel estaba terrninado, hasta tal punto que, si no hubiese sido por el sabotaje, hubiera podido dar el máximno de rendimiento. Se calculaba que en esa fecha tenía un total de 13 a 15 kilómetros de galerías excavadas y acondicionadas frente a los 7 u 8 que había en agosto de 1943, en el en que nació Dora: ambas cifras dan la dimensión del esfuerzo que fue impuesto a los presos. Todavía es preciso tener en cuenta que los dos campos reunidos de Dora y Ellrich no pudieron emplear nunca en el trabajo un efectivo superior a los 15.000 hombres, los cuales tenían que instalar además las barracas y producir cierto número de V1, V2, motores o fuselajes de aviones y armas secundarias.
[94] Y si se quiere, por otra parte, establecer el coste de realización de este trabajo, hay que añadir a los francos o a los marcos las 20.000 o 25.000 vidas humanas que costó en menos de dos años.
Dos veces al día, a las 7 de la mañana y a las 7 de la tarde, son despertados por mitad los comandos del túnel, que duermen en galerías o en partes de ellas acondicionadas para bloques. Disponen de poquísima agua, y en consecuencia la higiene es defectuosa, las pulgas y los piojos prosperan a sus anchas.
A las 9 de la mañana y a las 9 de la noche, según el turno al que pertenezcan, ya están en el trabajo.
También hay malos comandos en el túnel: los que perforan las galerías, los que están asignados al transporte de material y de masas de tierra. Aquéllos son verdaderos galeotes que mueren como moscas, con los pulmones envenenados por el polvo amoniacal, víctimas de la tuberculosis. Pero la mayoría son buenos. El taylorismo ha sido llevado al extremo: un comando pasa su tiempo sentado ante las taladradoras, haciendo avanzar las piezas una tras otra bajo la roca; otro comprueba los giroscopios; un tercero, los contactos eléctricos; un cuarto alisa la chapa; un quinto está compuesto de torneros o ajustadores. Hay finalmente algunos que no son ni buenos ni malos: los que montan las V1 y V2. De una manera general el rendimiento es escaso: se emplean diez hombres, que trabajan por fuerza, donde bastarían uno o dos que lo hiciesen de buena voluntad. Lo más difícil consiste en aparentar siempre que se trabaja, estar de pie continuamente, tomar aspecto atareado, y sobre todo vivir en este ruido y en estas emanaciones, recibiendo el aire del exterior, muy escasamente, a través de unos pocos y malos tubos de aireación.
A mediados de marzo, por petición de Zavatzky, que quería suprimir, según su opinión, una de las causas esencia]es del mal rendimiento, los comandos del túnel empezaron a subir a la luz del día para tomar la sopa en el campo en vez de llevarla al interior. A finales de abril, comienzo de mayo, el equipo del terraplén había levantado casi todos los bloques previstos hasta el número 132: se decidió que no durmiese nadie en el túnel, todos los comandos volvieron a subir y en lo sucesivo no descendieron más que para trabajar, es decir 12 horas por día.
Es preciso decir, para terminaer, que también hay población civil empleada en las diversas fábricas del túnel. En abril de 1945, son de 6.000 a 7.000: alemanes como maestros de taller, y los
[95] S.T.O. o voluntarios procedentes de todas las naciones de Europa. Ellos están agrupados en comandos, viven en un campo situado a dos kilómetros de Dora, trabajan diez horas diarias, reciben elevados salarios y una manutención poco variada, pero sana y abundante. En fin, son libres en un radio de 30 kilómetros: más allá necesitan un permiso especial. Entre ellos , hay muchos franceses que se mantienen a distancia de nosotros y en cuyos ojos se lee continuamente el miedo que tienen a participar un día en nuestra suerte.
31 de marzo de 1944. Desde hace ocho días, los Kapos, los Lagerschutz y los jefes de bloque están especialmente irritados. Varios presos han muerto bajo los golpes: se han encontrado piojos no solamente en el túnel sino también en los comandos del exterior y la S.S.-Führung ha hecho responsable de este estado de cosas a la H-Führung. Por añadidura, ha hecho un tiempo espantoso durante todo el día: el frío es más riguroso que de costumbre, y una lluvia glacial entremezclada con chaparrones, ha caído ininterrumpidamente. Por la noche, llegamos a la plaza helados, empapados y hambrientos hasta tal punto que no se sabría describir. ¡Confiemos en que la formación no dure demasiado! Mala suerte: a las diez de la noche estamos todavía de pie, bajo los chaparrones, esperando el ¡Rompan filas! que nos liberará. Al fin llega, se acabó, vamos a poder tomar de prisa la sopa caliente y dejarnos caer sobre la paja. Llegamos al bloque: limpieza del calzado, después, manteniéndonos fuera con una indicación, el jefe de bloque, de pie en el borde de la puerta, nos echa un discurso. Nos anuncia que, como se han encontrado piojos, va a ser desinfectado todo el campo... Se comenzará esta noche: cinco bloques, entre los que se encuentra el 35, han sido designados para pasar a la desinfección. En consecuencia, no tomaremos la sopa hasta después de la operación. Nos indica las formalidades a las que tendremos que someternos, y pasa a su ejecución.
-- Alles da drin! - Entramos en el comedor con el calzado en la mano.
-- Ausziehen! - Nos desnudamos, empaquectamos nuestras ropas, con el número visible.
-- Zu fünf! - Estamos aterrados.
[96]
-- Zu fünf! - Obedecemos. Los Stubendienst, que llevan nuestras ropas en unas mantas, nos rodean, y completamente desnudos, en el frío, bajo la lluvia y la nieve, tomamos la dirección del edificio en que vamos a ser desinfectados: hay que atravesar unos ochocientos metros.
Llegamos. Los otros cuatro bloques, desnudos como nosotros, se apretujan ya en la entrada: sentimos descender la muerte sobre nosotros. ¿Cuánto tiempo va a duror esto? Estamos aquí alrededor de un millar, completamente desnudos , tiritando en el frío húmedo de la noche, que nos penetra hasta los huesos, apretándonos contra las puertas. No hay manera de entrar. Sólo se puede pasar de cuarenta en cuarenta. Se producen atroces escenas. Primeramente se intenta forzar la entrada: los individuos de la desinfección nos contienen con el chorro de agua. Entonces se intenta volver al bloque para esperar allí el turno: imposible, los Lagerschutz, con la porra en la mano, nos tienen cercados. Hay que quedar aquí, enclavados entre el chorro de agua y la porra de goma, rociados y golpeados. Nos estrechamos los unos contra los otros. Cada diez minutos, son admitidos cuarenta, para entrar en un espantoso alboroto que es una verdadera lucha contra la muerte. Se dan codazos, se golpea, los más débiles son pisoteados implacablemente y se encontrarán sus cadáveres al amanecer. Hacia las dos de la madrugada, consigo penetrar en el interior y Fernando detrás de mí, en la tanda que he logrado: peluquero, cresol, ducha. Al salir, se nos da una camisa y un calzoncillo con los que nos lanzamos en la noche para volver al bloque. Tengo la impresión de haber realizado un verdadero acto de heroísmo. Llegamos al bloque . Entramos en el comedor, donde un Stubendienst nos entrega nuestras ropas, que han vuelto de la desinfección antes que nosotros. La sopa y a dormir.
Al despertarnos, apenas termina la siniestra comedia. Por lo menos la mitad del bloque no ha vuelto más que con el tiempo justo para vestirse, tomar la sopa, recibir la ración cotidiana y saltar a la plaza de las formaciones para ir al trabajo. Hay algunos que faltan: los que han muerto durante el cumplimiento de esta mala jugada. Otros no han sobrevivido más que algunas horas o dos o tres días y se los ha llevado consigo la casi inevitable congestión pulmonar resultante: la operación ha matado probablemente tantos hombres como piojos.
¿Qué es lo que ha sucedido?
[97]
La S.S.-Führung se ha limitado a ordenar la desinfección a razón de cinco bloques por día y la H-Führung ha sido dejada como árbitro, totalmente libre, para establecer la forma de aplicación. Ella hubiera podido establecer un horario o turno por bloques: a las 11 el 35, a medianoche el 24, a la 1 el 32, etc. Dentro de este horario, los jefes de bloque hubiesen podido enviarnos, por ejemplo, por grupos de cien cada veinte minutos de intervalo y además vestidos, lo cual de todas formas ya era bastante penoso tras la jornada de trabajo. Pero no, hubiese sido demasiado simple.
Y en vez de esto...
Los sucesos de la noche del 31 de marzo llegaron a oídos de la S.S.-Führung, que, a partir del día siguiente, estableció por sí misma un horario preciso para los bloques que quedaban por desinfectar.
2 de abril de 1944. Pascua. La S.S.-Führung ha decretado 24 horas de descanso que sólo serán alteradas por una formación general, es decir en la que participarán tanto los del túnel como los del terraplén. El tiempo es magnífico: sol radiante en un cielo puro y sereno. Alegría: los dioses están con nosotros.
Levantarse a las seis en vez de a las cuatro y media: aseo, distribución lenta de los víveres, descanso.
Las nueve: todos los comandos están en la plaza en posición de firmes. Los Lagerschutz circulan entre los grupos, los jefes de bloque están en su puesto. El Lageraltester charla familiarmente con el Rapportführer. Tiene un papel en la mano: la situación detallada de los efectivos del campo establecida por la Arbeitsstatistik. Una treintena de soldados de la S.S., con cascos, pistola al cinto, están concentrados en la entrada del campo: son los Blockführer. Todo parece desarrollarse bien.
Un toque de silbato: los Blockführer se dirigen en abanico hacia el bloque que cada uno tiene por misión controlar. Cada uno cuenta y confronta el resultado que ha obtenido con la situación de los efectivos del bloque que, después, le entrega el jefe de éste.
-- Richtig. (23)
Uno a uno, los Blockführer van a dar cuenta al Rapportführer
[98] que espera, con el lápiz en la mano, y anota los resultados a medida que le van llegando.
Ninguna nota discordante, este no durará mucho: los de la S.S. quieren aprovochar el domingo y se apresuran. Estamos contentos: un día de descanso, sin hacer nada, sólo tomar la sopa e ir a tumbarse al sol.
Un momento: el total obtenido por el Rapportführer no concuerda con la cifra suministrada por la Arbeitsstatistik, en la plaza hay 27 hombres menos que sobre el papel. Problema, ¿qué ha sido de ellos ?
El Kapo de la Arbeitsstatistik es llamado urgentemente. Se le pide que vuelva a hacer sus sumas sobre el campo. Vuelve una hora después: ha obtenido la misma cifra.
Entonces, quizá se han equivocado los de la S.S.: se vuelve a contar otra vez y el Rapportführer obtiene de nuevo la misma cifra.
Se registran los bloques, se registra el túnel: no se encuentra a nadie.
Llega el mediodía. Los diez mil presos continúan en la plaza en espera de que la Arbeitsstatistik y la S.S.-Führung se pongan de acuerdo. Empieza el cansancio, unos se desmayan, a los que les llega el turno de morir caen para no levantarse más, los disentéricos se van por los calzones, los Lagerschutz notan el relajamiento y empiezan a golpear. Los de la S.S., cuyo domingo está comprometido, están furiosos: ellos se deciden por ir a comer, pero nosotros permanecemos allí. A las 14 horas, vuelven.
Súbitamente, llega corriendo el Kapo de la Arbeitsstatistik: ha obtenido una nueva cifra. Un murmullo de esperanza sale de la masa. El Rapportführer se inclina sobre la nueva cifra y entra en una violenta cólera: faltan todavía ocho hombres. El Kapo de la Arbeitsstatistik parte de nuevo. Vuelve a las 16 horas: ya no faltan más que cinco hombres. A las veinte horas, ya no falta más que uno y nosotros seguimos allí, pálidos, extenuados, cansados por la permanencia de pie durante once horas, con el estómago vacío: los de la S.S. deciden enviarnos a comer. Partimos: detrás de nosotros, recoge el Totenkommando una treintena de muertos.
A las 21 horas, se vuelve a empezar para encontrar al que falta: a las 23,45, tras diversas operaciones, es encontrado este que faltaba, la S.S.-Führung y la Arbeitsstatistik ya están de acuerdo.
[99] Regresamos al bloque y podemos irnos a acostar, dejando todavía tras nosotros una decena de muertos.
Ahora la explicación del prolongamiento
de las formaciones: los individuos empleados en la Arbeitsstatistik,
analfabetos o poco menos, sólo se han convertido en contables
por recomendación y son incapaces de hacer inmediatamente
una relación exacta de los efectivos. El campo de concentración
es un mundo en el que el lugar de cada uno está determinado
por su maña, y no por su capacidad: los contables son empleados
como albañiles, los carpinteros son contables, los carreteros
médicos y los médicos ajustadores, electricistas
o terraplenadores.
Diariamente, un vagón de diez toneladas, lleno de paquetes procedentes de todas las naciones de Europa occidental, excepto de España y Portugal, llegaba a la estación de Dora: salvo en algunas raras ocasiones, los paquetes estaban intactos. Sin embargo, en el momento de la entrega al interesado estaban totalmente saqueados, o al menos en sus tres cuartas partes. En numerosos casos, no se recibía más que la etiqueta acompañada de la lista del contenido, o de un jabón de afeitar, una pastilla de jabón, un peine, etc. Un comando de checos y de rusos estaba destinado a la descarga del vagón. Desde allí se conducían los paquetes a la «Poststelle», (24) donde los escribientes y los Stubendienst de cada bloque iban a recogerlos. Después el jefe de bloque los remitía a los interesados. Es en este corto recorrido en el que eran saqueados.
El mecanismo del pillaje era sencillo. Primeramente, eran sobre todo los paquetes franceses, famosos por la riqueza de su contenido, las víctimas de esto. En el mismo lugar de la descarga era abierto el vagón por el Kapo del comando, bajo la mirada de un S.S. encargado del control de las operaciones. El paquete pasaba por tres manos: un checo lo lanzaba desde el vagón a un ruso que lo tenía que coger al vuelo en tierra y volverlo a lanzar a otro ruso o a otro checo que tenía por misión colocarlo en el carruaje. De vez en cuando el ruso del vagón decía «Franzous» y el checo separaba las manos: el paquete caía a tierra, donde se
[100] aplastaba, su contenido se dispersaba por el suelo y rusos y checos se llenaban los bolsillos o la talega. Si al de la S.S. le agradaba algo del paquete reventado, tendía la mano, y de este modo era comprada su complicidad.
Una vez lleno el carruaje, se ponía en movimiento, tirado por seis hombres, en dirección a la Poststelle; en este primer trayecto, desaparecerían numerosos paquetes o eran desvalijados.
El reglamento prescribía que en la Poststelle los paquetes debían ser minuciosamente registrados y había que retirar de ellos los medicamentos, vino, alcohol, armas u objetos diversos que pudieran ser utilizados como armas. Este registro oficial era hecho por un equipo de presos, alemanes o eslavos, bajo la vigilancia de dos o tres de la S.S.: nueva sustracción. Los mismos de la S.S. se dejaban tentar por un pedazo de tocino, una tableta de chocolate que deseaba la pequeña amiga, un paquete de cigarrillos, un encendedor: se aseguraban el silencio de los presos cerrando los ojos ante los robos que éstos cometían.
Desde la Poststelle al bloque, los escribientes y los Stubendienst se ponían de acuerdo para efectuar una tercera sustracción y, al final del viaje, estaba el jefe de bloque que llevaba a cabo la cuarta y última, tras lo cual entregaba el resto al interesado.
La ceremonia de la entrega al interesado tenía algo de grotesco. El preso era llamado por su número e invitado a presentarse ante el jefe de bloque. En la oficina de éste, se encontraba el paquete abierto e inventariado. Al pie de la mesa para escribir había una gran cesta con un cartel: "Solidarität". Cada preso estaba moralmente obligado a dejar caer un poco de lo que recibía para aquellos que nunca recibían nada, especialmente los rusos y los españoles, los niños, los desheredados de todas las nacionalidades que no tenían padres o bien éstos ignoraban el paradero, etc. Esto en teoría, pues en la práctica el jefe de bloque, después de cada distribución, se apropiaba pura y simplemente de lo que había caído en la cesta y se lo repartía con su escribiente y los Stubendienst.
Cada vez que llegaban mercancías, los de la S.S., los Kapos, los Lagerschutz, los Blockältester, todos aquellos que tenían un grado cualquiera en la S.S.-Führung, estaban después abundantemente surtidos de productos franceses, lo que me persuadió de que los saqueos eran obra de una banda organizada.
Yo recibí mi primer paquete el 5 de abril de 1944; faltaba toda
[101] la ropa, una tableta de chocolate, y creo que una lata de conserva, pero quedaban tres paquetes de cigarrillos, un buen kilo de tocino, una lata de mantequilla y otros diversos pequeños comestibles. Habíamos cambiado de bloque la antevíspera, nos encontrábamos en el 11 y nuestro jefe de bloque era un alemán de placa negra. Le pregunté qué le agradaría.
-- Nichts, geh'mal. (25)
Resueltamente, le tendí un paquete de cigarrillos y después, señalando la cesta de la "Solidarität", le interrogué con los ojos:
-- Brauch'nicht! Geh'mal, blöder Kerl! (26)
Había apostado bien. Dos días después, fui llamado nuevamente: esta vez tenía tres paquetes. De uno de ellos no quedaba más que la etiqueta, pero los otros dos estaban casi intactoes: en uno, había un enorme pedazo de tocino.
-- Dein Messer (27) -- le digo al jefe de bloque.
Corto una buena cantidad que le ofrezco, después me voy sin preguntar siquiera si tango que dejar algo para la "Solidarität". El me mira con los ojos muy abiertos mientras me alejo: los franceses teníamos la fama, por otra parte muy justificada, de ser celosos de nuestros paquetes y poco generosos. Súbitamente, me vuelve a llamar:
-Dein Nummer?
Lo anota, y después:
-Hör mal, Kamerad, deine Pakete werden nie mehr bestollen werden -- me dice. Das sage ich. Geh' jetzt! (28)
En efecto, a partir de este día, todos mis paquetes me han sido remitidos casi intactos: el jefe de bloque había hecho pasar mi número por las diferentes fases del desvalijamiento, notificando la orden de "No tocarlo". A este debo el haber salvado la vida, pues los paquetes que venían de Francia, además del suplemento que traían a la ración del campo eran un magnífico medio de cambio con el cual se podían facilitar exenciones en el trabajo, prendas suplementarias, enchufes. Ellos me han permitido pasar ocho meses en la enfermería que otros, también enfermos, han pasado bajo unos tratamientos de los que han muerto.
A propósito de los paquetes, se produjo otro fenómeno trágico:
[102] la mayoría de los franceses, incluso de familia muy acomodada, recibían uno saqueado en sus tres cuartas partes, y después nada más. Fue tras la liberación cuando obtuve la explicación de esto. Al entrar en el campo, los presos escribían una vez a su familia, precisando que tenían el derecho de escribir dos veces por mes. La familia enviaba un paquete y, como éste era el primero, antes de enviar el segundo esperaba el acuse de recibo, que no llegaba nunca, pues, a excepción de la primera, solamente una de cada diez cartas que escribíamos llegaba a su destino. En el campo, el preso que escribía regularmente se preguntaba qué era lo que pasaba, y mientras moría de inanición, su familia estaba persuadida en Francia de que no valía la pena enviarle un segundo paquete: como no había acusado recibo del primero, seguramente había muerto. Mi esposa que me envió regularmente un paquete diario me ha dicho que ella no lo hacía más que para tranquilizar su conciencia y contra toda esperanza, pues mi madre había logrado persuadirla, por este razonamiento, de que los enviaba a un muerto y que además del luto cierto, era dinero perdido.
El 1 de junio de 1944, el campo está desfigurado.
Desde el 15 de marzo, no han cesado de llegar convoys (de 800, 1.000 y 1.500), una o dos veces por semana, y la población ha ascendido a cerca de 15.000 unidades. Si no ha sobrepasado esta cifra, es porque la muerte ha segado en una proporción inuy cercana a la totalidad de las personas llegadas: diariamente, de cincuenta a ochenta cadáveres han seguido la dirección del crematorio. La H-Führung comprende exclusivamente una décima parte de la población del campo: de mil cuatrocientos a mil ochocientos enchufados, omnipotentes y sintiendo su importancia, reinan sobre la plebe fumando cigarrillos, tomando sopa y bebiendo cerveza a voluntad.
Se está levantando el bloque 141, destinado para teatro-cine y el burdel está en disposición de recibir mujeres. Todos los bloques, geométrica y agradablemente puestos sobre la colina, están comunicados entre ellos por calles de hormigón; unas escaleras de cemento y en rampa conducen a los bloques más elevados; delante de cada uno de ellos hay pérgolas, con plantas trepadoras, pequeños jardincillos con césped de flores, por aquí, por allá,
[103] pequeñas glorietas con surtidores o estatuillas. La plaza, que cubre algo así como medio kilómetro cuadrado, está totalmente pavimentada, tan limpia que en ella no se podría perder un alfiler.
Una piscina central con trampolín, campo de deportes, frescas sombras, un verdadero campo para colonia de vacaciones, y cualquier transeúnte al que le fuese concedido el visitarlo en ausencia de los presos saldría convencido de que en él se lleva una vida agradable, llena de poesía silvestre y especialmente envidiable, en todo caso fuera de toda medida común con los azares de la guerra que son el destino de los hombres libres. La S.S. ha autorizado la creación de un comando de música. Todas las mañanas y tardes, una banda de unos treinta instrumentos de viento, con tambores y platillos, somete a ritmo la cadencia de los comandos que van al trabajo o vuelven de él. Durante el día, se ejercita y ensordece el campo con los más extraordinarios acordes. El domingo por la tarde, da conciertos ante la indiferencia general, mientras los enchufados juegan al fútbol o hacen acrobacias en el trampolín.
Las apariencias han cambiado pero sigue la misma realidad. La H-Führung es lo que era: los políticos se han introducido en ella en número apreciable y los presos, en vez de ser maltratados por los delincuentes, lo son por los comunistas o los que así se titulan. Cada individuo percibe regularmente un salario: dos a cinco marcos por semana. Este salario es guardado en caja por la H-Führung que lo distribuye en general el sábado por la noche en la plaza de la Arbeitsstatistik, pero procediendo de tal manera, organizando tales alborotos que manifestar la pretensión de cobrarlo equivaldría a presentar la candidatura para el crematorio. Pocos son ]os temerarios que se presentan. Los Kapos, jefes de bloque y Lagerschutz se dividen entre ellos lo que ya no tienen que repartir. También se distribuyen cigarrillos - oce cada diez días - mediante el pago de 80 pfennigs. No se tiene dinero para pagarlos y los jefes de bloque encargados del reparto exigen de los que lo tienen tales virtudes de higiene y comportamiento que resulta casi imposible entrar en posesión de la ración. En fin, se distribuye también cerveza: en principio para todos, pero también aquí hay que poder pagar. Las familias de los presos están autorizarlas a enviarles cada mes 30 marcos que al igual que su salario semanal o sus cigarrillos dejan de percibir por idénticas razones. Y de modo análogo: un día, la gente de la H-Führung ha
[104] decidido repartirse la ropa y los objetos diversos de los cuales fuimos despojados al llegar a Buchenwald.
Conviene añadir que para obtener este resultado miles y miles de presos han pasado por el crematorio, bien en forma natural a consecuencia de la vida que se les hacía llevar, o bien al habérseles enviado por motivos diversos, especialmente el sabotaje, haciéndoles tomar el camino previo del Strafkommando, del Bunker y del patíbulo. De marzo de 1944 a abril de 1945, no ha pasado semana sin sus tres o cuatro ahorcados por sabotaje. Finalmente se les colgaba en grupos de diez o de veinte, un lugar a la vista de los otros. La operación se hacía en la plaza, en presencia de todos. Había sido levantada una horca, los desdichados llegaban con una mordaza de madera en forma de bocado, las manos a la espalda. Se subían sobre un taburete, pasaban la cabeza por el nudo corredizo. El Lagerschutz de servicio tiraba el taburete de un puntapié. No era nada rápido: los desgraciados tardaban en morir cuatro, cinco, seis minutos. Uno o dos de la S.S. vigilaban. Una vez terminada la operación, toda la población del campo desfilaba ante los cadáveres colgados de la cuerda.
El 28 de febrero de 1945, han colgado a 30, que han subido al patíbulo de diez en diez. Los diez primeros han pasado su cabeza por los nudos corredizos, los diez siguientes esperan su turno en posición de firmes, cerca de los taburetes, los diez últimos esperan el suyo permaneciendo a cinco pasos. El siguiente 8 de marzo han colgado a diecinueve; esta vez, la operación ha tenido lugar en el túnel y solamente han sido testigos los comondos de éste. Los 19 desventurados han sido puestos en fila trente a la sala 32. Una gran polea en la que habían sido fijadas 19 cuerdas ha caído lentamente por encima de sus cabezas. El Lagerschutz ha pasado los 19 nados corredizos, después la polea ha vuelto a subir lentamente, lentamente: ¡ay, los ojos de los desdichados que se agrandaban y sus pobres pies que trataban de conservar el contacto con el suelo! El domingo de Ramos han colgado a 57, ocho días antes de la liberación, mientras oíamos muy próximos ya los cañones aliados y el desenlace de la guerra no podía ser dudoso para la S.S. (29)
Esto sucedía así: los de la S.S. descubrían por sí mismos cierto número de actos de sabotaje (en 1945, y desde mediados de 1944,
[105] se había hecho imposible para cualquiera de dentro o fuera del campo el vivir sin sabotear), pero la H-Führung les señalaba implacablemente un mayor número todavía. Por otra parte, se tendrá una idea exacta de lo que podía ser esta H-Führung, cuando se sepa que con la liberación, en el momento de los transportes de evacuados, todos los alemanes que formaban parte de ella, rojos o verdes, nos encuadraban, con un brazalete blanco y el fusil cargado bajo el brazo. Todos los alemanes, digo, contemplados con ojos llenos de envidia por los otros, rusos, polacos y checos, cuyos servicios habían sido rechazados de antemano.
Sería inútil insistir sobre el coste de la empresa en vidas humanas. El 1 de junio de 1944, la población del campo estaba integrada casi exclusivamente por gente llegada en marzo o con posterioridad. Aún se podían encontrar siete detenidos cuyas matrículas estaban comprendidas entre el 13.000 y 15.000: habían llegado 800 el 28 de julio de 1943. Se encontraba todavía una docena entre los 20.000 y 21.000: habían llegado 1.500 en octubre. De los 800 tomados entre los 30.000 a 31.000 llegados en diciembre y enero, quedaban unos cincuenta, de los 1.200 tomados entre los 38.000 a 44.000 llegados en febrero y marzo, sobrevivían trescientos o cuatrocientos. Las matrículas 45.000 a 50.000 llegadas en el curso de mayo estaban todavía casi completas: pero no por mucho tiempo.
1
/ Nuestro Führer estará contento.
2 / Campo
penitenciario.
3 / Campo
de trabajo.
4 / Campo
de concentración.
5 / Se
ha dicho, y lo creo, que casi toda Alemania ignoraba lo que pasaba
en los campos: la S.S. que vivía en el mismo terreno ignoraba
una gran parte de ello o no se enteraba de ciertos acontecimientos
hasta mucho después de haber ocurrido. Por lo demás,
¿quién conoce hoy en Francia los pormenores de la
vida de los presos de Carrère, La Noé y otros lugares?
Véase en la pág. 154, en el apéndice al cap.
II, la relación de Pierre Bernard sobre la prisión
central de Riom y la opinión de E. Kogon en la pág.
219.
6 / Teniente
primero.
7 / KZ,
abreviatura de Konzentrationslager.
8 / Policías
tomados entre los presos.
9 / Dirección
del campo por los propios detenidos.
10 /
Stubendienst en el bloque 56, después en el bloque
24, donde llegaban los paquetes. (Véase pág. 183.)
11 /
De hecho, comité nacido mucho antes; no hubo más
que uno en todos los campos: una asociación de ladrones
y saqueadores, verdes o rojos, detentando por añadidura,
el poder de mando de la S.S. Tras la liberación ham procurado
dar gato por liebre y hay que convenir en que han tenido éxito
en gran parte.
12 /
Aunque haya habido que llevar al activo de este campo las conocidas
«pantallas de piel humana», de las que Ilse Koch,
llamada la perra de Buchenwald, lleva hoy «sola» la
tremenda responsabilidad... ¿Se paseaba por el campo la
mujer del Lagerkommandant a la búsqueda de bellos
tatuajes a cuyos desgraciados propietarios designaba ella misma
para la muerte? No puedo confirmar ni desmentir. Preciso sin embargo,
que en febrero-marzo de 1944, los rumores en el campo acusaban
de este crimen a los dos Kapos de la cantera y del jardin,
perpetrado antaño por ellos con la complicidad de casi
todos sus colegas. Los dos cómplices habían industrializado
la muerte de los presos tatuados cuyes pieles vendían,
a cambio de pequeños favares, a Ilse Koch y a otros, por
mediación del Kapo y del S.S. de servicio en el
crematorio. De tal modo que la tesis de la acusacyón, caso
de que estuviese fundada, a pesar de todo sería bastante
frágil. (Véanse las págs. 145 y 146.)
13 /
Caronte, barquero del infierno en la Divina Comedia de
Dante (N. del T.)
14 /
¡De a cinco! ¡De a cinco! ¡Tú, idiota!
15 /
¡Venga, venga! ¡Estamos en Dora!
16 /
¡Levantarse, levantarse! ¡Venga, a lavarse!
17 /
¡Despacio, despacio... despacio, granujas!
18 /
¡Venga, venga! ¡Rápido, hombre! ¡Digo
que a lavarse!
19 /
¿Qué tal va?
20 /
¡Lento, lento, muy lentamente! Mire estos granujas, ¿qué
se puede hacer con ellos?
21 /
¡cuidado! ¡Cuidado!
22 /
Descanso.
23 /
Exacto.
24 /
Oficina de correos.
25 /
Nada, vete.
26 /
¡No es preciso! ¡Lárgate, imbécil!
27 /
Tu cuchillo.
28 /
Oye, camarada, tus paquetes nunca más serán robados.
Lo digo yo. ¡Ahora, vete!
29 /
Véase más adelante la página 147.
Ediciones ACERVO, Barcelona, 1961. Títulos
de la obras originales:
PASSAGE DE LA LIGNE, Primera edición: 1948 Editions bressanes
LE MENSONGE D'ULYSSE, Primera edición: 1950 Editions bressanes
ULYSSE TRAHI PAR LES SIENS, Primera edición: enero 1961
Documents et témoignages.
Véase obras
originales.