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LA CONQUISTA DEL IMPERIO AMERICANO
El poder judío en Occidente y en Oriente 

Norberto Ceresole

 

TERCERA PARTE 1/2

EL ESTADO HOMOGENEO UNIVERSAL

 

"¡Señores! Estamos situados en una época importante, en una
formación donde el espíritu ha dado un salto hacia adelante, ha
superado su forma concreta anterior y ha adquirido una nueva. Todo
el conjunto de ideas y de conceptos que han servido hasta aquí,
los vínculos mismos del mundo, se disuelven y se hunden como la
visión de un sueño. Se prepara una nueva salida del espíritu: la
filosofía debe saludar su aparición y reconocerla, en tanto otros,
en una resistencia impotente, permanecen adheridos al pasado..."

Hegel, Lecciones de Iena, alocución final.

 

Socialismo real = socialismo pagano = Estado primitivo

La caída del sistema socialista se basa en el hecho de que quedó
empantanado en una forma anterior de la historia. A esa forma
Hegel la llama Mundo Pagano = Estado Primitivo. En lo esencial se
trató de un mundo sin individualización (particularización), donde
la vida social transcurría en dos planos separados. Lo general
(Estado) y lo particular (individuo) discurrían en niveles y en
compartimientos estancos: eran dos planos diferentes de la
existencia. Finalmente se planteó un conflicto insuperable entre
esos dos niveles de la existencia.

El no reconocimiento de lo particular por parte de lo general,
excepto como elemento de una relación Esclavo/amo produce
insatisfacción. El Esclavo/particular del Estado Pagano Primitivo
no es un bürger, un "ciudadano", esto es, un Esclavo-sin-Amo. Este
último, el ciudadano, alcanza una satisfacción "razonable". "El
Estado primitivo excluye la particularidad; la acción particular
será criminal. El crimen = oposición activa de lo Particular en
tanto que Particular en el orden social y político (= universal)
dada la negación de lo Universal con miras a la Particularidad, es
un crimen" (Kojeve, La dialéctica de Hegel, p.112).

 
El marxismo y el fin de la historia

La objetivización soviética del marxismo fue vencida porque había
perdido el fervor que la había lanzado como Idea en los comienzos
de la revolución. Quiso entrar en competencia con la economía del
mundo capitalista sin comprender que, finalmente, la vida social y
económica, especialmente el trabajo, son actividades premoldeadas
por una cultura. El trabajo humano, a través del cual el Esclavo
adquirirá un conocimiento que lo llevará posteriormente a la
liberación (en lucha a muerte con el Amo) tiene sentido (es
"productivo") sólo dentro de cierta ética y enmarcado dentro de
cierta cultura. Y allí se localizó la crisis económica del sistema
socialista, en todos los Estados que lo adoptaron. El trabajo
humano, bajo todas sus formas concretas y específicas, es
expresión de una cultura que impulsa al conjunto histórico/social.
Una Idea es siempre la "locomotora de la Historia". Ella
representa (reproduce) la vida social real.

El socialismo real pretendió representar la forma más avanzada del
"progreso" y de la "razón". No rompió -no podía hacerlo- con la
cultura del capitalismo, esto es, con la ideología judía que
origina al capitalismo. El socialismo real sólo pretendió ser la
forma más avanzada de esa ideología, de ese mundo cultural. Bajo
esa forma se propone como "ideología universal". "El Dios de los
judíos se ha secularizado, se ha convertido en Dios universal. La
letra de cambio es el Dios real del judío. Su Dios es solamente la
letra de cambio ilusoria... Lo que de un modo abstracto se halla
implícito en la religión judía, el desprecio de la teoría, del
arte, de la historia... es la virtud del hombre de dinero... La
quimérica nacionalidad del judío es la nacionalidad del mercader,
del hombre de dinero en general. La ley insondable y carente de
fundamento del judío no es sino la caricatura religiosa de la
moralidad y del derecho en general, carentes de fundamento e
insondables, de los ritos puramente formales de que se rodea el
mundo del egoísmo... El judaísmo no podía crear un mundo nuevo;
sólo podía atraer las nuevas creaciones y las nuevas relaciones
del mundo a la órbita de su industriosidad, porque la necesidad
práctica, cuya inteligencia es el egoísmo, se comporta
pasivamente...El judaísmo llega al apogeo con la coronación de la
sociedad burguesa... (Karl Marx, La cuestión judía).

Pero cuando esa Idea se instala en el "mundo excluido", fuera de
las murallas del Castillo, lo hace en forma invertida. Llega a la
periferia dependiente no como realidad sino como imagen. La
felicidad, el "pleno consumo", es una realidad inalcanzable en la
posmodernidad periférica. Lo que es una apropiación en el mundo
homogéneo central, queda como mero deseo de apropiación en el
mundo "aún empantanado en la Historia". Esa es la crisis de Rusia.

La Idea es el proyecto histórico. Es lo que antecede. Es lo que
origina. El mundo material "real" es la materialización de esa
idea. La vida material real es el resultado de un estadio previo
de acondicionamientos y de deseos. La Idea es anterior a lo
"real". El socialismo real quedó prisionero del prejuicio
materialista del racionalismo moderno, esto es, del judaísmo
propiamente dicho, en tanto ideología fundacional del capitalismo.
Concibió una superestructura ideológica relegada al mundo de lo
irreal. No se pudo independizar de la filosofía de la Ilustración
y del Racionalismo, esto es, del judaísmo.

Esa dependencia del marxismo respecto del racionalismo fue lo que
provocó finalmente la crisis del sistema, porque aceptó de hecho
la cultura que generó el capitalismo y la ideología
"distribucionista" del protestantismo, que ve al hombre como un
eslabón racional en un sistema maximalizador de beneficios.

La burocratización del sistema socialista impulsa una concepción
por la cual la actividad social e histórica quedaría reducida a un
conjunto (muy amplio) de iniciativas materiales racionales. De tal
forma, la idea revolucionaria original, el "mito", perdió impulso.
El gran proyecto revolucionario dejó de regir el cambio de la
historia. El "nuevo hombre" dejó su lugar al cálculo económico:
pero la economía socialista no pudo competir con el capitalismo.
El valor del trabajo carecía de la proyección de una ética
alternativa.

La derrota del sistema socialista demuestra que una forma de
trabajo no puede funcionar ni explicarse a partir de la acción
impersonal de las "fuerzas materiales". La ausencia de mito
elimina el impulso de vencer. "Sólo en el mito reposa el criterio
de si un pueblo o un grupo social tienen una misión histórica...
Desde la profundidad de instintos vitales reales, no del
razonamiento ni de la consideración de oportunidad, surge el gran
entusiasmo, la gran decisión moral..." (Carl Schmitt, Sobre el
parlamentarismo).

La victoria del "espíritu del capitalismo" se fundamentó en que
éste finalmente logró concebir el mundo material de la producción
no como "base" sino como "superestructura" de la sociedad. Basó su
afán de victoria en una forma cultural modelada sobre la ética
judío-protestante. Es por ello que ahora su principal oponente
surge de las filas de las religiones identitarias, y de los
nacionalismos: dos grandes "mitos" ideo/lógicos de este fin de
siglo.

El pensamiento de Marx es parte inseparable del racionalismo del
siglo XIX. Conecta a Hegel con el pragmatismo económico inglés. Su
pensamiento estuvo contenido, culturalmente, por el "espíritu del
capitalismo". "Marx, en su raciocinio, es inglés puro... Aún la
moral de Marx es de origen inglés... Su teoría económica es
consecuencia de un sentimiento ético fundamental y la comprensión
materialista de la historia constituye el capítulo final de una
filosofía cuyas raíces alcanzan a la revolución inglesa con sus
citas bíblicas que han orientado el pensamiento inglés... Conocía
la esencia del trabajo sólo desde el punto de vista inglés, como
un medio de adquirir fortuna, como un medio carente de profundidad
moral, pues sólo el éxito, el dinero, la gracia de Dios hecha
visible, eran de significado ético... Su pensamiento es
manchesteriano... Marx ha ampliado a toda la humanidad las
condiciones de la Inglaterra industrial... La comprensión
materialista de la historia es comprensión histórica inglesa. La
manifestación de un pueblo de vikingos y de mercaderes
independientes..." (Oswald Spengler, Prusianismo y socialismo).

En función de esa base ideológico/cultural es que el socialismo
real no logró generar un modelo económico alternativo. A partir de
los años '50 los soviéticos intentaron construir más máquinas y
más bienes de consumo que el sistema capitalista. El impulso
revolucionario original ya había sido derrotado. Habría que haber
construido otras máquinas y otros objetos de consumo. Pero el
socialismo real (la sociedad rusa, la sociedad china, etc.) no
disponía ni de la filosofía ni de la cultura para encarar esa
tarea. Pero sobre todo no disponía de una teología alternativa a
la del Antiguo Testamento, punto de confluencia de judíos y
protestantes.

Además actuaron -naturalmente- condiciones históricas objetivas.
Ni la URSS ni China podían enfrentarse industrialmente al núcleo
del capitalismo central. Sólo la nunca realizada revolución
alemana podría haberlo intentado, amparada en una filosofía
diferenciada respecto de la revolución francesa y del pensamiento
económico inglés. Pero la "revolución alemana" no era la del
comunismo, sino la del nacional-socialismo. La guerra
germano-eslava fue el triunfo del espíritu del capitalismo. Allí
se inicia lo que hoy se llama globalidad, esto es, el Estado
Homogéneo Universal. La cultura común existente entre el espíritu
del capitalismo y el marxismo, es decir, el judaísmo, impidió que
el socialismo real desarrollara modelos económicos alternativos.

El llamado "atraso estructural ruso" no fue lo que causó la caída
final del socialismo real. La caída de Moscú fue el producto de no
haber comprendido la naturaleza de ese llamado "atraso
estructural". Fue el producto de la nefasta idea marxista de creer
que el capitalismo era la forma superior de producción económica y
social.

Esa idea marxista impulsa al Partido a destruir los tejidos
sociales "del atraso": es decir, a la sociedad campesina rusa.
Para ello el marxismo ruso, que nunca pudo liberarse del
pensamiento de su padre fundador, el judío Plejanov, rompe con el
llamado "populismo" agrario del siglo XIX. A partir de allí la
crisis del socialismo real fue inevitable.

El populismo ruso proponía un camino inverso al marxismo:
desarrollar y no destruir las células básicas de la sociedad
campesina rusa. El llamado "socialismo real" fue un impulso
orgánico judío dentro de una sociedad campesina
cristiano-oriental, recubierto por un mesianismo laico (el
marxismo-leninismo), que fue la ideología de la inteligentzia sin
raíces en el pueblo. Ello no pudo sino producir un socialismo
pagano. Esto es, una forma política correspondiente a una cultura
"primitiva".

Uno de los principales componentes dogmáticos del marxismo
señalaba que todas las revoluciones nacionales y populares debían
pasar por el tamiz de la "revolución burguesa", esto es, por la
vigencia anterior de un capitalismo dependiente de un centro
exterior. Sólo ese estadio generaría condiciones para lograr la
victoria, muy posterior en términos de tempos históricos, del
socialismo. No podía haber socialismo sin un desarrollo pleno y
previo de un capitalismo que, a partir de las condiciones que
genera la primera revolución industrial, era necesariamente
transnacional.

Es hoy absolutamente claro que Marx, desde su estudio londinense,
trataba de subordinar dialécticamente a todos los movimientos
nacionales de liberación, desde el subcontinente indio hasta las
mesetas mexicanas, a la victoria del capitalismo británico,
entendido como la ancha avenida del "progreso universal", en
términos del positivismo del siglo XIX. Ese "progreso" era, según
él, el único medio de generar proletarios finalmente victoriosos.
Desgraciadamente para los miles de millones de desposeídos que se
distribuyeron sobre el Planeta, no hubo clase social más fiel a la
Corona Británica -especialmente en su fase de expansión
globalizante- que el proletariado británico.

La extraordinaria originalidad histórica del Populismo Ruso del
siglo XIX, componente histórico esencial de lo que hoy (fines del
siglo XX) resurje como nacional-comunismo (en Rusia y en otros
Estados de la Mitteleuropa), consistía, precisamente, en que
obviaba la etapa "burguesa" de la revolución, y centraba su
accionar en una "ida hacia el pueblo", hacia las instituciones
comunitarias naturales del campesinado (la obshina) entendido como
motor principal de la revolución.

 Marxismo y religiosidad. Partido e Iglesia

El sistema socialista combatió la religiosidad. La excluyó. La
ubicó dentro de la categoría de individualidad (particularidad) y
la declaró criminal. Los bolcheviques, decía Spengler, no vieron
el poder revolucionario del cristianismo ruso. Ello tuvo tanto que
ver con la filosofía del marxismo cuanto con las particularidades
religioso/ culturales existentes en Rusia y en Asia (cristianos
ortodoxos y musulmanes). Ese fue el punto donde con más claridad
se manifiesta la contradicción entre el judaísmo-capitalista y la
religiosidad popular campesina, tanto en su variante cristiana
cuanto musulmana ("asiática").

Pero en definitiva el sistema socialista solidifica esa visión de
"criminalidad particular" desde el punto de vista de su
cosmovisión de Estado primitivo/pagano. El Estado primitivo,
primero se desentiende del mundo religioso,y luego lo reprime. No
es que no lo quiera: no puede aceptarlo, porque lo particular y lo
general son dos niveles opuestos de la existencia. Ello contribuye
a incrementar el límite de la insatisfacción del ciudadano
particular. El marxismo ruso-occidental no pudo ver en el
cristiano la materia prima del revolucionario. No pudo comprender
que la desdicha del mundo cristiano prepara la revolución.

"El Cristiano es el Pagano devenido conciente de su insuficiencia;
pero en tanto que cristiano, permanece en un estado de desdicha.
Pero ve también el conflicto, lo vive y es él quien prepara la
revolución... La conciencia cristiana es una conciencia
desgarrada. Mundo de descontentos, de pre/revolucionarios..."
(Kojeve, op. cit.). Desde esa conciencia desgarrada, desde ese
mundo pre/revolucionario puede surgir ahora una verdadera cultura
resistente ante la victoria provisoria del liberalismo. La
Teología y la Profecía católicas visionaron la nueva forma que hoy
adopta la historia: su forma homogénea universal. Es el tiempo del
Anticristo: "El Anticristo usurpará simplemente este ideal de
unidad del género humano en la institución perversa del Imperio
Universal..." (Leonardo Castellani, El Apokalipsis de San Juan,
248).

En las Profecías, el Anticristo está representado por la Fiera del
Mar, con una fuerza militar implacable fundamentada en el poder
naval. Ese poder naval/militar se expanderá: "Tendrá por todas
partes ejércitos potentes, disciplinados y crueles... Ya no habrá
guerras extranjeras: la contraparte es que habrá operaciones
policiales que serán peor que la peste" (Leonardo Castellani,
op.cit.).

La estructura básica del discurso del "fin de la historia".

Occidente en su conjunto pretende estar ya más allá del "fin de la
historia.

"Por lo tanto las guerras y revoluciones son de ahora en adelante
imposibles. Es decir, que ese Estado (Homegéneo y Universal) no se
modificará más, permanecerá eternamente idéntico a sí mismo..."
(Kojeve, 158).

Las características principales del "momento" llamado Fin de
Historia, son las siguientes:

* Existencia de un grupo de Estados y Sociedades (los "realmente
significativos") donde se ha eliminado el conflicto. La nueva
dogmática señala que en esos Estados -y entre esos Estados- se han
generado las condiciones para la potencial absorción de todos los
conflictos. Los conflictos remanentes dentro de los "Estados del
Fin de la Historia", son el producto de su propia premodernidad,
como por ejemplo, la mala relación de los negros y chicanos
norteamericanos con la ética protestante del trabajo.

* En el espacio y tiempo del "Fin de la Historia" no debería haber
ya más ni "guerras ni revoluciones". Los conflictos se plantearían
desde esa área hacia las zonas del mundo aún "empantanadas en la
Historia". Los conflictos principales remanentes entre los
"Estados del Fin de la Historia" y el resto del mundo son
producidos por el nacionalismo y la religión. Ambos son hoy las
contradicciones principales porque el racionalismo sistémico del
marxismo ha sido vencido.

* La eliminación/absorción de conflictos se lograría a partir de
un generalizado "estado de satisfacción" del tipo de ciudadano que
se origina en la Revolución Francesa, el Imperio Napoleónico y la
sucesiva extensión del igualitarismo protestante norteamericano.

* En el grupo de Estados "del fin de la Historia", los "ciudadanos
satisfechos" reducen sus acciones humanas a la actividad económica
primaria. Lo único que permanece como estructura social es esa
actividad económica primaria. En el Estado Homogéneo Universal no
hacen falta ni generales ni hombres de Estado, ni artistas ni
filósofos. Sólo técnicos y científicos relacionados con la
actividad económica.

* "El fin de la historia será un tiempo muy triste". El final de
la historia es el final del pensamiento y del arte. El final de la
creación humana. Es la forma final de gobierno humano. El EHU
disuelve las contradicciones, satisface las necesidades por la vía
del consumo o por la vía abstracta del deseo de consumo. El Fin de
la Historia es "... el último paso de la evolución ideológica de
la humanidad y de la universalización de la democracia liberal
occidental, como forma final de gobierno humano" (Fukuyama).

* La victoria del liberalismo se produjo inicialmente en el campo
del conocimiento, fue una victoria cultural. "Sigue siendo
incompleta en el campo del mundo material. Pero hay poderosas
razones para creer que será el ideal que gobernará el mundo
material a largo plazo."

 Verdad y realidad

La nueva forma que adoptó la Historia, antes de la generalización
de los conflictos, produjo un retorno al concepto hegeliano de
realidad. Ello genera un efecto específico en las sociedades
ubicadas en la periferia del mundo "aún empantanado en la
historia". Allí se invierte y se transforma el concepto de
realidad. La vida cotidiana ya no es aquello que existe. La vida
cotidiana comienza a estar gobernada por una imagen, que habla de
lo que se supone debe ser la vida en función de la satisfacción
por el consumo.

La sociedad es gobernada por la imagen de "...una cultura de
consumo verdaderamente universal, que se ha convertido, a la vez,
en símbolo y fundamento del Estado Homogéneo Universal"
(Fukuyama).

El deseo de acceder a una cultura de consumo universal es lo que
determina la realidad de la vida social del mundo
periférico/excluido. Ese deseo es más fuerte que cualquier forma
de esperanza, ya sea antropológica o teológica, que era el núcleo
del proyecto que ofertaban las fuerzas revolucionarias. La
"libertad de comercio" es defendida con pasión por vendedores
callejeros en estado de desnutrición física y moral. Obreros y
pensionados al borde del hambre votan por candidatos que prometen
inserción en el modelo de consumo universal.

El nuevo nivel de realidad, en el mundo excluido, es un deseo, una
idea aún no realizada orientada a insertarse en una corriente de
consumo universal. El ha reemplazado al concepto de realidad
anclado en la "vieja dignidad de la vida". En la periferia
empantanada de la historia, la vida no es lo que existe sino lo
que se supone debe ser según la imagen introyectada del consumo
universal. En la hora de tomar decisiones políticas pesa más en la
opinión pública (y especialmente en los sectores sociales más
"bajos") las promesas de un ministro de economía lanzando imágenes
futuras de satisfacción, que las angustias económicas actuales y
cotidianas. Lo real es la promesa de felicidad, no el dolor
actual.

Esa transmutación del concepto de realidad sólo es posible porque
una Idea está gobernando el mundo material. Sin embargo, en esa
dicotomía entre deseo y apropiación, está ubicado el límite del
actual momento histórico. Ya nos encontramos en esa zona
fronteriza que está signada por la extensión de los conflictos y
la "feudalización" del sistema internacional en su escala global.

El concepto de "Fin de la Historia" estuvo en el núcleo del
pensamiento marxista y es la base de todas las Teologías
monoteístas. "No se puede hacer ni pensar la Historia sin pensar
en su fin, el cual en todo momento gobierna la dirección. La
filosofía de la historia es simplemente imposible sin la Teología
y, nominalmente, sin la Profecía" (Leonardo Castellani, op. cit.).

Para Hegel y Fukuyama el fin de la historia es el triunfo de la
forma final racionalizadora de la sociedad y del Estado. Desde la
batalla de Iena hasta hoy, la historia de la humanidad no es más
que una extensión de los principios del liberalismo. "Las
distintas provincias de la civilización humana alcanzaron el nivel
de Norteamérica, que se halla a la vanguardia de la civilización,
y se vieron obligadas a poner en práctica su liberalismo"
(Fukuyama).

Así, en un sentido muy estricto, el Estado Homogéneo Universal es
una "proyección de poder" del Estado norteamericano. Liberal,
judío-protestante y capitalista. La forma del Estado determina la
realidad de la sociedad, mientras la Idea predomina y contiene.

 
La organización de la actividad económica primaria

Es una figura que permanece relativamente oculta en el discurso.
Es una superestructuración económica del capitalismo a través de
conglomerados empresariales que están en condiciones de unificar
sectores del mercado mundial. Sin embargo no existe un único
centro de decisiones en esa superestructuración. Hay
contradicciones entre varios centros de gravedad. Cada uno de esos
centros decisionales abarca regiones geopolíticas con potenciales
zonas de conflicto dentro del Estado Homogéneo Universal. Esto
señala que el conflicto no ha sido totalmente eliminado. Alemania
y Japón son sólo dos dentro de muchos otros puntos de inflexión.
Esas "fronteras de crisis" pueden señalar el camino de un retorno
a la Historia por la vía de conflictos no resueltos.

La existencia de conflictos dentro del EHU revelará que la
realidad no está acabada, y que guerras y revoluciones serán aún
posibles.

Pero el hecho que nos afecta es que luego de ponerse en marcha un
amplio proceso que intentó darle coherencia y orden a los hechos
de la historia, se invirtió la marcha, y el sistema internacional
se encuentra enfrentado a conflictos globalmente
desestabilizadores. La victoria del liberalismo sobre el marxismo,
para Fukuyama, fue la victoria ante el Apokalipsis de la guerra
nuclear. Sin embargo, nunca estuvimos tan cerca de esa guerra como
en los momentos actuales, luego de la caída del sistema soviético.
El triunfo del liberalismo pretendió demostrar, ante todo, el
agotamiento total de alternativas sistémicas a su propio mensaje.
Y ello no era una alternativa contingente. Fue pensado como el
final de la historia en sí, es decir, "...el último paso de la
evolución ideológica de la humanidad y de la universalización de
la democracia liberal occidental, como forma final de gobierno
humano" (Fukuyama).

 
Los conflictos dentro del "Mercado Común de los Estados"

La "profecía liberal" sostiene que entre los Estados que están en
el "fin de la historia", existirá una probabilidad cada vez menor
de que se produzcan conflictos a gran escala. La "profecía"
sostiene que los conflictos se localizarán entre esos Estados
poshistóricos y los Estados históricos. Entre racionalismo y
religión.

El mundo estaría dividido entre una parte histórica (atrasada,
excluida, subdesarrollada, dependiente y religiosa) y una parte
poshistórica: el Mercado Común de los Estados. Entre ambas partes
habrá una frontera de conflictos, y serán engendrados por dos
factores básicos: la religión y el nacionalismo.

Ambos factores tienden a conformar una unidad sistémica en el
plano de una cultura resistente ante el nuevo proyecto devastador
del Imperialismo Oceánico. Un proyecto cultural resistente ante la
"Fiera del Mar", que exige disponer de una visión de la historia
que también incluya un cierre. Y no sólo una esperanza meramente
antropológica. Ella ya no alcanza, aún en su versión más elevada,
que es la de Ernst Bloch (Das Prinzip Hoffnung). No alcanza porque
la "profecía liberal" anuncia una destrucción y una desolación muy
grandes: "La abominación de la desolación". La esperanza
antropológica del judío-marxista-alemán Ernst Bloch debe ser
reemplazada por una esperanza teológica, por una Parusía con
proyecciones sociológicas. Esa desolación infame exigirá una
restauración absoluta. La Parusía es la forma que adopta la
esperanza de los oprimidos en los tiempos actuales, que son
terminales.

Para salir de la desolación es necesario aceptar que todo Estado
nacional individual debe incluir el principio de "satisfacción de
sus ciudadanos". Pero no el principio "burgués" de satisfacción
que conduce al no/Esclavo. Hablamos de un principio de
satisfacción en que el Esclavo devenga libre a través de una lucha
a muerte contra el Amo.

El alineamiento con el Amo conduce inevitablemente a la etapa del
espanto. "El fin de la historia será un tiempo muy triste"
(Fukuyama). El mundo poshistórico será azotado por grandes males.
El mundo prehistórico vivirá de una falsa ilusión. A él le será
escatimado el nivel de realidad. No podrá vivir en la modernidad
pero fingirá hacerlo.

En el mundo poshistórico, en el "Mercado Común de los Estados"
finalizará, falsamente, la dialéctica Amo/Esclavo: "La lucha por
el reconocimiento, la disposición a arriesgar la propia vida en
nombre de un fin puramente abstracto, la lucha ideológica
universal que daba prioridad a la osadía, al atrevimiento, a la
imaginación y al idealismo, se verá sustituida por el cálculo
económico... En la era poshistórica no existirá ni arte ni
filosofía; nos limitaremos a cuidar eternamente de los museos de
la historia de la humanidad" (Fukuyama).
 

La profecía liberal del "fin de los tiempos"

Así, el discurso racional/universal finaliza dejando al hombre en
la más abominable de las angustias. Ante una tribulación tan
grande, casi todas las fidelidades estarán a punto de perecer.

La victoria del Estado Homogéneo es una destrucción bajo la forma
de creación. Será el falso imperio mundial. "Tendrá en todas
partes ejércitos potentes, disciplinados y crueles...y en ninguna
región del mundo podrán escapar los hombres a la coacción de ese
culto" (Castellani).

Desde el pensamiento católico, y tanto desde la Teología como
desde la Profecía, se tenía conocimiento de que la Fiera del Mar
-Capitalismo- destruiría a la Fiera de la Tierra -Comunismo- (Ver:
Leonardo Castellani, op. cit.).

Hegel, en su Fenomenología, subraya que el Emperador, el "Gran
Racionalizador", el que "Cierra la Historia", es la encarnación
del Pecado, el Anticristo. La interpretación que hace Castellani
del Apokalipsis es clara: el triunfo de la "idea occidental" es el
inicio de la más grande tribulación en la historia de los hombres.
El EHU es una falsa profecía. En definitiva no será otra cosa que
una "felicidad nefanda" (Castellani). Será un reino de canallas y
falsos profetas. El placer de la posmodernidad se realiza bajo la
supresión de la conciencia.

 
Historia, fin de historia y retorno a la historia

El Esclavo del Estado Homogéneo Universal se institucionaliza en
la figura del Estado dependiente. Pero éste no debe aferrarse a
una resistencia impotente, y permanecer adherido al pasado
(Hegel). A partir del derrumbe del sistema soviético no podrán
existir los sistemas pagano/primitivos, las sociedades que eludan
la necesidad de la satisfacción particular.

La forma patológica que un Estado puede asumir para buscar
reconocimiento y satisfacción para sus ciudadanos es la del
alineamiento automático. Ella no modifica el status del Esclavo.
El Esclavo no obtiene reconocimiento. Finalmente tampoco obtiene
satisfacción. No hay trabajo, ni conocimiento, ni lucha a muerte
contra el amo. No hay liberación.

El Estado excluido debe disponer, en primer lugar, de un modelo
cultural resistente y sistémico. Ese modelo debe incluir la
satisfacción de lo personal en un ámbito no destructivo. Ese
ámbito será lo que lo diferenciará de la destrucción y la
desolación que implica la esclavitud del alineamiento automático.

El modelo cultural resistente y sistémico, en esta nueva etapa de
la historia, será nacionalista con proyección religiosa.
Nacionalismo y religión son los dos únicos procesos sociales no
absorbibles por el Estado Homogéneo Universal.

Si en 1806, como sostiene Hegel, se produce un cierre de la
Historia, tres Estados europeos se relacionan de tres maneras
distintas con el imperio napoleónico. Así quedan determinados tres
modelos distintos de conflicto militar, que son tres formas
diferentes de relacionamiento entre Estados en-la-historia y
Estados poshistóricos.

Hay un conflicto entre España y la Revolución Francesa, un
conflicto entre Rusia y la Revolución Francesa y, finalmente, un
conflicto entre Prusia y la Revolución Francesa (la Revolución
Francesa objetivada en el Estado Homogéneo Universal napoleónico).

A partir de ese conflicto, España y Rusia quedan "empantanadas en
la historia", conforman una resistencia impotente (Hegel) ante el
Imperio porque "permanecieron adheridas al pasado" (Hegel). Luchan
contra el Imperio para restaurar el pasado, no para superarlo.
Vuelven atrás: su resistencia fue victoriosa pero impotente.

Por el contrario, Prusia, venciendo también a Napoleón, se integra
"en el fin de historia napoleónico", alumbrando una nueva Nación,
Alemania, con capacidad de competir por el control de Europa y el
dominio del mundo. Y lo hace porque, a diferencia de las
religiosidades primitivas de Rusia y España, Prusia había
elaborado una forma especial de enemistad, apoyada en una
filosofía que había absorbido -y no meramente rechazado- a la
Ilustración Francesa. Había logrado pensar la lucha contra el
Imperio sin caer en retrocesos históricos, superando al Imperio.
En Prusia, la espada se había fundido con la filosofía y con la
Teología. Y de allí surgen no sólo guerreros desesperados, sino
generales pensantes.

Clausewitz es uno de los exponentes de esa forma de enemistad
fundada en la Wahrheit (verdad objetiva) hegeliana. "La de Prusia
-dice Carl Schmitt- era una auténtica enemistad, un instinto
filosóficamente fundado. La enemistad española, en cambio, era un
puro instinto" (Clausewitz como pensador político).

"Fichte ha formado el espíritu de las guerras alemanas de
liberación contra Napoleón por lo menos en lo que respecta a
Prusia". La fundamentación de una enemistad desesperada en una
Gran Idea fue lo que logró el milagro del renacimiento militar
luego de la derrota. La élite militar que reconstruye el Estado y
la Nación "...habían encontrado en Koenigsberg y en Berlín el
contacto con la filosofía del idealismo alemán... La filosofía del
idealismo alemán tenía conciencia de su superioridad, como Idea,
respecto del Iluminismo francés del siglo XVIII. Una filosofía
revolucionaria, desde Prusia, se enfrentó con el ex/revolucionario
(Napoleón), con la pretensión de comprender a Rousseau, a la
revolución y a su hijo, mejor de lo que ellos se comprendían a sí
mismos" (Carl Schmitt, op. cit.).

Spengler hace referencia al "modelo ruso" de no entrar en la
historia. Define el incendio de Moscú como una "obra grandiosa de
un pueblo primitivo". El pueblo ruso se vio obligado a entrar en
una "falsa historia" ajena totalmente a su realidad social y
religiosa.

El modelo prusiano de reingresar en la historia parte de asumir la
dialéctica Amo/esclavo. Es el modelo que se contrapone, por
excelencia, al alineamiento automático, que sostiene que el
ingreso en la historia se tiene que dar por ósmosis, ésto es, sin
modificar los status ni del Amo ni del Esclavo. El alineamiento
automático hace que el Esclavo no devenga Amo. El Esclavo sigue
sin ser reconocido por el Amo, en la medida en que no hay
liberación sino, a lo sumo, supresión.

La supresión origina un nuevo Amo y un pseudo Esclavo, por lo
tanto sigue sin haber reconocimiento ni satisfacción. "El Esclavo
no se libera sino para ser libremente Esclavo, para ser más
esclavo aún de lo que era antes de haberse formado la idea de la
libertad" (Kojeve, op. cit.). El alineamiento dependiente es la
puerta falsa del reingreso en la historia.

 
Los movimientos de la historia y la geopolítica del "último
hombre"


La importancia de la crisis general que hoy se vive en Europa, y
entre Europa y el Asia central, radica en la posibilidad -cada día
más evidente- de que ella se convierta en el freno que revierta el
"...impulso humano fundamental que ha provocado las revoluciones
liberales de fines del siglo XX" (Fukuyama, Le début de
l'Histoire)

El proceso que originó el concepto de Nuevo Orden Mundial,
íntimamente ligado a la filosofía del "fin de la historia" es
indisociable de la desintegración estatal del comunismo soviético.
Sin la menor duda, la idea de "fin de la historia", que se usó con
toda claridad para señalar la vigencia de un Nuevo Orden Mundial
bajo la primacía absoluta del capitalismo y del liberalismo, tiene
un fundamento político y geográfico perfectamente determinado. No
estaba evidentemente referida a países relativamente periféricos
como Taiwán, España o Corea del Sur.

Sólo la crisis del Estado Soviético podía asegurar que el "triunfo
del liberalismo" constituiría un hecho universal, y que a partir
de allí comenzaría, en verdad, el "fin de la historia".

La crisis que actualmente sacude a los cimientos de la ex/URSS,
pero sobre todo la emergente en el Mediteráneo oriental y el Asia
central, y que encierran importantes derivaciones militares para
la totalidad del planeta, no es sólo una cuestión que atañe
simplemente a una reestructuración del sistema internacional. Es
también un enorme desafío filosófico y, sobre todo, teológico. La
evolución de esa crisis nos brindará la posibilidad de asistir al
final de una época.

Si en verdad la crisis que se ha establecido entre el mundo judío
y el "mundo gentil" (a través, curiosamente, de la eclosión
islámica) deriva en una confrontación militar a escala europea o
global, podremos atestiguar, sin margen de error, que las fuerzas
del nacionalismo fracturaron al Nuevo Orden Mundial. Esto quiere
decir que no habrá hegemonía liberal porque la opción capitalista
no es aceptada universalmente. La trascendencia de este hecho es
de una evidencia sin precedentes. Tal vez estemos en vísperas de
asistir a la "emergencia internacional" más importante de la
historia de la humanidad. Los cambios que ella podría introducir
en nuestra vida nacional (y en nuestra vida cotidiana) serían
inéditos y trascendentes.

En la coyuntura crítica que abrió la IIGM compitieron básicamente
tres grandes pensamientos sistémico/universales. En la actualidad
se trata de saber si el único de los supervivientes, el
liberal/capitalismo, está en condiciones de constituirse en
ideología auténticamente universal y hegemónica. Si ello
ocurriese, entonces, en verdad, estaríamos ante el "fin de la
historia".

La desintegración del comunismo soviético no parece ser la
antesala de un nuevo "mundo feliz". Fue la liberación de una
crisis aún más universal: una crisis que divide dos mundos en
términos teológicos. En la misma y exacta medida en que el
comunismo burocrático fue lo más lejano que se pueda imaginar del
"paraíso sobre la

tierra". La crisis que estamos observando, precisamente, surge de
la creciente inadaptación de sociedades enteras al nuevo orden
liberal/capitalista que se suponía triunfador en la escala
universal. De esa inadaptación surge una nueva ideología de base
religiosa.

El Nuevo Orden Mundial está tropezando con la principal rugosidad
de la historia: las religiones resistentes al "universalismo"
judío-capitalista. La existencia de un "estado de guerra" en
grandes regiones del mundo, de gran significación estratégica,
implica que millones de hombres, que habitan una geografía
geopolíticamente valiosa, se están resistiendo a las consecuencias
del vasto impulso histórico que generó las revoluciones liberales
de los últimos años.

Los grandes conflictos intra e inter-religiosos que conmovieron a
la humanidad expresaron diferenciaciones raciales: el cristianismo
romano "occidental" respecto del mundo judío-oriental y, aún,
respecto del propio cristianismo oriental original; el Islam
"organizado" de los Omeyas respecto del "anarquismo" irredente de
los "beduinos" (pastores) chiítas, la guerra civil alemana de los
"treinta años", sur católico versus norte protestante, o más bien:
tribus germanas romanizadas contra tribus germanas "bárbaras", y
así un larguísimo etcétera.

Una etnia es un subconjunto humano dentro de una raza. Y son las
razas -entendidas como un conjunto de etnias- las que producen las
grandes culturas, es decir, las religiones. ¿Cómo separar el Islam
de la raza productora de esa religión: los árabes, un verdadero
conjunto de etnias? El mismo concepto es aplicable a todas las
grandes religiones existentes hoy en el mundo. "Los hombres no se
entregan a Dios en abstracto... sino como entidades absolutamente
concretas, como individuos, y además como individuos que viven en
una colectividad, inmersos en una situación religiosa. Ahí
acontece el hecho de la diversidad. Cada religión está inscrita en
su situación religiosa..." (Xavier Zubiri, El problema filosófico
en la historia de las religiones, Alianza, 1994, p.120). Cada raza
conforma una diferenciación: "Son cuerpos sociales absolutamente
distintos, y es natural .... que lleven a religiones distintas".

La religión es siempre de un pueblo, de alguien, ".... Una
religión es esencial y formalmente nuestra religión... Por
"nuestra" se entiende ante todo que pertenece a ese pueblo. Esto
es lo que constituye su diferencia, su estructura formal. Y a este
no hace excepción ninguna religión en la historia. Ni tan siquiera
la religión de Israel. La religión de Israel es universal sólo al
final, poco tiempo antes de Cristo. A ningún israelita del tiempo
de Jeremías o del tiempo de los profetas anteriores se le ha
ocurrido pensar que el yahvismo es una religión a la que debe
acceder todo el mundo. Al contrario: es la religión de ellos, de
Israel. Solamente al final aparece cierto universalismo, y en
forma muy determinada: se trata de un universalismo cuyo centro es
sin embargo el propio Israel. Tampoco el cristianismo... hace
excepción a esto, pues la vida de Cristo sobre la tierra no es una
'comedia'. Cristo quiso convencer de su función y de su persona a
los israelitas. Si hubieran creído en él, la función de la
religión de Israel hubiera sido esencialmente distinta de la que
ha sido después. Ninguna religión hace excepción a este carácter
de ser nuestra religión" (Zubiri, 121-122).

La historia corre a una velocidad vertiginosa. Cuando aún no se
acallaron los ecos de esa revolución liberal, que fue legítima
porque fue real (y fue real porque fue necesaria), comienzan los
estertores del sistema liberal. Nacimiento y muerte casi se
confunden en lo que en verdad es un espacio infinitesimal de la
historia humana. El impulso desestabilizador de la "revolución
liberal" no se pudo consolidar como sistema social, como forma
estable de vida.

Son muy pocos los observadores que perciben que en los tiempos
recientes, y en un lapso inéditamente breve, se produjeron dos
grandes impulsos históricos: el que aseguró la revolución liberal
y el que comienza a resistirse a la vigencia del sistema liberal.
Este último se verifica bajo el aspecto de una guerra religiosa
contra el etnocentrismo racionalista europeo.

La guerra es la forma que adopta la desesperanza. Las antiguas
sociedades socialistas, al igual que la totalidad del llamado
mundo excluido comenzaron a vivir (o continuaron viviendo) un
capitalismo patológico, mafioso y corrupto, y un liberalismo que
incluyó la humillación nacional y el vaciamiento cultural. Para
esos Estados y para esos pueblos, el "nuevo orden" vino a
re/destruir la vieja dignidad de la vida. Entraron en lo que se
dio en llamar el "fin de la historia" bajo la más profunda
corrupción y desdicha. Bajo la apariencia de una obra
constructiva, el Estado Homogéneo Universal esconde la más
profunda destrucción: "Los pecados se hacen hondos porque triunfan
en sus empresas temporales" (Leonardo Castellani).

La respuesta de los pueblos a la desdicha es la guerra. Ella
significa el rechazo a las consecuencias de la democracia liberal
y, consecuentemente, a la vigencia universal de un nuevo orden
capitalista. Para Hegel la Historia está fundada en una lucha por
el reconocimiento. El significado de esta concepción está en el
comienzo de la historia, es decir, en el "primer hombre". El autor
de la Ciencia de la Lógica concibe el estado de naturaleza ubicado
en las antípodas del concepto "naturaleza humana permanente e
inmutable". Por el contrario, el "primer hombre" ingresa en la
historia libre y no determinado. Crea su propia naturaleza en el
curso de los tiempos, es decir, a través de la evolución de la
Historia.

El "primer hombre" de Hegel se diferencia del estado de naturaleza
animal porque desea "objetos no materiales". Sobre todo desea el
reconocimiento de otros hombres. Este deseo de ser reconocido como
hombre por parte de otros hombres es lo que constituye su
identidad. En función de esa característica exclusivamente humana
los hombres son capaces de arriesgar su vida.

El encuentro del "primer hombre" con los otros hombres conduce a
una lucha violenta, en la cual cada combatiente busca imponerse al
otro para que lo 'reconozca'. En esa lucha pone en juego su propia
vida. Los seres humanos son orgullosos de ellos mismos y su
orgullo los conduce no a una sociedad apacible, sino a una
constante lucha a muerte por la adquisición de "prestigio". El
comienzo de la Historia, para Hegel, es una batalla por el
reconocimiento.

Este "comienzo de historia" está planteado de manera muy diferente
en la filosofía anglo/sajona, el principal producto del
racionalismo judío, que está en la base del liberalismo
norteamericano. La filosofía anglo/sajona, impregnada de
mesianismo viejo-testamentario, reemplaza el deseo de
reconocimiento (que implica un combate a muerte) por el deseo de
conservación física. Es en esa proyección cultural que el último
hombre, nuestro contemporáneo, se siente definitivamente
reconocido. Pretende conservarse a perpetuidad. Es un producto
final, usuario de sí mismo.

Sin embargo también Hobbes comienza la historia a partir de una
guerra de cada hombre contra cada hombre. Pero la diferencia
fundamental entre Hobbes y Hegel reside en que el primero no
encuentra ningún elemento de redención moral en el orgullo del
Amo. Por el contrario, la violencia que separa al Amo del Esclavo
es la causa de toda miseria humana. Hobbes pretende crear una
situación contraria a la "ley natural", una situación que comience
por preservar la propia existencia física de los individuos.

El instinto de conservación es el hecho moral fundamental de la
filosofía anglo/sajona, base del liberalismo norteamericano. Todas
las ideas de justicia y de derecho son fundadas en la búsqueda
racional de la conservación. Toda esa Weltanschauung tiene su
origen en un "primer contrato" entre el "hombre elegido" (el Amo
propiamente dicho) y Yahvé. Hobbes, Locke y los redactores de la
Constitución Norteamericana sostienen que el único gobierno
legítimo es aquel que puede proteger la propia vida de manera
adecuada. La teoría de la sociedad liberal sostiene que los
hombres deben reconocer, a cambio de la seguridad para su vida y
sus propiedades, la injusticia de su orgullo y de su vanidad. El
Estado liberal propuso originalmente la subordinación de la
voluntad de reconocimiento a una especie de "deseo racional", al
"interés bien entendido" de Tocqueville.

Hegel concibe la democracia liberal moderna en términos diferentes
a los de Hobbes y Locke. Ese es el punto que diferencia la
civilización germánica de la civilización occidental, propiamente
dicha. Cuando Spengler se refiere a la civilización germánica como
"fáustica", está señalando esa profunda diferencia con Occidente.
La civilización fáustica asume el cristianismo del Viejo
Testamento como algo exterior a sí misma: ese ensamble con ese
cristianismo no elimina del todo sus orígenes paganos, como ocurre
en el "verdadero" Occidente romano o romanizado. Locke enuncia
principios liberales de los cuales va a nacer el producto típico
de esa sociedad: el "burgués". El burgués es "una enfermedad" que
se ocupa de su propio bienestar material. El no se consagra ni a
la virtud ni al bien público: es un egoísta. Por el contrario,
Hegel ofrece una concepción de sociedad liberal "fundada sobre la
parte no egoísta de la personalidad humana y busca preservar esa
parte como núcleo del proyecto político moderno" (Fukuyama, op.
cit.).

 
Liberalismo hegeliano y liberalismo anglo/sajón

Esa concepción alternativa del liberalismo que ofrece Hegel "es a
la vez más noble y más pertinente" (Fukuyama). Para él la batalla
por el reconocimiento no se acaba en una batalla principal
sangrienta sino que continúa por el resto de la historia de los
hombres. Esta batalla no se resuelve organizando la sociedad
civil, como pretendían Hobbes y Locke, sino en la construcción y
consolidación de un mundo dividido entre Amos y Esclavos.

El liberalismo hegeliano es más honesto que el liberalismo
anglo/sajón original. El "idealista" Hegel describe con el máximo
de realismo la situación política contemporánea. El mundo es un
mundo dividido, son "dos mundos". El mundo de los amos y el mundo
de los esclavos. Este último está conformado por aquellos
individuos, sociedades y naciones que no han luchado, cediendo al
temor natural a la muerte.

Todas las sociedades existentes en el curso de la historia humana
fueron inigualitarias. La desigualdad genera sociedades -y
sistemas internacionales- inestables. La inestabilidad surge de la
inexistencia de reconocimiento hacia el mundo de los esclavos. La
sociedad liberal que nace de la revolución francesa y de la
revolución americana pretende basarse en un arreglo recíproco
entre los ciudadanos, que debería incluir el reconocimiento mutuo.

No es casual de que fueran los judíos el primer grupo humano en el
mundo moderno en constituirse en "burguesía". Ellos eran el pueblo
elegido, luego adquirieron naturalmente la "conciencia dominante"
y finalmente se convirtieron en "clase dominante" (1) porque
previamente se habían autoasumido como pueblo, es decir, como raza
dominante (2). La esencia del dominio o de la dominación en la
historia (la vieja dialéctica hegeliana de la relación
amo-esclavo) es, en primer lugar, el ejercicio de una superioridad
racial (3) proveniente de una autoconciencia de superioridad
espiritual, en este caso, de origen teológico.

Hubo un judaísmo sin tierra, sin lengua y sin Ley. Fue el judaísmo
de la Diáspora. Fue un judaísmo sin historia. "El pueblo judío no
posee cronología propia para contar sus años. Ni el recuerdo de su
historia ni las épocas que jalonaron sus legisladores le sirven de
medida del tiempo porque el recuerdo histórico no representa aquí
un punto fijo en el pasado al cual pueda sumársele un año más por
cada año que pasa. El pasado es más bien un recuerdo que siempre
está a la misma distancia, un recuerdo que no es un hecho pasado
sino una realidad eternamente actual: cada individuo considera la
salida de Egipto como si él mismo hubiera salido con ellos. No hay
legislador a quien quepa el honor de haber renovado la ley con el
paso del tiempo: hasta lo que se representa como novedad hay que
entenderlo como estando ya presente y escrito en la ley eterna y
revelada" (4).

Ahora hay un judaísmo con tierra, lengua y Ley. Es decir, un
judaísmo histórico. Hay un paralelismo casi abrumador entre el
retorno de la élite hebrea de Babilonia, y la llegada del sionismo
a Palestina. En ambas coyunturas los israelitas tuvieron dos
posibilidades. Dedicarse a rehacer el templo y restaurar las
grandes tradiciones religiosas de Israel, lo que significaba
incrementar los rasgos diferenciados del judaísmo, o bien no
construir un Estado y marchar al desierto para la práctica
escrupulosa de la Ley.

En ambos momentos históricos optaron por la primera opción. En
ambos momento hubo una renovación del Pacto, es decir, una
reconstrucción del Templo, o sea: la guerra contra los otros. Hay
un hilo invisible que une a Esdras con Netanyahu. "Y por eso
Israel se va a referir a Dios no solamente como nación sino como
una cosa distinta, que no es ni nación ni pura comunidad
religiosa, sino iglesia nacional. Ahí es donde está la gravísima
nueva situación que a Israel se le va a plantear... Dios aparece
no solamente como Dios del cosmos y como Dios de la historia de
Israel, sino como Dios de la historia entera" (Zubiri, op. cit,
pgs. 224-225)

"La autoconciencia de los judíos como 'pueblo elegido' fue en
parte aceptada y en parte rechazada por los cristianos... En la
Europa del medioevo los judíos -en parte libre y en parte
forzosamente- constituían por lo general minorías mercantiles, y
fueron así un elemento imprescindible en la formación de la
economía monetaria y del 'capitalismo'" (5).

 Esa sociedad liberal con un núcleo teológico original no elimina
la desigualdad, sino que la racionaliza. "El Estado democrático
liberal nos estima según nuestro propio sentido del mérito, del
mérito que nosotros nos atribuimos" (Fukuyama). Esta estima del
Estado hacia el individuo también proviene del "contrato
original". Pero esto no significa que el liberalismo organice
sociedades igualitarias. Todo lo contrario, significa que reconoce
el principio por el cual cada persona, cada sociedad y cada nación
se valora a sí mismo en forma desigual. De tal manera que la
distribución de reconocimiento es desigual en el sentido de que
cada autopercepción es desigual. El liberalismo moderno aplica el
siguiente principio: "A los iguales, cosas iguales; a los
desiguales, cosas desiguales" (F. Nietzsche, El ocaso de los
ídolos). Junto con Nietzsche la moderna sociedad liberal proclama
algo que el judaísmo había comprendido desde sus orígenes: "que
ésta es la verdadera fórmula de la justicia".

El principio judaico de no igualar nunca cosas desiguales, está en
la naturaleza de la democracia moderna, ya sea que ésta funcione
en el interior de un Estado o en el plano de las relaciones
inter/nacionales. Quien no tiene reconocimiento (poder) es quien
no necesita reconocimiento. Una nación no reconocida no busca ser
reconocida. Una clase social postergada es "feliz" en su
marginalidad. Una raza excluida no necesita otro lugar en el
mundo. Bajo este principio las potencias triunfantes en la segunda
guerra civil europea organizan la "partición" de Palestina en
1947.

La ideología liberal moderna parte del "primer hombre" hegeliano
para llegar al "último hombre" nietzschiano. El primer hombre
encuentra su naturaleza en la historia, el "último hombre"
encuentra su realización en la dominación.

"¿Qué es lo bueno? Todo lo que eleva en el hombre el sentimiento
de poder, la voluntad de poder, el poder mismo.

"¿Qué es lo malo? Todo lo que proviene de la debilidad.

"¿Qué es la felicidad? El sentimiento de lo que acrece el poder:
el sentimiento de haber superado una resistencia.

"No contento, sino mayor poderío; no paz en general, sino guerra;
no virtud, sino habilidad... Los débiles y los fracasados deben
perecer... Y hay que ayudarlos a perecer" (Nietzsche, El
Anticristo).

El Estado Homogéneo Universal es una sociedad internacional
eminentemente jerárquica y desigual. Es la consecuencia última
última del "contrato original": "La igualdad, una cierta efectiva
asimilación que se expresa en la teoría de los derechos iguales,
es esencialmente propia de la decadencia: el abismo entre hombre y
hombre, entre clase y clase, la multiplicidad de los tipos, la
voluntad de ser quien se es, de distinguirse, todo lo que yo llamo
pathos de la distancia, es propio de toda época fuerte."
(Nietzsche, El ocaso de los ídolos).

El Estado Homogéneo Universal pretende ser la época más fuerte de
la historia, la etapa final, el reino del "último hombre", la
consolidación de la diferencia entre Amo y Esclavo basada en una
batalla ya dada, y en la aceptación, por parte del Esclavo, de
tener necesidades mínimas de reconocimiento. El Estado Homogéneo
Universal se basa en el hecho de que el Esclavo reconoce el poder
del Amo.

La desigualdad se transforma en deseo de reconocimiento desigual.
El deseo de un reconocimiento desigual es el fundamento de la
democracia moderna, y ello afectó decisivamente a la vida
internacional de los Estados. El estado final de reconocimiento
universal es el dominio del "último hombre" de Nietzsche. La
identificación con el "último hombre" gana espacio entre los
ciudadanos y las clases medias de las democracias prósperas y
tranquilas, poseedoras de armas modernas. Ellos pretenden ser, en
verdad, los "últimos hombres" dominadores de enormes masas de
excluidos repartidos por el mundo entero.

La igualdad y la caridad, esto es, el socialismo y el catolicismo,
primero, y el Islam en los últimos tiempos, son los enemigos
principales del "último hombre". Apliquemos la siguiente cita de
Nietzsche al mundo musulmán actual: "¿Qué es lo más perjudicial
que cualquier vicio? La acción compasiva hacia todos los
fracasados y los débiles: el cristianismo... El cristianismo tomó
partido por todo lo que es débil, humilde, fracasado... Conserva
lo que está pronto a perecer: combate a favor de los desheredados
y de los condenados de la vida, y manteniendo en vida una cantidad
de fracasados de todo linaje, da a la vida misma un aspecto hosco
y enigmático" (Nietzsche, El anticristo).

Fukuyama sostiene que fue el deseo de reconocimiento la fuente
profunda de las revoluciones anticomunistas de los últimos
tiempos. Ese impulso liberal que se verificó en el Este de Europa
ha devenido actualmente en conflictos militares profundos, que
asumen múltiples formas: desde las guerras civiles hasta las
guerras interrepublicanas. Fue la caída del comunismo quien libera
el impulso de reconocimiento más importante de la historia de la
humanidad hasta nuestro días: la irrupción de un mundo musulmán
organizado y sediento de igualdad.

El Islam de nuestros días asume el rol del cristianismo primitivo:
toma partido por todo lo que es "débil, humilde y fracasado". Es
lo contrario al judaísmo liberal occidental. Ello genera
conflictos que se están convirtiendo en el freno del impulso
liberal y en el comienzo del fin de la efímera hegemonía del
Estado Homogéneo Universal.

Cuando tantos millones de hombre irrumpen en la historia con una
certeza religiosa, trascendente, la desigualdad ya no puede
fundamentarse en la aceptación de la desigualdad, en la aspiración
de un bajo perfil de reconocimiento para los excluidos. Cambian
las reglan de los procesos históricos, y la filosofía del "último
hombre" aparece como lo que realmente es: una filosofía de
dominación que pretendió desterrar la guerra manteniendo la
desigualdad esencial entre Amos y Esclavos.

El fin del comunismo es el principio del reconocimiento universal
principalmente porque en la historia irrumpen millones de hombres
con una Fe, y a partir de allí convierten la geografía que ellos
dominan en un bastión resistente al Estado Homogéneo Universal. Es
por ello que esa resistencia viene acompañada por una nueva
cultura. Hay una nueva acumulación de fuerzas y de poder en el
"mundo excluido", porque hay una nueva cultura en ese mundo. El
poscomunismo no es la aceptación del liberalismo. Es un componente
de un nuevo universo que crece contra la hegemonía dominadora del
"último hombre" occidental.

Occidente no sabe qué hacer ante la "crisis del futuro". Sus
filósofos buscan certezas cada vez más débiles. Están angustiados
ante la crisis del futuro. El futuro angustia porque Occidente
está en un período de extraordinaria incertidumbre. Todos los
acontecimientos importantes son impredecibles. Sin embargo y ante
la angustia de Occidente nace una nueva certidumbre religiosa.
Pero ahora ella no está basada en un "contrato" realizado entre
una élite y un dios tribal con pretensiones universales. La nueva
certidumbre religiosa está basada en la fuerza de millones de
desposeídos que sostienen que Dios es el Dios de todos los
hombres. Las reivindicaciones nacionales y las reivindicaciones
sociales tienen ahora un fundamento y una proyección religiosa -de
allí su fuerza- que se basa en que el Dios de los "elegidos",
simplemente, ha muerto. He aquí el germen de la gran revolución
que se avecina: la victoria de la identidad (hombre-Dios) y de la
solidaridad (hombre-hombre) ante el Estado Homogéneo Universal.



2. LA CRISIS DEL "NUEVO ORDEN MUNDIAL".

EL ENTORNO GLOBAL: UNA NUEVA APOLARIDAD ANTISISTEMICA 


"En lugar de la monótona imagen de una historia universal en línea
recta, que sólo se mantiene porque cerramos los ojos ante el
número abrumador de los hechos, veo yo el fenómeno de múltiples
culturas poderosas, que florecen con vigor cósmico en el seno de
una tierra madre, a la que cada una de ellas está unida por todo
el curso de su existencia. Cada una de esas culturas imprime a su
materia, que es el hombre, su forma propia; cada una tiene su
propia idea, sus propias pasiones, su propia vida, su querer, su
sentir, su morir propios".

Oswald Spengler, La decadencia de Occidente

 
Los acontecimientos internacionales señalan que el proceso de
transición que en la escala planetaria comienza con la ruptura de
la bipolaridad, ha llegado a un punto muy próximo al estadio
apolar, que puede definirse a partir de una nueva y específica
"distribución del poder" dentro del sistema internacional.

Esa nueva distribución del poder se produce no sólo de manera
desigual sino en niveles distintos. El poder se distribuye en
nichos diferentes: la velocidad del desarrollo tecnológico no
coincide con la capacidad militar y el crecimiento económico no
siempre logra traducir o expresar control político. Ni la
capacidad militar, ni el crecimiento económico ni el control
político pueden traducirse, finalmente, en hegemonía ideológica
(religiosa, cultural, etc.). Ello quiere decir que los
alineamientos internacionales ya no se producen por consenso, sino
por necesidad o conveniencia y, por ello mismo, son esencialmente
transitorios.

En definitiva, el mundo global ha dejado de ser -definitivamente-
un mundo blanco-occidental. Las estructuras internacionales
(políticas, económicas, militares, culturales, etc.) ya son
incapaces de contener las enormes presiones que sobre ellas ejerce
la emergencia de multitudes -una inmensa mayoría de la demografía
mundial- no blancas. Todas -o casi todas- ellas se asoman a la
estrategia global provistas de culturas y religiones diferenciadas
y en oposición a la cultura blanca-occidental (¿judeo-cristiana?).
Esas masas están además excluidas por la economía global. Su
participación en ella es meramente virtual, es decir tiene que ver
más con una imagen que con una realidad concreta.

Durante unos ocho siglos -dentro del área geográfica de lo que hoy
se llama "mundo occidental"- existió una bi-polarización del poder
entre dos razas-culturas: la árabe-oriental-musulmana, y la
europea-occidental-cristiana. A partir de finales del siglo XV
-descubrimiento de América- uno de esos polos crece y el otro
decrece. El pensamiento de la raza occidental se había potenciado,
mientras que el de la raza oriental se había estancado. Ello
provoca, entre otras cosas, el fracaso militar otomano ante las
puertas de Viena.

A partir de ese momento el dominio de la raza blanca-occidental se
fue globalizando progresivamente, al mismo ritmo en que judaísmo
se iba conviertiendo en polo de poder alternativo. También a
partir de ese momento muchas de las guerras fueron guerras civiles
europeas. Por eso mismo fueron guerras intra-raciales e
intra-culturales dentro del mundo blanco-occidental (a excepción
de las acciones japonesas contra Rusia y contra China-Manchuria,
antes y después de la primera guerra civil europea). La totalidad
de la "política internacional" se desarrolló dentro de ese
escenario, que perduró hasta las "revoluciones raciales" del
"tercer mundo" que eclosionan a partir de la última guerra civil
europea (llamada II Guerra Mundial -IIGM).

Tomando como paradigma esos acontecimientos - limitados por sólo
tres siglos de historia universal - el pensamiento político
occidental elabora modelos de comportamiento internacional, a los
cuales le atribuye una valor metafísico, es decir, eterno. Todo lo
demás eran "cuestiones coloniales". El Islam sigue siendo tratado,
al día de hoy, como una "cuestión colonial".

El simple ingreso a la política mundial de tres grandes
razas-culturas, la china central-confusiana, la árabe-musulmana y
la hindú aria-védica - todas emergencias provocadas por la Segunda
Guerra Civil Europea - altera totalmente el panorama reinante
durante los tres siglos precedentes. Lo que comienza a cambiar es
la propia lógica del sistema: se deja atrás un escenario
racional-positivista y se entra de lleno en el escenario de la
incertidumbre.

La crisis de la IIGM abre la "caja de Pandora". Hasta la "caída de
Moscú" (Perestroika) todas las interpretaciones giraban en torno a
aquellos viejos modelos racionalistas: proletariado mundial
versusu burguesía global. A partir de la crisis y autodestrucción
soviética ya no es posible ocultar la envergadura del "nuevo
mundo". Millones de hombres "distintos" - provistos de su religión
y de su cultura, y agredidos por una misma economía global - se
convierten en actores de la política mundial, que comienza a girar
sobre ejes también distintos.

Hasta el día de hoy no existe la interpretación adecuada para
preveer acontecimientos futuros bajo esta nueva circunstancia.
Estamos en presencia de un "antisistema", que no permite construir
alianzas estables entre las potencias del mundo central orientadas
a gobernar por un largo plazo y a estabilizar globalmente al
Planeta. El sistema pentárquico que siguió a la Europa
posnapoleónica es, absolutamente, un modelo irrepetible. La
imposibilidad de formalizar alianzas estables y de largo plazo
entre centros de poder se manifiesta en todos los niveles de la
actividad internacional. Hay intereses divergentes entre sí en el
plano económico, político, estratégico, religioso, cultural y
militar.

Una de las principales fuentes de divergencia se manifiesta en la
forma de actuar sobre los "conflictos regionales" (muchos de ellos
ya han escapado a esa definición: la mayor parte de los
"conflictos regionales" se están transformando en "conflictos
internacionales"). A esos conflictos se los pretende "licuar"
haciendo que su componente racial pase inadvertido.

Otros conflictos internacionales de transforman en globales. Ello
es particularmente válido para el caso del Medio Oriente
-conflicto entre el espacio sirio-palestino y el espacio judío
implantado- que tiene en la religión judía -, en las interacciones
judeo-cristianas- y en la resistencia musulmana, una gran
capacidad de transmisión hacia el Occidente. Y a partir del Islam
una gran capacidad de transmisión hacia el Oriente. Las tres
grandes religiones monoteístas abrahámicas asumen así una función
sociológica de transmisoras de conflictos hacia el "resto del
mundo".

 Las nuevas fronteras de la política mundial

Las fronteras reales de la política internacional -globalmente
considerada- están volviendo a las antiguas líneas de conflicto,
en su triple dimensión: étnico-racial, histórica y geopolítica.
Las viejas culturas absorben a las nuevas (p.e: el eslavismo
cristiano ortodoxo al comunismo soviético, el judaísmo al
sionismo, el Islam al "orientalismo" árabe, etc.), no las expulsan
totalmente, las integran a la manera hegeliana. Las crisis
políticas en el interior de los grandes Estados están produciendo
un sinceramiento histórico y geopolítico, un retorno a los viejos
moldes. Una Turquía reislamizada tendrá seguramente muchas
dimensiones, pero seguramente todas estarán incluídas en las tres
básicas antes señaladas: la étnico-racial, la histórica y la
geopolítica.

El sistema internacional no es unipolar porque está sometido a una
tensión devastadora entre las fuerzas globalizadoras (élites
incluidas de todo el mundo) y las fuerzas fragmentativas (pueblos
excluidos del todo el mundo). El conflicto entre incluídos y
excluídos, entre dominadores y humillados, entre judíos (y aliados
de Israel) y no judíos (enemigos de Israel) está en el núcleo de
esa tensión. Las modificaciones que se perciben en el
comportamiento del sistema internacional (la intensidad y los
ritmos nunca vistos de esas modificaciones) son el producto de una
tensión que predomina sobre todas las demás: la existente entre
los factores fragmentativos y los factores globalizadores. El
conflicto entre el nacional-judaísmo y el mundo árabe-islámico es
una especificidad de esta lucha entre globalización e identidad.

 
Los factores globalizadores: El gobierno oligárquico/global como
proyecto. La infalibilidad ideológica del "Imperium Mundis".


A pesar de la creciente importancia de los elementos
fragmentativos existe hoy un proyecto (y un proceso) de gobierno
mundial de facto integrado no sólo por instituciones
internacionales como el FMI, el Banco Mundial, el Grupo de los 7
(G7), el ex/GATT (Organización Mundial del Comercio), el proyecto
Maastricht y demás organizaciones diseñadas para servir a los
intereses de los grandes grupos multinacionales. Por sobre el
funcionamiento de esas instituciones el proyecto de gobierno
mundial pretende ofrecer una nueva conceptualización sobre el
"manejo del mundo", condensada en tres conceptos básicos sobre los
que se sustenta el Nuevo Orden Mundial (NOM): la soberanía
limitada, el derecho a la ingerencia y las intervenciones
humanitarias. Dentro de este proceso está el proyecto de legitimar
un Tribunal Internacional de Justicia dentro de los moldes del
Tribunal Militar Internacional de la última posguerra.

Hasta este momento todas las experiencias existentes respecto a
limitación de soberanía e ingerencias militares, fueron acciones
comandadas por el mundo blanco-occidental contra el "otro mundo".

La forma de gobierno mundial que se pretende imponer se asemeja
mucho más a la idea de Imperio que expone Dante en su De Monarchía
que a la visión de muchos imperialistas nacionales del siglo XIX.
El "Imperialismo nacional", como el británico, el norteamericano,
el francés o el ruso, es una imagen del pasado. Ahora no puede
haber imperio universal sin infalibilidad ideológica, sin teología
de la globalidad, como muy bien lo señaló en defensa de Roma y
dentro del exiguo espacio de la cristiandad, ese gran pensador
imperial que fue Santo Tomás. En su momento conocimos muy bien la
exigencia de infalibilidad que presentó sistemáticamente la
Iglesia Comunista de Moscú, hasta su extinción hace pocos años.

El Imperio Mundial es una figura que exige la aceptación universal
de la infalibilidad de sus decisiones. Esta actitud cultural es
cada vez más evidente a medida que pasa el tiempo. Es la cultura
blanca-occidental la que pretende constituírse en el Totem de
todas las "tribus" del mundo. A diferencia de los antiguos
emperadores nacionales, la autoridad del "Imperium Mundis"
pretende ser propia, como la luz del sol. Los viejos "imperios
nacionales", en cambio, eran como la luz de la luna: extraían su
brillo de la luz del sol (Santo Tomás, De Regimene Principium). La
infalibilidad ideológica contemporánea, la nueva "luz del sol" es
una "nueva ingeniería" basada en desarrollos tecnológicos que
permiten operar concentraciones económicas transnacionales,
manipulaciones políticas y sociales globales e intervenciones
militares. En definitiva, el "nuevo sol" es la posibilidad de
controlar en exclusivo las nuevas tecnologías emergentes.

Ya no se trata de las viejas expansiones nacionales que en un
punto de su desarrollo se transforman en expansiones imperiales.
Ahora se pretende estructurar, desde "lo alto" y desde un
principio, un gobierno mundial trans/nacional, legitimado -cuando
ello es posible- en la figura de las Naciones Unidas. Ese gobierno
mundial será la expresión política tanto de "gobiernos nacionales"
como de grupos trans/nacionalizados cuyo poder se asienta en un
específico proceso de innovaciones tecnológicas y transformaciones
productivas.

El "gobierno mundial" es cada vez más urgente, dada la creciente
incapacidad de Washington para ejercer un verdadero liderazgo
mundial. Esa urgencia es lo que aún une a las diferentes etnias de
la raza blanca, y lo que pretende convertir a la cultura
occidental en el tramo final de la historia humana.

Es cada vez más evidente que una nueva "contradicción principal"
sacude los cimientos del sistema internacional. Ella se localiza
en las luchas de las "razas marginales", de las naciones y de las
culturas excluídas contra las intervenciones religiosas,
políticas, económicas y militares -en definitiva, raciales- de una
nueva forma imperial que se pretende imponer sobre el Planeta.

Debemos recordar que en el estrecho marco geopolítico del
"renacimiento" italiano, el primer gran teórico de la liberación
nacional contra el proyecto del "imperio mundial" del Papa romano,
fue Maquiavelo. Habrían de pasar muchos años desde la muerte del
gran florentino hasta que otro europeo marginal, Herder, un judío
eslavo-germánico, continuara desarrollando la trama teórica de la
"cuestión nacional". Escribió:

"La civilización humana no vive realmente en sus manifestaciones
generales y universales, sino en las nacionales y particulares.
Cada nacionalidad es un organismo vivo. Todas las nacionalidades
son igualmente sagradas, las que aparentemente han progresado y
las llamadas 'primitivas'. A través de todas ellas se cumple el
destino de la humanidad. Ningún individuo, país, pueblo, estado,
son parecidos. Todo queda sofocado si uno no busca su propio
camino y si se toma ciegamente a otra nación como modelo. Cada
nacionalidad es la portadora original de una humanidad común, que
vive y se despliega en todas las nacionalidades. Nada es tan
repugnante al espíritu humano como la actividad de los
conquistadores. No puede negarse que alguno de ellos han
demostrado valor en el peligro, pero lo mismo puede decirse de los
asaltantes de caminos y de los piratas. Es de esperarse que los
asesinos y ladrones de pueblos y naciones sean un día objeto de la
infamia y la deshonra, de acuerdo a los principios de una
verdadera historia humana".

 
Polarización versus globalización

En un mundo globalizado, naturalmente, tienden a desaparecer los
polarizadores internacionales (centros con gran capacidad de
acción económica y/o estratégico/militar) y, en especial, los
polarizadores clásicos, que son los que operaron en los últimos
tres siglos de historia occidental, antes de la irrupción masiva
de las razas "coloniales". La globalización es la hegemonía de un
solo polarizador. Los actores principales de la globalización
tienen como objetivo la maximalización de los beneficios y no la
potenciación de su propio Estado, aunque se trate de los Estados
Unidos. Como entidad política y geográfica, el antiguo país
central puede entrar en declive por el mismo proceso mediante el
cual sus principales empresas logran beneficios crecientes.

Un ejemplo concreto. La General Motors ha cerrado plantas de
producción dentro del territorio norteamericano, al mismo tiempo
en que se ha convertido en el principal generador de empleo de
México. También abrió una planta de montaje en Alemania Oriental,
donde una mano de obra muy calificada y disciplinada está
dispuesta a trabajar más horas que sus connacionales de la parte
occidental, por sólo el 40% de los salarios que aquellos exigen.
Estamos en presencia de un fenómeno de dislocamiento empresarial a
escala global, lo que significa un vasto traslado de empresas del
centro hacia la periferia. Es por ello que la desocupación, tanto
en el centro como en la periferia, es un factor directamente
proporcional al crecimiento de las llamadas variables
macroeconómicas. Cuanto mayor sea el "crecimiento", según los
parámetros del modelo neoliberal, mayor será la desocupación.

La naturaleza del sistema internacional actual tiende a definir,
en la escala global, sólo dos "países", con sus geografías y
recursos desigualmente distribuidos: el país de los ricos o
incluidos, y el país de los pobres o excluidos. Las instituciones
estatales de los países excluidos, o "desgarrados", como las
fuerzas armadas, deben definir -en primer lugar ante sí mismas-
qué "país" aspiran a defender. Queda fuera de toda discusión,
dentro de este modelo de gobierno mundial, que todo intento de
integrar "fronteras adentro" del Estado/nación, es una actitud
penalizada por la lógica del modelo. Uno de los objetivos
principales de los actores transnacionales es lograr la
privatización y la liberalización de los servicios -en especial de
los servicios financieros-, más la eliminación de los principios
básicos de la defensa nacional, con el objeto de eliminar
cualquier amenaza de planificación económica nacional y de
desarrollo independiente.

Todas las instituciones integrativas dentro del Estado/nación
deben ser destruidas, "desprotegidas" de los "favores" del Estado.
Desaparece la "vieja" configuración "nacional" del Estado. Queda
vigente una nueva configuración "estatal", la mayoría de las veces
fragmentada o desgarrada. Es por ello que no desaparecen todas las
formas de proteccionismo. Los mecanismos de protección son
rediseñados para aumentar el poder y la riqueza de las grandes
corporaciones transnacionales (que no necesariamente son
multinacionales: gran parte del "capitalismo nacional" hoy se ha
transnacionalizado sin multinacionalizarse).

La geografía de la pobreza en lo que alguna vez se llamó el
"primer mundo" determina un paisaje realmente impresionante. En
los Estados Unidos la caída de los ingresos y el estancamiento
salarial descendió violentamente a partir de mediados del '80, en
una parte importante debido a la reducción de los gastos de
defensa. Más de 17 millones de trabajadores se encuentran sin
empleo o semiempleados. De la escasa riqueza creada en la década
del '80, un 70% fue a parar al 1% más rico de la población,
mientras que los sectores de menor poder adquisitivo sufrieron una
pérdida en términos absolutos. En los años 90 ese proceso se hace
aún más agudo, en la escala global.

En el período considerado, comienzan a generarse, muy por debajo
de la superficie, los condicionantes de la pérdida progresiva del
potencial del poder militar norteamericano en la escala global.
Esa pérdida de potencial se encuentra en relación directa con la
expansión de la crisis socioeconómica en el interior de la
"potencia hegemónica".

Esa crisis económica tiende a localizarse -en el interior de las
sociedades centrales blancas- en los sectores excluídos integrados
por "otras razas": negros, mexicanos, árabes, etc. Existe incluso
un conflicto de intereses entre el proletariado blanco y los
semi-proletarios no blancos. Aquí también el conflicto adquiere
una inconfundible dimensión racial y cultural.

La globalización como modelo de gobierno mundial es una estructura
oligárquica que condena a la marginalidad al vasto "país" mundial
de los excluidos, a los pobres y sin poder, dentro y fuera de los
países centrales, dentro y fuera del espacio blanco-occidental. En
el plano político interno opera dejando grandes vacíos en el
ordenamiento democrático, de tal manera que la capacidad de
decisión siga en manos de los que Adam Smith, en el siglo XVIII,
llamaba "los amos del universo", quienes se manejan "con el vil
principio: Todo para nosotros, nada para los demás".

La organización oligárquica global succiona riquezas para el "país
de los incluidos" que está desigualmente distribuido por toda la
superficie del globo. Adam Smith acusaba a los fabricantes y
comerciantes de su época de "infligir horribles infortunios y de
perjudicar al pueblo de Inglaterra". Hoy en día, el 40% del
comercio exterior de los Estados Unidos se realiza entre compañías
dirigidas en forma centralizada. Esas companías pertenecen a los
mismos grupos que controlan la producción y la inversión.

El efecto que provoca la acción de la oligarquía global sobre la
totalidad del "país de los excluidos" es auténticamente
devastador. El abismo que separa a las regiones ricas de las
pobres se ha duplicado en las últimas dos décadas. La
transferencia de recursos del "sur" al "norte" fue de 400.000
millones de dólares entre 1982 y 1990.

 La fragmentación antioligárquica

Los factores de fragmentación son los elementos que pueden llegar
a conformar, en líneas generales, nuevas opciones para las razas
oprimidas, las culturas marginales y los Estados periféricos. Los
factores de fragmentación se manifiestan en diferentes niveles:

*En la inviabilidad político/estratégica de los grandes espacios
económicos. Inviabilidad significa desigualdades crecientes dentro
de cada espacio económico.La formación de espacios económicos
ampliados es, en la mayoría de los casos, una relación entre una
misma empresa monopólica ubicada en dos puntos geográficos
distintos. Dentro de esos espacios se producen enormes
transferencias de recursos de las regiones más pobres a las más
ricas. Esto sumado a las grandes disparidades culturales
existentes, produce el fenómeno de la imposibilidad de traducir
"poder económico" en "poder político/militar", como es el caso
evidente de la Unión Europea, que nunca dejará de ser un simple
"Mercado Común Europeo". En la Zona de Libre Comercio del
Atlántico Norte (NAFTA) uno de los objetivos principales de los
Estados Unidos es desarticular completamente la existencia
nacional de México. Las reacciones secesionistas del Quebec es un
ejemplo impresionante de fractura cultural dentro de un espacio
económico central. En el Mercosur la desigualdad entre Brasil y la
Argentina es creciente y directamente proporcional a los poderes
nacionales relativos. La Comisión Norteamericana para el Comercio
Internacional estima que las empresas de ese país obtendrían un
beneficio adicional de 61.000 millones de dólares anuales
provenientes del Tercer Mundo, si la OMC tuviese capacidad para
aplicar las exigencias proteccionistas norteamericanas con la
misma intensidad que lo hace Washington dentro del NAFTA. La
protección de la propiedad intelectual está constituida por un
conjunto de medidas diseñadas para que las multinacionales
norteamericanas controlen la tecnología del futuro, por lo menos
en una determinada región del mundo.

*En el creciente vacío de poder y en el incremento (ampliación y
profundización) de los conflictos regionales. La mayoría de los
conflictos regionales son respuestas militares de naturaleza
racial y cultural desde los pequeños espacios a los grandes
espacios (Chechenia versus Rusia, caucásicos musulmanes versus
ortodoxos eslavos).

*En las crisis económicas nacionales dentro del mundo central, y
las luchas interbloques e intrabloques.

*En la incidencia creciente de las variables demográficas (mayor
crecimiento relativo de las razas marginales).

*En la expansión de religiones y culturas conformadoras de una
concepción del mundo no/occidental. La expansión demográfica
conspira contra el modelo oligárquico de gobierno mundial, ya que
los ricos blancos son cuantitativamente cada vez menos. Tanto en
el mundo musulmán como en el mundo eslavo la confluencia de
factores religiosos y demográficos está llegando a niveles
críticos para la estabilidad de las democracias protestantes y/o
weberianas.

*En la evolución relativa de los poderes militares.

*En la consolidación de potencias regionales con gran capacidad de
acción y en el nacimiento de potencias intermedias. Estamos
viviendo el nacimiento de potencias medianas regionales habitadas.
Ellas no sólo disponen de una adecuada ubicación geográfica o de
alguna tecnología militar, como Turquía e Irán, dos polarizadores
intermedios en el Nuevo Mundo Apolar. Ellas disponen sobre todo de
una cosmovisión "finalista" de la acción política.

*En la naturaleza de las crisis en los centros decisionales y en
el desarrollo de "guerras comerciales".

Este cuadro es particularmente claro en la configuración actual
del mapa europeo y en el conjunto de tensiones dentro de la OMC
(ex GATT).

La crisis económica actual tiene notables similitudes con la que
sacudió al mundo hacia finales de los años '20 y comienzos de los
años '30 de este siglo. Ella comenzó, al igual que ahora, con un
descenso del PB global real, lo que impulsó a los países más
importantes de cada región a restringir las importaciones por el
mecanismo de crear bloques comerciales en cada una de sus zonas de
influencia. También, al igual que ahora, el funcionamiento de la
economía a través de bloques comerciales restringió los flujos
comerciales y los movimientos financieros internacionales (lo que
hoy se llama "globalidad económica"). La consiguiente recesión
transformó a los bloques comerciales en bloques militares. Los
bloques comerciales vuelven a conformarse con el objeto principal
de limitar las importaciones e incrementar las propias
exportaciones fuera de los mecanismos multilaterales. En el límite
de esta dinámica comercial y política estarán, de nuevo, e
inexorablemente, los bloques militares. Es decir, la guerra.

Pero también tiene importantes diferencias. El escenario es ahora,
por primera vez, global. Importantes actores son ahora no
occidentales y no blancos. No se trata de la globalidad del siglo
XIX, en cual el mundo colonial era un puro mercado, es decir,
observador pasivo de los sucesos del mundo blanco central. China,
India, Irán, Brasil, entre otras potencias intermedias, juegan un
rol activo en la política mundial, y sus intereses -en diversos
grados- son muchas veces discordantes y otras francamente
antagónicos respecto de los intereses del centro.

Estamos hablando de cambios profundos en la historia y en la
estrategia global. La periodicidad de los cambios se ha modificado
abruptamente. Los tiempos históricos deben ahora medirse no por
decenios ni por años, sino por meses y semanas. Este incremento
inusitado en la velocidad de los cambios se debe a la inclusión de
nuevos, pero sobre todo de distintos actores en el escenario de la
política mundial.

Hubo un punto en que fue posible registrar con gran exactitud el
enorme viraje estratégico de la historia: en enero de 1993 la
"potencia hegemónica" de un "mundo unipolar" no pudo reeditar una
segunda campaña contra Irak (señalado como el "perturbador del
sistema", en ese momento). La estructura de las alianzas que se
había construido un año antes ya carecía de viabilidad, se había
derrumbado, se había modificado total y absolutamente. En sólo un
año el mundo era otro. Era para el otro. Comienza a ser para los
que dispongan de voluntad de existir. Yugoslavia es otra región de
conflicto donde se pone de manifiesto la imposibilidad de un
"gobierno mundial", bajo cualquiera de las formas hasta ahora
conocidas: unipolar, bipolar, pentapolar, etc.

Los conflictos y las coincidencias se entrecruzan, no coinciden ni
en tiempo ni en espacio. En Bosnia, ex Yugoeslavia, existe una
coincidencia objetiva de intereses, hoy, entre Alemania, Estados
Unidos algunos Estados musulmanes que por otra parte mantienen
importantes conflictos entre sí. La convergencia entre EUA y
Alemania se hizo extensiva a la ampliación de la OTAN hacia el
este europeo (imposición alemana a los EUA). La alianza militar
"occidental" actuará de pantalla protectora de la pretendida
expansión económica de Alemania hacia el este (pero existen
también cada vez más conflictos económico/comerciales entre
Alemania y Estados Unidos). Inversamente, esa alianza nacida en
Bosnia, difícilmente se pueda extender hacia el espacio
árabe-persa.

La no percepción de la profundidad y de la velocidad de los
cambios, de la drástica modificación de los ciclos históricos, del
inexorable retorno a los viejos moldes raciales, étnicos,
geopolíticos e históricos; la no percepción de las implicancias
que conlleva el vertiginoso surgimiento de nuevas oportunidades
para las nuevas razas-culturas transformadas en potencias
emergentes; la no percepción o la negación de esos fenómenos es lo
que provoca la perpetuación en la dependencia de los
hegemonizados, de los esclavos que optaron por la esclavitud.

 La despolarización del sistema internacional

El sistema internacional siempre se transformó a través de
procesos de re/polarización. Los agentes polarizadores emergían a
través de un conflicto complejo que adoptaba múltiples formas,
incluyendo la militar. La polarización, la formación de polos de
poder, fue siempre el resultado de un conflicto entre actores.
Desde el siglo XVIII y hasta finales de la segunda guerra civil
europea, el escenario geográfico dentro del cual se producían esos
procesos de repolarización era increíblemente pequeño y abarcaba a
un muy reducido número de personas, en su totalidad pertenecientes
a las diferentes etnias y culturas de la raza blanca del mundo
occidental. Los procesos de repolarización se producían dentro de
ese marco geográfico-cultural, ya que representaban conflictos
internos dentro del occidente blanco (aún aquellos que se referían
a los "problemas coloniales"). Esos conflictos adoptaban distintas
formas, pero todos admitían una misma base: diferenciaciones
étnicas, culturas y geopolíticas.

La característica del momento actual es que el número de actores
se ha incrementado, al mismo tiempo que cada uno de ellos tiene
mayor poder relativo. Sobre todo existe una diferenciación de
intereses y de lógicas políticas entre los nuevos y los viejos
actores (y entre los nuevos entre sí y entre los viejos entre sí).
Los actores que predominan no pueden controlar la totalidad del
sistema. Ese descontrol no origina un "orden" sino un desorden.

El mundo árabe, Irán, China, India, Turquía, etc., son todas
potencias emergentes dentro de la gran Isla Mundial. Cada una de
ellas intenta controlar espacios limitados de poder y ello,
naturalmente, delimita intereses específicos, muchas veces
contradictorios entre sí, pero sobre todo contradictorios con los
intereses de los viejos actores de la cultura blanca occidental.

Los viejos actores, a su vez, aún no han podido definir ni muchos
menos consensuar dentro de sus sociedades, el tipo de estrategia
más adecuada a esta época tumultuosa. La llamada Unión Europea
carece en absoluto de una estrategia unificada. Hacia el mundo
eslavo, todos los Estados europeos y, aún, los EUA siguen detrás
de Alemania, quien busca seguridad para sus negocios en el este.
De allí la llamada "ampliación" de la OTAN.

Para cada crisis específica, Europa inventa, sobre la marcha, una
política de emergencia. Casi siempre ligada a un pasado colonial o
de despojo: Italia en Albania, Francia en algunas -cada vez menos-
regiones de África, Alemania en Croacia y Eslovenia, Gran Bretaña
en el Atlántico Sur, y así sucesivamente. La política americana
aún no ha resuelto, ni mucho menos, sus opciones históricas
-excluyentes entre sí: (neo)aislacionismo, euro-atlantismo o
Asia-Pacífico. A pesar de ser, sin duda alguna, la primera
potencia del mundo, en cada coyuntura parece ir a remolque de los
acontecimientos. No tiene capacidad de suscitar lealtades
profundas hacia el exterior, ni consenso perdurable hacia el
interior. La sociedad americana es crecientemente multirracial -es
decir, policultural. Vive, por lo tanto, en una situación
creciente de desgarro interior. Con cada vez mayor frecuencia las
decisiones de la élite -blanca, rica y protestante- son
contestadas por las distintas razas, etnias y culturas que
integran esa sociedad contradictoria.


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La conquista del imperio americano, Ediciones Al-Andalus, C/Capitán Haya 47, 28020 Madrid, España. Fax 91-570 31 81. ISBN 84-605-8315-5, Noviembre de 1998.



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