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La Operación "Vicario"

Paul Rassinier

(1966)


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CAPITULO II


EL VERDADERO PROBLEMA


1. Los Papas y la paz

El 20 de septiembre de 1870 es la fecha de la capitulación de Roma sitiada por las tropas de Víctor Manuel y, al mismo tiempo que de la realización definitiva de la unidad italiana (1), del final del poder temporal de los Papas.
Es una línea de separación entre dos Iglesias, entre dos períodos.
Entre dos Iglesias. El 5 de diciembre de 1870, ante el Parlamento italiano que por primera vez en su historia se había reunido (2), Víctor Manuel
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pudo exclamar: "Italia es libre y una; en adelante, nos corresponde a nosotros hacerla grande y feliz".
Se trata de fórmulas que atan desdichadamente a los pueblos: hasta mucho más tarde no se supo lo que aquélla valía exactamente. Quedaban por definir las relaciones del régimen con el papado. Lo fueron unilateralmente por medio de una ley llamada "Ley de garantías", votada por aquel mismo Parlamento el 2 de mayo de 1871 y cuyo contenido puede resumirse así: "En su primera parte, proclamaba la santidad e inviolabilidad de la persona del Papa, le concedía en Italia los supremos honores, una dotación de 3.225.000 liras, la posesión inmunitaria e inalienable del Vaticano, de Letrán, de Casteló-Gandolfo, la inviolabilidad de su residencia y de los Concilios convocados por él, su libre correspondencia con todo el episcopado del mundo católico, sin inmisión del gobierno, y la administracián, en Roma, de las academias, seminarios, universidades y colegios de instrucción eclesiástica.
"En la segunda parte, el Estado renunciaba a todo derecho a disponer de las funciones eclesiásticas, a la formación del exequatur y del placet regium, a la exigencia del juramento de los obispos nombrados por el Papa; y, en contrapartida, se negaba a prestar su asentimiento a los juicios eclesiásticos, nulos en sus efectos cuando estaban en contradicción con las leyes del Estado. Era, casi, la Iglesia libre en el Estado libre" (3).
En aquella época el Papa era Pío IX. Sin pretender juzgar su concepto de su misión apostólica, debemos observar que Pío IX era un nostálgico de la época en que
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Europa no tenía más conciencia de su propio ser que la de la Cristiandad, y un Emperador (Carlomagno) no detentaba el poder temporal más que uno de sus predecesores y se dirigía a Roma para obtener del Papa la consagración en el empleo; en que otro de sus predecesores hizo acudir a Canosa a otro Emperador (Enrique IV); en que, bajo un tercer Emperador (Carlos V), la Europa siempre Cristiandad no era más que el Santo Imperio romano y germánico, mucho más "santo" y "romano", por otra parte, que "germánico". Un Papa cuyas nostalgias habían sido avivadas por la Santa Alianza proclamada en el Congreso de Viena y preocupado únicamente por los problemas de la Fe, la cual, en su espíritu, debía gobernar al mundo; los textos que nos ha dejado lo demuestran claramente: el dogma de la Inmaculada Concepción (1854), el de la infalibilidad pontificia (1870) y el Syllabus (1864) de un modo especial. (4). Un Papa, finalmente, que por estar únicamente preocupado por los problemas de la Fe era completamente ajeno a las contingencias económicas o
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sociales y, en consecuencia, estaba desprovisto de sentido político: se negó, altivamente, se ha dicho, pero sobre todo dignamente, a reconocer la Ley de las garantías de jure, limitándose a reconocerla de facto, y se consideró como un prisionero de las fuerzas del diablo en el Vaticano, del cual se negó a salir a partir de entonces (5).
Aunque poniendo al mal tiempo buena cara, los sucesores de Pío IX supieron sacar un partido muy ventajoso de aquella nueva situación: desposeídos de todo poder temporal, no podía escapárseles que estaban libres al mismo tiempo de todas sus sujeciones, especialmente, no teniendo ya nada que salvar ni que perder en aquel orden de cosas, de la tentación del compromiso, y que, en consecuencia, podían mostrarse firmes hasta la intransigencia, sin riesgo, en el campo del espíritu. Nunca los Papas fueron más libres para decir lo que pensaban tal como lo pensaban. Más libres y, por tanto, más fuertes: con León XIII, que sucedió a Pío IX en 1878, empezó para la Iglesia una ascensión espiritual que elevó su autoridad moral a un nivel que nunca había conocido.
Se deben a León XIII toda una serie de textos cuyo fondo, desde luego, es discutilble, pero cuya forma resplandeciente revela una inigualable facilidad de pensamiento. El más famoso es la encíclica Rerum Novarum (1891) contra el marxismo, pero todos los otros, casi olvidados, no son menos notables: Inmortale Dei (1883), sobre la constitución de los Estados, con tal repercusión en Alemania que la influencia de los católicos en la política
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aumentó hasta el punto de que Bismarck tuvo repentina necesidad de ellos para asegurar el triunfo de su política en el Reichstag y, a fin de obtener su indispensable apoyo, tuvo que capitular ante ellos y dar marcha atrás en las leyes votadas contra ellos bajo el signo del Ku1turkampf; Sapientae (1890), sobre los deberes del ciudadano cristiano, que definía una política llamada más tarde, tras haber sido recordada al Episcopado francés por medio de una carta (1892) que le incitaba a disuadir a los fieles de una oposición sistemática a la forma del gobierno, la política de Ralliement; y también Gravis de communi (1901), que era una exposición clara y completa del concepto cristiano de la sociedad y que, asociada en los espíritus a la Rerum Novarum, le valió ser considerado el Papa de los obreros, etcétera.
El pontificado de Pío X, que sucedió a León XIII en 1903, quedó dolorosamente señalado desde el principio por un acontecimiento muy grave para la Iglesia: la ley de separación de la Iglesia y del Estado en Francia, que le inspiró dos encíclicas con las cuales resulta difícil que un espiritu libre pueda estar de acuerdoóVehementer (11 de febrero de 1906) y Gravissimo (10 de agosto siguiente) -- pero que respondían, en el concepto de la ley y en su aplicación, a ciertos excesos también difíciles de aceptar al mismo espíritu libre e independiente. Actualmente, con la debida perspectiva histórica, la opinión casi general ve sobre todo en aquellas dos encíclicas un poco excesivas una reacción de defensa muy comprensible de la Iglesia contra el antíclericalismo fanático del "padrecito" Combes, preocupado especialmente en desviar la atención de los resultados obtenidos en materia social por
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una República cuyos frutos estaban muy lejos de responder a las promesas de su floración, y en encauzar hacia unos objetivos menos penosos para las clases acomodadas un poderoso movimiento obrero que, por añadidura, te nía los dientes muy largos: el Estado y la Iglesia continúan separados de jure, pero, de facto, las congregaciones religiosas han vuelto a adquirir todas sus prerrogativas, los municipios mantienen a las Iglesias, el Estado subvenciona la enseñanza confesional, etc., y... no parece que la comodidad intelectual --¡y material ! -- de los franceses se resienta demasiado por ello. Se ha reprochado también a Pío X su encíclica Pascendi (8 de septiembre de 1907) contra la introducción en los ritos del modernismo, que él juzgaba incompatible con la integridad de la Fe, pero éste es un problema que sólo afecta a los católicos y, careciendo nosotros de nexo con la Iglesia, no nos concierne ni nos creemos con derecho a opinar.
En sus últimos días, aquel pontificado quedó señalado por otro acontecimiento no menos doloroso, pero esta vez para el mundo entero: la Primera Guerra Mundial. Aquí, todos los testimonios, en número de doscientos cuarenta, procedentes de diplomáticos, de prelados, de confesores, de creyentes o de laicos, reunidos en el expediente hecho público de los Procesos ordinarios y apostólicos para la causa de la beatificación y de la canonización de Pío X, procesos que tuvieron lugar en los parajes donde había vivido su apostolado de simple sacerdote, de prelado y, luego de Papa, en Trevise (1923-1926 y 1944-1946), en Mantua (1924-1927 y 1945-1946), en Venecia (1924-1930 y 1944-1946) y en Roma (1923-1931 y 1943-1946), establecen de modo coincidente que en virtud de la política de aislamiento
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de Alemania de Delcassé, a continuación de la firma de la Alianza franco-rusa (1894), Pío X tuvo, desde su ascensión al trono de Pedro, el presentimiento de que la guerra estaba próxima, y que a partir del asunto de los Balkanes el presentimiento se trocó en seguridad; que hizo todo lo que estaba en su mano para evitarla; que, en cuanto tuvo noticia del atentado de Sarajevo (18 de junio de 1914), puso en marcha su aparato diplomático y multiplicó las intervenciones cerca de los Jefes de Estado, especialmente del emperador de Austria; que a finales de julio de 1914 escribió a este último una carta "[conjurándole] a no manchar de sangre el final de su reinado"; que cuando el embajador de Austria acudió a informarle de que había estallado la guerra y le pidió su bendición para los ejércitos austro-alemanes, le contestó: "Yo bendigo la paz, no la guerra", y que al insistir el embajador para que al menos bendijera a la persona de su Emperador, le interrumpió, diciendo: "el Emperador puede considerarse afortunado por no haber recibido aún la maldición del Santo Padre" que su Exhortación a los católicos del mundo entero del 2 de agosto de 1914 es irreprochable; y que murió con el alma desgarrada, desesperado por no haber conseguido interrumpir el curso de los acontecimientos, sin dejar de repetir: "¡Ah ! ¡Esta guerra ! Presiento que esta guerra será mi muerte".
Pero he aquí que era Papa y, por consiguiente, se le discute. Y, una de dos: o se admite todo aquello para concluir: "Sí, pero no es porque fuese hostil a aquella guerra, sino por simpatía a Austria, cuyo emperador había facilitado su elección ern 1903, y por temor de que Austria
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saliera "aplastada" del conflicto (6), o, como M. Jacques Nobécourt, se admiten las premoniciones expresadas "con un sorprendente acento profético, que reservaba para sus íntimos" (7). Se pone en cuarentena la carta que escribió al emperador de Austria y la recepción que hizo su embajador, señalando, de acuerdo con la verdad, que de acuerdo con la verdad, que a pesar de haber sido acptadas una y otra por los tribunales eclesiásticos que decidieron la beatificación de aquel Papa, no hay ningún texto que confirme la primera, atestiguada únicamente por su capellán, el abate Albin de Cigala (8) y por su Secretario de Estado, el Cardenal Merry del Val (9); y que, en lo que respecta a la segunda, se desarrolló sin testigos y sólo aparece atestiguada por el propio cardenal Merry del Val, al cual Pío X había contado confidencialmente el desarrollo de aquella entrevista (10), y se llega a la conclusión de que, en el actual estado de cosas, "resulta imposible pronunciarse acerca del sentido de las intervenciones de Pío X (11). Pero, cuando se trata de los alegatos de un tal Kurt Gerstein, del cual no se osa ya presentar el texto -¡suponiendo que alguna vez haya podido hacerse !-, y de su interpretación por un tal Rolf Hochhuth o por un tal Saül Friedländer, fuera dudas y cuarentenas: esos individuos son protestantes o judíos, y no puede tratárseles como a un vulgar capellán
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de la Iglesia católica, a un vulgar cardenal y a un vulgar Papa.
A la muerte de Pío X (20 de agosto de 1914), en el campo de los Aliados todos los periódicos -incluido LíHumanité, órgano del Partido Socialista francés de la época- se muestran unánimes en rendir homenaje a los esfuerzos desesperados que realizó para tratar de salvar la paz. El cardenal Merry del Val recuerda (12): "Un diplomático, (no cita su nombre) me hablaba de la trágica situación de Europa, trastornada por la guerra: la última claridadóme decíaóy la última posibilidad de paz se han apagado con Pía X; ya no hay más que tienieblas a nuestro alrededor" (13).
El diplomático se equivocaba: Benedicto XV, elegido el 3 de septiembre, se adentró inmediatamente en el camino trazado por Pío X con su Exhortación a los católicos del mundo entero (14) -del 8 septiembre siguiente: " ... El espetcáculo monstruoso de la guerra en la cual una gran parte de Europa asolada por el hierro y por el fuego chorrea sangre cristiana, Nos ha llenado de un horror y una angustia inexpresables... Nos hemos decidido firmemente a no omitir nada de lo que esté a nuestro alcance para apresurar el final de una calamidad tan enorme... Rogamos y conjuramos ardientemente a los que dirigen los destinos de los pueblos para que a partir de este momento inclinen sus corazones al olvido de sus diferencias con vistas a la salvación de la sociedad humana... ¡Basta de ruinas, basta de sangre vertida !"
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De hecho, no omite nada: el 24 de diciembre del mismo año, su primer Mensaje de Navidad proponía una "Tregua de Navidad" a los dirigentes de los pueblos. No fue escuchado, pero no dejó de buscar la ocasión de restablecer las relaciones internacionales. Esta se presentó después de la muerte (21 de noviembre de 1916) del anciano Emperador Francisco-José, el 1 de agosto de 1917, tras ocho meses que empleó en establecer la comunicación entre el nuevo Emperador (sobrino del anterior, que era rey de Hungría bajo el nombre de Carlos IV y que le sucedió en el trono de la doble-monarquía con el nombre de Carlos I) y su cuñado, el príncipe Sixto de Borbón, que vivía en el campo de los Aliados. Se ha dicho que Briand y Caillaux se unieron a sus esfuerzos para concertar una entrevista del príncipe Sixto de Borbón con el gobierno francés. Tomando nota de las buenas disposiciones del nuevo Emperador de Austria, que había hecho una oferta de paz en marzo de 1917, y enterado de que en el curso de una entrevista que había sostenido con Guillermo II el Nuncio en Munich, Facelli, futuro Pío XII, había recibido la seguridad de que el Kaiser estaba dispuesto a aceptar una paz de compromiso, Benedicto XV creyó que la coyuntura era favorabLe para una tentativa de mediación, a pesar de la entrada en guerra de los Estados Unidos el 6 de abril anterior. Aquella Exhortación a la paz, a los jefes de los pueblos beligerantes del 1 de agosto de 1917 tuvo dos méritos: el de fijar en términos claros y concretos, por primera vez en la historia del papado, el papel del Vicario de Cristo en tiempos de guerra, y el de proponer un plan de paz que, casi al principio de la libertad
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de los pueblos para disponer de sí mismos, no es otra cosa que los famosos catorce puntos del presidente Wilson.
He aquí cómo concebía su misión apostólica: "Nosotros nos hemos propuesto tres tareas esenciales: mantener una absoluta imparcialidad en lo que respecta a todos los beligerantes, tal como conviene al que es el padre común de todos y ama a todos sus hijos con el mismo afecto; esforzarnos continuamente por hacer a todos el mayor bien posible, sin distinción de personas, de nacionalidad ni de religión, tal como Nos lo dictan la ley universal de caridad y el supremo cargo espiritual a Nosotros confiado por Cristo; finalmente, tal como lo requiere asimismo. nuestra misión pacificadora, no omitir nada que esté a nuestro alcance y que pueda contribuir a apresurar el final de esta calamidad, tratando de conducir a los pueblos y a sus jefes a unas resoluciones más moderadas en las deliberaciones serenas de la paz... de una paz "justa y duradera" (15).
Exactamente la actitud adoptada por Pío XII durante la Segunda Guerra Mundial. Y que le valió ser acusado de las mismas ruindades: "un Papa tudesco", dijo Clemenceau, como ya sabemos; "silencioso como Pío XII, ha observado desdeñosamente M. Jacques Nobécourt (16); "que temía el aplastamiento de la Austria-Hungría católica (y el nacimiento sobre sus ruinas) de una serie de pequeños Estados, entre ellos "en Bohemia, un Estado dominado por los masones, en tanto que los croatas católicos serán gobernados por los servios ortodoxos (...)", añade Pierre Dominique (17), etc. Interpretaciones todas
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acerca de las cuales no se pueden añadir otras justificaciones que no sean "el aire de la época" en el clan al que se pertenece, la suposición, la segunda intención o la conjetura, todas ellas destinadas a demostrar que la actitud de Benedicto XV no estaba inspirada en el amor a la paz sino en una amistad insólita al otro bando y en el mezquino cálculo. En ese plan, puede decirse cualquier cosa de cualquier persona y presentar al alma más noble bajo la más negra de las luces. Pretender, por ejemplo, que Jacques Nobécourt y Pierre Dominique sólo se inspiran en el deseo de entregar a toda Europa al bolchevismo, y que sus alegatos contra el comunismo son simple verborrea destinada a disfrazar su juego. Y, si se invoca el carácter progresista en el mal sentido de la palabra de todo lo que ha escrito el primero, o se recuerda que el segundo, con pleno conocimiento de causa de los resultados de una guerra que ha llevado la frontera de Rusia a cincuenta kilómetros de Hamburgo, se ha atrevido a escribir, hablando de los esfuerzos de Pío XII en el sentido de una conferencia internacional que hubiese podido evitar la Segunda Guerra Mundial: "Afortunadamente, nadie le hizo caso" (18), creo que no resultaría difícil acreditar aquellatesis. En una palabra, los argumentos de los adversarios de Pío XII no son más que apreciaciones conjeturales y no revelan más que un "proceso sobre intenciones", es decir malintencionado.
Volviendo a Benedicto XV, su tentativa de mediación del 1 de agosto de 1917 fue torpedeada por esa clase de argumentos, y la Primera Guerra Mundial se prolongó quince meses más, aumentando los destrozos y el número
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de víctimas al nivel que todo el mundo sabe, sin ningún beneficio, puesto que terminó con el Tratado de Versalles. ¡Qué digo sin beneficio: a qué precio !
¡Ah, aquel Tratado de Versalles ! Cuandoo se supo que Benedicto XV no aceptaba las estipulaciones, que encontraba injustas y llenas de motivos para una nueva guerra, la campaña contra su pacifismo encontró un nuevo alimento: su amistad a Alemania, aplastada por el Tratado, y a Austria, desmantelada por él, se halló confirmada; se añadió, además, su resentimiento por haber sido descartado por principio de la Conferencia de la Paz, a raíz de las negociaciones de 1915, que decidieron la entrada de Italia en la guerra. Sin embargo, se calló cuidadosamente el hecho de que los Estados Unidos se negaron a sancionar el Tratado de Versalles por los mismos motivos que lo hacían inaceptable a Benedicto XV.
Acerca de ese extremo, Pío XI y Pío XII adoptaron la política de Benedicto XV. Bajo aquellos dos últimos pontificados, La actitud de la Santa Sede en favor de las negociaciones internacionales, por espíritu de sistema y para evitar el recurso a las armas, se concretó y se afianzó todavía más. A partir de Pío X, la paz se había convertido en una constante de la política Vaticana, la cual señaló también otra constante, consecuencia de aquélla: la necesidad de la revisión del Tratado de Versalles. El primer político que presintió el prestigio qué recobraría la Iglesia con tal actitud, y la fuerza que adquiriría, fue Briand, el cual, después de haber sido el autor de la Ley de separación de la Iglesia y del Estado, se convirtió, contra Clemenceau, en el hombre de la reanudación de las relaciones
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diplomáticas con el Vaticano (19). A aquel motivo de prestigio, Pío XI añadió otros dos: las Misiones de Propagación de la Fe en los países colonizados, y la normalización de las relaciones entre la Iglesia y los Estados bajo el régimen de separación según la fórmula de la Ley italiana de las garantías, mediante la generalización de la política de los Concordatos, cuyo mérito recae en Pío XII, entonces Cardenal Pacelli, que estableció sus bases conforme a Derecho. Producida después de la reanudación de las relaciones diplomáticas con Francia, la firma del Concordato italiano en 1929 tuvo una resonancia mundial. No dejó de observarse que el Papado, que no había podido entenderse con el régimen surgido del Rísorgimento, pudo hacerlo perfectamente con el régimen de Mussolini. Conclusión: la Iglesia era fascista. La cosa fue todavía peor en el caso del Concordato alemán establecido con Hitler: además de fascista, la Iglesia era nazi. Nadie observó que, mientras la Iglesia firmaba el Concordato alemán, los que se lo reprochaban con más violencia eran, al mismo tiempo, los más calurosos partidarios -por una vez hay que felicitarles- del Pacto de los Cuatro, que los gobiernos democráticos
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inglés y francés firrnaron (junio de 1933) con la Alemania nazi y la Italia fascista.
Cuando, más tarde, en presencia de la encíclica Mit Brennender Sorge, la cual era, aunque pronunciada en nombre de la Fe, una condena clara, concreta y sin concesiones del nazismo, los adversarios de la Iglesia se vieron obligados a reconocer que no era nazi. Su primera reacción fue: entonces, ¿por qué no denuncia el Papa el Concordato? Y recordaron todos los crímenes del nazismo contra la inviolabilidad de la persona humana, lo cualjustificaba ampliamente aquella denuncia. Era olvidar el carácter de "Paternidad total" de la gran familia humana que constituye el carácter fundamental del Vicario de Cristo en el sistema de la Fe, y que es comparable al de "Paternidad total" de todos sus hijos, del padre en la famita uterina. Y, en la familia uterina, el padre no lanza el anatema contra Cam, no repudia a aquel de sus hijos que se aparta del buen camino, que se convierte en un ladrón o incluso en un asesino: continúa siendo el padre, condena paternalmente, trata de devolverle al buen camino, y, si no lo consigue, llora el día en que el hijo ladrón o asesino cruza el umbral de la cárcel o asciende al patíbulo. El papel del padre no consiste en señalar el hijo a la vindícta familiar o pública, sino, en todas las circunstancias, es de ayudarle a reencontrarse a sí mismo. Lo mismo ocurre con las relaciones del Papa --¡el Santo Padre!- con los pueblos que, todos y con derecho igual, son sus hijos. Hay que felicitarse, y no lamentar, que, en ese punto, los imperativos de la Fe coincidan tan notablemente con los de la Razón. ¡Es algo que no sucede con demasiada frecuencia!
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Resumiendo, puede decirse que aquella política de "Paternidad total" de todos los pueblos en el plano de las naciones, debida a las iniciativas de Pío X, Benedicto XV, Pío XI y Pío XII, se sitúa armónicamente en el prolongamiento de la de León XIII, que podría llamarse también de "Paternidad total" en el plano de las clases sociales. Asociadas, esas dos políticas complementarias una de otra han hecho que en nuestra época la Iglesia aparezca a los ojos de la opinión en su conjunto como el factor más seguro y más poderoso de la paz social y de la paz universal.
En lo que respecta a a la segunda, el propio Léon Blum, al cual no puede acusarse se simpatizar con la Iglesia, lo ha reconocido en su libro A l'Echelle humaine, escrito en la cárcel durante los años 1940-1941 y publicado en 1945. M. Blum llega hasta el extremo de desear que, contrariamente a lo que se decidió en 1915 con ocasión de la Conferencia de la Paz, descartando de ella a Benedicto XV, se reserve un lugar a la Santa Sede en los organismos internacionales encargados de la edificación de la nueva paz, justificando su punto de vista con este homenaje: "Ese papel estaría de acuerdo con una Iglesia que es pacífica por esencia, puesto que encarna una religión de paz, y que lo es también por su función, me atrevo a decir, ya que su prcpia construcción es de orden internacional. La influencia pontificia se ha ejercido siempre y continúa ejerciéndose en favor de una paz orgánica, basada en la justicia, en la igualdad de los pueblos. y de los hombres, en la santidad de los contratos" (20)
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En lo que respecta a la primera, el buen sentido popular se ha encargado de establecer un paralelo entre el marxismo y la Rerum Novarum. No en los términos, desde luego, sino en los hechos, ya que los sorprendentes progresos de la técnica que han elevado de un modo tan considerable el nivel de vida de las masas trabajadoras desde principios del siglo xx han contribuido mucho a ello. De todos modos, si no en sus premisas sí en sus conclusiones, la Rerum Novarum estaba mejor adaptada a aquella evolución que el Manifiesto Comunista, y, por comparación, la lucha de clases, que es el tema del segundo, no es más que un mito con respecto a su colaboración que es la conclusión de la primera, y no cesa de ganar el terreno que el otro pierde.
A esta ascensión espiritual de la Iglesia y al continuo aumento de su influencia en la vida social e internacional a partir de 1870 han contribuido muchísimo, también, los argumentos utilizados contra ella en el dominio específico de la Fe por los racionalistas: la papisa Juana, los Borgia, Galileo, la Doncella de los Armagnacs quemada y luego canonizada por la Iglesia, los Albigenses, la noche de San Bartolomé, San Ignacio de Loyola, Torquemada, Dios y el Cristo, que no han existido nunca, el Vaticano capital del oscurantismo, el padrecito Combes, Charles Guignebert y Prosper Alfaric, los amores del párroco y su criada, etcétera, viejas herramientas oxidadas. El Vicario es de la misma factura y ha salido de la misma fábrica. Al parecer, los racionalistas de 1964 no se han enterado aún de que la Iglesia a la que siguen hurgando con sus viejas herramientas murió el 20 de septiembre de 1870, que ya no es la Iglesia de sus abuelos, que no hacen más que encarnizarse
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sobre un cadáver descompuesto desde hace mucho tiempo con los argumentos de sus tatarabuelos y que la Iglesia, la verdadera, que no puede ser alcanzada por aquellas estupideces, está completamente viva y no deja de crecer y de hermosearse ante su propias barbas.
Línea de separación entre dos Iglesias, el 20 de septiembre de 1870 lo es también, de acuerdo con su vocación natural por otra parte, entre dos épocas: la de una docena larga de siglos que le es anterior, durante la cual la Fe retrocedió sin cesar ante la Razón y redujo paulatinamente a cero el poder temporal de la Iglesia; y la de menos de un siglo, durante la cual la Fe no ha dejado de apuntarse tantos sobre la Razón ridiculizada por los racíonalistas, conquistando una influencia moral que nunca había tenido y que, si continúa por ese sendero, no puede dejar de traducirse, un día quizá más próximo de lo que se cree, en un poder temporal mucho más efectivo, aunque indirecto, y mucho más poderoso que el que perdió.
Y henos aquí enfrentados con el problema de Pío XII antes y durante la Segunda Guerra Mundial en el terreno de los hechos.

II. Cómo Pío XII trató de evitar la guerra

Nacido en el seno de una familia de burgueses toscanos muy devotos -- uno de sus ascendientes, abogado del Tribunal de la Rota, fundó el Osservatore Romano en 1851 y se convirtió en sustituto del ministro del Interior del
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Estado pontificio bajo Pío IX; su padre, Terciario de la Orden Franciscana, era el decano de los abogados consistoriales --, el joven Eugenio (María-José-Juan) Pacelli había tenido desde la cuna todas las posibilidades para ser tentado por una carrera eclesiástica. Su brillante inteligencia, su extensa cultura, sus relaciones familiares y también su innato sentido político, hicieron el resto: en 1901, bajo León XIII, a la edad de 25 años (21), simple sacerdote pero doctor en teología, en derecho civil y en derecho canónico y concordatorio, pasó a la Secretaría de Estado del Vaticano en calidad de agregado a la Sección Diplomática. En 1904, camarero secreto de Pío X. En 1905, prelado, prefecto de la Congregación de San Ivo. Luego: subsecretario de la Congregación para los Asuntos Eclesiásticos Extraordinarios (1911), secretario (1914). El 24 de junio de 1914 negocia el Concordato entre la Santa Sede y Servia: es su primer éxito. El 20 de abril de 1917 Benedicto XV le nombra para la nunciatura de Munich donde, situado en el centro de las tentativas para conseguir la paz, secunda hábilmente los esfuerzos del Papa. Después del Tratado de Versalles, Benedicto XV le nombra para la nunciatura de Berlín (22 de junio de 1920) pero, retenido en Munich por asuntos que exigen su presencia allí, especialmente un Concordato en preparación con el nuevo gobierno bávaro, no se hace cargo de su puesto hasta el 1 de agosto de 1925, después de la firma de aquel Concordato el 24 de marzo de 1924. En Berlín, su primera tarea es un . Concordato con Prusia: firmado el 13 de agosto de 1929. Su idea es la de llegar
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paulatinamente a un Concordato general con la Alemania surgida del Tratado de Versalles: desgraciadamente, cuando el ambiente político se ha hecho favorable a tal proyecto, Hitler asciende al poder... Y él ya no es nuncio en Berlín, sino secretario de Estado en el Vaticano, donde Pío XI, que había tenido necesidad de su ayuda para la preparación del Concordato italiano (1929) y se había felicitado del papel que desempeñó en el asunto, le había llamado (12 de diciembre de 1929) para nombrarle cardenal, primero (16 de diciembre de 1930) y luego secretario de Estado (7 de febrero de 1931). Desde aquel cargo ascendió otro peldaño hacia el Concordato general alemán: el Concordato de Baden (12 de octubre de 1932). La ironía de la suerte quiso que, fracasados todos sus esfuerzos en pro del aquel Concordato general alemán bajo la República de Weimar, fuera el propio Hitler quien tomara la iniciativa para su establecimiento. Aquél fue el primer clavo de su crucifixión. El segundo fue el hecho de que Pío XI no denunciara aquel Concordato a pesar de todas las violaciones de que se hicieron culpables las autoridades del Tercer Reich a su respecto: hecho que se cargó en la cuenta de su secretario de Estado, y más aún cuando se vio que aquel secretario de Estado se convertía en Pío XII (2 de marzo de 1939: el mismo día de su 63 aniversario) y tampoco lo denunciaba. El lector sabe ya por qué; no insistiremos en el asunto.
Secretario de Estado de Pío XI, la política del cardenal Pacelli consistió, de completo acuerdo con el Papa, en establecer relaciones diplomáticas con el mayor número de Estados, en consolidar las ya existentes, en poner al día los antiguos Concordatos, en preparar otros nuevos.
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Citemos, como resultado de sus gestiones, el Concordato austríaco (5 de junio de 1933), los jalones que puso en los Países Bálticos, las relaciones dip1omáticas interrumpidas con América en 1870 (tras la caída de Roma) que trató de restablecer, sin conseguirlo, etcétera.
Es más que dudoso que, el 2 de marzo de 1939, el Cónclave que le eligió para ocupar el trono de Pedro hubiese podido escoger mejor: a su vigor intelectual y a su innato sentido político hay que añadir el hecho de su largo aprendizaje de treinta y ocho años, bajo cuatro Papas que fueron todos grandes Papas. El cardenal Pacelli, era, indudablemente, el más papable de todos los candidatos al solio pontificio. Y, además, la guerra se acercaba a grandes pasos. Al igual que Pío X y Benedicto XV, a cuyas órdenes había servido, que le habían formado y cuyo ejemplo, por tanto, no podía dejar de imitar, Pío XII iba a enfrentarse con la guerra apenas elegido.
Es cierto que en el terreno de la filosofía de Pío XII en materia de guerra y de paz un pacifista integral se ve obligado a formular reservas a su pacifismo: Pío XII establecía una distinción entre la guerra justa y la guerra injusta, la guerra ofensiva y la guerra defensiva, e incluso, en la guerra ofensiva, entre la ofensiva legítima y la agresión, a la cual, a veces, añadía el epíteto "injustas" (22), dando a entender que, en su espíritu, existían "agresiones justas". No había llegado aún a aquel concepto según el cual no hay guerra ofensiva ni guerra defensiva,
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guerra justa o injusta, de que todas las guerras son injustas. Pero, por discutible que sea aquella filosofía, le había conducido a la convicción de que todas las guerras son evitables mediante unas reformas de la estructura de la comunidad de las naciones a las cuales se puede llegar fácilmente por el sistema de las conferencias internacionales siempre que se posea el sentido de la justicia. Y, para un Papa, es una actitud muy notable y digna de elogio.
No creo que se pueda formular mejor juicio acerca de él que éste:
"Hasta ahora, que yo sepa, ningun Papa había afirmado con tanta decisión la unidad jurídica de la comunidad de las naciones (23), el reinado soberano del Derecho intemacional, y condenado con tanto vigor, como desintegrado de aquella unidad, el concepto de la soberania absoluta del Estado. Hasta ahora, que yo sepa, ningún Papa había reclamado, como una consecuencia lógica de esos principios, la organización de instituciones internacionales destinadas a velar por la justa aplicación de las convenciones internacionales y a hacer posible, cuando se hiciere sentir la necesidad de ello, su equitativa revisión. Hasta ahora, ningún Papa había integrado, en las tareas esenciales de aquellas instituciones internacionales, el reparto equitativo de las riquezas económicas del globo y la protección de los derechos culturales de las minorías, ningún Papa había puesto tal insistencia y tal frecuencia en predicar una verdadera cruzada en favor de aquella organización de un orden nuevo, condición de una paz duradera, y en apelar para ello a todos los cristianos y a
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todas !as almas de buena voluntad esparcidas por el universo. Hasta ahora, sobre todo, que yo sepa, ningún Papa había hecho una exposición de conjunto de tal amplitud de todas esas verdades" (24).
Es cierto: ningún Papa... ni siquiera Pío X ni Benedicto XV, que fueron los dos primeros en adentrarse por aquel camino. Les cabe la gloria de haber sido unos precursores, pero su pensamiento fue desarrollado y concretado por su discípulo.
En materia de política internacional, el socialismo no ha llegado más lejos y, en 1939, en las horas cruciales, al igual que en 1945, cuando sonó la del paso de la teoría socialista a la práctica, el socialismo no hizo nada, en tanto que Pío XII...
Cuando, por ejemplo, en la basílica de San Bonifacio de Munich, el 7 de febrero de 1932, monseñor Faulhaber, arzobispo del lugar, pronunció un discurso en el cual puede leerse:
"Las condiciones previas de una guerra legítima se han hecho mucho más raras que en otroas épocas... A los abogados de la paz se preguntará:
"¿ Qué opináis del hecho de que el Imperio alemán esté desarmado, indefenso, mientras los otros pueblos se arman a su antojo?
"Contestaremos nosotros:
"Según el derecho natural y el derecho de gentes, los pueblos son iguales: por consiguiente, el pueblo alemán
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tiene también derecho a unas garantías contra un posible ataque.
"Pero la igualdad de derecho entre los pueblos no quedará establecida por el simple hecho de que las fuerzas defensivas de Alemania, actualmente desarmada, sean reconstituidas hasta el punto de que pueda rivalizar en armamento con las otras naciones: sólo se obtendrá mediante el desarme de los pueblos armados y superarmados.
"El antiguo proverbio Si vis Pacem, para Bellum debe ser desmantelado como un viejo barco de guerra. Armarse indefinidamente durante la paz no resguarda de la guerra ni garantiza la paz. Los armamentos constituyen una preparación permanente para la guerra, y de. la preparación al desencadenamiento no hay más que un paso...
"Si vis Pacem, para Pacem" (25).
Esas palabras están inspiradas por uno de los principios más nobles del socialismo práctico y vuelven a encontrarse, casi textualmente, en la Colección de los discursos pronunciados por Pío XII cuando no era más que Monseñor Pacelli, en la época de su nunciatura en Munich y en Berlín, editada por cuenta del episcopado alemán en 1930.
Si vis Pacem, para Pacem: durante la paz, desde luego, pero también durante la guerra, tal fue el principio rector del comportamiento de Pío XII. Si alguien merece ser vituperado no es precisamente él por haber permanecido inquebrantablernente fiel a ese principio, sino los socialistas
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por haberlo abandonado antes y durante la Segunda Guerra Mundial, después de haberlo utilizado, desde 1919 hasta 1933, como principio clave de su programa de política exterior. Pío XII fue el Jaurés de la Segunda Guerra Mundial y, mientras duró, el equivalente de los Kienthalianos y de los Zimmerwaldianos de la Primera. En nombre de los imperativos de la Fe, en tanto que los Jaurés, los Kienthalianos y los Zimmerwaldianos sólo se inspiraban en los de la Razón. La cosa carece de importancia, puesto que Pío XII llegaba a las mismas conclusiones racionales. En cambio, salta a la vista que oponerse a esas conclusiones racionales no es ya más que oponer una Fe que empieza a razonar --¡por fin!-- a una Razón que se ha adentrado por los caminos de la sinrazón. Y éste es el caso del Vicario, de M. Rolf Hochhuth, del Vicario y la historia de M. Jacques Nobécourt, y del Pío XII y el Tercer Reich de M. Saül Friedländer. Y además en nombre de otra Fe, ya que la Razón que cae en la sinrazón no es más que otra Fe: la Fe protestante para el primero, la Fe progresista en el sentido del marxismo para el segundo, y la Fe judaica para el tercero. Tres clases de Fe que se hunden cada día un poco más en el oscurantismo. En cambio, a partir de 1870, la Iglesia se ha asomado cada día un poco más a la luz: en materia social, con León XIII, en materia de guerra y de paz con Pío X, Benedicto XV, Pío XI y Pío XII, y en uno y otro terreno con Juan XXIII y hoy con Pablo VI. Desprendiéndose de sus prejuicios arcaicos, procurando no caer de nuevo en ellos y, en la medida en que sus tomas de posición podían tener prolongaciones temporales, basándolas en la observación y en el análisis.
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Pero, lo que se le reprocha a Pío XII no es más que su actitud durante la Segunda Guerra Mundial. Para comprenderla bien, era necesario situarla en el contexto de la del Papado y situar al hombre en ese contexto. Llegados a los acontecimientos, hay que decir todavía lo que fue aquella actitud en las horas cruciales que decidieron el curso del conflicto.
Hay tres hechos, producidos durante las primeras semanas de su pontificado, que demuestran a la vez hasta qué punto tenía conciencia del peligro y cuáles eran sus intenciones:
-- el mismo día de su coronación, contestando a los buenos deseos del Sacro Colegio que le eran expresados por su decano, Monseñor Pignatelli di Belmonte, declaró que "empuñaba el timón de la nave de Pedro para dirigirla, en medio de tantas olas y tormentas, hacia el puerto de la paz"(26);
-- su primera homilía, Quoniam Paschalia (abril de 1939), le muestra "preocupado por los peligros que representan para Europa las huelgas, la miseria, la falta de fidelidad a los compromisos suscritos, el desprecio en ciertos países de los imprescriptibles derechos de la dignidad humana y de la libertad"(27). Italia acababa precisamente de invadir Albania...
-- una carta a Monseñor Maglione (20 de abril de 1939), al cual había nombrado secretario de Estado (10 marzo), para pedirle que recomendara "a todas las parroquias de las diócesis, durante el mes de mayo, una cruzada de rogativas para obtener, por doquier y para todos,
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la concordia y la paz" (28). Porque entretanto se habían producido dos acontecimientos, la conversión de Bohemia y Moravia en un protectorado alemán protegido por las tropas alemanas (15 de marzo de 1939) y de Eslovaquia en un Estado independiente, es decir, la desmembración de Checos1ovaquia, y, el 31 del mismo mes, la garantía incondicional ofrecida por Inglaterra a Polonia de su integridad territorial, tal como había sido definida por el Tratado de Versalles. El segundo de aquellos acontecimientos apareció inmediatamente a ojos de Pío XII como el primer paso de una marcha irrevocable hacia la guerra, y había decidido emprender una ofensiva diplomática de la cual hablaremos más adelante; de ahí las rogativas pedidas a "todas las parroquias de todas las diócesis", para apoyar aquella ofensiva.
A propósito del primero de aquellos acontecimientos, se le reprochó a Pío XII el no haber protestado contra aquella violación de los Acuerdos de Munich, y su actitud fue comparada con la de Pío XI en el asunto del Anschluss austríaco; Pío XI no había protestado tampoco contra la anexión de Austria por la Alemania hitleriana, pero había exigido al cardenal Innitzer, arzobispo de Viena, el cual había pedido a los obispos y al clero que hicieran votar por el hecho consumado en ocasión del plebiscito, una puntualización muy semejante a una retractación y que fue publicada en el Osservatore Romano del 6 de abril de 1938.
En primer lugar, no había comparación posible entre los dos acontecimientos. El Ansch1uss no fue un golpe de
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fuerza más que en derecho formal. Desde 1919, la casi totalidad de los austríacos pedían la anexión a Alemania (voto de la Asamblea Nacional del 4 de marzo de 1919). El artículo 88 del pacto de la Sociedad de Naciones se oponía a la anexión, contra la voluntad de los dos pueblos. Desde Salzburgo a Viena, la entrada de Hitler fue triunfal.
El desmantelamiento de Checoslovaquia se presenta bajo una luz muy distinta en lo que respecta a violación de un tratado y., particularmente, de los Acuerdos de Munich. Estos últimos habían previsto tres cosas: el retorno de los sudetes a Alemania, la conversión de Bohemia-- Moravia en un Estado independiente, y la independencia de Eslovaquia, aunque los dos Estados quedarían reunidos en uno solo de forma federal bajo el nombre de Checoslovaquia; finalmente, la garantía ofrecida por Alemania a aquel Estado federal de su integridad territorial (29).
Sin embargo, en el nuevo Estado federal, los checos, que eran mayoría, por una parte se hieron los sordos ante los polacos y los húngaros, y por otra hacían muy difícil la vida a los eslovacos, a los cuales se negaban a reconocer como autónomos. Pero es preferible dejar que M. André-François Poncet -- en quien no puede sospecharse la menor. simpatía hacia la Alemania nazi -- nos explique cómo y por quién fueron violados los acuerdos de Munich.
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"Los eslovacos, conducidos por Monseñor Tiso, habían obtenido la autonomía dentro del marco del Estado checoslovaco. Pero los checos se negaban a considerarles como un Estado emancipado y federado. A Hitler le bastó, para llevar a cabo su proyecto, tomar partido por los eslovacos (30). El 13 de marzo de 1939, Praga pretendió destituir a los ministros eslovacos (31) a causa de su política separatista, Monseñor Tiso (32) corrió a Berlín y solicitó la protección (33) del Führer" (34).
Por lo tanto la violación de los Acuerdos de Munich fue en primer lugar una violación por parte de los checos (35), y la intervención de Hitler una reacción a petición de las víctimas de aquella violación. Lo mismo, por
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ejemplo, que la reciente intervención en el Congo de los belgas y de los americanos, para ayudar al gobierno impotente contra unos rebeldes en plan de asesinar a unos inocentes. Y lo mismo que otras muchas intervenciones de la misma naturaleza de los ingleses, de los franceses, de los Estados Unidos, etc., que nunca han impresionado demasiado a la conciencia universal, conformándose ésta con aprobarlas en muchos casos, sencillamente.
Pese a los epítetos indignados con que M. André-François Poncet esmalta su relato, las cosas sucedieron como él dice: Checoslovaquia murió a causa de la violación de los Acuerdos de Munich por los checos.
¿Y qué podía decir Pío XII de las condiciones en las cuales había muerto, puesto que tales condiciones habían sido definidas por unos acuerdos establecidos entre unos gobiernos reconocidos por los Acuerdos de Munich? Uno de ellos, el gobierno checo, había sido objeto de violencia, es cierto, pero él mismo reclamaba el derecho de ejercer la violencia contra otro, y para impedirle que empezara de nuevo Hitler había decidido intervenir. El único medio para evitar su intervención hubiese sido proceder a un arreglo general de todos los litigios europeos a través de una conferencia internacional convocada con aquel fin (revisión del Tratado de Versalles, prevista por el ar tículo 19 del Pacto de la Sociedad de Naciones), que tras haberle sido negado a la República de Weimar continuó siéndole negado a Hitler, el cual, contestando a una propuesta de Roosevelt del 16 de mayo de 1933, se había` mostrado entusiasmado ante la idea en un discurso que pronunció ante el Reichstag el 17 del mismo mes. En el
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mes de mayo siguiente, Pío XII propuso una conferencia de ese género.
Aquella conferencia, por otra parte, hubiera tenido que ocuparse de algo más que del problema checoslovaco ya que, al mismo tiempo que Hitler le daba, de acuerdo con los eslovacos, la solución que sabemos, habíase planteado otro, surgido de otra provocación: el problema polaco.
Hasta entonces, alemanes y polacos se habían entendido muy bien. Existía entre ellos un tratado de alianza con fecha del 26 de enero de 1934 que funcionaba a las mil maravillas, y sus relaciones eran más que cordiales. Cedamos de nuevo la palabra a M. André-François Poncet:

"El coronel Beck se había hecho amigo íntimo de Goering, y éste era invitado cada año a ir a cazar a los bosques polacos. En el curso de sus cordiales encuentros, hablaron, naturalmente, de la cuestión de Dantzig y del Corredor, que tendría que ser resuelta, un día, en interés de las buenas relaciones entre los dos países; y el coronel Beck dio a entender que Polonia no se negaría a devolver Dantzig al Reich, siempre que se le reservaran privilegios económicos, y que accedería asimismo a la creación a través del Corredor de una zona extraterritorial, por la cual pasarían una autopista y una vía férrea que comunicarían directamente la Prusia occidental con la Prusia oriental" (36).

Las dos partes, pues, estaban de acuerdo.

Pero, cuando el 21 de marzo von Ribbentrop propuso al embajador polaco en Berlín, M. Lipski, la iniciación de conversaciones diplomáticas con el fin de hacer oficial
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aquel acuerdo, el embajador salió hacia Varsovia y regresó el 26 con una respuesta negativa. Además, como para dar todo su sentido a aquella respuesta negativa, el 24. de marzo, al día siguiente de su llegada a Varsovia, von Moltke, embajador de Alemania en Polonia, advertía a Berlín que corrían rumores alarmistas relativos a las intenciones de Alemania con respecto a Polonia, y un día más tarde, el 25, el almirante Canaris, jefe de la Abwehr, señalaba la movilización de reservistas y concentraciones de tropas polacas alrededor de Dantzig.
¿Qué había sucedido?
El 18 de marzo, "Litvinov había propuesto una conferencia europea en la cual Francia, Gran Bretaña, Polonia, Rusia, Rumania y Turquía se u nirían para parar a Hitler" (37). El mismo día, "varias agencias anuncian que Rumania acaba de ser objeto de un ultimátum alemán y que el gobierno rumano, asustado, ha abandonado a Hitler los recursos de su suelo" (38).
La noticia era falsa. M. Georges Bonnet, que en 1944 tuvo ocasión de- comprobar su falsedad a través del Ministro de Asuntos Exteriores rumano, M. Gregoire Gafenco, el cual le dijo: "En 1939, Bucarest no recibió ningún ultimatum alemán", califica aquella maniobra de provocación y la carga en la cuenta de los belicistas ingleses, encabezados por lord Halifax (39). Sin embargo, el 19 de marzo de 1939, interpelado por el Foreign Office, M. Tilea, encargado de negocios rumano en Londres, confirma
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el ultimátum. M. Chamberlain reúne su gabinete inmediatamente y se toma la decisión de ofrecer a Rumania la garantía inglesa de su integridad y de pedir a Polonia, cuyo concurso era estratégicamente necesario, que le ofrezca también la suya. El coronel Beck se muestra de acuerdo, a condición de que Inglaterra garantice también la integridad territorial de Polonia. Trato cerrado al nivel de las conversaciones el 21 de marzo, y luego definitivamente el 31. De ahí el brusco giro de Polonia, que en virtud de las relaciones que estaban en vías de anudarse entre Inglaterra y Rusia, se sentía más protegida contra las empresas de esta última con la garantía inglesa que con el tratado germano-polaco. Lo que el coronel Beck ignoraba era que, al mismo tiempo, unas relaciones de la misma naturaleza estaban a punto de anudarse entre la Alemania hitleriana y Rusia.
Con aquella garantía en juego, el coronel Beck creyó que en adelante podía permitírselo todo. Pío XII fue el primero en darse cuenta de las consecuencias que podía acarrear aquella situación, y cuando, el 26 de abril, con vencido Hitler de que el cambio de actitud de Polonia era irrevocable, denunció a la vez el tratado. germanopolaco del 26 de enero de 1934 y el acuerdo naval anglo-alemán del 18 de junio de 1935, no le quedó ya ninguna duda acerca de la necesidad de una tentativa de mediación por su parte.
Pero el presidente Roosevelt se le había adelantado: el 14 de abril había escrito personalmente a Hitler y a Mussolini -- únicamente a Hitler y a Mussolini -- una carta en la cual formulaba claramente esta pregunta: "¿Estáis dispuestos a dar la seguridad de que vuestras
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fuerzas no atacarán ni invadirán el territorio de ninguna de las naciones siguientes?" Seguía una lista de treinta y un países. Luego, la esperanza de que aquella garantía podría representar "diez años y tal vez incluso un cuarto de siglo de paz".. Finalmente, en caso de respuesta afirmativa, prometía la participación americana "en unas discusiones a escala mundial destinadas a aliviar al mundo del peso aplastante de los armamentos".
Era acusar únicamente a Hitler y a Mussolini de ser los responsables de la guerra en el mundo. Y, en relación con las buenas costumbres diplomáticas, una grosería, si no una provocación. "Efecto de parálisis progresiva", dijo Mussolini al recibo de aquella carta. Y Goering: "Principios de dolencia mental". Hitler anunció que contestaría el 28 de abril por medio de un discurso que pronunciaría en el Reichstag, tal como había contestado en otra ocasión a una propuesta más cortés, más racional y más substancial del propio Presidente Roosevelt, el 17 de mayo de 1933.
Para demostran hasta qué punto era posible evitar la Segunda Guerra Mundial y cuáles eran las disposiciones de Hitler en materia de guerra y de paz, al mismo tiempo que para hacer sensible la diferencia entre las dos propuestas, hay que recordar lo que había sucedido los días 16 y 17 de mayo de 1933.
El 16 de mayo de 1933, el Presidente Roosevelt había dirigido a los Jefes de Estado de cuarenta y cuatro naciones un mensaje que exponía cuáles eran las esperanzas y los proyectos de los Estados Unidos en lo que respecta a la paz por medio del desarme: supresión de todas las armas ofensivas, bombarderos y tanques, así como la
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artillería pesada para empezar, limitación al nivel de Alemania de todos los armamentos, efectivos militares, etcétera.
La respuesta de Hitler fue inmediata y sin rodeos: llegó al día siguiente, 17 de mayo, por medio de un discurso en el Reichstag que era una vibrante profesión de fe pacifista, una declaración de guerra a la guerra en un entendimiento europeo perfecto, si la propuesta del Presidente Roosevelt era acogida por las otras naciones del mismomodo que por Alemania. He aquí lo que puede leerse en aquel discurso:
"La propuesta del Presidente Roosevelt, de la cual tuve conocimiento anoche, merece la más calurosa gratitud del gobierno alemán. Este se encuentra dispuesto a dar su asentimiento a ese medio de superar la crisis internacional... La propuesta es un rayo de esperanza para todos los que desean colaborar en el mantenimiento de la paz...Alemania está absolutamente dispuesta a renunciar a toda arma ofensiva, si las naciones armadas, por su parte, destruyen sus existencias de armas ofensivas... Estaría igualmente dispuesta a desmovilizar todas sus fuerzas militares y a destruir la pequeña cantidad de armas que le quedan, a condición de que los países vecinos hicieran lo mismo... Está dispuesta a firmar todo pacto de no-agresión, ya que no piensa en atacar, sino únicamente en adquirir la seguridad" (40).
El mundo entero respiró. Los social-demócratas del, Reichstag alemán aplaudieron aquel discurso. Hay que reconocer que no podía hablarse mejor.
Sin embargo, todo quedó en agua de borrajas: el 14
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de octubre siguiente, la propuesta Roosevelt fue discutida ante la Sociedad de Naciones, y los futuros aliados en la guerra contra Alemania pidieron... un plazo de ocho años para reducir sus armamentos al nivel de los de Alemania: ocho años durante los cuales no admitirían que Alemania estuviera en igualdad de derechos con las otras naciones en materia de armamentos. Desde hacía quince años, propuestas semejantes que habían obtenido la adhesión de Alemania venían recibiendo respuestas dilatorias del mismo género.
Era mofarse del mundo: esta vez, Alemania salió de la Sociedad de Naciones dando un portazo y el. 12 de noviembre siguiente, por el 90 % del cuerpo electoral, el pueblo alemán aprobó aquella decisión.
En consecuencia, pretender que no existía ninguna posibilidad de tratar con Hitler es una contra-verdad: el 14 de octubre de 1933, los propios aliados habían demostrado que eran ellos los que no estaban dispuestos a tratar con Hitler, del mismo modo que no habían querido tratar con la República de Weimar. Y, a seis años de distancia, aquella prueba fue renovada con la carta a Hitler y a Mussolini del 14 de abril de 1939. La reacción de Hitler fue fulminante.
El 17 de abril, hizo que von Ribbentrop formulara a todos los Estados citados por Roosevelt (a excepción, naturalmente, de Polonia, de Rusia, de Gran Bretaña y de Francia, cuyas intenciones, reiteradas públicamente, conocía) la doble pregunta siguiente: ¿tenían la impresión de estar amenazados por Alemania, y habían encargado a Roosevelt que hiciera aquella propuesta en aquella forma? De un modo unánime, los veintisiete Estados interpelados
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contestaron con un doble no. Fue un éxito diplomático sin precedentes para Hitler, subrayado el 28 de abril siguiente por un discurso que, dando lectura a las veintisiete respuestas y renovando sus deseos de una conferencia internacional para revisar el Tratado de Versalles, cubrió públicamente a Roosevelt de ridículo. Sin embargo, M. Saül Friedländer -- profesor de historia contemporánea en el Instituto universitario de Altos Estudios internacionales de Ginebra, no lo olvidemos, ya que eso demuestra que en Suiza las vacas están tan bien resguardadas como en todos los demás lugares del mundo-, extrae la siguiente conclusión: "El mensaje de Roosevelt fue acogido favorablemente por el mundo entero, con la excepción de los países del Eje y al parecer (sic) del Vaticano" (41). En realidad, a excepción de los belicistas polacos, ingleses y franceses -los rusos no dijeron nada: habían entablado ya conversaciones con Alemania para el establecimiento de un pacto de no-agresión que se firmaría el 23 de agosto siguiente y que preveía el reparto de Polonia (42) -- y de
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M. Saül Friedländer, el mundo entero vio en la intervención de Roosevelt en aquella forma una incalíficable parodia diplomática y comprendió que Pío XII, que tenía el sentido del ridículo, no se asociara a ella. Por otra parte, Roosevelt actuaba como franco tirador y no se lo había pedido (43), del mismo modo que no lo había pedido a ninguno de los treinta y un países que citaba, ninguno de los cuales, ni siquiera Polonia, Francia e Inglaterra, que aprobaban la gestión, se había unido oficialmente a ella. Entonces, ¿por qué hacer a Pío XII un reproche que no se hace a los demás?
El proyecto de mediación de Pío XII estaba mucho más de acuerdo con el tono y con las costumbres diplomáticas. Era mucho más inspirado, más adaptado a la coyuntura y más substancial. Mucho más susceptible de obtener resultados favorables, finalmente, si hubiese sido tomado en consideración.
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He aquí cómo se presentaba en su fondo: resolver todas las diferencias entre todos los Estados Europeos que las tuvieran entre ellos. Esos Estados eran cinco: Inglaterra, Francia, Italia, Alemania y Polonia. Inglaterra con Alemania por la denuncia del acuerdo naval anglo-alemán, por el problema de Suez con Italia y por la garantía que había ofrecido a Polonia; Francia con Italia (reivindicaciones italianas en Africa del Norte) y con Alemania en virtud de su política europea; Alemania, finalmente, con Polonia. Y en su forma: dos de aquellos cinco Estados no pertenecían a la Sociedad de Naciones lo excluía del marco de aquel organismo. Sólo quedaba la posibilidad de un arreglo mediante contactos directos entre los cinco Estados. ¿Y por qué no Rusia?, ha preguntado M. Saül Friedländer, sugiriendo que era a causa de una "aversión personal al comunismo, que se remonta a sus contactos con los Soviets en Baviera en 1919 (44). En realidad, la respuesta es mucho más sencilla: porque Rusia no se veía afectada por ninguno de los litigios en cuestión, motivo por el cual había sido excluida ya de la Conferencia de Munich. El hecho de que Pío XII fuera hostil al comunismo no puede ponerse en duda; pero, pretender que aun en el caso de que Rusia estuviera implicada en los problemas europeos en litigio Pío XII no la hubiese incluido en su proyecto, no pasa de ser una hipótesis completamente gratuita; por el mismo motivo, no había pensado tampoco en los Estados Unidos.
Antes de someter su proyecto a los interesados, para asegurarse de que no hería a nadie, Pío XII hizo proceder
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a unos sondeos por sus servicios diplomáticos. He aquí, ahora, cómo sucedieron las cosas:
1. El 1 de mayo, Mussolini recibió al R. P. Tacchi Venturi, de la Compañía de Jesús, que era amigo personal suyo y que iba a pedirle su opinión, en nombre del Papa. El Duce pidió un plazo de veinticuatro horas para reflexionar. El 2 de mayo, tal como había prometido, respondió a la pregunta que le había sido formulada con una aprobación sin reservas. A continuación, el enviado del Papa le preguntó cómo reaccionaría Hitler, en su opinión. Se limitó a añadir, muy cuerdamente "que no estaría de más concretar (en la fórmula de invitación) que se trataba de resolver pacíficamente los puntos de litigio entre los cinco países y los diversos problemas anexos" (45).
2. Provisto de ese viático, al día siguiente, 3 de mayo, el Secretario de Estado Monseñor Maglione sometió la propuesta del Papa a los Nuncios de Berlín, de París, de Londres y de Varsovia. El 5 de mayo, Monseñor Orsenigo, acompañado por von Ribbentrop, fue recibido por Hitler en Berchtesgaden. Del informe de la entrevista que dirigió al día siguiente a la Secretaría de Estado (46), así como del memorándum alemán que la resume (47), se desprende que "Hitler no creía que existiera el peligro de guerra, dado que la tensión se debía más a la propaganda que a los hechos", y que antes de dar su respuesta definitiva
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tenía "que ponerse en contacto con Mussolini ya que no haría nada sin el previo acuerdo del Duce... El Duce y él obraría siempre al unísono".
Para el que conociera la respuesta del Duce, resultaba estimulante (48).
3. El Nuncio en París, Monseñor Valerio Valéri, fue recibido el 6 de mayo por M. Georges Bonnet, Ministro de Asuntos Exteriores, el cual empezó diciéndole que antes de dar una respuesta definitiva debía consultar al Presidente del Consejo y a M. Alexis Léger, secretario general del Quai d'Orsay; más tarde le llamó por teléfono y le hizo acudir a su casa aquel mismo día, para decirle que "el gobierno francés consideraba inoportuna la gestión" y pedirle que "rogara al Cardenal Secretario de Estado que suspendiera hasta nueva orden la publicación del mensaje" (49).
Monseñor Valerio Valéri comunicó a la Secretaría de Estado su opinión sobre la gestión que acababa de efectuar,
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el 12 de mayo, después del fracaso de la tentativa del Papa:

"Es evidente que, en su conjunto, en el momento presente, los Estados a los que se ha convenido en designar con el nombre de democracias, no desean multiplicar los contactos, sino más bien oponer una barrera a la expansión de los Estados totalitarios, ampliándola y fortaleciéndola. Por otra parte, están convencidos de que dentro de unos meses la balanza de las fuerzas en presencia se inclinará completamente de su lado. Eso es lo que me ha dicho M. Bonnet y repetido M. Bullitt, embajador de los Estados Unidos, el cual no ha ocultado su satisfacción al enterarse de que la propuesta del Papa no ha prosperado. En su opinión, hay que poner a los Estados totalitarios entre la espada y la pared. Sólo después, cuando hayan dado las garantías a que aludía Roosevelt en su mensaje, podrá empezarse a discutir" (50).

El 7 de mayo, M. Alexis Léger le había expresado su oposición al principio de una conferencia en términos casi iguales.
4. El Nuncio en Londres, Monseñor Godfrey, es recibido el 5 de mayo por lord Halifax, el cual le da a conocer la posición del gobierno inglés: "que Su Santidad ofrezca sus buenos oficios sucesiva y separadamente a Poloniaé y a Alemania, a Francia y a Italia"(51).
Londres rechaza también la oferta de mediación.
5. Las respuestas de París y de Londres, llegadas a la
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Santa Sede el 7 de mayo, aniquilan todas las esperanzas que las de Italia y Alemania habían hecho nacer en el espíritu del Secretario de Estado y del Papa. El 8 de mayo llega la de Polonia: es un calco de las de Francia e Inglaterra. La respuesta oficial y definitiva de las potencias del Eje fue común. Llegó la última: el 9 de mayo. Conociendo las de Francia, Inglaterra y Polonia, y sacando conclusiones de su carácter negativo, declaraba "que una conferencia de las cinco potencias, destinada a arreglar la situación internacional parecía prematura y de momento, inútil, aunque sólo fuera para no poner en entredicho la alta autoridad del Soberano Pontífice"(52).
Situados ante el hecho consumado, Hitler y Mussolini no podían decir otra cosa.
M. Saül Friedländer no podía dejar de conocer -- aunque sólo fuera por el libro de Monseñor Giovanetti que cita con mucha frecuencia -- la evolución cronológica de la tentativa de mediación de Pío XII hacia el fracaso: no dice ni media palabra acerca de ella. Pregunta: ¿para no poner en evidencia a los responsables que aquella cronología señala implacablemente?
El texto del mensaje que Pío XII se proponía enviar a cada uno de los cinco Jefes de Estado para invitarles a reunirse en una conferencia no ha sido hecho oficiaImente público, que yo sepa. Su contenido sólo ha podido conocerse por las indiscreciones de la prensa diplomática, la primera de las cuales fue cometida por el News Chronicle de Londres el 9 de mayo y reproducida por la prensa de París en los días siguientes, y por el discurso, que era
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una exhortación pública a la paz por medio de discusiones internacionales, que el Papa pronunció ante el Sacro Colegio el 2 de junio siguiente (53). Ha sido conocido también por la calurosa acogida que la prensa del mundo entero, especialmente la de los países neutrales, prestó a aquel discurso del 2 de junio.
A partir de entonces, los esfuerzos de Pío XII en favor de la paz se ejercieron en el sentido en que lord Halifax, al rechazar la conferencia de los cinco Estados, había deseado que se ejercieran: el restablecimiento de las relaciones correctas entre Polonia y Alemania, por una parte, y Francia e Italia, por otra.
Los resultados fueron igualmente negativos.
De aquellos esfuerzos, M. Saül Friedländer sólo retiene los que hizo en dirección a Alernania y a Polonia, los cuales se caracterizaron de un modo especial por los consejos de moderación y de prudencia que Monseñor Cortesi, Nuncio en Varsovia, reiteró en varias ocasiones al gobierno polaco, obedeciendo instrucciones del Papa. Los días 30 y 31 de agosto llegó incluso a aconsejar unas concesiones: devolución de Dantzig al Reich, apertura del Corredor, garantías de ciertos derechos a las minorías polacas de origen alemán (54).
Y M. Saül Friedländer interpreta todo eso en el sentido siguiente:
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"la Santa Sede otorgará su apoyo a la diplomacia del Reich en el curso de las últimas semanas de la crisis" (55). Dicho de otro modo, el Papa obraba impulsado por el deseo de apoyar a la diplomacia alemana, y no por el de promover entre Alemania y Polonia un reajuste territorial y un acuerdo acerca de la suerte de la minoría alemana en Polonia más racional que el que había sido previsto en Versalles y que era la fuente del conflicto germano-polaco.
Por simpatía a la Alemania nazi.
Siempre el mismo sistema.
Resumiendo: El período que va desde el fracaso de su tentativa de mediación de principios de mayo al 1 de septiembre de 1939 fue dominado, el 24 de agosto, por una exhortación pública en favor de la paz, en la cual puede leerse: "Nada se habrá perdido con la paz, todo se perderá con la guerra (56).
Al día siguiente, 25 de agosto, los soberanos de Bélgica y de Holanda intentan una suprema mediación: Pío XII se asocia a ella, subrayando "la afortunada coincidencia con la radiodifusión de su propio mensaje de paz" (57).
El último gesto de Pío XII al término de aquel período, el 31 de agosto de 1939, fue una nota entregada por el Secretario de Estado Monseñor Maglione a los Embajadores de Alemania, Polonia, Inglaterra, Italia y Francia, que incluía dos puntos:
1. Con respecto a Alemania y Polonia: propuesta de una tregua de diez a catorce días durante la cual los dos
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países se comprometerían a abstenerse de toda medida y de todo incidente que pudiera agravar la tensión;
2. Con respecto a todos los destinatarios, una gestión .en favor de una conferencia internacional que tendría como objetivo resolver el conflicto germano-polaco y revisar el Tratado de Versalles (58).
En la tarde de aquel mismo 31 de agosto de 1939, Mussolini había propuesto a Francia y a Gran Bretaña una conferencia de los cuatro, para la cual sugería la fecha del 5 de septiembre, tras haber encargado al conde Ciano que dijera a Monseñor Maglione que "Italia apoyaba incondicionalmente la iniciativa pontificia" (59).
Aquellas dos iniciativas estaban motivadas por el hecho de que, el 19 de agosto, Hitler se había declarado dispuesto a negociar si, antes del 31 de agosto por la noche, los polacos le enviaban un representante con plenos poderes para negociar, añadiendo que si no lo hacían significaría la guerra (en sustancia), y todo indicaba que confiados en el apoyo de Inglaterra, los polacos no enviarían a aquel representante.
Sin embargo, comentando un telegrama de von Bergen enviado a Berlín desde Roma, el 30 de agosto de 1939 y que decía: "que en el caso de que no se presentara en Berlín un plenipotenciario polaco, tal vez habría que contar con una nueva iniciativa del Papa", M. Saül Friedländer concluye: "fianlmente, no se produjo ninguna iniciativa pontificia en ese sentido" (60).
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Profesor de historia contemporánea del Instituto universitario de Altos Estudios de Ginebra (¡¡ ... !!) Una sola pregunta: ¿nombrado por títulos, o mediante la simple presentación de su certificado de bautismo?

III. Cómo Pío XII trató de detener la guerra.

Y estalló la guerra...
La primera toma de posición de Pío XII que fue hecha pública se remonta al 14 de septiembre de 1939: su respuesta al nuevo embajador de Bélgica que aquel día había ido a presentarle sus cartas credenciales:
"... hasta el instante supremo que precedió al desencadenamiento de las hostilidades, Nosotros no omitimos nada de lo que podíamos intentar --sea mediante rogativas y exhortaciones públicas, sea mediante gestiones confidenciales reiteradas y concretas-- para iluminar los espíritus acerca de la gravedad del peligro y conducirles a pacíficas y leales negociaciones ... "

Luego pronunció la frase que define su actitud durante toda la guerra:
"... Nosotros no dejaremos de observar atentamente, para secundarlas con todas nuestras fuerzas, las ocasiones que se ofrezcan de encaminar de nuevo a los pueblos hoy soliviantados y divididos hacia la conclusión de una paz justa y honrosa para todos" (61).
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De una paz , no del retorno al statu quo.
Oigamos ahora a M. Saül Friedländer: "Es evidente que una paz excluyendo el retorno al statu quo sólo puede hacerles el juego a los alemanes" (62). ¿En virtud de qué hay que guardarse de un retorno a "una paz justa y honrosa para todos? Si se piensa que precisamente porque el Tratado de Versalles no había hecho "una paz justa y honrosa para todos" --y especialmente para los alemanes-- tuvimos a Hitler y la Segunda Guerra Mundial, na se conciben sin espanto los móviles que informan el pensamiento de M. Saül Friedländer: Entonces, ¿no ha de haber nunca paz justa para los alemanes? Reparar las injusticias que se cometieron con ellos en 1919, es "hacerles el juego" , y no restablecer las condiciones de la justicia? ¿Acaso la preocupación por la justicia ha dejado de ser un imperativo de la moral?
Tales afirmaciones no resisten un examen serio. Pío XII las oyó más de una vez en boca de diplomáticos aliados, aunque en forma más velada, pero nunca se detuvo en ellas. Su primera encíclica, Summi Pontificatus, se inscribió, el 20 de octubre siguiente, en la línea de conducta cuyo principio había enunciado en su respuesta del 14 de septiembre al embajador de Bélgica: una toma de posición en favor del retorno a la paz; por añadidura, a la frase de Pío XI según la cual "espiritualmente todos somos semitas",, responde haciéndole eco: No hay griegos ni judíos", respuesta que ha sido excesivamente olvidada. Hasta el punto de que, en el momento
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de su aparición, aquella encíclica fue acogida en el campo de los Aliados como "una Carta de la moral internacional".
En numerosas circunstancias, Pío XII reafirmará esas posiciones de principio:
-- su mensaje de Navidad de 1939, que reúne lo que el Papa considera postulados juridicos y políticos de una paz justa y duradera (63);
-- su carta del 7 de enero de 1940 al Presidente Roosevelt, en respuesta a la que había recibido de este último el 24 de diciembre de 1939 anunciándole, al mismo tiempo que la marcha de su enviado personal, M. Miron Taylor, su intención de recabar "el apoyo de las tres grandes religiones para ofrecer al mundo, en el momento oportuno, las bases de una paz duradera". Pio XII contesta a aquella carta diciendo: "Ninguna noticia podía resultarnos más agradable en una fecha como la de Navidad, dado que pone de manifiesto (...) una contribución importante a Nuestros esfuerzos para el establecimiento de una paz justa y honrosa"(64);
-- 24 de diciembre de 1940: mensaje de Navidad que reúne sus postulados para un orden nuevo (65);
-- 20 de abril de 1941: carta al Cardenal Secretario de Estado pidiéndole que recomiende rogativas públicas por la paz (66);
-- 17 de julio de 1941: respuesta al nuevo embajador
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del Perú en el acto de presentación de sus cartas credenciales; el tema es: la justicia social, base de la paz (67);
-- 24 de diciembre de 1941: mensaje de Navidad sobre. el tema de las condiciones de una paz justa y duradera (68);
-- 13 de mayo de 1942 (con ocasión de su jubileo episcopal): discurso sobre el papel de la Iglesia en el conflicto mundial (69);
-- 24 de diciembre de 1942: mensaje de Navidad sobre el orden social cristiano (70);
-- 2 de junio de 1943: alocución al Sacro Colegio, cuyo tema es una protesta contra la guerra total (71);
-- 13 de junio de 1943: discurso a los obreros italianos, para contestar a las calumnias contra la acción pacificadora de la Santa Sede (72);
-- 1 de septiempre de 1943: mensaje al universo en el cuarto aniversario de la guerra, sobre el tema: ¿de qué sirve la prolongación de semejante azote? (73).
-- 24 de diciembre de 1943: mensaje de Navidad que trata de los principios de un programa de paz justa y duradera (74);
-- 1 de septiembre de 1944: mensaje al universo en el quinto aniversario de la guerra, que reúne cierto número de consideraciones relativas a la organización social y a los problemas económicos del futuro (75);
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-- 24 de diciembre de 1944: mensaje de Navidad sobre la verdadera democracia y las condiciones en las cuales una organización internacional puede garantizar eficazmente la paz (76).
No hemos juzgado indispensable ofrecer los extractos de esos diversos textos que muestran al Papa preocupado por crear, entre los pueblos y los hombres de Estado, un clima sicológico capaz de inclinar a la reanudación de las relaciones internacionales. Por ese motivo hemos dado las referencias exactas: el lector puede acudir fácilmente a ellas.
Una historiadora inglesa demasiado poco conocida, Anne Armstrong, nos habla de la preocupación de Pío XII por abreviar la guerra:

"...El Papa Pío XII, en junio de 1940, hizo advertir al Presidente Roosevelt por medio de su enviado, Myron Taylor, que la época de paz no subsistiría si no tomaba como base la caridad cristiana, excluyendo de ella todo deseo de venganza y todo elemento de odio. La exigencia de una capitulación sin condiciones, explicó el Papa a Taylor, era incompatible con la doctrina de Cristo" (77).

Y también con la razón y con el sentido común: actualmente no queda casi nadie que no esté convencido, por los hechos conocidos, de que aquella exigencia prolongó la guerra en un mínimo de dos años.
Ahora, si del terreno de aquellos principios constantemente reafirmados por Pío XII se desciende al de las conclusiones prácticas que extrajo de ellos, me refiero a las
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intervenciones diplomáticas que le inspiraron, vemos que son de dos clases, lo mismo en el sentido de la limitación del conflicto, que en el del retorno a la paz general: las que están atestiguadas por textos irrebatibles, y las que no lo están más que por las declaraciones de testigos más o menos calificados.
Entre las que aparecen irrebatiblemente atestiguadas figuran sus múltiples intervenciones para impedir que Italia entrara en el conflicto. "Durante nueve meses -- dice Paul Duclos --, no hubo semana en que el Sumo Pontífice, sea directamente en una alocución, una carta, una audiencia, sea indirectamente por mediación de su Secretario de Estado, de sus Nuncios o de personalidades oficiosas, no ejerciera presión sobre la opinión italiana y los dirigentes responsables... especialmente sobre Ciano" (78).
Y es cierto.
Algunas pruebas entre las más significativas:
-- El 4 de septiembre, Il Popolo d'Italia publicó un editorial en el que se afirmaba que "Italia no será ajena a la restauración de la nueva Europa (iniciada por Hitler) y a su liberación". Dos días después, Pío XII envió al padre Tacchi Venturi a Mussolini para exhortarle a hacer todo lo que estuviera a su alcance en favor de la paz.
-- El 20 de octubre, la encíclica Summi Pontificatus, suplica "al Señor que permita que la atmósfera serena de esta paz impregne, avive, dilate y afirme poderosa y profundamente el alma del pueblo italiano".
-- El 7 de diciembre, al recibir a M. Alfieri, nuevo embajador de Italia en el Vaticano, se declara "convencido
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de que sus esfuerzos de paz encontrarán siempre un eco en el valiente, fuerte y laborioso pueblo italiano, al que la prudencia de sus gobernantes y su propio sentimiento íntimo han evitado hasta ahora el verse mezclado en la guerra" (79).
-- En diciembre, se anudan nuevas relaciones entre el Rey de Italia, que está en favor de la neutralidad italiana, y el Papa, por mediación del conde Ciano, el cual es de la misma opinión: el 21 de diciembre, los soberanos de Italia, acompañados del conde Ciano, son recibidos en el Vaticano -- ¡hecho que no se había producido desde el Concordato de 1929! -- y, en su discurso, el Papa formula el deseo "de que Dios conceda al pueblo italiano, en una vigilancia previsora y una prudencia conciliadora, no sólo su paz interior y su paz exterior, sino también el restablecimiento de una paz honrosa y duradera entre los pueblos"(80). El 28 de diciembre, el Papa devuelve su visita al Rey -- ¡ningún Papa había estado en el Quirinal desde hacía setenta años! -- y se expresa en términos semejantes.
--El 17 de marzo, entrevista Hitler-Mussolini en el Brenero. El Duce regresa de ella encadenado al carro de Hitler. El Osservatore Romano inicia una campaña pacifista. El 9 de abril, Mussolini encarga al embajador Alfieri que proteste. Réplica de Monseñor Maglione: "El Osservatore Romano, que se imprime en italiano pero que es el órgano de la Santa Sede, no puede ser confundido con los periódicos italianos... en todas partes, y especialmente en el extranjero, es necesario que se vea que es realmente
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el periódico de la Santa Sede, un periódico ímparcial y sereno" (81).
-- El 24 de abril,carta personal al Duce: "El Santo Padre formula, desde lo más profundo de su corazón, ardientes votos para que le sean evitadas a Europa mayores ruinas y lutos más numerosos, y a nuestro amado país, a vuestro país, en particular, una calamidad tan grande" (82). Las relaciones se envenenan... El Papa no cede un ápice en sus posiciones.
-- Se produce el conocido incidente del 13 de mayo de 1940: el embajador Affieri recibe el encargo de protestar nuevamente ante la Santa Sede por la campaña pacifista del Osservatore Romano, con motivo de un discurso que era un vibrante llamamiento al pueblo en favor de la neutralidad italiana pronunciado en la iglesia de Santa Minerva (5 de mayo) y de tres telegramas condenando la invasión de Bélgica, de Holanda y de Luxemburgo, dirigidos respectivamente a cada uno de los soberanos de aquellos tres países. "El Santo Padre -- dice Alfieri (83) -- me respondió que no comprendía la irritación del jefe del gobierno. A este paso, concluyó con una firmeza serena, tendrán que venir a buscarme para conducirme a un campo de concentración. Cada uno tendrá que responder ante Dios de sus actos."
Se sabe que Mussolini estaba irrevocablemente comprometido en el camino de la intervención. Pío XII tuvo que confesar su impotencia el 2 de junio ante el Sacro
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Colegio. El 10, Italia le declaró la guerra a Francia. Para actuar contra la entrada en guerra de Alemania contra Rusia, luego del Japón contra los Estados Unidos y finalmente, como consecuencia lógica, de Alemania contra los Estados Unidos, Pío XII estaba mucho peor situado, por no decir completamente desarmado: en uno y otro caso, se encontró ante el hecho consumado. Por lo menos se negó a ceder, lo mismo en lo que respecta a ingresar en una cruzada antinazi, como le pedían insistentemente los Aliados, que en una cruzada antibolchevique, como le pedían con igual insistencia las potencias del Eje, lo cual hubiese sido, en uno y otro caso, entrar en la guerra al lado de los unos o de los otros.
También aquí unos textos dan fe:
"Radio Moscú pudo anunciar en 1943 que Pío XII se había negado a colaborar con Hitler en una cruzada contra la rusia Soviética", dijo el Osservatore Romano del 16 de enero de 1945, y aquella declaración no ha sido desmentida en ningún momento.
Luego, del propio Pío XII:
"Nosotros procuraremos de un modo especial, a pesar de ciertas presiones tendenciosas, no dejar escapar de Nuestros labios o de Nuestra pluma una sola palabra, un solo indicio de aprobación o de estímulo en favor de la guerra emprendida contra Rusia en 1941" (84).
Y puede creérsele, puesto que el propio M. Saül Friedländer conviene en ello (85), aunque manteniendo que la actitud de Pío XII se inspiraba en sus simpatías por la
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Alemania nazi, único bastión contra el bolchevismo, lo cual, en materia de contradicción, es un modelo en el género.
En septiembre de 1941, los anglosajones, hasta entonces neutrales, se disponen a apoyar a los rusos. El 9, M. Myron Taylor entrega a Pío XII una carta con fecha del 3 en la cual Roosevelt le informa de los motivos que abogan en favor de aquella decisión: la dictadura rusa menos peligrosa para la seguridad de las otras naciones que la dictadura alemana, los crímenes nazis. Sigue un motivo que deberá decidir al Papa a invitar a los católicos americanos a aprobar la determinación de su Presidente, es decir, a aprobarla él mismo y a sostenerla ante la opinión americana, o sea que la situación religiosa en Rusia ha mejorado: en Moscú acaba de ser elegido un patriarca ortodoxo con la aprobación del gobierno y ha sido autorizada la reanudación de la celebración del culto. El Papa rechaza la invitación y Taylor informa: "Su Santidad ha confirmado que la Santa Sede condena al comunismo ateo y los sistemas totalitarios, pero continúa estimando al pueblo ruso con un afecto paternal". En su mensaje de Navidad de 1941, confirma de un modo general aquella negativa a tomar partido en el sentido solicitado por Roosevelt: "Dios es testigo de que Nosotros amamos con un afecto igual a todos los pueblos, sin ninguna excepción, y para evitar incluso la apariencia de estar guiados por el espíritu de partido, Nos hemos impuesto hasta ahora una extremada reserva" (86).
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Así, restablecido en su contexto, se comprende el sentido que debe darse al vocablo "reserva" , alrededor del cual los adversarios del pacifista Pío XII han armado tanto ruido. El embajador del Reich en Madrid tenía seguramente razón al escribir: "El Papa no habría dado pruebas de una gran comprensión en lo que respecta a aquella actitud (de Roosevelt) y habría subrayado una vez más que la extensión del conflicto sería la peor de las catástrofes. Sin embargo, se alegraba de que los Estados Unidos fuesen aún neutrales, ya que únicamente así podrían participar con la Santa Sede en el restablecimiento de la paz" (87). Todas las palabras del Papa, todos sus escritos van en ese sentido: cremos haberlo establecido indiscutiblemente.
Y si, el 11 de diciembre, Bergen escribe: "En los medios del Vaticano, la actitud de Roosevelt es censurada severamente. El Presidente, no sólo se ha esforzado en extender el conflicto a otros países, sino que ha conseguido maniobrar hasta conseguir que su propio país entre en la guerra" (88), no cabe duda de que, bajo esa forma, atribuye a la Santa Sede un modo de pensar que es el suyo propio, pero es indiscutible que tiene razón: Roosevelt, en efecto, ha maniobrado para "extender el conflicto a otros países y hacer entrar al suyo en la guerra". Su política con el Japón, en lo que toca a los intercambios comerciales entre los dos países, lo demuestra ampliamente, y el contenido de su carta a Pío XII del 3 de septiembre de 1941, sin la menor provocación de Alemania, es una confesión. Cabe únicamente asombrarse de
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que, habiendo maniobrado de ese modo, el ataque a Pearl Harbour del 7 de diciembre siguiente le cogiera desprevenido y, al igual que al Papa, le colocara ante el hecho consumado.

En todo este asunto, M. Saül Friedländer acaba aceptando la validez de las informaciones transmitidas por el embajador alemán Bergen a la Wilhemstrasse, el 21 de marzo de 1942:

"Acabo de enterarme muy confidencialmente de que la Santa Sede, probablemente inducida por el gobierno italiano, ha ejercido realmente una presión, por medio de sus nuncios, sobre los gobiernos que tomaron parte en la Conferencia de Río (de las naciones sudamericanas, a las que Roosevelt trataba de inducir a romper sus relaciones diplomáticas con el Eje y el Japón), para convencerles de que debían mantener su neutralidad. Un despacho de la United Press obligó al delegado de la Santa Sede en Washington a publicar un mentís, para no ser acusado de injerencia y de toma de posición en el conflicto" (89).

No cabe duda de que los nuncios del Papa en América del Sur estaban, como el propio Pío XII, en contra de la extensión del conflicto. Y es evidente que no tenían por qué ocultarlo, del mismo modo que no lo ocultó Pío XII. Pero de esto a hablar de "presión" hay más de un paso, y de ahí el mentís. Igualmente absurdo resulta suponer que Pío XII obrara , si se quiere recordar la firmeza con que había contestado a los reproches del Duce.
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Se concibe que el embajador alemán comunique eso a su gobierno para explicar uno de sus fracasos. El hecho de que M. Saül Friedländer lo acepte como buena moneda es una simple insinuación... muy de acuerdo, por otra parte, con su estilo, que a lo largo de todo su estudio no es más que insinuación.
Aquí, como en todas las ocasiones, Pío XII obró como lo hizo porque estaba en contra de la extensión del conflicto, y no para complacer al Duce. Porque deseaba el retorno de la paz y creía, muy justamente, que el mejor medio para volver a la paz no puede ser nunca el extender la guerra a unos países que todavía no están mezclados en ella.

IV. Las tentativas diplomáticas del Vaticano.

Sólo queda, ahora, mostrar en el mismo terreno práctico, es decir, diplomático, cómo Pío XII, habiéndose esforzado en evitar que el conflicto se extendiera, "aprovechó... todas las ocasiones que se ofrecían... para encaminar a los pueblos... hacia la conclusión de una paz justa y honrosa para todos", y cómo lo utilizó.
En primer lugar, hay que convenir en un hecho: aunque nunca dejó de desearlo ni de esperarlo, las circunstancias no le permitieron, como a Benedicto XV durante el primer conflicto mundial, lanzar una ofensiva diplomática de paz durante el segundo. A lo sumo pudo intentar poner en contacto a los beligerantes. Y he aquí, en el orden cronológico, las ocasiones que tuvo para ello:
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1. Terminada con éxito la campaña de Polonia, Hitler le pidió a Mussolini,mejor situado que él y todavía neutral, que efectuara unos sondeos de paz sobre la base de un compromiso previendo una Polonia amputada de sus minorías alemana, ucraniana y lituana. El Duce hizo dos cosas: por una parte, a mediados de septiembre, encargó al Popolo d'Italia la publicación de una serie de artículos apremiando a Inglaterra y a Francia para que aceptaran un compromiso sobre aquella base, y por otra parte, le pidió al conde Ciano, su Ministro de Asuntos Exteriores, que hiciera transmitir a Pío XII el ruego dé que utilizara su influencia en Londres y en París para facilitar aquella apertura de paz. El 22 de septiembre, el Osservatore Romano reprodujo uno de los artículos que mejor reflejaban las condiciones del compromiso, lo cual demuestra de un modo indiscutible que Pío XII era partidario de una apertura de paz en aquella forma, por otra parte muy aceptable, ya que de haber surtido efecto, no estando Rusia en guerra, hubiese significado el retorno a la paz.
El 8 de octubre siguiente, Hitler pronunció un discurso en el Reichstag que era una propuesta de paz general: nada de objetivos de guerra contra Inglaterra y Francia, nada de pedir la revisión del Tratado de Versalles salvo para las colonias, un Estado polaco independiente tras el arreglo del problema de las minorías europeas en el curso de una conferencia, solución del problema judío, desarme, cooperación europea... Nada que no fuera justo: mas concreto y más aceptable aún que los artículos de Il Popolo d'Italia.
Dos autores pretenden, sin concretar la fecha, que
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Monseñor Maglione encargó a los nuncios en París y en Londres que entregaran un mensaje pontificio en ese sentido, a los dos gobiernos: M. Paul Duclos y M. Mourin. El primero habla de un "ofrecimiento de buenos servicios", que caracteriza así: "El Papa se limita a formular su deseo de ver restablecida la paz en Europa, y aconseja a las dos naciones que aprovechen la primera ocasión para alcanzar ese objetivo" (90). Y el segundo: "La intervención del Vaticano fue vaga y prudente. Deseaba evitar que una toma de posición demasiado clara provocara problemas de conciencia en los católicos de los países en guerra"(91). En las Actes de Pie XII, publicadas por la Bonne Presse (92), finalmente, se lee que en materia de intervenciones diplomáticas:
"Pío XII aceptó (finales de 1939 --comienzos de 1940), a petición de medios políticos y militares alemanes influyentes, transmitir por los conductos oficiales ordinarios algunas peticiones sobre los objetivos de guerra y las condiciones de paz a la otra parte beligerante", y que "la intervención del Papa (en la guerra, se sobrentiende) se limitó a aquella transmisión"..

Conclusión: se trataba de esas notas de sondeo que son tradicionales en la diplomacia vaticana: antes de proponer sus "buenos oficios", Pío XII quería saber qué posibilidades de éxito tendría su gestión.
No tenía ninguna. Desde lo alto de la tribuna de la
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Cámara de los Comunes, la respuesta a las propuestas de paz de Hitler llegó a través de M. Chamberlain, el 12 de octubre: "Al actual gobierno alemán -- dijo -- no puede serle otorgada ninguna confianza". Al día siguiente, 13 de Octubre, Hitler afirmaba "que chamberlain, al rechazar su ofrecimiento de paz, había escogido deliberadamente la guerra"..
La iniciativa del Papa quedó interrumpida: no tenía ya motivo para proponer sus buenos oficios.
2. El 7 de noviembre de 1939, la reina de Holanda y el rey de los belgas proponen su mediación a los beligerantes. Los reyes de Dinamarca y de Noruega, de Suecia, de Rumania y el Presidente de la República de Finlandia, apoyan la gestión. El Vaticano también (93).
3. Las peticiones acerca de sus objetivos de guerra y de sus condiciones de paz a la otra parte beligerante, en nombre de Alemania, ya citadas.
4. El 11 de marzo de 1940, durante su visita a Roma de la cual ya se ha hablado, von Ribbentrop, según Camille Cianfarra, habría presentado a Pío XII, con el ruego de que lo transmitiera a los Aliados, un plan de paz en once puntos. Pero nada permite creer que ese plan fuera presentado efectivamente por von Ribbentrop a Pío XII, salvo los mentís que Londres, París, Berlín, y el propio Vaticano dieron a la información publicada por la prensa de la época (94).
5. El 28 de junio de 1940, después del aplastamiento
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de Francia, Monseñor Maglione entrega a los embajadores de Alemania, Inglaterra e Italia cerca da la Santa Sede, la nota siguiente:

"El Santo Padre, conmovido ante la perspectiva de los innumerables duelos y de las irreparables ruinas a las cuales dará lugar la próxima reanudación de las hostilidades, y con el único fin de realizar un supremo esfuerzo para salvaguardar la humanidad y la civilización, convencido de que la prolongación de la guerra podría engendrar otros conflictos y otras crisis y de que, por otra parte, una paz justa y honrosa es deseada por todos los pueblos, tendría la intención de dirigirse a los gobiernos de Alemania, de Inglaterra y de Italia, por su propia iniciativa, para rogarles que estudien las posibilidades de acuerdo que permita poner fin al conflicto. Antes de realizar esa gestión, el Santo Padre desea que Vuestra Excelencia pregunte confidencialmente a su gobierno qué acogida recibiría por su parte semejante invitación" (95).

El 19 de julio, en un gran discurso que pronunció en el Reichstag, Hitler propuso oficialmente la paz a la Gran Bretaña, a la cual, dijo, no tenía el menor deseo de destruir, y al imperio colonial, al cual no tenía la menor intención de atacar- El 21 de julio, en una alocución difundida por radio, lord Halifax replicó: "Continuaremos la lucha hasta que la libertad quede asegurada"(96).
El 26 de julio, el Secretario de Estado para los Asuntos Exteriores del Reich, von Weizsäcker, comunica al Nuncio Orsenigo la respuesta del Reich al mensaje de Pío XII:
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"Creemos poseer suficientes informes a propósito de la respuesta eventual de Londres a los sondeos de la Curia, para poder considerar aquella respuesta como negativa."
"La respuesta alemana, de hecho, ha sido expresada por el discurso de Hitler del 19. La declaración de lord Halifax, en su alocución difundida por radio del 21, confirma nuestra opinión acerca de la obstinación del gobierno británico. Evidentemente, Inglaterra quiere la guerra y la tendrá con todo su horror.
"Ahora -- añade -- ya no hay nada que hacer: para casarse sólo hacen falta dos" (97).
Pío XII, en consecuencia, no intervino oficialmente.
6. Paul Duclos hace públicos unos informes que, según dice, le han sido comunicados por la familia del difunto doctor Domenico Russo, antifascista notorio, que fue presidente del Comité italiano de liberación, apóstol encarnizado de la paz, amigo de Francesco Nitti, de Monseñor Maglione y de cierta personalidad (que no se nombra) allegada a Hitler. Según esos informes, en agosto de 1942, Monseñor Maglione y el doctor Domenico Russo se pusieron de acuerdo en que tal vez podría obtenerse de Hitler que aceptara una iniciativa del Papa en favor de una suspensión de las hostilidades y de una conferencia general. A renglón seguido, el doctor se habría informado, y, en octubre, la personalidad no nombrada en cuestión le habría dicho, para que lo transmitiera a la Santa Sede, de parte de Hitler:
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"A pesar de las injusticias que el papado ha cometido conmigo, estoy dispuesto a entenderme con la Santa Sede, si el Papa quiere intervenir en favor de la paz".
Pero, antes de que el Vaticano hubiera dado su respuesta, el desembarco norteamericano del 8 de noviembre de 1942 lo habría echado todo a perder. El doctor Russo habría reanudado sus tentativas a través de Suiza, y luego de Portugal, donde, habiendo conseguido entrar en contacto con el Foreign Office por mediación de uno de sus amigos habría obtenido, el 22 de junio de 1943, la respuesta siguiente:

"Si el Secretario de Estado de la Santa Sede le pregunta a nuestro ministro, M. Osborne, si Inglaterra está dispuesta a aceptar una mediación pontificia, M. Osborne recibirá el encargo de contestar afirmativamente. Pero el doctor Russo no habría regresado a Roma hasta el 10 de julio de 1943, fecha del desembarco de los Aliados en Sicilia. "De modo -- añade Paul Duclos -- que cuando el Cardenal Maglione formuló a Osborne la pregunta convenida, el ministro británico respondió que las instrucciones que había recibido ya no tenían validez" (98).

¿Qué pensar de todo eso? Es evidente que, si Hitler le hubiese solicitado que tomara una iniciativa, sin concretar más, Pío XII no hubiera podido rechazar la propuesta sin contradecirse con todo lo que había dicho hasta entonces. ¿Estuvo aquella propuesta en las intenciones de Hifler y la formuló en términos tales que los esfuerzos del doctor Russo llegaran hasta la pregunta formulada por Monseñor Maglione a M. Osborne? Es posible, pero no seguro: nada lo atestigua, salvo las memorias
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del jefe del contraespionaje nazi, Schellenberg (99), el cual, sin nombrar a nadie, habla de negociaciones de paz con los Aliados a través de Suiza, del Vaticano y de Portugal, negociaciones que contaban con el beneplácito de Himmler, pero que fracasaron a causa del desembarco norteamericano en Africa del Norte el 8 de noviembre, de 1942, y del de los anglo-norteamericanos en Sicilia el 10 de julio de 1943. ¿Se trata de las mismas? Estas últimas, en todo caso, parecen haber sido llevadas a cabo al margen de Hitler, y, por su parte, si había encargado a los mismos hombres que efectuaran las mismas gestiones, habría que admitir que había caído en una trampa.
El asunto es muy oscuro, y si los informes facilitados a M. Paul Duclos por la familia del doctor Russo son ciertos, habría que pensar en una tentativa de intervención de la Santa Sede que no tuvo continuación en el terreno diplomático.
7. Sólo como recordatorio y porque, en el caso de que fuera auténtica, atestiguaría una apertura de paz de Hitler en marzo de 1943, señalaremos una nota de protesta contra la detención de los judíos de Roma, dirigida e 16 de octubre de 1943 al general Stahel, comandante militar de Roma, por Monseñor Hudal, rector austríaco de Santa Maria dell'Anima, intermediario oficioso del Vaticano y, por tanto, conocedor de sus secretos, y concebida en los siguientes términos: "en breve plazo, el Reich tendrá que recurrir al Vaticano para unas misiones concretas y, ya en el mes de marzo se hicieron gestiones en este sentido. Sería lamentable, desde el punto de vista de la
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paz, que esa persecución de los judíos provocase una disensión entre el Vaticano y el Reich" (100).
La autenticidad está garantizada por M. Rolf Hochhuth, el cual la cita en su Vicario. Que yo sepa, nadie la ha discutido. Pero, si nos remontamos a las fuentes, nos daremos cuenta de que únicamente un periodista acreditado en el Vaticano habla de ella en un manuscrito... inédito, nos dice Paul Duclos. Es muy poco como garantía de autenticidad. Y, en el caso de que fuera auténtica, sólo atestigua una gestión de Hitler en el Vaticano que no tuvo continuación.
8. Finalmente, una última gestión diplomática a la cual F. W. Deakin (101) asocia al Vaticano y que tiene muy pocas posibilidades de ser auténtica en los términos en que ha sido relatada por aquel autor. En julio de 1943, entre el personal político italiano, muchos opinaban --dice F. W. Deakin--, que había llegado el momento de buscar una solución política a la guerra, ya que les parecía que la solución militar había quedado excluida. Es cierto: sabemos por su Diario que el conde Ciano era uno de ellos. Lo que resulta dudoso -- más que dudoso -- es que, tal como añade, el Duce no viera con malos ojos una solución de aquel género, aunque tuviera que suponer el abandono de Alemania por parte de Italia. He aquí la cronología de la gestión:
El 17 de julio, Bastianini, subsecretario de Estado de Mussolini para los Asuntos Exteriores, habría visitado a Monseñor Maglione para entregarle un memorándum sobre la situación de Italia en la guerra en relación con
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Alemania, y del Eje en relación con los Aliados. Objetivo: decidir al Vaticano a iniciar unos sondeos entre los Aliados para conocer sus intenciones con respecto a Italia. Contando con la aprobación del Duce, Bastianini esperaba poder enviar un emisario a los ingleses, y su elección había recaído en el banquero romano Luigi Fummi, en contacto con el grupo Pierpont-Morgan y administrador de los bienes del Vaticano. Plan de la gestión: Fummi saldría hacia Lisboa con un pasaporte diplomático del Vaticano, y desde allí hacia Inglaterra con un visado de Portugal. En Londres entregaría personalmente a Eden un mensaje de Bastianini en nombre de Italia, de Rumania y de Hungría. Acuerdo de Monseñor Maglione (?). El 18 de julio: entrevista Fummi-Duce (?). El 19 (fecha dada como insegura) salida en avión de Fumimi hacia Lisboa. En Lisboa, donde se dice que esperó en vano el visado británico, se pierde su rastro hasta el punto de que no se da la fecha de su regreso a Roma. Su presencia allí está señalada por un telegrama del embajador alemán... en Madrid (!) fechado el 26 de julio.
En ese asunto, tal como nos lo presenta F. W. Deakin, lo único seguro es el telegrama, que se encuentra en los archivos alemanes. Resulta por lo menos sorprendente que proceda de Madrid y que la embajada de Alemania en Lisboa no sepa nada, al parecer. Por otra parte, el telegrama en cuestión habla de esfuerzos del Vaticano encaminados a obtener de los Aliados una paz separada con Italia. M. Saül Friedländer cita otros tres: uno que procede de Roma (102), firmado por Weizsäcker, habla de una
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carta (¡que, por supuesto, no ha sido encontrada!) del actual Papa Pablo VI, entonces Cardenal Montini y subsecretario de Estado en el Vaticano, al embajador alemán, que permite a Weizsäcker llegar a la conclusión de que "el deseo del Vaticano es que Italia salga bien librada de la guerra". Por su parte, M. Saül Friedländer, sin conocer aquella carta -- él mismo lo confiesa -- concluye que "parece (sic) que puede deducirse que el subsecretario de Estado era probablemente (sic) de los que se mostraban partidarios de un armisticio por separado con Italia"; el segundo procede de la embajada alemana en París (103) y afirma que, en las intenciones del Vaticano, la paz con Italia "debería ser un primer paso hacia una unidad de acción entre los anglosajones y los alemanes para crear un frente unido euro--americano y crisitano contra Asia", pero sin referencia; el tercero procede también de la embajada alemana en París (104) y, de acuerdo con una información llegada de Lisboa (!) pretende que "el Papa realiza los mayores esfuerzos por mediación de sus delegados en Inglaterra y en los Estados Unidos a fin de obtener una paz honrosa para Italia". Un cuarto telegrama, procedente de la embajada de París (105), informa a Berlín, no de que el Vaticano trabaja para obtener una paz por separado de los occidentales con Italia, sino de que "en el Vaticano existe una fuerte tendencia a conseguir un acercamiento entre las potencias del Eje y los
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anglo-norteamericanos en vistas a una lucha común contra el bolchevismo" (106) y que... "el Papa se esfuerza por todos los medios para obtener la paz entre Inglaterra y Alemania".
Para juzgar adecuadamente el valor que puede concederse a esos telegramas, hay que empezar por situar a sus autores en la coyuntura con la cual se enfrentaban.
El año 1943 se señaló en todas las capitales europeas por una intensa actividad diplomática provocada por los acontecimientos militares: el hundimiento germano-italiano en Africa del Norte, el cual, iniciado en agosto de 1942, continuó de derrota en derrota hasta la liberación de Italia. El desembarco norteamericano en Casablanca (8 de noviembre de 1942), la caída de Stalingrado
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(2 de febrero de 1943), principio del hundimiento alemán en el frente del Este. El que primero pareció haber adquirido conciencia del cambio desfavorable de la situación fue von Ribbentrop, ministro alemán de Asuntos Exteriores: en noviembre de 1942, después del desembarco de los norteamericanos en Africa del Norte, sugirió al Führer que se pusiera en contacto con Stalin por medio de la señora Kollontai, embajadora de Stalin en Estocolmo, recibiendo una negativa que, según él, no le impidió volver a la carga en febrero de 1943, tras la caída de Stalingrado, aunque sin obtener más éxito, a pesar de la Declaración de Casablanca, inspirada por Roosevelt, que exigía la capitulación incondicional del Eje. Ribbentrop añade que, aquella vez, actuó por su cuenta y, creyendo que los rusos se avendrían a razones dado su malestar por el hecho de que los anglo-americanos no hubieran abierto un segundo frente en el Oeste, encargó la operación a Peter Kleist (107). Peter Kleist lo confirma (108).
La primera reacción de Mussolini parece remontarse a la visita que el mariscal Goering hizo a Roma el 4 de diciembre de 1942. Según el conde Ciano, el Duce le dictó un breve resumen de la entrevista que los hombres sostuvieron en privado: "El Duce cree que, de un modo u otro, el capítulo de la guerra contra Rusia, a partir de ahora sin objeto, está cerrado. En el caso de que fuera posible llegar a un segundo Brest-Litovsk -- ofreciendo a Rusia unas compensaciones territoriales en el Asia
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central --, habría que crear una línea defensiva que destruyera todas las iniciativas del enemigo, utilizando el mínimo de tropas del Eje. Goering dice que ése sería el ideal de Hitler" (109).
En Italia, la opinión pública reaccionó, sobre todo después de la caída de Stalingrado: en marzo se produjeron importantes huelgas en Turín y Milán, Finalmente, la situación militar provocó en el seno del Gran Consejo fascista las disensiones que desembocaron en la caída de Mussolini. El papel del rey -- que había aceptado el fascismo y accedido a la guerra contra su voluntad -- en aquel asunto es demasiado conocido para que nos detengamos en él. Y lo mismo puede decirse en lo que respecta al conde Ciano. A propósito de la guerra y de la paz, hubo al menos cuatro corrientes de opinión en Italia: los que, en 1943, eran partidarios de una paz separada con el Este; los partidarios de una paz separada con el Oeste, pero de la paz del Eje y no sólo de Italia; los de la paz separada de Italia con el Oeste; y los partidarios de luchar hasta el fin al lado de Alemania. Una abundante literatura italiana de memorias atestigua que todas aquellas corrientes tenían representantes influyentes en el personal político dirigente: el libro de aquella mujer sencilla y digna que fue Rachele Mussolini (110), esposa del Duce, forma parte de ella.
La más importante de todas aquellas corrientes de opinión fue la de los partidarios de la paz por separado
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entre el Eje y el Oeste: sus portavoces consiguieron arrastrar a Hungría, a Rumania y a Turquía a su lado, interesar favorablemente a España y Portugal, y buscaron el apoyo del Vaticano. Los que abogaban por el abandono de Alemania por parte de Italia, poco numerosos a causa de que, prácticamente, a la menor veleidad en aquel sentido Alemania hubiese ocupado toda Italia, lo cual la hubiera mantenido igualmente en la guerra, hicieron lo mismo.
Todos los discursos de Mussolini, todos los informes de sus entrevistas con Hitler, demuestran que el Duce se inclinaba por la paz por separado del Eje con el Este y que, en varias ocasiones, intervino en dirección a Hitler en tal sentido. Por ello, cuando F. W. Deakin nos dice que Mussolini dio su asentimiento a la iniciativa de Bastianini para una paz por separado de Italia con el Oeste, existen pocas posibilidades, por no decir ninguna, de que sea cierto. Tampoco resulta verosímil que monseñor Maglione se asociara a ella concediendo, con conocimiento de causa, un pasaporte del Vaticano al banquero Fummi. Bastianini lo cuenta, es cierto (111), pero después de la guerra Bastianini trataba de justificarse, y ni monseñor Maglione ni Mussolini estaban vivos para contradecirle. Por otra parte, ninguno de los discursos, de los escritos o de los actos del Papa o de monseñor Maglione atestiguados por documentos indiscutibles autorizan a creer que hubieran podido dar su asentimiento a una operación de paz por separado de Italia con el Oeste; por el contrario, todos demuestran que estaban en favor, no ya de una paz por separado del Eje en aquel sentido, sino de una paz
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general. ¿El telegrama del embajador alemán en Madrid? Es posible que el banquero Fummi se encontrase en Lisboa en la fecha indicada: no es materia que pueda discutirse. Pero el banquero Fummi era administrador de los bienes del Vaticano, y en calidad de tal viajaba mucho con un pasaporte del Vaticano y el consentimiento del gobierno italiano, lo cual, antes de su salida de Roma, basta para explicar su entrevista con el Duce. Finalmente, el embajador alemán en Lisboa no señaló su presencia en aquella capital, sin duda porque conocía el objeto de ella; si aquel objeto hubiese sido el que dice Bastianini, no cabe duda de que al relcibir el telegrama del embajador alemán en Madrid, informándole de aquella traición de su socio italiano, el Führer hubiera dado rienda suelta a su cólera contra él. Sin embargo, no sólo no sucedió nada, sino que todo el mundo sabe lo que hizo para salvar a Mussolini, prisionero de Badoglio. Y esto demuestra que, informado perfectamente de los objetivos de los desplazamientos del banquero Fummi, no lo estaba menos sobre el crédito que podía otorgarse al telegrama de su embajador en Madrid.
Aquella actividad diplomática en dirección al Oeste que se alimentaba de la esperanza de poder asociar a ella al Vaticano, adquiere un significado especial si se sabe que coincidía con otra de la oposición alemana al régimen nazi, que trataba de obtener de Pío XII el apoyo de los católicos alemanes al movimiento contra Hitler en el país, y que había obtenido el nombramiento de uno de sus adeptos, von Weizsäcker, para la embajada de Roma, en julio de 1943. A partir de entonces, los telegramas de Weizsäcker adquieren, también, un sentido muy especial. De lo que él ha dicho y de lo que atestiguan los documentos
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publicados hasta ahora, se desprende que Weizsäcker estaba mucho más animado de la esperanza de que Pío XII tomara posición en favor de las negociaciones de paz separada entre el Eje y el Oeste, que de la de inducirle a apoyar, en dirección de los católicos alemanes, la oposición a Hitler. Y lo que sus telegramas reflejan es aquella esperanza que él da como basada en realidades que no son más que simples elucubraciones de una mente orientada. Weizsäcker sabía, por añadidura, que al tratar de que Ribbentrop y Hitler se tomaran aquellas elucubraciones en serio ponía de relieve su propia actuación y, por otra parte, no arriesgaba absolutamente nada.
Ya que, en 1943, ¿cuáles eran, en el terreno diplomático, las disposiciones de ánimo de von Ribbentrop y de HitIer? Se sabe ya que, inmediatamente después de la caída de Stalingrado, y con la oposición de Hitler, von Ribbentrop había encargado a uno de sus subsecretarios de Estado, M. Peter Kleist, que entrara en contacto con el Este. Por Peter Kleist sabemos también que, hasta octubre de 1943 (112), si su jefe hubiese obtenido el consentimiento de Hitler, existieron posibilidades de una paz separada entre el Eje y el Este (113). Se concibe fácilmente que HittIer no se sintiera inclinado a una operación de aquella clase: el movimiento nacional-socíalista había nacido en 1a opinión de su oposición al bolchevismo, y únicamente el espíritu extremadamente realista de los alemanes le había permitido hacerles aceptar, sin ninguna dificultad, el pacto germano--soviético del 23 de agosto de 1939.
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¿Podía permitirse Hitler repetir la operación del 23 de agosto de 1939? El no lo creyó, y todo lo que hasta ahora sabemos de él permite afirmar que estaba convencido, dada la situación militar creada por la caída de Stalingrado, de que aquella operación hubiera significado el triunfo del bolchevismo en Europa. Antes de Stalingrado y hasta Stalingrado, no había problema: Hitler estaba seguro de que aplastaría a Rusia y por consiguiente, haría entrar en razones a los occidentales. Su error después de Stalingrado fue creer que sólo había perdido una batalla -- como dijo el general de Gaulle con respecto a Francia el 18 de junio de 1940 --, que conseguiría enderezar la situación y obligaría a los occidentales a renunciar a su exigencia de la capitulación incondicional. De ahí las ofensivas diplomáticas que, aun sin esperar que obtuvieran resultado hasta que no hubiera restablecido la situación en su favor en el frente del Este, permitió que realizara von Ribbentrop de cara al Oeste, ofensivas cuyo punto de partida no podía ser otro que el Vaticano: por lo menos, tenían la ventaja de preparar el terreno para el día en que la victoria de sus armas en el frente del Este obligara a los occidentales a negociar.
¿Y el Vaticano?
En materia de paz, no puede citarse ningún texto de Pío XII que le muestre dispuesto a convertirse en mediador de una paz que no fuese general, lo cual excluye, por su parte, toda intención de intervenir en el sentido de una paz que permitiera a uno de los beligerantes continuar la guerra en el Este, o de un radical cambio de las alianzas, o de una paz por separado de Italia con las potencias del Oeste, la cual, en la coyuntura militar del año 1943
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no podía cambiar nada en un estado de hecho, no podía hacer progresar en nada la causa de la paz y no podía ser más que gratuita. Los telegramas citados por M. Saül Friedländer se refieren únicamente a ideas o intenciones gratuitamente atribuidas a Pío XII, y M. Saül Friedländer se cuida mucho, cuando cita una, de compararlas con las ideas de Pío XII tal como él mismo las expresó y reiteró, a menudo en la misma fecha o en una fecha casi coincidente con la del telegrama que afirma lo contrario.
Por lo tanto, la única pregunta que puede formularse es la siguiente: ¿a quién creer? ¿Al Papa, o a un personaje tan preocupado por su carrera como von Bergen, tan dudoso como von Weizsäcker, o tan oscuro --y tan estúpido-- como un Schleier? Desgraciadamente, ésa es una pregunta que no suele formularse.
Por lo demás, el propio M. Saül Friedländer se da cuenta de lo débil, por no decir lo ridículo, de su argumentación, ya que, cada vez que cita un documento de los sentimientos pronazis de Pío XII por temor al bolchevismo, temor que le hace desear la paz en el Oeste para permitir a Hitler aplastar a los rojos, y de que para no debilitar a Hitler en aquella lucha no condenó más claramente los crímenes llamados de guerra del nazismo --únicamente aquéllos de que fueron víctimas los judíos--, autentifica históricamente la noticia mediante unas fórmulas que el lector ya conoce tales como "es posible que... es plausible... parece que... no es más que una hipótesis, pero...", las cuales son, por excelencia, las de la insinuación, llegando a decir: "Señalemos que no poseemos ningún documento de 1940 indicando
[170] semejante intención y que se trata, por nuestra parte, de una simple hipótesis" (114).
Eso es lo que su empresario, M. Alfred Grosser, llama "una interpretación de los textos prudente y firme, a veces ingeniosa (sic) hasta el punto de elucidar por medio del razonamiento una fórmula oscura o mal interpretada hasta ahora" (115). Lo cual permite llegar a la conclusión de que "los documentos presentados por M. Saül Friedlander hacen casi seguro (resic) que en el Vaticano se especuló con la idea de un cambio de signo de las alianzas, o al menos, de una paz separada con el Oeste"(116).
¡Pues bien, no! No puede condenarse a nadie por unos hechos que sólo son "posibles", o "plausibles", que sólo "parecen" ciertos, que no son más que simples hipótesis por nuestra parte o casi seguros. En derecho, en todo caso --y salvo excepciones, desde luego, ya que por desgracia no hemos salido aún del período de los tribunales de excepción--, no existe ningún tribunal que pueda condenar a alguien por unas acusaciones presentadas en esa forma, incluso si la defensa no tuviera nada concreto que oponerles, lo cual no ocurre en el presente caso, puesto que, tal como el lector acaba de ver, pueden citarse una multitud de textos y de hechos, auténticos e indiscutibles, los cuales demuestran que, tras haber hecho todo lo que estaba en su mano para evitar la guerra, Pío XII no esperó ni trató nunca de promover una paz por separado, sea de Italia únicamente, sea del Eje, con las potencias` occidentales, sino por el contrario, siempre y sistemáticamente,
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una paz general, justa, honrosa y duradera, que incluyera, sin excepción, a todos los beligerantes.
Y que esa esperanza o ese principio le inspiró todo lo que dijo y todo lo que hizo antes y durante la guerra, y no los sentimientos vulgares y bajos que, mediante deshonrosos artificios de estilo, le han sido atribuidos, apoyándose, no en hechos establecidos, sino únicamente en lo que M. Roger Peyrefitte llama "chácharas de embajadores"(117).
Pío XII habló y actuó. Actuó poco, es cierto: porque las circunstancias no le permitieron nunca actuar más. Pero habló mucho, y siempre en el sentido de la paz. Si se calló, fue en el sentido de la guerra, y únicamente en ese sentido. Y en ese aspecto se calló de un modo obstinado. Ese es el significado, el único que puede tener, de la expresión "Los silencios de Pío XII" que, durante meses y meses, casi todos los periódicos del mundo han ofrecido a sus lectores en primera plana y con grandes titulares: una acusación que sabían gratuita y que sólo podían hacer triunfar gracias a la campaña publicitaria emprendida desde el principio contra un hombre de paz por otros hombres germanófobos, sovietófilos y belicistas a ultranza que, después de haber querido la guerra de un modo deliberado, la quisieron encarnizadamente, hasta el final, a través y contra todas las posibilidades de paz muy aceptables que se les ofrecieron en el curso del camino. Que, por añadidura, no parecen demasiado afectados por los cincuenta millones de muertos y los millares y millares de ruinas que tienen sobre la conciencia.
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Dispuestos a volver a empezar, en suma. Hay que reconocer que M. Rolf Hochhuth y M. Saül Friedländer son demasiado jóvenes para que esa acusación les afecte personalmente: pertenecen al clan, y luchan por los intereses del clan. En cuanto a lo que hay que pensar de sus administradores y de sus partidarios, remito al lector al capítulo precedente.
Para completar la tarea sólo falta, ahora, desmontar el mecanismo político de "la operación Vicario".

NOTAS
1) Proclamado rey de Italia el 14 de marzo de 1861, por un Parlamento que incluía a diputados de toda Italia a excepción de Venecia (que continuaba siendo austríaca) y de los Estados Pontificios, Víctor Manuel no lo fue de un modo efectivo hasta aquel día, tras haber recuperado a Venecia por el plebiscito de 22 de octubre de 1866.
2) En Florencia. El Parlamento se reunió por primera vez en Roma el 27 de noviembre de 1871.
3) Edouard Petit, L'Italie, julio de 1929.
4) El dogma de la infalibilidad pontificia fue proclamado el 18 de julio de 1870 por un Concilio que duraba desde el 29 de enero de 1868 y que fue suspendido a causa de la caída de Roma, el 9 de octubre de 1870. Suscitó muchas disensiones. En primer lugar en el seno de la Iglesia: de los 601 Padres Conciliares que entraron en Concilio el 28 de enero de 1868, 66 habían abandonado Roma la víspera de la votación por hostilidad a la tesis; pero, de los 535 que quedaron, únicamente 2 votaron en contra. Y luego en el mundo: Austria, descontenta, denunció el Concordato de 1855; en Alemania provocó el Kulturkampf; en Suiza nació una Iglesia cristiana que se separó de Roma. Aquel Concilio, denominado Vaticano I, fue el primero, que se celebró después del de Trento (1545-1563). El Vaticano II, convocado por. Juan XXIII (1962), reanudó la discusión en el punto en que el Vaticano I la había dejado, extendiéndola sin embargo a otros temas.
5) El cautiverio de los Papas en el Vaticano no terminó hasta 1929, con la firma de un Cencordato entre Pío XI y la Italia de Mussolini.
6) Pierre Dominique, "Histoire des Papes", Crapouillot, abril de 1964. Tesis reproducida en substancia.
7) Le Vicaire et Mistoire, p. 120. (El subrayado es nuestro).
8) Albin de Cigala, Pío X, Ed. Fleurus.
9) Merry del Val, Pie X, souvenirs et impressions, Ed. Fleurus.
10) Ibid.
11) Le Vicaire et l'histoire, p. 123.
12) Pie X, souvenirs et impressions, op. cit., p. 28.
13
) Subrayado en el texto.
14) Acta Apostolicae, Bonne Presse, t. 5, pp. 15-17.
15) Acta Apostoticae Sedis, Bonne Presse, t. I, p. 182.
16) Le Vicaire et l'histoire, p. 126.
17) Le Crapouillot, op. cit., p. 62.
18) Le Crapouillot, p. 63.
19) Contra Briand se utilizan argumentos de la misma calaña que contra Pío X, Benedicto XV y Pío XIL Si soñaba en los Estados Unidos de Europa no era porque buscara una solución de paz justa y duradera, no porque no era más que un aventurero ambicioso que aspiraba a La Presidencia en caso de éxito. Y, para demostrarlo, se añade que quiso obtener de la Santa Sede la promulgación de1a condena de LíAction franpaise pronunciada bajo Pío X, pero que no se había hecho pública a causa de la guerra. De L'Action française, presentada, aunque moribunda, como la única fuerza susceptible, en la política francesa, de entorpecer la marcha hacia aquel objetivo.
20) Léon Blum, A l'Echelle humaine, p. 181 (Gallimard).
21) Había nacido el 2 de marzo de 1876 en el número 34 de la calle Monte Giordano (actualmente calle de los Orsini).
22) De un modo especial su Mensaje de Navidad de 1948, donde dice, por ejemplo: "..un pueblo amenazado o víctima ya de una agresión, si quiere pensar y obrar cristianamente puede permanecer en una indiferencia pasiva".
23) Subrayado en el texto, al igual que todo lo que aparece, subrayado en la continuación de ese mismo texto.
24) Monseñor Solages, rector del Instituto católico de Toulouse: Théologie de la guerre juste, p. 153 (citado por Paul Duclos, op. cit., p. 103).
25) Citado por Die schönere Zukunft, de Munich, 21 de febrero de 1932.
26) Acta Apostolicae Sedis, XXXI, p. 127.
27) Id.,
p. 145.
28) Id., p. 154.
29) Georges Bonnet, Le Quai d'Orsay sous trois Républiques, p. 259.
30) Completamente lógico ya que, en relación con los Acuerdos de Munich, eran los eslovacos, y no los checos, los que estaban en su derecho.
31) Por tanto, abuso de poder de los checos.
32) Presidente del gobierno eslovaco.
33) Dada su situación geográfica, ¿a quién sino a él podía pedir protección contra la injusticia de que era víctima? Por otra parte, los ingleses y los franceses, que se encontraban en la imposibilidad de hacer respetar los Acuerdos de Munich en este punto, habían tomado partido por los checos, es decir, por la injusticia.
34) André-François Poncet, De Versailles Postdam, Flammarion, pág. 247.
35) No era la primera vez que se hacían culpables de semejantes violaciones con relación a los eslovacos. El 30 de mayo, de 1938, en Pittsburg (Estados Unidos), los checos y los eslovacos que se habían puesto de parte de los Aliados en la primera guerra mundial habían celebrado, por medio de sus representantes respectivos, una convención en la cual se estipuló la creación de un Estado checoslovaco de tipo federal en el seno del cual cada una de las dos comunIdades étnicas sería un Estado, independiente. De hecho, Versalles había sancionado un Estado checoslovaco en el cual los eslovacos estaban sojuzgados por los checos, del mismo modo que en la actualidad los alemanes del Este, los húngaros, etc., están sojuzgados por la Unión Soviética.
36) André-François Poncet, op. cit., p. 249.
37) William Shirer, El Tercer Reich, t. I, p. 497 de la ed. francesa.
38) Georges Bonnet, op. cit., p. 261.
39) Georges Bonnet, op. cit., p. 262.
40) Citado por William Shirer, op. cit., p. 231.
41) Saül Friedländer, Pío XII y el Tercer Reich, p. 32.
42) El 3 de octubre de 1938, inmediatamente después de la Conferencia de Munich, los rusos, ofendidos por haber sido descartados de ella por los Occidentales, habían iniciado unas conversaciones económicas con Berlín por medio de su misión comercial en Alemania. Aquellas conversaciones iban alargándose. A partir del 31 de marzo, cuando tuvieron la convicción de que el cambio de actitud polaca era irrevocable, vieron todo el partido que podían sacar de la situación, y lo vieron todavía mejor después del discurso de Hitler del 28 de abril, en el cual, contrariamente a su costumbre, no les atacaba. El 20 de marzo de 1939, mientras Chamberlain daba crédito a las agencias de prensa que anunciaban un ultimátum alemán a Rumania y se apresuraba a ofrecer a esta última nación la garantía inglesa, que luego extendió a Polonia, Stalin había publicado un comunicado oficial en el cual, sin que nadie se lo hubiera pedido, negaba que "Moscú hubiera dado garantías a Rumania y a Polonia para el caso de que fueran víctimas de una presión". Inmediatamente después del discurso de Hitier en el Reichstag, los rusos dieron un segundo paso en dirección a un acuerdo económico con Alemania, las negociaciones por medio de su misión comercial adquirieron un tono más comprensivo por una y otra parte, y... todos sabemos cómo terminó la cosa.
43) Sin embargo, Monseñor Giovanetti, a pesar de que en los documentos publicados hasta ahora no hay ninguno que confirme la información que da (Le Vatican et la Paix, p. 51), pretende que el presidente Rdosevelt habia encargado al Secretario de Estado Summer Welles que informara al Papa, que éste había rechazado, como inoportuna, la propuesta de una intervenci6n por su parte hacia de Hitler. Es el único en pretenderlo. El propio M. Saffl Friedländer no se atreve a hacerse eco de la afirmación de Monseñor Giovanetti. De todos modos, la cosa carece de importancia: de haberse producido los hechos tal como afirma Monseñor Giovanetti, habría que felicitar a Pío XII por haber rechazado aquel ofrecimiento.
44) Saül Friedländer, op. cit., p. 34.
45) Monseñor Giovanetti, op. cit.,p. 56.
46) Id., p. 58.
47) Redactado por un tal Hewe1 y fechado el 10 de mayo de 1939. Documents of German Foreign Policy, vol. I, p. 435. Citado bajo esa referencia por M. Saül Friedländer, op. cit., p. 34.
48) Acerca de la respuesta de Hitler, las opiniones están divididas. M. Frangois-Charles Roux dice "que no podía darse una respuesta más tranquilizadora", pero la califica de "obra maestra de la hipocresía"(Huit ans au Vatican, p. 318). En el Diario de Ciano, con fecha 8 de mayo, figura una referencia a la entrevista que sostuvo en Roma con von Ribbentrop los días 6 y 7 de inayc y en la cual se habló del proyecto del Papa: "El µFuhrer considera que la idea de una conferencia no es aceptable... se propone hacer saber al Vaticano que agradece al Papa su iniciativa; pero que no considera posible aceptarla..." Lo mejor, por tanto, es atenerse a los documentos oficiales de las dos partes que, en este caso, están de acuerdo: con fecha 6 de mayo, Mussolini aceptó en principio la propuesta del Papa; en cuanto a Hitler, que no formuló ninguna objeción en contra, dijo que antes de contestar oficialmente debía consultar a Mussolini.
49) Informe presentado por Monseñor Valerio, Valéri, citado por Monseñor Giovanetti, y el propio Monseñor Giovanetti, op. cit., p. 62.
50) Carta citada por Monseñor Giovanetti, op. cit. p. 63.
51 Informe presentado por Monseñor Godfrey, citado por Monseñor Giovanetti, op. cit. p. 65.
52) Citado por Monseñor Giovanetti, p. 61.
53) Se encontrará aquel discurso en las Acta Apostolicae Sedis, Bonne Presse, vol. I, p. 128. No se ha reproducido aquí: basta que el lector conozca sus intenciones y su sentido.
54) Telegrama del embajador inglés en el Vaticano, Osborne, a Lord Halifax, con fecha del 30 de agosto, que figura en los Documents anglais, 3e série, vol. VII, página 403, citado bajo esta referencia por M. Saül Friedländer, op. cit., p. 41. Y Journal du Comité polonais Szembeck, Plon, Paris, p. 499.
55) Saül Friedländer, op. cit., p. 37.
56) Un ora grave (Acta Apostolicae Sedis, XXXI, p. 333, y Documentation catholique, XL, col. 1128).
57) Osservatore Romano, 26 de agosto.
58) Documentation catholique, 1945, col. 163, concretando que la nota fue entregada el 31 de agosto a las 13 horas.
59) Citado por Paul Duclos, op. cit., p. 110, haciendo referencia a la Civilta Catholica, de Roma, del 15 de junio de 1945.
60) Saül Friedländer, op. cit., p. 43.
61) Acta Apostalicae Sedis, XXXI, p. 367, y Documentation catholique, XL, col. 1130. La segunda parte del párrafo está subrayada por nosotros.
62) Saül Friedländer, op. cit., p. 47.
63) Acta Apostolicae Sedis, XXXII, p. 509.
64) Id., XXXII, pp. 43 y ss., y Wartime Correspondance, 7 de enero de 1940.
65) Id., XXXIII, pp. 5 ss.
66) Id., XXXIII, pp. 110-112.
67) Id., XXXIII, pp. 356-358.
68) Id., XXXIV, pp. 10 y ss.
69) Id, XXXIV, pp. 154 y ss,
70) Id. XXXV, pp. 9 y ss.
71) Id., XXXV, pp. 165 y ss.
72) Id., XXXV, pp. 171 y ss.
73) Id., XXXV, pp. 277-279.
74) Id., XXXVI, pp. 11 y ss.
75) Id., XXXVI, pp. 249 y ss.
76) Id., XXXVII, pp. 10 y ss.
77) Anne Armstrong, Capitulation sans conditions, Presses de la cité, pp. 280-284.
78) Paul Duclos, op. cit., p. 111.
79) Actes de Pie XII, Bonne Presse, vol, I, p. 297.
80) Id., p. 311.
81) Documentation catholique, 1945, col. 253.
82) Id.
83) Dino Alfieri, Deux dictateurs face à face, Cheval Ailé, Ginebra, 1948, pp. 30 y ss.
84) Declaración solemne al Cuerpo Diplomático el 15 de junio de 1946 (Doc. cath., 1946, col. 205).
85) Saül Friedländer, op. cit., p. 165.
86) Se encontrará el contenido íntegro del texto en las Actes de Pie XII, Bonne Presse, vol. III.
87) Citado por M. Saül Friedländer, p. 89.
88) Id., p. 90.
89) Telegrarna de von Bergen a Berlín, 21 de marzo de 1942, citado por M. Saül Friedländer, p. 91.
90) Paul Duclos, Le Vatican et la Seconde Guerre mondiale, p. 121.
91) M. Mourin, Les Tentatives de paix dans la Seconde Guerre mondiale, p. 21.
92) T. I., p. 32.
93) François-Charles Roux, Huit ans au Vatican, p. 355.
94) Consultar los periódicos del 13 al 18 de marzo de 1940.
95) Actes de Pie XII, Bonne Presse, XXXII, p. 298, citado por M. Saül Friedländer, p. 69.
96) Citado por M. Saül Friedländer, p. 69.
97) Memorandum de Weizsäcker, 26 de julio de 1940, citado por M. Saül Fnedländer.
98) Paul Duclos, op. cit., p. 124.
99) Walter Schellenberg, Le Chef du contre-espionnage allemand parle, Plon.
100) Paul Duclos, op. cit., p. 221.
101) F. W. Deakin, L'Axe brisé, Stock, pp. 411 y ss.
102) Telegrama de Weizsäcker a Berlín del 3 de agosto de 1943, citado por M. Saül Friedländer, p. 175.
103) Telegrama de Schleier (de la embajada de Alemania en París) del 18 de agosto de 1943, citado por M. Saül Friedländer, p. 177.
104) Id.
105) Telegrama de Schleier a Berlín, 31 de julio de 1943, citado por M. Saül Friedländer, p. 175.
106) La información se da en el telegrama como procedente de "von Krug", el cual dice que la ha sabido por el Presidente Laval el cual la ha sabido por uno de sus colaboradores, el cual la ha sabido por el Nuncio de Vichy, Monseñor Valerío Valéri, y es retransmitida por un quinto personaje bajo la firma de Schleier: el panadero se lo ha dicho a la carnicera, la cual se lo ha dicho al farmacéutico... M. Saül Friedländer reproduce ese cuarto telegrarna, como si no se hubiese dado cuenta de que su contenido no coincide con el telegrama anterior: en efecto, ¿era el Papa en persona el que "se esforzaba por todos los medios" , o bien "existía una fuerte tendencia en el Vaticano"? Es evidente que, si se trata del Papa, no cabe hablar de "fuerte tendencia", sino de la tendencia que prevalece; sin embargo, la primera frase indica claramente que no prevalece. Por lo tanto, existe una incompatibilidad entre las dos. Si alguien, "se esfuerza por todos los medios", en hacer cualquier cosa es, en este caso, el autor del telegrama, que trata de convencer a su destinatario de que Pío XII está en favor de un cambio de signo de las alianzas, comunicándole unas informaciones de quinta mano y dando como ciertos unos hechos sin más referencia que las formuladas en condicional ("El Nuncio habría contestado...", o incluso sin ninguna referencia. Una última observación: el tal Schleier debía ser alguien especialmente calificado para redactar los telegramas de la embajada alemana en Paris: ni siquiera conoce el nombre exacto del informador al cual se refiere, y que no es "von Krug", sino "Krug von Nidda".
107) Nazi Conspiracy and Aggression, edición norteamericana, vol, complementario B, pp. 1203-1204.
108) Zwischen Hitler und Stalin (Ed. francesa bajo el título: Entre Hitler et Staline, Plon).
109) Diario de Ciano, p. 532 de la ed. francesa, con la fecha del 6 de diciembre de 1942. Se observará que Goering está de acuerdo con Ribbentrop, anteriormente citado, y no con Hitler.
110) Rachele Mussolini, Ma vie avec le Duce, Cheval Ailé, 1948.
111) Vomini, Cose, Fatti (no traducido al francés).
112) Fecha de la Conferencia interaliada de Moscú.
113) Peter Kleist, Entre Hitler et Staline, op. cit.
114) Saül Friedländer, op. cit., p. 78.
115) Id., p. 221. Epílogo de M. Alfred Grosser.
116) Id.
117) Roger Peyrefitte, Les Ambassades y La Fin des Ambassades, Flammarion.
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Título de la obra original: L'OPÉRATION "VICAIRE', Versión española de Jose M.a AROCA, Ediciones Acervo, Apartado 5319, Barcelona.

Primera edición: marzo 1966. Depósito Legal. B. 10.344-1966; N.O Registro: 686-66.


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