II/ cap. 6
II/ cap. 7
Prologos, conclusiones
[244]
Desde el momento en que , apenas terminadas las hostilidades, fue revelada al mundo la existencia de los campos alemanes de concentración - par otra parte, al mismo tiempo que al pueblo alemán - no hubo más que un grito: nunca se había visto esto y era necesario un genio tan demoníaco como el de Alemania para inventarlo. Nadie observó en aquel momento que los que gritaban más fuerte eran los comunistas. Y como los comunistas añadían que se habían comportado en ellos lo mejor posible, que gracias a ellos muchas personas destinadas al exterminio se habían salvado de una muerte horrorosa, todo el mundo cedió a su voluntad excepto algunas personas de carácter. La gente les creyó tanto más fácilmente porque habían encontrado dos escritores de talento, si no de una indiscutible probidad, para responder por ellos: David Rousset en Francia y Eugen Kogon en Alemania.
Con el tiempo, si las cosas no volvieron del todo a su orden normal, al menos la verdad salió poco a poco a la luz.
Los historiadores, asombrados momentáneamente por la versión comunista, aunque no se atrevieron a decir nada al estar los comunistas en el poder en la mayoría de los países de la Europa occidental, empezaron a escribir que Alemania no había inventado los campos de concentración, que los ingleses los habían utilizado contra los boers en Africa a fines del pasado siglo, que los franceses habían encerrado en ellos a los españoles en 1938,
[245] que los rusos los empleaban desde 1927 y retenían en ellos hasta 20 millones de personas, etc. En una palabra, que todos los países del mundo habían empleado esta institución en un período u otro de su historia, v que cada vez se habían podido comprobar en ellos los mismos horrores que en los campos de concentración alemanes, cualquiera que fuese la forma de gobierno.
Para mí estaba clara la maniobra de los comunistas: poniendo el acento sobre los campos alemanes, pensaban entretener y desviar la atención del mundo de los 20 millones de personas que ellos guardaban en sus propios campos, y a las cuales imponían unas condiciones de vida de las que los testimonios publicados hoy por algunos supervivientes (Margareth Buber-Neumann, especialmente) han probado ampliamente que eran peores todavía que las que nosotros conocimos en los campos alemanes. Además, al cultivar el horror apoyándose en David Rousset y Eugen Kogon, los comunistas, cuyo tema central era: «Nunca olvidéis esto» (1), querían mantener a las potencias occidentales en estado de división, y, más especialmente, impedir toda reconciliación entre Francia y Alemania, pilares de la unión general.
Solamente hoy, uno se da cuenta de que en este último punto han conseguido su propósito, y se empieza a comprender que no les ha ayudado poco su tesis sobre los campos alemanes de concentración. En lo relativo al horror inherente a los campos de concentración, en cualquier país y bajo cualquier gobierno, es la misma Francia la que aporta el testimonio más significativo: en julio de 1959, mientras hacía un reportaje en Argelia, el periodista francés Pierre Macaigne, de Le Figaro, tuvo ocasión de visitar el campo de concentración de Bessombourg, donde veía a millares de personas en el mismo estado de salud que era el nuestro cuando salimos de los campos alemanes. El informe de la Cruz Roja internacional publicado en 1959, asegura por otra parte que en Argelia hay «más de cien campos» como aquél, con un total de 1.500.000 personas detenidas, o sea 1/6 de la población...
Quedando establecido este punto, no es indiferente el entrar en el detalle y ofrecer algunos ejemplos de «verdades» reveladas
[246] por los comunistas, admitidas ayer por una opinión crédula y de las cúales se puede decir hoy que eran desvergonzadas mentiras.
Pues los comunistas no han abandonado sus proyectos: el cultivo del horror - de un horror en el que tienen su buena parte, ya que ellos mismos administraban los campos alemanes de concentración y mandaban en todo - habiendo servido tan admirablemente a sus designios políticos, intentan mantenerlo publicando de vez en cuando lo que ellos llaman en un delicioso eufemismo, un testimonio. Se sabe, ciertamente, que viniendo del otro lado del telón de acero, todos estos «testimonios» infunden la sospecha de haber sida fabricados por las necesidades de la causa. Pero la propaganda comunista está tan bien hecha, los tiene traducidos en todas las lenguas y tan abundantemente propagados en la Europa occidental, que los espíritus no prevenidos que a pesar de todo son la mayoría, pueden dejarse engañar. Aun cuando este trabajo resulta fastidioso, se hace necesario el examinarlos minuciosamente para poner en evidencia el engaño. En 1953, tuvimos S.S.-Obersturmführer Dr. Mengele, por el comunista húngaro Nyiszli Miklos, y hoy tenemos Der Kommandant van Auschwitz spricht que pretende ser una confesión redactada en la cárcel por Rudolf Höss, en los días que precedieron a su ejecución en Cracovia el 7 de abril de 1947.
Ambos «testimonios» se refieren a Auschwitz-Birkenau, y han sido publicados para probar que la mayoría de los internados, y más especialrnente los judíos, fueron exterminados sistemáticamente por medio de las cámaras de gas. Estoy satisfecho de poderlos confrontar hoy, pues la contradicción existente entre el primero y el segundo confirma más allá de toda esperanza la tesis que sobre este punto sostengo en La mentira de Ulises.
Desde 1947 a 1953, he dicho una y otra vez en la prensa francesa que ningún deportado vivo podía haber visto las cámaras de gas funcionando, y cada vez que se me ha señalado alguno que aceptaba la confrontación, le he cogido en flagrante delito de mentira y le he obligado a confesar públicamente que, en efecto no había visto nada de lo que contaba. El último, cronológicamente, fue el sacerdote descarriado J. P. Renard (del que se trata
[247] en la página 149), que había logrado hacer creer a toda Francia que había visto asfixiar a miles y miles de personas en Buchenwald y en Dora, donde... ¡no hubo cámaras de gas!
A la larga, al terminar por imponerse mi opinión, se empezó a sacarme deportados del otro lado del telón de acero, que al declarar que habían asistido al suplicio lo describían minuciosamente, y con los cuales naturalmente era imposible la confrontación.
El primero fue el comunista húngaro doctor Miklos, antiguo detenido en Auschwitz-Birkenau, donde controlaba - según dice - el comando de los horno s crematorios y de las cámaras de gas.
Este creía sin duda embrollarme al hablarme de Auschwitz, campo en el que yo no había sido internado y sobre el cual no estaba moralmente autorizado para dar testimonio. El solamente ignoraba que al ser en cierto modo mi oficio la historia, yo podía familiarizarme un poco con el documento histórico para aceptar o rechazar la autenticidad con una simple lectura. En su caso, fueron las cifras que presentó las que destruyeron la impostura: 25.000 personas por día durante cerca de cinco años, no tuve ninguna dificultad en demostrar que este suponía 45 millones, y con 4 hornos crematorios de 15 parrillas cada una, incluso a tres cadáveres por parrilla, se necesitarían más de 10 años para quemar todo esto.
El convino en ello, y me escribió que se contentaba con 2.500.000 cadáveres, de los cuales no todos eran judíos ni todos habían perecido por medio de la cámara de gas.
Pero mantenía todo lo demás. Juzgué inútil continuar la controversia con tal individuo.
En el libro que los comunistas (que se han encargado de publicarlo y distribuirlo por el mundo entero, en cinco lenguas) presentan como una confesión de Rudolf Höss, Lagerkommandant de Auschwitz de mayo de 1940 a noviembre de 1943, leo lo siguiente:
«Durante la primavera de 1942, centenares de seres humanos han encontrado la muerte en las cámaras de gas.» (Página 178 de la edición francesa.)
Centenares en tres meses... ¡Estamos lejos de los 25.000 diarios - o sea dos millones en tres meses - del comunista Miklos!
[248] Sólo nos queda por esperar al próxiõno «testigo», que pasará quizá de las centenas a cero... es decir, al otro extremo.
El Rudolf Höss de los comunistas polacos no está por otra parte muy de acuerdo consigo mismo, pues, unas páginas más adelante, escribe:
«La cifra máxima de gaseados y de incinerados en 24 horas, se ha elevado a poco más allá de los 9.000 para todas las instalaciones...» (Página 236.)
Finalmente, otra cifra que anima a meditar:
«Hacia finales de 1942 (los hornos crematorios no habían funcionado todavía porque no estaban construidos) (2), todas las fosas del campo fueron limpiadas. El número de cadáveres que habían sido enterrados en ellas se eleva a 107.000.» (3).
De donde se puede inferir que en tres años (1939-1942) murieron 107.000 personas en Auschwitz, o sea menos de 100 por día. A este ritmo, estamos lejos de los 2.500.000 de Miklos para toda la guerra, y sobre todo de los 9.000 diarios.
¿Se quieren otros motivos de sorpresa? Entonces hay aquí tres proposiciones sobre las cuales podrá meditar a su gusto el lector:
1. «En tanto que yo recuerdo, los convoys que llegaban a Auschwitz nunca llevaban más de 1.000 personas.» (Página 229.)
[249]
2. «A causa de los retrasos en las comunicaciones, nos llegaban cinco convoys por día, en lugar de los tres esperados.» (Página 236.)
3. «Para el exterminio de los judíos húngaros, llegaban los convoys uno tras otro a razón de 15.000 personas diarias.» (Página 239.)
De donde resulta que: 1.000 x 5 = 15.000 (!).
Para terminar sobre este punto, se me permitirá que cite todavía esto que se puede leer en la página 245:
«Coma ya he dicho, los crematorios I y II podían incinerar cerca de 2.000 cuerpos en 24 horas: no era posible hacer más si se quería evitar los destrozos. Las instalaciones III y IV debían incinerar 1.500 cadáveres en 24 horas (4). Pero, en tanto que yo sepa, estas cifras no han sida alcanzadas nunca.» (5).
¿Cómo no deducir de estas flagrantes contradicciones que se trata de un documento falsificado después, apresuradamente, y por unos ignorantes?
Esta tardía fabricación ya se adivinaba por otra parte sólo con la presentación del libro: escrito a lápiz y conservado cuidadosamente en los archivos del museo de Auschwitz, donde, a menos que se sea un reconocido comunista, nadie puede ir a examinarlo; llevando la fecha de febrero-marzo de 1947, conocido desde entonces y publicado solamente en 1958; atribuido a un muerto que de todas maneras no puede protestar contra las declaraciones que llevan su firma, etc., todo esto, por sí solo, ya explica demasiado.
Estas cifras contradictorias no son, por otra parte, las únicas anomalías de este testimonio, del cual lo menos que se puede decir es que es... singularmente tardío.
[250]
Entre estas otras anomalías, la primera que viene a la mente es la que recoge las órdenes de exterminio de origen gubernamental.
De una de estas órdenes ya se ha tratado: la de hacer saltar todos los campos de concentración al aproximarse las tropas aliadas, con el fin de exterminar así a todos sus ocupantes incluidos guardianes. Hoy se sabe que esta orden, recibida por todos, esgrimida contra los acusados del proceso de Nuremberg, y abundantemente comentada por los Rousset, los inferiores a él y los Kogon, no ha sido dada nunca (6), y no es más que una invención del siniestro médico-jefe de la S.S. de la enferrnería de Dora, el doctor Plazza, para granjearse la benevolencia de los aliados y salvar su vida (7).
A pesar de que las intenciones de los que han publicado Der Lagerkommandant van Auschwitz spricht no hayan sido las de demostrar que éstas eran asimismo órdenes de exterminio por los gases, me temo que éste sea en definitiva el fin que han conseguido.
En primer lugar, se reconoce explícitamente en este libro que:
«el primer empleo
del gas para matar a presos, ha sido hecho sin ninguna orden,
con un gas de ocasión, y cuando entre los responsables
del campo, de arriba a abajo de la escala jerárquica,
nadie se lo esperaba.
»Durante uno de mis viajes de negocios (1942), mi suplente,
el Schutzhaftlager Fritzsch (8)
hizo uso del gas contra un lote de funcionarios políticos
del ejército rojo. empleó en este caso el preparado
de cianuro (ciclón B) de que disponía porque se
utilizaba constantemente en la oficina como insecticida. Me informó
de ello después de mi regreso.» (Página 172)
De este modo, por la fotuita iniciativa de un subalterno,
[251] habría nacido un método para ser empleado en gran escala contra los judíos.
Varias veces dice Rudolf Höss en su obra - o se le hace decir - que las más altas autoridades gubernamentales del III Reich, y especialmente Himmler, le han reiterado verbalmente las órdenes de exterminar a los judíos con gas, pero:
«Nunca se ha podido obtener sobre este asunto una decisión clara y rotunda de Himmler.» (Página 233.)
Y en tal caso era Höss quien propugnaba el gaseamiento en gran escala:
«Yo he tratado frecuentemente de esta cuestión en mis informes, pero no podía nada contra la presión de Himmler, que siempre quería tener más presos para el armamento.» (Página 189.)
y por consiguiente se oponía a ello.
De todas maneras, no se ve bien cómo habría podido tener Himmler «más presos para el armamento» haciendo exterminar cada vez más con los gases.
Además de esto hay que advertir que habiendo pedido Himmler verbalmente a Höss que construyese cámaras de gas en Auschwitz (en el verano de 1941), Höss le «sometió un plan detallado de las instalaciones proyectadas» a propósito del cual declaró:
«Nunca he recibido respuesta o alguna decisión sobre este asunto.» (Página 227.)
Las cámaras de gas han sido sin embargo construidas porque - dice Höss -:
«de resultas de esto, Eichmann (un subordinado de Himmler) (9) me dijo de paso - luego verbalmente: ¡todo es verbal en este asunto! - que el Reichsführer estaba de acuerdo.» (Página 227.)
[252]
Entonces Himmler no habría dado nunca la orden de construir estes cámaras de gas - ¡la declaración es de categoría! - pues hubiera pedido que ellas exterminasen a la vez a muchos y al menor número posible de gente.
En la página 191 se puede leer aún:
«Los presos especiales (es decir los judíos) sometidos a su competencia (de Himmler) debían ser tratados con toda consideración... No se podía prescindir de esta masa de mano de obra, y, en especial, en las industrias de armamento.»
¡ Vaya uno a ver dónde está la verdad!
Las cosas no se vuelven más claras si se examina la manera de exterminar. Se ha visto anteriormente que el gas empleado era un insecticida, el ciclón B, que fue utilizado - nos dice Höss - en todos los casos de asfixia posteriores a las de los funcionarios políticos del Ejército rojo, de los cuales se ha tratado antes: es extraño por lo menos que para la ejecución de tal orden, incluso dada verbalmente, no se haya previsto un gas especial distinto a un insecticida.
Sea lo que sea, he aquí en qué consiste el ciclón B:
«El ciclón B se presenta en forma de piedras azules, entregadas en cajas, de las cuales se desprende (10) el gas bajo la acción del vapor de agua.» (Página 228.)
[253]
Su manejo es tan peligroso que cuando se le utiliza en una habitación, antes de volver a entrar en ella «HAY QUE AIREARLA DURANTE DOS DIAS» (pág. 229), pero el gaseamiento de los judios «dura normalmente una media hora» (pág. 174) tras lo cual «se abren las puertas y el Sonderkommando empieza INMEDIATAMENTE su trabajo de extracción de los cadáveres». (pág. 230)... «llevando consigo a los cadáveres comiendo y fumando» (pág. 180) sin que nunca suceda el menor incidente. Más aún: el primer exterminio se hizo en un depósito de cadáveres, y para hacer penetrar el gas en él «mientras se descargaban los camiones (de futuras víctimas) se horadaron varios agujeros en las parades de piedra y de hormigón del depósito (de cadáveres)» (pág. 172). No se dice cómo se hizo llegar el vapor de agua necesario, ni cómo se taparon de nuevo los agujeros después de la introducción de las piedras azules: también apresuradamente, sin duda, y con trapos viejos...
Verdaderamente nada de esto es serio: es más bien de «novela por entregas». ¡ Y es esta novela la que se presenta como un documento!
En esta trama de contradicciones ingenuamente expuestas, no se puede mencionar todo: el volumen comprende 247 páginas y harían falta por lo menos otras tantas para refutarlo. Había que limitarse pues a lo esencial, y lo esencial es lo referente a las cámaras de gas, cuestión la más irritante de todas las que atañen al problema de los campos de concentración en Alemania . Las contradicciones que he recogido me parecen, por otra parte,
[254] suficientes para probar que este nuevo testimonio, al igual que el del comunista húngaro Miklos, no podía ser la obra de alguno que haya visto eso. Muy probablemente, habiendo escrito Rudolf Höss su confesión mientras esperaba la muerte, los comunistas polacos han introducido en ella , de un lado a otro y bastante torpemente, la tesis bolchevique sobre los acontecimientos que se estima que tuvieron lugar en el campo de Auschwitz de 1940 a 1943, es decir, durante el tiempo en que él fue Lagerkommandant. Esta es, en todo caso, la única explicación posible tanto del tiempo que se ha tardado en publicar este testimonio - ¡ 12 años! - como de su incoherencia.
Quiero, sin embargo, recoger aún otras dos pequeñas frases.
«A fines de noviembre de 1940, fui convocado por primera vez por el Reichsführer y recibí la orden de proceder a una ampliación del territorio del campo... Se trataba de la construcción de Birkenau (Auschwitz II), que debía ser seguida por la instalación del conjunto de los Kommandos de Monowitz para la I.G. Farben (Auschwitz III). La construcción de Auschwitz IV ha sida interrumpida por la derrota hitleriana.» (Página 121.)
Que yo sepa, ésta es la primera vez que la literatura de los campos de concentración reconoce que la Alemania en guerra, tal como lo hizo en todas sus otras industrias, había proyectado también instalar en los campos a la I.G. Farben, industria en la que son indispensables las cámaras de gas. Para la fabricación de materias colorantes y de cierto número de productos químicos, no para el exterminio de los internados.
Es lo que ya he dicho en esta misma obra, mucho antes de que esta declaración se hiciese pública.
Pero ¿y las asfixias de los internados?
Ya estamos en posesión de un elemento cierto:
Apenas terminada la guerra, se publicó en todos los periódicos del mundo la fotografia de un letrero indicador que llevaba la siguiente indicación: Vorsicht! Gas! Gefahr! (11). Esta llamada de atención se refería a la cámara de gas del campo de Dachau,
[255] de la cual se decía en aquella época que en ella se había asfixiado a millares de internados.
De paso para Munich, he querido cerciorarme de la verdad del hecho, y me he dirigido hacia ese lugar: el letrero indicador ha desaparecido, la cámara puede contener unas cincuenta personas de pie, y apretujadas las unas contra las otras, a la manera de las sardinas en una lata.
En la puerta del campo, un guarda explica a los visitantes que «en todas las librerías de Munich se vende una historia del campo de Dachau, en la cual se dice que esta cámara de gas no ha funcionado nunca, por la simple razón de que sólo ha sido terminada después de la guerra por los miembros de la S.S. que han ocupado el lugar de los internados en este campo.»
Es exacto. Lo he comprobado... Por otra parte debo reconocer que a partir de 1948 ya se ha podido leer este en la prensa francesa, pero en pequeños caracteres y en los rincones perdidos de los periódicos que pasan desapercibidos a la mayoría de sus lectores, de tal forma que aún hoy la mayoria de la gente sigue estando persuadida de que «decenas de millares de personas han sido asfixiadas en Dachau.»
Como suceda lo mismo con las cuatro cámaras de gars de Auschwitz-Birkenau... (12). ¿Y por qué no habría de suceder lo propio? Se sabe efectivamente que en noviembre de 1944, al aproximarse las tropas rusas que liberaron el campo el 22 de enero de 1945, «los alemanes hicieron demoler los hornos crematorios y saltar las cámaras de gas» (13), de las que tantos turistas - ¡todos gozan de murchas amistades en el mundo comunista! - siguen
[256] pretendiendo que han ido allí en peregrinación desde el fin de la guerra y las han visitado.
Advierto aún, que después de haber pretendido que había de ellas en todos los campos, ya sólo se habla de los exterminios que tuvieron lugar en Auschwitz, en zona rusa, utilizando documentos que nadie - ¡salvo los comunistas! - puede examinar, y que los que siguen escribiendo de ello - casualmente - son solamente los supervivientes de la zona rusa, cuyas afirmaciones no se pueden comprobar. Lo que ya es indudable, es que los «testimonios» escritos que nos envian, en primer lugar se contradicen entre sí (Höss en contradicción con Miklos e incluso con E. Kogon y D. Rousset) y en segundo lugar están llenos de inverosimilitudes y se contradicen ellos mismos de una página a otra como se ha probado en este capítulo.
Ahora bien, no se puede fundamentar una verdad histórica sobre «testimonios» tan incoherentes y tan divergentes a la vez.
Yo añadiria que además de sus propias contradicciones y de las que aporta a los que han sido publicados antes que él, el «testimonio» sobre el campo de Auschwitz atribuido a Rudolf Höss está redactado en un estilo que le hace parecerse de un modo raro a las confesiones públicas de los acusados en los célebres procesos de Moscú que nadie ha tomado en serio en la Europa occidental.
Pero ¿para qué?
Después de esto, al publicar Arthur Koestler su célebre libro El cero y el infinito - ¡que se me perdone la referencia! - ya ha dicho todo.
Lo primero que hay que decir es que la cuestión ha evolucionado mucho desde la fecha en que escribí La mentira de Ulises. Esto era en 1949-50. Prestando fe a cualquier relato, a cualquier deportado, todos los periódicos colocaban cámaras de gas y de exterminios en masa a lo que saliese la suerte, dondequiera y en casi todos los campos. Casi todos los deportados las habían visto- con sus propios ojos -. Y todo el mundo les creía.
Por otra parte, esto sucedía a pesar de Eugen Kogon, que en su libro El infierno organizado había escrito en 1945: «en los escasos campos donde las hubo...»
Como él no dijo en cuáles, cada uno las colocaba donde quería y terminaba habiendo de ellas en todas partes.
En Francia yo he destruido la leyenda de la de Buchenwald y de la de Dachau. Hoy trato de saber qué es lo que fue exactamente de las - pues se habla de cuatro - de Auschwitz, las únicas sobre las cuales se habla todavía.
Pero comencemos por el principio.
En la actualidad, a pesar de la prohibición que se les impuso, muchos abogados de los acusados de Nuremberg han publicado los documentos que les sirvieron para defender a sus clientes y cuyas copias habían quedado entre sus legajos de documentos. En 1949-50 no era lo mismo.
Me había visto obligado a tratar del problema de las cámaras de gas tomando el máximo de precauciones de estilo y en una forma tan dubitativa como me era posible (páginas 187 a 194).
[258]
En aquel entonces, sólo se podia presentir la impostura y yo no tenia nada más que sospechas.
Posteriormente todo lo que se ha publicado ha venido a confirmar estes sospechas y frecuentemente lo ha hecho por el absurdo.
En 1958 apareció Der Lagerkommandant van Auschwitz spricht; en el capítulo precedente se ha leído lo que pienso de ese libro.
En 1953 ya había aparecido también S.S.-Obersturmführer Dr. Mengele, del comunista húngaro doctor Nyiszli Miklos, y no pude decir lo que pensaba de él más que en la cuarta edición de esta obra a modo de introducción (páginas 293 y 294).
Esta vez la impostura saltaba a la vista y, por lo demás, incluso lo ha reconocido parcialmente el autor. (Nota de la página 29).
Se puede comparar ahora la descripción de las cámaras de gas y de exterminio que hace este doctor Nyiszli Miklos con la que aparece en el capítulo precedente en el libro atribuido a Rudolf Höss. ¿Qué fe se puede prestar a dos testigos de un mismo acontecimiento que se contradicen hasta tal punto? ¿Y dónde está la verdad?
Pero se ha leido anteriormente cómo Eugen Kogon afirmaba que las cámaras de gas estaban en disposición de funcionar «en marzo de 1942»: pues bien, en marzo de 1942 Höss nos dice a la vez que las cámaras de gas no han funcionado (página 174) y que durante el verano, como no estaban construidas, fue preciso utilizar el bloque 11 - después depósito de cadáveres - para proceder a los exterminios con gas (pág. 229). Y mucho antes de la publicación de «su» libro, ya sabíamos que los hornos crematorios de Auschwitz habían sido «encargados el 3 de agosto de 1942 a la casa Topf und Sohne de Erfurt por la orden número 11450/42/BI/H»: ¿cómo han podido entonces funcionar estas cámaras antes de que los hornos crematorios fuesen construidos? Sobre todo si se las presenta como unidas a ellos. Es la cuestión que ya planteaba en mi estudio crítico de este libro.
Finalmente, he señalado en este estudio crítico dos libros en los cuales se dice que «los alemanes hicieron saltar las cámaras de gas de Auschwitz al aproximarse las tropas rusas en noviembre de 1944»; éstas son Histoire de Joël Brand de Weisberg y Exodo de León Uris.
Eugen Kogon, él por lo menos, tomó sus precauciones para el porvenir diciéndonos que «a partir de septiembre de 1944
[259] las órdenes habían prohibido el utilizarlas». Y cuando uno lograba llegar a Auschwitz como turista podía pensar que visitaba auténticas cámaras de gas. Con Weisberg y Uris todo se desploma. Lo mismo que pasó con Dachau.
Queda un argumento todavía: la «solución final» del problema judío.
La «solución final» del problema judío no es una expresión propiamente alemana. Desde hace siglos y siglos - exactamente desde Tito y la Diáspora - ha sida empleada por todos los constructores de sistemas sociales: en primer lugar por los Estados del mundo mediterráneo y después por los de la Europa septentrional y meridional. En Francia, la hicieron célebre la Révolución de 1789 y luego Napoleón, que creyeron haberla encontrado bajo la forma de un estatuto equitativo para todos los súbditos judíos que vivían en el territorio nacional. Nada más terminar la guerra europea, con la Declaración Balfour, tomó a escala mundial el sentido de la «reconstitución de un hogar nacional judío» al que Inglaterra se comprometia a ayudar en Palestina. Con el advenimiento del nacionalsocialismo en Alemania, tomó el de exterminio masivo de los judíos europeos por medio de las cámaras de gas.
¿Es correcta esta interpretación?
En el proceso de Nuremberg fue esgrimida como una acusación contra todos los dignatarios del régimen que habían participado de cerca o de lejos en la deportación de judíos a los campos de concentración aplicando la «Solución final» y todos respondieron unánimemente que «cuando se hablaba de la solución final del problema judío ellos no sospechaban que esto quisiese decir las cámaras de gas». Bajo juramento, algunos testigos llegaron a afirmar ante el tribunal (sobre todo en el proceso de los médicos), que habían recibido - verbalmente, es verdad - órdenes para actuar en este sentido y se les creyó. En aquella época se encontraban testigos para afirmar cualquier cosa con tal que fuese en el sentido de la verdad de los vencedores. ¿No llegó uno de ellos a declarar como auténtica la orden de «hacer saltar todos los campos, incluidos los guardianes, al aproximarse los aliados»,
[260] cuando en realidad se probó después (declaración de Jacques Sabille en Le Figaro Littéraire en 1951 y libro de Joseph Kessel Las manos del milagro) que gracias a Kersten, médico de Himmler esta orden no había sido dada nunca? ¿No llegó a decir otro que la artillería alemana había recibido la orden de echar a pique tres barcos cargados con deportados (entre ellos el Arcona) que se dirigían por el mar Báltico hacia Suecia y de los que se ha sabido después que fueron hundidos equivocadamente por la aviación aliada?
Si hoy en dia ya no se concede importancia a las órdenes de hacer saltar los campos al aproximarse los aliados, de disparar en el Báltico sobre barcos llenos de deportados, y de tantas otras aún, no es sólo porque no había documentos para sostenerlas sino también porque han aparecido escritos que prueban sin discusión posible que no hubo tales órdenes. Para sostener las órdenes de exterminio de los judíos con el gas no había tampoco documentos: se ha pretendido qúe los había, aún se pretende, se les ha mencionado, se les cita todavía.
¿Qué dicen estos escritos?
El más preciso de ellos - par otra parte el único que todavía se suele citar - es extracto de un documento llamado «Protocolo de Wannsee», que reúne, en una forma en la que sólo las personas prevenidas y los especialistas pueden distinguir el comentario y el texto auténtico, los informes presentados y las decisiones tomadas durante una reunión interministerial que tuvo lugar el 20 de enero de 1942, y a la cual asistieron los secretarios y los altos funcionarios de todos los ministerios del III Reich.
He aquí este texto en la traducción que ha sido hacha en Francia por el «Centre de documentation juive»:
«(...) En el cuadro de la solución final del problema, los judios serán trasladados con fuerte escolta a los territorios del Este y estarán destinados allí en el servicio del trabajo. Formados en grandes columnas de trabajadores, hombres por un lado, mujeres por el otro, serán llevados a estos territorios: no es preciso señalar que una gran parte de ellos se eliminará por decrecimiento naturel (...) El resto que subsista al final - y al que hay que considerar como la parte más resistente - deberá ser tratado en consecuencia. En efecto, la experiencia de la historia demuestra que una vez liberada esta élite natural lleva en germen los elementos de un nuevo renacimiento judío.»
[261]
El mismo texto extracto del Protocolo en lengua alemana es el siguiente:
«Unter entsprechender Leitung sollen im Zuge der Endlösung die Juden in geeigneter Weise im Osten zum Arbeitseinsatz kommen. In grossen Arbeitskolonnen, unter Trennung der Geschlechter, werden die arbeitsfähigen Juden strassenbauend in diese Gebiete geführt, wobei zweifellos ein Grossteil durch natürliche Auslese darstellend, bei Freilassung als Keimzelle eines neuen jüdischen Aufbaues anzusprechen ist.»
A simple vista se ve que ambas partes de este texto, la que he subrayado y la que la precede, no están redactadas en el mismo estilo. La primera conclusión que se impone es ésta: o bien no son del mismo autor, o no han sido redactadas en la misma ocasión o no figuran en el mismo «documento». La primera, efectivamente, está redactada en el estilo de la decisión, la segunda en el de la apreciación, es decir en el del comentario.
Es en este texto en el que se han apoyado muchos para aceptar como verdaderos los testimonios de las personas que, en Nuremberg y otros lugares, declararon que habían asistido a exterminios con gas o que habían recibido la orden de proceder a ellos.
De momento, en la confusión espiritual que siguió inmediatamente al fin de las hostilidades, se logró el efecto político buscado. A la larga, hay que convenir forzosamente en que si las personalidades de la República federal alemana que han tenido bajo Hitler un papel importante - jueces por ejemplo o altos funcionarios - dicen todavía que «cuando se hablaba de la solución final del problema judío ellos no sospechaban que esto quisiese decir las cámaras de gas», aun después de la lectura de este texto tampoco lo podrían sospechar.
Históricamente, todo parece reducirse a esto que ha resumido admirable aunque insidiosamente el escritor judío norteamericano León Uris en Exodo:
[262]
«En marzo de 1941, dieciocho meses después de la invasión de Polonia, Adolfo Hitler optó por la "solución final" del problema judío. Hecho significativo, concretó sus instrucciones en forma de orden verbal (14)... Seis semanas más tarde, Heydrich, gran maestro de los organismos de seguridad, reunió a cierto número de dignatarios nazis en conferencia secreta ( 14) a fin de participarles las decisiones del Führer... (pág. 192 de la edición francesa). Eichmann, Himmler, Streicher, y una docena de jefes de menor importancia pusieron manos a la obra para realizar un plan tan vasto como importante...» (Página 193.)
Las órdenes de Hitler son verbales... Un año después tiene lugar la reunión ministerial conocida con el nombre de «Protocolo de Wannsee» para decidir, y en lo que ha sido publicado de lo que se dijo; y se decidió ern ella, se buscan desde hace veinte años textos susceptibles de permitir afirmar que allí y en ese día nacieron las cámaras de gas.
Se ha encontrado uno: ya se ha visto lo que valía.
En el proceso de Nuremberg, lo he dicho frecuentemente, se encontraron sin embargo muchos testigos para confirmar que la «solución final del problema judío» consistía en «el exterminio por medio de las cámaras de gas». No quisiera molestar al lector con un censo de todos estes testigos y de sus declaraciones. Uno sólo bastará para desmontar el mecanismo de esta extrapolación: el más importante de todos, el Hauptsturmführer (capitán, según creo) Dieter van Wisliceny, adjunto inmediato de Adolf Eichmann, jefe del departamento encargado de la «solución final» en la fase de su ejecución.
Este Dieter van Wisliceny fue interrogado en Nuremberg, el de enero de 1946, por el teniente coronel Broockhardt, y el pasaje principal de este interrogatorio fue el siguiente:
Teniente coronel Broockhardt.-- ¿En sus relaciones oficiales con la sección IVA4 (cuyo jefe era Eichmann) ha tenido usted
[263] conocimiento de alguna orden que prescribiese el exterminio de todos los judíos?
Wisliceny.-- Sí, por Eichmann me enteré por vez primera durante el verano de 1942 de la existencia de tal orden (...) Le pregunté quién había dado esta orden; me explicó que era una orden de Himmler. Le rogué entonces que me enseñase esta orden, pues no podía creer que realmente existiese por escrito (...) Eichmann me dijo que me enseñaría esta orden escrita, si ello podía tranquilizar mi conciencia. Sacó de su caja fuerte un pequeño legajo que hojeó y me ofreció una carta de Himmler dirigida al jefe de la Sipo y del S.D. Lo esencial de esta carta era poco más o menos lo siguiente:
-- el Führer había ordenado la solución definitiva del problema judío.
-- la ejecución de esta solución llamada definitiva estaba confiada al jefe de la Sipo y del S.D. y al inspector de los campos de concentración. Todos los judíos que estuviesen en condiciones de trabajar, del sexo femenino o del masculino, debían ser empleados provisionalmente para trabajar en los campos de concentración. Esta carta estaba firmada personalmente por Himmler. No había ningún error posible, pues yo conocía perfectamente la firma de Himmler.
En esta carta no se habla hasta ahora de exterminio ni de cámaras de gas. El interrogatorio prosigue, pues naturalmente no se ha encontrado la carta.
Teniente coronel Broockhardt.-- ¿Llevaba la orden alguna indicación con miras a conservar el secreto? (15).
Wisliceny.-- Llevaba la indicación de "muy secreto"...
Teniente coronet Broockhardt.-- ¿Se ha planteado usted la cuestión del significado de las palabras «solución definitiva» empleadas en esta orden?
Wisliceny.-- Eichmann terminó por explicarme lo que se entendía por ello. Me dijo que la expresión «solución definitiva» ocultaba el exterminio biológico y total de los judíos en los territorios del Este.
Wisliceny sabía que Eichmann había logrado escapar a la
[264] policía aliada y que él no saldría seguramente de su escondrijo para ir a desmentirle. ¿Por qué molestarse entonces? Conviene decir que hubo no pocos Wisliceny en el proceso de Nuremberg... Este que pensaba salvarse reconociendo el crimen y trasladándolo sobre otro, no por elle dejó de ser ahorcado. Pero el procedimiento les salió bien a algunos de ellos.
Así nació la tesis del exterminio. En los primeros momentos que siguieron al fin de la guerra, se comenzó a hablar primeramente de la «solución final», asiguando a la expresión una nota marginal al pie de página en la que se explicaba que se refería al exterminio en cámaras de gas. Pues también se habían encontrado testigos de este género de exterminio que traían la prueba «según personas dignas de fe» muertas o desaparecidas.
Solamente en 1954, en el en que apareció el libro del comunista húngaro Nyiszli Miklos se descubrió que su testimonio no concordaba con los que habían recogido Eugen Kogon y David Rousset de personas, también ellas, «dignas de fe» pero a las que no se volvió a encontrar nunca. Con El comandante de Auschwitz habla... de Rudolf Höss, publicado en 1958, vino el desastre de la tesis, pues él también daba una versión del crimen en total contradicción con todas aquellas que la habían precedido en este camino.
En cuanto al testimonio de Wisliceny, pieza esencial de todos los que le han seguido, ya se ha visto hasta qué punto era preciso forzar las palabras para concluir en un exterminio con las cámaras de gas.
Pero el teniente coronel Broockhardt ha preguntado todavía otra cosa a Wisliceny:
Teniente coronel Broockhardt.-- ¿Sabe usted si esta orden continuó siendo observada por los servicios de Eichmann?
Wisliceny.-- Sí.
Teniente coronel Broockhardt.-- ¿Durante cuánto tiempo?
Wisliceny.-- Esta orden tuvo validez hasta octubre de 1944. Entonces Himmler dio una contraorden prohibiendo el exterminio de los judíos.
Así pues, he aquí una carta de Himmler de la cual tuvo conocimiento Wisliceny en el verano de 1942 sin otra precisión sobre la fecha, lo cual permite pensar que es anterior. No solamente no se ha encontrado esta carta, sino que se le hace decir lo que con toda evidencia ella no dice, y para acabar se determina que lo
[265] que ella no dice ha sido objeto de una contraorden en octubre de 1944. Naturalmente tampoco se ha encontrado nunca esta contraorden.
Por el contrario, hoy se sabe que durante una visita que hizo Himmler a Auschwitz en marzo de 1941, participó al comandante del campo su decisión de transformarlo en una potente central de armamento, ocupando en sus talleres a todos los presos judíos o no aptos para el trabajo. Esta decisión fue objeto de una carta a Pohl, con fecha del 5 de octubre de 1941 (16).
Y no hay manera posible de hacer concordar las instrucciones dadas por Himmler a Pohl en octubre de 1941 y las que según el testimonio de Wisliceny había dado a Eichmann casi al mismo tiempo.
¿Qué era entonces esta célebre "solución final" del problema judío?
No se sabe bien.
En los años 1934-35, Julio Streicher ya hablaba de ella en sus escritos. Diversos periodistas alemanes le hacian eco y sugerían la reagrupación de los judíos en una colonia francesa, por ejemplo el Africa occidental, ya que los ingleses no querian en Palestina. Al mismo tiempo, la derecha facciosa francesa se quejaba en todos sus periódicos de que era imposible a cualquier gobierno que fuese el sacar provecho de Madagascar, por consiguiente el de conservar la isla en el imperio colonial, si no se decidía a hacer de ella una colonia para poblar (17
). El nacionalsocialismo aprovechó la ocasión: ¿por qué no reagrupar allí a los judíos que los alemanes no querían por más tiempo? Pero Francia no los quería más que Inglaterra...
Al declararse la guerra, no se había encontrado ninguna solución de alcance mundial.
¿Qué pasó hasta entonces? :
[266]
Aún es necesario aquí consultar los documentos. Veamos pues dos de ellos:
«Antes de la guerra,
Eichmann (que dirigía en Berlín la sección
principal NB del servicio central de seguridad encargado de la
cuestión judía) había dispuesto la emigración
masiva de judíos... Haciéndoles emigrar, creía
depurar Alemania llevando la peste judía a los países
enemigos. Había tenido negociaciones con los jefes sionistas
para acelerar la evacuación en masa hacia Palestina.»
(Histoire de Joël Brand, por el escritor judío
A. Weisberg, página 93.)
«Le interesará
pues el saber que durante el último trimestre he puesto
en ejecución una idea de la cual ya hablamos un día.
Dos trenes han transportado a Suiza 2.700 hombres, mujeres y
niños judíos. Así ha sido emprendido
de nuevo el método que mis colaboradores y yo mismo habíamos
aplicado durante largos años, hasta que la guerra y la
locura que ella ha desencadenado en el mundo hizo imposible la
aplicación. Usted sabe bien que de 1936 a 1940, de acuerdo
con las organizaciones judías americanas, yo había
creado una sociedad de emigración de tipo benéfico.»
(18).
Heinrich Himmler. (Carta al doctor Kersten, 21 de marzo de 1945.)
Y el mismo texto en alemán:
«Es wird Sie interessieren, daß ich im Laufe des letzten Vierteljahres einen Gedankens, über den wir einmal sprachen, zur Verwirklichung gebracht habe. Es wurden nämlich in zwei Zügen rund 2.700 jüdische Maänner, Frauen und Kinder in die Schweiz verbracht. Es ist dies praktisch die Fortsetzung des Weges gewesen, den meine Mitarbeiter und ich lange Jahre hindurch konsequent verfolgten, bis der Krieg und die mit ihm einsetzende Unvernunft in der Welt seine
[267]
Durchführung unmöglich machten. Sie wissen ja, daß ich in den Jahren 1936, 37, 38, 39 und 40 zusammen mit jüdischen amerikanischen Vereinigungen eine Auswander-Organisation ins Leben gerufen habe, die sehr segenreich gewirkt hat.»
De ambos textos, que se confirman el uno por el otro, y de los cuales uno al menos no puede ser sospechoso, resulta indiscutiblemente que hubo una «emigración en masa» de los judíos amenazados por el nacionalsocialismo, y organizada por el propio nacionalsocialismo. Parece incluso que si esta emigración no fue tan masiva como hubiera podido serlo, se debe sobre todo a la mala voluntad de los otros países que se negaban a recibir a los judíos que Alemania no quería. Basta con leer el «Libro Blanco» inglés, publicado en 1939, después de la anexión de Austria y cuando el Foreign Office sentía la amenaza de invasión de Polonia, país en el que había 3.100.000 judíos: se decía en él que «la potencia mandataria en Palestina sólo aceptaría allí a 75.000 inmigrantes en total». En Francia, cada vez que un judío lograba entrar en el país se sentía tan mal acogido que se dirigía a Italia. De 1935 a 1940, Italia, donde convergían todos los judíos que huían del nacionalsocialismo tomando la ruta del Oeste, fue el teatro de un verdadero mercado negro de plazas para los barcos con destino a Palestina, la mayoría de los cuales eran fantásticos.
Si se cree en el Bericht (1942-1945) des Komittee zur Rettung des ungarischen Juden, del doctor Reszo Kasztner, que la Histoire de Joël Brand de A. Weisberg no hace más que resumir en lo esencial, esta emigración continuó bajo otra forma durante toda la guerra .
En la primera de estas dos obras, se puede leer efectivamente en la primera página:
«Bis zum 19 März 1944 galt unsere Arbeit hauptsächlich der Rettung und Betreuung polnischer, slovakischer, jugoslavischer Flüchtlinge. Mit der deutschen Besetzung Ungars erstreckten sich unsere Anstrengungen auf die Verteidigung der ungarischen Juden... Die Besetzung brachte dus Todesurteil für die nahezu 800.000 Seelen Zählende ungarische Judenheit.»
[268]
En español:
«Hasta el 19 de marzo de 1944, nuestra actividad principal consistió en la asistencia y protección de los refugiados polacos, eslovacos y yugoeslavos. Con la ocupación alemana de Hungría, nuestros esfuerzos se concentraron en la protección de los judíos húngaros... La ocupación provocó la condena a muerte de cerca de 800.000 personas de la judería húngara.»
Un poco más adelante (página 8 de su informe) habla incluso de los «1.500.000 judíos húngaros» que «entre el 15 de mayo y principios de julio de 1944» habían sido deportados por la línea Raschau-Oderberg.
Ahora bien, en Hungría, viejo país de tradición cristiana, consagrado desde tiempo inmemorial al culto de la corona de San Esteban, antes del advenimiento del nacionalsocialismo eran tan poco numerosos los judíos que, como se verá en un instante, ni siquiera figuraba el país en las estadísticas publicadas por los judíos antes de la guerra . He aquí entonces que hasta el 19 de marzo de 1944, Hungría no es ocupada por las tropas alemanas, y que el 19 de marzo de 1944 se encuentran allí 800.000 judíos, nos dice el doctor Kasztner: procedentes de Polonia, Eslovaquia y Yugoeslavia, señala en la primera frase, pero bautizándoles como húngaros en la segunda...
Veamos ahora lo que se puede leer en la Histoire de Joël Brand de A. Weisberg sobre este asunto:
«En su precipitación por desembarazarse de los judíos, poco importaba a los alemanes que desapareciesen en el extranjero o en los hornos crematorios... Los pasaportes extranjeros constituían la protección más segura... En algunas semanas, hubo más súbditos de la república de San Salvador que de todos los otros juntos... Después de una intervención del Papa y del presidente Roosevelt, los gobiernos sueco y suizo entregaron millares de pasaportes y nosotros añadimos a ellos de treinta a cuarenta mil falsos. Los poseedores de este salvoconducto estaban inmunizados contra la deportación.» (Páginas 55 y 56 de la edición francesa.)
[269]
Inmunizados contra la deportación, los possedores de estos pasaportes, después de habérseles distribuido al llegar a Hungría, donde se les continuó distribuyendo bajo la ocupación alemana después del 19 de marzo de 1944, pudieron ser dirigidos a Constanza donde eran embarcados para Palestina y de donde, dada la hostilidad inglesa, «eran dirigidos en su mayoría a los Estados Unidos», nos dice aún A. Weisberg. (Página 93.)
Hasta el 19 de marzo de 1944, la emigración de los judíos que habían logrado huir de su país de origan antes de la ocupación por las tropas alemanas y entrar en Hungría, se hizo por Constanza bajo los auspicios de la "Waada" de Budapest. Después del 19 de marzo de 1944, habiendo ocupado también Hungría los alemanes, se hizo en condiciones más difíciles; encontrándola los alemanes demasiado lenta decidieron enviar también a los campos de concentración a los judíos que se encontraban en territorio húngaro, y que la «Waada» no lograba enviar a Constanza al ritmo compatible con sus exigencias. Hubo entonces contactos, después de algunos regateos que están todavía sin esclarecer, entre los servicios alemanes encargados del problema judío en Hungría, dirigidos por Eichmann, Krumey, Becher, etc., y los miembros del Comité director de la «Waada». Al marchar a Israel en 1947, el presidente de la «Waada», doctor Kasztner, fue acusado allí por sus correligionarios de haber colaborado con el nacionalsocialismo en Hungría: un gran proceso en el que figuraba como acusado por este «crimen» se abrió en Jerusalén. En 1955 presentó él el informe conocido con el nombre de Bericht (1942-45) der Komitee zur Rettung der ungarischen Juden von Budapest, que había redactado en Suiza en 1945-46, del cual había depositado el original ante el tribunal de Nuremberg y en el cual cierto número de acusados encontraron argumentos de descargo y fueron absueltos (Becher, Krumey...) Un día, fue matado durante el proceso por un fanático israelí a la salida del tribunal: condenado post mortem, fue rehabilitado en el mismo Israel, sólo el 16 de enero de 1958, tras un proceso de revisión de la primera sentencia.
Su informe lleva la indicación de «confidencial» sobre la cubierta y de él he tenido entre las manos un ejemplar mecanografiado por él mismo y después copiado en un número extremadamente limitado de ejemplares. Nunca ha sido publicado más que por pequeños trozos cuidadosamente escogidos por el Centro
[270] mundial de documentación judía. Aunque el doctor Kasztner habla en numeroso pasajes «de los molinos de Auschwitz» (expresión atribuida a Eichmann) y de las cámaras de gas, su publicación íntegra - si algún día se procede a ello - establecerá también, por numerosos detalles que en su mayor parte ha dado el autor sin darse cuenta de su importancia, que «la solución final del problema judío» apenas tiene nada que ver con la interpretación que se ha dado de ella y hasta ahora ha sida comúnmente admitida.
Si ahora se examinan las estadísticas dadas a conocer en cuanto al número de víctimas de los exterminios con gas, no puede uno dejar de impresionarse por ciertas anomalías de las cuales lo menos que se puede decir es que invitan a mucha circunspección. Aquí no quiero hablar de las estadísticas de los fracasados del periodismo o de los políticos, sino solamente de aquéllas que por su carácter oficial o formal no pueden ser discutidas para compararlas con las que han sido elaboradas en el «Centro de documentación judía».
Veamos primeramente la que ha sido hecha por el Centro de documentación judía y que contrapone - en los países ocupados por Alemania durante la última guerra - la población judía antes de la subida de Hitler al poder, al número de muertos y desaparecidos por países:
de Hitler |
desaparecidos en 46 |
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[271]
Antes de la guerra, un estadístico judío de reputación universal, trabajó durante largos años sobre la población judía en el mundo, y, precisando que sus cifras eran aproximadas, la clasificó por profesiones y por países. De sus trabajos, un periódico publicado en Nueva York, el Menorah Journal, tomó en su número 2 del año 1932 las cifras que se leerán a continuación, y que fueron reproducidas en Francia en Le Caprouillot, número de septiembre de 1936.
Esto representa del 7 al 8 % de la población mundial de entonces, especifica A. Ruppin, y de los cuales cerca de 11.500.000 están inscritos en los registros de las sinagogas, dice el escritor judío Arthur Koestler.
Estas cifras coinciden con las que han sido publicadas en el World Almanac 1947 del American Jewish Committee: este almanaque señala que en 1938 había 15.688.259 judíos en el mundo entero.
Respecto a la Europa ocupada por las tropas alemanas desde
[273] 1939 hasta 1945, he aquí,
según los trabajos de Arthur Ruppin cuál era en
1932 la población judía:
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(20) |
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Comparando las cifras de Arthur Ruppin, del American Jewish Committee y del Menorah Journal con las del Centro de documentación judía, dan lugar a las siguientes observaciones:
1./ Respecto a los países ocupados por las tropas alemanas desde 1939 a 1945, el Centro de documentación judía encuentra una población de 8.294.500 judíos y Arthur Ruppin de 8.710.000, estando incluida Rusia en ambos casos. La diferencia no es sensible. Se trata solamente de saber cuál puede ser el número de desaparecidos en uno y otro caso.
2./ En lo que a Rusia se refiere, las cifras dadas a conocer por el Centro de documentación judía en las tres columnas, son manifiestamente falsas en la primera y en la tercera: de acuerdo
[274] en esto con todos los historiadores y estadísticos del mundo, Arthur Ruppin evaluaba la población judía de este país en 3.000.000 antes de Hitler y, en cuanto a los que quedaban en 1946, todos aquellos que han acusado al régimen bolchevique de antisemitismo lo han estimado en cerca de dos millones (22) después de la guerra, y en 1.200.000 en lugar de 300.000 en la Rusia asiática antes de la guerra.
3./ Ya he dicho lo que hay que pensar de las cifras del Centro de documentación judía relativas a Hungría y Checoeslovaquia.
Y es ahora cuando interviene el argumento más terrible contra la estadística del Centro de documentación judía: el movimiento emigratorio de la población judía europea desde 1933 a 1945.
Está, por ejemplo, admitido por todo el mundo, que la población judía de los Estados Unidos que se situaba en cerca de 4.500.000 personas antes de Hitler, había pasado a unos 6.000.000 en 1946; que en el mismo período la de Palestina había pasado de 250.000 a cerca de 1.000.000; y que la de Sudamérica había aumentado en 700.000, la del Africa del Norte en 200.000 y otro tanto la del Africa del Sur. Contando Rusia y la Rusia asiática, tenemos pues unos 5.500.000 judíos, que, con toda evidencia, no han muerto ni han desaparecido.
Este número de muertos y desaparecidos se encontraría pues reducido a: 6.000.400 - 5.500.000 = 500.400 si se toma por referencia la estadística del Centro de documentación judía, o sea un
[275] millón como máximo si uno se remite a la de Arthur Ruppin.
¡Y ya es una cifra impresionante!
Si este total obtenido por rigurosa deducción es exacto, quien conozca por poco que sea lo que fue la vida de los campos de concentración, no tendrá necesidad de las cámaras de gas para explicarlo: en Buchenwald no las había, y el 25 por 100 de los individuos que fueron deportados allí no regresaron.
Como se ve, los errores estadísticos cometidos por el Centro mundial de documentación judía provienen de las cifras que ha dado a conocer después de la guerra en lo que se refiere a Polonia y Rusia. Al dar cuenta de lo que pasó en Budapest, el doctor Kasztner nos dice que en 1943 hubo hasta 1.500.000 judíos en Hungría, y el periodista David Bergelson nos explica que en 1942 hubo hasta 5.000.000 en Rusia. Esta emigración ante el avance de las tropas alemanas no es tenida en cuenta por el Centro de documentación judía.
Hay además una parte fantástica en las cifras presentadas. En primer lugar, los 600.000 judíos solamente que encuentra el Centro en la Rusia de 1946. Pero hay más aún: de los 1.500.000 judíos que vivían en Hungría en 1943, el doctor Kasztner pretende que 434.000 han sido deportados, y el ingeniero André Biss dice que él ha «evitado la deportación de 300.000 de ellos» (La terre retrouvée, 1 de julio de 1960) pero cuando el Centro de documentación judía va a Budapest para contar a los supervivientes en 1946, sólo encuentra a !200.000!
!Esta matemática tiene, decididamente, sorprendentes virtudes!
Pero quiero ser objetivo hasta el último extremo...
Una estadística publicada el 31 de diciembre de 1951 por el periodista alemán Erwin F. Neubert en la revista Der Weg, con ayuda de informaciones publicadas en 1949 por el «American Jewish Committee» en el New York Times y diversas publicaciones judías como Aufbau, Unité dans la dispersion, etc., da sobre el número de víctimas judías del nacionalsocialismo una cifra del mismo orden de importancia, por simple comparación con las cifras. del Menorah Journal y de Arthur Ruppin. Veamos esta estadística:
[276]
Comparada con la de Arthur Ruppin, esta estadística da cuenta además de la emigración de los judíos de Europa desde 1933 a 1951, en particular hacia los Estados Unidos, América latina e Israel.
No se trata, ciertamente, más que de una estadística de periodista, y sólo la recojo aquí porque me parece que expresa una verdad de conjunto, y si tiene errores sólo pueden ser de detalle y muy insignificantes.
Se advertirá que no he recurrido al argumento biológico, cuyo valor, no obstante, es innegable, como demuestra una última estadística: el 28 de febrero de 1948, otro especialista en cuestiones de población, Hanson W. Baldwin, escribía en el New York Times que había en aquel entonces entre 15.600.000 y 18.700.000 judíos en el mundo, es decir, tantos como habían enumerado A. Ruppin y el Menorah Journal en 1932 y el «American Jewish Committee» en 1938. Si se admite que de ellos han sido exterminados 6.000.000 entre 1939 y 1945, hay que admitir también... ¡que la población judía del mundo se duplica cada tres años!
¿Y quién pretenderá esto?
La última cuestión que se plantea es la siguiente: ¿cómo se ha
[278] podido llegar a estimar en 6.000.000 el número de judíos exterminados por los nazis?
La respuesta es sencilla: con el mismo procedimiento por medio del cual se ha dado como cierta la existencia de las cámaras de gas. Y, también aquí, se ha recurrido en primer lugar al aludido Dieter von Wisliceny. En este asunto, por otra parte, el teniente coronel Broockhardt que le interrogaba parece haber sido también un hombre de la mejor voluntad. He aquí la parte del interrogatorio - del 3 de enero de 1946 - relativa a esta cuestión, según los documentos publicados después del proceso de Nuremberg:
Teniente: coronel Broockhardt. -- En sus conferencias con los otros especialistas del problema judío y con Eichmann, ¿ha tenido usted conocimiento o ha sido informado del número total de judíos muertos por la aplicación de este programa?
Wisliceny. -- El mismo Eichmann hablaba siempre de cuatro e incluso de cinco millones de judíos. Según mi apreciación personal, han debido ser perjudicados (23) por la solución definitiva al menos cuatro millones. De hecho no puedo decir cuántos han salvado la vida.
Teniente coronel Broockhardt. -- ¿Cuándo ha visto usted a Eichmann por última vez?
Wisliceny. -- En febrero de 1945 he visto a Eichmann por última vez en Berlín. Decía entonces que si se perdía la guerra él se suicidaría.
Teniente coronel Broockhardt.-- ¿Dijo algo en aquel entonces sobre el número de judíos que habían sido exterminados?
Wisliceny. -- Sí, y habló de ello de una manera particularmente cínica. Dijo que saltaría riendo a su tumba, pues la impresión de tener a cinco millones de personas sobre la conciencia sería para él motivo de una extraordinaria satisfacción.
A partir de esta declaración, se buscaron otros testigos, y, que yo sepa, no se encontró más que a uno solo: el doctor Wilhelm Hoettl, jefe de batallón de la S.S. y relator al mismo tiempo que adjunto del jefe de departamento en la Sección VI de la Oficina central de Seguridad del Reich. Este testigo declaró ante el tribunal de Nuremberg lo siguiente:
[279]
«En abril de 1944, tuve una conversación con el Obersturmbannführer Eichmann de la S.S., al que conocía desde 1938. Este coloquio tuvo lugar en m i apartamento de Budapest (... ) Él sabía que estaba considerado por las Naciones Unidas como uno de los principales criminales de guerra, ya que tenía millones de vidas judías sobre su conciencia. Le pregunté cuántas eran y me respondió que aunque el número fuese un gran secreto, me lo diría porque en mi calidad de historiador debía estar interesado en ello (... ) En razón de los informes que poseía había llegado a la siguiente conclusión: en los diferentes campos de exterminio habían sido matados cerca de cuatro millones de judíos, mientras que dos millones habían encontrado la muerte de otra manera.»
Para dar mayor fuerza a su testimonio, este doctor Hoettl añadió que Eichmann había enviado a Himmler un informe que concluía en esta cifra - ¡otro documento más que no ha sido encontrado! - y que Himmler no había quedado satisfecho porque «según su opinión, el número de judíos muertos debía ser superior a los seis millones».
Tales son, todo el mundo está de acuerdo en ello, los dos únicos testimonios en los cuales se apoyan - ¡por otra parte ignorándolos! - los batallones de periodistas que han propagado por el mundo esta tesis de los seis millones. Pertenecen al tipo del «Se me ha dicho...» En este caso el «se» es Eichmann. Dada la situación de sus autores, no hay probabilidades de que ningún historiador les tome nunca en serio. Sin embargo el tribunal de Nuremberg se ha dado por satisfecho. Habiendo sido detenido posteriormente Eichmann, nos encontramos pues ante la siguiente alternativa:
-- o bien niega, y se podrá decir que es natural, ya que su vida está en juego;
-- o bien asiente, y lo que se podrá decir es que tal es su sistema de defensa - el mismo que el de los acusados del proceso de Moscú - para intentar obtener la clemencia del tribunal.
Por lo cual se ve que el único medio de obtener la verdad de la boca del único ser vivo que la conoce, sería colocarle en tales condiciones que no hablase bajo la amenaza de una sanción. Como
[280] esto no se hará, se trata entonces de una controversia destinada a durar todavía cierto tiempo entre los partidarios de los seis millones y aquellos que no admiten esta cifra: en tanto que no se descubra un documento indiscutible sobre este asunto - apenas creo que tal documento exista - la vida política estará envenenada en el mundo entero.
Se ha visto que yo soy de aquellos que no creen ni que seis millones de judíos hayan muerto con el nazismo, ni que hayan perecido en las cámaras de gas. Mi convicción se funda en las estadísticas y en los documentos dados a conocer por los propios partidarios de los seis millones, y en la debilidad de sus razonamientos.
Que yo sepa, el hombre que ha desplegado los mayores esfuerzos para demostrar la autenticidad de esta cifra es un tal L. Poliakov. Sus conclusiones sobre el número total de víctirnas judías en las persecuciones raciales durante la última guerra mundial, han sido publicadas en la Revue d'histoire de la deuxiéme guerre mondiale (Núm. 24, octubre de 1956, página 88). Merecen que uno se detenga en ellas.
Primeramente, este L. Poliakov indica sus fuentes: los consabidos testimonios de Wisliceny y Hoett1, de los que confiesa que son los únicos. Buen jugador, añade aún:
«Por consiguiente, sería posible objetar que una cifra sostenida tan imperfectamente debe ser considerada como sospechosa.»
No hay ni que decírselo...
Pero él no cree que lo sea, porque ha encontrado un escrito que, a su parecer, lo corrobora: un informe dirigido a Himmler, con fecha 17 de abril de 1943, por un tal Korherr, jefe de la inspección estadística del III Reich y que se remite al estado de la cuestión el 31 de diciembre de 1942.
La conclusión de este informe es la siguiente:
«El decrecimiento del judaísmo en Europa debe elevarse ya por lo tanto a cuatro millones de cabezas. Ya sólo deben quedar colonias importantes en el continente (al lado de la de Rusia con unos cuatro millones) en Hungría (750. 000), Rumania (300.000) y quizá
[281]
también
en Francia. Si se tiene en cuenta la emigración judía,
la enorme mortalidad, así como por otra parte los inevitables
errores debidos a la fluctuación de la población
judía, se debe fijar en cuatro millones y medio el decrecimiento
de la población judía en Europa entre 1937 y 1943.
Esta cifra sólo engloba parcialmente las defunciones de
los judíos en las regiones ocupadas del Este, mientras
que los fallecimientos sobrev enidos en el resto de Rusia no
están incluidos en ella en absoluto. Hay que añadir
a esto las emigraciones de los judíos, sea en Rusia hacia
su parte asiática, sea en los países de Europa
no sometidos a la influencia alemana hacia ultramar.
»En total, desde 1933, es decir durante el primer decenio
del poder nacionalsocialista, el judaísmo europeo ha perdido
aproximadamente la mitad de sus efectivos. Poco más o
menos la mitad de esta parte, es decir un cuarto de la población
judía total del mundo en 1937, se ha desplazado a los
otros continentes.»
Esta conclusión se infiere de largas columnas de cifras, de las que hago gracia al lector, y que establecen que la otra mitad ha sido «evacuada» a los campos de concentración. Para toda persona de buen sentido, y a pesar de las imperfecciones de una traducción que hace aparecer una contradicción entre la tercera y la última frase (24), esto significa que en la fecha del 31 de diciembre de 1942, han emigrado cuatro millones de súbditos judíos fuera de los países ocupados por Alemania o bien han sido enviados a los campos de concentración, y a ello hay que añadir 500.000 muertes debidas a la mortalidad natural o a la causada por la guerra.
Pretendiendo que las palabras o expresiones «evacuaciones... emigración... decrecimiento del judaísmo europeo» significan
[282] «exterminios», Poliakov formula la conclusión de que «si el día 31 de diciembre de 1942, ya habían sido exterminados cuatro millones de judíos... creyendo sólo en este documento, se puede decir con una certidumbre casi absoluta que el número total de judíos exterminados (hasta 1945) debe estar comprendido entre cinco y siete millones, subsistiendo la cifra de seis millones como la más probable.»
Ya está dicho: bastaba con pensar en ello...
Pero Poliakov no se contenta con eso: hay un segundo método de evaluación. Veamos en qué consiste:
« El segundo método aplicado por los especialistas de la demografía judía y en especial por el economista y estadístico de Nueva York Jacob Leschlinsky - nos dice - consiste en comparar los datos respectivos sobre la población judía de los diferentes países europeos (25) antes y después de la guerra. Es de esta manera como ciertas organizaciones judías internacionales, tales como el Congreso mundial judío, han llegado en 1945 a la cifra, siempre idéntica, de seis millones.»
Lo que basta para pensar hasta aquí, que no era necesario hacer el mismo trabajo para los países no europeos, donde la población judía aumentó en las proporciones señaladas por las estadísticas que yo he presentado. Se ha visto, por lo demás, que aún había que tener los cálculos sobre una población judía mundial - antes de la toma del poder por el nacionalsocialismo - de 20 millones como mínimo, de ellos 11.945.000 en Europa.
Se nos ha asegurado que Poliakov es investigador en el Centro Nacional de Investigaciones Científicas. Es posible. Pero si es verdad, ¡bien les escogen en esta institución!
Reconozco desde luego que en el campo de la moral esta discusión sobre los medios del crimen y el número de víctimas no se puede continuar: basta con que un solo judío haya sido
[283] condenado a muerte, por el hecho de ser judío, bien sea en las cámaras de gas, ahorcado de una cuerda, bajo el hacha o el látigo, para que el crimen quede establecido. El número de víctimas y los medios del crimen no entran en su definición: sólo determinan el grado de horror, y, si bien choca a la sensibilidad popular, el grado de horror es un elemento de apreciación de los juristas que le unen abusivamente al grado de responsabilidad no para definir el crimen sino las circunstancias agravantes o atenuantes en el momento de la aplicación de la pena. No pertenece a la moral sino a la moda, y varía con la época y el lugar. Las circunstancias atenuantes o agravantes tampoco pertenecen por otra parte a la moral, y, el grado de responsabilidad, limitado a la persona del criminal, sólo puede entrar en su dominio por las condiciones en las cuales ha sido cometido el crimen. Aun esto sólo vale dentro de la moral tradicional: en el pasado siglo, el filósofo francés Jean-Marie Guyau, concibió Una moral sin obligaciones ni sanción, que es seguramente la del futuro, y, en todo caso, la mía.
Habiendo concretado así hasta qué punto, en el terreno de la materialidad del crimen, esta discusión carecía de objeto en mi espíritu, me encuentro con mayor libertad para decir que no lo es tampoco en el campo de la historia, ni en el de la sociología, ni siquiera en el del sentido común, del que con demasiada frecuencia se tiene la equivocación de creerlo insignificante.
La Historia es el libro de a bordo de la humanidad. Por esta razón es un inventario, y todo inventario debe ser exacto. Extender el de todas las acciones de los hombres, es la misión de los historiadores, y esta misión se limita a eso. Por consiguiente, ellos no se preocupan de ninguno de los imperativos de la moral, excepto de uno solo: la búsqueda de la verdad. Con mayor razón son totalmente ajenos a los de la política, y esto es lo que explica el afán de objetividad que ha presidido todo lo que he escrito sobre la deportación.
La sociología tiene necesidad de saber si se trata no de un genocidio - por otra parte, también la historia, pero solamente para registrarlo - y por este motivo se impone a ella esta discusión en función del número de víctimas y de los medios del crimen.
Respecto al sentido común, se me permitirá abandonar el campo de la historia, de la moral y de la sociología, y descender a la
[284] psicología de las masas. Partiré para ello de la respuesta que una personalidad alemana, cuyo nombre no se menciona, dio el pasado 5 de junio al enviado especial de Le Monde, encargado de una encuesta en Alemania sobre el efecto que había producido la captura de Adolf Eichmann por los servicios secretos israelíes:
«Los alemanes no queremos que se nos sirva en cada desayuno algunos millares de judíos exterminados en los campos de concentración. No queremos oír hablar más de todo esto.»
La personalidad alemana en cuestión, es muy modesta: desde hace quince años no son solamente «algunos millares de judíos exterminados en los campos de concentración» los que se sirven «todas las mañanas en el desayuno» del mundo entero, sino seis míllones y a veces nueve millones (26), como sucedió en Francia en el momento de aparecer el film Nacht und Nebel.
Y no son sólo los alemanes los que están cansados: lo está el mundo entero. Incluso está irritado, pues sabe que eso no es verdad, y, cada vez que encuentra esta cifra en su periódico habitual, la reacción del mundo entero es automáticamente: «Estos judíos, siempre igual...», subrayado por la sonrisa de menosprecio o de indignación que es de rigor.
Es así como en el año de gracia de 1960, nace el antisemitismo en la opinión pública, y es sabido que desde hace siglos el antisemitismo es una de las peores plagas de la humanidad porque lleva muy fácilmente al racismo. Ahora bien, en tanto que se pretenda hacer admitir a la opinión pública que seis millones de judíos han sido exterminados en las cámaras de gas, no habrá ninguna probabilidad de impedir que periódicamente rompan sobre el mundo oleadas de antisemitismo. Todo sucede pues como si aquellos que se aferran irreductiblemente en estas cifras, y les dan una publicidad tan escandalosa, no tuviesen otro afán que el de provocar o mantener campañas antisemitas. El sentido común impone el denunciarles implacablemente como seres peIigrosos que preparan el camino al racismo.
El sentido común se une sin embargo a los imperativos le la moral, cuando se sabe que esta cifra de 6.000.000 de judíos
[285] exterminados en las cámaras de gas, ha sido tenida en cuenta en el cálculo del importe de las reparaciones que Alemania ha sido condenada a pagar al Estado de Israel. Entonces, uno puede extrañarse, al menos, de que el gobierno alemán no haya mostrado mayor preocupación en comprobarlo, aunque sólo fuese para quitar un argumento a los agitadores antisemitas.
Para concluir, diré solamente que no me hago ninguna ilusión: el viejo socialista que soy, será acusado una vez más de haber tratado de reducir al mínimolos crímenes del nazismo, y, como discute una afirmación sin base seria de las autoridades judías, será acusado igualmente de antisemitismo, hasta de racismo. Incluso quizá no se deje de añadir que mis escritos sirven a una política condenada para siempre por los principios fundamentales del humanismo tradicional. Ninguno de mis detractores verá nunca que, en la forma misma que se les ha dado, las acusaciones dirigidas contra el nazismo no solamente le hacen el juego a él en la medida en que no corresponden a la verdad, sino que incluso recaen en definitiva sobre el pueblo alemán. Ninguno verá tampoco que, en estas condiciones, lo que yo defiendo es al pueblo alemán y no al nazismo, al cual, por corolario, sólo la verdad pura y simple - ¡esto ya basta, Dios! - puede impedir el renacimiento. Y todos continuarán defendiendo esta infamia, afianzada por la literatura sobre los campos de concentración, que consiste, por ejemplo, en inscribir sobre todos los monumentos erigidos a la memoria de la resistencia en toda Francia, esta odiosa frase: «A las víctimas de la barbarie alemana», en lugar de «A las víctimas de la barbarie nazi», o de la que sería la única razonable: «A las víctimas de la barbarie guerrera».
Me resignaré a esto: es el destino de los que buscan la verdad el resultar sospechosos de segundas intenciones, y siempre habrá por lo menos un necio para pedir al Papa la condena de Galileo.
Por otra parte, siempre me será fácil responder que esta política condenada efectivamente por los principios fundamentales del humanismo tradicional, hoy sólo encuentra razones para renacer y prosperar en las exageraciones a ultranza de demasiada gente cuyo único móvil es el resentimiento o la venganza, y cuya política, en consecuencia, no es mucho mejor.
Tras lo cual, me bastará con mencionar a Sócrates, que nunca se preocupó de saber si su filosofía servía o no a la política de los Treinta Tiranos.
[287]
«Las
armas del enemigo no son tan mortíferas comno las mentiras
con las que los jefes de las víctimas llenan el mundo;
el canto odioso del enemigo es menos desagradable al oído
que las frases que, como una saliva repugnante, manan de los
libros de los necrólogos.»
Manès SPERBER. (Et le Buisson devint cendre.)
Ambas partes de esta obra han sido publicadas separadamente:
-- la primera, o la experiencia vivida (El paso de la línea) en 1949,
-- la segunda, o la experiencia de los otros (La mentira de Ulises propiamente dicha) en 1950, bajo la forma de un estudio crítico de la literatura de los campos de concentración, pues pensé que, en un asunto tan delicado, convenía administrar la verdad a pequeñas dosis.
De esta disposición de ánimo han intentado aprovecharse algunos para sembrar la desconfianza sobre mis intenciones. Si El paso de la línea, generalmente acogido con simpatía, sólo provocó vagos rechinamientos de dientes, y sin consecuencias, de determinado sector, La mentira de Ulises fue causa efectivamente de una violenta campaña de prensa cuyo origen estaba en la misma Asamblea Nacional.
Paralelamente, Albert Paraz, autor del prefacio, el editor y yo mismo, fuimos llevados ante el Juzgado, (donde salimos absueltos, y después ante el Tribunal de Apelación, donde fuimos condenados (27) aunque el propio fiscal general, haciendo justicia a nuestras conclusiones, pidiese la confirmación pura y simple del juicio de faltas.
Al Tribunal de Casación corresponde ahora el resolver el litigio,
[288] pero la opinión pública, a la que se informa en sentido único, está desorientada, y, por poco inclinada que esté a intervenir en la polémica, se ha hecho indispensable el desenmarañar para ella las circunstancias bastante confusas que han creado el clima de este asunto. Así se matarán dos pájaros de un tiro, pues no se puede dejar de poner al mismo tiempo ante los ojos del lector las pruebas convincentes (28).
Al llegar en pleno debate sobre la amnistía, La mentira de Ulises, que la justificaba a su manera, fue acogida por algunos como un asunto especialmente político, y es por este lado sutil por el que se le intentó dar ese carácter exclusivo.
Por una enfadosa casualidad, el prefacio de Albert Paraz contenía un aserto jurídicamente insostenible (29) respecto a las circunstancias del arresto y deportación del señor Michelet, en aquel entonces diputado y líder parlamentario del R.P.F. El señor Guérin, entonces diputado del M.R.P. de Lyon, se aprovechó de esto no para protestar contra la publicación de la obra, a pesar de que hábilmente lo haya aparentado, sino para intentar desacreditar a uno de los principales militantes que le hacía la más temible competencia electoral. Así pues, La mentira de Ulises fue explotada primeramente por un movimiento político contra otro, y ya había bastante para hacer desesperar al historiador...
Fue durante una intervención incidental del señor Guérin, cuando se incorporó la acción extraparlamentaria con miras a impresionar a la opinión pública. En la Asamblea Nacional, el diputado de Lyon me incluyó entre «los responsables de la colaboración con el ocupante y los apologistas de la traición» (30).
Patéticamente, había exclamado:
«Parece, mis queridos colegas, como si no hubiese habido nunca cámaras de gas en los campos de concentración... Eso es lo que se puede leer en este libro.» (J.O. del 2 de noviembre de 1950. Debates parlamentarios.)
[289]
¡El señor Guérin no leyó la obra!
Sin leer más, todos los periódicos en los que causan estragos los periodistas improvisados por cierta resistencia (31) tras la liberación, continuaron el tema y me hicieron decir las cosas más inverosímiles.
Tres asociaciones de deportados, internados y víctimas de la ocupación alemana, pidieron al Juzgado de Bourg-en-Bresse que ordenase el secuestro del libro, la destrucción de los ejemplares ya puestos en venta, y nos condenase en conjunto a la ligera suma de un millón de francos por daños y perjuicios. Más prudente, el Comité de acción de la Resistencia se abstuvo de toda manifestación hostil, no porque no tuviese el deseo, sino por temor a quedar en ridículo. El Partido comunista, que habla iniciado una ofensiva, advirtió a liempo que se arriesgaba nuevamente a poner a Marcel Paul, a Casanova, y al coronel Manhes en una delicada situación y realizó una prudente retirada. Pero el Partido socialista, al que he representado en el Parlamento, después de haber sido durante muchos años el jefe de una de sus federaciones departamentales, me excluyó de su seno, «a pesar del respeto que impone mi persona», dice la sentencia que me ha sido comunicada por el Comité supremo (32).
Tales fueron las primeras escaramuzas de una ofensiva poco gloriosa y que no tuvo mucho éxito. La mala fe que la caracterizó, no se desmintió después ni por un instante.
Louis Martin-Chauffier, que bailó en la cuerda floja en casi todos los movimientos ideológicos de la mitad del siglo, tomó el mando de la segunda oleada de asalto.
Como yo había señalado - de paso - una de sus impericias de pluma, se creyó obligado a corregirla con otra (página 163 y nota marginal), a tomar nuevamente el tema de Maurice Guérin y a demostrar que además no sabía leer.
«Todos los deportados han mentido - afirma Paul Rassinier -, quien niega la existencia de las cámaras de gas», escribió en cabeza de un artículo cuyo título: «Un falsario y calumniador cogido en flagrante delito» (Droit de vivre, 15 de noviembre a 15 de diciembre de 1950), me hubiese permitido por sí solo - si hubiese sentido el deseo de darle la respuesta en el mismo tono - el obtener sustanciosas reparaciones de cualquier Juzgado.
El abanderado de la tercera oleada fue Rémy Roure, en los siguientes términos:
[290]
«Este
Rassinier describe en la siguiente forma el campo de Buchenwald:
"Todos los bloques, geométrica y agradablemente puestos
sobre la colina, están comunicados entre sí por
calles de hormigón; unas escaleras de cemento y en rampa
conducen a los bloques más elevados; delante de cada uno
de ellos hay pérgolas, con plantas trepadoras, pequeños
jardinillos con césped de flores, por aquí, por
allá, pequeñas glorietas con surtidores o estatuillas.
La plaza, que cubre algo así como medio kilómetro
cuadrado, está totalmente pavimentada, tan limpia que
en ella no se podria perder un alfiler. Una piscina central,
con trampolín, campo de deportes, frescas sombras, un
verdadero campo para colonia de vacaciones, y cualquier transeúnte
al que le fuese concedido el visitarlo en ausencia de los presos,
saldría convencido de que en él se lleva una vida
agradable, llena de poesía silvestre y especialmente envidiable,
en todo caso fuera de toda medida común con los azares
de la guerra que son el destino de los hombres libres..."
»Hago un llamamiento a mis camaradas de Buchenwald: ¿reconocen
ellos su campo?» (Force ouvriè re, jueves
25 de enero de 195l.)
Rémy Roure puede hacer el llamamiento a sus camaradas de Buchenwald: esto no se encuentra en La mentira de Ulises. Cogido en flagrante delito ante el Juzgado de Bourg-en-Bresse, se excusó y tuvo a bien el reconocer (Le Monde, 26 de abril) que no habiendo leído la obra solamente me citaba según Maurice Bardèche (33). Ahora bien, si es exacto que Maurice Bardèche citó este pasaje en su Nuremberg II no lo es menos que lo tomó de El paso de la línea - donde se encuentra para dar una idea de la instalación material no del campo de Buchenwald sino del de Dora en su último período - y que muy honestamente no buscó el desfigurar su sentido aislándole de su contexto.
Añado aún, por molesto que le resulte a Rémy Roure, que considerando ausentes a los detenidos - lo digo claramente: ¡en ausencia de los presos! - el campo de Dora se asemejaba a la descripción que
[291] he hecho de él, y todos los que lo han conocido son del mismo parecer. Cuando los presos volvían a él, después de una larga y agotadora jornada de trabajo, la burocracia le daba otro aspecto diferente, y lo que precede y sigue al pasaje que bastante a la ligera se me reprocha - ¡y que para las necesidades de la causa Rémy Roure reemplaza hábilmente por unos puntos suspensivos! - lo dice en términos precisos.
Le perdono de buena gana a Rémy Roure esta mala acción. Aunque sólo sea porque en el mismo artículo ha escrito esto:
«Los mandos de los KZ (34), l os Kapos, jefes de bloque, Vorarbeiter y Stubendienst, presos también que vivían de la muerte lenta de sus compañeros.»
que es uno de los temas principales de La mentira de Ulises, probado así de brillante manera, y que es muy exactamente lo contrario de lo que todos los destajistas de la literatura de los campos de concentración, con David Rousset a la cabeza, habían escrito hasta ahora.
Pero yo planteo esta cuestión: lo que procediendo de mí fuese una calumnia y una difamación, ¿sería palabra de evangelio y respetable procediendo de Rémy Roure?
¿O no será más bien que él no me perdona el haber sido el primero en intentar dar a conocer esta horrible verdad?
Haré caso omiso de los venenosos sueltos en los periódicos, inspirados por las asociaciones de deportados, que publicaron por complacencia cada ocho o quince días periódicos como Franc-Tireur, L'Aube, L'Aurore, Le Figaro, etc., para mantener a la opinión pública en estado de alerta. Llegaron a tomarse tales licencias respecto a la objetividad, que el título de la obra se había convertido en La leyenda de los campos de concentración...
En marzo, la ofensíva llevada contra nosotros creció hasta el delirio.
Un periodista de escasa categoría, prestándome generosamente la tesis, escribió en Le Progrès de Lyon:
« ¡Los malos tratos, una leyenda! ¡Los hornos crematorios, una leyenda! ¡Las barreras eléctricas, una leyenda! ¡Los muertos por grupos de diez, una leyenda! »
Y el mismo Jean Kréher, el abogado que habían escogido las asociaciones de deportados, ayudaba en el Rescapé, órgano de los deportados, con esto que según él se deduce de mi estudio:
«... Pues si nosotros estábamos saciados de salchichón, de excelente margarina, si todo estaba previsto para que se nos cuidase y se nos diese n las distracciones necesarias, si el crematorio es una institución exigida por la higiene, si la cámara de gas es un mito, si, en una palabra, los de la S.S. se mostraban llenos de atenciones hacia nosotros, ¿de qué se queja la gente?»
[292]
El lector decidirá por sí mismo si se puede sacar esto como conclusión de lo que yo he escrito.
Toda esta gente, por otra parte, ha hecho muchos esfuerzos para nada. La «verdad» que ellos querían hacer prevalecer no ha prevalecido, y el descrédito que han intentado en vano echar sobre nosotros, recae hoy sobre ellos desde el momento en que, independientemente del sensible descalabro que les acaba de infligir el Tribunal de Casación, en Le Figaro Littéraire del 9 de octubre de 1954, André Rousseaux, que sin embargo puso por las nubes e indistintamente a todos los destajistas de la literatura de los campos, ya había llegado él mismo - probablemente bajo la influencia del sentimiento del público - a plantearse esta cuestión:
«Pero para los supervivientes del infierno, la condición de ex deportados ¿no se ha hecho muy rápidamente análoga a la de los ex combatientes de todas las guerras: hay muchas más víctimas que testigos?»
Pues esta manera de hablar, que visiblemente sólo usa la forma de pregunta por una precaución de estilo, supone ante la historia una condena total, sin apelación, y mucho más valiosa que la sentencia del Tribunal de Casación, de todos estos testimonios tan orientados como interesados, contra los cuales he sido el primero en poner al público en guardia.
La desgracia es - ¡ay! - que llega un poco tarde.
Y también lo es el que una literatura tan sospechosa como lo era la de los campos de concentración en su misma inspiración, que una literatura que hoy ya nadie toma en serio y que será un día la vergüenza de nuestro tiempo, haya suministrado durante años sus principios fundamentales a una moral (que era la apología del bolchevismo - ¡esto tiene su importancia! -) y a una política (35) su garantía (que era el bandolerismo, justificado por la razón de Estado). Todo esto viene de aquello.
[293]
Y ahora veamos el fondo de la discusión, que un ejemplo hará más accesible...
Acaba de aparecer en Hungría un nuevo testimonio sobre los campos de concentración alemanes, del que Les Temps Modernes se ha encargado de divulgarlo en Francia. Se trata de S.S.-Obersturmbannführer Doctor Mengele, por el doctor Nyisz1i Miklos, y se refiere al campo de Auschwitz-Birkenau.
La primera idea que le viene a uno a la mente es que este testimonio no ha podido aparecer en Hungría más que con el asentimiento de Stalin, a través de los intermediarios, de los Martin-Chauffier de este país, cuyos poderes como miembros directivos de la asociación equivalente a nuestro C.N.E. (36), son lo bastante amplios para permitirles impedir que se publiquen allí obras similares a La mentira de Ulises.
Solamente por este motivo ya resultaría sospechoso.
Pero no es ésta la cuestión.
Este doctor Nyisz1i Miklos pretende entre otras cosas que en el campo de Auschwitz--Birkenau, cuatro cámaras de gas (37), de 200 metros de largo (sin precisar la anchura) duplicadas con otras cuatro de idénticas dimensiones en las que se preparaban las víctimas para el sacrificio, asfixiaban diariamente 20.000 personas; y que cuatro hornos crematorios, cada uno con 15 parrillas de tres plazas, las incineraban a medida que iban llegando. Añade que, por otra parte, otras 5.000 personas eran también suprimidas diariamente por medios menos modernos, y quemadas en dos inmensas hogueras al aire libre. Incluso añade que él ha asistido personalmente durante un año a estas matanzas sistemáticas.
Yo afirmo que todo esto es manifiestamente inexacto, y que no es necesario que uno haya sido deportado para poder establecerlo con un poco de buen sentido.
Como el campo de concentración de Auschwitz-Birkenau fue construido efectivamente a partir de finales de 1939, y evacuado en marzo de 1945, al ritmo de 25.000 personas diarias - si creyésemos al doctor Nyisz1i Miklos - habría que admitir que durante cinco años habrían muerto en él unos 45 millones de personas, de las que 36 millones habían sido incineradas después de la asfixia en los cuatro hornos crematorios, y 9 millones en las dos hogueras al aire libre.
Supuesto que sea perfectamente posible que las cuatro cámaras de gas hayan sido capaces de asfixiar a 20.000 personas diariamente (a 3.000 por tanda, dice el testigo), no lo es en absoluto que los cuatro hornos crematorios las hayan podido incinerar a medida que las iban recibiendo. Aun cuando hubiese quince parrillas de tres plazas. Ni siquiera aunque la operación sólo necesitase 20 minutos, como pretende el doctor Nyisz1i Miklos, lo cual también es falso.
[294]
Tomando estas cifras como base, la capacidad de absorción de todos los hornos funcionando paralelamente no hubiese sido más que de 540 por hora, o sea 12.960 por cada día de 24 horas. Y a este ritmo sólo se hubiese podido terminar de destruirlos algunos años después de la liberación. A condición, bien entendido, de no perder un minuto durante cerca de diez años. Si uno se informa ahora en el Père-Lachaise (38) sobre la duración de una incineración de tres cadáveres en una parrilla, advertirá que los hornos de Auschwitz tendrían que quemar todavía, y pasaría bastante tiempo antes de que se extinguiese su fuego.
Paso por alto las dos hogueras al aire libre, que tenían - dice nuestro autor - 50 metros de largo, 6 de ancho y 3 de profundidad, y en medio de las cuales se habrían logrado quemar 9 millones de cadáveres durante los cinco años
Hay, por lo demás, otra imposibilidad, al menos en lo relativo al exterminio con el gas: todos los que se han ocupado de este problema están de acuerdo en declarar que «en los escasos campos donde las hubo» (como dice E. Kogon) las cámaras de gas no estuvieron en estado de funcionar hasta marzo de 1942, y que a partir de septiembre de 1944, algunas órdenes - que al igual que aquéllas a las que anulaban siguen sin encontrarse - prohibieron el utilizarlas para asfixiar. Al ritmo señalado por el doctor Nyisz1i Miklos se llega todavía a los 18 millones de cadáveres en estos dos años y medio, cifra que, no se sabe por qué virtud de las matemáticas, Tibère Krémer, su traductor ha reducido autoritariamente a 6 millones (39).
Y yo planteo esta nueva y doble cuestión: ¿qué interés podía haber en exagerar así el grado del horror, y cuál ha sido el resultado de esta general manera de proceder?
Se me ha respondido que reduciendo las cosas a sus proporciones reales, en una teoría universal de la represión, yo no tenía otro propósito que el de reducir al mínimo los crímenes del nazismo.
Yo tengo otra respuesta preparada, y ahora ya no hay ninguna razón para no publicarla. Antes de darla, quisiera someter todavía a la apreciación del lector un incidente significativo acerca de la mentalídad de nuestra época.
Como lector de Les Temps Modernes, naturalmente también he participado a esta revista las reflexiones que me había sugerido la publicidad que ella hacía al doctor Nyisz1i Miklos.
La respuesta que he recibido de Merleau-Ponty es la siguiente:
[295]
«Los historiadores tendrán que plantearse estas cuestiones. Pero en la actualidad esta manera de examinar los testimonios tiene por resultado el sembrar la desconfianza sobre ellos, como si no tuviesen la precisión que uno tendría derecho a esperar. Y como en el momento en que nos encontramos la tendencia es más bien a olvidar los campos alemanes, esta exigencia de verdad histórica rigurosa estimula una falsificación en masa consistente en admitir a grosso modo que el nazismo es una fábula.»
Encontré sabrosa esta respuesta, y no me preocupé de responderle a Merleau-Ponty que él se olvidaba de los campos rusos e incluso... ¡de los franceses!
Pues si es necesario admitir esta doctrina, y que la exigencia de una verdad histórica rigurosa estimula ya una falsificación masiva en la actualidad, uno se pregunta con angustia a qué monstruosidad corre el riesgo de llevarnos la falsificación en masa de ahora en el campo de la historia. Basta solamente con imaginarse lo que pensarán los historiadores del futuro, acerca del abominable proceso de Nuremberg, del cual ya es evidente que ha hecho retroceder en dos mil años la evolución de la humanidad en el terreno cultural, es decir a la condena de Vercingétorix por Julio César presentada como un crimen en todos los manuales de Historia.
Las relaciones que Merleau-Ponty, catedrático de filosofía, establece entre los efectos y las causas, no parecen ser de un rigor excepcional, y esto prueba que limitándose cada uno a su oficio, también en la filosofía ... . ¡las cosas estarían mejor hechasl
Además de mi tesis sobre la burocracia de los campos de concentración, cuyo determinante papel en la sistematización del horror ya he señalado, el nuevo aspecto bajo el cual presento las cámaras de gas ha banderilleado dolorosísimamente a los inventores de truculencias sobre los campos de concentración. Ambas cosas están íntimamente ligadas y esto explica todo.
Hay un cierto número de hechos, referentes a esta irritante cuestión, que no pueden haber escapado en absoluto a las personas honradas.
Primeramente, todos los testigos (40) están de acuerdo en este hecho evidente que diez de ellos (41), citados contra mí por el querellante (42) han venido a confirmar en el Juzgado de Bourg-en-Bresse: ningún deportado vivo - pido perdón a Merleau-Ponty que responde tan a la ligera por el doctor Nyisz1i Miklos - ha podido ver
[296] realizar exterminios por este medio. Cien veces he hecho personalmente la experiencia, y a los insensatos que pretendían lo contrario les he confundido públicamente: el último cronológicamente ha sido el famoso G..., del que habla Albert Paraz. Estoy pues autorizado para decir que todos los que como David Rousset o Eugen Kogon se han metido en minuciosas y patéticas descripciones de la operación, no lo han hecho más que sobre habladurías (43). Esto - lo señalo aún para evitar todo nuevo malentendido - no quiere decir en absoluto que no haya habido cámaras de gas en los campos, ni exterminios con gas: una cosa es la existencia de la instalación, otra su destino y otra su empleo efectivo.
En segundo lugar, merece señalarse que en toda la literatura sobre los campos, y ante el tribunal de Nuremberg, no se pudiera presentar ningún documento que probase que las cámaras de gas habían sido instaladas en los campos de concentración alemanes con el propósito de emplearlas para el exterminio en masa de los detenidos.
Algunos testigos, en su mayoría oficiales, suboficiales e incluso simples miembros de la S.S. llegaron a decir ciertamente en el banquillo que habían realizado exterminios con gas y que habían recibido la correspondiente orden: ninguno de ellos ha podido presentar la orden tras la cual se amparaba, y ninguna de estas órdenes - excepto las que recojo en esta obra y que no prueban absolutamente nada - ha sido encontrada en los archivos de los campos tras la liberación. Ha habido que creer pues en la palabra de estos testigos. ¿Quién me prueba que ellos no han dicho esto para salvar la vida en la atmósfera de terror que comenzó a reinar en Alemania desde el momento de su aplastamiento?
A propósito de esto, he aquí una pequeña historia que trata de otra orden dada según dicen por Himmler y que se encuentra muy difundida entre la literatura de los campos de concentración: la de hacer saltar todos los campos al aproximarse las tropas aliadas, y exterminar de este modo a todos sus ocupantes, incluyendo guardianes.
El médico de la S.S. jefe de la enfermería de Dora, doctor Plazza, lo confirmó cuando fue capturado, y con ello salvó la vida (44). En el tribunal de Nuremberg se le empleó contra los acusados que negaban. Ahora bien, en Le Figaro Litéraire del 6 de enero de 1951, con el título de Un judío negocia con Himmler, y la firma de Jacques Sabille, se ha podido leer:
«Fue gracias a la presión de Gunther, ejercida sobre Himmler por conducto de Kersten (su médico personal), como la orden propia de caníbal para hacer saltar los camp os al aproximarse los aliados - si n preocuparse de los guardianes - quedó en letra muerta.»
[297]
Lo cual significa que esta orden, recibida por todo el mundo y comentada abundantemente, no ha sido dada nunca.
Como suceda así con las órdenes de exterminio con gas...
Entonces, se me dirá, ¿por qué estas cámaras de gas en los campos de concentración?
Probablemente - y sencillamente - porque la Alemania en guerra, habiendo decidido transportar a los campos el máximo de sus industrias, para sustraerlas a los bombardeos aliados, no tenía ningún motivo para hacer una excepción en sus industrias químicas.
Que hayan sido realizados exterminios con gas me parece posible, aunque no cierto: no hay humo sin fuego. Pero que hayan sido generalizados hasta el punto en que la literatura sobre los campos de concentración ha intentado hacerlo creer, y dentro de un sistema organizado posteriormente, es falso con seguridad. Todos los oficiales de caballería de nuestras colonias tienen un látigo, del cual les está permitido hacer uso, tanto según la concepción personal que tengan de la presunción militar como según el temperamento de su caballo: la mayoría se sirven también de él para golpear a los autóctonos de los países donde causan estragos. Del mismo modo, puede que algunas direcciones de campos (45) hayan empleado para asfixiar cámaras de gas destinadas para otro uso.
Una vez que hemos llegado a esto, la última cuestión que se puede plantear es la siguiente: ¿por qué los autores de testimonios han acreditado con un espíritu de cuerpo tan notable la versión que sobre esto circula?
Sencillamente: porque habiéndonos robado sin la menor vergüenza en lo que a alimentos y vestidos se refiere, habiéndonos maltratado, zaberido, golpeado hasta tal punto que no se podría describir, y que ha causado la muerte al 82 por 100 de nosotros - como dicen las estadísticas -, los supervivientes de la burocracia de los campos de
[298] concentración han visto en las cámaras de gas el único y providencial medio de explicar todos estos cadáveres, y de poderse disculpar de ellos (46).
Pero esto no fue lo peor: el colmo es que hayan encontrado historiógrafos complacientes.
Por lo demás, no es nuevo en nuestra literatura el tema del ladrón que grita más fuerte que su víctima, y ahoga su voz para desviar la atención de la multitud.
Nadie se ha preguntado nunca por qué no fue posible - salvo en la época de los cupones suplementarios de racionamiento, que era lo único que unía entre sí a los deportados - el constituir asociaciones viables de deportados, de tipo departamental o nacional. Esto se debió a que la masa de supervivientes no tiende a reunirse en agrupaciones fraternales bajo las órdenes de los aduladores de sus antiguos guardianes, que son casualmente los promotores de los diferentes movimientos que intentan atraerla.
Los otros elementos de la respuesta a la doble pregunta que planteaba hace un momento, se encontrarán a lo largo de la obra, y más especialmente en su conclusión.
Uno de los elementos de esta respuesta no figura sin embargo en la obra: lo constituye el proceso del campo de Struthof, que aún no había tenido lugar en las fechas en las cuales fueron escritas ambas partes.
Al igual que el libro del doctor Nyisz1i Miklos este proceso puso en evidencia cierto número de inverosimilitudes respecto a las causas de la muerte de los que estuvieron detenidos en este campo.
Al leer las conclusiones dictadas por el Comisario del gobierno contra los acusados, que eran médicos de la Facultad de Estrasburgo a los que se acusaba de las experiencias médicas que habían hecho con presos, me encuentro, según el periódico Le Monde, con lo siguiente:
l. * «Que a uno de ellos, se le acusa de haber ordenado la muerte de 87 israelitas, hombres y mujeres, llegados de Auschwitz, y que fueron ejecutados en la cámara de gas para enviar sus cadáveres rápidamente a Estrasburgo, con el fin de proveer las colecciones anatómicas del catedrático ale mán.»
[299]
2. * Que se dice del segundo: «Convengo de buena gana en que la primera serie de experiencias no ha provocado ninguna muerte.»
3.* Este comentario: «Se trata ahora de saber si las experiencias sobre el tifus han provocado muertes. El capitán Henriey (es el Comisario del gobierno que interpela) reconoce que quizá no puede presentar la prueba, pero estima que el tribunal puede apoyar su convicción en presunciones cuando son suficientes, como sucede en este caso. Estas presunciones las encuentra en los testimonios y en las consideraciones del juicio de Nuremberg (47); en las mentiras de Haagen (es el doctor encartado) y en sus disimulos durante los primeros interrogatorios. Piensa que estos hechos deben permitir al tribunal el responder afirmativamente a la cuestión planteada: ¿se ha hecho culpable Haagen de envenenamientos?»
Esto prueba con toda evidencia que no se han podido cargar más que 87 muertos a causa de la cámara de gas de Struthof y de las experiencias que allí han tenido lugar. Si este número, relativamente reducido en comparación con las afirmaciones que la literatura ha ampliado a la generalidad de los campos, no quita nada al horror del hecho (dando por cierto, bien entendido, que contrariamente a los alegatos del acusado, no se trata de un incidente ajeno a su voluntad), no puede hacer olvidar que millares y millares de presos - decenas de millares, quizá - han muerto en este campo, ni impedir el que uno se pregunte cómo y por qué han muerto.
El que yo haya sido poco más o menos el único en orientar a las personas sobre este trágico aspecto del problema de los campos, suministrándoles al mismo tiempo los elementos de apreciación, es decir los motivos que han hecho de cada campo una gran «Balsa de la medusa» (48), dice bastante sobre la miseria de nuestra época.
Los médicos de Struthof se han defendido alegando que las experiencias a las cuales se dedicaron, habían sido realizadas en las mismas condiciones de seguridad que experiencias similares hechas en Manilla por los ingleses, en Sing-Sing por los norteamericanos (49), y en sus colonias por los franceses. Un eminente profesor de Casablanca vino a confirmarlo ante el Tribunal, como ya otros antes que él lo habían confirmado ante el tribunal de Nuremberg, si se cree en lo expuesto en la magistral tesis de doctorado (Cruz gamada contra caduceo) del médico de la Marina francesa François Bayle, publicada en Francia
[300] en 1950. Este profesor de Casablanca incluso contó cómo cierto número de negros murieron por los efectos de una vacuna ensayada en 6.000 de ellos...
Este argumento ciertamente carece de valor: no se pueden excusar las malas acciones propias con las de los otros.
Pero el argumento del Comisario del gobierno requiriendo la condena de los unos por presunciones - ¡es él quien lo conflesa! - e ignorando a los otros, de los cuales conoce hechos tan reprensibles y materialmente comprobados, carece asimismo de valor: se diría mejor que los unos son culpables porque son alemanes, y los otros inocentes porque son ingleses, norteamericanos o franceses.
Es esta manera de probar y de juzgar, cuya justificación radica en el más primitivo de los chauvinismos, la que permite declarar que seiscientas personas quemadas en una iglesia y un pueblo destruido en Oradour-sur-Glane (Francia) son víctimas del más abominable de los crímenes, mientras que centenas y centenas de millares de personas - ¡también mujeres, ancianos y niños! - exterminadas en Leipzig, Hamburgo, etc. (Alemania), en Nagasaki e Hiroshima (Japón), en las condiciones que se sabe, es decir, igualmente atroces, constituyen una indiscutible y heroica hazaña.
Es ella también la que permite evitar la acusación contra el verdadero y gran responsable de todo: ¡la guerra!
La guerra: la de 1914-18, cuya consecuencia fue el nazismo, el cual utilizó - y no inventó, como generalmente se cree (50) - los campos de concentración, en el seno de los cuales la guerra de 1939-45 ha hecho posible contra la voluntad de los hombres, tanto de los verdugos como de las víctimas, el atroz régimen que se sabe.
Pero esto ya no pertenece al asunto más que incidentalmente.
Bien entendido, tendremos la elegancia o la audacia de pensar, que no depende ni del Juzgado de Bourg-en-Bresse ni del Tribunal de Apelación de Lyon, ni siquiera del Tribunal de Casación, el que tengamos razón o no: el abogado Dejean de la Batie ha hecho observar muy juiciosamente en nuestro nombre, que la discusión a la cual se nos había desafiado sólo se concebía en las sociedades de eruditos o en cualquier otro lugar en el que los hombres estén acostumbrados a discutir de los problemas sociales, pero no ante un tribunal.
Pero los improvisados dirigentes de las asociaciones de deportados, en favor de los cuales juegan tan complacienternente las fuerzas del Estado, no conciben otras verdades salvo las que están decretadas, y a las cuales el gendarme da curso obligatorio en la opinión pública. No están contra el campo de concentración por ser tal campo, sino porque se les ha encerrado a ellos mismos en él: apenas liberados han pedido que se meta dentro a los otros. No hay riesgo por tanto: ¡a la sala de las sociedades de eruditos ya se guardarán de invitarnos!
[301]
Pues bien, yo rehúso por mi parte a dejarme condenar al silencio, entre la discusión sin salida que se nos ha propuesto ante los jueces, y la que se nos niega ante la opinión pública.
Escribiendo La mentira de Ulises tuve la impresión de seguir a Blanqui, Proudhon, Louise Michel, Guesde, Vaillant y Jaurés, y de volverme a encontrar con otros como Albert Londres - Dante no vio nada - el doctor Louis Rousseau - Un médico en presidio - Will de la Ware y Belbenoit - Los compañeros de la besa - Mesclon - Cómo he sufrido 15 años de presidio -, etc., todos los cuales han planteado el problema de la represión y del régimen penitenciario a partir de las mismas averiguaciones y en los mismos términos que yo, por lo cual todos ellos recibieron también una simpática acogida del movimiento socialista de su época.
Que los adversarios más encarnizados de la obra se encontrasen precisamente entre los dirigentes del Partido socialista y del Partido comunista - ¿unidad de acción? - se explica quizá por la curiosa y supuesta ley de los vaivenes históricos. Es indudable que Alain Sergent, habiendo considerado el régimen penitenciario francés tomando también sus unidades de medida en el movimiento socialista tradicional - Un anarquista de la bella época, Edic. del Seuil -, fue sobre todo fuera del movimiento socialista donde encontró mayor aceptación.
Y que, en el debate sobre la amnistía que tuvo lugar recientemente en la Asamblea nacional, la actitud de los representantes del Partido socialista y del Partido comunista ha podido ser registrada como una prueba redundante, que producía el efecto de una adopción de postura sistemática y casi doctrinal.
Siento que esta toma de posición no tenga otras referencias que los conceptos caducos de Nación, Patria y Estado. Por este motivo los que presumen de ser los herederos espirituales de los Partidarios de la Commune, de Jules Guesde y de Jaurés, han sido conducidos insensiblemente a salir fiadores de una literatura que ocultando los datos elementales del problema de la represión en un cultivo del horror, apoyado en una falsedad histórica, ha creado a la vez una atmósfera de homicidio en Francia y ha abierto un foso insondable entre Francia y Alemania. Independientemente de otros resultados tan paradójicos en otros numerosos terrenos.
En uno de sus momentos de sinceridad, David Rousset les había prevenido sin embargo con las siguientes palabras:
«La verdad es que tanto la víctima como el verdugo eran innobles; que la lección de los campos es la fraternidad en la abyección; que si tú mismo no te has portado con ignominia es solamente porque te ha faltado el tiempo y las condiciones no eran apropiadas del todo; que no existe más que una diferencia de ritmo en la descomposición de los seres; que la lentitud del ritmo es inherente a los grandes caracteres; pero que el sedimento, lo que hay debajo y sube, sube, sube, es absolutamente, horriblemente, la misma cosa. ¿Quién lo creerá? Visto que los supervivientes no lo sabrá n más. Ellos inventarán también insulsas truculencias, simples héroes de cartón. La miseria de centenas de millares de muertos servirá de tabú a estas estampas.» (Los días de nuestra muerte, página 488, Ed. de París, 1947.)
[302]
Ellos ponen cara de no entenderlo.
Y él mismo, demasiado preocupado en llevar ante el Juzgado a los Comunistas de los cuales hizo la apología, sin duda alguna lo había olvidado.
El lector todavía podrá meditar provechosamente acerca de algunos hechos del mismo género, como son los siguientes:
-- El 26 de octubre de 1947, todos los periódicos publicaron el siguiente suelto:
« Un
italiano, Pierre Fiorelini, ha sido acusado de haber dado muerte
a siete de sus com pafñeros en la época de Bergen-
Belsen.
»Era enfermero, un enfermero por lo demás con métodos
sanitarios bastante curiosos. Su placer consistía en tocar
la armónica y hacer bailar al son de este instrumento
a los otros detenidos. Si ellos se negaban, les apaleaba.
»Un día que tuvo que cuidar a un teniente enfermo,
le condujo al lavabo, le lavó, y después, como
el otro protestaba por la brusquedad de sus movimientos, le mató
a palos. Los compañeros de la víctima intentaron
impedirlo. Fiorelini dio muerte uno tras otro a seis de ellos.
»Hoy es acusado por los supervivientes de este bloque.»
En el periódico Le Monde del 18 de enero de 1954, Jean-Marc Théolleyre - uno de los escasos cronistas de nuestra época cuya objetividad apenas puede ser puesta en duda - dando cuenta del proceso de Struthof describe a uno de los escasos presos que haya tenido que responder ante la justicia de su comportamiento en los campos:
«De todos
estos acusados había uno del cual se esperaba con curiosidad
el interrogatorio. Era Ernst Jager, que no habín sido
de la S.S. Una vez preso, perteneció a esta raza tan detestada
- si no más - en los campos, la de los Kapos. Propiamente,
tuvo en Struthof el título exacto de «Vorarbeiter»,
es decir, de preso responsable de un grupo de trabajo a las órdenes
de un Kapo. Por esta razón golpeó, apaleó
y mató tanto o quizá más que uno de la S.S.
»Jager es la encarnación de lo que puede hacer de
un hombre la vida de los campos de concentración. ¿Cuál
[303]
fue su vida?
A los cuarenta años ha pasado veinticuatro en prisión.
De la libertad le ha quedado solamente el recuerdo de unos tiempos
en los que él fue marino, sin poder decir más,
y del día de 1930 en el que en un muelle hirió
mortalmente a uno de la S.A. durante una riña. Se le condenó
a siete años de reclusión. En la cárcel
tuvo vagas noticias sobre el advenimiento del nazismo. É1
no debió descubrirlo verdaderamente hasta que, una vez
cumplida la pena, fue informado por el nuevo régimen de
que continuaría detenido con la denominación de
asocial. Desde entonces llevó sobre su chaquetilla el
triángulo negro, y fue de un campo a otro. Pero antes
de arrojarle en ellos, la Gestapo empezó por esterilizarle.
Del mundo de los campos de concentración ha conocido el
período más horrible. Fue en esta época
en la que toda la población de los campos estaba formada
por judíos, gitanos, asociales, pederastas, chulos y ladrones.
Era ya el período del exterminio, y sólo escapaba
a él el que tenía bastante valor para hacerse lobo
a fin de no ser devorado (51).
»Todos querían vivir pero cada uno de ellos quería
vivir contra los demás. A cualquier precio, sin importarles
cómo. Ellos instauraron y desarrollaron en los campos
todos los métodos del «gangster». Cuando se
le nombró Vorarbeiter en Struthof fue porque se
sabía que tenía la capacidad necesaria. Contaminado
por esta existencia envilecedora, se ha ahogado en la corriente
de inmundicias. Sus nervios no han resistido. Ha debido ser -
pues hubo de ellos - de los que llegaron a tomar tal odio a esta
vida en los campos, que todos los seres que llevaban el traje,
estos fantasmas famélicos y desesperados, se les hicieron
odiosos. Entonces venían los golpes, los accesos de rabia.»
Esta es una explicaclón a la que sin duda alguna no renunciaría Freud, pero no tiene gran valor.
Por lo demás, Jean-Mare Théolleyre se equivoca, esta vez de cierto, cuando escribe:
[304]
«Entonces, ¿qué tenían de común con ellos estos presos políticos, estos triángulos rojos: comunistas y socialistas alemanes, resistentes franceses, polacos o checos? Dueños del campo, se proponían permanecer como tales. Fue aquélla la época en la que los delincuentes comunes golpeaban y mataban en un santiamén, en la que los «políticos» se ponían de acuerdo para organizar su resistencia, para dejar ver su disciplina, su capacidad de mando, y acababan por contraatacar arrebatando uno a uno los puestos clave en la vida interior del campo.»
¿Lo que ellos tenían de común? Pero apreciado Jean-Marc Théolleyre, una vez en el poder, en los campos, se comportaron exactamente como los delincuentes comunes, y es Jager quien os lo dice en estos términos que, muy honestamente, expone usted en su relación del hecho:
«Yo no he dado malos tratos. Muy al contrario, soy yo quien ha sido golpeado por los políticos. Son ellos quienes se han mostrado como los peores, pero a ellos nunca se les ha dicho nada. ¿Por qué se guarda hasta tal punto rencor a la gente como nosotros, los triángulos verdes o los triángulos negros? Cuando yo llegué a Struthof, no fueron los soldados de la S.S. los que me golpearon, sino los políticos. Pues bien, hasta ahora nunca se ha visto a uno solo de ellos ante un tribunal. Y sin embargo el Kapo jefe de Struthof, que era uno de ellos y que hizo peores cosas que yo, ha conseguido el sobreseimiento.»
En otro periódico, y también a propósito del proceso de Struthof, otro cronista de tribunales refiere:
«Otros varios testigos se han presentado para dar a conocer la muerte de un joven polaco, que por haberse dormido no se incorporó lo bastante de prisa en la plaza. Conducido a fuerza de golpes por Hermanntraut, fue arrojado inmediatamente sobre la especie de mesa que servía para dar las palizas. De este modo recibió veinticinco garrotazos terribles que otros dos presos se vieron obligados a darle.»
En esta obra se encontrará la historia de Stadjeck, curiosa réplica en Dora del Fiorelini de Bergen-Belsen, y las de algunos otros cuyo comportamiento fue idéntico al de Jager o al de estos dos desdichados que fueron obligados - ¡o se ofrecieron! - a aplicar los 25 terribles garrotazos a uno de sus compañeros de infortunio: delincuentes comunes o políticos, situándose los segundos tras los primeros al frente de la propia administración penitenciaria, hubo en los campos millares y millares de Fiorelini, de Stadjeck, de Jager y de individuos dispuestos a ofrecerse para apalear.
[305]
Se sabe de algunos delincuentes comunes a los cuales se les pidieron cuentas.
A los políticos no se les exigieron cuentas y por eso no se conoce ninguna de ellos. Si se quiere saber todo, no era posible pedir cuentas a los políticos: aprovechándose de la confusión de las cosas y del desorden de aquellos tiempos, los políticos, que ya habían tenido la habilidad de suplantar a los delincuentes en los campos - con métodos que dependían de las leyes del medio y que consistían en inspirar confianza al mismo tiempo a la S.S., lo cual no es de escaso interés - tuvieron también, llegado el momento, la de transformarse en fiscales y en jueces a la vez, resultando así que fueron los únicos a los que se les dio el poder para exigir cuentas. En su pasión por ver culpables en todas partes, hubiesen fusilado a todo el mundo y ni siquiera advirtieron que al frente de los campos de concentración ellos no habían tenido otro papel - ¡sólo que en peor! - que el que, por ejemplo, ellos reprochaban a Pétain por haberse ofrecido a ponerse al frente de la Francia ocupada.
Tales eran aquellos tiempos, que, de momento, nadie advirtió lo que ellos habían hecho.
La gente descubrió después que se había precipitado demasiado al reconocer al Partido comunista el papel de un partido gubernamental, que la mayoría de los fiscales y de los jueces eran comunistas, y que por cobardía, por inconsciencia o por cálculo aquellos que casualmente no lo eran hacían el juego al comunismo a pesar de todo. Por este medio indirecto de la necesidad política, se acabó por descubrir también una parte de la verdad sobre el comportamiento de los presos políticos en los campos de concentración. Pero esta necesidad política no es todavía evidente más que en el espíritu de cierta clase: la clase dirigente, que acerca del comunismo sólo guarda en la memoria lo que la amenaza de un modo directo y a ella exclusivamente. Es por lo que todavía no se sigue conociendo más que una parte de la verdad: sólo se la conocerá enteramente el día en que las otras clases sociales, y especialmente la clase obrera, se hayan fijado a su vez en los no menos oscuros designios del comunismo en lo que se refiere a ellas y en su verdadera naturaleza.
Evidentemente esto tardará en llegar.
Sin embargo, ahora tenemos la suerte de ver multiplicarse en la literatura, las declaraciones del mismo género que ésta que Manés Sperber pone en boca de uno de sus personajes, ex deportado político:
«En el terreno político, no hemos flaqueado, pero, en el aspecto humano, nos hemos encontrado del lado de nuestros guardianes. La obediencia, en nosotros, iba al encuentro de sus decisiones ... » (Y el matorral se hizo cenizas.)
A la larga, estas confesiones saldrán a la luz, liberándose de la contradicción que consiste en pensar que se puede flaquear en el terreno humano sin ceder en el plano político, y no quedará más que: «Nos hemos encontrado del lado de nuestros guardianes.»
[306] Sin duda habrán perdido entonces este carácter de excusa voluntaria que ellos mismos se querían dar, pero habrán ganado en el sentido de una sinceridad tan conmovedora que la disculpa absolutoria vendrá del público, lo cual será mucho mejor.
Otra cosa extraña: mientras que la literatura en su conjunto, y no sólo la relativa a los campos, no siempre busca esta explicación más que superándose ella misma en la descripción de las crueldades de todo tipo del enemigo, mientras que los historiadores, cronistas y sociólogos ceden a este fetichismo del horror que es el signo característico de nuestra época, el sentimiento popular, por el contrario, ya se manifiesta por reacciones de una inesperada circunspección, como atestigua este extracto de la carta de un lector, publicada por Le Monde el 17 de julio de 1954:
«El que
haya podido suceder todo esto no se explica solamente por la
bestialidad de los hombres. La bestialidad está limitada,
sin saberlo ella, por la moderación del instinto. La naturaleza
es ley sin saberlo. El terror que nos ha sobrecogido nuevamente
al leer las reseñas de Metz ha sido engendrado por nuestras
paradojas de intelectuales, por nuestro aburrimiento de antes
de la guerra, por nuestra pusilánime decepción
ante la monotonía del mundo sin violencia, por nuestras
curiosidades nietzscheanas, por nuestro hastiado semblante con
respecto a las «abstracciones» de Montesquieu,
de Voltaire, de Diderot. La exaltación del sacrificio
por el sacrificio, de la fe por la fe, de la energía por
la energía, de la fidelidad por la fidelidad, del ardor
por la vehemencia que proporciona, la llamada al acto desinteresado,
es decir, heroico: he aquí el origen permanente del hitlerismo.
»El romanticismo de la fidelidad por sí misma, de
la abnegación por sí misma, unía a est os
hombres que ó verdaderamente - no sabían lo que
hacían, a no importa quién y para cualquier tarea.
La razón consiste precisamente en saber lo que se hace,
en pensar un contenido. El principio de la sociedad militar en
el que la disciplina suple al pensamiento, en el que nuestra
conciencia está fuera de nosotros, pero que en un orden
normal se subordina a un pensamiento político, es decir
universal, y de él extrae su razón de ser y s u
nobleza, se encontraba solo - ante la desconfianza general con
respecto al pensamiento razonable sup uestamente ineficaz e impotente
- para gobernar el mundo.
»Desde entonces pudo hacer todo del hombre. El proceso
de Struthof nos trae a la memoria, frente a las metafísicas
demasiado orgullosas, que la libertad del hombre sucumbe en el
sufrimiento físico y en la mística. Con tal que
aceptase su muerte, hace poco todo hombre podía pretender
ser libre. Vemos por consiguiente que la tortura física,
el hambre, el frío o la disciplina, más fuertes
que
[307]
la muerte, rompen esta libertad. Incluso en sus últimas posiciones, allí donde se consuela de su impotencia de actuar, de permanecer como pensamiento libre, la voluntad ajena penetra en ella y la esclaviza. La libertad humana se reduce de este modo a la posibilidad de prever el peligro de su propia decadencia, y a defenderse contra ella. Hacer leyes, crear instituciones racionales que le ahorrarían las pruebas de la abdicación, ésta es la única oportunidad favorable del hombre. El romanticismo de lo heroico, la pureza de los estados de ánimo que se bastan a sí mismos, hay que sustituirlos nuev amente, colocando en su lugar - que es el primero - la contemplación de las ideas que hace posibles las repúblicas. Estas ú1timas se desmoronan cuando ya no se lucha más por algo sino por alguien.
Emmanuel Levinas
Con esto está dicho todo: el principio de la sociedad militar en la que la disciplina suple al pensamiento que se encontraba solo para gobernar el mundo; la libertad del hombre que sucumbe en el sufrimiento físico y en la mística; la bestialidad limitada solamente por la moderación del instinto; las leyes y las instituciones racionales necesarias que son susceptibles de ahorrar al hombre las pruebas de la abdicación, leyes que no existían, que no existen y que son su única oportunidad favorable...
El razonamiento, ciertamente, sólo està hecho sobre el hombre que ha abdicado y se transforma en verdugo. Pero también vale para la víctima:
«Respecto a la cuestión de saber si el sufrimiento prue ba aIgo para el que lo padece - escribe aún Manés Sperber - me parece sumamente dificil. En cambio, me parece cierto que el sufrimiento no refuta a su autor, al menos en la historia.» (Y el matorral se hizo cenizas.)
Esto es tan cierto, que
las víctimas de ayer son los verdugos de hoy y viceversa.
Ahora ya sólo me queda el agradecer indistintamente y en su conjunto a todos los que han hablado animosamente en favor de La mentira de Ulises.
Se me ha dicho que entre ellos habla fascistas y he sonreido ligeramente: al ser precisamente los que me lo echaban en cara, aquellos que reclamaban paralelamente el secuestro de la obra y pedían, en todos sus periódicos, que fuesen decretadas contra casi todo el mundo, prohibiciones de escribir, de hablar e incluso de desplazarse, ¿cómo no iba yo a pensar que eran ellos los que se comportaban como fascistas?
[108]
También se me ha dicho que había colaboracionistas de la época de la ocupación, y me he consolado al comprobar qué más bien eran reputados como tales, y que en todo caso, tenían buenas relaciones con un impresionante número de resistentes auténticos!
Finalmente, he observado, sobre todo en el amplió campo de la opinión que va de la extrema derecha a la extrema izquierda, que muchas personas siguen pensando o vuelven a pensar en todos estos problemas, no con arreglo a las estrechas normas de las sectas, capillas y partidos, sino con referencia a los valores humanos.
Y esto me parece que justifica todas las esperanzas.
Paul Rassinier.
Mâcon, diciembre de 1954.
[309]
«La sala
de lo criminal del Tribunal de Casación ha anulado la
sentencia anterior de la Audiencia de Lyon que había comenzado
el 2 de noviembre de 1951, por injurias y difamación,
al señor Rassinier, autor del libro La mentira
de Ulises, al señor Paraz, autor del prefacio,
y al editor de la obra a penas de prisión y multas, y
a indemnizar por daños y perjuicios a la Federación
nacional de deportados resistentes.
»El supremo Tribunal recusa en la sentencia:
1. »En el aspecto penal, el haber retenido los delitos de injuria y de difamación, cuando las críticas sobre los patriotas contenidas en el libro son ciertamente injustas y malévolas, pero tienen un carácter general y no se dirigen a ninguna persona determinada.
6. »En el aspecto civil, el haber declarado admisible la acción de la F.N.D.R., cuando este organismo no ha sido aludido directamente por el libro y ninguno de sus miembros ha sido atacado personalmente.»
(Información publicada en los periódicos el 24 de marzo de 1954.)
El Tribunal dice, en efecto, que «las críticas contenidas
en este libro son injustas y malévolas hacia los patriotas»,
pero al ser siempre una crítica «injusta o malévola»
respecto a alguien, el autor saca fá cilmente de ello un
argumento.
Si sintiese alguna pena, ésta seria, en primer lugar, la de no haber conocido esta opinión lo bastante pronto como para hacerla figurar en la segunda y tercera ediciones.
P. R.
[310]
Otros después que yo estudiarán la literatura de los campos de concentración: de esto no hay duda alguna. Quizá sigan el mismo camino, y haciendo avanzar la investigación, se limiten a reforzar la argumentáción. Quizás adopten otra clasificación y otro método. Quizá concedan más importancia al puramente literario. Incluso quizás algún nuevo Norton Cru (52) inspirándose en esto que hizo el otro a propósito de la literatura de guerra, tras el conflicto de 1914 a 1918, presente algún día una «Summa» crítica por todos los conceptos y bajo todos los aspectos, de todo lo que se ha escrito sobre los campos de concentración. Quizá...
Al ser sólo mi ambición la de abrir el camino a un examen crítico, mi esfuerzo no podía limitarse más que a ciertas observaciones esenciales, y tenía que llevar en primer lugar al punto de partida de la controversia, es decir, a la materialidad de los hechos. Si sólo hace mención de algunos casos típicos, de los que tengo la debilidad de creer que han sido prudentemente escogidos, sin embargo abarca toda la vida de los campos de concentración a través de sus puntos sensibles, y permite al lector el formarse una opinión de todo lo que ha podido leer o leerá sobre el asunto. En este aspecto, ha alcanzado su propósito.
De rechazo, puede conseguir otros.
Acaba de aparecer un libro que no se inserta directamente en la actualidad, y del cual, en consecuencia, no se ha preocupado la crítica con exceso: Ghetto en el Este. Su autor, Marc Dvorjetski, superviviente de cierto número de matanzas, arrastra tras él un pasado que siente tanto más molesto al pedirle su conciencia sin cesar: "Vamos, habla: ¿cómo puedes estar vivo todavía?...» Se me disculpará si tengo la impresi6n de haber traído la respuesta.
Todo se encadena: una pregunta hace venir a otra, y cuando el público comienza a hacerlas... Un cómo, siempre trae un por qué, cuando no le sigue, y, llegado el caso, éste se presenta en forma natural:
[311] ¿por qué ciertos deportados han dado un giro tan discutible a sus declaraciones? Aquí, la respuesta es más delicada: para hacer la distinción entre aquellos que han sido dominados, incluso aplastados por la experiencia que han vivido, y los que han obedecido a móviles políticos o personales, sería necesario psicoanalizar - ya se ha pronunciado la palabra... - a todos, e incluso este trabajo sólo tendría que confiarse a los majores especialistas.
Se puede afirmar, sin embargo, que los comunistas tenían en esto un indiscutible interés de partido: cuando cae sobre la humanidad un cataclismo social, si los comunistas son los que reaccionan más noble, más inteligente y más eficazmente, el provecho del ejemplo se traslada sobre la organización y sobre la doctrina que ella defiende. Ellos también tenín un interés político a escala mundial: distrayendo a la opinión pública con los campos hitlerianos, le hacían olvidarse de los campos rusos. Tenían, finalmente, un interés personal; tomando al asalto el banco de los testigos, y gritando muy fuerte, evitaban el tener que sentarse en el banqulllo de los acusados.
Aquí como en todas partes, han dado ejemplo de una firme solidaridad y el mundo civilizado ha podido establecer una política con respecto a Alemania sobre conclusiones que sacaba de informes suministrados por vulgares guardianes de presos. Por otra parte, no pedía nada más en aquel entonces: podía presentar al mismo tiempo a sus propios guardianes como modelos de humanidad...
En cuanto a los no comunistas, la cosa es diferente, y no quisiera decidirme a la ligera. Al lado de los que no han comprendido su aventura, están los que han creído realmente en la moralidad de los comunistas, los que han soñado una entente posible con la Rusia de los soviets para el establecimiento de una paz mundial, fraternal y justa en la libertad, los que han pagado una deuda de agradecimiento, los que han seguido la corriente y han dicho ciertas cosas porque era la moda, etc. Están también los que han pensado que el comunismo anegaría a Europa, y que, habiéndole visto obrar en los campos de concentraci6n han juzgado prudente el tomar algunas seguridades para el porvenir.
La historia una vez más, se ha burlado de las pequeñas imposturas producto de la imaginación humana. Ha seguido su curso y ahora hay que adaptarse a ella. Los cambios de posición no son fáciles, y, par tanto, hacer ésto tampoco será fácil.
Queda par definir la importancia de los hechos en su materialidad y por juzgar la oportunidad de esta obra. En un artículo (53) que causó sensación (54), Jean-Paul Sartre y Merleau-Ponty escribieron:
«... al leer los testimonios de antiguos detenidos, no se encuentra en los campos soviéticos el sadismo, la religión de la muerte, el nihilismo que - unidos paradójicamente a intereses concretos, y bien de acuerdo o bien en lucha con ellos - han acabado por producir los campos nazis de exterminio.»
[312]
Si se acepta la versión sobre los campos alemanes que ha hecho «oficial» una unanimidad cómplice en los testimonios, hay que reconocer que Sartre y Merleau tienen razón frente a David Rousset. Entonces se ve adónde puede conducir esto, tanto en la apreciación del régimen ruso como en el examen del problema de los campos de concentración en sí. Esto no quiere decir que si no se la acepta se dé con eso mismo la razón a David Rousset: lo peculiar de los hechos discutibles en su contenido es precisamente el que no son susceptibles de interpretaciones valederas.
Si se recurre a la razón pura, y si se promueve la objeción filosófica o doctrinal, se cae en la retórica y se situa uno en un punto muy vulnerable. La retórica tiende fácilmente al sofisma, a los malos raciocinios, incluso a la divagación. Sus atractivos, por seductores que sean, son siempre discultibles pero raramente convincentes. Y sus abstracciones exclusivamente especulativas hacen suponer por tanto que no proceden de métodos más rigurosos.
Asimismo, las razones de sentido común son de distinto peso que las de la escolástica, aunque de menor valor en lo o lo intrínseco.
Sin duda alguna, la psicosis creada en Francia desde la liberación par ciertos relatos, discutibles en su mayoría más por lo que tienen de interpretación que de testimonio, permite escribir impunemente:
«... al leer los testimonios de antiguos detenidos, no se encuentra en los campos soviéticos el sadismo, etc.»
Pero esta psicosis sólo asegura la tranquilidad de conciencia a aquéllos cuya actitud es generalmente anterior a toda reflexión y que, por añadidura, no han vivido ninguna de ambas experiencias. De una parte, no puede olvidarse que en Francia y en el mundo occidental los supervivientes de los campos soviéticos son mucho menos numerosos que los de los campos nazis, y que si bien no se puede decir a priori de sus testimonios que están inspirados en una mayor veracidad o en un sentimiento más aceptable de la objetividad, no se puede sin embargo negar que han sido dados a conocer en tiempos majores. De otra, todos los internados que han vivido junto a los rusos en Alemania, han expuesto la convicción de que esta gente tenía una larga experiencia en la vida de los campos.
Por mi parte, durante dieciséis meses me he encontrado entre algunos millares de ucranianos en el campo de concentración de Dora: su comportamiento probaba que en su gran mayoría no habían hecho más que cambiar de campo, y en sus conversaciones no ocultaban
[313] que el tratamiento era el mismo en ambos casos. ¿Tendría que decir yo que el libro de Margaret Buber-Neumann, recientemente publicado, no tacha como falsa esta observación personal ? Por lo demás, hay que dejar a la historia el cuidado de explicar cómo los campos alemanes, concebidos también según «las fórmulas de un socialismo edénico» se convirtieron de hecho - pero de hecho solamente - en campos de exterminio.
La realidad sobre este punto es que el campo de concentración es un instrumento del Estado en todos los regímenes donde el ejercicio de la represión garantiza el de la autoridad. Entre los diferentes campos de un país u otro, sólo hay diferencias de matices - que se explican por las circunstancias - pero no esenciales. Los de Rusia se asemejan punto par punto a los que había en la Alemania hitleriana parque independientemente de las posibles similitudes o no de régimen en ambos casos el Estado tropezaba con dificultades de igual magnitud: la guerra en Alemania, la explotación de la sexta parte del globo con medios improvisados en Rusia.
Si Francia llegase económicamente al mismo punto que la Alemania de 1939 o que la Rusia de hoy en día - lo cual no se puede excluir - Carrère, la Noé, la Vierge, etc., se parecerán también y punto par punto a Buchenwald y Karaganda: hoy ya está comprobado además que el matiz es casi el mismo (55).
El error llama al error y se multiplica con el artificio en un razonamiento viciado en la base par una primera afirmación gratuita. De lo particular se pasa a lo general y del examen del efecto al de la causa. Así es natural que se llegue a escribir a propósito del sistema ruso:
« Cualquiera que sea la naturaleza de la actual sociedad soviética, la U.R.S.S. se encuentra situada a grosso modo en el equilibrio de las fuerzas, del lado de las que luchan contra las formas de explotación conocidas por nosotros.»
O también:
« El fascismo es una angustia ante el bolcheviquismo, del cual toma la forma exterior para destruir con mayor seguridad el contenido: la Stimmung internacionalista y proletaria. Si se concluye que el comunismo es el fascismo, se realiza posteriormente el deseo del fascismo que ha sido siempre el de ocultar la crisis capitalista y la inspiración humana del marxismo.»
[314]
O, finalmente:
«Esto significa que nosotros no tenemos nada de común con un nazi y que tenemos los mismos valores que un comunista.
La primera objeción carece de valor. Una parte importante de la opinión pública, invirtiéndola en sus térrninos anticipadamente, pensaba ya que
«Cualquiera que sea la naturaleza de la sociedad norteamericana, los Estados Unidos se encuentran situados a grosso modo en el equilibrio de las fuerzas, del lado de las que luchan contra las formas de explotación desconocidas por nosotros...»
Y para justificarse añadía:
«... comportándose de tal manera que los demás sean cada vez menos sensibles.»
Se ve el peligro: si se admite que las formas de explotación «desconocidas par nosotros» son más mortíferas y más numerosas que las que gozan del privilegio de sernos «conocidas», si se puede probar que las primeras están en progresión constante y las segundas en regresión o simplemente a un nivel constante, hay que reconocer que esta importante fracción de la opinión pública está abundantemente provista en el terreno de la justificación moral. Ella lo estará tanto más cuanto que no hace más que recibir sus medios de uno de los autores de la objeción, Merleau-Ponty, que en su tesis sobre el humanismo y el terror escribía poco más o menos esto que cito de memoria:
«Lo que puede servir de criterio en la apreciación de un régimen, en el terreno del humanismo, no es el terror, o su manifestación, la violencia, sino el hecho de que ambos estén en progresión y llamados a durar, o, por el contrario, se encuentren en regr esión y llamados a desaparecer.»
¿Por qué lo que es verdad del terror y de la violencia no habría de serlo de los campos, que no son más que uno de sus resultados pero que por su número prueban más o menos terror y más o menos violencia? Y, por tanto, ¿por qué este distingo en favor de Rusia? Esto para permitir medir hasta qué punto hubiese sido a la vez prudente y más conforme a la tradición socialista el anticiparse a David Rousset declarándose contra todas las formas de explotación, sean conocidas o desconocidas por nosotros.
[315]
La segunda objeción, introducida bajo la forma de un perfecto silogismo, procede de la confusión de los términos: «El fascismo es una angustia ante el bolcheviquismo», dice el mayor. «Si se deduce que el fascismo es el comunismo», dice el menor... En la pluma de un retórico de segunda fila la astucia provocaría a lo sumo un encogimiento de hombros. Cuando se la encuentra en las de Merleau-Ponty y J. P. Sartre uno no puede abstenerse de pensar en las reglas imperativas de la probidad y en la violación que se hace de ellas (56).
Es al bolcheviquismo al que sus detractores identifican con el fascismo, y no al comunismo. Además no lo hacen más que en sus efectos, y tomando la precaución de definir al fascismo por unos caracteres que hacen de él otra cosa, algo más que una «angustia» ante el bolcheviquismo.
Esto quiere decir que si se restablece en ambas proposiciones la propiedad de los términos, la conclusión se descarta por sí misma, y que, por tanto, del silogismo sólo queda la perfección de su forma. Si se quisiese establecer un silogismo aceptable sobre el tema, el único válido sería el siguiente:
1.-- «El fascismo y el bolcheviquismo son una angustia ante el comunismo (o el socialismo) del cual toman las formas exteriores - ¿no hablaba Hitler de nacional socialismo, y no sigue hablando Stalin de socialismo en su solo país? - para destruir con mayor seguridad el contenido: la Stimmung internacionalista y proletaria.»
2.-- «Si se saca como conclusión que el fascismo y el bolcheviquismo son el comunismo (o el socialismo)»
3.-- «Se realiza posteriormente el deseo del fascismo y del bolcheviquismo, que es el de ocultar la crisis capitalista y la inspiración humana del marxismo.»
Lo cual, si se quisiese refutar la identificación del fascismo y del bolcheviquismo, que el silogismo establece aparentemente en principio, haría venir las cosas muy sustanciales que, tomando otras unidades de medida, dice sobre esto James Burnham en L'Ere des organisateurs (impr. Calmann-Lévy, colección «La liberté de l'Esprit», págs. 189 y siguientes).
No diré nada sobre la tercera objeción, que según las apariencias peca de la misma confusión de los términos, a menos que sus autores no precisen después que lo que han querido decir es que "nosotros tenemos los mismos valores que un bolchevique". No diré nada tampoco sobre esta afirmación extrañamente mezclada a la controversia y según la cual el comunismo chino sería "lo único capaz de hacer salir a China del caos y de la pintoresca miseria en que le ha dejado el capitalismo extranjero". Ni de la suscripción abierta por Le Monde "para que no se dijese que era insensible a la miseria" de un obrero comunista, ni de la electrificación en la U. R. S. S. ni de las fructíferas conversaciones que se pueden tener con los obreros de la Martinica,
[316] ni... ¿Por qué no de las pirámides de Egipto o de la gravitación universal?
Si se insistiese demasiado, se acabaría por llevar la discusión a un punto remoto, y por ceder a la tentación de escribir una nueva Miseria de la Filosofía adaptada a las circunstancias.
Queda aún el drama de la opinión pública radical que no encuentra la posibilidad de interesarse en el problema de los campos de concentración, a través de esta controversia, más que participando en la preparación ideológica de la tercera guerra mundial, si sigue al uno, o de volver al bolcheviquismo a través de sofismas, si sigue a los otros.
El pretexto de una discusión sobre este objeto es una simpleza. Por una parte, el Kremlin nunca aceptará que una comisión investigadora sobre el trabajo forzado circule libremente par el tercitorio soviético. Por otra, no puede ser proporcionada ninguna ayuda importante a los internados en los campos soviéticos mientras subsista el régimen estaliniano. Ahora bien, yo no fundo mi esperanza de verle desaparecer más que en tres posibilidades: o bien se desmorona por sí mismo (esto ya se ha visto en la Historia: la Grecia antigua estaba muerta antes de ser conquistada por los romanos), o se hunde con una revolución interior, o bien, finalmente, es aniquilada en una guerra. Al encontrarse Rusia en pleno desarrollo industrial y limitando al parecer con una gran habilidad sus ambiciones a sus medios, las dos primeras están irremediablemente excluidas por un período muy largo y sólo queda la tercera: de ella no hablemos, acabo de conocerla y la experiencia de la que Rusia se jacta de haber triunfado frente a Hitler me basta.
El hecho de que David Rousset intente desde hace poco - y especialmente a partir de un almuerzo que le ha ofrecido recientemente la prensa angloamericana - el extender la misión investigadora «a todos los países donde pueda haber campos de concentración» no modifica en nada el carácter ni el sentido del asunto: sólo queda en el lugar del crimen el rótulo de «Ayuda a los deportados soviéticos». Por lo demás ni Grecia ni España - ¡menos aún Francia! - aceptarán el que se vaya a «espiar» en ellas con el pretexto de investigaciones sobre el trabajo forzado. Sería necesario que la iniciativa partiese de la O.NU. y estuviese apoyada par amenazas de exclusión para los que no quisiesen someterse, lo cual no es concebible pues no quedaría nadie, salvo Suiza quizá que no forma parte de ella.
En El munndo de los campos de concentración David Rousset presentó los campos como si dependiesen de un problema de régimen y tuvo un éxito merecido. Después, en Los días de nuestra muerte y en otros numerosos escritos diseminados se interesó en hacer resaltar y en alabar el comportamiento de los presos comunistas, alegando hechos incontrolados y que sólo han encontrado en el público este crédito en razón al desorden y confusión originados por la guerra. Una vez se ha aventurado a la pura documentación en su colección El payaso no ríe que acusa solamente a Alemania. Sin embargo él no podía ignorar los campos rusos, de los que se dice que en los años 1935-1936
[317] ya estaban en venta en las librerías documentos traducidos del ruso, y de los cuales, por otra parte, le habrá sido revelada la existencia en los tiempos más lejanos en los que todavía militaba él en las filas del trotskismo. Deliberadamente pues, ha contribuido muy eficazmente a crear en el interior del país esta atmósfera de connivencia momentánea que ha permitido a los bolcheviques, cuyas fechorías en Rusia eran atenuadas o silenciadas, subir al poder en Francia. Respecto al exterior, sobre todo ha ahondado un poco más aún el foso que separa a Francia de Alemania
Descubriendo los campos rusos en la manera conocida, no hace más que seguir el movimiento de traslación lateral que es la característica esencial de la política del gobierno desde la marcha del equipo Thorez. Su actitud de hoy es consecuencia 1ógica de la de ayer, y es natural que habiendo prestado un argumento al tripartismo bolchevizante, suministre a los angloamericanos la base ideológica indispensable para una buena preparación para la guerra. No es menos natural que Le Figaro Littéraire y David Rousset hayan terminado por encontrarse. Basta con observar que apoyándose mutuamente, su intervención concertada no trae nada nuevo a la discusión al venir después de los testimonios auténticos de Victor Serge, Margaret [Buber-]Neumann, Guy Vinatrel, mi amigo Vassia etc., no aporta nada nuevo salvo un testimonio más sobre acontecimientos no vividos, y no hace más que registrar la quiebra de una política en provecho de otra que quebrará infaliblemente, si no ante nuestros ojos al menos ante la historia.
A estos elementos sospechosos que dependen, el primero del maquiavelismo de un periódico y el segundo de la capacidad de un hombre para ajustar su comportamiento según los deseos de los poderosos del momento en los diferentes mundos que le cuentan alternativamente entre sus miembros, hay que añadir los que resultan de la experiencia. En 1939 y en los años precedentes, se destacaron de la misma manera los abusos de la Alemania hitleriana. En la prensa no se hablaba más que de ellos. Todo lo demás se olvidaba: nadie ponía en duda que se preparaba ideológicamente la guerra para la cual se creían materialmente preparados.
Efectivamente, se hizo la guerra...
Hoy, en toda la prensa no se habla más que de los abusos de la Rusia soviética en el terreno del humanismo, y exclusivamente de los de la Rusia soviética. Se olvida todo lo demás, y principalmente los problemas planteados por el uso, extensible hasta el infinito, del campo de concentración como medio de gobierno. Las mismas causas producen los mismos efectos...
La opinión pública, desengañada par casi todo lo que se le ha dicho de los campos alemanes, por la forma en la cual de una y otra parte se le presentan los campos rusos, y por el silencio que se guarda sobre los demás, presiente todas estas cosas y parece esperar que se le hable en el lenguaje de la objetividad, demostrándole al mismo tiempo la realidad de los hechos.
Ahora bien, en esta materia el lenguaje de la objetividad no tiene necesidad ni de muchas precauciones ni de muchas palabras. El caso
[318] de los campos de concentración, del trabajo forzado y de la deportación, sólo puede ser examinado bajo el aspecto humano y dentro de la definición de las relaciones entre el Estado y el individuo. En todos los países existen los campos, en potencia o bien realmente, cambiando estos últimos de clientela con los azares de las circunstancias y según los acontecimientos. Los hombres se encuentran amenazados en todas partes y para los que actualmente están recluidos no hay posibilidades de salir más que en la medida en que los que todavía no han pasado par ellos están destinados a entrar.
Es contra esta amenaza frente a la que hay que sublevarse, y es al campo en sí mismo al que hay que hacer alusión, independientemente del lugar en que se encuentre, de los fines para los cuales sea utilizado y de los regímenes que lo empleen. De la misma manera que contra la prisión o la pena de muerte. Todo particularismo, toda acción que designe a la vindicta a una nación antes que a otra, que tolere los campos en ciertos casos, explícitamente o por omisión calculada o no, debilita la lucha individual o colectiva por la libertad, la desvía de su sentido y nos aleja del fin en vez de acercarnos a él.
Desde este punto de vista, se juzgará un día el agravio que se hizo a la causa de los Derechos del hombre cuando la IV República admitió que los colaboracionistas o reputados como tales, fuesen encerrados en los campos como lo fueron los no conformistas de 1939 y los resistentes de la ocupación.
Para hablar en estos términos, evidentemente hay que preocuparse bastante poco de ser clasificado en el partido de los antiestalinianos o de los antiamericanos, y es necesario tener bastante dominio de sí mismo para separar en el propio espíritu tanto al régimen soviético de la noción de socialismo como al régimen norteamericano de la democracia: que uno de ambos regímenes es menos malo que el otro es indiscutible, pero esto solamente acredita que el esfuerzo a realizar par los que viven a un lado del telón de acero deberá ser menor que el de los que viven al otro... Y lo que hay que invocar aquí no es una fidelidad de antiguos deportados, que sólo puede colocar a la opinión pública ante la elección entre dos posiciones anti o dos posiciones pro: es la fidelidad de una élite a su tradición, que es definirse a sí misma por medio de su propia misión, y no cumplir la de los demás.
1
/ También el hermano Birin, por ejemplo, incorporó
la tesis de los comunistas, como ya se ha indicado en la pág.
174, nota 79. Esta excitación al odio se encuentra bajo
esa u otra forma apenas diferente, en todos los libros que han
sido publicados sobre los campos de concentración alemanes,
lo cual es bastante significativo para condenar las intenciones
de toda esta «literatura».
2
/ Esto prueba por lo menos, que a fines de 1942 los hornos crematorios
no habían sido construidos en Auschwitz-Birkenau, y por
consiguiente, tampoco las cámaras de gas, pues sería
muy asoambroso que se las hubiese construido antes que los hornos,
de los cuales dicen un á nimemente
los testigos que eran inseparables, lo cual es lógico:
los alemames no se habrían lanzado nunca a esta producción
industrial de cadáveres, sin haber construido al mismo
tiempo que el medio de producirlos el de incinerarlos. Ahora bien,
Kogon, Miklos y David Rousset nos dicen que estaban «dispuestas
para funcionar desde la primavera de 1942» y Höss,
que también lo pretende, (pág. 171) nos dice más
adelante (pág. 172) que «en la primavera y en el
verano de 1942, hubo que utilizar un depósito de cadáveres
para los primeros exterminios» porque no lo estaban.
3
/ En esta cifra, señala más adelante
Rudolf Höss, están comprendidas no solamente los convoys
de judíos gaseados desde el comienzo hasta el momento en
que se procedió a las incineraciones, sino también
los cadáveres de todos los presos muertos en el campo de
Auschwitz-Birkenau durante este período (página
231).
4
/ Había 4 hornos crematorios en Ausehwitz Birkenau, y no
46 como se escribe todavía hoy en los periódicos.
5
/ Pues bien, en su libro S.S.-Obersturmführer Dr. Mengele,
el comunista húngaro Dr. Miklos, que pretende haber sido
testigo de ello, nos dice que diariamente eran incinerados 25.000
cadáveres.
6
/ En el libro de Höss se dice que «Himmler había
dado personalmente la orden de evacuar los campos desde enero
de 1945» (pág. 203) y que en caso de imposibilidad
de «alcanzar la etapa fijada, los convoys debían
ser confiados al Volksturm de las localidades donde se
encontraban» (pág. 204).
7
/ Documentos bibliográficos, pág. 296.
8
/ Absuelto en Nuremberg, dice Höss.
9
/ Este subalterno ocupaba el puesto de jefe de la Sección
AIV (asuntos judíos) de la Gestapo. Por este motivo tenía
la responsabilidad de la deportación de los judíos.
Detenido recientemente por los servicios secretos iaraelíes,
es el único ser vivo que posee el seereto de las cámaras
de gas. De donde viene la importancia de su captura desde el punto
de vista de la verdad histórica. De ahí viene también
la importancia que tendría para la historia que él
hablase libremente y no bajo la amenaza de una sanción.
10
/ «Podían utilizarse las cámaras vestuarios
y las cámaras de gas para las duchas», se lee un
poco más adelante (pág. 236). Si es cierto, como
en la página 227 dice que «Himmler no ha dado nunca
la orden de construir Ias cámaras de gas», ¿no
indicaría esto más bien que las salas de duchas
«habrían» sido empleadas como cámaras
de gas? Se advertirá que por vez primera en la literatura
de los campos de concentración, las cámaras
de gas son presentadas oficialmente bajo un aspecto que extrañamente
les hace parecerse a unas salas de ducha. También por
primera vez, se define minuciosamente el gas empleado, y se
trata de un gas cuyo uso sólo es posible si las cámaras
de gas están instaladas como salas de duchas. Se han necesitado
doce años para tener estos datos precisos que ni David
Rousset, ni Eugen Kogon ni el comunista Miklos habían dado
nunca. Doce años más y quizá se tengan por
fin testimonios coherentes en todos los puntos. Basta solamente
con que en los «talleres» donde los rusos corrigen
la historia durante dias y días se decidan a no emplear
más que a personal capacitado para la fabricación
de falsedades históricas. Hay que reconocer además
que van progresando, sobre todo si se tiene en cuenta que en enero
de 1947, lograron que el tribunal de Nuremberg que juzgaba a los
médicos, aceptase como auténtico el documento
P.S. 1653-RF 350. Este fue entregado al tribunal por un pariente
de un testigo que había tenido la prudencia de suicidarse
inmediatanente después de haberlo redactado. El documento
fue publicado en el n.* 2 de la revista Dreimonatliche Hefte
neuere Geschichte en 1953, y después en el periódico
sueco Dagens Nyheter el 16 de julio de 1953. Según
él, los judíos eran asfixiados por grupos de 750
a 800 en cámaras de gas que tenían "25 metros
cuadrados de base por 1,80 de altura». Encuanto al gas empleado,
se trataba entonces del «gas de escape de un motor Diesel»,
y, comprimidas en estas cámaras - precisaba aún
el testigo - las 750 u 800 personas tardaban "tres horas
en morir, cronómetro en mano". Es una cosa como para
estremecer a los historiadores del futuro cuando examinen los
extraños «documentos» que el tribunal de Nuremberg
ha tomado en serio.
11
/ ¡ Atención! ¡Gas! ¡Peligro!
12
/ Desde que escribí esto he visitado Mauthausen: se me
ha enseñado allí una cámara de gas... Lo
digo rotundamente: pretender que allí han sido gaseadas
decenas de millares de personas es una abominable villanía.
El guía me explicó que «todo estaba a punto
salvo la cañería de llegada del gas, que ha sido
desmontada». El no sabía que en la tesis oficial
el gas no llegaba a las cámaras "por cañería";
sino que era producido por «tabletas de ciclón B
que se arrojaban allí y se disgregaban al contacto con
el vapor de agua». Este mismo guía, por otra parte,
me informó además con voz temblorosa que «la
princesa Mafalda, hija del rey de Italia, había muerto
en el burdel de Mauthausen de resultas de las espantosas torturas
que había sufrido en él». Pues bien, la princesa
Mafalda murió en agosto de 1944 en el burdel de Buchenwald,
a donde se la transportó después de haber quedado
horriblemente mutilada durante el bombardeo de Buchenwald por
los aviones angloamericanos. !Tales son los «historiadores»
de hoy!
13
/ Exodus de León Uris (pág. 219 de la ed.
francesa); Der S.S.--Staat de Kogon, que sitúa el
hecho en septiembre de 1944; Histoire de Joël Brand
de Weisberg, etc.
14
/ Subrayado por mí. P. R.
15
/ Uno se pregunta de qué secreto puede tratarse, habiendo
anunciado por todas partes las autoridades nazis, desde septiembre
de 1939, que los judíos serían enviados a los campos
de concentración, y que trabajarían en ellos hasta
el fin de la guerra.
16
/ Según Michel Borwiez en un estudio publicado en la Revue
d'histoire de la deuxième guerre mondiale en octubre
de 1956, pág. 59. La existencia y el contenido de esta
carta han sido confirmados por Joseph Billig en Le Figaro
del 14 de octubre de 1960.
17
/ Léanse las Memorias de un francés rebelde
del comandante francés Loustaunau Lacau.
18
/ Subrayado por mí.
19
/ Estos otros países estaban clasificados en tres categorías:
1.· Países que contaban entre 50.000 y 100.000 judíos: Letonia, Grecia, Yugoeslavia, Bélgica, Italia, Turquía, Bulgaria, Argelia, Africa del Sur, Túnez y Egipto.
2.· Países que contaban entre 10.000 y 50.000 judíos: Suiza, Brasil, Méjico, Uruguay, Persia, Siria, Yemen, India, Afganistán, China, Marruecos español, Tripolitania y Australia.
3.· Países que contaban con menos de 10.000 judíos: Danzig, Suecia, Dinamarca, Estonia, Irlanda, España, Rodas, Memel, Portugal, Noruega, Finlandia, Cuba, Chile, Japón, Singapur y Nueva Zelanda.
Se observará
que no se menciona ni Hungría (404.000 en la estadística
del Centro de documentación judía) ni Checoeslovaquia
(315.000) ni la Macedonia.
20
/ Figuran entre los países que cuentan de 50.000 a 100.000
judíos, contados a una media de 70.000.
21
/ Figuran entre los países que cuentan con menos de 10.000
judíos.
22
/ 2.500.000 ha dicho el «American Jewish Committee»
el 31 de diciembre de 1951; y ésta es también la
opinión del rabino Joseph Miller en la revista norteamericana
Look del 27 de diciembre de 1956.
El Centro de
documentación judía, que sólo ha encontrado
600.000 (por otra parte uno se pregunta cómo, dado el secreto
de las estadísticas soviéticas) no ha tenido en
cuenta el hecho de que en el momento de la anexión de Besarabia,
la Bucovina y los Estados Bálticos los judíos de
estos países cayeron bajo el control ruso ni de que en
el momento del avance de la tropas alemanas en Polonia la mayoría
de los judíos huyeron a la zona ocupada por los rusos,
ni que gracias a la evacuación, como dice el periodista
judío David Bergelson en el periódico moscovita
Unidad del 15-12-1942 «la mayoría de los judíos
de Ucrania, Rusia blanca, Lituania y letonia, (80%) ha sido evacuada,
es decir salvada, antes de la llegada de los alemanes...».
Incluso dice Bergelson que en plena guerra hubo un momento en
que la población judía en Rusia alcanzó los
cinco millones... Aún no han regresado todos a su país
de origen. Muchos han partido al Asia central ó declaró
el "Joint Resolution commitee" en junio de 1942--, otros
han logrado llegar hasta Estados Unidos, América latina,
Israel, etc. Desde el fin de la guerra Rusia no les permite abandonar
los territorios bajo su control más que clandestinamente:
se sabe de vez en cuando que convoys con algunas decenas o centenares
vuelven a Polonia, Rumania, Checoslovaquia, Bulgaria, etc. De
todas maneras no hay motivos para sospechar de las cifras dadas
anteriormente por los mismos judíos: uno no puede dejar
de asombrarse al ver que no concuerdan con las que ellos dan hoy
en día.
23
/ Se notará de paso el eufemismo «perjudicados por
la solución definitiva» y no «exterminados».
24
/ En este informe se dice tres páginas antes que «la
Oficina estadística del Reich daba la cifra de 17 millones
para la población judía» total del mundo en
1937. Un cuarto (última frase) supone 4.250.000 y si este
cuarto representa la mitad de la pérdida del judaísmo
europeo, esta pérdida debe ser evaluada a su vez en 8.500.000.
Ahora bien, Korherr no habla más que de 4.500.000... Por
otra parte se determina que la pérdida fijada en 8.500.000
corresponde a «la mitad de los efectivos del judaísmo
europeo», lo cual significaría, que había
17 millones de judíos en Europa en 1937. De donde resulta
lo siguiente: o bien el informe ha sido redactado por un loco,
o hay una visible falsificación del texto.
25
/ Soy yo quien lo subraya : europeos solamente... P. R.
26
/ Michel Duran en Le Canard enchaîné, el 27
de enero de 1960.
27
/ Prisión con sobreseimiento, 100 francos de multa y 800.000
frs. de daños y perjuicios.
28
/ El Tribunal de Casación se ha pronunciado a su vez: nos
ha absuelto - justamente lo bastante pronto para que pueda ser
mencionado en esta nota de la presente edición - pero no
por ello resulta menos necesaria la explicación.
29
/ El Sr. Michelet, con el cual hemos hablado, ha retirado la querella
que había presentado contra nosotros, y el aserto no figura
en esta edición, ni tampoco, por otra parte, el prefacio
de Paraz, a sugerencia propia, para cortar toda nueva tentativa
de digresión. Solamente para evitar esto, pues, desde que
ha fallado el Tribunal de Casación, nada se opone a que
este prefacio, cubierto por la inmunidad que protege a la cosa
juzgada, sea nuevamente publicado. El autor no ha creído
que deba ceder a los gritos de reprobación de un puñado
de interesados ni que deba hacer sufrir otras modificaciones al
texto.
30
/ En realidad, el autor estuvo entre los fundadores del movimiento
Libération-Nord en Francia, fue el fundador
del periódico clandestino La IV République, al
cual elogiaron en aquella época las emisoras de Londres
y de Argel, y fue deportado de la resistencia - 19 meses - en
Buchenwald y Dora. Inválido de resultas de esto en un 95
%, está en posesión de la tarjeta de resistente
número 1.016.070, de la medalla de plata de la «Reconnaissance»
francesa y de la «Rosette» de la resistencia, que,
por otra parte, no lleva. Y esto no le ha quitado ni el amor a
la verdad ni el sentido de la objetividad.
31
/ Pues la unidad de la resistencia es un mito, como también
era un mito la unidad de la Revolución francesa. No solamente
hubo dos sino varias «resistencias», hoy en día
nadie puede dejar de reconocerlo... ¡a menos que esté
interesado! Hubo incluso la resistencia de los granujas que encontraron
cómodo el ampararse detrás del nombre.
32
/ Una solicitud de readmisión, defendida por dos federaciones
departamentales y por Marceau Pivert, en el Congreso de noviembre
de 1951, fue rechazada después de la intervención
de Daniel Mayer y de Guy Mollet.
33
/ Se me ha dicho que Maurice Bardèche era de extrema derecha,
y que en otras numerosas circunstancias él no había
dado prueba del mismo afán de objetividad: esto es cierto,
y yo no me he abstenido de decírselo cada vez que he creído
tener motivo. Pero ésta no es una razón ni para
negar su mérito en esta circunstancia, ni para negarse
a reconocer que salvo en una página, en sus dos obras sobre
Nuremberg - tan injustamente condenadas como La mentira de
Ulises - trata del problema alemán partiendo de los
mismos imperativos que poco después de la guerra de 1914
a 1918 eran los de Mathias Morhardt, de Romain Rolland y de Michel
Alexandre, cuando eran de izquierdas. Y no es culpa mía
si, por un curioso vaivén histórico, los individuos
de izquierda al adoptar desde 1938-39 el nacionalismo y el chauvinismo
que eran de derecha, han obligado de ese modo a la verdad que
era de izquierda a buscar asilo en la derecha y en la extrema
derecha. De todas maneras el cronista no puede aceptar el pronunciarse
sobre la materialidad de los hechos históricos en función
de imperativos variables con la política, ni, según
el ejemplo de Merleau-Ponty (pág. 294), reconocer un hecho
como verdadero sólo cuando sirve a una propaganda.
34
/ Abreviatura de Konzentrationslager, palabra alemana que
designa a los campos de concentración.
35
/ Desde entonces las cosas han cambiado mucho. En el gobierno
la política sigue siendo hecha por los mismos estadistas
(sic) o poco menos, pero descansa sobre el antibolchevismo, y,
en este sentido, es exactamente lo contrario de lo que era en
esta época. Como consecuencia de ello, los representantes
del antibolchevismo son los mismos que antaño hacían
la apología de él. Lo que es digno de mención
es que si alguno hablase del sable de Prudhomme (*) o recordase
la historia de aquel Guillot que gritaba al lobo, nadie le entendería.
(*) Personaje
de una novela de Henry Monnier. Solía decir que su sable
le serviríala para defender las instituciones, y en caso
necesario para derribarlas.(N. del T.)
36
/ Comité nacional de escritores.
37
/ En Le Monde del 4 de enero de 1952, el fiscal André
Boissaire tradujo ¡cuarenta y seis!
38
/ Cementerio de París. (N. del T.)
39
/ He escrito al Dr. Nyisz1i Miklos para señalarle todas
estas imposibilidades. É1 me ha respondido lo siguiente:
¡2.500.000 víctirnas! Sin más comentarios.
Esta cifra que está más cerca de la verdad y que
seguramente no pueden explicar por sí solas las cámaras
de gas, ya constituye una buena suma de horrores.
40
/ Del proceso contra Paul Rassinier. (N. del T.)
41
/ Entre ellos el profesor Richet, miembro de la Academia de Medicina.
42
/ Dos testigos que habían ofrecido sus servicios a la acusación,
no se han molestado en aparecer: Martin-Chauffier y el inenarrable
Rvdo. P. Riquet, predicador de Notre-Dame. El primero, del cual
se comprende fácilmente que le haya resultado embarazoso
el venir a ocupar el sitio de los testigos y sostener públicamente
el lenguaje «tan seguro de su gramática» que
tiene, limitó su papel, lejos del público, entre
sus libros, a un telegrama en el que reclamaba una despiadada
condena. En cuanto al segundo, en una carta dirigida al tribunal,
aseguró que nosotros, Paraz y yo, éramos unos seres
infames.
43
/ Incluyendo entre ellos a Janda Weiss, del que se habla en la
pág. 190.
44
/ En el proceso de Struthof, el Dr. Boogaerts, comandante médico
en Etterbeck (Bélgica), declaró el 25 de junio de
1954:
«Logré que me destinasen a la enfermería del campo, y por este motivo estuve bajo las órdenes del médico Plazza, de la S.S., el único hombre de Struthof que tenía algunos sentimientos humanos.»
Pues bien, en Dora, a donde llegó después este Dr. Plazza para ejercer las funciones de médico-jefe del campo, la unánime opinión le atribuía la responsabilidad de todo lo que era inhumano en el reconocimiento y en el tratamiento de las enfermedades. Entre lo que en la enfermería se contaba, destacaban sus fechorías que - como se decía - su adjunto, el Dr. Kunz, difícilmente lograba atenuar. Los que le habían conocido en Struthof hablaban de él en términos horribles. Personalmente, tuve que habérmelas con él, y soy de la opinión de todos los que se han encontrado en este caso: era un animal. Al regresar a Francia, cuál no sería mi sorpresa al ver que se concedían tantos certíficados de buena conducta - ¡por presos privilegiados, es cierto! - a un hombre del que todo el mundo en el campo, y hasta los mejor intencionados, hablaba de ahorcarle. Yo solamente lo he comprendido cuando «supe que él fue el primero, y durante mucho tiempo el único, que afirmaba la autenticidad de la orden de hacer saltar todos los campos al aproximarse las tropas aliadas, y de hacer exterminar a todos sus ocupantes, incluidos los guardianes: esta era la recompensa de un falso testimonio del cual entonces no se podía saber lo que valía, pero que era indispensable para la construcción de una teoría que a su vez resultaba indispensable a una política.
De creer a los
periódicos alemanes del 17 de junio de 1958, este Dr. Plazza,
citado en el proceso contra Martin Sommer, ha sido finalmente
desenmascarado. Me felicito de no haberme ocupado de ello en vano,
pues los individuos de esta clase han ayudado a creer en la leyenda
de un horror generalizado y sistemático, atribuido de este
modo a la S. S.
45
/ ¡Y esto no acusa solamente a la S.S. !
46
/ Esta tesis ha sido confirmada de brillante manera por el señor
de Chevigny, ante el consejo de la República, el 22 de
julio de 1953. El señor de Chevigny, senador de un deportamento
del Este y ex deportado en Buchenwald, ha revelado que «los
alemanes habían dejado a los presos formar su propia policía,
y que para cumplir las ejecuciones prematuras - ¡sin cámaras
de gas! - siempre se encontraban aficionados con una gran pasión
para esto. Todos o casi todos estos delincuentes han sido cogidos
posteriormente en flagrante delito», añadía
el senador (Journal Officiel del 23 de julio de 1953. Debates
parlamentarios.) El autor no reprochará al señor
de Chevigny el que no le haya ofrecido espontáneamente
su testimonio, y haya dejado que se le condene.
47
/ Esto no puede dejar de sorprender al lector, si sabe que el
Tribunal de Nuremberg hizo precisamente el mismo razonamiento.
48
/ El autor se refiere el naufragio de un buque en 1816. Entre
149 náufragos prepararon una balsa, y estuvieron durante
doce días en la inmensidad de los mares, hasta que los
últimos quince moribundos fueron salvados por otro barco.
El resto pereció ahogado o sirvió de alimento a
sus compañeros. (N. del T.)
49
/ Después de haber sido escrito esto, se
ha dado a conocer que, en febrero de 1956, 14 internados en la
prisión de Columbus (EE. UU.) consintieron en que se les
vacunase con el virus del cáncer, lo mismo que se hizo
en Struthof. (Según el periódico francés
Match, del 23 de febrero de 1957.)
50
/ Los bolcheviques, que tampoco los inventaron, los emplearon
mucho antes de que se hablase del nazismo.
51
/ Un número muy grande de supervivientes de los campos,
- si no el mayor número - son los que han observado esta
regla hasta el fin o que sin hacerse lobos - ¡hubo algunos!
- se han beneficiado de la benevolencia o de la protección
de los lobos. Pues - se ignora, se finge ignorar o se olvida -
los campos estaban administrados por presos que se habían
hecho lobos, y que por delegación de la SS. ejercían
en ellos una autoridad de sátrapas. No carece de interés
el advertir incidentalmente que estos lobos eran comunistas, se
hacían pasar por tales o servían los designios del
comunismo. Es esto lo que explica que la mayoría de los
supervivientes sean comunistas: los comunistas han enviado a todos
los demás a la muerte, a excepción de los que han
olvidado o no han descubierto. E, imperturbables, echan hoy en
día la responsabilidad de todas las muertes y de todos
los horrores no sobre el régimen nazi - lo cual sólo
podría sostenerse ya muy difícilmente, pues habría
que admitir que el régimen nazi es el único responsable
de la institución de los campos de concentración,
cuando se sabe que existe en todos los regímenes, incluido
el nuestro - sino sobre los miembros de la S.S. tomados individualmente
y a los que designan nominalmente.
52 / Testigos, por Jean Norton Cru. (Témoins,
1930)
53
/ Los días de nuestra vida, en "Les Temps
modernes" (enero de 1950).
54
/ en el café de Flore. (Nota de Albert Paraz.)
55
/ Sobre todo si se toma por unidad de medida su comportamiento
en las colonias, en las cuales, desde los últimos acontecimientos
de Indochina y del Africa del Norte, ya nadie es lo bastante temerario
como para atreverse a afirmar que su policía y su ejército
se portan muy diferentemente de la manera con la cual la policía
y el ejército alemán se comportaban en Francia con
los resistentes, en los años más terribles de la
ocupación. (Nota del autor para la IIa. edición
francesa.)
56
/ No si se lee L'agité du bocal. (Nota de Albert
Paraz). De Louis-Ferdinand Céline.
Ediciones ACERVO, Barcelona, 1961. Títulos
de la obras originales:
PASSAGE DE LA LIGNE, Primera edición: 1948 Editions bressanes
LE MENSONGE D'ULYSSE, Primera edición: 1950 Editions bressanes
ULYSSE TRAHI PAR LES SIENS, Primera edición: enero 1961
Documents et témoignages.
Véase obras
originales.