II/ cap.3
II/ cap.4
II/ cap.5
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Es intermediario entre los testigos menores, a los que supera intentando dominar o por lo menos explicar doctamente los acontecimientos que ha vivido, y las grandes figuras como David Rousset, del que no tiene la potencia de análisis, o como Eugen Kogon de cuya precisión y minaciosidad carece. Por este motivo, y teniendo en cuenta el lugar que ocupa en la literatura y el periodismo de la postguerra, no podía ser clasificado entre los primeros ni entre los últimos.
Es un literato profesional.
Pertenece a esta categoría de autores a los que se llama «comprometidos». El se compromete, pero también se desliga a menudo - para volverse a comprometer -, pues el compromiso constituye en él una segunda naturaleza. Se le conoció como simpatizante del comunismo - bastante tarde - y ahora es anticomunista. Probablemente, además, por las mismas razones y en las mismas circunstancias: la moda.
El no podía dejar de testificar sobre los campos de concentración. En primer lugar porque su profesión es la de escritor. Después, parque tenía necesidad de darse a sí mismo una explicación del acontecimiento que le había afectado. Con elloe ha permitido que otros se aprovechen de su explicación. Sin duda no ha advertido que salvo en la manera de expresarse decía lo mismo que todos.
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Título del testimonio: El hombre y la bestia, publicado en 1948 por las ediciones Gallimard.
Originalidad: ha visto las cajas de cartón que contenían la margarina que se nos distribuía - obtenida de la hulla, naturalmente - adornadas ridículamente con la indicación de "Garantizado sin materia grasa." (Página 95. Ya citado.)
Testimonio que es un largo razonamiento con referencia a hechos que el autor caracteriza con anterioridad a toda reflexión moral o de otra clase.
Antes de ser deportado a Neuengamme, Louis Martin-Chauffier permaneció en Compiègne-Royallieu. Conoció al capitán Douce, que entonces era jefe del campo. Sobre él expresa el siguiente juicio:
«El capitán Douce, "decano" del campo y celoso servidor de los que le habían confiado este puesto escogido, hacía su cuenta en voz alta, encaramado sobre una mesa, fumando sin parar cigarrillos que no nos habían sido entregados en contra de lo dispuesto por el reglamento.» (Página 51.)
En Neuengamme conoció a André, que era uno de los primeroas personajes del campo, funcionario con autoridad escogido por la S.S. entre los detenidos. He aquí el retrato que hace de él:
«Estrechamente vigilado por la S.S., especie de lo más desconfiada, se veía obligado a hablar rudamente a los presos, a mostrarse brutal en sus palabras, insensible, inflexible, para poder conservar el papel que había escogido y desempeñado no sin cierta pena. El sabía que la menor debilidad traería consigo una denuncia y su destitución inmediata. La mayoría se dejaban engañar por sus modales, le creían cómplice de la S.S., su protegido, nuestro enemigo. Como él era responsable de las salidas y de la asignación de los puestos, se le acusaba de enviar gente a los comandos,
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con una indiferencia que más
bien era aparente, sin tener en cuenta las súplicas, las
quejas, las recriminaciones... Cuando un millar de deportados
tenían que salir en comandos y solamente 990 eran encerrados
en unos vagones de ganado, no se daban cuenta de todas las artimañas
que había empleado André, de todos los riesgos
que había corrido para sustraer a diez hombres de una
muerte probable... El sabía que era generalmente detestado
o sospechoso. Había escogido serlo prefiriendo el servicio
prestado, a la estima...
»Tal como vi a André, aceptaba con el mismo ánimo
la amenazadora cordialidad de la S.S., el servilismo cómplice
de los Kapos y jefes de bloque o la hostilidad de la masa. Yo
creo que había vencido la humillación, reemplazando
su propia virtud por una especie de helada pureza extraña
a él. Renunció a su ser en favor de un deber que
ante sus ojos merecía esta sumisión.» (Páginas
167, 168 y 169.)
De este modo, de dos hombres que cumplen las mismas funciones, uno merece la seve ridad lacónica y el menosprecio del autor, mientras que el otro se beneficia no sólo de su indulgencia aprobatoria sine también de su admiración. Si se profundiza más al leer la obra se entera uno de que el segundo ha prestado un apreciable servicio a Martin-Chauffier en una circunstancia que puso en peligro su vida. Yo no he conocido al capitán Douce en Compiègne, pero es muy probable que, en comparación a André, su única culpa sea la de no haber sabido escoger la gente a la cual prestaba servicios - pues ciertamente, también él tenía sus clientes - y la de tener unos conocimientos literarios demasiado limitados para saber que en su jurisdicción había cierto número de Martin-Chauffieres y el propio Martin-Chauffier.
Por otra parte, no está de más añadir lo que este razonamiento postula:
«Yo he admirado siempre con un poco de temor y alguna repulsión, a aqellos que para servir a su patria o a una causa que estiman justa, optan por todas las consecuencias de la duplicidad: o la desconfianza despectiva del adversario que les emplea, o su
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confianza si les engaña; y la aversión de sus compañeros de combate que ven en él un traidor; y la camaradería abyecta de los auténticos traidores o de los simples vendidos que al verle asociado a su misma tarea le consideran como uno de los suyos. Es necesaria una renuncia a sí mismo que me asombra, un artificio que me confunde y me irrita.» (1). (Página 168.)
Uno se pregunta qué esperan los abogados de Pétain para recoger este argumento que tiene el valor de ester escrito por la pluma de una de las más destacadas figuras del cripto-comunismo. Si la moda vuelve al «petainismo», Martin-Chauffier podrá retirar en todo caso alguna arrogancia, y quizá... sacar de nuevo algún provecho.
En el campo, Martin-Chauffier conversa con un médico que le dice:
«Actualmente hay en el campo tres veces más enfermos de los que puedo recibir. La guerra acabará en cinco o seis meses a más tardar. Se trata para mí de hacer resistir al mayor número posible. Yo he escogido.
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Usted y otros se van restableciendo
lentamente. Si les devuelvo al campo en ese estado y en esta
estación del año (estábamos a finales de
diciembre) morirán en tres semanas. Yo les cuido. Y --escúcheme
bien-- yo hago entrar a los que no están muy gravemente
enfermos y una estancia en el Revier puede salvar. A los que
están perdidos les rechazo. (2)
No puedo permitirme el lujo de acogerlos para ofrecerles una
muerte apacible. Yo garantizo el cuidado de los vivos. Los otros
morirán ocho días antes: de todas maneras, morirán
demasiado pronto. Tanto peor, yo no obro por sentimiento, obro
por eficacia. Este es mi papel.
»Todos mis colegas están de acuerdo conmigo, es
el camino justo. Cada vez que niego la entrada a un moribundo
y me mira con estupor, con terror, con reproche, yo quisiera
explicarle que cambio su vida perdida por otra quizá salvada.
El no comprendería, etc...» (Página 190.)
Yo había comprobado ya sobre el terreno que se podía entrer en el Revier (3) y ser cuidado en él - relativamente - par motivos entre los cuales la enfermedad o su gravedad a veces sólo eran secundarios: maña, influencias, necesidad política, etc. Yo cargaba el hecho a cuenta de las condiciones generales de vida. Si los médicos presos han hecho por añadidura el razonamiento que Martin-Chauffier atribuye a éste, conviene registrarlo como argumento filosófico, y hacerle entrar al lado del sadismo de la S.S. como elemento causal en la explicación del número de muertos. Pues le hace falta mucha ciencia, seguridad y también presunción a un médico para determinar en algunos minutos quién puede ser salvado y quién no puede serlo. Y si ha sucedido así, yo temo mucho que habiendo dado los médicos este primer paso hacia una concepción nueva del comportamiento en la profesión, no hayan dado un segundo para preguntarse no ya quién puede, sino quién debe ser salvado y quién no debe serlo, y para resolver este caso de conciencia mediante la referencia a unos imperativos extra-terapéuticos .
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«El tratamiento que nos infligía la S.S. era la puesta en práctica de un plan concertado en las altas esferas. Podía admitir algunos refinamientos, embellecimientos, floreos, debidos a la iniciativa, a la fantasía, a los gustos del jefe de campo: el sadismo tiene matices. El designio general estaba determinado. Antes de matarnos o de hacernos morir, era preciso envilecernos.» (Página 85.)
Bajo la ocupación, existía en Francia una Asociación de familias de deportados e internados políticos. Si una familia se dirigía a ella para tener noticias sobre la suerte de su deportado, recibía un informe retransmitido por radio procedente de esa «alta esfera» alemana.
He aquí. el informe (4):
«Campo de Weimar.-- El campo está situado a 9 kilómetros
de Weimar y comunicado con esta ciudad por ferrocarril. Está
a 800 metros de altura.
»Le rodean tres cercos de alambradas concéntricas.
En el primer cerco están los barracones de los prisioneros,
entre el primero y el segundo cerco se encuentran las fábricas
y los talleres donde se fabrican accesorios para aparatos de
radio, piezas de mecánica, etc.
»Entre el segundo y el tercer cerco se extiende un terreno
no edificado en el que se acaban de talar árboles y donde
se construyen las carreteras del campo y el pequeño ferrocarril.
»El primer cerco de alambradas está electrificado
y rodeado por innumerables torretas en lo alto de cada una de
las cuales se encuentran tres hombres armados. En el segundo
y tercer cerco no hay centinelas pero en la zona de las fábricas
hay un cuartel de la S.S.:
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en esa zona y en el tercer cerco patrullan
durante la noche soldados con perros.
»El campo se extiende sobre ocho kilómetros y contiene
unes 300.000 internados. En los comienzos del régimen
nazi, los enemigos eran internados en él. De la población,
la mitad son franceses, la mitad extranjeros, alemanes antinazis
pero que siguen siendo alemanes y suministran la mayor parte
de los jefes de bloque. También hay rusos, entre ellos
algunos oficiales del ejército rojo, húngaros,
polacos, belges, holandeses, etcétera.
»El reglamento del campo es el siguiente:
»4,30 horas: levantarse, aseo vigilado con el torso desnudo,
lavado obligatorio del cuerpo.
»5,30: 500 centímetros cúbicos de potaje
o café, con 450 gramos de pan (a veces tienen menos pan
pero tienen en cambio una abundante ración de patatas
de buena calidad); 30 gramos de margarina, una rodaja de salchichón
o un pedazo de queso.
»A las 12, café.
»18,30: un litro de buena sopa espesa.
»Por la mañana, a las 6, partida hacia el lugar
de trabajo. El agrupamiento se hace por oficios: fábrica,
cantera, leñadores, etc. En cada destacamento los hombres
se colocan en filas de a cinco y se cogen del brazo para que
las filas estén bien alineadas y separadas. Después
se sale con la banda de música en cabeza (formada por
70 u 80 ejecutantes, internados de uniforme: pantalóon
rojo y chaquetilla azul con bocamangas negras.)
»El estado sanitario del campo es muy bueno. Al frente
se encuentra el profesor Richot, deportado. Visita médica
diaria. Hay numerosos médicos, una enfermería y
un hospital, como en un regimiento. Los internados llevan el
traje de los presidiarios alemanes en paño artificial
relativamente caluroso. Su ropa interior fue desinfectada al
llegar. Tienen una manta para cada dos.
»No hay capilla en el campo. No obstante, hay numerosos
sacerdotes entre los internados, pero en
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general han disimulado su condición.
Estos sacerdotes reúnen a los fieles para charlas, rezo
del rosario, etc.
»Tiempo libre.-- Libertad completa en el campo el domingo
por la tarde. Estas horas de asueto están amenizadas por
las representaciones que da una compañía teatral
organizada por los internados. Hay cine una o dos veces por semana
(películas alemanas), radio en cada barracón (comunicados
alemanes) y bellos conciertos dados por la orquesta de prisioneros.
»Todos los presos están de acuerdo en considerar
que se encuentran major en Weimar que en Fresnes o en las otras
prisiones francesas en las que estuvieron antes.
»Recordamos a las familias de los deportados que el aliado
de las fábricas de Weimar que tuvo lugar a finales de
agosto no hizo ninguna víctima entre los deportados del
campo.
»Recordamos también que la mayoría de los
trenes que partieron de Compiègne y de Fresnes en agosto
de 1944 se dirigieron a Weimar.»
Jean Puissant, que ha citado este texto, le hace seguir de la siguiente apreciación: un monumento de picardía y de mentiras.
Evidentemente, está escrito en un estilo benévolo. No se dice en él que en los talleres de Buchenwald las piezas sueltas de mecánica que se fabrican son de armas. No se habla en él de los que son ahorcados por sabotaje, de las formaciones para pasar lista una y otra vez, de las condiciones de trabajo, de los castigos corporales. No se precisa que la libertad del domingo por la tarde está limitada por los azares de la vida del campo, ni que si los sacerdotes reúnen a sus fieles para charlas u oraciones es clandestinamente y con el riesgo de crueles incidentes que el ambiente podría asemejar a complots. Incluso se miente en él cuando se pretende que los deportados se encontraban allí mejor que en las prisiones francesas, que el de agosto de 1944 no ocasionó ninguna víctima entre los internados o que la mayoría de los trenes que partieron en esa fecha de Compiègne o de Fresnes se dirigieron a Weimar.
Pero tal como está, este texto se acerca más a la verdad que el testimonio del hermano Birin, especialmente en lo relativo a
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Yo estoy persuadido por mi parte de que, aun en los límites impuestos por el hecho de la guerra, nada impidió a los presos que nos administraban, nos mandaban, nos vigilaban, nos encuadraban, el hacer de la vida en un campo de concentración algo que se hubiera parecido bastante al cuadro que presentaban los alemanes, a través de intermediarios, a las familias que pedían informes.
«Yo he visto a mis desdichados compañeros culpables solamente de tener los brazos débiles, morir bajo los golpes que les prodigaban los presos políticos aIemanes elevados al cargo de capataces y convertidos en cómplices de sus antiguos adversarios.» (Página 92.)
Sigue la explicación:
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«Estos hombres brutales al golpear desde luego no tenían la intención de matar; mataban sin embargo en un acceso de furor placentero, con los ojos inyectados, el semblante escarlata y la baba en los labios, parque no podían pararse: les era necesario llegar en su placer hasta el final.»
Se trata de un hecho que desacostumbradamente es imputado por él a los presos sin ningún falso rodeo. Nunca se sabe: es posible que haya individuos que maten «en un acceso de furor placentero» y no tengan otro fin que «llegar en su placer hasta el final». En el mundo, aunque no sea normal sí es al menos habitual y admitido por la tradición que haya anormales: también puede haberlos en un mundo en el que todo sea anormal. Pero yo me inclino más bien a creer que si un Kapo, un jefe de bloque o un Lagerältester llegaban a este extremo, obedecían a móviles ligados a complejos más accesibles: el deseo de venganza, el afán de agradar a los amos que les habían confiado un puesto selecto, el deseo de conservarlo a cualquier precio, etc. Incluso añado que, si bien maltrataban, se abstenían de provocar la muerte de un hombre, lo cual era susceptible de atraerles molestias con la S.S., al menos en Buchenwald y Dora.
A pesar de esta explicación, hay que perdonar a Martin-Chauffier por haber citado también dos hechos cuyo carácter criminal no puede ser considerado en modo alguno como resultante de la «puesta en práctica de un plan concertado en las altas esferas».
«Semanalmente, el Kapo del Revier pasaba reconocimiento (de lo que no entendía nada), examinaba las hojas de temperatura cuyos márgenes estaban cubiertos de observaciones en torno a un diagnóstico inquietante, y miraba a los enfermos: si sus cabezas no le agradaban, les declaraba aptos para abandonar el Revier, cualquiera que fuese su estado. El médico procuraba anticiparse o inclinar su decisión, que era difícil de prever, pues el Kapo, que tenía impresiones en lugar de ciencia, además era un lunático.» (Página 185.)
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Y también:
«La corriente de aire polar, y el aseo obligatorio con el torso desnudo, eran medidas de higiene. Cada procedimiento de destrucción se cubría así de una impostura sanitaria. Este se reveló de los más eficaces. Todos los que sufrían de alguna enfermedad en el pecho fueron arrebatados por ella en pocos días.» (Página 192.)
Nada obligaba al Kapo a adoptar este comportamiento ni a los Stubendienst, Kalfaktor y Pfleger (5) del Revier a formar esta corriente de aire polar o hacer pasar al lavabo, con el torso desnudo, agua fría y sin distinción, a los infelices confiados a su tutela.
Ellos lo hacían sin embargo con el propósito de agradar a la S.S., que lo ignoraba la mayoría de las veces, y con el fin de conservar un puesto que les salvaba la vida.
Hubiera sido deseable que Martin-Chauffier hubiese dirigido su acusación contra ellos con tanto vigor como lo hace contra la la S.S., o que por lo menos hubiese repartido equitativamente las responsabilidades.
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El momento en el cual se publicó este libro en Francia no me ofreció la posibilidad de aprovechar los testimonios recogidos por la fundación Hoover y publicados muy posteriormente.
Para finalizar, indicaremos lo que escribe la pluma de Dominique Canavaggio (ex director de Temps de Paris y yerno del pastor Boegner) sobre Martin-Chauffier:
Louis Martin-Chauffier - que posteriormente sería detenido por la Gestapo y enviado a Auschwitz - era colaborador de Sept jours, un semanario dirigido por Jean Prouvost. Una mañana, cuando me encontraba en Lyon, se me acercó a mí con un rostro desfigurado por la angustia.
-- Mi hija tiene tuberculosis; su estado es muy grave: he intentado hacerla tratar en Francia, es imposible; aquí no se encuentra en ningún sitio la altura necesaria unida a la comodidad y a los cuidados; sólo una estancia en Suiza podría salvarla. ¿Cree usted que ella podría recibir de Laval un pasaporte?
Yo le prometí hacer todo lo posible, y al regresar a Vichy visité inmediatamente al jefe del gobierno. La palabra justa era «imposible», pues desde noviembre de 1942 los alemanes controlaban severamente las entradas y salidas en la frontera suiza: por decirlo así, no dejaban pasar a nadie excepto a algunas personalidades oficiales.
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Además el nombre de Martin-Chauffier (6) ya era entonces ligeramente sospechoso para ellos y nada conveniente para facilitar las cosas. Laval oyó mi ruego sin interrumpirme y cuando terminé me dijo:
-- ¿Martin-Chauffier?... ¿Es éste el que escribió durante la época de Munich artículos en los cuales exigía que yo fuese enviado a la horca?
-- Sí, señor presidente, es el mismo.
Permaneció inmóvil un momento; mi mirada sostuvo la suya. Finalmente dijo:
-- Dígale usted que su hija irá a Suiza. Arregle usted las formalidades con Bousquet.
-- Gracias, señor presidente. Estaba seguro de que usted lo haría; y no estoy seguro de si Martin-Chauffier quedará agradecido...
El me retuvo con un movimiento:
-- No pido agradecimiento; lo hago por sentimiento humano.
(Dominique Canavaggio. Periodista)
Como se ve, Martin-Chauffier estaba especialmente inclinado para llegar a ser una de las cabezas pensadoras de la Resistencia. El «honró» además con su colaboración esporádica a Le Figaro, Paris-Presse y Paris-Match. La obra biográfica de consulta Pharos dice de él que antes de la guerra dia a conocer claramente sus opiniones políticas y sus simpatías hacia el comunismo, lo cual confirmó durante la guerra civil en España: en 1937 se fue a la Unión Soviética. En 1945 se encontraba naturalmente de nuevo al lado de los comunistas en el famoso «Comité national des écrivains» y era uno de los más furiosos perseguidores.
Sin duda alguna debió tratar de conseguir perdón por lo que había ocurrido entre estas dos fechas. Hoy se encuentra Martin Chauffier - como también Eugen Kogon y David Rousset - en frías relaciones (obra al menos como si estuviese en frías relaciones) con los comunistas, cuyo juego ha hecho y en cierto modo sigue haciendo.
¿Por cuánto tiempo?
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De todos los testigos, ninguno consiguió esta habilidad, esta potencia de evocación y esta exactitud en la reconstitución de la atmósfera general de los campos, eomo esta gran figura conocida a escala universal Pero tampoco ninguno de elloes ha novelado más ni mejor.
La historia conservará su nombre: yo tengo miedo de que esto sea sobre todo por su calidad de literato. En el plano histórico propiamente dicho, el embalaje ha logrado la venta del producto. El, por otra parte, lo ha presentido y ha tomado la delantera:
«He contado ciertos hechos tal como eran conocidos en Buchenwald, y no como los presentan los documentos publicados ulteriormente...»
«...Existen sobre todo contradicciones de detalle, no solamente entre los testimonios sino también entre los documentos. La mayoría de los textos publicados hasta ahora sólo se apoyan sobre aspectos muy exteriores de la vida de los campos, o bien son apologías cuyo procedimiento se basa en alusiones, y más que a recoger hechos se limitan a afirmar principios. Tales documentos son valiosos pero a condición de conocer ya íntimamente aquello sobre lo que hablan: entonces, permiten encontrar a menudo una concatenación
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todavía desapercibida. Yo me he esforzado precisamente en reproducir las relaciones entre los grupos en su complejidad real y en su dinámica." (Los días de nuestra muerte, anexo, página 764)!
Este razonamiento le ha permitido descuidar los documentos totalmente o casi, y apoyándose en el hecho de que los relativos a los campos del Este son a la vez escasos y pobres, declarar que
« El recurso a los testimonios directos es el único método serio de prospección.» (Ibídem.)
después de escoger entre estos testimonios directoes aquellos que servían mejor su manera de ver del momento.
«Se trataba en estas condiciones (señala él), más bien de una atrevida tentativa - arriesgada, se podria decir quizá - que de querer un panorama de conjunto del mundo de los campos de concentración.» (Ibídem.)
No se le podría caracterizar mejor de lo que lo hace él mismo. Pero entonces, ¿por qué ha presentado los campos en esta forma que procede de la afirmación categórica?
El mundo de las campos de concentración (Pavois, 1946) tuvo un éxito merecido. En el concierto de los testigos menores que pedían la venganza a gritos y la muerte de los alemanes vencidos (7) intentaba llevar las responsabilidades sobre el nazismo e indicaba un giro, una orientación nueva. La Francia pacifista le agradeció a David Rousset por haber concluido en estos términos:
«La existencia de los campos es una advertencia. La sociedad alemana, en razón a la vez de la potencia de su estructura económica y del rigor de la crisis que la ha derrotado, ha conocido una descomposición hasta
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ahora excepcional en la actual coyuntura del mundo. Pero sería fácil demostrar que los rasgos más característicos de la mentalidad de la S.S. y de los cimientos sociales se encuentran en muchos otros sectores de la sociedad mundial. Sin embargo, menos acusados, y ciertamente sin medida común con el desarrollo en el Gran Reich. Pero esto no es más que una cuestión de circunstancias. Sería un engaño, y criminal, pretender que es imposible a los otros pueblos pasar por una experiencia semejante por «razones» de oposición de «naturaleza». Alemania ha interpretado con la originalidad propia a su historia, la crisis que le ha conducido al mundo de los campos de concentración. Pero la existencia y el mecanismo de esta crisis depende de los fundamentos económicos y sociales del capitalismo y del imperialismo. Bajo una nueva forma, mañana pueden aparecer todavía efectos análogos. (8) Se trata en consecuencia de una batalla muy concreta que hay que llevar.» (Página 187.)
Los días de nuestra muerte (1947), obra en la que se vuelven a tomar los antecedentes de El mundo de los campos de concentración y se especula con ellos hasta agotarlos, está bastante alejada de esta profesión de fe que, por otra parte, El payaso no ríe olvida totalmente. De donde hay que concluir que David Rousset ha evolucionado con el pretexto de hacerse más preciso, lo cual ha hecho que su obra haya acabado por tomar un carácter mucho más antialemán que antinazi a los ojos del público. Esta evolución, en su punto de partida, fue más notable al estar matizada de ciertas debilidades por el comunismo, pero después de cierto tiempo
[176] ha encontrado su conclusión en un antibolchevismo del que sería aventurado decir que no se transformaría en rusofobia para y simple si la crisis mundial se precipitase en una guerra.
La originalidad, pues, de El mundo de los campos de concentración ha sido distinguir entre Alemania y el nazismo en el establecimiento de las responsabilidades. Y es doble por una teoría que hizo sensación en tanto que justificaba el comportamiento de los presos encargados de la dirección de los asuntos del campo, por la necesidad de conservar para la postguerra ante todo la élite de revolucionarios. (9) Martin-Chauffier justificando al médico que quiere salvar al mayor número posible de presos para lo que concentra sus esfuerzos, ante todo, en ciertos enfermos, y David Rousset justificando la política que quiere salvar la calidad y no el número, pero una calidad definida en funciones de ciertos imperativos extrahumanitarios, ofrecen muchos argumentos, y de no poca importancia, que irritan los ánimos de la masa anónima de los internados. Y si, a propósito de uno y otro caso, se habla algún día de impostura filosófica ello no tendrá nada de extraño.
Los espíritus maliciosos podrían incluso añadir que David Rousset probablemente fue salvado de la muerte por el Kapo alemán Emile Künder, que le consideraba como perteneciente a esta élite revolucionaria, que por este motivo le manifestó una gran amistad y que hoy reniega de él.
Esto sea dicho sin perjuicio de otras salvedades.
«Es normal, cuando todas las fuerzas vivas de una clase están en juego en la batalla más totalitaria hasta ahora inventada, que se les impida a los adversarios hacer daño y, si es necesario, se les extermine.» (Página 107.)
Es inatacable. Su conclusión, enunciada inmediatamente después, lo es mucho menos:
«La finalidad de los campos es la destrucción física.» (Ibíd.)
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No se puede dejar de observar que, en el propio postulado, la destrucción física está subordinada a la necesidad y no decretada por principio: se considera solamente para los casos en que la medida del internamiento no bastase para poner al individuo fuera de la posibilidad de dañar.
Después de tal paso o de una libre deducción de esta talla, no hay razón alguna para detenerse y se puede escribir:
«La orden lleva la señal del amo. El comandante del campo ignora todo. El Blockführer (10) ignora todo. El Lagerältester (11) ignora todo. Los ejecutores ignoran todo. Pero la orden indica la muerte y el género de muerte y la duración necesaria para hacer morir. Y en este desierto de ignorancia, es suficiente.» (Página 100.)
lo que constituye una manera de dar consistencia al cuadro, de llevar la responsabilidad sobre las «altas esferas» señaladas por Martin-Chauffier, y permite deducir un plan preestablecido de sistematización del horror, que se justifica por una filosofía.
«El enemigo, en la filosofía de la S.S., es la potencia del mal intelectual y físicamente expresado. El comunista, el socialista, el liberal alemán, los revolucionarios, los resistentes extranjeros son las figuraciones activas del mal. Pero la existencia objetiva de ciertas razas: los judíos, los polacos, los rusos, es la expresión estática del mal. No es necesario a un judío, a un polaco o a un ruso actuar contra el nacionalsocialismo: por su nacimiento, por predestinación, son heréticos no asimilables, destinados al fuego apocalíptico. La muerte no tiene pues sentido completo. Sólo la expiación puede satisfacer, apaciguar a los señores. Los campos de concentración son la sorprendente y compleja máquina de la expiación. Los que deben morir van a la muerte con una lentitud calcutada para que su degeneración física y moral, realizada por grados, les vuelva
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finalmente conscientes de que son malditos, expresiones del mal y no de los hombres. Y et sacerdote experimenta una especie de placer secreto, de íntimo deleite, en aniquilar los cuerpos.» (Páginas 108 y 109.)
Por lo que se ve cómo partiendo de los campos de concentración entendidos como medio de impedir a los enemigos el hacer daño, se puede hacer fácilmente de ellos instrumentos de exterminio por principio y escribir hasta el infinito sobre la finalidad de este exterminio. A partir del momento en que se llega a esto, ya sólo se trata de una cuestión de aptitud para las construcciones del espíritu y de virtuosismo. Pero el esfuerzo literario que produce tan excelentes efectos de sadismo es perfectamente inútil y no hay necesidad de haber vivido el acontecimiento para pintarlo así: bastaría con volver a Torquemada y copiar de nuevo las tesis de la Inquisición.
No me detengo en la primera parte de la
explicación que asemeja los rusos y los polacos a los judíos
en el espíritu de los dirigentes nazis: la fantasía
salta a la vista.
«El trabajo es considerado como medio de castigo. La mano de obra de los internados es de interés secundario, preocupación extraña a la naturaleza íntima del mundo de los campos de concentración. Psicológicamente, va ligada a este sadismo de obligar a los detenidos a consolidar los instrumentos de su servidumbre.
Es por motivo de accidentes históricos como los campos se han convertido también en empresas de obras públicas. La extensión de la guerra a escala mundial, al exigir un empleo total de todo y de todos, cojos, sordos, ancianos, y prisioneros de guerra, hizo que la S.S. reuniese bajo una dirección común a golpe de látigo en las tareas más destructoras a la ciega jauría de los internados... El trabajo de los presos no tenía por fin esencial la realización de tareas concretas, sino el mantenimiento de los
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«presos protegidos» (12) en la sujeción más estrecha y más envilecedora.» (Páginas 110, 111 y 112.)
Si se ha decidido que la finalidad de los campos era exterminar, es evidente que el trabajo ya sólo entra en la teoría de la mística exterminadora como un el emento despreciable en sí mismo. Eugen Kogon, del que se tratará en el capítulo siguiente, partiendo del mismo principio aunque con mucho menos refinamiento en la forma, escribe a propósito de esto en El infierno organizado:
«Se decidió que los campos tuviesen una finalidad secundaria, un poco más realista, un poco más práctica y más inmediata: gracias a ellos, se iba a reunir y utilizar una mano de obra compuesta por esclavos de la S.S. y que en tanto que se les permitiera vivir, no vivirían más que para servir a sus amos... Pero éstos que se han denominado fines secundarios (asustar a la población, empleo de la mano de obra de esclavos, mantenimiento de los campos como lugar de entrenamiento y terreno de experimentación para la S.S.) ascendieron poco a poco, en lo concerniente a las verdaderas razones de envío a los campos, a un primer plano, hasta el día en que la guerra desencadenada por Hitler, considerada y preparada por él y la S.S. de una manera cada vez más sistemática, provocó el enorme desarrollo de los campos.» (Páginas 27 y 28.)
De la yuxtaposición de los dos textos resulta que, para el primero, es el accidente histórico de la guerra e incluso solamente en el de su extensión a la escala mundial, el que hace pasar a un primer plano en los fines de los campos la utilización de los presos como mano de obra, mientras que para el segundo este resultado había sido alcanzado «antes de la guerre», habiéndole dado ésta sólo mayor importancia.
Yo opto por el segundo: la división de los campos en Konzentrationslager, Arbeitslager y Straflager (13) era un hecho consumado en el momento de declararse la guerra. La operación del
[180] internamiento, antes y durante la guerra, se hacía en dos tiempos: se concentraba a los detenidos en un campo previsto u organizado para el trabajo, y que desempeñaba además la función de apartadero de ferrocarril ; desde allí se les enviaba a otros según las necesidades del trabajo. Había un tercer tiempo para los delincuentes en trámite de internamiento: el envío coma castigo a un campo generalmente en construcción, considerado como campo de represalias, pero que una vez terminado se convertía a su vez en un campo ordinario.
Añado que a mi juicio el trabajo siempre ha estado previsto. Esto forma parte del código internacional de la represión: en todos los países del mundo el Estado hace ganarse la vida y sudar los beneficios a los que encarcela, salvo en algunas excepciones (régimen político en las naciones democráticas, deportados de honor en los sistemas de dictadura). Lo contrario no se concibe: una sociedad que tomase a su cargo a los que infringen sus leyes y la minan en sus fundamentos, sería un absurdo. Sólo varían las condiciones del trabajo y el margen de beneficios a obtener según se esté en libertad o internado.
En Alemania, se ha producido este caso particular de que ha sido preciso construir los campos desde el prirnero hasta el último y de que además vino la guerra. Durante todo el período de construcción se pudo creer que su única finalidad era hacer morir: se ha continuado así durante la guerra e incluso se ha creído después. El engaño es tanto menos evidente porque al hacer necesaria la guerra un número de campos cada vez mayor, el período de construcción no se terminó nunca y porque ambas circunstancias, al superponerse en sus efectos, han permitido mantener a sabiendas la confusión en las apariencias.
Se sabe que la S.S. delegó en los detenidos la dirección y la administración de los campos. Hay pues los Kapos (jefes de los Kommandos), los Blockältester (jefes de bloque), los Lagerschutz (policías), los Lagerältester (jefes de campo), etc., una burocracia que ejerce de hecho toda la autoridad en el campo. También es una regla que forma parte del código de la represión en todos
[181] los países del mundo. Si los presos en los cuales recaen todos estos puestos tuviesen la menor noción de la solidaridad, el menor espíritu de clase, esta disposición intervendría en todas partes como un factor de aligeramiento de la pena para el conjunto. Desgraciadamente, nunca ha sucedido esto en ninguna parte: al tomar posesión del puesto que se le confía, el preso designado cambia en todas partes de mentalidad y de clan. Es un fenómeno demasiado conocido para que se insista en él y demasiado general para que se les impute solamente a los alemanes o a los nazis. El error de David Rousset ha sido creer, o en todo caso hacer creer, que en un campo de concentración podían ser las cosas de otra manera y que de hecho también habían sucedido de otro modo --que los presos políticos eran de una especie superior a la común de los hombres y que los imperativos a los cuales obedécían eran más nobles que las leyes de la lucha individual por la vida.
Esto le ha llevado a sentar el principlo de que la burocracia de los campos al no poder salvar a la masa tuvo el mérito de salvar la calidad al máximo:
«Con la estrecha colaboración de un Kapo, se podrían crear majores condiciones de vida incluso en el infierno.» (Página 166, nota marginal.)
Pero él no dice cómo se podría obtener la estrecha colaboración de un Kapo. Ni que esta colaboración, ann cuando el Kapo fuese un político, sólo excepcionalmente pudo ir más allá del estadio de Ias relaciones individuales del patricio con el cliente. Ni tampoco que, en consecuencia, sólo pudo beneficiar a un número ínfimo de presos.
Todo se encadena:
«La detentación de estos puestos es pues de un interés capital, y la vida y la muerte de muchos hombres depende de ella.» (Página 134.)
Entonces aquellos que los detentan se organizan, luego los que mejor se organizan entre ellos son los comunistas, éstos hacen después verdaderos complots políticos contra la S.S., luego redactan programas de acción para la postguerra. Así, sin discriminacion alguna:
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«En Buchenwald, el comité central de la fracción comunista agrupaba alemanes, checos, un ruso y un francés.» (Página 166.)
«Desde 1944, se preocupaban de las condiciones que se crearían para la liquidación de la guerra. Tenían un gran miedo a que la S.S. les matase entes. Y no era un miedo imaginario.» (Página 170.)
«En Buchenwald, aparte de la organización comunista que alcanzó sin duda un grado de perfección y de eficiencia único en los anales de los campos, hubo reuniones más o menos regulares entre elementos políticos que iban desde los socialistes a la extrema derecha, y que preparaban un programa de acción común para el regreso a Francia.» (Páginas 80 y 81.)
Todo esto es lógico: lo discultible es el hecho que sirve de punto de partida.
Hubo en todos los campos, ciertamente, aproximaciones entre los detenidos y discretas formaciones de grupos: por afinidades y para soportar major la suerte común (en la masa), por interés para conquistar el poder, para conservarlo o para ejercerlo mejor (en la Häftlingsführung).
Tras la liberación los comunistas han podido hacer creer corroborados en esto por David Rousset, que la base de su asociacyón era la doctrina a la cual habían conformado sus actos. En realidad, esta base era el provecho material que podían sacar en cuanto a la alimentación y a la salvaguardia de la vida los que formaban parte de la asociación. En los dos campos que he conocido, la opinión general era que todo «comité», político o no, comunista o de otro tipo, tenía principalmente el carácter de una asociación de ladrones de alimentos, bajo cualquier forma que fuese. Nada vino a desmentir esta opinión. Por el contrario, todo la corroboraba: los grupos de comunistas o de otros políticos enfrentándose; las modificaciones en la composición de aquel grupo de entre ellos que detentaba el poder, y que siempre ocurrían tras las diferencias sobre la repartición de lo obtenido en los pillajes; la distribución de los puestos de mando, que seguía idéntico proceso, etc., etc.
Durante las semanas que pasé en el bloque 48 de Buchenwald, un grupo de presos que acababa de llegar decidió tomar en sus
[183] manos el estado de ánimo de la masa. Poco a poco fue obteniendo cierta autoridad, y, en especial, las relaciones entre el jefe de bloque y nosotros terminaron por hacerse sólo por su conducto. Reglamentaba la vida en el bloque, organizaba conferencias, designaba los servicios, repartía la comida, etc. Daba lástima ver el concierto de adulaciones rastreras de todo tipo que ofrecían los que formaban parte de él al omnipotente jefe de bloque. Un día, el principal animador de este grupo fue atrapado por uno de la masa a punto de repartirse con otro unas patatas que había sustraído de la ración común...
Eugen Kogon cuenta que los franceses de Buchenwald, los únicos que recibían paquetes de la Cruz Roja, decidieron repartirlos equitativamente con todo el campo:
«Cuando nuestros camaradas franceses se declararon dispuestos a repartir una buena parte de ella entre todo el campo, este acto de solidaridad fue recibido con agradecimiento. Pero el reparto estuvo organizado en forma escandalosa durante algunas semanas; en efecto, no había más que un solo paquete por cada grupo de diez franceses..., mientras que sus compatriotas encargados de la distribución, que tenían a su frente al jefe del grupo comunista francés en el campo (15) reservaban para ellos montones de paquetes, o los utilizaban en favor de sus amigos destacados.» (El infierno organizado, página 120.)
David Rousset distingue por otra parte un lado nocivo en este estado de cosas, supuesto que no haga de ello una causa dirimente o esencial del horror, cuando escribe:
«La burocracia no sirve solamente a la gestión de los campos: ella está totalmente acoplada en su cúspide al comercio con la S.S. Berlín envía paquetes de cigarrillos y de tabaco para pagar a los hombres. Camiones de alimentos llegan a los campos. Se debe de pagar semanalmente a los presos; se les pagará cada quince días o cada mes; se disminuirá el número de
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cigarrillos, se harán listas de malos trabajadores que no recibirán nada. Los hombres reventarán por no poder fumar. ¿Qué importa? Los cigarrillos pasarán al mercado negro. ¿Carne?, ¿mantequilla?, ¿azúcar? ¿miel?, ¿conservas? Una ración más fuerte de lombardas, remolachas, nabos sazonados con un poco de zanahorias, esto bastará. Incluso es buenísimo... ¿Leche? Mucha agua blanqueada, será perfecto. Y el resto: carne, mantequilla, azúcar, miel, conservas, leche, patatas, al mercado para la población civil alemana que paga y está compuesta por correctos cindadanos. La gente de Berlín se dará por satisfecha con saber que todo ha llegado bien. Basta con que los registros y la contabilidad estén en orden... ¿Harina? Pero ¿cómo?, se disminuirán las raciones de pan. Sin dar a conocer nada. Las raciones se cortarán un poco más pequeñas. Los registros no se ocupan de estas cosas. Y los amos de la S.S. estarán en excelentes relaciones con los comerciantes del lugar.» (Páginas 145, 146 y 147.)
He a quí desmentida, al menos en lo que concierne a la alimentación, la leyenda según la cual se había establecido en las «altas esferas» un plan para matar por hambre a los presos. Berlín envía todo lo que hace falta para servirnos las raciones previstas, conforme a lo que se ha escrito a las familias, pero sin que lo sepa esto no se nos distribuye. (16) ¿Y quién roba? Los presos encargados
[185] de la distribución. David Rousset nos dice que es por orden de la S.S. a la cual entregan el producto del robo: no, en primer lugar roban para ellos, se regalan de todo ante nuestros ojos y pagan tributo a los de la S.S. para comprar su complicidad.
Así pues, estos famosos comités revolucionarios, de defensa de los intereses del campo o de preparación de planes políticos para la postguerra, se reducen a esto y sin embargo han podido engañar a la opinión pública en este punto. Yo dejo a otros el culidado de averiguar las razones por las cuales ha sucedido así. Me permitiría sin embargo añadir aún que los que lograron constituirlos, formar parte de ellos o asegurarles la autoridad que tuvieron en todos los campos, sostenían el espíritu de adulación del que se hacían ellos mismos culpables frente a la S.S. A propósito de las conferencias organizadas en el bloque 48 y a las cuales se ha hecho alusión anteriormente, David Rousset cuenta también:
«Yo organicé pues una primera conferencia: un Stubendienst ruso, de veintidós o veintitrés años, obrero de la fábrica Marly de Leningrado nos expuso largamente la situación obrera en la U.R.S.S. La discusión que siguió duró dos tardes. La segunda conferencia fue dada por un koljosiano sobre la organización agrícola soviética. Un poco más tarde, yo mismo di una charla sobre la Unión Soviética desde la Revolución hasta la guerra...» (Página 77.)
Yo asistí a esta conferencia: fue una obra maestra de bolchevismo, bastante inesperada si se conocían las anteriores actividades
[186] trotskistas de David Rousset. Pero Erich, nuestro jefe de bloque, era comunista y tenía una gran consideración en la «célula» que ejercía la influencia preponderante en la Häftlingsführung del momento: era hábil en atraer su atención y prevenirla para el día en que él tulviese que distribuir favores.
«Tres meses después, prosigue Rousset, yo no hubiese comenzado de nuevo esta tentativa La situación había cambiado. Pero en aquel entonces éramos todavía muy ignorantes. Erich, nuestro jefe de bloque, refunfuñó pero no se opuso al asunto...» (Página 77.)
Ciertamente. Además, tres meses después era el Kapo Emil Künder a quien había que conquistar, el tiempo de las conferencias había pasado, la palabra la tenían ahora los paquetes llegados de Francia. Si yo he entendido bien Los días de nuestra muerte, Rousset hizo uso de ellos y estoy lejos de reprochárselo: yo mismo, el haber regresado lo debo solamente a los que recibí y nunca lo he ocultado. (17)
Puede sostenerse, y así se hará quizá por medio de palabras tomadas a los que consideran el hecho como insignificante o lo justifican, que no era esencial establecer que la Häftlingsführung nos hizo sufrir un tratamiento más horrible aún que el previsto para nosotros en las esferas dirigentes del nazismo y sin obligarle nada a ello. Observaré entonces que me ha parecido indispensable el fijar exactamente las causas del horror en todos sus aspectos, aunque sólo fuese para reducir a su justo valor el argumento subjetivo del cual se ha hecho un uso tan frecuente, y para orientar un poco más hacia la naturaleza misma de las cosas las investigaciones del lector en cuyo espíritu sólo esté imperfecta o incompletamente resuelto este problema.
«Birkenau, la mayor ciudad de la muerte. Las selecciones a la llegada: los decorados de la civilización puestos como caricaturas para engañar y esclavizar. Todos los domingos, selecciones regulares en el campo. En
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el bloque 7, la lenta espera a las destrucciones inevitables: El Sonderkommando (18) totalmente aislado del mundo, condenado a vivir cada segundo de su eternidad con los culerpos tortulrados y quemados. El terror destroza tan decisivamente los nervios que las agonías conocen todas las humillaciones, todas las traiciones. Y cuando ineluctablemente se cierran las potentes puertas de la cámara de gas, todos se precipitan aplastándose aún en el ansia de vivir, de modo que al abrirse los batientes los cadáveres inextricablemente mezclados se desploman en cascadas sobre los raíles.» (Página 51.)
En un panorama de conjunto como Los días de nuestra muerte, novelado y reconstituido además con medios de los cuales el propio autor y aun sin saberlo ha reconocido la ingenuidad (páginas 174 y 175), este pasaje no estaría de más. En El mundo de los campos de concentración que tiene en tantos aspectos el carácter de un relato vivido, parece improcedente. En efecto, David Rousset no ha asistido nunca a este suplicio del que hace una descripción tan precisa y tan conmovedora a la vez.
Es todavía demasiado pronto para exponer un juicio definitivo sobre las cámaras de gas: los documentos son escasos, y los que existen, imprecisos, incompletos o truncados, no están exentos de sospechas. Por mi parte, estoy persuladido de que un examen serio de la culestión con los materiales que no dejarán de descubrirse si la buena fe preside las investigaciones, abrirá nuevos horizontes en lo relativo a las cámaras. Entonces, uno se asombrará del número de individuos que han hablado de ellas y de los términos en los cuales lo han hecho.
De todos los testigos, Eugen Kogon es el que se ha oculpado del asunto con más seriedad y su testimonio ofrece para mí el mayor interés. En la ya citada obra de El infierno organizado (19) escribe:
«Un número muy reducido de campos tenían sus propias cámaras de gas.» (Página 154.)
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Y exponiendo el mecanismo de la operación continúa:
«En 1941, Berlín envió a los campos las primeras órdenes (20) de formación de transportes especiales para exterminarlos con el gas. Se escogió en primer lugar a los delincuentes comunes, a los presos condenados por atentados contra las costumbres y a ciertos políticos mal vistos por la S.S. Estos transportes partían hacia un destino desconocido. En el caso de Buchenwald, a partir del día siguiente se veían volver las ropas, comprendido en ello el contenido de los bolsillos, las dentaduras postizas, etc. Por un suboficial de la escolta (21) se supo que estos transportes habían llegado a Pirna y a Hohenstein y que los hombres que los integraban habían sido sometidos a los ensayos de un nuevo gas y habían perecido...
Durante el invierno de 1942-43, se examinó a todos los judíos desde el punto de vista de su capacidad de trabajo. En lugar de los transportes mencionados anteriormente, fueron entonces los judíos inválidos quienes siguieron el mismo camino en cuatro grupos de 90 hombres, pero fueron a parar a Bernburg, cerca de Kothen. El médico-jefe del sanatorio del lugar, un tal doctor Eberl, era el instrumento dócil de la S.S. En los documentos de la S.S. esta operación llevó la referencia 14 F. 13. Parece haber sido llevada a cabo simultáneamente al aniquilamiento de todos los enfermos de los sanatorios, que se generalizaba poco a poco en Alemania bajo el nacionalsocialismo.» (Páginas 225 y 226.)
Habiendo afirmado el hecho bajo esta forma que permite la duda en cuanto a las órdenes de utilización de las cámaras de gas, especialmente en este sentido de que sólo obra por referencia a documentos de los cuales uno puede preguntarse si existen, Eugen Kogon cita sin embargo otros dos, sin duda parque le han parecido más concluyentes:
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«Hemos podido conservar el dulplicado de las cartas cursadas entre el doctor Hoven (de Buchenwald) y este sorprendente sanatorio:
Weimar-Buchenwald, 2-2-1942.
KL. Buchenwald
El médico del campo.
Asunto: Judíos ineptos
para el trabajo en el KL de Buchenwald
Referencia: Conversación personal.
Escritos adjuntos: 2.
Al Sanatorio de
Bernburg a.d., Saale.
Apartado de Correos 263.
«Refiriéndome a nuestra conversación personal, adjunto le remito por duplicado para todos los efectos la lista de los judíos enfermos e ineptos para el trabajo que se encuentran en el campo de Buchenwald.
El médico del campo
de Buchenwald, (firmado) Hoven.
S.S. Obersturmführer d. R.»
Se advertirá que los dos escritos anunciados como incluidos en el envío no son publicados.
He aquí el segundo documento:
Bernburg, 5 de marzo de 1942.
Sanatorio de Bernburg. Ref. Z. Bc, gs. pt.
Al Sr. Comandante del campo de concentración de Buchenwald. (Weimar).
Referencia: Nuestra carta del
3 de marzo de 1942.
Asunto: 36 presos. Lista 12 del 2 de febrero de 1942.
«Por nuestra carta del 3 del corriente, le pedíamos pusiese a nuestra disposición los 36 últimos presos con ocasión del último transporte.
»Con motivo de la ausencia de nuestro médico-jefe que debe proceder al examen médico de estos presos,
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le pedimos que no nos los envíe el 18 de marzo de 1942 sino que los incluya en el transporte del 11 de marzo, y con sus expedientes, que le serán devueltos el 11 de marzo.
Heil Hitler!
(firmado) Godenschweig.»
Habrá que convenir que hace falta forzar singularmente los textos para deducir de este intercambio de correspondencia que se refería a una operación de exterminio por medio de las cámaras de gas. Incluso si no se le completa por un informe que el doctor Hoven envió al mismo tiempo a uno de sus superiores jerárquicos, y que según Eugen Kogon decía lo siguiente:
«Las obligaciones de los médicos contratados y las negociaciones con los servicios del cementerio han llevado frecuentemente a dificultades insuperables... Por elleome puse inmediatamente en contacto con el doctor Infried Eberl, médico-jefe del sanatorio de Bernburg (Saale), apartado de correos 252, teléfono 3169. Es el mismo médico que ha llevado a cabo el 14.F.13. El doctor Eberl muestra una extrema comprensión y una gran amabilidad. Todos los cuerpos de Ios presos fallecidos en Schonebeck-Wernigerode serán transportados al doctor Eberl a Bernburg e incinerados allí inmediatamente, incluso sin el acta de defunción.» (Página 256.)
Eugen Kogon hace también mención de las cámaras de gas de Birkenau (Auschwitz). Cuenta cómo se procedía al exterminio por este medio, según el testimonio:
«... de un joven judío de Brno, Janda Weiss, que pertenecía en 1944 al Sonderkommando (del crematorio y de las cámaras de gas), del cual provienen los siguientes detalles, confirmados por otras personas...» (Página 155.)
Que yo sepa, este Janda Weiss es el único personaje de toda la literatura de los campos de concentración del cual se dice que
[191] ha asistido al suplicio y se indica su dirección exacta. Y el único que se ha aprovechado de sus declaraciones es Eugen Kogon. Dada la importancia histórica y moral de la utilización de las cámaras de gas como instrumento de represión, quizá se hubieran podido tomar disposiciones (22) que hubiesen permitido al público conocer su declaración, de otro modo que a través de personas interpuestas, extendiéndola a dimensiones un poco mayores que las de un párrafo llevado por incidencia a un testimonio de conjunto.
Una operación que era practicada periódicamente en todos los campos bajo el nombre de «Selektion» no ha contribuido poco en difundir entre el público una opinión que ha conseguido ganar su favor respecto al número de las cámaras de gas y al de sus víctimas.
Un buen día, los servicios sanitarios del campo recibían la orden de preparar la lista de todos los enfermos considerados como ineptos para el trabajo por un período relativamente largo o definitivamente y de reunirlos en un bloque especial. Después, llegaban camiones - o un convoy de vagones - donde se les embarcaba y partían hacia un de stino desconocido . El rumor entre los internados quería que fuesen dirigidos directamente a las cámaras de gas y, por una especie de cruel irrisión, a los grupos formados en estas ocasiones se les denominaba «Himmelskommandos», lo cual significaba que estaban compuestos por gente que partía hacia el cielo. Naturalmente, todos los enfermos procuraban escapar a ellos.
Yo he visto llevar a cabo dos o tres «selecciones» en Dora: incluso escapé por casualidad a una de ellas. Dora era un campo pequeño. Si bien el número de enfermos ineptos fue siempre superior a los medios de que se disponía para cuidarlos, sólo alcanzó en muy raras ocasiones proporciones susceptibles de entorpecer el trabajo o de paralizar la administración.
En Birkenau, del cual habla David Rousset en el resumen objeto de esta aclaración, era diferente. El campo era muy grande: un hormiguero humano. El número de los ineptos era considerable. Las «selecciones» en vez de hacerse como en Dora por la vía burocrática y por el conducto de los servicios sanitarios, se decidían en el momento en que llegaban los camiones o el convoy de
[192] vagones. Eran numerosas hasta el punto de repetirse a un ritmo cercano al de una por semana y se practicaban según el aspecto. Entre la S.S. y la burocracia del campo por una parte, y por otra la masa de presos que intentaba escapar, se podía asistir pues a verdaderas escenas de caza del hombre en una atmósfera de locura general. Después de cada «selección», los que quedaban tenían el sentimiento de haber escapade provisionalmente a la cámara de gas.
Pero nada prueba irrefutablemente que todos los ineptos o considerados coma tales, reclutados así por el procedimiento de Dora o bien por el de Birkenau, eran conducidos a las cámaras de gas. En la operación de «selección» a la cual escapé en Dora, uno de mis camaradas no tuvo la misma suerte que yo. Le vi partir y le compadecí. En 1946, yo creía aún que había muerto asfixiado con todo el convoy del que formaba parte. En septiembre del mismo año, le vi con asornbro presentarse en mi casa para invitarme a una manifestación oficial que ya no recuerdo. Como le dije el sentimiento en el cual había vivido respecto a él, me contó que el convoy en cuestión había sido conducido no a una cámara de gas sino a Bergen-Belsen cuya misión era, al parecer, y más especialmente entonces, recibir para su convalecencia (23) a los deportados de todos los campos. Se puede comprobar: se trata del señor Mullin, empleado en la estación de Besançon. Por otra parte, en el bloque 48 de Buchenwald yo había encontrado ya a un checo que había regresado de Birkenau en las mismas condiciones.
¿Mi opinión sobre las cámaras de gas? Las hubo: no tantas como se cree. Exterminios por este medio los hubo: no tantos como se ha dicho. El número no hace desaparecer en nada la naturaleza del horror, pero el hecho de que se tratase de una medida dictada por un Estado en nombre de una filosofía o de una doctrina aumentaría singularmente esa naturaleza. ¿Hay que admitir que ha sido así? Es posible, pero no es seguro. La relación de causa a efecto entre la existencia de las cámaras de gas y los exterminios no está in discutiblemente establecida por los
[193] textos que publica Eugen Kogon (24) y me temo que aquellos a los cuales se refiere sin transcribirlos lo establezcan aún menos.
Lo repito una vez más: el argumento que representó el mayor papel en este asunto parece ser la operación «Selección» de la cual no hay un deportado que pueda hablar como testigo bajo una u otra forma y que no lo haga en función principalmente detodo lo que ha temido en aquel momento. Los archivos del nacionalsocialismo no están todavía completamente examinados. No se puede anticipar con certeza que en ellos se descubrirán documentos de índole tal como para anular la tesis admitida: esto sería caer en el exceso contrario. Pero si un día permitiesen descubrir uno o varios escritos ordenando la construcción de las cámaras de gas con un propósito completamente distinto al de exterminar - nunca se sabe, con este terrible genio científico de los alemanes - habría que admitir que la utilización que ha sido hecha de ellas en algunos casos, recae sobre uno o dos locos entre la S.S. y una o dos burocracias de internados para agradarles, o viceversa, por una o dos burocracias de internados con la complicidad, comprada o no, de uno o dos de la S.S. particularmente sádicos.
En el estado actual de la arqueología de los campos, (25) nada permite esperar o confiar en semejante descubrimiento pero nada permite tampoco el excluirlo. En todo caso, hay un hecho sintomático que ha sido destacado muy poco: en los escasos campos en que se han encontrado cámaras de gas, estaban más bien unidas a los bloques sanitarios de la desinfección y de las duchas que contenían instalaciones de agua que a los hornos crematorios, y los gases empleados eran emanaciones de sales prúsicas, productos que entran en la composición de las materias colorantes, particularmente del azul, de las cuales hizo Alemania durante la guerra un uso tan abundante.
Bien entendido, este es sólo una suposición. Pero en la historia como en las ciencias, ¿no han tomado su partido la mayoría
[194] de los descubrimientos si no en la suposicón al menos en una duda estimulante?
Si se objeta que no hay ningun interés en proceder de esta manera con el nacionalsocialismo cuyas malas acciones están por otra parte sólidamente establecidas, se me permitirá el pretender que no lo hay mayor en apuntalar una doctrina o una interpretación quizía verdadera sobre hechos dudosos o falsos. Todos los grandes principio de la democracia mueren no por su contenido sino por exponerse excesivamente a la crítica por detalles que se creen tan insignificantes en lo accesorio como en la sustancia, y las dictaduras sólo triunfan generalmente en la medida en que se esgrimen contra ellas argumentos mal estudiados. Apropósito de esto, David Rousset cita un hecho que ilustra magistralment e esta manera de ver las cosas :
«Yo hablaba con un médico alemán... visiblemente este no era un nazi. Estaba harto de la guerra e ignoraba dónde se encontraban su mujer y sus cuatro hijos. Dresde, que era su ciudad, había sido cruelmente bombardeada. «vamos a ver - me dijo - ¿ se ha hecho la guerra por Dantzig? Yo le respondí que no. «Entonces, ve Usted, la política de Hitler en los campos de concentración ha sido horrible (yo asentí); pero en todo lo demás tenía razón. (Página 176)
Así pues, por este insignificante
detalle, porque se había creído astuto declarar
que se iba a la guerra por Danzig y esto se había revelado
como falso, este médico juzgaba toda la política
de Hitler y la aprobaba. Yo me pregunto horrorizado qué
es lo que pensará ahora si ha leído a David Rousset.
Esto carece de gran importancia:
La expresión Kapo es verosimilmente de origen italiano y significa la cabeza: otras dos explicaciones posibles: Kapo, abvreviatura de Kaporal, o procede de la contracción de la expresión Kamerad-Polizei, empleada en los primeros meses de Buchenwald» (Página . 131.)
[195]
Eugen Kogon es más categoricos:
«Kapo: del italiano «Il capo», la cabeza, el jefe... « (El infierno organizado, p. 59).
Yo sugiero otra expresión que hace derivar la palabra de la expresión Konzentrationsläger Arbeits Polizei, de la que forma las iniciales, como Schupo deriva de Schutz Polizei y Gestapo de Geheime Staats Polizei. El afán de David Rousset y de Eugen Kogon es interpretar más bien que analizar en le fondo, no les ha permitido pensar en ello.
[196]
Yo el infrascrito Wolfgang Grosch, atestiguo y declaro lo siguiente :
«en lo que atañe a la construcción de las cámaras de gas y de los hornos crematorios, esta tuvo lugar bajo la responsabilidad del grupo de trabajo C, después de haber hecho la petición el grupo D. La vía jerárquica era la siguiente : el grupo de trabajo D se poná en relación con el grupo C. La oficina CI elaboraba los planos para estas instalaciones en la medida en que se tratase de construcciones propiamente dichas, los trasmitía entonces a la oficina CIII que se ocupaba del aspecto mecánico de estas construcciones, como por ejemplo la ventilación de las cámaras de gas o los preparativos para el gaseamiento. La oficina CIII confiaba entonces estos planos a una empresa privada, que debía enviar las máquinas especiales o los hornos crematorios. Siempre por la vía jerárquica, la oficina CI II avisaba a la aficina CIV la cual transmnitía el encargo por medio de la inspección de construcciones Oeste, Norte, Sur y Este a las direcciones centrales de construcciones. La dirección central de construcciones transmitía entonces la orden de construcción a las respectivas direcciones de construcciones en los campos de concentración, las cuales hacían ejecutar
[197]
las construcciones propiamente dichas a los presos que la oficina del grupo DIII ponía a su disposición. El grupo D daba al grupo C las órdenes y las normas refe" rentes a las dimensiones de las construcciones y a su finalidad... En el fondo, era el grupo D quien daba las órdenes en cuanto a las cámaras de gas y los homos crematorios.
Firmado: WOLFGANG GROSCH.(Según David Rousset, en El payaso no ríe.)
Esta declaración fue hecha ante el Tribunal de Nuremberg. Aunque no sea exclusivamente de su incumbencia, la jerga en la cual está redactada parece haber sido respetada escrupuIosamente por el traductor, visiblemente para mantener la confusión.
No puede sin embargo escapar al lector:
1.* que sólo se habla de la «construcción» de las cámaras de gas, y no de su «destino» ni de su «empleo»;
2.* que el testigo se remite a hechos de los cuales seria fácil establecer la materialidad y a «instrucciones» que se podrían publicar y sin embargo parece que se evita cuidadosamente el hacerlo, especialmente en lo tocante a la finalidad de las mencionadas cámaras de gas;
3.* que del conjunto de construcciones para los campos cuyo estudio y realización estaba confiado al grupo de trabajo D (bloques habitables, enfermerías, cocinas, talleres, fábricas, etc.) las cámaras de gas y los hornos crematorios han sido aislados y señaladamente acercados con el propósito de impresionar major a una opinión pública que acepta fácilmente que le sean presentados los hornos crematorios como instrumentos de tortura especialmemente inventados para los campos de concentración porque ella no sabe que la práctica de la cremación es de uso corriente - tan corriente como la inhumación - en toda Alemania.
Por todas estas razones, ningún historiador aceptará nunca esta declaración en su integridad.
[198]
N.* del sector postal: 32.704
B.N. 440/42.
501 P.S.
Kiev, 16 de abril de 1942.
Asunto secreto del Reich.
Al S.S. Obersturmführer Rauff.
Berlín. Prinz Albrecht Strasse 8.
La revisión de los coches de los grupos D y del grupo C está completamente terminada. Mientras que los coches de la primera serie pueden ser utilizados incluso con mal tiempo (es preciso sin embargo que no lo sea excesivamente) los coches de la segunda serie (Saurer) se atascan completamente con tiempo lluvioso (26). Cuando, por ejemplo, ha llovido, en media hora está el coche inutilizable, sencillamente patina. Sólo es posible servirse de ellos con tiempo totalmente seco. La única cuestión que se plantea es la de saber si se puede utilizar el coche en el mismo lugar de ejecución cuando está parado. Primeramente es necesario conducir el coche hasta el lugar en cuestión, lo cual sólo es posible con buen tiempo.
El lugar de ejecución se encuentra generalmente alejado de 10 a 15 Km. de las carreteras principales, y está ya escogido poco accesible. Es completamente inaccesible cuando el tiempo es húmedo o lluvioso. Si se conducen las personas a pie o en coche al lugar de ejecución, se dan cuenta inmediata de lo que pasa y se inquietan, cosa que conviene evitar en todo lo posible. Sólo queda como única solución la consistente en cargarlos en camiones en el lugar de reunión y llevarlos entonces al lugar de ejecución.
He mandado pintar el coche del grupo D como coche-vivienda y con este fin he hecho fijar a cada lado de los pequeños coches una pequeña ventana, tales como las que se ven frecuentemente en nuestras casas de labradores en el campo, y dos pequeñas ventanas a cada lado de los coches grandes. Estos coches fueron
[199] advertidos tan rápidamente que recibieron el sobrenombre de «coches de la muerte». No solamente las autoridades sino también la población civil les designaba por este mote tan pronto como aparecían. A mi entender, incluso esta pintura no podrá preservarlos por mucho tiempo de ser reconocidos.
Los frenos del coche Saurer que yo conducí de Simféropol a Taganrog resultaron defectuosos en el camino. El S.K. de Mariampol comprobó que la palanca del freno está combinada al aceite y a la compresión. Por la persuasión y la corrupción del H.K.P. se logró hacer preparar para ambos un molde con arreglo al cual se han podido ajustar dos palancas. Cuando llegué algunos días más tarde a Stalino y Gerlowka, los conductores de los coches se quejaban del mismo defecto (27). Después de una entrevista con los jefes de estos comandos, volví de nuevo a Mariampol para mandar hacer otras dos palancas para cada uno de estos coches. Según lo acordado, en cada coche serán ajustadas dos palancas, otras seis quedarán en reserva en Mariampol para el grupo D, y otras seis aún serán enviadas al S.S. Untersturmführer Ernst para los coches del grupo C. Para los grupos B y A las palancas podrían enviarse desde Berlín, pues su transporte de Mariampol hacia el Norte es demasiado complicado y llevaría demasiado tiempo. Las pequeñas averías en los coches son reparadas por técnicos de los comandos o de los grupos en su propio taller.
El terreno lleno de baches y el estado apenas concebible de los caminos y carreteras, desgastan poco a poco los puntos de empalme y las partes impermeabilizadas. Se me preguntó si sería preciso entonces efectuar la reparación en Berlín. Pero esta operación costaría demasiado caro y exigiría demasiada gasolina. Con el fin de evitar estos gastos, di la orden de hacer sobre el terreno pequeñas soldaduras y en caso de que esto resultase imposible de telegrafiar inmediatamente a Berlín diciendo que el coche P.O.L. número... estaba fuera de servicio. Además, ordené alejarse a todos los hombres en el momento de los gaseamientos a fin de no exponer su salud a las posibles emanaciones de estos gases. Quisiera con este motivo hacer todavía la siguiente observación: varios comandos hacen descargar los coches por sus propios hombres después del gaseamiento. He llamado la atención al S.K. en cuestión sobre los daños tante morales como físicos a que se exponen estos hombres, si no inmediatamente al menos un poco
[200] más tarde. Los hombres se me quejaban de dolores de cabeza después de cada descarga. Sin embargo no se puede modificar la ordenanza (28), porque se teme que los detenidos (29) empleados en este trabajo podrían escoger un momento favorable para emprender la huida. Para proteger a los hombres contra este inconveniente, le ruego que dicte las órdenes oportunas.
El gaseamiento no se lleva a cabo como debiera. A fin de terminar antes con esta acción, los chóferes aprietan siempre a fondo el acelerador (30). Esta medida ahoga a las personas que se ejecuta en vez de matarlas adormeciéndolas. Mis instrucciones son las de abrir las manivelas de tal forma que la muerte sea más rápida y más apacible para los interesados. Ya no tienen los rostros desfigurados ni dejan eliminaciones como se podía comprobar hasta ahora.
Hoy me dirijo hacia los lugares de estacionamiento del grupo B, y las posibles noticias me pueden llegar allí.
(firmado) DR. BECKER. S.S. Untersturmführer.
(Según la obra de David Rousset El payaso no ríe.)
Este informe viene en apoyo de una afirmación de Eugen Kogon, que en El infierno organizado escribe:
«... ella (la S.S.) empleaba también cámaras de gas ambulantes: eran autos que por fuera parecían coches celulares y en el interior estaban adecuadamente instalados. En estos cochos, no parece haber sido muy rápido el gaseamiento, pues de ordinario rodaban bastante tiempo antes de pararse y de descargar los cadáveres.» (Página 154.)
Eugen Kogon, que no dice si se han encontrado estos coches de la muerte, tampoco cita este informe.
Sea lo que sea, hay que felicitar al traductor que si bien no ha logrado llenar ciertas lagunas ni satisfacer algunas curiosidades, ha dado al menos a la forma una extraordinaria fisonomía latina en la expresión del pensamiento.
[201]
Y es preciso advertir:
1.* que les es más fácil a los actuales investigadores de documentos encontrarlos sobre lo que pasaba en Mariampol que sobre 1o que pasaba en Dachau;
2.* que omitiendo una ordenanza procedente de un ministroe, se destaca la simple «carta de un alférez a su teniente» relativa a la cuestión.
3.* que si se ha encontrado un escrito, no parece que se hayan encontrado los coches - o al menos si se han encontrado el acontecimiento ha hecho muy poco ruido.
Yo no conozco a Eugen Kogon. Todo lo que sé de él lo he conocido en el momento de la publicación de su obra, por lo que dice en ella sobre sí mismo y por lo divulgado en la prensa. Bajo reservas: periodista austríaco, de tipo cristiano-social o cristiano-progresista, detenido a consecuencia del Anschluss, deportado a Buchenwald. Presentado al público francés como sociólogo (32).
El infierno organizado es el testimonio mejor difundido y está escrito en forma conveniente. Trata de una cantidad considerable de hechos, en su mayor parte vividos. No está exento de ciertas ingenuidades ni de ciertas exageraciones pero es falso sobre todo en la explicación y en la interpretación. Esto depende por una parte de la manera de relatar del autor que obra con «espíritu político»
[203] (prefacio, página 14) y por otra de que ha querido justificar el comportamiento de la burocracia de los campos de concentración de una manera más categórica todavía y más concreta que David Rousset.
Por lo demás, Eugen Kogon expone los acontecimientos - dice - "desnudamente... como hombre y como cristiano" (prefacio, página 14) sin ninguna intención de escribir «una historia de los campos de concentración alemanes» ni «tampoco una compilación de todos los horrores cometidos, sino una obra esencialmente sociológica, cuyo contenido humano, político y moral, con una fundada autenticidad, posee un valor de ejemplo». (Introducción, página 20.)
La intención era buena.
Se creía capacitado para esta misión, y quizá lo estaba. El se presenta como:
«...teniendo por lo menos cinco años de cautiverio... ascendiendo desde abajo en las condiciones más penosas y habiendo llegado poco a poco a una posición que le había permitido ver claro y ejercer una influencia..., no habiendo pertenecido nunca a la clase prominente del campo... no estando manchado por ninguna infamia en su comportamiento de preso.» (Página 20.)
En la práctica, después de ester destinado durante un año en el comando de la Effektenkammer (almacén de vestuario), empleo privilegiado, pasó a ser secretario del médico-jefe del campo, doctor Ding-Schuller, empleo más privilegiado aún. Por esta última razón tuvo que conocer en detalle todas las intrigas del campo durante los dos últimos años de su internamiento.
Después de haberlo leído, he vuelto a cerrar el libro. Luego lo he vuelto a abrir. Y bajo el título de la página de guarda he escrito como subtítulo: o Plegaria pro domo.
EL PRESO EUGEN KOGON.
En Buchenwald había una «Sección para el estudio del tifus
[204] y de los virus». Ocupaba los bloques 46 y 50. El responsable de ella era el S.S. médico-jefe del campo, doctor Ding-Schuller.
He aquí cómo funcionaba:
«En el bloque 46 del campo de Buchenwald - que era por otra parte un modelo de limpieza aparente y estaba bien instalado - no se realizaban solamente experiencias sobre hombres sino que se aislaba igualmente a todos los tíficos contaminados en el campo por vía natural o que ya lo estaban cuando fueron entregados a él. Se les curaba allí, en la medida en que resistían esta terrible enfermedad. La dirección del bloque fue confiada... por parte de los presos... a Arthur Dietzsch que había alcanzado algunos conocimientos médicos sólo por la práctica (33). Dietzsch era comunista y se encontraba en prisión desde hacía más de 20 años (34). Era un ser muy endurecido y naturalmente una de las personas más odiadas y más temidas del campo de Buchenwald. (35).
»Como la jefatura de la S.S. del campo y los suboficiales tenían un temor insuperable al contagio y pensaban que también se podía contagiar el tifus por simple contacto, por el aire, por la tos del enfermo, etc., nunca penetraban en el bloque 46... Los presos se aprovechaban de esto en colaboración con el Kapo Dietzsch: la dirección ilegal del campo se servía de ello por una parte para desembarazarse de las personas que colaboraban con la S.S. contra los presos (o que parecían colaborar, o simplemente que eran impopulares) (36) y por otra para ocultar en el bloque 46 a ciertos prisioneros políticos de importancia
[205]
cuya vida estaba amenazada, lo cual era a veces muy difícil y muy peligroso para Dietzsch, pues sólo tenía como criados y enfermeras a algunos verdes.. (Página 162.)
«En el bloque 50 se preparaba vacuna contra el tifus exantemático con pulmones de ratones y de conejos, según el procedimiento del profesor Girond de Paris. Este servicio fue fundado en agosto de 1943. Los mejores especialistas del campo, médicos, bacteriólogos, serólogos, químicos, fueron escogidos para esta tarea, etc...» (Página 163.)
Y he aquí cómo fue destinado Eugen Kogon a su puesto:
«Una hábil política de los presos tuvo como finalidad, desde el comienzo, el llevar a este comando a los camaradas de todas las nacionalidades cuya vida estaba amenazada, pues la S.S. sentía tanto temor respetuoso ante este bloque como ante el bloque 46. No sólo por el capitán de la S.S. doctor Ding-Schuller sino también por los presos, y por diferentes motivos, este temor fetichista de la S.S. fue mantenido (por ejemplo colocando letreros sobre el cerco de alambradas que aislaba al bloque). Algunos candidato para la muerte, tales como el físico holandés Van Lingen, el arquitecto Harry Pieck y otros holandeses, el médico polaco doctor Marian Ciepielowski (jefe de producción en este servicio), el profesor doctor Balachowski, del Instituto Pasteur de París, el autor de esta obra en su calidad de periodista austríaco y siete camaradas judíos, encontraron un asilo en este bloque con la aprobación del doctor Ding-Schuller.» (Página 163.)
Es necesario admitir que Eugen Kogon dio serias garantías al núcleo «comunista» que tenía preponderancia en el campo - ¡contra otros grupos verdes, políticos, o sea comunistas! - para lograr ser desiguado por él para este puesto de confianza. Y no hay que olvidar estoe: «con la aprobación del doctor Ding-Schuller...»
Veamos ahora lo que él podía permitirse en este puesto:
[206]
«Con motivo de las peticiones que cada vez sugería, redactaba y sometía a la firma, ellos fueron protegidos contra súbitas levas, transportes de exterminio, etc.» (Página 163.)
o también:
«Durante los dos últimos años que he pasado en calidad de secretario del médico, redacté con ayuda de especialistas del bloque 50, por lo menos media docena de informes médicos sobre el tifus exantemático firmados por el doctor Ding-Schuller... Sólo mencionaré de paso el hecho de que yo estaba igualmente encargado de una parte de su correspondencia privada, incluyendo cartas de amor y de condolencia. Frecuentemente él no leía ni siquiera las respuestas, me arrojaba las cartas después de haberlas abierto y me decía: «Despache esto, Kogon. Usted ya sabe bien lo que hay que responder. Es alguna viuda que busca un consuelo...» (Página 270.)
Y podía declarar:
«Tenía en mis manos al doctor Ding-Schuller.» (Página 218.)
hasta tal punto que estar «en malas relaciones con el Kapo del bloque 46» ni siquiera le preocupaba.
Resulta de todo este que habiendo sabido granjearse los favores del equipo influyente en la Häftlingsführung (37), se había atraído al mismo tiempo los de una de las más altas autoridades
[207] de la S.S. del campo. Todos los que hayan vivido en un campo de concentración estarán de acuerdo en que semejante resultado apenas era susceptible de ser obtenido sin algunas retorsiones a las reglas morales de uso habitual fuera de los campos.
EL MÉTODO.
«Para disipar ciertos temores y demostrar que este relato (así es como él designa a su Infierno organizado) no corría peligro de transformarse en acta de acusación contra ciertos presos que habían ocupado una posición dominante en el campo, lo leí, a comienzos de 1945, cuando ya estaba casi terminado y sólo faltaban los dos últimos capítulos de un total de doce, ante un grupo de quince personas que hablan pertenecido a la dirección clandestina (38) del campo, o que representaban a ciertos grupos politicos de presos. Estas personas aprobaron la exactitud y la objetividad de ella.
Asistieron a esta lectura:
1.-- Walter Bartel, comunista de Berlin, presidente del Comité internacional del campo.
2.-- Heinz Baumeister, socialdemócrata, de Dortmund, que durante años habla pertenecido al secretariado de Buchenwald; subsecretario del bloque 50.
3.-- Ernst Busse, comunista, de Solingen, Kapo de la enfermería de los presos.
4.-- Boris Banilenko, jefe de las juventudes comunistas en Ucrania, miembro del comité ruso.
5.-- Hans Eiden, comunista, de Treves, primer Lagerältester.
6.-- Baptist Feilen, comunista, de Aquisgrán, Kapo del lavadero.
7.-- Franz Hackel, independiente de izquierda, de Praga. Uno de nuestros amigos, sin función en el campo.
[208]
8.-- Stephan Heymann, comunista, de Mannheim, miembro de la oficina de información del campo.
9.-- Werner Hilpert, del Zentrum, de Leipzig, miembro del comité internacional del campo.
10.-- Otto Horn, comunista de Viena, miembro del comité austríaco.
11.-- A. Kaltschin, prisionero de guerra ruso, miembro del comité ruso.
12.-- Otto Kipp, comunista de Dresde, Kapo suplente de la enfermería de los presos.
13.-- Ferdinand Römhild, comunista de Frankfurt del Main, secretario de la enfermería de los presos.
14.-- Ernst Thappe, socialdemócrata, jefe del comité alemán.
15.-- Walter Wolf, comunista, jefe de la oficina de información del campo.» (Páginas 20 y 21.)
Por sí sola, esta declaración que en cierto modo podria ir como introducción del libro, basta para hacer sospechoso todo el testimonio: «Para disipar ciertos temores y demostrar que este relato no corría peligro de transformarse en acta de acusación contra ciertos presos que habían ocupado una posición dominante en el campo...»
Eugen Kogon ha evitado pues el referir todo lo que pudiera acusar a la Häftlingsführung, guardando sólo agravios contra la S.S.: ningún historiador aceptará esto jamás. Por el contrario, se puede creer fundadamente que obrando así él ha pagado una deuda de gratitud hacia los que le procuraron en el campo un empleo completamente tranquilo y con los cuales tiene intereses comunes que defender ante la opinión pública.
Además, las quince personas citadas que han decidido de su «exactitud y de su objetividad» resultan sospechosas. Todas ellas son comunistas o simpatizantes del comunismo (incluso las que figuran bajo la denominación de socialdemócrata, independiente o centrista) y si casualmente hubiera alguna excepción sólo se trataría de un agradecido. En fin, constituyen un cuadro de los más altos personajes de la burocracia del campo de Buchenwald: Lägeraltester, Kapos, etc.
Yo considero como insignificantes o fantásticos los títulos de presidente o de miembro del comité de este o de aquello que se
[209] han atribuido en forma encubierta: se los han concedido mutuamente entre ellos en el momento de la liberación del campo por
los norteamericanos e incluso posteriormente. Y no me detengo en la noción de «comité» que se ha introducido en la discusión y de la cual ya he tratado en otro lugar: ellos han dicho esto y han logrado hacerlo admitir invocando motivos muy nobles (39).
A mi juicio, estas quince personas se han alegrado sumamente de encontrar en Eugen Kogon una pluma hábil para descargarles de toda responsabilidad a los ojos de las futuras generaciones.
LA HÄFTLINGSFÜHRUNG.
«Sus tareas eran las siguientes: mantener el orden en el campo, velar por la disciplina para evitar la intervención de la S.S., etc. Durante la noche - que permitía suprimir las patrullas de la S.S. en el campo - su tarea era acoger a los recién llegados, lo cual evitó poco a poco los brutales enredos de la S.S. Esta era una tarea difícil e ingrata. La guardia del campo de Buchenwald golpeaba raramente, aunque hubo a menudo brutales altercados. Los recién llegados, que venían de otros campos, desde luego estaban asustados cuando eran recibidos por la gente de la guardia del campo de Buchenwald, pero siempre sabían apreciar seguidamente esta acogida más benigna que en otros sitios... Siempre había ciertamente tal o cual miembro de la guardia del campo que con arreglo a su manera de expresarse podía pasar por un S.S. malogrado. Pero esto tenía poca importancia. Sólo contaba el fin: manfener un núcleo de prisioneros contra la S.S. Si la guardia del campo no hubiese hecho reinar una impecable apariencia de orden frente a la S.S., ¿qué hubiera sido del campo entero y de los millares de prisioneros en el de las llegadas y salidas en grupo, durante las operaciones de castigo y «last not least» (40) en los últimos días antes de la liberación?» (Página 62.)
[210]
Si me remito solamente a mi experiencia personal acerca de la acogida que se le dispensó a mi convoy en dos campos diferentes, no me es posible convenir que fue mejor en Buchenwald que en Dora, sino más bien lo contrario. Pero debo reconocer que las condiciones generales de vida en Buchenwald y en Dora no eran comparables: el primero era un sanatorio en relación al segundo. Deducir de ello que esto se debía a una diferencia de composición, de esencia y de convicciones políticas o filosóficas entre las dos Häftlingsführung sería un error: si se las hubiese invertido en bloque el resultado hubiese sido el mismo. En ambos casos, su comportamiento estaba impuesto por las condiciones generales de existencia y no viceversa.
En la época de la que habla Eugen Kogon, Buchenwald estaba en el término de su evolución. Todo estaba acabado o casi: los servicios ya funcionaban, se había establecido un orden. Los de la S.S., menos expuestos a las molestias que el desorden trae consigo, insertados en un programa regular y casi sin azares, se irritaban mucho menos que antes. En Dora, por el contrario, el campo estaba en plena construcción, era preciso crear todo e instalarlo con los medios limitados de un país en guerra. El desorden era el estado natural. Allí todo chocaba entre sí. La S.S. era inabordable y la Häftlingsführung no sabiendo qué inventer para complacerla iba a menudo más allá de sus deseos. En Buchenwald, las exigencias de un Kapo o de un Lagerältester, idénticas en sus móviles y en sus fines, eran menos sensibles en su alcance solamente porque en una situación major en todos los puntos ellas no entrañaban consecuencias tan graves para la masa de detenidos.
Conviene añadir como prueba suplementaria, aun redundante, que en el otoño de 1944 el campo de Dora estaba también terminado poco más o menos, y aun sin haber modificado en nada la Häftlingsführung su comportamiento, las condiciones materiales y morales de existencia podían compararse a las de Buchenwald. En aquel momento se precipitó el fin de la guerra, los bombardeos limitaron las posibilidades de abastecimiento, el avance de los aliados en ambos frentes aumentó la población con la de los campos evacuados del Este y del Oeste y todos los problemas se plantearon de nuevo.
Queda por señalar el razonamiento según el cual para mantener un núcleo contra la S.S. era importante el sustituirla: no lo entiendo, pues todo el campo estaba naturalmente contra la
[211] S.S. Podría sostenerse que hubiera sido preferible mantener «en vida» a todo el mundo contra la S.S., y no solamente a un núcleo a sus órdenes, aunque sólo fuese para suscitarle dificultades suplementarias... En lugar de esto, se empleó un medio que si bien salvó a este precioso núcleo hizo morir a la masa. Porque como reconoce Eugen Kogon, después de David Rousset, no eran sólo las buenas maneras las que intervenían en la cuestión:
«De hecho, los presos no han recibido nunca las escasas raciones que les eran asignadas en principio. Primeramente, la S.S. tomaba lo que le agradaba. Después los presos que trabajaban en el almacén de víveres y en las cocinas se las "arreglaban" para descontaõ ampliamente su parte. Luego los jefes de cuarto apartaban una buena cantidad para elles y para sus amigos. El resto iba a los miserables presos ordinarios.» (Página 107.)
Conviene precisar que todo el que detentaba una pequeña parte de autoridad en el campo era colocado por esa razón para «sustraer»: el Lagerältester que entregaba globalmente las raciones, el Kapo o el jefe de bloque que se servían copiosamente en primer lugar, el jefe de equipo o el Stubendienst (jefe de cuarto) que cortaban el pan o ponían la sopa en las escudillas, el policía, el secretario, etc. Es curioso que Kogon ni siquiera lo mencione.
Toda esta gente se regodeaba literalmente con los productos de sus robos, y paseaban por el campo unos semblantes florecientes. Ningún escrúpulo les detenía:
«Para la enfermería de los presos había en los campos una alimentación especial de enfermos, lo que se llamaba la dieta. Esta era muy solicitada como suplemento y en su mayor parte era sustraída en provecho le las personalidades del campo: Blockältester, Kapos, etc. En cada campo se podían encontrar comunistas o criminales que durante años recibían además de otras ventajas tas suplementos para enfermos. Era sobre todo una cuestión de relaciones con la cocina de los enfermos compuesta exclusivamente por gente que pertenecía a la clase de presos que dominaba el campo, o bien un asunto de intercambio de buenos servicios: los
[212]
Kapos del taller de costura, de la zapatería, del almacén de vestuario, del de herramientas, etc., entregaban a cambio de esta alimentación lo que los otros les pedían. En el campo de Buchenwald, de 1939 a 1941 se desplazaron cerca de cuarenta mil huevos en el interior mismo del campo.» (Páginas 110, 111 y 112.)
Durante ese tiempo, los enfermos morían en la enfermería al ser privados de esta alimentación especial que les asignaba la S.S. Explicando el mecanismo del robo, Kogon hace de él un simple aspecto del «sistema D», empleado indistintamente por todos los presos que se encontraban en el recorrido por los alimentos. Esto constituye a la vez una inexactitud y un acte de benovolencia con respecto a la Häftlingsführung.
El trabajador de un comando cualquiera no podía robar: el Kapo y el Vorarbeiter vigilaban estrechamente dispuestos a denunciarle. A lo más que podía arriesgarse era a coger algo a uno de sus compañeros de infortunio una vez hecha la distribución de las raciones. Pero el Kapo y el Vorarbeiter podían sustraer de acuerdo del conjunto de las raciones antes de distribuirlas, y lo hacían cínicamente. También impunemente porque era imposible denunciarles en otra forma que no fuese la vía jerárquica, es decir, pasando por ellos. Robaban para ellos, para sus amigos, para los funcionarios de autoridad a los cuales les debían el puesto y, en los escalones superiores de la jerarquía, para la S.S. de la cual querían asegurarse o conserver la protección.
De la dieta de los enfermos, el Kapo de la enfermeria - ¡el que ha confirmado la exactitud y la objetividad del testimonio de Kogon! - sustraía una importante cantidad en provecho de sus colegas y de los comunistas acreditados (41). Durante mi estancia en Buchenwald, hizo guardar una cantidad de leche cercana al litro, y de paso algunas otras golosinas, para Erich, jefe del bloque 48. Si se lleva esta operación a la escala del campo ya se puede calcular la cantidad de leche de la que así eran privados los enfermos. En comparación, los pequeños robos en el circuito eran insignificantes.
Así pues, bien se tratase del menú ordinario o de la dieta, enfermos o no, para morirse de hambre los presos tenían dos razones
[213] que añadir; las detracciones de la S.S. (42) y las de la Häftlingsführung. Tenían por tanto dos razones para recibir golpes y ser maltratados en general. En estas condiciones, había pocos detenidos que no profiriesen tratar directamente con la S.S.: el Kapo que robaba con exceso golpeaba también más fuerte para agradar a la S.S. y era raro que una simple reprimenda de uno de la S.S. no entrañase por añadidura una tunda del Kapo.
LOS ARGUMENTOS.
Los argumentos que justifican la salvación de un núcleo ante todo y a toda costa, no son más concluyentes que los hechos.
«¿Qué habría sido del campo entero, sobre todo en el momento de la liberación?» (Página 273 de la obra citada.)
empieza por preguntarse Kogon atemorizado. De esto que precede resulta ya que el campo entero sólo hubiera tenido un motivo de menos para morir a este ritmo. No basta con añadir:
«Es así como los primeros carros de combate norteamericanos que venían del Norte-Oeste, encontraron liberado Buchenwald.» (Página 304.)
y hace recaer el mérito de ello sobre la Häftlingsführung, para que esto sea verdad. Según eso se podría decir también que entraron en una Francia liberada, lo cual sería ridículo. La verdad es que la S.S. huyó ante el avance norteamericano e intentando llevar consigo el mayor número posible de presos lanzó a la Häftlingsführung con las porras en la mano a la caza del hombre en el campo.
Gracias a esto, la operación se hizo con un mínimo de desorden. Y si por una milagrosa casualidad la ofensiva de los norteamericanos hubiera sido detenida ante el campo, hasta tal punto que una contraofensiva alemana llevada vigorosamente hubiese podido decidir el resultado de la guerra en otro sentido, el razonamiento ofrecería una cierta ventaja que se trasluce de estas líneas:
[214]
«Las jefaturas de la S.S en los campos no eran capaces de ejercer un control sobre decenas de millares de presos de otra manera que no fuese la exterior y esporádica.» (Página 275.)
Dicho de otro modo, en una Alemania victoriosa cada uno de los funcionarios de autoridad del campo hubiese podido alegar su contribución personal al mantenimiento del orden, su abnegación, etc., para obtener la liberación.
Y el texto que se acaba de leer hubiera podido aparecer sin cambiar ni una sola coma.
«Mediante un combate sin cesar había que romper y hacer inoperante el método de la S.S. que mezclaba las diversas categorías de presos, mantenía las oposiciones naturales y provocaba otras artificiales. Los motivos de esto eran claros entre los rojos. Entre los verdes no era de ningún modo por motivos políticos; querían poder dar libre curso a sus prácticas habituales: corrupción, chantaje y búsqueda de ventajas materiales Todo control les era insoportable, en especial un control procedente del interior del mismo campo.» (Página 278.)
Es evidente que ningún método de la S.S. podía hacerse inoperante desde el momento en que practicado por otros con eI mismo propósito se aplicaba al mismo objeto y en la misma forma. Más aún: era innecesario. La S.S. ya no tenía necesidad de golpear puesto que aquellos en los cuales había delegado sus poderes golpeaban mejor; ni de robar, pues ellos robaban mejor y el beneficio era el mismo cuando no era más substancial; ni de hacer morir a fuego lento para hacer respetar el orden, pues se ocupaban de ello en su lugar y el orden era más resplandeciente.
Por otra parte, yo no he observado nunca que la intervención de la burocracia del campo haya borrado las oposiciones naturales, ni que las diverses categorías de presos hayan estado menos mezcladas de lo que había decidido la S.S.
Los métodos empleados, se estará de acuerdo, no eran convenientes para obtener este resultado. Y el fin perseguido - el confesado - no era sino aquel de «dividir para reinar», este principio
[215] que vale para todo poder deseoso de sostenerse y que valía tanto para la Häftlingsführung como para la S.S. En la práctica, mientras que la última oponía indistintamente la masa de presos a los que ella había escogido para gobernarles, la primera se servía del matiz político, de la naturaleza del delito y de la selección de un núcleo de cierta calidad.
Lo que es divertido - ¡a distancia! - en esta tesis es la distinción que hace entre los rojos y los verdes en el poder, acusando a estos últimos de corrupción, de chantaje y de búsqueda de ventajas materiales: ¿qué hacían pues los rojos que no fuese esto? Y para el preso ordinario, ¿cuál era la diferencia si le era imposible medirla en un resultado?
En un mundo bizantinizado por décadas de una enseñanza para pequeños-burgueses, la yuxtaposición de proposiciones abstractas adquiere mayor importancia que el inexorable encadenamiento de los hechos. Una moral que para establecer un contraste entre el delito de derecho común y el delito político tiene necesidad de suponer una diferencia esencial entre los culpables no da importancia a una identidad de los móviles del comportamiento en los unos y en los otros, en cualquier circunstancia que sea. Ella incita a despreciar demasiado la influencia del ambiente, pero las reacciones de los individuos más desinteresados y más irreprochables son diferentes si se les trasplanta a un medio que ponga diariamente la vida en peligro.
Es lo que se ha producido en los campos de concentración: las necesidades de la lucha por la vida y los apetitos más o menos confesables, han prevalecido sobre todos los principios morales. En la base, estaba el deseo de vivir o de sobrevivir. En los menos escrupulosos, iba acompañado por la necesidad de robar comida y después por la de asociarse para robar major. Los más hábiles en asociarse para alimentarse mejor - los políticos, pues en la coyuntura la operación requería más destreza que fuerza - fueron los más fuertes para conquistar el poder parque eran los mejores alimentados. Y también fueron los más fuertes para conservarlo porque intelectualmente eran los más hábiles. Pero ningún principio moral en el sentido en el que lo entendemos en el mundo exterior a los campos ha intervenido en esta concatenación de hechos de otro modo que por su ausencia.
Después de esto, se puede escribir:
[216]
«En cada campo, los presos políticos se esforzaron en tomar en sus manos el aparato administrativo interno, o, llegado el caso, lucharon por conservarlo. Esto a fin de defenderse por todos los medios contra la S.S., no solamente para llevar el duro combate por la vida sino también para ayudar en la medida de lo posible a la disgregación y al hundimiento del sistema. En más de un campo, los jefes de los presos políticos han realizado durante años un trabajo de este género, con una admirable perseverancia y un desprecio completo de la muerte.» (Página 275.)
Pero esto no es más que un descargo cuya forma por laudatoria que sea no logra ocultar que él asemeja a todos los presos políticos - incluso a aquellos que no han buscado nunca el ejercer ninguna autoridad sobre sus compañeros de infortunio - con los menos escrupulosos de entre ellos. Ni la declaración: «Defenderse por todos los medios...»
Por todos los medios, he aquí lo que esto podía significar:
«Cuando la S.S. pedía a los políticos que hiciesen una selección de los presos "ineptos para vivir" (43) con el fin de matarlos, y una negativa hubiese podido significar el fin de los rojos y el regreso de los verdes, entonces era preciso estar dispuesto a asumir este delito. Sólo había la elección entre una participación activa en esta selección o un retiro probable de las responsabilidades en el campo, lo cual, después de todas las experiencias hechas, podía tener todavía peores consecuencias. Cuanto más sensible era la conciencia, más difícil resultaba el tomar esta decisión. Como había que tomarla y sin tardar, era preferible confiarla a temperamentos vigorosos, con el fin de que no fuésemos transformados todos en mártires.» (Página 327.)
He advertido anteriormente que no se trataba de seleccionar a los ineptos para vivir sino a los ineptos para et trabajo. El matiz es perceptible. Si se quiere despreciarlo a toda costa, yo confieso
[217] públicamente que sería preferible «arriesgar un retiro probable (44) de las responsabilidades en el campo» que cargar la conciencia con esta participación activa», siempre diligente en la práctica. ¿Habrían vuelto los verdes al poder? ¿Y después? Primeramente, no eran bastante fuertes para conservarlo. Luego, en este caso concreto, no habrían tenido más celo respecto a la masa. No hubieran designado a mayor número de ineptos ni habrían tomado menos en consideración la calidad, pues, en estas selecciones, los rojos no se preocupaban más que los verdes del color político, a menos que la Häftlingsführung estuviese interesada por alguno de los suyos.
Por tanto, y si esto era para asumir este delito a los ojos de la moral, ¿por qué tomar el poder a los verdes o querer conservarlo contra ellos? Es posible que al estar los verdes en el poder, los ineptos seleccionados de este modo no hubieran sido los mismos, salvo en algunos casos. Pero nada hubiese cambiado en cuanto al número, que estaba determinado por la estadística general del trabajo y según la posibilidad material del campo para sostener un número más o menos grande de no trabajadores. El mismo Eugen Kogon quizá no hubiese tenido la posibilidad de llegar a ser o de permanecer como secretario particular del capitán médico de la S.S., doctor Ding-Schuller, y, arrojado en la masa, quizás hubiese caído también él entre el número de estos ineptos a fuerza de ser golpeado y de tener hambre. Posiblemente, hubiese sucedido lo mismo a los otros quince que han dado la absolución a su testimonio. Entonces, hubiera sobrevenido la catástrofe más inesperada: sólo hubiese podido ocurrir lo siguiente:
«No todos nosotros fuimos transformados en mártires, sino que pudimos continuar viviendo como testigos.» (Ya citado.)
Como si importase para la historia que Kogon y su equipo fuesen testigos antes que otros - como Michelin de Clermont-Ferrand, François de Tessan, el doctor Seguin, Crémieux, Desnos, etc.-, pues este todos y este nosotros sólo se aplican, bien entendido, a los privilegiados de la Häftlingsführung, y no a todos los políticos que a pesar suyo constituían la mayor parte de la masa. Ni siquiera por un instante le ha venido al autor la idea de que
[218] contentándose con comer menos y golpear menos la burocracia del campo hubiese podido salvar a la casi totalidad de los presos y de que hoy sólo reportaría ventajas el que también ellos fuesen testigos.
Para que un hombre tan prevenido y que ostenta por otra parte una cierta cultura, haya podido llegar a conclusiones tan miserables es preciso ver la causa en el hecho de que ha querido juzgar a los individuos y los acontecimientos del mundo del campo con unidades de medida que le son ajenas. Cometemos el mismo error cuando queremos apreciar todo lo que sucede en Rusia o China con unas reglas morales que son propias del mundo occidental, y tanto los rusos como los chinos hacen lo mismo en sentido inverso. Aquí y allí se ha creado un orden y su aplicación ha dado origan a un tipo de hombre cuyas concepciones de la vida social y del comportamiento individual son diferentes y aún opuestas.
Lo mismo sucede con los campos de concentración: diez años de experiencia han bastado para crear un orden en función del cual debe ser juzgado todo, y máxime teniendo en cuenta que este orden dio origan a un nuevo tipo de hombre intermedio entre el delincuente común y el preso político. La característica de este nuevo tipo de hombre resulta del hecho de que el primero ha descarriado al segundo y le ha vuelto casi semejante a él, sin herir demasiado su conciencia, al nivel de la cual estaba adaptado el campo por aquellos que lo habían concebido. Es el campo el que ha dado un sentido a las reacciones de todos los presos, verdes o rojos, y no a la inversa.
De acuerdo con esta comprobación y en la medida en que se quiera admitir que no se trata de una simple construcción del espíritu, las reglas de la moral en curso en el mundo exterior a los campos pueden intervenir para perdonar, pero en ningún caso para justificar.
EL COMPORTAMIENTO DE LA S.S.
Comparo entre sí dos afirmaciones:
«Algunos presos que maltrataban a sus camaradas, o incluso les golpeaban hasta causarles la muerte,
[219]
evidentemente nunca eran castigados por la S.S. y tenían que ser matados por la justicia de los detenidos.» (Página 98.)
y:
«Una mañana se encontró a un preso colgado en un bloque. Se abrió una encuesta y se descubrió que el «ahorcado» había muerto después de haber sido horriblemente golpeado y pateado, y que el Stubendienst dirigido por el Blockältester Osterloh (45) le colgó para simular un suicidio. La víctima había protestado contra una sustracción de pan por el Stubendienst. La dirección del campo de la S.S. logró (46) echar tierra al asunto y reposo al asesino en su puesto, de forma que no cambió nada.» (Página 50.)
Es exacto que la jefatura del campo de la S.S. generalmente no intervenía en las discusiones que enfrentaban a los presos entre sí, y en vano se podía esperar de ella cualquier decisión de justicia. No podía ser de otra manera:
«Ella ignoraba lo que sucedía realmente detrás de las alambradas.» (Página 275.)
La Häftlingsführung, en efecto, multiplicaba los esfuerzos para que ella lo ignorase. Erigiéndose en verdadera «justicia de los detenidos», aprovechando para tomar las más inverosímiles decisiones que no se podía apelar de ningún modo contra ellas, no recurría nunca a la S.S. más que para reforzar su autoridad cuando sentía que se debilitaba. No obstante, no quería ver intervenir a aquélla, temiendo a la vez que fuese menos severa, lo cual pubiera puesto a discusión en la masa su autoridad y las apreciaciones de ella en cuanto a su aptitud para gobernar, y hubiese creado el problema de su destitución y de su reemplazo. Prácticanente, todo esto se resolvía con un compromiso: la Häftlingsführung «evitando los chismes», impidiéndoles atravesar
[220] la pantalla que ella formaba; la S.S. no interesándose por nada, con la salvedad de que reinase el orden y fuese inatacable.
En el caso que se ha expuesto, si el jefe de bloque Osterloh hubiese sido un rojo, nada habría llegado a oídos de la S.S. de otro modo que no fuese el de la versión del suicidio de la víctima, lo cual no ofrecía dificultades. Pero era un verde y representaba una de las últimas partículas del poder que su categoría conservaba en el campo: los rojos le denunciaron con la esperanza de eliminarle. La S.S. no resolvió en la medida de sus deseos. Así lo quería el orden: un jefe de bloque, incluso culpable, no podía resultar sospechoso ni ser castigado más que por la autoridad superior, en ningún caso a petición o por reacción de la masa. Que fuese verde o rojo, era igual.
Se pueden invertir los términos de la proposición, transformar al acusado en víctima y a la víctima en asesino: en este caso la propia Häftlingsführung hubiese hecho éste razonamiento. Sin preocuparse del color de Osterloh, ella se hubiera considerado como afectada o amenazada en sus prerrogativas y hubiese dado aviso a la S.S. pidiendo un castigo ejemplar - a menos que, lo cual es más probable, ella no hubiera aplicado primeramente el castigo y solamente después hubiese pedido a la S.S. la confirmación mediante sentencia. En el primer caso, la S.S. lo transmitía al grado jerárquico superior y esperaba la decisión: paso por alto los golpes que procedentes de todas partes acompañaban al asesino en el Bunker (47)... En el segundo, ella aprobaba la actitud de la Häftlingsführung precisamente para evitar demandas de explicaciones, de justificaciones, etc., y molestias de todo género por parte de este grado jerárquico superior. En ambos casos, en el sentido de la facilidad, no había nada que fuese compatible con el orden, incluso revisado y corregido sobre el terreno.
En el asunto Osterloh, al cual habían dado imprudentemente los rojos el carácter de una cuestión de conciencia en la cual la honradez atacaba al orden, tuvo que intervenir Berlín y suscitó tantas dificultades que, según la declaración del testigo, la jefatura de la S.S. de Buchenwald sólo pudo lograr que se echase tierra al asunto. En general, las jefaturas de la S.S. tampoco deseaban referirse a él. Temían las tardanzas, las indiscreciones,
[221] incluso los escrúpulos que podían tomar el de ligeras persecuciones y en cabeza de los cuales estaba el envío a otra formación, lo cual en tiempo de guerra tenía graves consecuencias. Teniendo a Berlín en una ignorancia casi tctal, informándole sólo de lo que no podían ocultarle (48), regulaban al máximo sobre el terreno.
Si se duda sobre ello, he aquí otro texto:
«Frecuentemente, tenían lugar en los campos las visitas de la S.S. Con este motivo, la jefatura de la S.S. aplicaba un extraño método: por una parte disimulaba todos los detalles accesorios; por otra organizaba verdaderas exhibiciones. Todos los dispositivos que podían hacer adivinar que se torturaba a los presos eran pasados en silencio por los guías, y se les ocultaba. De este modo el famoso potro que se encontraba en la plaza era disimulado en un barracón habitable hasta que partían los visitantes. Una vez, parece ser que se olvidaron de tomar estos medidas de prudencia: al preguntar un visitante qué era este instrumento, uno de los jefes del campo respondió que era un molde de carpintería que servía para fabricar formas especiales. Igualmente eran apartadas las horcas y las estacas en las cuales se colgaba a los presos. Los visitantes eran conducidos a través de unas «instalaciones modelo»: enfermería, cine, cocina, biblioteca, almacenes, servicio de limpieza de ropa y sección de agricultura. Si entraban en algún bloque lo hacían en los que habitaban «fuera del servicio» los peluqueros y los sirvientes de la S.S. y algunos presos privilegiados, bloques que por este motivo nunca estaban superpoblados y siempre se encontraban limpios. En la huerta, así como en el taller de escultura, los visitantes de la S.S. a veces recibían regalos como recuerdo.» (Página 258.)
[222]
Esto en cuanto a Buchenwald. Si se quiere saber quiénes eran esos visitantes, veámoslo:
«Había visitas colectivas y visitas particulares. Estas últimas eran especialmente frecuentes en período de vacaciones, cuando los oficiales de la S.S. enseñaban el campo a sus amigos o parientes. Estos eran igualmente, en su mayoría, miembros de la S.S. o jefes de la S.A., a veces también oficiales de la Wehrmacht o de la policía. Las visitas colectivas eran de diferentes clases. Se veía frecuentemente a promociones de agentes de policía o gendarmes de un cercano centro de formación, o a promociones de aspirantes de la S.S. Después de comenzada la guerre, había también visitas de oficiales aviadores. De vez en cuando, se veían igualmente paisanos. Una vez llegaron a Buchenwald delegaciones de juventudes de los países fascistas que se habían reunido en Weimar para un "congreso cultural". También iban al campo grupos de las juventudes hitlerianas. Los visitantes de importancia, tales como el gauleiter Sauckel, el jefe superior de la policía de Weimar, Hennicke, el príncipe de Waldeck-Pyrmont, el coude Ciano, ministro de Asuntos Exteriores de Italia, comandantes de la circunscripción militar, el jefe de Sanidad del Reich doctor Conti, y otros visitantes de esta categoría quedaban frecuentemente hasta la hora de formar filas por la noche.» (Página 257.)
Así pues, se ocultaban cuidadosamente las huellas o las pruebas de malos tratos, no solamente en general a los visitantes extranjeros u otros, sino incluso a las más altas personalidades de la S.S. y del III Reich. Yo me figuro que si estas personalidades se hubieran presentado en Dachau y en Birkenau se les habría suministrado respecto a las cámaras de gas explicaciones tan pertinentes como sobre el «potro» de Buchenwald. Y yo planteo la cuestión: ¿Cómo se puede afirmar después de esto que
[223] todos los horrores de los que han sido teatro los campos formaban parte de un plan concertado en las «altas esferas»?...
En la medida en que, a pesar de todo lo que se le ocultaba, Berlín descubría algo insólito en la administración de los campos, se dirigían llamadas al orden a las jefuturas de la S.S.
Una de ellas, que procedía del jefe de la Sección D, estipulaba con fecha del 4 de abril de 1942 lo siguiente:
«El Reichsführer de la S.S. y jefe de la Policía alemana ha ordenado respecto a sus órdenes de apaleamiento (tanto en los hombres como en las mujeres en prisión preventiva) que en caso de que se añada la palabra «grave» conviene que se aplique la pena en las posaderas al desnudo. En todos los demás casos, se seguirá el método usado hasta el presente, conforme a las anteriores instrucciones del Reichsführer de la S.S.»
Eugen Kogon, que cita esta circular, añade:
«En principio, antes de aplicar la pena a palos, la dirección del campo debía solicitar la aprobación de Berlín y el médico del campo tenía que certificar al W.V.H. de la S.S. que el preso tenía buena salud. Este fue el uso durante mucho tiempo en todos los campos, hasta que al fin en gran número de ellos se comenzó por enviar al preso al "potro" y darle tantos golpes como se juzgaba oportuno. Luego, después de haber recibido la autorización de Berlín, se comenzaba de nuevo, pero esta vez oficialmente.» (Página 99.)
No hay que advertir que el apaleamiento se aplicaba casi siempre en las posaderas al descubierto y que para luchar contra este abuso y no para agravar la pena, fue enviada a todos los campos la circular en cuestión.
Ciertamente, uno puede sorprenderse y encontrar bárbaro que el apaleamiento haya sido uno de los castigos previstos. Pero ésa es otra cuestión: en un país como Alemania en el que con el nombre de «Schlag» hasta fines de la guerra 1914-1918 estaba previsto para todo el mundo como el castigo más benigno, no resulta sorprendente que haya sido mantenido por el nacional-
[224] -socialismo para los delincuentes mayores, sobre todo si se tiene en cuenta que la república de Weimar obró de la misma manera. Más sorprende que en un país como Francia, donde montones de circulares han confirmado su supresión desde hace un siglo, millones de negros continúen estando expuestos a él y lo sufran efectivamente con las posaderas al descubierto, puesto que tienen por añadidura la mala suerte de vivir en regiones de la tierra donde no tienen necesidad de ir vestidos.
Otra circular fechada el 28 de diciembre de 1942, procedente de la Oficina central de administración económica de la S.S. (registrado en el libro de correspondencia secreta con el número 66/42, referencia D/111/14h/82.42.Lg/Wy) y llevando la firma del general Kludre de la S.S. y de las Armas S.S., dice:
«... Los médicos
de los campos deben vigilar más de lo que lo han hecho
hasta el presente, la alimentación de los presos, y de
acuerdo con las administraciones deben someter al comandante
del campo sus propuestas de mejora. No obstante, éstas
no deben quedar sobre el papel, sino que deben ser regularmente
controladas por los médicos de los campos.
»Es preciso que la cifra de mortalidad sea disminuida notablemente
en cada campo, pues el número de presos debe ser puesto
al nivel exigido por el Reichsführer de la S.S. Los médicos
primeros del campo tienen que emplear todos sus medios para conseguir
esto... El mejor médico en un campo de concentración
no es el que cree útil distinguirse por una dureza fuera
de lugar, sino el que mantiene en el más alto grado posible
la capacidad de trabajo a través de la vigilancia y procediendo
a cambios en los lugares de trabajo.» (Páginas 111
y 141, citado en dos veces.)
Quizá podrían venir otros documentos en apoyo de la tesis que sostengo: duermen todavía en los archivos alemanes, donde, en caso de que ya estén puestos al día, no han sido publicados por aquellos que han tenido la suerte de compulsarlos. El método que se sigue para efectuar este trabajo es sorprendente. Por ejemplo, con el título de El payaso no ríe David Rousset ha publicado una colección de documentos relativos a las atrocidades
[225] alemanas en todos los dominios; él calla respecto a la segunda de las dos precitadas circulares porque destruye en gran parte su argumentación; y si bien cita la primera, adultera completamente el sentido de ella (49). A este respecto, si bien hay motivos para desconfiar de las explicaciones e interpretaciones de Eugen Kogon, hay que felicitarse de que haya sido lo bastante objetivo - quizá incluso involuntariamente - para descubrir la verdad.
EL PERSONAL SANITARIO.
«En los primeros años el personal sanitario no tenía ninguna competencia. Pero poco a poco logró una gran experiencia práctica. El primer Kapo de la enfermería de Buchenwald era impresor; su sucesor Walter Kramer era una fuerte y animosa personalidad, muy trabajador y con sentido de la organización. Con el tiempo llegó a ser un notable especialista para las heridas y las operaciones. Por su posición, el Kapo de la enfermería ejercía en todos los campos una influencia considerable sobre las condiciones generales de existencia. Por eso los detenidos (50) no llevaron nunca a un especialista a este cargo, aunque ello hubiera sida posible en numerosos campos, sino a una persona que estuviese dedicada enteramente al grupo reinante en el campo. Cuando, por ejemplo, el Kapo Kramer y su más próximo colaborador Peix fueron fusilados por la S.S. en noviembre de 1941, la dirección de la enfermería no pasó a un médico, sino que por el contrario fue confiada al ex diputado comunista en el Reichstag Ernst Busse. Este, con su adjunto Otto Kipp de
[226]
Dresde, se dedicó a la parte puramente administrativa (51) de este servicio cuya actividad no dejaba de desarrollarse, y participó notablemente en la creciente estabilización de las condiciones de existencia. Un especialista, colocado al trente de este servicio, habría llevado sin duda alguna al campo a una catástrofe, pues nunca hubiera podido ser capaz de dominar todas las complicadas intrigas, y cuyo desenlace, yendo más lejos, era frecuentemente mortal.» (Página 135.)
Se estremece uno al pensar que semejante razonamiento haya podido ser hecho por su autor sin turbarse, y se haya propagado entre el público sin levantar irresistibles movimientos de indignada protesta. Para comprender bien todo el horror, conviene saber que el Kapo escogía a su vez a sus colaboradores en función de imperativos que tampoco tenían nada de común con la competencia. Y entender que éstos que a sí mismos se llaman «jefes de los presos», exponiendo a millares de desgraciados a la enfermedad, golpeándoles y robándoles su comida, les hacían cuidar finalmente, sin que la S.S. les obligase a ello, por personas que eran absolutamente incompetentes.
El drama comenzaba en la puerta de la enfermería:
«Cuando finalmente llegaba allí el enfermo, primero tenía que formar fuera en la cola, aun con mal tiempo, y con el calzado limpio. Como no era posible examinar a todos los enfermos, y por otra parte se encontraban entre elles muchos presos que sólo tenían el comprensible deseo de huir del trabajo, un fornido portero preso procedía a la primera selección radical de los enfermos.» (Página 130.)
El Kapo, escogido porque era comunista, elegía un portero no porque fuese capaz de distinguir los enfermos de los demás, o bien entre los primeros a los graves, sino porque era fornido y podía propinar fuertes palizas. No es preciso señalar que le mantenía en buenas condiciones físicas con una sopa suplementaria. Las razones que presidían la designación de los enfermeros
[227] eran de una inspiración tan noble, annque no fuesen de la misma naturaleza. Si en las enfermerías de los campos hubo médicos, aunque tardíamente, fue porque lo impusieron los de la S.S. Incluso fue necesario que viniesen ellos mismos a separarles de la masa cuando llegaban los convoys. Paso por alto las humillaciones y hasta las medidas de retorsión de que fueron víctimas los médicos, cada vez que opusieron los imperativos de la conciencia profesional a las necesidades de la política y de la intriga.
Eugen Kogon ve ventajas en el procedimiento: el Kapo Kramer se había convertido en "un notable especialista para las heridas y las operaciones" y añade:
«Un buen amigo mío, Willy Jellineck, era pastelero en Viena... En Buchenwald era enterrador, es decir un cero en la jerarquía del campo. En su calidad de judío, joven, de alta talla y de una fuerza poco ordinaria, tenía pocas probabilidades de sobrevivir al período de Koch. Y sin embargo, ¿gué llegó a ser? Nuestro major experto en tuberculosis, un notable perito que ha ofrecido ayuda a machos camaradas y que era además bacteriólogo del bloque 50...» (Página 324.)
Yo quiero... Quisiera hacer abstracción del empleo y de la suerte de los médicos de oficio a los que la Häftlingsführung juzgó menos interesantes individual y colectivamente que a Kramer y Jellineck. Quiero incluso haber abstracción también del número de muertos que han pagado la notable prueba de estos últimos. En caso de que se admita que estas consideraciones son insignificantes, ya no hay razón para no extender esta experiencia al mundo de fuera de los campos de concentración y generalizarla. Se podrían dictar inmediatamente con toda tranquilidad dos decretos: el primero suprimiría todas las facultades de medicina y las reemplazaría por centros de aprendizaje de los oficios de pastelero y de tornero; el segundo enviaría a las diversas empresas de obras públicas a todos los médicos que atestan los hospitales o que tienen consulta particular, con el fin de reemplazarles por pasteleros o torneros comunistas o comunistoides.
Yo no dudo que estos últimos saldrían airosamente; en lugar de reprocharles las muertes de todo género que ocasionarían,
[228] se podría poner en su activo la pericia con la cual triunfarían en todas las intrigas de la vida política. Es una manera de ver las cosas.
ABNEGACIÓN.
«Desde el principio, los presos que pertenecían al personal de los servicios dentales trataron de ayudar en todo lo posible a sus camaradas. En todos los centros dentales trabajaban clandestinamente, exponiéndose a graves riesgos y de una manera apenas concebible. Se fabricaron dentaduras, aparatos de prótesis y puentes para los presos a los cuales habían partido los dientes los de la S.S o que los habían perdido con motivo de las condiciones generales de vida.» (Página 131.)
Es exacto. Pero los "camaradas" ayudados eran siempre los mismos: un Kapo, un jefe de bloque, un Lagerältester, un secretario, etc. Los de la masa que habían perdido sus dientes por las razones indicadas murieron sin haber recuperado otros artificiales, o tuvieron que esperar hasta la liberación para ser cuidados.
La clandestinidad de este trabajo era, por lo demás, muy especial y llevaba el acuerdo previo de la S.S.
«Durante el invierno 1939-1940 se llegó a crear una sala clandestina de operaciones gracias a la estrecha colaboración de una serie de comandos y al acuerdo tácito del doctor Blies de la S.S....» (Página 132.)
Se apreciará su alcance y sus consecuencias si se tiene en cuenta que las instalaciones dentales y quirúrgicas estaban previstas en provecho de todos los presos de todos los campos. Y que gracias a la complicidad de algunos de la S.S. bien situados, esas instalaciones pudieron ser desviadas de su fin en provecho exclusivo de la Häftlingsführung. Mi opinión es que si aquellos que procedían a este desvío «se exponían a graves riesgos» resulta muy de justicia... visto desde abajo.
[229]
El mismo Eugen Kogon siente la fragilidad de este razonamiento:
« El último año,
la administración interna de Buchenwald estaba tan sólidamente
organizada, que la S.S. ya no tenía el derecho de inspección
sobre determinadas cuestiones interiores muy importantes.
»Fatigada, la S.S. se había acostambrado ahora a
"dejar ir las cosas a su ritmo" y, en conjunto, permitía
actuar a los políticos.
»Ciertamente, siempre era la clase dirigente la que, identificándose
más o menos (52)
con las fuerzas antifascistas activas, se aprovechaba más
de este estado de cosas: la masa de los presos sólo se
beneficiaba ocasional e indirectamente de ventajas generales,
frecuentemente en este sentido de que ya no había que
temer más la intervención de la S.S. cuando la
dirección de los presos, por su propia autoridad, había
tomado medidas en interés de todos.» (Página
284.)
Evidentemente, se puede interpretar que si «la S.S., en conjunto, permitía actuar a los políticos y dejaba ir las cosas a su ritmo» era porque estaba «fatigada» o «habituada»: también es una manera de ver las cosas... No por ello quedaré menos persuadido de que fue porque los políticos le habían dado pruebas numerosas y perceptibles de su adhesión al mantenimiento del orden, por lo cual había inferido ella que podía otorgarles su cofianza en un elevado número de casos.
En cuanto a las «medidas tomadas en interés de todos», quizá evitaban la intervención de la S.S., pero era precisamente en esta singular «ventaja» en la que radicaban las causas de todas las catástrofes que se descargaban sobre la masa: más vale ser tratado por Dios que por sus santos. Además, si el poder se consolida en la medida en que logra dividir a las posibles oposiciones, también se debilita recíprocamente por ]as disensiones entre los que participan de él: desde este punto de vista, una S.S. ejerciendo un control constante y meticuloso de todo lo que pasaba en el campo, hubiera sustituido la desconfianza por el espíritu de connivencia en todas las relaciones que mantenía con la
[230] Häftlingsführung. Que la S.S. no quería esto, se comprende fácilmente. Pero la otra tampoco lo quería: había pasado deliberadamente el Rubicón, y, en vez de una situación que le hubiese asemejado a la masa de los detenidos, prefería - costase lo que le costase a la comunidad - la posibilidad de practicar una adulación rastrera cuyos insignificantes beneficios le salvaban la vida sumándose los unos a los otros.
CINE, DEPORTES.
«Una o dos veces por semana, a menudo con interrupciones bastante largas, el cine presentaba películas divertidas y documentales. Dadas las horribles condiciones de existencia que reinaban en los campos, más de un camarada no se decidía a ir al cine.» (Página 128.)
«Cosa extraña,
en los campos había algo parecido al deporte. No obstante,
las condiciones de vida no se prestaban especialmente a ello.
Pero había sin embargo jóvenes que creían
tener aún fuerzas para gastar, y lograron obtener de la
S.S. autorización para jugar al fútbol.
»Y los débiles que apenas podían caminar,
los seres descarnados, los consumidos, los medio muertos sobre
sus piernas temblorosas, los hambrientos, asistían con
placer a este espectáculo...» (Páginas 124
y 125.)
Estos débiles, estos hambrientos, estos medio muertos de los que dice Eugen Kogon que asistían con placer, aunque fuese de pie, a un partido de fútbol, son los mismos de los que piensa que, dadas las horribles condiciones de existencia, no tenían el ánimo para ir al cine, donde se estaba sentado.
La verdad es que no iban al cine porque cada vez que había sesión todas las plazas estaban reservadas para la gente de la Häftlingsführung En el fútbol era diferente: el terreno estaba al aire libre, a la vista de todos, y el campo era grande. Todo el mundo podía asistir. También era necesario que no se le ocurriese a algún Kapo el irrumpir con la porra en la mano entre la masa de asistentes y empujase a todos estos desdichados hacia los bloques
[231] con el pretexto de que mejor harían en aprovechar la tarde del domingo para descansar.
Respecto a los «jóvenes que creían tener fuerzas para gastar» y que formaban los equipos de fútbol, se trataba de gente de la Haftlingsfÿhrung o de sus protegidos: se atiborraban de los alimentos robados a los que les miraban, no trabajaban y disponían por tanto de buenas condiciones físicas.
LA CASA DE TOLERANCIA.
«El burdel era conocido con la pudorosa denominación de Sonderbau (53)... Para la gante que no tenía altas relaciones, el tiempo de visita estaba fijado en veinte minutos... Por parte de la S.S. la finalidad de esta empresa era corromper a los políticos... La dirección ilegal del campo había dado la consigna de no ir a él. En conjunto, los políticos siguieron la consigna, de modo que el propósito de la S.S. quedó frustrado.» (Páginas 170 y 171.)
Como el cine, el burdel sólo era accesible a la gente de la Häftlingsführung, la única que por otra parte podía encontrarle alguna utilidad. Nadie se ha quejado nunca y todas las discusiones que podrían establecerse en torno a este hecho no tienen ningún interés. Sin embargo, quiero advertir que:
«Algunos presos sin moralidad, y entre ellos un gran número de políticos, han mantenido horribles relaciones, primeramente a través de la homosexualidad, luego con la pederastia tras la llegada de los jóvenes.» (Página 236.)
Mi opinión es que los políticos en cuestión hubiesen hecho major en ir al burdel, ya que se les ofrecía la posibilidad. El razonamiento consistente en alabarles por haber rechazado el ofrecimiento con el pretexto de no dejarse corromper (!...), se convierte en una monstruosa impostura a partir del momento en que conduce a la corrupción de los jóvenes. Añado aún que fue
[232] justamente para quitar toda excusa y justificación a esta corrupción de menores, para lo que la S.S. tenía previsto el burdel en todos los campos...
SOPLONERíA.
«Las jefaturas de la S.S. colocaban espías en los campos para estar informadas de los sucesos internos... La S.S. sólo obtenía resultados con espías escogidos en el propio campo: delincuentes comunes, asociales y también políticos... (Página 276.)
«Era muy raro que la Gestapo escogiese en los campos presos para hacer de ellos espías y soplones. La Gestapo hizo tan malas experiencias con las tentativas de este género, que felizmente sólo empleó este media en casos muy raros.» (Página 225.)
Parece bastante sorprendente que un procedimiento que daba resultados cuando era empleado por la S.S., pudiese fracasar al servicio de la Gestapo. De hecho, es exacto sin embargo que la Gestapo sólo excepcionalmente recurrió a él: no tenía necesidad. Todo internado que conservaba una parte de poder o un empleo por recomendación era más o menos un soplón que informaba a la S.S. directamnente o por mediación de otra persona: cuando la Gestapo quería un informe, le bastaba con pedírselo a la S.S...
Examinados atentamente , los campos estaban cogidos en las mallas de una vasta red de soplones. En la masa estaban los pequeños, los mercachifles del oficio que informaban a la gente de la Häftlingsführung por servilismo congénito, por una sopa, un pedazo de pan, una barra de margarine, etc., o incluso inconscientemente. Por grandes que hayan sido, sus fechorías no han entrado aún en la historia por falta de historiadores. Por encima de ellos, estaba toda la Häftlingsführung, que cuando era menester espiaba a la masa por cuenta de la S.S. Finalmente, la Häftlingsführung estaba compuesta por individuos que se espiaban entre ellos.
En estas condiciones, la delación tomaba frecuentemente aspectos singulares:
[233]
«Wolf (antiguo miembro de la S.S., homosexual y Lagerältester en 1942) se puso a denunciar por cuenta de sus amigos polacos (era el amante de un polaco) a otros camaradas. Incluso en cierta ocasión, fue lo bastante insensato como para proferir amenazas. Sabía que un comunista alemán de Magdeburgo iba a ser liberado. Cuando le dijo que sabría impedir su liberación señalándole por actividad política en el campo, recibió como respuesta que la S.S. conocería sus prácticas de pederastia. La contienda se envenenó hasta el punto de que la dirección ilegal del campo se adelantó a la acción de los fascistas polacos entregándoles a la S.S.» (Página 280.)
Dicho de otra manera, la denuncia que era una ignominia cuando era practicada por los verdes, se convertía en una virtud, incluso con carácter preventivo, cuando era hecha por los rojos. ¡ Dichosos rojos que pueden librarse colocando la etiqueta de «Fascista» sobre la frente de sus víctimas!
Pero en lo siguiente se ve mejor:
«En Buchenwald tuvo lugar , en 1941, el caso más famoso y más siniestro de denuncias voluntarias (54) cuando el emigrado ruso blanco Gregorij Kushnir-Kushnarev, que pretendía ser general zarista y ganó durante meses la confianza de numerosos medios, se puso a entregar al cuchillo de la S.S. a toda clase de camaradas, especialmente de prisioneros rusos. Este agente de la Gestapo, responsable de la muerte de centenares de presos, se atrevía también a denunciar de la manera más infame (55) a todos aquellos con los cuales había entrado en conflicto, incluso por motivos secundarios. Durante mucho tiempo no fue posible cogerle solo para matarle, pues la S.S. velaba especialmente por él. Finalmente, ella le nombró, de hecho, director del secretariado de los presos. En este puesto no se contentó con provocar la caída de todos aquellos
[234]
que no le agradaban, sine que entorpeció el empleo de los servicios de la organización autónoma de presos en favor de los detenidos. Finalmente, en los primeros días de 1942, se sintió enfermo y fue lo bastante estúpido como para dirigirse a la enfermería. Así se entregó a sus adversarios. Con la autorizaciórõ del doctor Hoven de ta S.S., que había trabajado durante mucho tiempo en este asunto y estaba de parte de los potíticos, se declaró inmediatamente que Kushnir era contagioso, se le aisló, y unas horas más tarde se le mató con una inyección de veneno.» (Página 276.)
Gregorij Kushnir-Kushnarev probablemente era culpable de todo lo que se le acusa, pero todos aquellos que han trepado por los escalones de la jerarquía de los campos de concentración y han ocupado el mismo puesto antes o después que él, se han portado de la misma manera y tienen sobre su conciencia los mismos crímenes. Este no tenía la aprobación de Eugen Kogon... Sea lo que sea, es difícil de creer que la S.S., en la persona del doctor Hoven, haya tomado gratuitamente una parte tan activa en su eliminación.
Eugen Kogon añade:
«Recuerdo todavía el suspiro de alivio que pasó a través del campo, cuando con la rapidez del relámpago se difundió la noticia de que Kushnir había muerto en la enfermería.»
El clan del que formaba parte el testigo lanzó sin duda alguna un suspiro de alivio, y esto se concibe ya que esta muerte significaba su advenimiento al poder. Pero el suspiro fue sólo de satisfacción en el resto del campo, en el que la muerte por ejecución de un miembro influyente de la Häftlingsführung siempre era acogida con alguna esperanza de ver mejorar por fin la suerte común. Al cabo de algún tiempo, se descubría que nada había cambiado y hasta la siguiente ejecución resultaba indiferente para todo el mundo el ser sacrificado en el altar de la verdad o en el de la mentira, unidos ambos en el horror.
[235]
TRANSPORTES.
«Se sabe que en los campos la oficina estadística del trabajo, formada por presos, administraba el empleo de los trabajadores bajo el control y las instrucciones del jefe de la mano de obra y del servicio del trabajo. Con los años, la S.S. no pudo atender las enormes peticiones. En Buchenwald, el capitán Schwarz de la S.S. sólo intentó una vez formar por sí mismo un transporte de mil presos. Después de haber hecho permanecer a casi todo el campo media jornada en la plaza para pasar revista, logró reunir 600 hombres. Pero los individuos examinados que hubieran tenido que salir de la fila se marcharon sencillamente en otras direcciones y nadie quedó en manos de Schwarz...» (Página 286.)
A mi juicio, no había ningún inconveniente para que la experiencia Schwarz se repitiese cada vez que se tratase de organizar un transporte hacia cualquier lugar de trabajo: si la S.S. nunca hubiera podido lograrlo, hubiera sido mejor. Pero:
«A partir de este momento, el jefe de la mano de obra confió a los presos de la Arbeitsstatistik todas las cuestiones sobre el reparto del trabajo.» (Ibídem.)
Y después de haber sido uno seleccionado en la plaza, ya no era posible "marcharse en otras direcciones" como con Schwarz: todos los Kapos, jefes de bloque, Lagerschutz (56) etc., con la porra de goma en la mano, formaban una amenazadora barrera contra toda tentativa de huida. Comparado con ellos, el S.S. Schwarz resultaba un bonachón. Eran comunistas, antifascistas, antihitlerianos, etc., pero no podían tolerar que alguno turbase el orden hitleriano de las operaciones, o intentase disminuir el esfuerzo bélico del III Reich procurando escapar a él. En cambio, tenían el derecho de designar a los presos que formarían parte de los transportes y preparaban las listas de ellos con un afán por encima de todo elogio, como ya hemos indicado anteriormente.
[236]
CUADRO.
«Una posibilidad resultante del "poder ofrecido por la corrupción" era el enriquecimiento de uno o varios hombres a expensas de los demás. Esto tomó a veces en los campos proporciones vergonzosas, incluso en aquellos en los que los políticos estaban en el poder. Más de uno que se aprovechaba de su posición ha llevado una vida de príncipe mientras que sus camaradas morían a centenares. Cuando las cajas de víveres destinadas al campo, con manteca, salchichones, conservas, harina y azúcar, eran sacadas fraudulentamente del campo por los cómplices de la S.S. para ser enviadas a las familias de los presos de que se trata, ciertamente no se puede decir que esto estaba justificado. Pero lo más exasperante era cuando los miembros de menor importancia de la Häftlingsführung, en una época en que los S.S. territoriales ya no llevaban botas altas sino simples zapatos del ejército, se paseaban orgullosamente con trajes de moda y hechos a la medida, como ridículos magnates, y ¡ a veces incluso llevando un perrito con una cuerda! ¡ Esto en un caos de miseria, de inmundicia, de enfermedad, de hambre y de muerte! En este caso "el instinto de conservación" sobrepasaba todo límite razonable y desembocaba en un fariseísmo ciertamente ridículo pero duro como la piedra, y que se acomodaba mal a los ideales sociales y políticos proclamados al mismo tiempo por estas personas.» (Página 287.)
Así era en todos los campos. Salvo la indulgencia y algunas reticencias, no se podría exponer mejor, ni en menos palabras, todas las razones del horror: el instinto de conservación. Y todos sus medios: la corrupción.
Si bien se podría interrumpir aquí el comentario de este cuadro, también se puede tomar ejemplo en él para determinar que el instinto de conservación, tema muy antiguo, es una cosa totalmente distinta a lo que una moral pueril enseña. Desde el feroz Guitton que, sitiado por Richelieu en La Rochelle, se hacía
[237] sangrías para alimentar a su hijo con la sangre cocida, hasta Saturno que devoraba a sus hijos al nacer para escapar a la muerte con la que le amenazaba el Titán, es susceptible de las más variadas reacciones humanas. En una sociedad que asegura desde el principio la vida a todos los individuos, hay más hombres como Guitton que como Saturno: el comportamiento individual no permite de ninguna manera afirmar lo contrario, salvo en caso excepcional. Pero este comportamiento sólo es un barniz al que nada araña. Basta con rasparle un poco: si las condiciones sociales cambian brutalmente, la naturaleza humana aparece con todo el valor que une a la vida.
El buen sentido popular conta en la voz de todos los niños de Francia que Il était un petit navire... (57), y se consuela en la medida en que cree disminuir el horror de la situación afirmando que «se echaron pajas» para saber quién sería comido, en vez de dejar la decisión a una conjura, o tomarla «democráticamente» en asamblea general. Pero este buen sentido popular no dejó de indignarse cuando supo que en la realidad el pequeño navío se había convertido en el dirigible del general italiano Nobile, estrellado en los hielos polares, y cuando se enteró de que el general fue acusado de haber sobrevivido hasta la llegada de la expedición de socorro que localizó los restos, comiéndose a uno o varios de sus compañeros. Si ella no reacciona violentamente contra los relatos de los campos de concentración, es porque no resalta con claridad cómo la burocracia interna se ha comido a la masa de presos utilizando todos los medios de corrupción, guardando para ella las pajas más cortas y encargando del sorteo a la S.S.
Antes de esta guerra, yo mismo he conocido a muchas personas que «preferían morir de pie a vivir de rodillas». Sin duda alguna eran sinceras, pero en los campos han vivido en el colmo del servilismo, y algunas de ellas han cometido los peores crímenes. Al volver a la vida civil, o simplemente a la vida, inconscientes de la derrota que han sufrido en el ejemplo que ellos mismos han dado, siguen siendo tan intransigentes en el proyecto, pronuncian los mismos discursos y... están dispuestos a empezar a hacer con el bolchevique lo que han hecho con el nazi.
En realidad, se aprecia muy bien que fuera del instinto de
[238] conservación que ha intervenido en todos los grados jerárquicos, tanto en el simple preso ante el burócrata, como en el burócrata ante la S.S. e incluso en la S.S. ante sus superiores, no hay explicación valedera para los acontecimientos del mundo de los campos de concentración. Se aprecia muy bien pero no se quiere admitirlo. Entonces se puede recurrir al psicoanálisis: ya los médicos de Molière hablaban a sus enfermos en un latín que no conocían mejor que su profesión y tenían el asentimiento resignado de la opinión pública.
APRECIACIONES.
«Los acontecimientos en los campos de concentración están llenos de singularidades, tanto por parte de la S.S. como por la de los presos. En general, las reacciones de los prisioneros parecen más comprensibles que las de sus opresores. Las primeras quedaban en efecto en el campo de lo humano, mientras que las otras estaban marcadas por lo inhumano.» (Página 305.)
A mi juicio, sería más justo decir que las reacciones de unos y otros pertenecían a lo humano, en el sentido biológico de la palabra, y que en lo que atañe más especialmente a la Häftlingsführung y a la S.S. ambas estaban marcadas por lo inhumano en el sentido moral.
Más adelante, puntualiza Eugen Kogon:
«Los que menos se han transformado en los campos son los asociales y los criminales profesionales. La razón debe ser buscada en el paralelismo entre su estructura psíquica y social y la de la S.S.» (Página 320.)
Quizá. Pero también es necesario reconocer que si el ambiante de los campos no era adecuado para que naciese la mentalidad de un político en un asocial o en un criminal, suministraba por el contrario múltiples razones a un político para que se transformase en un bribón. Este fenómeno no es peculiar del campo de concentración: se observa constantemente en todos los reformatorios y prisiones donde se pervierte con el pretexto de regenerar.
[239]
La teoría de la represión, del profesor Freud, explica muy bien todo esto y sería pueril insistir en ello. La del valor del ejemplo no lo contradice: en todas estas instituciones, la mentalidad del conjunto, resultante de una práctica sistemática de la coacción, tiende a amoldarse al nivel más bajo, generalmente representado por el guardián, lazo de unión entre todos los presos. No hay por qué extrañarse: el medio social en el que vivimos, y que rechaza el de los campos con tan virtuosa indignación pero practicándolo en grados diversos, ha permitido al político convertido en granuja - momentáneamente, confío - el ¡ figurar como héroe!
Esto se debe sin duda a que ha presentido en este orden de ideas el reproche que Eugen Kogon, adelantándose, ha escrito en su Prólogo:
«Era un mundo en sí,
un Estado en sí, un orden sin derecho en el cual se arrojaba
a un ser humano, que a partir de ese momento, sacando partido
de sus virtudes y sus vicios - más vicios que virtudes
- sólo combatía para salvar su miserable existencia.
¿Luchaba sólo contra la S.S.? ¡ Por supuesto
que no! Le era preciso luchar otro tanto, si no más, contra
sus compañeros de cautiverio... (58).
»Decenas de milares de supervivientes a los que el régimen
de terror ejercido por arrogantes compañeros de infortunio
ha hecho sufrir aún más quizá que las infamias
de la S.S., me agradecerán por haber señalado igualmente
este otro aspecto de los campos, por no haber tenido miedo de
descubrir el papel representado en diversos campos por ciertos
tipos políticos que hoy pregonan a voces su antifascismo
intransigente. Yo sé que algunos camaradas míos
se han desesperado viendo cómo la injusticia y la brutalidad
fueron adornadas después con la aureola del heroísmo
por personas honradas que no sospechaban nada. Esos explotadores
de los campos no serán ensalzados en mi estudio porque
éste ofrece los medios para hacer palidecer esas glorias
usurpadas. ¿ En qué campo estuviste? ¿En
qué Kommando? ¿Qué función
ejercías? ¿Qué color llevabas? ¿A
qué partido pertenecías? Etc.» (Página
17.)
[240]
Lo menos que se le puede decir es que el testigo no ha cumplido su promesa: se buscaría en vano en toda su obra un tipo político al que él acuse concretamente. Por el contrario, desde el principio al final, defiende al partido comunista indirecta o expresamente:
«Este muro elástico
levantado contra la S.S... Fueron los comunistas alemanes los
que suministraron los mejores medios para llevar a cabo esta
tarea.
»Los elementos antifascistas, es decir, en primer lugar
los comunistas...» (Página 286.)
etc., y en consecuencia a la burocracia de los campos, ya que sólo podían pretender entrar y quedarse en ella los que decían que eran comunistas. En cierta medida, habla también a favor de sí mismo, y dudo mucho de que después de haber cerrado el libro, incluso el lector menos avisado no tenga un deseo irresistible de aplicarle el método que él aconseja: ¿qué funciones ejercías tú?
La conclusión de todo esto es la siguiente:
«Los relatos de los campos de concentración despiertan generalmente, a lo sumo, extrañeza o algún gesto; difícilmente se convierten en una cosa que impresione al espíritu y en ningún caso llegan a conmover al corazón.» (Página 347.)
Evidentemente, ¿pero quién es culpable? En el entusiasmo de la liberación, al exteriorizar un resentimiento acumulado durante los largos años de la ocupación, la opinión pública ha admitido todo. Al normalizarse progresivamente las relaciones sociales y al purificarse la atmósfera, ha resultado cada vez más difícil el subyugarla. Hoy todos los relatos de los campos de concentración le parecen mucho más justificaciones que testimonios. La opinión pública se pregunta cómo ha podido caer en la trampa, y con un poco más haría pasar a todos al banquillo de los acusados.
[241]
NOTA BENE.
He hecho caso omiso de cierto número de historias inverosímiles y de todos los artificios de estilo.
Entre las primeras, es preciso señalar la mayor parte de las relativas a la escucha de emisiones extranjeras: yo no he creído nunca que fuese posible montar y utilizar un receptor clandestino en el interior de un campo de concentración Si la Voz de América, de Inglaterra o de Francia libre penetraron a veces en elloes, fue con el consentimiento de la S.S., y sólo un número muy reducido de presos privilegiados pudo aprovecharse de estolen circunstancias que dependían exclusivamente del azar. Así, esto me sucedió personalmente en Dora durante el corto período que ejercí las nobles funciones de Schwung (ordenanza) del Oberscharführer (brigada, según creo) que mandaba la Hundestaffel (compañía o sección de perros).
Mi trabajo consistía en mantener en estado de limpieza un bloque de soldados de la S.S. de mayor o menor graduación, dur lustre a sus botas, hacer las camas, limpiar los platos, etc., todo lo cual lo hacía con el mayor respeto y concienzudamente. En cada una de las habitaciones de este bloque había un receptor de radio: ni por todo el oro del mundo me hubiese permitido girar el botón, aún teniendo la certidumbre absoluta de estar totalmente solo. Por el contrario, sucedió dos o tres voces, hacia las ocho de la mañana, cuando todos sus subordinados se encontraban en el trabajo, el llamarme mi Oberscharführer a su cuarto, conectar el receptor con la B.B.C. en francés, y pedirme que le tradujese lo que escuchaba a escondidas.
Al volver por la noche al campo, yo se lo comunicaba en voz baja a mis amigos Delarbre (de Belfort) y Bourguet (del Creusot), recomendándoles encarecidamente que lo guardasen para ellos o lo transmitiesen solamente a los camaradas muy seguros, e incluso en una forma bastante estudiada para no llamar la atención y no permitir el remontarse a los orígenes.
No nos pasó nada (59). Pero al mismo tiempo hubo en el campo un asunto de escucha de emisoras extranjeras, en el cual - según creo - estuvo mezclado Debeaumarché. Yo no he sabido nunca de qué se trataba exactamente: uno de los miembros de
[242] este grupo se me acercó un día contándome que tenía un receptor clandestino en el campo, que por medio de él un movimiento político recibía órdenes de los ingleses, etc., y corroboró sus declaraciones dándome noticias que yo había escuchado por la mañana o la víspera con mi Oberscharführer. Le confesé mi escepticismo en tales términos que me empezó a considerar como uno del que era necesario desconfiar. Esta fue mi suerte: unos días después hubo en el campo detenciones en masa, en tre ellas la del interesado y el propio Debeaumarché. Todo este terminó en que algunos fueron colgados. Verosímilmente se trataba en su origen de un preso en el mismo caso que yo, que había hablado demasiado y cuyos imprudentes chismes habían llegado a través de un soplón de la Häftlingsführung hasta el Sicherheitsdienst (servicio de la policía secreta de la S.S.)
Cuando Eugen Kogon escribe:
«Yo he pasado muchas noches con unos pocos iniciados ante un receptor de cinco lámparas que le había cogido al doctor Ding-Schuller de la S.S. "para hacerlo reparar en el campo". Escuchaba La Voz de América en Europa así como el Soldatensender West (60) para taquigrafiar las noticias de importancia.» (Página 283.)
Le creo fácilmente. Aunque me inclino más a pensar que ha escuchado emisiones, sobre todo en compañía del doctor Ding-Schuller (61). Pero todo lo demás es sólo una manera de dar consistencia al cuadro, por un lado para hacer creer en un comportamiento revolucionario de los que detentaban el poder, y por otro para disculpar mejor sus monstruosos abusos.
[243]
En cuanto a los artificios de estilo, he omitido también afirmaciones como:
«... se piensa en las prestaciones de juramento de los aspirantes de la S.S. en la catedral de Quedlinburg, a medianoche, en la que ante los restos mortales (por otra parte supuestos, pero declarados poco antes como auténticos) de Enrique I, fundador del poderío alemán oriental en el medioevo, se dedicaba Himmler a desarrollar la mística de la «comunidad de los conjurados». Después, bajo un sol radiante, iba a cualquier campo de concentración para ver azotar (62) en serie a los presos políticos.» (Página 24.)
o como la siguiente:
« La señora Kock, que antes había sido taquigrafa en una fábrica de cigarrillos, a veces tomaba baños en vino de Madeira que era vertido en una bañera,» (Página 266.)
que abundan a cuenta de todos los grandes
personajes del régimen nazi y que crean excelentes efectos
de sadismo. Ellas me parecen depender del mismo estado de espíritu
que llevó a Le Rire a publicar, en septiembre de
1914, una fotografia del niño con las manos cortadas; a
Le Matin del 15 de abril de 1916 a presentar como un paranoico
canceroso, al que sólo le quedaban como máximo unes
meses de vida, al emperador Guillermo II, que acabó sus
días, unos veinte años después, en un retiro
dorado cerca de Hammerongen, y a Henri Desgranges en L'Auto
en septiembre de 1939 a burlarse de un Goering al que le faltaba
jabón blando para lavarse. La vulgaridad del procedimiento
sólo es igualada por la credulidad popular y la imperturbabilidad
con la cual, aquellos que lo emplean, repiten sus historias respecto
a todos los enemigos en todas las guerras.
1
/ Esta cita no está truncada, a pesar de la falta de sintaxis
que podría hacerlo creer y que ponen en evidencia las palabras
subrayadas. En «El derecho de vivir» del 15 de diciembre
de 1950, el señor Martin-Chauffier ha pretendido en los
siguientes términos que el texto estaba correctamente escrito:
"Es inútil añadir que la falta de sintaxis
no existe una mentira más sino que un punto y coma introducido
por el señor Rassinier en lugar de los dos puntos que yo
había puesto pueden engañar a los que no están
muy seguros de su gramática." Pues bien, el señor
Martin-Chauffier está persuadido de que un clavo saca otro
clavo. Y está demasiado «seguro de su gramática»
para que se le pueda contar fácilmente las relaciones que
existen entre el verbo y su sujeto o el pronombre y su antecedente.
Moraleja: un señor que sale de la Escuela de Archiveros
parece ser que no está obligado a saber lo que se exige
a un niño de diez años para admitirle en la 6.ª
clase. Nada de discutir por discutir, hemos restablecido los dos
puntos reclamados por el señor Martin-Chauffier y que una
malhadada errata había reemplazado efectivamente por un
punto y coma en la primera edición; al lector que vea que
esto modifica en algo la cuestión le rogamos que nos escriba
(se le recompensará!).
(*) Rassinier observa que en
la cita recogida como la palabra "aquéllos" va
en plural el resto de las palabras subrayadas debiera ir en el
mismo número. Al replicar, Martin-Chauffier comete de nuevo
la falta cuando dice "un punto y coma.., pueden engañar...".
Véase también la página 295, nota 176. (N.
del T.)
2 / Subrayado
en el texto.
3 / Enfermería.
4 / Que
yo sepa sólo ha sido citado por Jean Puissant en su libro
La colina sin pájaros (ediciones del Rond-Point,
1945). Una monografía honesta y minuciosa el mejor testimonio
sobre los campos.
5 / Jefes
de cuarto, ayudantes y enfermeros.
6 / Dominique
Canavaggio dice justamente "ya": es decir, no lo había
sido siempre.
7 / «Los
franceses deben saber y deben guardar en la memoria que los mismos
errores llevarán a los mismos horrores. Deben quedar advertidos
del carácter y de las taras de sus vecinos más allá
del Rhin, raza de dominadores, y es por eso por lo que el n·
43.652 ha escrito estas líneas. Franceses, estad alerta
y no olvidéis nunca.» (Hermano Birin, 16 meses
de presidio, pág. 117.) Por otra parte, «el boche»
había vuelto a florecer en todos los labios, con el odio
que se une a la palabra cuando se la pronuncia bien.
8 / La
prueba. «Mientras que varias centenas de millares de "personas
desplazadas" adultas han logrado abandonar los campos y partir
hacia las dos Américas, millares de niños han quedado
con los ancianos bajo el control del I.R.O. en los siniestros
barracones de Alemania, Austria e Italia. Pero la organización
internacional de refugiados cesará definitivamente sus
trabajos en unos meses y uno se pregunta cuál será
la suerte de estos huérfanos abandonados dos veces.
De aquí en adelante su
situación es trágica, pues en ciertos campos sólo
reciben la alimentación equivalente a trescientas o cuatrocientas
calorías diarias, y nadie sabe si esta ración insuficiente
podrá ser mantenida. La mortalidad, en tales condiciones,
ocasiona terribles estragos.» (La Bataille, 9 de
mayo de 1950.) El diario precisa que son 13 millones los que viven
así, en una Europa desembarazada de Hitler, de Mussolini
y de toda preponderancia fascista reconocida. Yo pido que se avergüen
los tratamientos a los cuales les someten sus guardianes. P. R.
9 / Esta
teoría está afirmada con mayor claridad en Los
días de nuestra muerte.
10 /
Soldado de la S. S. Responsable de la vida de un bloque.
11 /
Jefe de los presos, escogido entre ellos por la S.S.
12 /
En alemán los campos eran denominados "Schutzhaftlager",
es decir, campo de presos protegidos (contra el furor del pueblo).
13 /
Campos de concentración, de trabajo y de castigo.
14 /
Dirección del campo por los propios detenidos (Véase
la página 78).
15 /
Esta distinción le había sido acordada por la pandilla
reinante. Se trata de Marcel Paul. (Véase la pág.
80.)
16 El
mismo fenómeno se ha puesto en evidencia en el proceso
recientemente incoado contra la "Obra de las madres y de
los niños" de Versalles, cuya directora era la mujer
del general Pallu. La instrucción del expediente ha revelado
que:
"Los niños estaban mal vestidos, en una repugnante suciedad, en una sala donde pululaban plagas de insectos. Los jergones estaban podridos por los excrementos y la orina; los gusanos bullían en algunos de ellos. Había una sola sábana y una manta. Todos los retretes estaban obstruidos. Los niños hacían sus necesidades donde se encontraban. Estaban llenos de erupciones y de piojos."
Eso como decorado. Allí han muerto de hambre 13 niños. Sin embargo la obra de la mujer del general, reconocida de utilidad pública, además de las raciones normales recibía otras suplementarias. De esto, los niños no veían nada: la mitad de la leche era agua, las materias grasas servían para la alimentación del personal, el azúcar estaba racionado al máximo.
Los niños tenían demasiado ha dicho una vigilante.
A la mujer del general había que entregarle diariamente litro y medio de leche, chocolate, arroz, carne óy de primera calidad. La directora, una morena menuda, enviaba a su familia paquetes de veinte kilos "de sus fondos personales".
Todos ellos estaban bien alimentados y no se extrañaban de esta alimentación escogida en la época de los nabos para cada día.
¿Y los niños? Ah, era tan fácil. Ellos no reclamaban nada.
¿No había pues médicos? Naturalmente que sí. Se contentaban quizá con una visita temprano...
¿Este caso de sarampión? dice el doctor Dupont. Es corriente. Lo he cuidado normalmente. (¡sobre un jergón podrido, con una sola manta!... entonces vino una bronconeumonía y la muerte...).
El sustituto interroga al otro médico, el Dr. Vaslin.
¿Acudió usted pues cuando se le hizo saber que el joven Dagorgne había sido transportado al hospital donde murió a los dos días?
No pude. Era la hora de mi almuerzo.... quiero decir de mi consulta. (Le Populaire, 16 de mayo de 1950).
Esta página es digna
de los mejores relatos de los campos de concentración.
El drama ha tenido lugar en Francia y la opinión pública
no ha sabido nada de ello, ni tampoco la administración
de la cual dependía la "Obra de las madres y de los
niños", los niños morían allí
como los presos de los campos, en las mismas condiciones y por
las mismas razones... ¡sin embargo en un país democrático!
17 /
Parte primera, capítulo IV.
18 /
Comando especial destinado en el crematorio.
19 /
En una nota de la edición alemana de La mentira de Ulises
se señala que la siguiente cita ya no está redactada
en estos términos en la 5ª edición alemana
del libro de Kogon (N. del T.)
20 /
¿Se han encontrado estas órdenes? Si es así,
por qué no se publican? En caso contrario, ningún
historiador aceptará nunca que se haga mención de
ellas.
21 /
Si su nombre fue publicado, quizá se le podría interrogar.
22 /
¡Por una singular casualidad se encuentra en zona rusa!...
23 /
De hecho, tras un viaje realizado en espantosas condiciones, llegó
a un Bergen-Belsen en el cual convergían convoys de ineptos
procedentes de toda Alemania, a los cuales no se sabía
donde alojar ni cómo alimentar, lo que tenía el
don de excitar a la S.S. y a las porras de los Kapos...
El vivió allí días horribles y finalmente
fue devuelto al trabajo.
24 /
Ni tampoco por los testimonios presentados ante el Tribunal de
Nuremberg.
25 /
Otros dos textos son citados por David Rousset en El payaso
no ríe. El primero es una declaración de un
tal Arthur Brosch en Nuremberg, refernte a la construcción
de las cámaras de gas y no a su empleo. El segundo, relativo
a unos coches que provistos de un dispositivo asfixiante habrían
sido utilizados en Rusia, lleva la firma de un alférez
y está dirigido a un teniente. Ninguno de ambos escritos
permiten acusar a los dirigentes del régimen nazi de haber
ordenado exterminios por gas.? Se les encontrará en el
apéndice a este capítulo.
26 /
Subrayado en el texto.
27 /
Subrayado en el texto.
28 /
Es curioso que se haya encontrado este inforne del alférez
y no la ordenanza a la cual se refiere - a no ser que se publique
el uno, pero no la otra.
29 /
Qué detenidos?
30 /
El gaseamiento se hacía, pues, por los vapore de carburante:
la palabra queda ahora para los técnicos.
31 /
Publicado con el título de Der SS-Staat en la edición
original alemana.
32 /
Este periodista es actualmente catedrático en el Instituto
politécnico de Darmstadt. En la edición alemana
de La mentira de Ulises observa el editor que según
dio a conocer el semanario Reisruf de Hanover el 21 de
febrero de 1959, Kogon fue redactor del órgano oficial
de los nacionalsocialistas autríacos Osterreichischen
Beobachter en los comienzos del nazismo. También lo
fue de un semanario católico. A partir de 1934 pasó
a ser administrador de los bienes del príncipe austrohúngaro
de Sajonia-Coburgo-Gotha. Detenido en Viena en el otoño
de 1939, pasó al campo de Buchenwald como preso político
y permaneció en él hasta la derrota alemana. A principios
de 1942 fue secretario de la sección de Patología
y en la primavera de 1943 secretario del Sturmbahnführer
Ding. (N. del T.)
33 /
Durante este tiempo, el doctor Seguin nunca pudo hacerse tomar
en consideración por la Häftlinsführung.
El doctor Seguin es el doctor X... de la página 56: murió
por no haber sido reconocido nunca como médico por los
comunistas que le enviaron al Steinbruch (cantera).
34 /
En consecuencia, el nacionalsocialismo le había recibido
de la rebública de Weimar. Este hecho no carece de humor,
ya que caracteriza una meta común en ambos regímenes.
35 /
No parece haber encontrado a un Martin-Chauffier.
36 /
O más simplemente aún, que la molestaban, que amenazaban
con ascender a puestos importantes. El argumento de colaboración
con la S.S. carece por otra parte de valor: esta "dirección
ilegal" (sic) colaboraba "abiertamente" con la
S.S. como será demostrado en otro lugar.
37 /
En una nota de la edición alemana de La mentira de Ulises
recoge el editor un pasaje del libro Sobre el patíbulo
no crece la hierba de Friedrich Oscar. En él se acusa
a los testigos de diferentes procesos de la posguerra cuyos testimonios
eran contradictorios entre sí. Dice Oscar que en los interrogatorios
realizados por la defensa de algunos acusados quedó patente
que la mayoría de los testimonios de Eugen Kogon no eran
directos como éste pretendió al principio, sino
que los conocía de haberlos oído decir a otros.
Como testigo de cargo sus declaraciones fueron contradictorias.
En el proceso de los médicos - señala Oscar - declaró
Kogon bajo juramento que él no sabía nada acerca
de la "dirección ilegal de los presos": sin embargo
en el proceso de Buchenwald que tuvo lugar en Dachau en 1947,
Kogon manifestó, también bajo juramento, que él
mismo había pertenecido a esa "direccion ilegal de
los presos" del campo. (N. del T.)
38 /
Eugen Kogon emplea tanto la palabra "ilegal" como la
de "clandestina" para caracterizar a la Häftlingsführung.
En realidad ésta no tenía nada de ilegal ni de clandestina.
39 /
Véase en la primera parte la página 79.
40 /
"last but not least" : lo que va en último lugar
pero no en último orden de importancia. (N.del T.)
41 /
Había muchos comunistas que no lo estaban, aquellos que
ante todo eran gentes honradas. Estaban perdidos en la masa y
seguían la suerte común.
42 /
Es preciso observar que los de la S.S. no sustraían generalmente
por sí mismos o lo hacían muy tímidamente:
"dejaban" robar por su cuenta y así eran mejor
servidos.
43 /
Entre comillas en el texto.
44 /
Probable solamente, lo subrayo.
45 /
Un verde, y por eso se relata el incidente como si tuviese un
"valor de ejemplo".
46 /
Subrayado por nosotros.
47 /
La prisión interior del campo. De creer a Eugen Kogon,
"No fue la SS. quien la inventó sino el primer
Lagerältester Richter» (pag. 174), cuando la S.S.
ni siquiera pensaba en ello.
48 /
Para el lector que encuentre este punto de vista un poco aventurado
me permito recordarle mi nota marginal de la página 184.
En Francia, los ministerios de Justicia y de Educación
Nacional ignoran poco más o menos todo lo que sucede en
las prisiones y en los campos llamados de reeducación:
las normas prácticas de la disciplina están generalmente
en constante y flagrante delito de violación de las instrucciones
oficiales y nadie se entera de ello más que con motivo
de escándalos periódicos. En todos los países
del mundo sucede así: hay un "mundo de delincuentes
que vive al margen del otro, en situación de relegación,
y en el cual hace de rey el "Chaouch". En los confines
de este "mundo" se sitúan los pueblos coloniales,
a propósito de los cuales los ministerios de Colonias y
de la Guerra de los que dependen, ignoran también totalmente
el comportamiento de sus ayudantes, que llenan sin embargo circulares
humanitarias.
49 /
David Rousset ha hablado igualmente de una disposición
del III Reich para la protección de las ranas y ha comparado
el texto con el inconcebible régimen impuesto a los internados.
¿ Es que hay necesidad de advertir que la Francia republicana
posee colecciones enteras de documentos que legislan sobre la
protección de las ranas, de los pescados, etc., y que cada
año propagan ampliamente todas las prefecturas? ¿
Y qué felices resultados no se podrían obtener con
la pluma si se las comparase con aquellas relativas a la infancia
desgraciada, a la suerte de los pueblos coloniales o aun al régimen
penitenciario?
50 /
Esta generalización es abusiva; se trata sólo de
aquellos que improvisadamente se habían puesto como sus
jefes, por medio de la autoridad que detentaban de la SS.
51 /
Todos los presos de Buchenwald pueden asegurar que su punto de
vista era predominante en materia sanitaria y médica.
52 /
Delicioso eufemismo.
53 /
Casa especial.
54 /
Esta filosofía admite sin duda una denuncia... !involuntaria!
Como se ve, no faltan las salidas de escape.
55 /
¡ Pues evidentemente hay maneras de denunciar que lo son
menos o nada en absoluto!
56 /
Policías escogidos entre los presos.
57 /
Canción popular francesa en la que se relata la travesía
de un barco a cuyos tripulantes se les agotan los víveres.
El cuerpo del grumete soluciona finalmente el problema alimenticio
de los demás. (N. del T.)
58 /
Generalización abusiva: contra aquellos que ejercían
el poder por cuenta de la SS. y desconfiaban del resto de sus
compañeros.
59 /
No constituimos ningún "comité", ni ninguno
de nosotros decía a todo el que se le acercase que estábamos
en relaciones con los aliados.
60 /
Emisora norteamericana que transmitiía en idioma alemán.
61 /
En su tesis Cruz gamada contra caduceo el doctor François
Bayle refiere este curioso testimonio de Kogon en Nuremberg: Ding-Schuller,
médico-jefe del campo de Buchenwald, le pidió que
se ocupase de su mujer y de sus hijos en caso de derrota de Alemania
(!...) Si esta petición llevaba consigo una contrapartida
semejante - !lo que de todas formas no diría Kogon! - la
situación privilegiada de este preso singular se explicaría
por un contrato de colaboración cuya inspiración
y propósitos serían mucho menos nobles de lo que
se ha convenido en admitir hasta ahora. Especular sobre esta hipótesis
sería aventurado; limitémonos, pues, a registrar
que la colabroración de Kogon-SS. fue según su propia
declaración, efectiva, amistosa y a menudo íntima.
El precio que ha pagado la masa de presos es otro cantar evidentemente.
Pues también había una colaboración Kogon-Partido
comunista.
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!Si se ocultaba el «potro» de Buchenwald al jefe de
la Policía de Weimar, es poco probable que se le enseñase
a su ministro!
Joseph Kessel, sabiéndolo por el Dr. Kersten, nos dice por otra parte que «el jefe supremo de los verdugos, el maestro de los suplicios, no soportaba la visión de los sufrimientos ni de una gota de sangre». (Las manos del milagro, pág. 163).
Ediciones ACERVO, Barcelona, 1961. Títulos
de la obras originales:
PASSAGE DE LA LIGNE, Primera edición: 1948 Editions bressanes
LE MENSONGE D'ULYSSE, Primera edición: 1950 Editions bressanes
ULYSSE TRAHI PAR LES SIENS, Primera edición: enero 1961
Documents et témoignages.
Véase obras
originales.