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Paul Rassinier

LA VERDAD SOBRE EL PROCESO ElCHMANN


1962


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PRIMERA PARTE

NUREMBERG


CAPITULO PRIMERO

DE STALINGRADO A NUREMBERG


Primavera de 1942. Está a punto la reanudación de la ofensiva general detenida ante Moscú desde diciembre. Todo ha sido previsto minuciosamente -- al menos Hitler y su Estado Mayor apenas piensan, ni podían pensar, en la idea de que pudiera ser de otro modo: esta vez...

De hecho, el dispositivo de reanudación y el plan de conjunto de las operaciones han sido bien concebidos. Si no temerarios, al menos algo audaces, y hasta ambiciosos: a la manera de Hitler. Pero, ¿no ha dado esta última sus buenos resultados?

Ciertamente, hay este revés ante Moscú. Sin embargo, lejos de ser inflexibles respecto a él, los medios bien informados hacen cargar la responsabilidad a la intervención anárquica e inesperada de Mussolini en Grecia, cuya derrota ha dejado al descubierto imprudentemente en el último momento el flanco derecho del dispositivo inicial, teniendo que permanecer durante un mes el ejército alemán ocupado en la reparación de los daños y retrasándose otro tanto el desencadenamiento de las operaciones en el año precedente, lo cual permitió al invierno ruso ganar en velocidad a los «panzer» del general Guderian. En cuanto a los medios no informados, es decir, los populares, ni siquiera piensan que se trate de un revés: todo lo más, ven en ello un banal incidente, apenas molesto, y en todo caso sin importancia. Respecto a la opinión pública alemana, estima que hace falta mucho más para empeñar la popularidad de Hitler y la confianza que inspira; aunque el «putsch» de Munich en 1923 no le dio buen resultado, los veinte años que han transcurrido desde entonces los ha jalonado con una serie ininterrumpida de victorias brillantes,

[14] y a menudo espectaculares. Siempre victorioso, es invencible en cualquier cosa que emprenda...

En una primera fase, pues, los ejércitos alemanes se situarán en la línea Murmansk-Moscú-Stalingrado-Astracán. Las tropas rusas, privadas del abastecimiento de material, víveres y medicamentos que les vienen de los Aliados por Murmansk y sobre todo por el Volga a través del Irán y del Caspio 1

y carentes al mismo tiempo de sus fuentes de energía del Cáucaso, con su frente roto y su sistema defensivo desorganizado, no tendrán otro recurso que el desmoronamiento general ni otra esperanza que la de lograr rehacerse en los Urales que son su última -- y más próxima línea -- de repliegue estratégico al mismo tiempo que el último centro vital de Rusia. Pero este desmoronamiento, el Estado Mayor general de las fuerzas armadas alemanas (OKW = Oberkommando der Wehrmacht), se encargará de transformarlo desde el comienzo en desastre; en los Urales los blindados de Guderian estarán ante los rusos, siendo estos últimos empujados hacia Siberia. Al encontrarse con su ejército prisionero con todo el material, la Rusia conquistada, capitule o no, quedará fuera de combate.

La ruptura está prevista en Stalingrado, cerrojo del Caspio y bisagra del dispositivo ruso. Si las propuestas de paz que entonces les serán renovadas a los occidentales son rechazadas del mismo modo que las de julio de 1940 en Inglaterra, Stalingrado se convertirá en el punto de apoyo de las operaciones que, en una segunda etapa, tendrán por objetivo el enlace en Basora, en el Golfo Pérsico, de los ejércitos situados en Rusia con los que operan en el Africa del Norte bajo el mando del mariscal Rommel.

Hitler, sin embargo, confía en que no se verá obligado a llegar hasta Basora para obtener una resolución: aniquilada Rusia, Inglaterra cederá para evitar la pérdida del Oriente Medio y de Egipto, lo cual significaría el hundimiento de la Commonwealth y le reduciría al papel menor de cabeza de puente de América, y con mayor seguridad, porque en este caso no es imaginable que América esté decidida a continuar la guerra.

Alcanzando las tropas alemanas los Urales y Basora, esto significa efectivamente apartar las últimas vacilaciones de España, de Francia, y, por consiguiente, del Africa del Norte. Económicamente

[15] supone: una enorme masa de cerca de 700 millones de seres disponiendo, bajo control alemán, de más de la mitad de las riquezas del mundo, encontrando sus excesos de producción un cauce natural en Africa y sobre todo en Asia, conquistada -- y protegida de los norteamericanos -- por el Japón. Y militarmente: 700 millones de seres acorazados con férreas defensas, sólidamente atrincherados tras numerosas murallas del Atlántico y líneas Sigfrido, de todo género, una fortaleza acondicionada para la época atómica y contra la cual las más poderosas oleadas de asalto anglosajonas sólo podrán venir a deshacerse o a morir de agotamiento. Dicho en una palabra: el «leadership» del mundo. Pues no hay más: si Inglaterra se obstinase contra todo,América, de seguro, no le seguiría en esta locura.

Tal es el cálculo de Hitler. Audaz, temerario o ambicioso, no lo es pues más que en lo condicional: el aniquilamiento de Rusia pondrá fin a la guerra y, aparentemente, posee los medios necesarios.

Aparentemente.

* * *


La táctica alemana no tiene nada de clásica: el mérito de HitIer con eso y todo estratega de ocasión, es el de haber comprendido que la longitud desmesurada de los frentes, que es la característica de la guerra moderna y la pesadilla de los Estados Mayores, ya no permitía concebir una ofensiva con una combinación de movimientos armoniosamente articulados sobre un centro y sus dos alas, como era tradicional en la estrategia clásica. En un frente de 2.000 kilómetros, como el que sirvió de punto de partida para la invasión de Rusia en junio de 1941, alejados los unos de los otros por distancias de 1.000 kilómetros, los tres puntos de la estrategia clásica estaban evidentemente demasiado alejados como para que pudieran servirse mutua y alternativamente de puntos de apoyo. Cortar este frente en tres o cuatro sectores autónomos con la misión de proceder por saltos sucesivos y alineaciones por etapas, en las más puras tradiciones del arte, era incompatible con los imperativos de la Blitzkrieg impuesta por el factor tiempo, del cual sabía Hitler que, hablando económicamente, jugaba contra él. Hizo por consiguiente una linea ininterrumpida de puntos de apoyo sólidamente fijados al suelo, de los que podían salir en flecha las columnas blindadas que se internaban en cuña en el dispositivo del adversario, luego iban a reunirse incluso a profundidades de 200 kilómetros y más de su retaguar

[16] dia, mientras que, al mismo tiempo, el adversario era atacado de frente por la infantería de asalto y batido en picado por los bombarderos de la Luftwaffe.

Los resultados fueron extraordinarios, no solamente en Polonia y en Francia, donde los frentes fueron siempre relativamente cortos, sino también en Rusia. Al llegar ante Moscú al cabo de una progresión media de cerca de 1.000 km. en seis meses, en toda la extensión de este inmenso frente, los ejércitos alemanes tenían en su activo dos millones de prisioneros rusos, nueve mil carros de combate y diecisiete mil cañones. En cuanto a la aviación rusa, gracias al factor sorpresa, los bombardeos en masa de la Luftwaffe destruyeron en la primera jornada varios millares de aparatos en el suelo.

Eran conocidos los extraordinarios recursos de Rusia en hombres y material; sin embargo, el que después de semejante desastre pudiera recuperarse extrañó a los especialistas del arte militar en el mundo entero.

Lo cierto es que se recuperó y había que comenzar de nuevo.

Desde Astracán a Murmansk hay 2.700 km. en línea recta, y cerca de 3.500 en línea desplegada. Hitler no ignoraba que fijarse este objetivo suponía alargar también en cerca de 1.500 km un frente que ya tenla 2.000, y que esto planteaba en primer lugar un problema de efectivos. También resolvió él este problema con antelación decidiendo, antes que nada, el empleo en la industria bélica de los prisioneros y de las poblaciones civiles de los países ocupados con el fin de recuperar, en provecho de este frente, el mayor número posible de paisanos alemanes. Para la aplicación de esta decisión, en febrero fue nombrado Speer ministro de Armamento y Municiones, y, a propuesta suya, el 21 de marzo se nombró a Sauckel delegado general de la mano de obra.

Hubo que superar aquí una pequeña dificultad en el plano del Derecho Internacional: los Convenios de Ginebra y de La Haya, pues ambos prohibían el empleo de tal mano de obra en las industrias de guerra y en el Ejército. 2

[17] Esto fue bastante sencillo: Rusia, que había rehusado admitir ambas Convenciones y por consiguiente no las había respetado en Polonia ni en los Países Bálticos, no podía reivindicar honradamente el beneficiarse de ellas; y, en cuanto a los países que las habían firmado, desde octubre de 1941 la cuestión había sido resuelta jurídicamente a escala gubernamental mediante acuerdos que habían dado lugar a la formación del voluntariado y posteriormente a leyes que instituyeron el servicio del trabajo obligatorio. 3

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Quedaban los países como Bélgica y Holanda en los que el poder legal había dimitido constitucionalmente o había desaparecido: en ellos sólo se debía apelar al voluntariado.

A la mano de obra así obtenida, se podía añadir de antemano y a proporción de la Europa ocupada, un importante contingente de miembros de la oposición, resistentes y francotíradores que, al infringir ellos mismos las Convenciones de Ginebra y La Haya, ya no quedarían protegidos por ningún estatuto internacional y podrían ser deportados y puestos a trabajar en los campos de concentración: de hecho, las deportaciones en masa comenzaron en marzo de 1942, y Eugen Kogon da la cifra, como habiendo sido recogida oficialmente, de 2.791.000 deportados de todas las nacionalidades. 4

También se añadieron a ello de oficio los entre cuatro y cuatro millones y medio de judíos que vivían en el interior del perímetro europeo ocupado por los ejércitos alemanes, y de los cuales cerca de la mitad estaban en edad apta para el trabajo. La situación de los judíos era jurídica y materialmente trágica. Desde 1933, una larga serie de medidas adoptadas por decreto en aplicación del programa del Partido proclamado en Munich el 24 de febrero de 1920, luego las leyes raciales adoptadas en conformidad con las decisiones proclamadas en el Congreso de Nuremberg en septiembre de 1935, les habían quitado progresivamente la nacionalidad alemana en el III Reich. Como no había Estado judío con el cual celebrar acuerdos bilaterales o, en el plano de Ginebra y La Haya acuerdos internacionales, como, por otra parte, y a pesar de los reiterados ofrecimientos del gobierno nacionalsocialista, ningún país había aceptado autorizarles para inmigrar, ni siquiera de tormarlos bajo su tutela, vivieron en Alemania hasta la declaración de la guerra con el estatuto de extranjeros apátridas, que no les garantizaba contra nada; y con lo que, en todos los países del mundo, los apátridas estaban- y lo están todavía -- entregados a los caprichos del poder. En noviembre de 1938, el asesinato de Von Rath, consejero de embajada en París, por el judío Grynspan, que provocó una oleada de indignación en toda Alemania, por lo demás orquestada, los arrojó como pasto a la vindicta pública, mientras que, a modo de represalias, se adoptaban contra ellos medidas de expoliación hasta

[19] entonces desacostumbradas y se hostigaban todos los mecanismos de una inmigración no oficial, semiclandestina y en todo caso forzada. En septiembre de 1939, desde el comienzo de las hostilidades, las autoridades representativas del Congreso mundial judío habiendo recordado -- como para echar en cara a Inglaterra y Francia el haber tardado tanto -- que «los judíos del mundo entero hablan declarado la guerra económica y financiera a Alemania desde 1933» y que ellos estaban «resueltos a llevar esta guerra de destrucción hasta el final» venían a autorizar con esto mismo a Hitler para encerrar en campos de concentración a todos los que tenía en sus manos: esto se suele hacer en caso de guerra en todos los países con todos los extranjeros enemigos. A medida que los acontecimientos militares lo iban permitiendo, los judíos europeos se hallaron en igual caso que los judíos alemanes, y, cuando ya no hubo ninguna esperanza de hacerles emigrar fuera de Europa -- la última, como ya veremos, se desvaneció con el fracaso del plan Madagascar a finales de 1940 -- se decidió reagruparlos a todos y ponerles a trabajar en un mismo e inmenso ghetto que, después del éxito de la invasión de Rusia,resultó encontrarse situado, a fines de 1941, en los llamados territorios del Este, en las proximidades de la antigua frontera rusopolaca: Auschwitz, Chelmno, BeIzec, Maidaneck, Treblinka, etc. Allí debían esperar hasta el fin de la guerra la reanudación delas negociaciones internacionales que fijarían su suerte. Esta decisión fue adoptada en el período en que se iba a aplicar lo resuelto en la célebre conferencia interministerial de Berlín-Wannsee, el 20 de enero de 1942, y el traslado comenzó en marzo.

Si se tiene en cuenta que en la primavera de 1942 había en Alemania un mínimo de 4 millones de prisioneros franceses, rusos, polacos o yugoslavos, y los recursos humanos de la Rusia ya conquistada, HitIer podía esperar muy razonablemente una mano de obra extranjera de una buena veintena de millones de personas.

De donde se podía poner a la economía de guerra y al ejército alemán a cubierto de toda crisis de efectivos.

* * *

Para mayor seguridad, a las 178 divisiones situadas inicialmente en el frente del Este en junio de 1941, se sumaron 14 divisiones de infantería y dos acorazadas llamadas del frente del Oeste, en el que la inactividad angloamericana no parecía hacerlas

[20] indispensables. Los finlandeses contribuyeron al dispositivo con otras 14 divisiones, les rumanos con 22, los húngaros con 13, los italianos con 10 y los eslovacos y españoles con una por cada país.

En total, 255 divisiones.

La ejecución fue planeada así: al norte de Moscú, una fuerte columna de dos ejércitos penetrará en el dispositivo enemigo hasta Gorki (Nijni-Novgorod) en el Volga; por el Sur, la otra parte de la tenaza, cuyo objetivo es Stalingrado, tendrá además la misión de limpiar el Cáucaso, mientras que yendo al encuentro la una de la otra siguiendo el curso del Volga, se cerrarán ambas columnas sobre los ejércitos rusos que, ganados en velocidad, seguramente no habrán podido salvarse a tiempo. Los efectivos de la segunda columna fueron calculados consecuentemente: 115 divisiones, cerca de dos millones de hombres, y 7.000 carros de combate. Posteriormente se ha dicho que la misión confiada a la parte Sur del dispositivo obligó a Hitler y al OKW a darle un nivel potencial que debilitaba otro tanto su parte norte y su parte central.

Pero de hecho las dificultades comenzaron antes de la hora H: Contrariamente a toda revisión, los rusos trataron de prevenir la ofensiva desarticulándola. En el Sur, una acción que lanzaron violentamente contra Charkov se saldó para ellos con un sangriento fracaso -- 240.000 prisioneros, más de 2.000 cañones y cerca de 1.500 carros de combate- pero lograron retrasar el comienzo hasta el 3 de julio, lo cual dio cerca de dos meses a Stalingrado para la organización de su defensa. En el Norte, los éxitos que alcanzaron en el verano y en el otoño fueron decisivos para la continuación de las operaciones. Tras conseguir socorrer a Leningrado, cercado per la toma de Schlusselburg, pudieron llegar hasta Veliki-Luki, tras los montes del Valdai, y aferrarse a ella sólidamente, con lo cual los ejércitos alemanes que debían dirigirse en columna hasta Gorki ya no pudieron emprender más el avance. Así apareció el primer error de cálculo de Hitler: la subestimación del potencial ruso, al considerar menor, por una parte, la ayuda angloamericana, y por otra, la capacidad de producción de guerra de las fábricas replegadas por Stalin a los Urales y Siberia, y que, como dice el comandante Bauer en La Guerre des Blindés, se hallaban en estado de producir, desde el verano de 1924, 1.500 tanqes mensuales, de los cuales dos tipos eran nuevos: el T-35 de 40 toneladas (3 cañones, 3 ametralladoras, y una tripulación de 10 hombres) y el KV (Klin Vorochilov) de 43 toneladas, armado con una pieza de 152 y 4 ametralladoras pesadas.

[21] Entretanto, la ofensiva de los ejércitos del Sur logró, no obstante, un avance inicial fulminante: por una brecha de 100 kilómetros de anchura abierta desde el primer día (3 de julio) en el dispositivo enemigo, la columna prevista se había internado cerca de 500 kilómetros desde el día 12. Separada de su ala derecha, una columna se volvió entonces hacia el Cáucaso en dirección de Grosny, donde tenía que enlazar con otra procedente en línea recta de la península de Kerch de la que habían sido arrojados al mar los rusos a comienzos de junio. Desde allí, las dos columnas debían continuar adelantando el frente hasta Bakú, limpiar la región petrolífera, luego remontar las riberas del Caspio hasta la desembocadura del Volga, y después las del Volga hasta Stalingrado.

Rostov cae el 24. El 11 de agosto, la bandera con la cruz gamada ondea en el Elbruz. El 20, los carros blindados de Von Paulus hacen saltar las defensas exteriores de Stalingrado y se apoderan de los aeródromos de los arrabales. El 27, están a la vista los pozos de petróleo de Grosny. Un comunicado de la D.N.B. se gloría anunciando 590.000 prisioneros y la destrucción de 5.271 carros de combate y de 6.142 cañones desde el comienzo de la ofensiva.

De repente, este gigantesco mecanismo que hasta entonces había funcionado con una precisión de reloj se encontró bloqueado por un grano de arena colocado en un buen sitio, y se desarrollaron en cadena nuevas dificultades imprevistas. De hecho, había varios granos de arena. En primer lugar, se vio que si se quería entrar en Stalingrado, prácticamente habría que hacerlo a pie: al estar compuesta la ciudad por inmensos edificios de cemento armado, las batidas de la aviación habían amontonado en las calles enormes bloques de hormigón que impedían el paso a los blindados o sólo permitían su empleo en número muy reducido. Stalin había mandado, en una desesperada orden del día, «La lucha a muerte siguiendo el ejemplo de los soldados de Alejandro y de Kutusov». La guarnición, fuertemente abastecida de armas y municiones individuales, no había sido evacuada y había que contar, por otra parte, con una conquista ruina por ruina, con el cuchillo y la granada, lo cual implicaría necesariamente efectivos suplementarios apropiados y llevaría mucho tiempo. Efectivamente, el mes de septiembre se empleó en la preparación del asalto y el de octubre en la conquista.

Al mismo tiempo, las columnas del Cáucaso, se detuvieron ante un obstáculo más inesperado todavía: la inmensidad rusa. A 150 kilómetros de Grosny, unos días antes de plantar la bandera

[22] sobre el Elbruz, el general Von Kleist, que mandaba la operación, telegrafiaba al OKW: «No hay enemigos delante ni abastecimientos detrás.» Crisis del material móvil o crisis de la producción, y probablemente ambas: los víveres, las municiones y sobre todo la gasolina necesaria para los tanques no llegaban. Aquí, los rusos se habían desaferrado con gran velocidad del camino: más tarde se supo que era para atrincherarse en un frente de acero de más de 100 kilómetros de profundidad apoyado en el Caspio y cuyas extremidades eran la línea Grosny-Bakú por el Sur y, por el Norte, la del Volga desde Stalingrado hasta su desembocadura.

La situación así creada, planteaba dos problemas: como la ofensiva norte no se había podido continuar en dirección a Gorki, los rusos no se vieron obligados a retirarse del sector de Moscú y, habiéndose hecho a la vez demasiado larga y demasiado frágil, la flecha se encontraba en una situación sumamente delicada entre los dos brazos de una tenaza que sólo un considerable aumento de los efectivos, de la artillería de protección y de la aviación de apoyo podría impedir que se cerrase en torno a las 19 divisiones de cabeza -- ¡330.000 hombres! -- de Von Paulus.

A la primera petición de refuerzos de Von Beck, comandante en jefe del frente Sur, hubo que aceptar los hechos evidentes: los efectivos, el material, las armas y las municiones disponibles no estaban a la altura de las necesidades. Para no citar más que un ejemplo, la aviación, cuyo papel era capital, había perdido el dominio del cielo... Se imponía el repliegue: en el teatro de las operaciones, los responsables de la ejecución de los planes no velan nínguna otra solución, y después, todos los estrategas del mundo han estado de acuerdo en que no había ninguna otra; a sus ojos, equivocadamente o no, incluso una retirada ya no era susceptible de modificar sensiblemente el curso de los acontecimientos posteriores, salvo en lo relativo a la duración del hundimiento alemán que solamente podía retrasarlo. Hitler decretó que no se trataba más que de un ajuste entre el conjunto de la producción y las necesidades militares, que el problema era sencillo, y que, desde este momento hasta que fuese resuelto, había que resistir con los medios disponibles.

Efectivamente, era un problema bastante sencillo. Pero era un problema político, y parece ser que si Hitler, aunque de suyo poco propenso a los medios políticos, comprendió no obstante las ideas fundamentales, aquellos a los que encargó de interpretarlas sobre el terreno no las tuvieron en cuenta. Si creemos en lo sefialado en el diario del genereal Halder, el 30 de marzo de 1941

[23] hablando HitIer ante una asamblea de generales, definió de este modo sus intenciones políticas respecto a Rusia: «La Rusia del Norte será unida a Finlandia. Protectorados: los Estados bálticos, Ucranía y la Rusia blanca.» Y el siguiente 17 de julio, habiendo estallado ya la guerra germanosoviética, Rosenberg, al ocupar su puesto de ministro de los Territorios ocupados del Este, señalaba que el fin perseguido era «el desmembramiento de Rusia en sus componentes, que se convertirían en Estados independientes o bien formarían las federaciones de Ucrania, Rutenia, Rusia y el Cáucaso.» Finalmente, la instrucción No 21 (plan Barbarossa de invasión de Rusia) estipulaba en su párrafo sobre «Casos particulares»: «Los territorios rusos que sean ocupados en el curso de las operaciones, deben ser constituidos, en cuanto lo permita el alejamiento de los combates, en Estados con un gobierno propio conforme a las instrucciones especiales.»

Estas declaraciones e instrucciones, divulgadas por los servicios de Rosenberg y los agentes secretos de Canaris, sostuvieron entre los bálticos, los rutenos, ucranianos y caucasianos, tradicionalmente hostiles a Moscú y más aún al bolchevismo, la esperanza de constituirse o de reconstituirse en Estados independientes desde la llegada de los alemanes, a los que recibieron en principio como liberadores. Puestas en práctica, no solamente hubieran procurado a la economía alemana la mano de obra con la que contaba Hitler, sino que también hubieran dado al ejército legiones autónomas que hubieran combatido a su lado: en ellas había una fuente casi inagotable de voluntarios. Hubo de éstos al comienzo: se les envió a Alemania con contratos de nueve meses o un año. Después hubo cada vez menos. Luego los que regresaron ya no volvieron a partir: las declaraciones de Rosenberg y las instrucciones de HitIer se habían convertido en letra muerta. Las condiciones de vida dadas a las poblaciones del Este por los servicios policíacos de Himmler, por los Gauleiter o los Protectores habían provocado un cambio en la opinión y transformado la simpatía en hostilidad, aumentada por otra parte por el hecho de que, a petición del Ministerio de Asuntos Económicos y del Comisariado del Plan, se había mantenido la estructura bolchevique de la propiedad rural (koljoses y sovjoses) abominada por estas poblaciones.

Por todas estas razones y otras más, como el rechazamiento de las legiones militares autónomas (por ejemplo, para que el general tránsfuga VIasov fuera autorizado a reclutar dos ejércitos en Ucrania fueron necesarios dos años largos de negociaciones), los servicios de Sauckel encargados de reclutar la mano

[24] de obra sobre el terreno, tuvieron que entregarse a una verdadera caza del hombre. Y, aunque por motivos totalmente distintos, lo mismo sucedió en el Oeste. Interrogado en Nuremberg el 31 de mayo de 1946 por el fiscal soviético Alexandrov, el delegado general de la mano de obra, Sauckel, declaró que de los 30 millones de personas ocupadas permanentemente por la Economía de Alemania durante la guerra, nunca hubo más de 5 millones de trabajadores extranjeros, sin incluir los prisioneros de guerra e internados en campos de concentración. La víspera, el fiscal había querido liacerle confesar la cifra de 10 millones, y sólo había aceptado esta tesis a condición de que estuvieran comprendidos en ella los prisioneros de guerra. Ante la carencia de datos ciertos, no arriesgaríamos nada al pretender que si el acusador exageraba de propósito, el interés del acusado era reducir las cifras. Si haciendo por nuestra parte una transacción amistosa, y teniendo además en cuenta a los internados en campos de concentración, dijéramos que en un momento dado hubo entre 12 y 13 millones de trabajadores extranjeros en Alemania, o sea un poco más de los 2/5 y un poco menos de la mitad de la mano de obra total, muy probablemente no estaríamos lejos de la verdad. Esta cifra ya era enorme, pero a la vez estaba muy lejos de las esperanzas de Hitler y de las posibilidades.

Otro inconveniente: a la insuficiencia del número, hay que añadir la de la calidad, pues esta mano de obra recogida sin selección alguna, no era cualificada y no permitía la recuperación de paisanos para movilizarlos en la proporción en que las necesidades del frente exigían efectivos humanos. Finalmente, en el .caso de la producción, si el rendimiento de los prisioneros de guerra se situaba a un nivel que en su conjunto era bastante cercano al normal, aunque claramente por debajo, el de los trabajadores reclutados a la fuerza, y expuestos por otra parte a las medidas policíacas de los servicios de Himmler, era muy débil; en cuanto al de los internados en campos, sometidos a un régimen atroz, era poco más o menos nulo. Y el sabotaje ayudaba...

Está claro que junto al escaso éxito de la misión Sauckel, el que una proporción tan importante de la mano de obra rindiese tan poco en su conjunto -bien porque no fuese cualificada, porque la colocase el régimen en unas condiciones tales en las que no podía rendir más, o porque se dedicara de suyo al sabotaje- impedía toda esperanza de llevar los efectivos humanos y la producción de guerra al nivel de las necesidades militares en una operación de tal envergadura. Y ella lo impedía tanto más cuanto que este estado de hecho se perfilaba sobre el telón de

[25] fondo de este desorden singular de las fuerzas productivas, y del cual, al menos en la fase de la ejecución de las órdenes, se hizo culpable el régimen en forma deliberada. Así, respecto a los internados no-raciales en campos de concentración que morían a un ritmo catastrófico, no por el trabajo que tenían asignado sino por los malos tratos recibidos, y los cerca de cuatro a cuatro millones y medio de judíos que nunca fueron integrados a un sistema productivo y que, por otro lado, paralizaban considerablemente las medidas adoptadas en torno suyo.

* * *

Por el lado ruso, al contrario, desde octubre de 1942 la recuperación fue espectacular: a las 225 divisiones del Eje, podían oponer cerca de 300 de refresco, y armadas tan bien o mejor que las otras. Su aviación conservaba la ventaja en el cielo y, en el dominio de la artillería, habían adoptado una táctica de concentración del tiro, preconizada por el general Voronov, que fue para el OKW una verdadera y dolorosa sorpresa.

Desde hacía tiempo, el general Voronov pensaba y explicaba que la artillería, relegada como se encontraba a la tarea de preparación y apoyo al nivel de la división o del Cuerpo de ejército, ya no se hallaba en estado de cumplir el papel que se podía esperar de ella y que si, por ejemplo, se formaban con ella divisiones autónomas bajo el mando directo del Estado Mayor general de las fuerzas armadas, más móvil, se la podría emplear fácilmente al nivel de todo el frente, y en especial, concentrarla según las necesidades para formar con ella una barrera artillera cuya misión sería levantar ante las columnas enemigas lo que él denominaba los «muros de artillería» infranqueables.

La teoría de Voronov, tomada en consideración por el alto mando ruso, vino a parar en esto. A finales de octubre, él se encontraba al frente de una decena de divisiones de artillería -- exactamente 34 regimientos -- cuya misión era la de comenzar inmediatamente a cortar la columna enemiga de Stalingrado en la orilla derecha del Don. Como ensayo fue una cosa perfecta: al abrigo del muro que levantó y que cortó radicalmente a Von Paulus de sus bases de avituallamiento, 150 divisiones rusas dotadas con 5.000 tanques, una mitad procedente del Norte y la otra del Sur, se reunieron en el Don, a la altura de Stalingrado, bajo el mando de Vorochilov. El 22 de noviembre, la operación había terminado, y las 19 divisiones de Von Paulus, 8 de ellas blindadas,

[26] se encontraban cercadas entre el Don y el Volga, abocadas al exterminio si no se lograba socorrerlas.

El OKW intentó rescatarlas el 12 de diciembre, pero sólo con ocho divisiones reunidas a duras penas y a las que batió Voronov. Al mismo tiempo, los rusos atravesaban el helado Don al norte del sector de Stalingrado, hacían retroceder a los germano-italianos cien kilómetros y de este modo hacían desvanecerse para siempre toda esperanza de levantar el bloqueo de Von Paulus a quien, desde entonces, ya sólo le quedaba la capitulación.

Pero capitular supenía liberar a las enormes masas rusas y permitirlas obtener sus ventajas en un frente muy alterado, por ejemplo de caer sobre Rostov, apoderarse de ella y cortar de este modo de sus bases a les ejércitos del Cáucaso. Por tanto Hitler dio la orden a Von Paulus de «resistir hasta el último hombre».

Sin embargo, el 2 de febrero de 1943, tras cinco meses de furiosos combates, el ejército de Von Paulus, reducido a 90.000 hombres y dejando 240.000 bajas sobre el terreno, capitulaba.

A partir de entonces, los acontecimientos se precipitaron. Fue necesario evacuar el Cáucaso a marchas forzadas y quemando etapas para evitar que las tropas de Von Kleist fueran cortadas a su vez de sus bases por la toma de Rostov, que se convertía en inevitable y que llegó el día 13; el 16 los rusos entraron en Charkov. El 31 de marzo, el Ejército rojo había rechazado a la Wehrmacht en todo el frente del Este.

Entretanto, las tropas norteamericanas que habían desembarcado en el Africa del Norte el 8 de noviembre de 1942 habían llegado a Túnez. En el Pacífico los Estados Unidos habían vuelto a recobrar su supremada naval. En el frente europeo del Oeste, Alemania ya no se hallaba en situación de impedir que Inglaterra se convirtiera en cabeza de puente de donde partían los vuelos de bombarderos pesados, de los Liberators que hicieron célebre la táctica denominada «bombardeo en tapiz».

En Moscú, del 19 al 30 de octubre de 1943, tuvo lugar un encuentro entre los ministros de Asuntos Exteriores de la URSS (Molotov), Inglaterra (Eden) y Estados Unidos (Cordell Hull). Fue seguido de otros: del 22 al 26 de noviembre en El Cairo (Roosevelt-Churchill-Chang-Kai-Chek) y del 28 de noviembre al 1 de diciembre en Teherán (Roosevelt-Churchill-Stalin) que fue el primer encuentro de los «Tres grandes». Luego vendría Yalta y, finalmente, Potsdam...

El 30 de octubre de 1943, la misión de Moscú terminó con la siguiente declaración:

[27]

«Considerando que las Naciones Unidas han proclamado en diversas ocasiones su intención de juzgar a los criminales de guerra, los Ministros firmantes de Gran Bretaña, Estados Unidos y la URSS declaran que los oficiales y soldados alemanes y los miembros del partido nazi que son responsables de atrocidades y de crímenes, o que han participado voluntariamente en su realización en la Europa ocupada, serán devueltos a los países en que hayan sido perpetrados sus abominables fechorías con el fin de que puedan ser juzgados y castigados conforme a las leyes de estos países liberados y de los gobiernos libres que se han establecido en ellos.»

Aunque fuera imposible la unanimidad en todos los demás problemas de la posguerra, sí la había al menos en el afán de vengarse: de vengarse ante todo. Desde entonces no se ha cesado en la venganza, y así se explica que el carácter dominante de esta posguerra sea el de un ajuste de cuentas de la misma naturaleza que el tradicional entre gentes del hampa. Además, por otra parte, ¿qué se podía hacer? El maridaje entre el bolchevismo y las democracias occidentales fue de conveniencia, era tan contra natura como el de nazismo y bolchevismo, si no más, y sobre ningún punto ofrecía posibilidades de acuerdo. Se ha visto, pero sólo hoy, que creyendo haber ajustado definitivamente las cuentas con Alemania, el Este y el Oeste han comenzado ya a arreglar las que finalmente se han descubierto entre ellos.

En sus «Memorias de la segunda guerra mundial», Churchill cuenta que un mes más tarde, habiendo sonado en la Conferencia de Teherán la hora de los brindis que sellan los acuerdos, entre los vapores del champán y del vodka fue evocada nuevamente la Declaración de Moscú. Acercándose al oído de Roosevelt, Stalin le susurró que bastaría con fusilar pura y simplemente 50.000 oficiales y personalidades.

-- 49.500, le replicó el otro.

Y esto, que define la seriedad de estos hombres de los que dependía la suerte del mundo, dice al mismo tiempo todo lo que se podía esperar de ellos.



NOTAS
1 Los ingleses y los rusos habían ocupado el Irán para asegurar a Rusia una vía de abastecimiento por el Golfo Pérsico, y lo ocuparon violando los mismos principios jurídicos de los que acusaban a Alemania haber violado a menudo.


2 Las Convenciones de Ginebra y de La Haya a las cuales se referirán tan a menudo los fiscales y los jueces de Nuremberg, son bastante poco conocidas, al menos en lo que se refiere a las de La Haya. Quizá sea conveniente dar al lector una idea de lo que, además de esta disposición y de las que hacen alusión a la guerra de partisanos, contienen estas convenciones y que me parece poderse resumir así:
A. -- Por iniciativa de Rusia y de Estados Unidos, que querían dar una solución a la cuestión de la limitación de los armamentos terrestres y navales y a la del arreglo pacífico de las controversias internacionales en La Haya en 1899 (18 de mayo al 25 de julio) y en 1907 (del 15 de junio al 18 de octubre).
B. -- En la primera conferencia (debida a la iniciativa de Nicolás II) se reunieron la totalidad de los Estados europeos, y algunos de América y Asia, en total 27 países. En ella fueron adoptadas unas convenciones:
a) sobre las leyes y las costumbres de la guerra en tierra: b) sobre la adaptación a la guerra marítima de los principios de Ginebra con fecha del 22 de agosto de 1864: sobre el arreglo pacífico de las controversias internacionales. Unas declaraciones, que también fueron adoptadas, vinieron a completar estos convenios: prohibición de lanzamiento de proyectiles desde globos: prohibición de los gases asfixiantes o deletéreos; prohibición de los proyectiles que hagan explosión en el cuerpo humano. Finalmente, fueron creados un Tribunal permanente de arbitraje, así como un Tribunal permanente de Justicia internacional.
C. -- En la segunda conferencia (debida a la iniciativa de Th. Roosevelt y que agrupó a 44 países) fueron adoptadas otras 13 convenciones que tienen especialmente relación con el arbitraje obligatorio de las controversias internacionales, la guerra terrestre, la guerra marítima, la iniciación de las hostilidades, las presas marítimas, la ocupación de los territorios enemigos, etc. Una aclaración relativa al lanzamiento de proyectiles desde globos confirmaba la de 1899.
D. -- Aún tuvieron lugar otras conferencias en 1929 y en 1939 para la liquidación de las deudas financieras de la guerra de 1914-1918: en ellas se adoptó el plan Young y fue decidida la evacuación de la Renania.
E. -- En 1945, el Tribunal permanente de Justicia Internacional fue suprimido y reemplazado por el Tribunal de Justicia Internacional instituido por la Carta de las Naciones Unidas. En cuanto al Tribunal permanente de arbitraje, que subsiste, en realidad es una lista de árbitros entre los cuales las partes litigantes escogen un tribunal, pero tiene además una Oficina Internacional y un Consejo administrativo, ambos permanentes. Queda aún el Tribunal de presas (marítimas) creado en 1907; es un tribunal de apelación contra las decisiones de los tribunales nacionales encargados de juzgar sobre las presas marítimas en tiempos de guerra y de decidir si las decisiones de estos tribunales son conformes a la convención de presas.
Era necesario que todo esto fuese explicado para la mejor comprensión del texto, por eso lo hemos hecho.

3 En Francia, las leyes sobre el trabajo obligatorio no fueron promulgadas hasta octubre de 1942.

4 Sin incluir en ella la deportación racial, ni tampoco los cerca de 640.000 deportados de los cinco primeros meses de 1945 (Kogon «Enfer organisé», págs. 34 y 147).


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